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El Poder de Osvaldo 23: Secretos de familia.

en Control Mental

Sandra se despertó con el coño en llamas. Todavía conservaba en su labios un agrio sabor a semen. La noche anterior, como tantas otras, su hermanito le había obligado a chupársela hasta vaciarse en su boquita. Y ella se había tragado toda su corrida sin rechistar.

No conseguía entenderse a sí misma. La situación era humillante y seguía degradándose cada vez más, sin embargo, por mucho que lo intentara, era incapaz de oponerse a los deseos de su hermano. Y, muy a su pesar, la situación empezaba a gustarle.

No podía negar que todo aquello la excitaba más que nada de lo que hubiera experimentado en su vida anterior. Se sentía sucia y humillada. Y eso la ponía a mil. Nunca se había masturbado tanto como durante aquellas últimas semanas. Sentía que se iba a deshidratar de tanto correrse y, aún y así, no se quedaba satisfecha hasta sentir la larga, estrecha y muy dura poya del pequeño Juanito clavándose en su hambriento y excitado coño.

Cada vez disfrutaba menos de los asépticos y desangelados polvos que le echaba su novio las pocas veces que conseguía mantener su erección. Y la excitación de la joven muchacha no paraba de crecer exponencialmente. Comenzó a modificar sus hábitos de forma inconsciente. Lo cierto es que Sandra nunca había sido demasiado recatada. Sin embargo, sus faldas y sus escotes empezaron a acortarse cada vez más hasta reducirse a su mínima expresión hasta el punto de empezar a llamar la atención por la calle.

No es que antes hubiera pasado desapercibida. Sus enormes y bien formados pechos adolescentes, unidos a su larga melena pelirroja y sus grandes ojos verdes, siempre habían hecho estragos. Pero, últimamente la cosa se estaba yendo de madre y empezaba a escapar a su control. Cada vez eran más los hombres que se acercaban a susurrarle asquerosidades al oído sin que pareciera importarles su temprana edad. Algunos llegaron a propasarse tanto con la chiquilla que habrían estremecido al mismo marques de Sade.

No había día en que alguien no aprovechara las aglomeraciones de la hora punta para recrearse con los atributos de la pequeña lasciva. Nunca profirió un sonido, ni una sola queja. Se limitaba a dejarse hacer cada vez que un desconocido posaba sus manos o su paquete sobre ella, sin importarle si lo hacían de forma más o menos disimulada. Y, en mas de una ocasión, ella misma los buscaba.

Su coño siempre estaba mojada, manteniéndola en un estado de excitación febril. Aprovechaba cualquier momento para desfogarse, desde primera hora de la mañana, utilizando para ello sus manos o cualquier objeto que tuviera a su alcance. Pero lo único que conseguía era estar cada día más cachonda.

La mayoría de sus recuerdos seguían reprimidos, pero estaban haciendo meya en el subconsciente de la pelirroja. Cada vez que pensaba en su novio o sus amigas miles de imágenes obscenas cruzaban por su mente sumergiéndola de nuevo en su particular ensoñación. No había compañero o compañera suya de clase a quién no visualizara teniendo sexo en las más variopintas formas y posturas. Era como si conociera su olor, su sabor.

Por supuesto ella no sabía que había saboreado ya muchas veces todas y cada una de aquellas poyas y aquellos coños. Era como si su cuerpo tratara de avisarla de lo que estaba sucediendo y de lo mucho que le gustaba en realidad su nueva vida. Y así fue como, progresivamente, su vida se había ido adaptando a los condicionantes que le habían sido dados.

Osvaldo le causaba una especial turbación. Recordaba muy bien el poco respeto que ella y sus amigas habían mostrado siempre por el chico. Sin embargo, ahora era incapaz de pensar en él sin llegar a marearse de la excitación. Le veía como una fuente inacabable de placer y depravación. Sentía que haría cualquier cosa que él le pidiera por retorcida que fuera, pero no era capaz ni de hablarle. En lugar de eso se limitaba a exhibirse ante él, insinuándose a todas horas, como una vulgar puta de carretera. Y lo único que conseguía eran algunas miradas fugaces a sus atributos.

Osvaldo ya había tenido tiempo para disfrutar de aquel joven y voluptuoso cuerpo. Ahora prefería observar como su esclava evolucionaba por sí misma con los condicionantes que Inés le había introducido. Se recreaba viendo como su amada quebraba la voluntad de sus amigas, transformando su personalidad al gusto de su nuevo amo, un gusto perverso.

Sandra se pasaba el día tan cachonda que comenzó a reproducir en su vida consciente todas las atrocidades a las que sus manipuladores compañeros la habían inducido. Empezó por cogerle el gusto a humillar al estirado de su novio. Enseguida se dio cuenta que aquel panoli era incapaz de dejarla y dio rienda suelta a sus mas bajos instintos. Le gustaba comportarse como una puta con todo el mundo cuando estaba con él y, en más de una ocasión, terminó por tener sexo en su presencia.

También se insinuaba con sus amigas a todas horas. Llegó a tener más de una discusión con Helena por este motivo. Su amiga, siempre tan estirada, también había sufrido un cambio espectacular en los últimos meses. Parecían excitarle aquellos juegos, aunque nunca dejó que pasara de unos roces aparentemente no tan casuales.

Otra historia fue lo que sucedió con Inés, la auténtica artífice de todo, quién enseguida descubrió que le daba mucho más morbo dejar que su amiga le comiera el coño conscientemente, después de suplicarle, que cualquier otra cosa a la que hubiera podido obligarla.

Pronto no hizo falta inducirla a nada, pues era ella misma quién perpetraba con gusto todo tipo de actos obscenos. No tardó en observar que podía doblegar la voluntad de sus compañeros para su propia conveniencia como hacía su hermano con ella. Y pronto aceptó como naturales todas las cosas que en ese instituto pasaban.

Cada noche esperaba con ansia a que su padre se durmiera para recibir a su hermano, quien venía a someterla de todas las formas imaginables. Era incapaz de negarle nada ni de ocultárselo. Él sabía perfectamente como quería ser tratada. Y nada le ponía más que ver a su tierno e inocente hermanito rebajándola como a la peor de las putas. Follaban todos los días. Ella siempre se dejaba dominar. Pero aquella mañana su excitación desbordaba todos los límites. En su mente aun guardaba aquél último polvo y la imagen de un sueño del que no sabía si era un recuerdo o un producto de su imaginación.

Llevó su mano hasta la parte superior del pantalón de su pijama y lo encontró tan mojado que la tela se había adherido a su piel. Un fuerte olor a sexo y excitación invadió la atmosfera al retirar las sabanas de su cama. Sandra estaba inspeccionando el alcance de la mancha de humedad que había producido en su pijama, la cual prácticamente le llegaba a medio muslo. No pudo reprimir el impulso de introducir una mano por debajo del elástico de su pantalón para tantear la zona afectada, frotando con fuerza su enhiesto clítoris que ya amenazaba con estallar a una hora tan temprana.

Deslizó dos dedos en su encharcada vagina y empezó a chapotear en su cueva mientras pensaba todo tipo de guarradas. Se imaginó a su querido padre mirándola, poya en mano, y eso le dio un morbo descomunal. También fantaseaba con su hermano jodiendo a su propia madre. Sus dedos entraban y salían de su coño a gran velocidad. Pero enseguida supo que con eso no tendría bastante. Así no se iba a correr. Necesitaba a su hermano.

Normalmente Juanillo no se arriesgaba a visitarla por las mañanas, a menos que su padre estuviera de viaje, pues sí bien iba a acostarse siempre temprano, también se levantaba igualmente pronto. Pero aquel día Sandra ansiaba tanto su ración de poya que salió en busca de su hermanito sin importarle lo que pudiera suceder.

Avanzó silenciosamente por el pasillo de la casa hasta alcanzar la habitación en la que su hermano aún dormía. Todo estaba en silencio y la pelirroja pensó que no había peligro, pues su padre seguía sin dar señales de levantarse. A pesar de ello puso sumo cuidado al abrir la puerta de la habitación y avanzó, ajustando la puerta tras de sí para evitar hacer ruido al cerrarla.

Frente a ella, su hermano estaba tumbado de lado en su cama, con las sabanas tapando su cuerpo hasta la cabeza. Al verle dormido, nadie habría dicho que aquél chavalín fuera capaz de doblegar a un bombón como su hermana.

Sandra entró en la habitación ronroneando como una gatita. Miró a su hermanito con ternura y, lentamente se fue acercando al borde de su cama. Permaneció ahí unos momentos, viendo como su hermanito descansaba, ¡estaba tan mono! Iba a desistir de su propósito cuando sintió como el chiquillo se revolvía en la cama, destapando parcialmente su cuerpo y dejando la parte inferior al descubierto. Su cara y su torso quedaban cubiertos por la sabana que se había enrollado en su torso, dejando el resto expuesto,  y su poya, aún en reposo, se marcaba claramente bajo la tela del pijama.

Aquello la envalentono a alargar la mano y palpar esa masa de carne que no tardó en liberar de su pantalón. Se sentía la más sucia de las mujeres, pero eso no impidió que se recostara en la cama y se metiera en la boca aquel pene dormido, degustando el aroma a coño con el que ella misma lo había embadurnado la noche anterior.

Estuvo chupándo la poya de su hermanito en silencio durante unos minutos, sintiendo como crecía en su interior, mientras se acariciaba lentamente por encima del pantalón. Cuando sintió que su hermano empezaba a despertarse, aceleró el ritmo de su mamada hasta que al fin sintió las manos del adolescente sujetándole la cabeza con fuerza, entonces supo que había despertado. Ésta vez era distinta, le gustaba tener el control.

“-Mfmmmm, Sandra, ¿qué haces?”

Para Juan fue todo un shock despertarse con su hermana mayor enganchada a su poya. Lo cierto es que ya había interiorizado que podía hacer con ella lo que quisiera, pero aquello estaba escapando a su control. Y al mirar a su hermana a los ojos, con su poya metida en la boca, se dio cuenta de lo bonita que en realidad era.

“-¿Que te pasa, hermanito? ¿No te gusta?”

Aunque solo fueran unos segundos los que Sandra tardó en volver a agarrar su poya, se le hicieron eternos. Por eso, en lugar de contestarle, la cogió por el pelo obligándola a tragarse su falo hasta el fondo de la garganta. Pero Sandra no estaba dispuesta a ceder el control y siguió mamando con fuerza hasta que la mano de su hermanito dejó de sujetarla.

Iba haciendo pequeñas pausas en su felación para luego volver a chupar con más fuerza. Quería llevar a su hermano hasta los límites de la excitación. Cuando sintió que iba a correrse le apretó fuerte la poya por la base, interrumpiendo su hermano y con una voz de salida que resultaba apenas reconocible empezó a susurrarle obscenidades al oído.

“-¿Vas a follarme hermanito? ¿Vas a hacerme tu putita?”

Estaba mirando a su hermano fijamente a los ojos mientras desabrochaba la parte superior de su pijama, liberando sus duras e hinchadas tetas ante la atenta mirada del adolescente. Después dio media vuelta, y gateó sobre la cama hasta postrarse ante su hermano a cuatro patas de modo que su culo y su coño quedaban expuestos ante el menor, así como la gran mancha de humedad que se apreciaba en su pijama, más espectacular si cabe vista desde atrás, en esa postura.

Sus sensuales pechos colgaban firmes apuntado hacia el suelo con sus duros pezones. Sandra miró a su hermano con ojos de infinita depravación mientras deslizaba la goma de sus pantalones sobre sus nalgas hasta medio muslo, mostrando su gran coño supurante a unos pocos centímetros de la cara de su hermano menor.

Para Juanito aquel fue el momento culminante de toda una serie de acontecimientos que para él empezaron muchos años atrás, cuando su hermana empezó a desarrollarse. Siempre había estado obsesionado con ella, desde bien pequeño. La había espiado en infinidad de ocasiones cuando se cambiaba o cuando traía a sus novios a casa. Aunque, por muchas pajas que se hubiera hecho pensando en ella, nunca imaginó que llegaría un día como aquel.

Se sentiría por siempre agradecido a Inés, su ángel, su salvadora, sin la cual nunca habría osado ni soñar en todo aquello. Ella fue quién le explicó como podía someter a su hermana, como manipularla hasta doblegar su voluntad. Y, aunque sabía muy bien que su ama vendría algún día a reclamar su deuda, al pensar en su hermana ofreciendo su sexo mojado, sintió que valía la pena.

El pequeño Juan estuvo contemplando aquel glorioso coño durante unos minutos. Su hermana tenía un coño grande y majestuoso, coronado por dos gruesos labios exteriores y una mata de pelo rojizo perfectamente recortada. Vista desde atrás, con la perspectiva privilegiada de la que en ese momento estaba gozando su hermanito, podía apreciarse perfectamente la humedad que emanaba de su enrojecida hendidura, resbalando por su vulva.

“-¡Vamos, cerdo! ¡¿a qué esperas?! ¡lléname el coño de leche!”

Sandra tenía la voz tan ronca por la excitación que sus palabras parecieron más un gruñido que una súplica, pero cumplieron con su función. Aun no había terminado la frase y ya estaba empalada con la durísima herramienta del “chiquitín”.

Juanillo le tiraba del pelo y le apretaba fuerte los pechos. Le susurraba tremendos insultos. La llamo “golfa” y “puta”, como a ella le gustaba. Y, aunque procuraron no hacer nada de ruido, la cosa se les fue de las manos, alertando a alguien más en la casa.

El pequeño Juan tenía la vista fija en el enorme trasero de su hermana, hipnotizado por la manera en que su poya era engullida por aquel coño hambriento. Por eso, aunque estaba de frente, no pudo ver como se abría la puerta que daba al pasillo.

Sandra, en cambio, pudo ver como aquella puerta se abría y a su padre emergiendo tras ella. El shock les dejó a ambos paralizados mirándose frente a frente, al contrario de Juanito, que siguió embistiendo a su hermana como si no hubiera un mañana. Fue entonces cuando se vio superada por el morbo de la situación y empezó a mover sus caderas saliendo al encuentro de su hermanito y acelerando las embestidas hasta lograr que se derramara al fin.

Los dos hermanos se corrieron al unísono y, esta vez, Sandra no hizo el más mínimo esfuerzo por contener sus alaridos mientras se corría salvajemente en presencia de su padre. Le miró fijamente a los ojos mientras sentía a su hermano vaciar su carga en ella hasta llenarla por completo. No le estaba mirando como lo haría una hija, lo hizo con lascivia, con vicio, como si fuera una perra en celo.

Sólo entonces el adulto reaccionó.  Se veía claramente superado por las circunstancias. Encendió la luz de la estancia con el interruptor que tenía a su izquierda y empezó a increpar a sus hijos visiblemente nervioso. No paraba de gesticular.

“-¡Juan! ¡Sandra! ¡¿Se puede saber que estáis haciendo?! ¡¿Es que os habéis vuelto locos?!”

Para Juan aquello fue el fin del mundo.  De un salto fue a parar al final de la cama y trató de cubrirse los genitales con un cojín. Estaba pálido como una hoja de papel y sus ojos temblorosos no cesaban de divagar entre su padre y su hermana. Al contrario que Sandra, quién no pareció ni inmutarse y se limitó a sentarse en la cama con las piernas cruzadas, mostrando su coño abierto ante su padre.

Aquello era demasiado para el adulto quién, muy a su pesar, empezaba a ser consciente de la creciente presión que pugnaba por manifestarse bajo su propia bragueta. Se sintió perdido y, saliendo de la habitación, optó por cortar la situación de raíz.

“-¡Os quiero listos en cinco minutos! Tenemos que hablar.”