miprimita.com

El poder de Osvaldo (11: La clase)

en Control Mental

 Al volver a clase Inés parecía una persona distinta a la que había salido unos minutos antes. Su rostro había perdido todo rastro de esa seguridad en sí misma que tanto la caracterizaba. Entró cabizbaja en el aula, andando mecánicamente tras los pasos de Osvaldo, con la mirada fija en el suelo.

 Puede que la mayoría de sus compañeros no repararan en su extraño comportamiento, pero ninguna de sus amigas pasó por alto los repentinos cambios en su actitud. Daba la impresión de estar evitando sus miradas, como si algún oscuro secreto la estuviera atormentado.

 La profesora Reyes continuaba dando la lección totalmente ajena a lo que pudiera estar sucediendo en la mente de Inés. El tiempo se agotaba rápidamente y todavía tenía que dar paso a los alumnos para que expusieran sus trabajos, así que tuvo que posponer su clase para hacer subir al primero de ellos a la palestra.

 Se trataba de Vicente, el cachitas de la clase, que expuso tartamudeando un ridículo trabajo sobre el equipo de futbol local. Al poco rato se sentó dejando un aprobado justito anotado en la libreta de la sra. Reyes.

 La siguiente en exponer fue Lorena, una chica menuda y más bien tímida que presentó un trabajo sobre ballenas algo más interesante que el anterior, aunque no demasiado. Y así se fueron sucediendo una tras otra una serie de insulsas intervenciones hasta que, finalmente llegó el turno de Osvaldo.

 Las primeras risas y comentarios impertinentes llegaron nada más anunciar cual iba a ser el tema de su explicación, el control mental. Al oírlo, Helena, siempre dispuesta a humillar a Osvaldo, lanzó una de sus clásicas puyas provocando las risas cómplices de gran parte de sus compañeros.

“-¡¿Control mental?! ¿No había un tema más extraño? Sra. Reyes, ¿por qué tenemos que quedarnos a escuchar al friki? ¿No le da pereza?”

 En realidad la profesora no tenía tampoco ningún interés en escuchar las pueriles fantasías de un adolescente fanático de la ciencia ficción y eso del “control mental” le sonaba lo mismo que si le estuvieran hablando de abducciones. Sin embargo reprimió a Helena por deslenguada, aunque sin excederse, pues conocía las influencias que el padre de aquel demonio tenía en el claustro.

“-¡Haz el favor de respetar a tu compañero! No es así cómo te han educado tus padres.”

 Al chico, sin embargo, esa falta de respeto no había hecho más que endulzarle el momento. Se le ponía dura tan solo con pensar en lo que estaba a punto de suceder y su rostro no podía ocultar la satisfacción. Antes de empezar a hablar, se entretuvo en mirar una por una las caras de todos aquellos que durante tanto tiempo le habían estado martirizando, sabía que nunca volverían a ser tal y como les había conocido.

  Con voz pausada y mirada tranquila Osvaldo empezó a narrar con todo detalle cómo había logrado someter a su familia y lo que había estado haciendo con ellos desde entonces. No olvidó ningún punto: el hallazgo de su libro, las pruebas con su hermanita, la sumisión incondicional de su madre… No le importaba estar rebelando su más preciado secreto, pues sabía que cuando terminara su explicación los tendría a todos bajo control.

 Y, a medida que desarrollaba su relato, fue extendiendo su poder sobre todos los que le escuchaban, induciéndoles a permanecer atentos a la vez que evitaba que nadie pudiera interrumpirle o tratar de abandonar el aula.

 Una vez lo tuvo todo bajo control, obligó a Inés a subir con él a la palestra y se dispuso a culminar su explicación con una demostración final. La muchacha no podía evitar que su voluntad se doblegara ante cualquier deseo de su nuevo amo y, ante la sorpresa de sus amigas, se dirigió cabizbaja hacía la tarima a la espera de las órdenes de Osvaldo.

“-Inés, cuéntales lo que hemos estado haciendo hace un momento en el lavabo.”

Y la chica empezó a contar avergonzada cómo había salido de clase para ir al baño a masturbarse y su posterior encuentro con Osvaldo, sin olvidar la ración de poya que le había suministrado tanto en su boca como en su culo. Cada palabra que pronunciaba se clavaba en su garganta como un cuchillo y lo más terrible aún estaba por llegar.

“-Al principio me dolía, pero pronto he empezado a sentir placer. Me ha producido más morbo del que os podéis llegar a imaginar.”

 Mientras decía esto, Osvaldo se entretenía sobando descaradamente las zonas más íntimas de su anatomía, sin que la chica diera muestras de oponer la más mínima resistencia. Nadie podía dar crédito a lo que estaba sucediendo y, sin embargo, todos permanecieron inmóviles en sus pupitres, contemplando en silencio la terrible escena.

 Inés seguía atrapada en el interior de su cuerpo, mientras se exponía a los sucios tocamientos de su amo ante toda la clase. Su mirada errante pronto se encontró con la de sus dos amigas, las cuales, al igual que el resto de sus compañeros, seguían mirándola fijamente, incapaces de apartar los ojos de ella.

 Los ojos de Osvaldo irradiaban satisfacción cuando vio a su esclava volverse de espaldas al auditorio para empezar a quitarse los pantalones mostrando sus nalgas ante el silencioso auditorio. Después bajó sus braguitas dejándolas a medio muslo y empezó a separarse las nalgas con ambas manos mientras inclinaba su cuerpo hacia delante, tratando de que su ano fuera lo más visible posible.

 Deseaba mostrarle a sus compañeros con detalle lo que su amo había hecho con ella. Se esforzó lo más que podía en mantener su culo bien abierto, intentando que algún rastro de semen en la parte interior de sus glúteos pudiera ilustrar a la clase acerca de lo sucedido. Pero ya no quedaba nada de lefa en su interior, todo había ido a parar a sus braguitas. Aunque eso no suavizó en nada la humillación que sentía.

 Hasta  ahora Inés siempre había sido un modelo de conducta para sus compañeros, una chica responsable, educada y muy buena estudiante. Y sin embargo ahí estaba ella, separando bien sus nalgas para que todos pudieran ver claramente su ojete inflamado asomando por encima de su coño abierto.

 Lo más duro para ella fue constatar que estaba volviendo a excitarse y, sin quererlo, empezó a preguntarse a cuantos de sus compañeros habría conseguido ya ponérsela dura. Durante unos largos segundos no pudo oírse ni una mosca volar en aquella aula, mientras todos permanecían enmudecidos con la vista clavada en los orificios de su angelical compañera.

 Pronto hubo quien no pudo contenerse y algunos alumnos empezaron a tocarse la poya con más o menos disimulo. Osvaldo estaba caldeando el ambiente, tratando con su poder de mantener a toda la clase en un estado de excitación constante, pues sabía que de este modo le resultarían más manejables. El chico era consciente de cómo sus miradas ansiosas se clavaban en los orificios de la muchacha pidiendo más carne.

 También sus compañeras empezaban a sentir en sus propias carnes los efectos de la sugestión y, aunque algo mas discretamente que en sus compañeros varones, su excitación comenzaba a ser visible en cada uno de sus movimientos.

 Algunas de ellas se revolvían nerviosamente en sus asientos tratando de contener la pujante humedad que se iba apoderando irremediablemente de sus entrepiernas.

 Llegados a este punto, Osvaldo se decidió a dar una última vuelta de tuerca a la situación.

“-Inés, ¿a qué esperas? ¡Enséñanos lo mucho que te gusta darte placer!”

 Tras oír la orden, Inés, cuya voluntad se había evaporado ya definitivamente, permaneció en la misma postura en la que estaba, expuesta ante sus compañeros, limitándose a deslizar una de sus manos entre sus muslos para acariciar su coñito.

 Lo encontró ya completamente  mojado y, al meter el primero de sus deditos, un fuerte gemido escapó de sus labios rompiendo el silencio ceremonial que se había apoderado de la clase.

 Su otra mano no permaneció ociosa por mucho tiempo y enseguida fue a encontrarse con su pareja en los sucios manejos con que la muchacha regalaba exploraba su intimidad. La bella Inés no tardó en perder por completo el control y empezó a penetrar ambos orificios con sus dedos, procurando en todo momento que su masturbación fuera perfectamente visible de la primera hasta la última fila.

 Ya eran pocos los compañeros que mantenían la compostura; la mayoría de ellos, incapaces de contener sus impulsos, se habían sacado la poya y se masturbaban de forma grosera. La situación resultaba incomoda para todos. Aunque lo era especialmente para las chicas, que veían impasibles cómo sus compañeros, convertidos en auténticos sátiros, aprovechaban el escabroso espectáculo para masturbarse, transformando el aula en sórdido sex shop.

 Aquello resultaba desagradable e irreal a partes iguales y estaba degenerando a una velocidad vertiginosa. Pero, a pesar de que muchas desearon poder escapar de aquel lugar, ninguna consiguió moverse del lugar en que se encontraba.

 El primero en cruzar la línea fue uno de los chiquillos de la última fila. Se llamaba Andrés y era el típico pajillero; usaba unas horribles gafas de culo de baso y tenía un serio problema de acné.

 Andresito llevaba ya un buen rato machacándose la poya, en realidad había sido uno de los primeros en dejarse llevar por el espectáculo. Hacía largo tiempo que el chiquillo suspiraba también por Inés al igual que tantos otros compañeros. Y ahora estaba ahí, exhibiéndose ante todos como en sus más oscuros sueños.

 La excitación que aquel chaval sentía se había vuelto incontrolable y, de pronto, hizo algo inesperado. Inclinó su cuerpo hacía el costado y, acercándose a su compañera, posó una mano sobre su espalda y trató de meterla bajo sus tejanos, en busca de sus nalgas.

 Nuria, su compañera de pupitre, era una chica rubia, delgada y tímida. Aunque era bastante bonita, siempre vestía de una forma más bien discreta, como si tratara de disimular con ello su belleza. Al igual que sus compañeras, Nuria no comprendía nada de lo que estaba sucediendo, sin embargo no podía apartar la mirada del perverso espectáculo que Inés les estaba ofreciendo. Y cada vez se sentía más excitada.

 Las blancas braguitas de niña buena que Nuria vestía se habían pegado a su cuerpo a causa de la humedad y hacía ya un rato que la dulce muchacha apretaba su entrepierna contra la silla sin conseguir calmar con ello sus ardores. Por eso, aunque siempre había guardado la distancia con los chicos, esa vez no opuso ninguna resistencia cuando su compañero de pupitre trató de tocarle el culo. Al contrario, inclinó su cuerpo hacia delante facilitándole el camino.

Ésta actitud envalentonó al joven que al fin se soltó la poya para sobar sus tetas con la misma mano con la que se había estado pajeando durante todo ese rato. Nuria no tenía los pechos muy grandes pero, al tocarlos, los encontró duros como dos rocas, con los pezones de punta. Y, aunque el chico los manoseaba a placer, ella siguió sin inmutarse lo más mínimo.

 Sintió el olor a poya que emanaba de las manos de aquel sucio frikie, que no paraba de sobarla por todo el cuerpo, y su mente empezó a nublarse. Finalmente se vio incapaz de resistir el impulso y, llevando su mano al vientre de aquel muchacho, le agarró el miembro y empezó a sacudírselo con fuerza. Al poco tiempo se inclinó hacia él y se lo introdujo en la boca regalando así a su compañero la primera mamada de su vida.

 Aquello fue la espoleta que puso en marcha el perverso mecanismo que Osvaldo había construido y todos sus compañeros, que hasta el momento habían permanecido inmóviles en sus asientos, se enzarzaron entre ellos en las más diversas posturas sin que pareciera importarles lo más mínimo la persona con quién lo hicieran.

 Cada uno de ellos trataba de saciar su calentura con el compañero que estuviera más a mano. Y así fue como, sin haberlo querido ni buscado, muchos de ellos se encontraron intimando más de la cuenta.

 Había una zona en la esquina trasera del aula donde siempre se habían sentado los chicos, agrupándose entre ellos para poder comentar la jugada. Éstos, sin poder hacer nada para evitarlo, empezaron a chuparse las poyas entre ellos, fundiéndose aún en contra de su voluntad en una salvaje orgía homosexual. Hubo quién incluso, arrastrado por la emoción del momento, acabó sodomizando con fuerza a su amigo del alma.

 Vicente, liberando su enorme pene erecto, se había abalanzado sobre la gordita que se sentaba en el pupitre que había frente a suyo y se la estaba follando salvajemente, envistiéndola por debajo de su enorme trasero mientras mantenía su vestido levantado. Y Felicia, pues así se llamaba la gordita, gritaba y gemía de placer sintiendo al fin su virginidad quebrarse.

 Osvaldo disfrutaba del espectáculo, especialmente cuando se fijo en las amigas de Inés, las cuales habían empezado a dejarse llevar. Helena le sobaba el coño a su amiga por debajo de las bragas mientras ésta le paseaba una mano por debajo del apretado vestido, acariciando con suavidad sus nalgas y los bordes de su rajita.

 Ambas se mantenían abrazadas con fuerza la una contra la otra, aplastando sus pechos entre sí, mientras mantenían la mirada aún clavada en el chorreante coño de su íntima amiga, que seguía masturbándose groseramente ante todos.

 Cada segundo que transcurría las ponía más cachondas. Y, aunque ninguna de ellas dos había mostrado antes la más mínima tendencia al lesbianismo, ambas terminaron por fundirse en un húmedo beso, aumentando exponencialmente la excitación que sentían hasta transformarlas en dos perras en celo.

 Tampoco la profesora Reyes logró mantenerse al margen de aquel estallido de locura colectiva. La maestra se había colocado en cuclillas sobre uno de los extremos de la tarima, con las bragas por los tobillos, y frotaba con fuerza su clítoris mientras con la otra mano mantenía su falda levantada, de forma que su peludo coño cuarentón quedaba totalmente expuesto ante sus alumnos.

 Llegados a éste punto Osvaldo sintió que ya no podía aguantar su erección ni un instante más y, obligando a Inés a tenderse sobre la mesa de la maestra, se dispuso a penetrar su preciado coñito.

 Quería disfrutar aquel momento al máximo, así que se tomó un tiempo en colocar su herramienta en posición, paseando su capullo a lo largo de la húmeda rajita, como si tratara de advertirla de la inminente follada que iba a recibir. Su satisfacción llegó al límite cuando, al empezar a penetrar a su amada, sintió una resistencia en su interior.

 Éste descubrimiento hizo que su poya alcanzara la consistencia de una viga y, antes de arrebatarle a la esclava su virginidad, se inclinó a lamerle la nuca mientras le susurraba unas últimas palabras al oído.

“-Voy a follarte. Relájate y disfruta.”

Acto seguido, Osvaldo hundió en ella su herramienta de un único empujón. Inés estaba tan mojada que no percibió ningún dolor y, al sentir su virginidad quebrarse, dejó escapar un perverso alarido de placer tan sonoro que llegó a escucharse claramente desde las aulas contiguas mientras Osvaldo seguía clavando en ella su duro miembro sin darle el más mínimo respiro.

 Sus caderas pronto se habían habituado al ritmo de las embestidas de su amo y ambos se fundían entre sí como hacen los animales al acoplarse. Al levantar la mirada entre jadeos, todo lo que su vista alcanzaba a ver eran las grotescas imágenes de sus compañeros, apareándose entre ellos en una salvaje orgía que se extendía hasta el último de los alumnos que se encontraban dentro del aula de aquel elegante instituto.