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El poder de Osvaldo (9: Dia de clase)

en Control Mental

 El desayuno transcurrió como en cualquiera de los días anteriores, aunque quizás algo más silencioso. En las miradas de todos se percibía que algo había cambiado. En sus mentes seguían aun presentes los recientes acontecimientos y, por mucho que quisieran negarlo, todos conocían ya la nueva realidad.

 Tan solo Maite, en un último intento por mantener la vida que siempre había llevado, trataba de dar una imagen de normalidad. Aunque su coño se estremecía cada vez que su mirada se encontraba con la de su hijo, Osvaldo. Éste se limitaba a observarla fríamente, analizando cada uno de sus movimientos. Se divertía al comprobar la estéril lucha que su madre mantenía consigo misma, pues sabía que sus defensas ya habían caído definitivamente. Ella estaba bajo su poder, por mucho que se resistiera a aceptarlo.

 Ramón, por su parte, seguía pensando en la maratoniana sesión de sexo que había vivido, coronada por la irrupción de su pequeña hijastra en su orgía particular. Recordó como había plantado sin ningún reparo ese dulce coñito rubio que tan bien conocía en la boca de su madre, retorciendo su cuerpecito saturado de placer, y, antes de que pudiera terminarse el desayuno, su poya volvía a estar dura como una roca.

 Cuando llegó el momento de irse, el bulto en sus pantalones era descomunal, detalle que no pasó desapercibido a la pequeña Marta, la cual, acercándose a su padrastro con la actitud de una niña traviesa, llevó la mano a su paquete y, mirando pícaramente a su falso padre a los ojos, le dijo con voz inocente:

“-¡Jo, papi, cómo estás! ¿No pretenderás salir así a la calle? Espera, voy a ayudarte.”

 Y, ni corta ni perezosa, se dispuso a abrir la bragueta del adulto y, tras liberar el rígido falo de su prisión, empezó a chuparlo ostentosamente sin importarle lo más mínimo tener a toda su familia delante, mirando. Al poco rato la pequeña, a quien el sabor de las poyas empezaba a excitarla casi tanto como la obediencia, decidió dar un nuevo paso en su depravación y, bajando su pantaloncito apretado hasta las rodillas, se arrimó de espaldas a su padrastro, pegando su culito desnudo al excitado miembro.

 Sintió unas manos que exploraban su cuerpo, deteniéndose en las duras montañitas que formaban sus pechos, estrujándolos a consciencia, mientras aquella estaca se enterraba entre sus nalgas. Excitada como estaba, la chiquilla decidió darle una agradable sorpresa a su papaíto e interrumpió bruscamente aquél agradable roce para dirigirse torpemente hacia un rincón de la estancia.

 Una vez ahí reclinó su cuerpo sobre el mármol de la cocina y, sujetando firmemente sus nalgas con ambas manos, procedió a separar lo más que pudo los cachetes de su culo hasta conseguir que, sobre su excitada rajita, emergiera la imagen de un ojete enrojecido y redondo, claramente visible para todos los presentes. Y entonces le hizo una oferta que no podía rechazar.

“-Papi, hoy me apetece por detrás. ¿Te gustaría probar mi culito?”

 Ramón, como única respuesta, se abalanzó inmediatamente sobre la pequeña, poya en mano, y empezó a encularla con fuerza ante la absorta mirada de todos los presentes. Aunque la única que daba muestras de escandalizarse era Maite.

 La desorientada madre no había recibido ninguna orden directa, de manera que, en ese momento, podía decirse que su mente era en cierta medida libre. Sin embargo se sentía obligada a actuar con normalidad y siguió recogiendo la mesa como si nada estuviera sucediendo aunque con el rostro compungido.

 Los jadeos resonaban en su cabeza y, cuando miró a sus hijos, encontró a Laura que, apoyada sobre la mesa, se ofrecía a su hermano en actitud sumisa mientras éste manoseaba su cuerpo a consciencia, llevando sus manos bajo la ropa, y mantenía la mirada fija en la salvaje enculada que Ramón le estaba propinando a la pequeña.

 Lo que más incomodaba a Maite era sentirse consciente de la humedad que empezaba a abrirse camino a través de sus finas bragas de encaje. Pronto la situación se le hizo insostenible y, sabiéndose al menos dueña de sus actos, decidió que había llegado el momento de irse y se dirigió a sus hijos ignorando los obscenos juegos en que se habían enzarzado.

“-¡Osvaldo! ¡Laura! Vámonos ya que llegaremos tarde.”

 Osvaldo sopesó por unos instantes la idea de obligar a su madre a esperarse hasta el final de la función. No obstante, terminó inclinándose por la idea de continuar dándole algo de libertad. Empezaba a darse cuenta de que jugar con el libre albedrío de sus víctimas era uno de los aspectos más estimulantes de su investigación. De todos modos, aunque ella lo ignorara, su madre no dejaba de ser otro ratoncito atrapado en su laberinto particular.

 Nada impidió que, de camino al instituto, Osvaldo empezara a follarse a Laura sin previo aviso en el asiento de atrás de su coche. Se habían colocado justo en el centro, de forma que el coito era perfectamente visible para su madre en el retrovisor, además del amplio abanico de expresiones obscenas que reflejaba el rostro de su hija, presa de la lascivia.

 Laura estaba sentada a horcajadas sobre la poya de su hermano, de espaldas a él. Sus manos sujetaban con fuerza los agarraderos de ambos extremos del vehículo, mientras su cuerpo aprovechaba cada una de las sacudidas del trayecto para hundir la dura herramienta de su hermano en lo más profundo de su cuerpo de un solo golpe.

 Osvaldo, en cambio, se preocupaba de mantener el culito de su hermana bien centrado en el asiento, de forma que su madre tuviera en todo momento una clara visión de su coito en el espejo.

 Maite se esforzaba inútilmente en desviar la mirada. Su excitación había llegado ya a límites extremos y no paraba de aumentar. El constante chapoteo de la poya de su hijo entrando y saliendo de la húmeda vagina de su hermana, resonaba en su mente, martilleándole los oídos hasta anular su razón.

 Al poco rato perdió por sí misma los pocos escrúpulos que le quedaban y empezó a acelerar y a dar pequeños volantazos o hasta algún golpe de freno. Lo hacía presa de una febril excitación, ansiosa por ver en el espejo cómo aquel hermoso pene se hundía con violencia en el inflamado coño de su primogénita.

 La urbanización en la que vivían estaba algo alejada de la ciudad y, en la dirección en la que iban, debían cruzar una pequeña extensión de bosque. Fue en ese punto cuando Maite decidió ceder a sus instintos y, tomando un camino lateral, llevó el coche hasta un lugar donde quedaba oculto entre los árboles y detuvo el motor.

 Tras esta maniobra se volvió ansiosamente hacia la parte de atrás del vehículo y trató de acceder a ella pasando entre los asientos. Sin embargo la ansiedad hizo que calculara mal sus movimientos, quedando atrapada entre los dos respaldos con la mitad de su cuerpo aún en la en la cabina del conductor y sus piernas colgando en la parte trasera.

 Aquella maniobra divirtió enormemente a sus hijos que, interrumpiendo por momentos su enésimo incesto, se dispusieron a levantarle el vestido a su madre, empujando su cuerpo aún más entre los asientos hasta dejarla definitivamente atrapada, y empezaron a manosearla inmediatamente.

 Maite había perdido la cordura largo rato atrás y lo único que salía de su boca eran suspiros y algún gemido de placer cuando las expertas manos se posaba en el lugar adecuado. Con tan solo una mirada Laura comprendió lo que tenía que hacer para contentar a su amo y, sin dejar de deslizar su lengua a lo largo de los muslos de su madre, le fue bajando las braguitas hasta quitárselas del todo. Una vez sostuvo esa prenda en la mano se sorprendió por lo húmeda que estaba y, entregándosela a su hermano, se lo hizo saber.

“-Mira amo, está putita se ha puesto muy cachonda.”

 Laura hurgaba groseramente en la gruta de su madre mientras mantenía su vulva bien abierta, mostrándole a su hermano la humedad que escondía. De vez en cuando acercaba su cara a aquél coñito supurante y le regalaba unos cuantos lengüetazos, lo cual era respondido con un largo gemido que sonaba tras los asientos.

 Una señal de su hermano hizo que la chica dejara de jugar por unos momentos con el coñito de su madre, que a estas alturas ya jadeaba escandalosamente, y, sujetando la poya de Osvaldo en su mano, fue empujando el cuerpo de su madre hasta ensartarlo en ella, dejándola tan encajonada que la presión de los asientos apenas le permitía respirar.

 El torrente de sensaciones que Maite estaba recibiendo era abrumador. Se encontraba al borde de la asfixia, atrapada en la agobiante gomaespuma de la tapicería mientras su propio hijo la embestía por detrás haciendo que su cuerpo se hundiera aún más entre los asientos. Su cuerpo había llegado ya hasta la base y el freno de mano se clavaba contra uno de sus pechos, rozando su duro pezón en cada una de las salvajes embestidas de su hijo. Atrapada como estaba, esa poya estaba llegando a los lugares más remotos de su interior, dándole placer sin límites.

 Laura seguía acompañando cada una de las embestidas de su hermano, sujetando firmemente el culo de su madre, mientras jugueteaba con sus deditos en los alrededores de su ano. Cuando finalmente sintió que la mujer se acercaba al orgasmo, introdujo de golpe su dedo corazón en el recto de su madre, provocándole al instante un brutal orgasmo que se prolongó durante casi un minuto.

  Osvaldo todavía tardó unos segundos en correrse, descargando toda su leche en el interior de su madre. Una vez hubo vaciado su carga, extrajo su miembro pringoso de flujos y restos de semen y dejó que su hermana se lo limpiara cuidadosamente con la boca.

 Laura, tras dejar reluciente la herramienta de su hermano, empezó a recoger con su lengua los abundantes restos de sexo que había en el cuerpo de su madre. Empezó por sus muslos y fue subiendo lentamente hasta alcanzar su coño. Una vez ahí estuvo largo rato chupando, lamiendo y sorbiendo todos los restos de semen que habían quedado en su madre.

 Le estaba comiendo el coño con tanta intensidad, que su madre volvió a correrse, aunque está vez todo el producto de su corrida fue a parar íntegramente al interior de la hambrienta boquita de Laura, que tragó satisfecha hasta la última gota del flujo que soltó igual como antes había hecho con el semen de su hermano. Cuando hubo terminado su cometido, se volvió de nuevo hacia su hermano y le besó en los labios, introduciendo la lengua en su boca para que pudiera saborear el interior de su madre.

 Después la ayudaron a salir del lugar en que había quedado atrapada. Uno de sus pechos había escapado de los bordes de su escote y en él se apreciaba claramente la marca del freno de mano atravesando su borde inferior, hasta llegar a cruzar su enrojecido pezón. Su cuerpo aún se estremecía con la intensidad de los orgasmos que acababa de sentir.

 Maite otra vez sintió la necesidad de actuar como si nada hubiera ocurrido y, abrochándose el cinturón, se dispuso a emprender de nuevo el camino hacia la escuela mientras acababa aún de colocarse la ropa. Sin embargo olvidó ponerse las braguitas de nuevo por lo que, irremediablemente, una grotesca mancha de humedad empezó a formarse en la parte trasera de su vestido, justo a la altura de su coñito, sin que ella pudiera darse cuenta.

 Cuando llegaron a su destino, se despidió fríamente de sus dos hijos y se alejó del lugar lo más deprisa que pudo. Seguía sin aceptar los cambios que estaba sufriendo su vida. Los acontecimientos que se habían desarrollado en las últimas semanas la horrorizaban y, sin embargo, cuanto más pensaba en ello, más sentía humedecerse su entrepierna, hasta que finalmente tuvo que detener de nuevo el coche para saciar su calentura.

 Fue entonces, tras correrse de nuevo, cuando descubrió la mancha de humedad que había quedado estampada en la falda de su vestido. Por desgracia ya no estaba a tiempo de ir a cambiarse y no le quedó más remedio que presentarse en la oficina esperando que nadie reparara en su falda.

 Osvaldo y su hermana, por su parte, se dirigieron tranquilamente a sus respectivas clases. Laura ya ni siquiera recordaba lo sucedido.

 Ambos llegaban con retraso y los pasillos estaban desiertos. Antes de entrar en clase, Osvaldo extrajo las braguitas de encaje que guardaba en su bolsillo y aspiró el aroma de su madre que aún permanecía en la humedad de aquella prenda. Olía a victoria.