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El Poder de Osvaldo 21: La niña de Papá

en Control Mental

Rafael Argüelles era un hombre disciplinado. Todos los días se levantaba a primera hora y, tras un breve desayuno, entraba en su despacho donde preparaba la jornada al milímetro y despachaba sus asuntos personales. Así había construido todo su imperio político y, en su más íntima consciencia, basaba todos sus logros en una férrea disciplina que nunca había quebrantado.

Su moral y su comportamiento tanto en público como en privado habían sido siempre intachables. También se había preocupado de que, al menos sus más allegados, fueran gente limpia e incuestionable. Podría decirse que seguía la máxima de Julio Cesar de que “la mujer del Cesar no sólo debe ser honrada sino parecerlo”.

Por eso siempre se había creído a salvo de escándalos. Al menos hasta aquella fatídica mañana en que recibió un correo anónimo titulado “cosas que debería saber sobre su hija”.

Estuvo un largo rato preguntándose si debía abrir aquel correo. Pues había algo en todo aquello que le hacia sentir profundamente intranquilo. Al fin se decidió a abrirlo, aún sintiendo que algo no iba nada bien. El mensaje contenía un breve texto acompañado por un video incrustado. Y Rafael se empezó a imaginar lo peor. El contenido del texto por sí mismo ya era estremecedor. En el podía leerse:

“-Nombre de la esclava: HELENA ARGÜELLES

-Modo de esclavitud: OBEDIENCIA ABSOLUTA

-Descripción: LA ESCLAVA DEBE OBEDECER CUALQUIER ORDEN DE CUALQUIER EMISOR. ES INCAPAZ DE NEGARSE A NADA.

-Características adicionales: LA ESCLAVA SE ENCUENTRA EN ESTADO DE EXCITACIÓN PERPETUA. SIEMPRE CACHONDA.”

Don Rafael empezó a reproducir el video de forma casi automática aunque pronto se arrepintió de haberlo hecho. En él aparecía su hija, Helena, luciendo uno de sus ceñidos vestidos en lo que parecían los servicios del instituto. Estaba rodeada por un grupo de adolescentes que la observaban impacientes. Don Rafael supuso que uno de ellos debía ser el responsable de la grabación. El audio no era muy bueno, aunque a través del tumulto, podía distinguirse como alguien le ordenaba que se levantase el vestido.

Helena pareció dudar por unos momentos, pero pronto comenzó a levantarse sensualmente la falda de su vestido hasta dejar al descubierto su fino y bien recortado coñito rubio que apareció claramente visible ante la cámara. Pronto aquel grupo de chiquillos comenzó a arremolinarse alrededor de la muchacha.

Ningún padre está preparado para ver a su hija humillada de una forma tan atroz. Pero para el sr. Argüelles, con su férrea moral conservadora, aquello fue como verse arrastrado al más cruel de los infiernos. Su pequeño angelito se había estado paseando por el instituto con aquel indecente vestido y sin ropa interior. Y ahora se exhibía en aquel video ante sus ojos mientras era manoseada por un grupo de preadolescentes de la peor calaña.

Contempló horrorizado como su pequeña parecía disfrutar con todo ello e iba buscando con sus manos los duros paquetes de aquellos chicos mientras era sobada de forma brusca por todo el cuerpo. En algunos momentos eran mas de cinco los que la rodeaban tratando de meter sus sucias manos por todos los huecos de su vestido.

Helena mientras tanto trabajaba en sus braguetas consiguiendo que uno tras otro se corriera en segundos. Algunos ya había eyaculado antes de que la muchacha llegase a liberar sus poyas. Otros lo hacían en su mano o sobre su vestido. Aunque llegó a meterse varias de aquellas herramientas en la boca, ninguno de esos chiquillos fue lo bastante audaz como para meterse entre sus piernas e hincarle la poya en su mas que mojado chochito. ¡¿Qué puede esperarse de unos pajilleros adolescentes?! A pesar de ello, lo que sucedía en aquel video iba más allá de la más perversa de las imaginaciones.

Cuando la muchacha hubo terminado sus tareas tenía lefazos por todo el cuerpo. Estuvo un rato limpiándose con la ayuda de un rollo de papel y, cuando terminó, fue ella misma quién se aproximó a la cámara y la apagó. ¡Ella había grabado toda la escena!

Don Rafael no salía de su asombro. No entendía por qué su hija habría hecho algo así. Creía conocer a su pequeña. Ella era como su madre, Beatriz. Su esposa, recientemente, había estado cerca de ingresar en el Opus Dei. Incluso la propia Helena parecía sentir cierta simpatía por “La Obra”. No, ella era incapaz de hacer algo así por voluntad propia. Pero entonces… ¿la estaban extorsionando?

Y a pesar de todos estos pensamientos negativos, el recto don Rafael era incapaz de apartar la vista de la pantalla. Vio el video entero casi por inercia y no fue consciente de la erección que tenía hasta que, al levantarse de su butaca, sintió la presión en su entrepierna tratando de reventar la bragueta de su pantalón.

Trató de darse ánimos diciéndose a sí mismo que aquello era normal después de las imágenes que acababa de ver, que él también era humano, etc. Pero ninguna de esas excusas hicieron que se sintiera menos culpable cuando, al cruzarse con su hija en la puerta del baño, su mirada se posó involuntariamente sobre aquel culito perfecto que se dibujaba bajo la fina tela del pijama.

Rafael estuvo toda la mañana nervioso. Tenía que hablar con su hija pero no encontraba la manera. Durante el camino en coche le estuvo preguntando si tenía algún problema. Haciéndole saber que podía contar con él. Pero Helena se limitó a mirarle extrañada. Era como si no supiera nada de lo que estaba sucediendo. Y eso confundió aun más a su padre.

Esa misma tarde, mientras esperaba a la salida del instituto, no podía dejar de preguntarse si algún niñato desalmado habría estado abusando de su pequeña en algún sucio urinario como en aquel video que seguía repitiéndose en su mente una y otra vez desde primera hora de la mañana. Pero al entrar su niña en el coche, tan altiva y risueña como siempre, volvió a sentir que todo aquello era imposible. Y sin embargo lo había visto con sus propios ojos.

De nuevo fue incapaz de sacar el tema y pasó el resto de la semana haciendo como si nada hubiera sucedido. Durante aquellos días, puso especial atención en examinar el comportamiento de su hija. Pronto se dio cuenta de que algo había cambiado en su pequeña. En primer lugar obedecía a todo lo  que él y su esposa le decían sin rechistar. Y aquello no casaba bien con su carácter.

Enseguida observó que cuanto más firmes y estrictas eran las órdenes que recibía más más fácilmente obedecía y que a menudo, al cumplirlas, se mostraba sumisa hasta el extremo. Su mujer parecía considerarlo una señal de madurez. Pero para él había algo más. Y no podía dejar de pensar en el término “esclava”.

Comenzó a darse cuenta que su altiva hija se ruborizaba cada vez que recibía una orden. Sus mejillas se teñían de un tenue color carmín y, algunas veces, podía ver sus puntiagudos pezones claramente marcados en sus camisas y vestidos. Pronto fue consciente de que su hija nunca llevaba sujetador y empezó a preguntarse si, como en el video, estaría también con el coño al aire.

No tardó en cambiar la forma en que Don Rafael veía a su hija, Helena. Era indudable que aquel misterioso secreto había levantado un muro infranqueable entre los dos. Pero también es cierto que, al observarla tan exhaustivamente estaba conociendo aspectos de su pequeña que nunca habría imaginado. Sin embargo lo que más le preocupaba era la forma en la que su propio miembro respondía cada vez que aquel video cruzaba por su mente.

Aprovechándose de la obediencia ciega que Helena parecía mostrarle, se aseguró de que su hija saliera lo menos posible de casa. No podía prohibirle que fuera al instituto, pero el resto de salidas quedaron restringidas. No podría decir que tener a su hija todo el día cerca le tranquilizara. Pero creyó que lo más prudente seria tenerla vigilada hasta que se aclarase la situación.

La ciega obediencia mostrada por su hija hizo que se volviera cada vez más estricto, llegando a un punto en que a su propia esposa le pareció exagerado. Sus órdenes tajantes provocaron más de una discusión, así que don Rafael aprovechaba los momentos en que estaba a solas con su hija, cada vez más frecuentes, para darle las instrucciones del día.

Una mañana, antes de llevarla a clase le exigió a su hija que se levantara la falda del vestido, tratando así de disipar sus sospechas. Estaba convencido que, si la atrapaba yendo sin bragas se negaría a hacerlo en redondo. Por eso no supo reaccionar cuando, sin oponer ninguna resistencia, Helena se subió el vestido descubriendo ante su padre su coñito desnudo.

Don Rafael permanecía inmóvil en su asiento con la vista clavada en la rubia mata de pelo perfectamente recortada que coronaba el pubis de su hija. Era incapaz de respirar. El rubor también era visible en los ojos de Helena quién, a pesar de ello, mantenía su falda levantada ante la mirada de papá. Finalmente la situación se zanjó con una nueva orden.

“-¡Ya es suficiente!”

Y, tras volver la falda a su sitio, los dos fingieron de nuevo normalidad hasta llegar a la puerta del instituto. Después se despidieron y cada uno fue por su camino. Aunque Don Rafael no llegó muy lejos antes de aparcar el coche en un descampado para machacarse frenéticamente la poya. Aquella fue la primera vez que se tocaba pensando en su hija, aunque no sería la última.

Desde aquel día, cada mañana antes de salir de casa obligaba a su hija a que le mostrara el interior de su vestido y siempre la cazaba sin bragas. Tenía que obligarla a subir a su habitación para ponerse un par de bragas. En muchas ocasiones, la vigilaba para comprobarlo personalmente.

La visión del delicioso coñito rubia de su hija empezó a convertirse en algo cotidiano para Don Rafael y, a pesar de que sus intenciones no eran malas, aquello empezaba a excitarle mucho. Sin quererlo, se estaba haciendo adicto a aquella situación morbosa y empezaba a ser consciente de hasta dónde llegaba el control que era capaz de ejercer sobre su hija. Pero aún quedaba algo en él que le retenía y le impedía ir hasta dónde su intuición le decía que podía llegar. Y cada vez que pensaba en ello, su poya palpitaba bajo el pantalón.

Entonces recibió otro correo electrónico como el anterior. De nuevo un mal presentimiento le invadió. Y lo que halló en su interior tampoco iba a gustarle. Aunque, de nuevo, no pudo apartar la vista de la pantalla, de nuevo con la poya dura.

Aquel video era más fuerte que el anterior. En él pudo reconocer el vestidito que su hija había llevado al instituto el día anterior. La escena se desarrollaba en el interior de una aula vacía. Junto a su pequeña podía apreciarse la presencia de un grupo de chicos de varias edades, algunos de ellos mayores.

De pronto su hija se levantó el vestido mostrando su coñito desnudo. Don Rafael dio un brinco en su asiento. Recordó que él mismo había inspeccionado a su hija antes de salir de casa, comprobando que iba cubierta, al menos, por un fino tanga de seda.

Pero al parecer hasta aquella escueta prenda era demasiado para su hijita, que habría aprovechado cualquier momento para quitarse la prenda. Don Rafael se maldijo a sí mismo por no haberse dado cuenta antes del engaño de su pequeña. Lo cierto era que se sentía tan culpable que era incapaz de mirar a su hija, temía ponerse cachondo. Y, más allá de sus inspecciones matinales, Don Rafael evitaba el contacto visual con su hija.

Sin embargo, ver su joven coñito de nuevo en la pantalla de su ordenador produjo en el adulto un efecto magnético que le impedía dejar de mirar. Aquella nueva escena que se desarrollaba ante sus ojos era considerablemente más dura que la anterior. Aunque todo se iniciaba de forma muy parecida, pronto se vio claro que aquellos chicos no eran como los niñatos del anterior video y, antes de que el conmocionado padre pudiera darse cuenta, aquellos degenerados empezaron a follarse a su hija por turnos ante su atónita mirada.

Podía oírse perfectamente a la pequeña Helena gimiendo cómo una puta mientras pedía más y más poya. Ni siquiera se molestaron en quitarle el vestido y la sostenían en volandas mientras uno tras otro la iban empotrando contra las paredes de aquel urinario.

Tras follarse a varios de aquellos gañanes, la propia Helena se dio la vuelta y se levantó el vestido, mostrando el culo a la cámara mientras inclinaba su cuerpo y separaba sus nalgas con ambas manos. En ese preciso instante, alguien cogió la cámara del lugar dónde se encontraba y se acercó a la chica para grabarla de cerca.

Don Rafael pudo ver de cerca los orificios de su hijita. En la pantalla de su ordenador podía verse el ano de la adolescente completamente abierto y formando una “o”. La imagen se completaba con la montañita de su coñito que sobresalía de la parte inferior de sus nalgas. A simple vista podía apreciarse que estaba empapado.

No tardaron mucho en empezar a follarse aquel culo. La imagen captó claramente como una dura poya empezaba a abrirse camino por el pequeño agujero de la rubia. Entonces quien sostenía la cámara se alejó y pudo verse una imagen general de la escena.

La cara de Helena era un poema. Tenía los ojos cerrados y las mejillas enrojecidas. No dejaba de resoplar mientras se relamía recorriendo ambos labios con su lengua. Una de sus manos sujetaba con fuerza el pecho que se le había salido al bajarse un tirante de su vestido, aprovechando para pellizcarse el hinchado pezón. Mientras tanto, su otra mano se mantenía enterrada entre sus piernas.

Llegado a éste punto, Don Rafael no pudo resistirlo más y, tras aflojar su cinturón, liberó el duro miembro de su pantalón y empezó a pajearse con furia. Se deleito viendo a su hija gozar mientras, uno tras otro, aquellos niñatos le reventaban todos los agujeros de su joven cuerpo. Se sentía culpable pero, aún y así, no podía soltarse la poya ante aquellas imágenes que empezaban a fascinarle.

Y entonces sucedió algo que le dejó helado. Alguien habló en la grabación e hizo que todo el mundo se detuviera al instante. Se trataba de una voz femenina y autoritaria. Era alguien joven y, a pesar de que no supo identificarla con exactitud, creyó conocer aquella voz. Entonces obligaron a su hija a ponerse en pié y hablar a la cámara.

“-Saluda a tu papá.”

Ordenó aquella voz.

“-Hola papá. Sé que acabarás mirando éste video. Espero que hayas disfrutando viendo en lo que me he convertido. Ya no seré nunca más esa cría arrogante que solía ser. Ahora soy una esclava y disfruto obedeciendo a todo lo que me pidan. Me gusta que me humillen y me obliguen a hacer cosas sucias. Si tu me lo pides seré también tu putita. Si no, te seguiré enviando estos videos para que puedas ver todo lo que te estas perdiendo.”

En los ojos de aquella rubia podía apreciarse una mirada vacía, parecía estar en trance o drogada. Don Rafael se había quedado en estado de shock al oír aquello. Permanecía inmóvil, con la poya tiesa firmemente agarrada en su mano y los ojos alucinados mirando fijamente la pantalla. El video se había cortado y, sin embargo, el adulto aún permaneció así durante largos segundos.

Entonces oyó a su mujer golpeando la puerta de su despacho y el sobresalto hizo que derramara toda la corrida que llevaba tiempo aguantando por encima de la mesa salpicando algunos documentos y poniéndose perdido el puño de su fina camisa de seda. Entonces aún con el pulso tembloroso, templó su voz y trató de parecer muy sereno en su respuesta.

“-Sí, cariño… ¿qué quieres?”