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Mi hermana se hace la dormida mientras la toco. 4

en Amor filial

Mi hermana se hace la dormida mientras la toco. (parte 4)

Durante los meses que siguieron hice un verdadero esfuerzo por enmendarme. Las lágrimas de mi hermana habían calado en mí y, a partir de entonces, empecé a comportarme como un hermano modélico. Se acabó el esperar despierto hasta las tantas para deslizarme sigilosamente en su cuarto. Cuando no podía dormir me la machacaba.

Por aquél entonces ya me veía con otras chicas por lo que mis ansias de sexo estaban algo más calmadas. Así que dejarlo no me fue tan difícil como habría cabido esperar. Nunca más hablamos de ello y nuestra relación como hermanos mejoró enormemente.

Íbamos al mismo instituto y pronto empezamos a frecuentar el mismo grupo de amigos durante nuestro tiempo libre. No es que estuviéramos todo el día juntos, pero a menudo coincidíamos en los lugares, especialmente de marcha. Incluso llegué a follarme a alguna de sus amigas.

Nada parecía evocar nuestros recientes episodios de incesto. En ocasiones, me había llegado a plantear que todo había sido un producto de mi imaginación. Aunque mentiría si dijera que durante todo ese tiempo nuestro pasado permaneció olvidado.

Fueron innumerables las noches en las que, bajo la oscuridad de mi cuarto, eyaculé con el nombre de mi hermana acariciando mis labios mientras rememoraba el dulce sabor de su coño en mi boca. A menudo me quedaba embobado admirando las crecientes curvas que se dibujaban en su ropa, cada vez más corta y más ceñida.

Por supuesto que hubo roces, miradas cómplices e incluso algún momento incómodo. Casi siempre sucedía cuando salíamos de fiesta. Recuerdo, por ejemplo, una tarde en la que habíamos coincidido haciendo botellón con un grupo de chavales de nuestra edad, chicos y chicas. No sé muy bien por qué, terminamos jugando al juego de la botella que consiste en enrollarse con alguien del grupo según a quién señale una botella que gira en el centro de un círculo formado por los jugadores.

Resultó que el azar quiso que me tocara con mi propia hermana.

Hubo unos segundos de silencio tenso y algunos en el grupo empezaron a animarnos para que lo hiciéramos. Sin embargo, la mayoría nos disculpaban sugiriendo que repitiéramos la tirada. Mi hermana y yo nos miramos algo avergonzados por la situación. Podríamos haber pasado perfectamente, pero entonces mi hermana hizo algo inesperado. Se acercó sigilosamente con una pícara mirada en sus ojos y, antes de que quisiera darme cuenta, me plantó un pico en los labios.

Fue un simple beso, rápido y escueto. Por supuesto la cosa no fue a mayores y todo quedó en una anécdota divertida. Ninguno de los presentes le dio mayor importancia e incluso pasaron cosas más fuertes esa misma noche sin que, por supuesto, nos implicaran ni a mi hermana ni a mí. Yo mismo lo habría olvidado de no ser por la expresión que descubrí en mi hermana unos instantes después de lo sucedido. La sorprendí observandome, oculta en la confusión del momento, con una turbia mirada en sus ojos que no supe interpretar, aunque quedó firmemente grabada en lo más profundo de mi memoria.

Aún volví a ver aquella mirada en otra ocasión.

Sucedió cerca de una de las discotecas light a las que íbamos. La discoteca estaba en un tranquilo polígono industrial de la ciudad dónde, a pesar de ser un sitio tranquilo, no vivía mucha gente.

En frente de la discoteca había un callejón estrecho donde nos escabullíamos para fumar canutos o darnos el lote con los ligues que hacíamos en la discoteca, por lo que era normal encontrarse parejas muy jóvenes, a veces, hasta follando.

Aquel día iba con una chavala a la que, probablemente, acababa de conocer. Mentiría si dijera que recuerdo su nombre o su cara. Acabábamos de sentarnos a liarnos un porro, lo cual, obviamente, no era más que una excusa para ir a un lugar apartado y meternos mano sin parar.

Mientras me estaba rulando el canuto nos dimos cuenta de que, a unos pocos metros del lugar dónde estábamos, había otra pareja enrollándose en la penumbra. Lejos de escandalizarnos, aquello nos divirtió. Así que mi acompañante y yo seguimos fumando en silencio, con una sonrisa cómplice, sin perder detalle de aquella pareja que seguía a lo suyo totalmente ajenos a nuestra presencia. De tanto en tanto, mi amiga y yo nos susurrábamos obscenidades al oído, comentando en broma la escena que sucedía frente a nosotros, momento que ambos aprovechábamos para rozar nuestros cuerpos e ir entrando en calor.

Aquello hizo que me fijara más en la joven pareja y reparé en algunos detalles que empezaron a llamar mi atención. Lo primero que vi fueron sus tejanos azules y cortos, en los que tantas veces se había posado mi mirada. Después, pude vislumbrar el pelo de la chica, recogido en un moño de lo más familiar. Pero no fue hasta que ambos amantes se despegaron unos instantes para coger aire, cuando pude confirmar mis sospechas.

Era mi hermana.

No sé si ella me vio. Juraría que no y, si lo hizo, no me reconoció, pues a los pocos segundos volvía a estar enrollándose con aquel chico en frente mío. Yo, por supuesto, no dije nada, aunque aquello me puso a cien. No perdí ni un segundo y enseguida me abalancé sobre la chica con la que había venido, quién, tras el sobresalto inicial, no tardó en responder a mis caricias.

En la postura en la que estaba, sentado de espaldas a la pared, podía ver perfectamente lo que sucedía frente a mí. Y yo no perdía detalle. Mantuve mi mirada fija en el festín que aquel chico se estaba dando con mi hermana. Vi cómo le manoseaba las tetas y el culo y no moví ni un dedo para impedirlo. Aquello me estaba excitando muchísimo. Y yo no le quitaba el ojo a mi hermana mientras me enrollaba con mi compañera.

Puede que fueran imaginaciones mías, pero, en la penumbra de aquel callejón, me pareció que mi hermana también tenía los ojos abiertos mientras se lo montaba con aquel chico. ¿Me estaría mirando ella también? Decidí darle un buen espectáculo y empecé a sobar sin piedad a mi propia pareja. Ella se dejaba hacer, cachonda como estaba por la mezcla de alcohol, sobeteos, y el espectáculo que, quizás sin saberlo, mi hermana nos había ofrecido.

No recuerdo la cara de aquella chica, pero sí su coño empapado. Fue ella misma quién me saco el miembro del pantalón para hacerme una paja. Yo sólo me limité a colocarme disimuladamente en una posición desde la que mi hermana, si quería, pudiera verme la polla.

No podía estar seguro de que ella estuviese mirando y, mucho menos, de que me hubiese reconocido. Estaba demasiado oscuro para eso. Pero la sola posibilidad mantuvo mi excitación en su grado máximo. Y, en mi imaginación, lo tenia claro. Las manos de mi compañera dieron paso a su boca y de pronto empezó a hacerme una mamada ahí mismo, en mitad de la calle.

Nuestros contrincantes no llegaron tan lejos, aunque la escena que se seguía desarrollando ante mis ojos también subió de tono. Por los gestos de mi hermana, pude comprender que le estaba haciendo una paja a aquel chico por encima del pantalón.

Después vi como cogía la mano del muchacho y la guiaba hasta las profundidades del pantaloncito que ella misma se acababa de aflojar. Supongo que esperaría que aquel niñato le hiciera, al menos, un dedo. Pero, en pocos segundos, el chiquillo se corrió en los pantalones con un lastimoso quejido y todo terminó.

Cuando ya se iban, parecieron percatarse de nuestra presencia. Yo estaba sentado, con la polla al aire mientras mi amiga borrachilla me la comía con más o menos disimulo. A los dos nos importaba poco que pudieran vernos, sobre todo después del espectáculo que nos acababan de ofrecer.

No nos miraron por más de medio segundo. Tampoco puedo asegurar que mi hermana me reconociera entonces, aunque seguro que me vio. Como ya he dicho, estaba oscuro. Además, ella parecía bastante bebida y en ningún momento se atrevió a mirarme a la cara.

Lo que sí puedo afirmar es que, aunque fuera por un instante, me miro la polla mientras mi amiga se la tragaba. Y fue en ese momento cuando volví a percibir aquella expresión turbia en sus ojos.

Cualquiera que me escuche pensara que mi hermana y yo vivíamos en una espiral de insinuaciones y morbo. Nada más lejos de la realidad. Aquellos fueron unos pocos hechos aislados a lo largo de unos años en los que el descontrol era la norma (aunque no entre nosotros, por muy difícil que eso resulte de creer).

En casa la situación no era distinta. Toda la tensión que se había acumulado entre nosotros pareció esfumarse como por arte de magia. Lo más reseñable que puedo explicar son algunas miradas furtivas a mi hermana en la playa o mientras se estaba cambiando.

El cambió de rumbo era tan evidente que mi hermana ya ni se molestaba en cerrar con pestillo su habitación por las noches. Fue así como supe que no había perdido su costumbre de dormir con camisones sin ropa interior. Lo descubrí al mirar accidentalmente por la rendija que, a menudo, quedaba abierta en su puerta.

Y digo “por accidente” no porque no quisiera mirar, lo cual para mí era inevitable, sino por el hecho de que nunca volví a hacer ningún movimiento para espiarla o colarme en su habitación como había hecho antaño. Cuando la oportunidad se brindaba, casi de forma instintiva, me limitaba a desviar la mirada hacia el blanco y, en más de una ocasión, me llevé agradables sorpresas como esa. Aunque, como ya he dicho, nunca pasó de la anécdota.

Con el paso del tiempo fueron cambiando los miembros del grupo y también las discotecas, pero nuestra relación seguía siendo muy buena.

Era la época del techno, las drogas y el buen rollo.

No era raro que nos drogáramos juntos. Aunque procurábamos no coincidir cuando íbamos hasta el culo, seguíamos frecuentando a la misma gente y los mismos locales, con lo que no era inusual encontrarnos en los momentos y en los lugares más inoportunos.

En realidad, a mi hermana aún no la dejaban salir, al menos no hasta tan tarde. Así que, cuando coincidíamos de fiesta, era porque les había mentido a mis padres diciendo que se quedaba a dormir en casa de alguna amiga suya, quién, por supuesto, también se venía de marcha.

Entonces aterrizó en nuestra ciudad un festival de música electrónica, ya olvidado, que por aquel entonces era lo máximo. Coincidió con que mis padres se iban de fin de semana. Estaba claro que ambos hermanos íbamos a ir, igual que el resto de nuestra peña.

Mi hermana, en un ataque de honradez les pidió permiso a mis padres para ir al “concierto” (omitiendo, por supuesto, el nombre del festival en cuestión). Mis viejos aceptaron a regañadientes con la condición de que yo la acompañara. A lo cual accedí gustoso, sabiendo que ya tenía una entrada comprada y guardada en mi cajón.

Después supe que mi hermana también tenía la suya y que habría ido de todos modos, aunque para mis padres seguía siendo la niña buena de siempre. Y, otra vez, se salió con la suya.

Antes de salir de casa, ya estaba nervioso. Sabía que correría la droga y que mis padres me matarían si se enteraban de algo, por no mencionar la expectativa de que a mi hermana le pasara cualquier cosa estando bajo mi responsabilidad…

Llegué a dudar de que aquella fuera mi noche, aunque quedarme en casa sólo habría empeorado mi situación. Además, ¡¿para qué engañarnos?!, ¡se me hacía la boca agua sólo con repasar la lista de disc-jockeys que participaban en aquella bacanal!

Para empeorar aún más las cosas, mi hermana se había vestido de lo más sexy y, bajo de su chaqueta, sólo llevaba una fina camiseta de tirantes, sin sujetador, y unos ceñidos pantalones de cuero que mi madre le había regalado por Navidad (provocando la indignación de mi padre).

A pesar de todo, no dije nada y nos encaminamos juntos al parque que habíamos pactado como punto de reunión. Cuando llegamos, nuestros amigos ya estaban bebiendo y haciéndose rayas.

Como es lógico, nadie dijo nada. Pero pude percatarme de cómo varios de mis colegas no podían evitar mirarle el culo a mi hermana. Aquello no me extrañó. Enfundada en esos pantalones, parecía una diosa recién bajada del Olimpo.

Estuvimos un largo rato de cachondeo en ese sitio, bebiendo, fumando y poniéndonos hasta el culo. Debíamos ser unos treinta. Cuando nos acabamos todo el alcohol que habíamos traído, fuimos tambaleándonos hasta el autocar que nos iba a llevar a la juerga.

Aquel festival se celebraba en las afueras de la ciudad y, para facilitar el acceso, la propia organización había puesto una línea especial de autocares que salían cada media hora para llevar al público hasta las instalaciones. Por supuesto, incluido en la entrada.

Cuando estábamos de camino alguien del grupo preguntó por más drogas, se hicieron algunas rayas y hubo uno que volcó una substancia en una botella de agua mineral de la que nos dispusimos a beber todos. Se trataba de una nueva droga, de moda en la época, que producía una gran desinhibición, euforia y, a menudo, una fuerte excitación sexual.

Recuerdo que aquello me inquietó. Pues, aunque entonces ya la había probado, nunca la había tomado de esa forma y temí no acertar en la dosis. Además, no estaba seguro de que mi hermana supiera de que iba la historia, así que traté de advertirla.

“-¿Estas segura de lo que vas a hacer? ¡No es sólo agua!” - Le dije sin poder evitar un cierto tono paternalista.

Fue un error, pues eso la puso en guardia frene a la mirada de todos.

Estaba sentada con su amiga en la fila de asientos que se encontraba junto a la mía. Aunque trató de aparentar naturalidad, pude ver en su cara que mi hermana sentía una inquietud comparable a la mía. A pesar de ello, dio un largo trago mientras me dirigía una mirada retadora como diciendo: “¡Ya no soy una niña!”.

El resto del grupo nos animaba..

Pensé que mi hermana se había pasado con el trago, pero no dije nada. Quise hacer como si no hubiera pasado, quitándole importancia a su bravuconada; pero la verdad es que me había picado. En lugar de eso, le quité la botella de entre las manos y le di un trago comparable al suyo antes de pasárselo al amigo que tenía sentado a mi lado. Así que acabé haciendo la misma tontería que ella.

Lo que no entraba en mis cuentas era la exagerada cantidad de droga que, quién fuera, había vertido en aquella botella. Quizás pensando en la poca cantidad que iba a tocar por cabeza y sin calcular, por supuesto, el pique que tendríamos mi hermana y yo.

Cuando llegamos al festival yo ya llevaba un globazo más que considerable. El lugar era inmenso y tenía un ambiente cojonudo. Es decir, que estaba lleno de colgaos. Íbamos desmadrados por la droga, que empezaba a hacer estragos y no tardamos en perdernos de vista entre el gentío.

Estuve un buen rato deambulando por la pista, disfrutando de la música y del buen ambiente que se respiraba, a ratos, bailando. Sentía como los efectos de la substancia iban en aumento y, sencillamente, me estaba dejando llevar. Aunque pronto empecé a sentirme inquieto, preguntándome dónde estarían los demás y, en especial, mi hermana.

Di un par de vueltas por la enorme pista con poco éxito, aunque fui topándome aquí y allá con algunos de mis colegas que se habían quedado desperdigados y ya estaban dándolo todo en la pista de baile. Así pude comprobar hasta qué punto la droga había hecho estragos entre nosotros. Y aquello no había hecho más que empezar.

Seguí dando vueltas, tratando de localizar a mi hermana, hasta que la encontré bailando cerca de una columna. Estaba sola y, a juzgar por su expresión, ella tampoco era ajena a los efectos de la dichosa substancia. Bailaba de forma mecánica, con los ojos entrecerrados, completamente entregada a la música.

No me pareció prudente dejarla sóla en aquella situación, vestida como iba y con un evidente colocón. Así que decidí quedarme con ella y me puse a bailar a su lado. Ella me miró y, al principio, pareció no reconocerme, aunque al cabo de poco me sonrió.

Toda ella se movía de forma enormemente sensual debido al colocón que llevaba. Quise preguntarle por sus amigas y sentí como se estremecía bajo mi tacto mientras apoyaba mi mano en su hombro. Entonces me miró de una forma tan erótica que enmudecí.

Justo en aquel momento empecé a sentir una gran excitación adueñándose de mi cuerpo. Supuse que lo mismo le estaba sucediendo a ella, pues empezaba a moverse y a comportarse de forma cada vez más sexual.

Yo seguía bailando a su lado, tratando de no mirarla mientras luchaba con mi creciente excitación. De pronto sentí como si alguien me agarrara el culo durante unos segundos. Pero, al volverme, tan sólo estaba mi hermana que seguía bailando y mirándome como si no hubiera roto un plato nunca.

Pensé que habían sido imaginaciones mías y seguí bailando sin darle más importancia. Al cabo de poco volví a notar que me tocaban el culo y, esta vez sí, al girarme descubrí a mi hermana con las manos en la masa. Sonrió y puso cara de niña traviesa.

Parecía estar jugando, pero el bulto que acababa de provocar en mis pantalones no era ningún juego. Le pedí que parara y, de nuevo, puso esa carita de niña. Nunca había visto a mi hermana tan colocada y me estaba empezando a preocupar.

Insistí en que se comportara y lo hizo, durante un rato. Al cabo de una media hora, volvió a la carga y, acercándose a mí de nuevo con cara de niña traviesa, me susurro al oído.

“-Estoy muy cachonda”

No habría hecho falta que ella dijera nada para darme cuenta del estado de excitación febril en el que se encontraba mi hermana. Cualquiera lo habría notado. Bastaba con fijarse en su mirada turbia y en la manera en que se mordía el labio inferior.

También se percibía en cómo bailaba, moviendo las caderas como si buscara el roce de su propia ropa interior y acariciándose los pechos y el cuerpo a través de la tela en cada ocasión. Era evidente que mi hermana estaba cachonda como una perra, pero el simple hecho de escucharlo de sus propios labios, mientras su voz se quebraba a causa de la excitación, hizo que el corazón se detuviera en mi pecho. Me quedé en blanco, sin saber qué responder.

La situación empezaba a superarme definitivamente. Ahí estaba yo con mi hermana, puesta hasta el culo, a quién se suponía que tenía que cuidar, y con un colocón comparable al suyo. Y por si eso fuera poco, se me estaba insinuando claramente y sin miramientos. Así que (sin contar con la obsesión que ya arrastraba y que supongo que, vosotros lectores, ya conoceréis) creo que cualquiera puede hacerse a una idea de lo complicado de mi situación.

En aquel momento, no supe cómo actuar ni qué decir. Y, en lugar de quedarme callado, dejé que la droga hablara por mí, soltando lo primero que me pasó por la cabeza. No me di cuenta de lo que decía hasta que lo escuché de mis propios labios.

“-Si estas tan cachonda, lo que tienes que hacer es ir al lavabo y hacerte una paja. Ya verás, hazme caso. Tocarse con esta droga es una gozada, te va a encantar.”

Mi hermana palideció y me miró sorprendida, como si no se creyera lo que acababa de decirle. Lo cierto es que yo tampoco podía creerlo. Lo había dicho sin pensar. Ella pareció reflexionar un momento y, después, se dio media vuelta y se fue sin mediar palabra.

Creí que mi comentario la habría ofendido, pero, para mi sorpresa, en lugar de alejarse se dirigió a la cola de los servicios, que quedaba cerca de dónde habíamos estado bailando, y se puso en la fila. Después de un buen rato esperando, entro en el baño y no volvió a salir.

¡No me lo podía creer! ¿Estaría haciendo lo que yo le había sugerido? La sola idea de que, en ese mismo instante, mi hermanita estuviese, puesta hasta el culo, haciéndose un dedito en el baño a mi salud, hizo que mi sangre entrara en ebullición y anuló por completo el poco control que mi mente ejercía aún sobre mis actos.

No podía sacarme esa imagen de mi cabeza. Ahí estaba mi hermana, con las braguitas en los tobillos, frotándose el chochito a placer dentro de un baño inmundo, con la expresión desencajada por la droga y el placer que ella misma se debía estar proporcionando.

Traté de apartar esa imagen de mi mente centrándome en la música, bailando como un demente, pero las imágenes de lo que mi dulce hermanita estaría haciendo en aquel baño cutre de discoteca volvían a asaltarme una y otra vez. Y mi verga, dura como una viga, me molestaba a cada movimiento. Aunque, con aquella droga, sólo sentía placer.

Ya había perdido la noción del tiempo cuando noté cómo volvían a agarrarme del culo. Era mi hermana que había regresado y, esta vez, ni siquiera trate de impedírselo. En lugar de eso, rendido al morbo que sentía, me acerqué a ella y le pregunté directamente.

“-¿Lo has hecho?”

Ella me miró tímidamente a los ojos y asintió con una curiosa sonrisa. Me pareció que sus mejillas se enrojecían ligeramente. En su expresión había una excitante mezcla de timidez y picardía, aunque su actitud general seguía siendo la de una niña traviesa. Pude percibir que ya estaba mucho más calmada y eso me hizo pensar inevitablemente en que acababa de correrse.

Hice un último esfuerzo por concentrarme en la música. Pero no pasó mucho tiempo antes de que volviera a sentir la mano de mi hermana agarrada a mi culo. Esa vez, reaccioné por instinto y, dándome la vuelta, alargué la mano y la llevé a una de sus nalgas, apretándola con fuerza.

No calculé bien las consecuencias, pues el tacto de su pequeño y duro culito a través de la fina capa de cuero hizo que mi polla diera un respingo y amenazara con reventar mis pantalones. Para empeorar las cosas, ella aprovecho mi postura y, llevando su mano a mi pantalón, me agarró el paquete justo a tiempo para sentir mi dura barra palpitando entre sus dedos.

Yo respondí acariciándole el coño con la mano abierta desde el inicio del culo hasta la hebilla del cinturón. Ya no sabía lo que estaba haciendo. Ahí estábamos los dos, hermano y hermana, drogados hasta las cejas y cogidos mutuamente de los genitales en mitad de la pista de baile, donde cualquiera podría habernos visto. Aunque nadie lo hizo. O eso creo.

Por un momento parecí en razón. Solté el coño de mi hermana y me dispuse a decirle que se detuviera, o algo parecido. Pero ella se me adelantó y, sin soltar mi herramienta, me susurro al oído con una voz de lo más inocente.

“-¿No te gustaría liarte conmigo?”

Su actitud no había cambiado. Parecía estar en un juego permanente. Quise decirle que no, hacer que se detuviera, explicarle que era peligroso y que íbamos drogados. Pero lo único que conseguí articular entre todo aquel caótico hervidero de ideas fue un lacónico:

“-Vamos fuera y lo hablamos.”

Y, sin más conversación, nos dirigimos como dos autómatas hacia la puerta de salida. Ella iba delante. Caminaba de una forma muy erótica, como si su ropa, a cada paso, le estuviera rozando de forma placentera. Y mi vista no podía dejar de posarse en sus nalgas una y otra vez.

Por el camino nos cruzamos con algunos de nuestros amigos que bailaban y voceaban totalmente entregados a la música. Me aseguré de que ninguno nos viera. Antes de salir pasamos por la guardarropía para recoger su abrigo y mi cazadora. Hacia un frio que pelaba.

Estábamos ahí para “hablarlo”. Pero lo cierto es que ninguno de nosotros dijo ni una palabra mientras atravesábamos aquél sombrío aparcamiento.

Más allá había un descampado y los dos seguimos avanzando unos metros en silencio. Nadie habló, no hizo falta, cuando llegamos al lugar indicado. Directamente, comenzamos a besarnos y a explorar nuestros cuerpos con ansia. Me sentía como en una nube.

El tacto de su cuerpo bajo aquella tela era, sencillamente, exquisito. Sus pantalones de cuero se adaptaban perfectamente a su anatomía y permitían a mis ávidas manos explorar el tacto de su culo y su rajita. Tampoco su fina camiseta era impedimento alguno para que pudiera deleitarme con sus duras tetitas y sus pezones tiesos como pequeñas puntas de lanza.

Estuve sobando un buen rato a mi hermana mientras nos morreábamos. Lo hacía a consciencia, concentrándome especialmente en sus pechos y su entrepierna.

Seguí acariciándole el chochete sin parar hasta que escuché el primer gemido escaparse de sus labios. Fue como un grito ahogado, seguido por un montón de gestos de su cuerpo que me indicaban que no me detuviera. Su mano se había posado en mi verga y la acariciaba tímidamente como queriendo comprobar su dureza.

Con un gesto firme, la aparte momentáneamente de mi lado y, levantándola del suelo, la apoye contra un muro de obra que había junto a nosotros. En esa postura, sin dejar de sujetar sus nalgas con mis manos, me acomodé entre sus muslos hasta posar mi duro paquete directamente sobre la entrepierna de su pantalón.

Aquél roce nos enloquecía. Nuestras lenguas, entrelazadas, jugaban sin descanso entre ellas en una orgía de lujuria y saliva, mientras rozábamos nuestros excitados sexos uno contra el otro.

Sin dejar de besarla, con una mano bajé los tirantes de su camiseta, liberando sus hermosos y enhiestos pezones. Mientras tanto, mantenía mi otra mano firmemente agarrada a su trasero, atrayéndola hacia mí como si quisiera empalarla en mi mástil a través de mi ropa y su pantalón.

Cuando vi sus tetitas al aire, a mi entera disposición, me lancé a por ellas al instante. Sujetaba sus redondos pechos con mi mano libre para poder chuparlos a discreción. Al mismo tiempo, seguíamos rozando nuestros genitales, cada vez con mayor intensidad. Se sentía como follar.

Yo estaba en la gloria, completamente abandonado a aquel inmenso placer que se veía acrecentado por los efectos de la droga. Entonces escuché un gemido, seguido de otro y otro más. Y, de pronto, mi hermana empezó a retorcerse en mis brazos presa de un orgasmo demoledor.

Ella tenía una mano posada en mi culo con la que ayudaba a mantener la presión y el roce que había entre los dos. Su otra mano fue en busca de mi barbilla para atraer mis labios de vuelta hasta los suyos y me metió la lengua hasta la campanilla mientras se revolvía en un profundo éxtasis que fue silenciado por el chapoteo de nuestras lenguas.

Pero yo estaba lejos de correrme y lo único que sentía era una excitación febril que aumentaba sin control hasta superar todos los límites imaginables. Me detuve un instante y la aparte de mí.

Esta vez no quería frenarla, tan sólo me deleitaba con el momento. La miré a los ojos y le pregunté si le estaba gustando. Ella no contesto. Me miraba fijamente.

Quería escucharlo de sus labios, así que insistí. Pero ella seguía sin articular ninguna respuesta. Al final tuve que amenazarla con detenerme para ver como sus labios se despegaran y, con la voz ronca y quebrada, emitió un tenue gemido pidiéndome más.

“-M-m-mmás. Por favor, quiero más.”

No fue capaz de sostenerme la mirada mientras pedías más guerra. Aquello me cabreó. Pensaba que, en el fondo, era ella quién había creado la situación. Pero, a pesar de todo, seguía haciéndose la mosquita muerta como si no fuera capaz de reconocerlo.

Me lancé a por sus pantalones, pero me vi frustrado al descubrir que bajo su hebilla no había ninguna bragueta o cremallera, tan sólo una costura. Traté de tirar de ellos, pero tampoco conseguí bajárselos.

Al final, desesperado, me decidí a pedirle ayuda, aunque sonó más como una orden que a una petición.

“-¡Quítatelos!”

Mi hermana seguía sin poder mirarme a los ojos, pero le faltó tiempo para llevarse ambas manos al pantalón y mostrarme las cremalleras que había ocultas a ambos lados.

Estaba tan ansiosa que, al bajarlas, una se atascó y, mi hermanita, terminó con ella en la mano. Sus actos demostraban que estaba tan ansiosa por mostrarme su tesoro como yo por ver lo que escondía. Finalmente cedió su cremallera y pude bajarle el pantalón hasta los tobillos.

Ante mi vista aparecieron sus muslos rosados, coronados por un precioso tanga de encaje negro. Comprendí al instante que aquella prenda era lo que le había estado rozando durante toda la noche en la entrepierna. Jamás imagine que mi hermanita llevaría una pieza de lencería como esa. Creí que aún seguiría usando las mismas braguitas blancas de antaño.

A pesar del color de la tela de su tanga, podía distinguirse perfectamente la mancha de humedad que había dejado su anterior corrida. Volví a pensar en cómo se hacía la mosquita muerta. Se había preparado para aquella noche a consciencia y, si aquellas braguitas no eran para mí, seguro que habrían sido para otro.

Presa de un furor incontrolable, en vez de bajárselo, le arranqué el tanga de un tirón sin que mi hermanita emitiera la más mínima protesta. Tan sólo al apretarlo entre mis dedos pude hacerme a la idea de lo empapado que llegaba a estar.

La obligue con mis manos a que separara al máximo sus muslos y me arrodille frente a ella deleitándome ante la visión de su coño mojado y abierto.

No os podéis imaginar lo erótica que era la imagen de mi hermana en cuclillas sobre aquel muro, con las tetitas al aire y el pantalón por los tobillos, con las piernas abiertas y el coño al aire, esperando a que su propio hermano se lanzase a devorarlo.

Llevaba el morbo escrito en la cara.

Tenía el coño más peludo de lo que creía recordar y, a diferencia de su cabello, el pelo en su pubis era de color oscuro. Lo estuve contemplando durante unos segundos mientras veía el ansía reflejarse en la expresión su rostro. Y enseguida empecé a devorar el tesoro de mi hermana, como había hecho durante tantas noches en la intimidad de su habitación.

Comencé paseándole la lengua con cuidado por toda su rajita de abajo a arriba. Al tercer lengüetazo, empezó a gruñir y a balancear sus caderas en busca de mi boca. Aumenté la intensidad y pegué mis labios a su coñito, succionando y besando alternativamente su erecto botoncito y los suaves labios de su vulva.

Posaba mis manos sobre su trasero, de forma que su coño quedara al alcance de mis pulgares. Y de éste modo logré que se abriera entera para poder lamer con devoción todos los rincones de su rajita.

No tardó en volver a correrse y, esta vez, me tragué hasta la última gota. Al hacerlo, soltó tal alarido que nos quedamos un rato inmóviles, temiendo que alguien nos hubiera escuchado. Pero no se movió ni una mosca y, en pocos minutos, volvíamos a estar morreándonos como poseídos. Aquello parecía no tener fin.

Posó sus manos en mi paquete y se decidió a liberar mi pajarraco de su encarcelamiento. Cuando tuvo mi polla erecta en sus manos, me besó en la boca y me susurro unas palabras al oído que quedaron escritas a fuego en mi memoria:

“-¿Sabes una cosa, hermanito? Yo siempre estaba despierta.”

Ésta vez sí que mantuvo su mirada fija en mí y su expresión no era, en absoluto, la de una niña. Se entretuvo un poco para degustar la sorpresa en mis ojos y, antes de que yo pudiera reaccionar, se puso en cuclillas y se metió, de golpe, gran parte de mi polla en la boca.

La verdad es que no la chupaba demasiado bien. No creo que, por aquel entonces, tuviera mucha experiencia, aunque ya había estado con chicos. Sin embargo, era innegable que mi hermanita le ponía ganas. Además, ver su carita de ángel rodeando mi dura herramienta con sus labios era la imagen más erótica con la que hubiera podido soñar.

Yo le daba órdenes y ella obedecía sin rechistar. Con mis indicaciones, no tardó en chupármela como es debido. Le pedí que se tocara y vi cómo hundía una mano entre sus muslos. Más tarde le sugerí que comprobara hasta dónde se la podía tragar.

Hubo varios intentos antes de que la muchacha consiguiera encajársela hasta los huevos en su garganta. Pareció gustarle y repitió varias veces la operación hasta atragantarse. Por un momento pensé que todo había terminado.

Empezó a toser y a quejarse y hasta terminó por vomitar. Yo la estuve sujetando. Creí que, cuando terminara, iba a sentirse mal. Pero me equivocaba. Y cuando volvió en sí, parecía aún más excitada de lo que había estado antes.

Quiso volver a besarme. Yo le ofrecí unos clínex para que se limpiara. Tampoco me importó demasiado saborear los restos de vomito que habían quedado en su boca mientras, con mis manos, le daba un buen repaso. Las tetitas de mi hermana seguían duras. Su coño, mojado.

Empezó a arrodillarse para volver a chuparme la polla, pero, de nuevo, la detuve. Tenía otros planes en mente. En lugar de eso, le ayudé a incorporarse y, mirándola firmemente a los ojos, le avisé:

“-Prepárate, hermanita. Vamos a follar.”

Ella se quedó inmóvil, con sus ojos fijos en mí. Había un morbo indescriptible en su mirada. Por un momento creí que iba a negarse. Pero, entonces, sonrió y simplemente dijo:

“-No te corras dentro.”

Acto seguido, se dio medio vuelto y flexionó su cuerpo sobre sí misma, quedando parcialmente recostada en el muro que nos quedaba enfrente. En la postura en la que estaba, me ofrecía una perfecta visión de su ano y de su coñito visto desde atrás.

No se había molestado en quitarse la ropa que le quedaba. Y la visión de su pantalón enredado en sus tobillos sólo aumentaba el enorme morbo de la escena con la que mi propia hermana me obsequiaba.

Mi primer impulso fue ensartarla en mi polla de una sólo estocada. Pero quise hacerla sufrir un poco más. Me había decidido a descubrir hasta qué punto podía excitarla. Así que separé sus cachetes con las dos manos y me dispuse a entregarle la mejor comida de coño que le habían dado en la vida.

Alterné con mi lengua entre su ano y su vagina. No descuidé ningún punto. Le comía el coñito desde atrás, hundiendo mi lengua en su agujero para empaparla en su flujo y, después, esparcirlo por toda su rajita. Martilleaba su clítoris hasta hacerla gemir y, más tarde, volvía a sumergirme en su vagina para iniciar, una vez más, la operación completa.

Pronto conseguí lo que buscaba y fue ella misma quién, loca de placer, me pidió que me la follara. Su voz sonaba suave como un lamento. Sus ojos se posaron en los míos y sólo hallé oscuridad en su mirada.

“-Fóllame, hermanito. ¡Fóllame!”

Me incorporé y empecé a pasearle mi glande por la entrada de la vagina. A estas alturas, ella sólo gruñía y babeaba. Fui hundiendo mi estaca muy lentamente en su interior. Quería que sintiera cada milímetro de mi larga polla. Y no paré hasta que se la hube metido entera.

Cuando mi hermanita sintió mis huevos acariciando la entrada de su vagina, llevó una mano a su entrepierna como para comprobar que, efectivamente, tenía ya toda mi herramienta dentro. Mientras hacía sus comprobaciones, yo aproveché para meter mano a sus tetitas y pellizcar sus tensos pezones.

Hacerlo fue como accionar un resorte. Mi hermanita comenzó a retorcerse y a berrear como una loca mientras se corría patas pa bajo. Yo no me estuve quieto y empecé a follármela con violencia tratando de prolongar su orgasmo.

Os aseguro que nunca fue mi intención. Siempre intenté controlarme. Pero los efectos de aquella maldita droga, unidos al memorable calentón que llevaba y a las ansías acumuladas hicieron que, a las pocas embestidas, descargara una enorme carga de lefa en el interior de mi desprevenida hermana.

No tengo palabras para definir aquel orgasmo. Fue Hiroshima y Nagasaki. Fueron el Cielo y el Infierno en un mismo lugar e instante. Mi mente cortocircuitó y mi manguera siguió escupiendo leche sin parar cómo si hubiera barra libre.

Mi hermanita seguía en pleno orgasmo y no hizo ademán de apartarse. Al contrario, su cuerpo parecía buscar el mío y su culito permaneció pegado a mi torso mientras mis huevos vaciaban en ella la totalidad de su carga. Extasiada, mi herana, mantenía los ojos cerrados y se mordía los labios en una mueca de infinito placer. Yo no reaccioné hasta haberlo soltado todo. No lo hice ni un sólo segundo antes. Cuando ya me quedé descansado, entonces sí, me disculpé con mi ella.

Su respuesta, de nuevo, me dejó atónito.

“-No pasa nada, hermanito. Quiero que lo vuelvas a hacer.”

Miré a mi hermana, pero no la reconocía. En su expresión no quedaba nada de aquella actitud de mosquita muerta que tanto me había molestado. Su antiguo lugar lo ocupaba una mueca de perversión y vicio sin límites que me puso la piel de gallina.

Ésta vez quería verle la cara cuando se la metiera. Le ayudé a quitarse una bota y la pernera del pantalón. La otra, se la dejó puesta porque no nos molestaba. Iba a empotrarla contra la pared.

Le pedí que me mirase a los ojos. Ella lo hizo. Y me sostuvo la mirada mientras hundía mi estaca en su interior. Fue muy hermoso verme reflejado en sus azules ojos de vicio cuando consumábamos nuestro pecado, el acto tan largamente deseado.

Es imposible decir cuántas veces lo hicimos. Fue como un trance. Perdimos la noción del tiempo y del espacio. Sólo éramos dos bocas, dos cuerpos y dos sexos hambrientos de lujúria. Dándonos placer uno al otro. Saciándonos entre nosotros como dos buenos hermanos.

Cuando volví en mí, estábamos revolcándonos por el suelo, desnudos y llenos de barro. No tenía ni idea de la hora que era. Nos arreglamos como pudimos, sacudimos nuestras ropas y nos encaminamos de nuevo hacia la entrada del festival.

Dentro no se apreciaban el barro o la suciedad que llevabamos, por lo que pudimos llegar a los baño sin que nadie reparara en nosotros. Tras asearnos, volvimos a la pista en busca del grupo. Los encontramos a todos ya más concentrados, pero nadie pareció haber notado nuestra ausencia.

Llegamos sonrientes, relajados y cogidos de la mano. Parecíamos dos hermanos bien avenidos. Al vernos nadie habría imaginado que, minutos antes, habíamos estado follando como perros, que mi hermanita no llevaba bragas y que las abundantes corridas que su propio hermano había depositado en su interior pronto empezarían a manchar sus indecentes pantalones de cuero.

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CONTINUARA