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El poder de Osvaldo (18: La familia crece)

en Control Mental

Ya había oscurecido cuando salieron de la casa y, aunque no había demasiados vecinos en los alrededores, a Alfredo le incomodaba andar por la calle en pijama. No comprendía como no había visto ningún reparo en ello antes de salir ataviado de esa forma y, sin embargo, no se detuvo y continuo caminando en dirección a su coche.

No se dio la vuelta hasta llegar al vehículo y, al hacerlo, se sorprendió al ver la extravagante imagen que ofrecía su familia. La visión más extrema la ofrecía su mujer, Leticia, quién había salido de casa cubierta tan solo pon una fina bata de seda y un camisón que dejaba al descubierto una gran parte de su generoso escote.

Su hija Inés, vestía un pantaloncito corto de pijama que marcaba claramente los gruesos labios de su coño. Y su hijo, Fernando, quién ni tan siquiera parecía haberse molestado en abrocharse la cremallera del pantalón o la camisa, dejando al descubierto su pecho desnudo.

A pesar de la vergüenza que sentían, ninguno de ellos hizo el más mínimo comentario. No podían recordar lo que había sucedido hacia apenas unos minutos y su inquietud crecía a medida que aumentaban sus esfuerzos por recordar el más mínimo detalle de las últimas horas.

Tan sólo Inés era consciente de lo que estaba pasando. Y andaba en silencio junto a su familia con una perversa sonrisa en la boca como quién acompaña a los terneros al matadero, consciente de un final que ellos ignoran. Alfredo no pasó por alto aquella sonrisa, aunque seguía siendo incapaz de descifrar su significado.

Siguió conduciendo como un autómata, ni siquiera tuvo la necesidad de preguntar a dónde se dirigían, era como si por algún extraño motivo supiera ya de antemano dónde vivía ese tal Osvaldo al que acababa de conocer. Sentía que la situación se le escapaba de las manos cuando, de pronto, percibió un extraño movimiento en los asientos traseros.

Lo primero que vio fue la cara de su hijo reflejada en el retrovisor. Su expresión estaba descompuesta y parecía evidente su nerviosismo así como sus vanos intentos por disimular que algo estaba pasando. Ajustó el retrovisor en busca de su hija y sin embargo no la encontró. Fue necesario dirigirlo a la parte baja de los asientos para hallar a su hija agazapada devorando la poya de su propio hermano.

Quiso poner fin a la situación, pero se vio incapaz de formular palabra y, en lugar de eso, tan sólo sintió como su poya se endurecía formando un enorme bulto en su pijama. Y, a pesar de la frustración que sentía, no pudo siquiera ocultar su erección y se limitó a seguir conduciendo. Una última mirada al retrovisor le hizo toparse con la maléfica sonrisa de su AMO e hizo que su sangre se helara.

Con el paso de los minutos la situación se fue haciendo insostenible, se sentía incapaz de apartar la mirada del retrovisor y como su miembro se hinchaba hasta querer explotar y, aunque era incapaz de tocarse. Pronto se dio cuenta de que no era el único pendiente de la escena. Su mujer, Leticia, tampoco sacaba ojo del retrovisor y, a pesar de permanecer en silencio, su rostro pálido y sus mejillas enrojecidas hacían que su turbación fuera evidente para cualquiera.

Observó también cómo Leticia mantenía una mano enterrada entre sus piernas y, aunque esa zona permanecía oculta a la vista por los pliegues de su bata, no tuvo duda de que su mujer se estaba masturbando delante de todos. Ajustó de nuevo el espejo y fue entonces cuando vio con claridad como aquel tal Osvaldo no perdía oportunidad para sobar a su hija por todo el cuerpo.

Es posible que en otro momento aquella imagen le hubiera indignado, pero entonces hizo que su poya diera un respingo y deseo ser el quién estuviera manoseando a esa sucia adolescente. Y se odiaba a sí mismo por ello.

Cuando bajaron del coche, padre e hijo tenían las poyas tan duras que resultaban un espectáculo hasta para el que les viera de lejos. Fernando ni siquiera se había acordado de guardarse la poya, la cual lucia una impresionante erección, puesto que su traviesa hermanita se había esforzado en evitar que se corriera tan pronto.

En cuanto a Alfredo, ni siquiera había podido tocarse y su bragueta lucía ya una mancha del tamaño de Australia, a pesar de lo cual mantenía una erección del tamaño de una catedral, más que evidente por el bulto de su llamativo pijama. Se reconfortó con el hecho de que a esas horas no parecía haber nadie deambulando por aquella alejada urbanización. A pesar de lo cual , nada podía garantizarle que algún vecino no estuviera disfrutando de la llamativa escena desde la comodidad de su ventana.

Su sorpresa fue mayúscula cuando salió a recibirles aquella adolescente de dieciocho años que dijo ser la hermana de Osvaldo. Estaba desnuda de cintura para abajo, luciendo su rubio coñito ante la sorprendida mirada de sus invitados. Tan solo vestía un top apretado que marcaba de forma escandalosa sus puntiagudos pezones todavía en erección. El olor a sexo que emanaba del interior de la casa era evidente y pronto pudieron oír los gemidos que procedían de algún lugar tras los muros.

A Osvaldo le preocupó aquel cúmulo de imprudencias y, sin embargo, se deleito viendo como sus nuevos títeres entraban a regañadientes en su casa sin poder evitarlo, mientras trataban de mantener sus apariencias a pesar de lo extraño de aquella situación. Acompañó a sus invitados hasta el salón de su casa y les hizo acomodarse.

Desde lo alto de la escalera se escuchaba el inconfundible sonido del sexo, compuesto por el quejido de los muelles de la cama y un amplio abanico de golpes secos y gemidos. Todos actuaban como si nada extraño estuviera sucediendo y, sin embargo, la tensión se podía palpar en el ambiente. Muy a su pesar, a Leticia todo aquello estaba empezando a excitarla más allá de lo conveniente.

No comprendía como podían sus anfitriones ser tan descuidados. Era evidente que en aquella casa se estaba desarrollando una autentica orgia y todo en presencia de una menor a quién no parecía importarle pasearse desnuda en presencia de unos completos desconocidos. Lo que más le inquietaba era que todo el mundo siguiera actuando con la más absoluta normalidad. Y empezó a sentirse realmente incomoda.

Sus manos sujetaban inconscientemente el cierre de su bata, como si con ello pudiera ocultar los puntiagudos pezones que, muy a su pesar, se clavaban en la tela como tratando de perforarla. Su respiración se entrecortaba y, entre sus muslos apretados, un volcán se derramaba soltando lava como si estuviera a punto de estallar. Si al menos pudiera ver lo que ocurría en aquella habitación…

Su marido, Alfredo, no podía apartar la mirada del coñito virginal que la hermanita de Osvaldo mostraba impúdicamente. Cualquiera habría dicho que la chiquilla le tenía hipnotizado y lo cierto es que no se habría equivocado. Estaba tan absorto que ni tan solo se había molestado en disimular la escandalosa erección que pugnaba por romper los pantalones de su pijama. Osvaldo, enseguida se percató de ello y no perdió la ocasión para tensar aún más la morbosa velada:

"-Marta, creo que le has gustado a nuestro invitado. ¿Por qué no le haces un poco de compañía?”

E inmediatamente, la pequeña Marta, con la sonrisa de quién hace una travesura, atravesó la alfombra hasta el sofá y sentó su suave culito desnudo sobre el regazo del estupefacto adulto que permaneció inmóvil, preso de un terror irracional. Pero la chiquilla no perdía el tiempo y enseguida empezó a manosear la inflamada bragueta de Alfredo de la que pronto extrajo un duro falo que empezó a lamer de forma ostentosa a la vista de todos.

Padre e hija intercambiaron miradas durante unos segundos antes de que Alfredo perdiera de nuevo el control. La de este era una mirada suplicante, como tratando de suplicar el perdón de su hija por lo que iba a suceder. Y en ella había sin embargo una sonrisa lasciva y triunfal. Inés disfrutaba viendo a su padre, siempre tan serio y obtuso, caer irremediablemente en las oscuras redes de su perverso amo y saber que a partir de entonces seria por siempre un esclavo del vicio y la degeneración.

Su hermano, Fernando, no se sentía capaz de articular palabra y permanecía inmóvil, sentado junto a su madre sin comprender nada de lo que estaba sucediendo a su alrededor. A Osvaldo le agradaba ver a aquel pijo engreído completamente desarmado y a su merced.

No podía dejar de pensar en lo mucho que iba a disfrutar de su nuevo cuñado. Y le lanzaba miradas furtivas como si se tratara de un juguete aún sin estrenar. Por eso le dejó estar consciente durante toda la velada. Quizás así comenzara a hacerse una idea de lo que iba a ser su vida a partir de ese día.

Osvaldo permaneció inmóvil hasta ver como su hermanita tragaba la larga corrida del adulto. Quería ver si quedaba algún resto de culpabilidad en la mirada de su suegro pero en ella solo halló perversión. Sólo entonces sonrió satisfecho y, cogiendo a Inés de la mano la arrastro violentamente hasta las escaleras.

“-Ven, hay algo que quiero que veas.”

Osvaldo sintió la mirada anhelante de Leticia, quien cada vez tenia mas dificultades por ocultar su excitación. Sabia que ardía en deseos de ver lo que sucedía en el piso superior, pero no pensaba permitírselo, al menos no tan pronto.

“-Vosotros quedaos aquí y dejaros llevar.”

Y acompañó a Inés escaleras arriba hasta el umbral del que procedía la sinfonía de gemidos que les había acompañado desde que entraron a aquella casa. Lo que la joven encontró tras la puerta la dejó temblando de excitación. Como si de una fiesta sorpresa se tratará, allí estaban sus mejores amigas, Sandra y Helena esperándola con un gran regalo, aunque en este caso el regalo fueran ellas mismas.

Helena tenia un vibrador enorme metido en su recto mientras devoraba con ganas la poya de Antonio, el padrastro de Osvaldo. Una de sus manos frotaba con fuerza su coño mientras con la otra sujetaba aquel vibrador monstruosos manteniéndolo bien incrustado en culo. Parecía tan abstraída por el placer que ni siquiera vio entrar a su amiga.

A su lado Sandra, boca abajo, hundía su rostro entre las piernas de Maite. Al fijarse, pudo percibir algo que se movía debajo de su amiga hasta distinguir a un chiquillo que se aferraba goloso a su grandes tetas. Era Juanillo, el hermano pequeño de Sandra, quién al parecer también había sido invitado a la fiesta.

Frente a ellos estaba Laura, recostada en una butaca con el pantalón de su pijama a la altura de los tobillos mientras frotaba con fuerza su inflamado coñito. Parecía muy concentrada en el espectáculo y, sin embargo, fue la primera en percatarse de la llegada de su hermano y enseguida cayó a sus pies.

“-¡Oh, amo, por favor, necesito probar tu poya! Llevo ya días sin poder correrme de verdad”

Osvaldo se sentía exultante y no quiso decepcionar a su esclava quién, por otro lado, no le había dado ningún motivo para ser castigada. Así que sin mediar palabra, saco su poya y penetro a su hermana con un firme envestida a los pies de la cama.

No tardó mucho en correrse pero lo hizo de forma abundante y sin retirar la poya de su hermana quién, al sentir aquel liquido caliente y viscoso derramarse en su interior, tuvo una sacudida tan brutal que a punto estuvo de terminar soltando espuma por la boca.

Cuando hubo terminado con su hermana, se volvió hacia Inés y le ordenó con voz firme que se entregara a su padrastro. La joven sufrió un ligero shock, pues aún creía que iba a recibir algún trato especial. Lo cierto es que ya no creía tener orgullo, pero aquella última orden había conseguido hacerle sentir de nuevo la punzada de la humillación. Y eso la excitaba todavía más.

“-Acércate y ofrécete a él como la sucia puta que eres”

La punzada en su orgullo cada vez se hacía más intensa, pero Inés no pudo evitar insinuarse ante aquel cincuentón nada atractivo. Después, con paso lento,  se acerco al sillón que se encontraba junto a la cama y, dando la espalda a la audiencia, se inclinó completamente ofreciendo su tierno culito en pompa ante la ansiosa mirada de su suegro.

Acto seguido fue bajando su pantaloncito y arrastrando con él sus blancas braguitas hasta que dejó al descubierto su brillante y rubia rajita vista por detrás. La visión era verdaderamente tentadora y no tuvo que esperar mucho hasta sentir movimiento en sus espaldas.

Antonio apartó a Helena de un manotazo para que soltara su poya, realmente le apetecía correrse en el interior de aquella preciosidad. Se acercó a ella con cautela, pues sabía que ella no era como las demás.

“-¿De verdad puedo usar a tu novia, amo?”

“-Haz con ella lo que quieras, esta zorra aun tiene mucho que aprender.”

Aquellas palabras le dolían como puñales y, sin embargo, Inés permaneció estática en la misma postura hasta que sintió que unas manos sudorosas empezaban a explorar su parte posterior. Pronto fueron reemplazadas por una poya, no demasiado grande, pero dura como una piedra que empezó a abrirse camino en su encharcada gruta. Por el rabillo del ojo pudo ver como Osvaldo salía de la habitación dejándola a merced de aquel depravado.

Se quería morir aunque, a la vez, sentía mucho mas placer de lo que habría estado dispuesta a admitir. Y tan solo hicieron falta unas pocas envestidas más para que empezara a babear como la puta que siempre había sido en realidad. Comprendió que a partir de entonces no iba a ser más que una mascota en manos de cualquiera que su amo le ordenara y se corrió de una forma salvaje y brutal como nunca antes había experimentado.

A su lado, Maite gemía y ladraba mientras dos súcubos que antaño fueran las amigas de Inés, devoraban su coño como leonas. Mientras tanto, Juanillo había salido de debajo de su hermana y estaba trajinando su trasero con su pollita dura como una estaca.

Parecía tratar de penetrar a su hermana mayor, pero entre los nervios y la postura en la que estaba Sandra, no acertaba a encontrar el agujero y se limitaba a frotarse en ella. Cuando al fin consiguió meter su rabito, no lo hizo por el lugar que pretendía y, sin embargo, el sentir el estrecho y caliente culito de su hermana se sintió feliz de haber encontrado la cavidad perfecta.

Tampoco a Sandra pareció molestarle, se limitó a levantar la cabeza de aquel coño supurante para emitir un largo y grave quejido mientras deslizaba su mano derecha entre sus piernas para frotarse con fuerza su propia e hinchada raja.

Después volvió a hundir su cabeza entre las piernas de Maite y siguió lamiendo los jugos que emanaba a diestro y siniestro, mientras competía con la lengua de su amiga al capturar su clítoris o al hundirla en su gruta. Y no dejó de masturbarse con fuerza mientras su hermanito metía y sacaba la estrecha poya de su ano.

En el piso de abajo la escena no era muy distinta. En uno de los sofás, Alfredo sostenía a la pequeña Marta en volandas, envistiendo con su poya una y otra vez mientras la dejaba caer a pulso mientras apretaba aquellas finas nalgas. A la pequeña le encantaba ser follada por adultos y gemía como una fiera mientras se retorcía sus pequeños pezones puntiagudos.

Frente a ellos estaba Leticia, completamente espatarrada mientras su hijo, Fernando le comía el coño con fruición. Todo había ocurrido progresivamente. Los nervios les llevaron al acercamiento y el acercamiento al roce. Las ordenes del perverso hicieron el resto.

Pero Osvaldo había llegado en el momento clave cuando Fernando, incapaz de contenerse ni un segundo más, se abalanzó sobre su madre y le hundió la poya con una sola y profunda estocada.

Nuestro amigo no podría estar disfrutando más cuando, de pronto, sonó el teléfono y, por algún motivo, tuvo el presentimiento de que serían buenas noticias, al menos buenas para él. Cuando descolgó el teléfono y escucho la voz al otro lado, una perversa sonrisa iluminó de nuevo su rostro. Era Andrea, estaba llorando