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Mi hermana se hace la dormida mientras la toco. 3

en Amor filial

 

Mi hermana se hace la dormida mientras la toco. (parte 3)

Ahora yo conocía su secreto.

Estaba nervioso por cómo iba a reaccionar mi hermana ante todo lo que había pasado la noche anterior, especialmente por la forma en la que me echó de su habitación. Por otro lado, no había ninguna duda de que ella había disfrutado.

También me preocupaba como iba a cambiar nuestra relación después de lo que había ocurrido. Es cierto que tampoco era la primera vez que lo hacía, pero, aunque mis sospechas habían aumentado considerablemente, no podía asegurar que mi hermana estuviera despierta también entonces. Por otro lado, reconozco que soñaba en reemprender nuestros juegos.

Para mi sorpresa, nada cambió.

Mi hermana se comportaba como si nada hubiese pasado. Ni me evitaba, ni me buscaba. Estuvo charlando conmigo con absoluta normalidad. Y lo más que pude detectar fue una leve sombra de turbación en sus ojos cada vez que nuestras miradas se cruzaban.

Fui a su cuarto una vez más, pero me esperaba despierta y me sacó de ahí a patadas nada más llegar.

Al cabo de unos días, les pidió a mis padres que le pusieran un pestillo en la puerta de su habitación. Mis padres se sorprendieron. Incluso vi como mi madre me miraba de reojo. Pero no hicieron ninguna pregunta. Y al día siguiente ya estaba instalado.

Desde entonces la habitación de mi hermana se convirtió para mí en una fortaleza inexpugnable. Muchas noches me levantaba sólo a comprobar si la puerta seguía cerrada. Soñaba con que, algún día, mi hermana, cachonda, me dejara la puerta abierta a propósito. Pero eso no sucedió.

En lo demás, nuestra vida seguía con su rutina.

Mi hermana y yo íbamos al mismo colegio, aunque no podíamos ser más distintos. Por aquel entonces, yo empezaba ya a tener fama de ser una pieza. Mi hermana, por el contrario, era una buena estudiante y bastante formal. Algunos profesores bromeaban acerca de que no parecíamos hermanos.

Cada día íbamos juntos al colegio en transporte público. Aquel era el único momento en que podía aprovechar para rozar discretamente ciertas partes de su anatomía. Ella nunca protestaba ni intentaba evitarme. Pero el resto del tiempo se comportaba como si fuera ajena a todo lo que estaba sucediendo entre nosotros dos.

Mi ansiedad era tal, que no podía dormir por las noches. Una noche llegué al extremo de forzar el pestillo metiendo un cuchillo por la ranura de la puerta. Tampoco eso sirvió, pues mi hermana me oyó y me corrió de ahí inmediatamente.

Traté de hablarle directamente del tema, pero tampoco dio resultado esta vez. Ella se hacía la olvidadiza, como si no recordara nada de lo que había pasado. Cuando yo insistía, amenazaba con decírselo a nuestros padres. En ocasiones, lloraba. Así que decidí dejarlo correr.

Creí que nunca más volvería a gozar de ella y entré en una depresión. Cada día tenía que tratar con ella, cómo si únicamente fuese mi hermana. Y, de pronto, todo volvió a la normalidad sin que nadie sospechara que alguna vez hubiera sido distinto entre nosotros.

Aunque nada es permanente.

La oportunidad no se presentó hasta el verano del año siguiente.

Fue durante un viaje que hicimos con mis padres en coche. Nos dirigíamos a una casa rural que se encontraba al norte, en las montañas, a tres o cuatro horas de camino. Ya era de noche antes de abandonar la ciudad y avanzábamos por una carretera vacía y mal iluminada.

Mi madre conducía. Junto a ella estaba mi padre que se había quedado dormida. En el asiento de atrás íbamos mi hermana y yo, completamente a oscuras. Y dentro del coche reinaba el más absoluto silencio, quebrado solamente por la profunda respiración de mi padre.

Noté que mi hermana se había quedado dormida y empezaba a colocarse en posición horizontal. Yo me disponía a hacerle un sitio cuando, de pronto, rocé sin querer su culito con el dorso de mi mano.

Mi poya reaccionó al momento al sentir de improviso el tacto y el calor de su piel bajo el pantalón de licra, tan ajustado que creí sentirla desnuda. Y fui incapaz de resistir la tentación.

Me tumbé a su lado, como si yo también me hubiera quedado dormido. Cuando encontré una postura confortable, posé mi mano sobre ella y empecé a acariciar sus nalgas con cuidado. Pero no fue como esperaba. Pues al cabo de poco despertó y, al sentir mis caricias, empezó a revolverse en su asiento.

Yo estaba abrumado por la violencia con que me rechazó. Clavó sus uñas en mi mano para que me detuviera y cambió de postura, quedando echa un ovillo contra la puerta. Aunque consiguió hacer todo eso sin emitir el más mínimo sonido.

Por un momento, llegué a asustarme al verla tan cerca de la puerta. Temí que llegara a saltar del vehículo en marcha. Supongo que lo habría visto en alguna película, pero esa idea me sacudió como una bofetada en mi mente.

Ahora veo que no tiene ningún sentido, pero entonces sentí que iba a pasar y que sería por mi culpa. Una lagrima cruzó mi rostro, sintiéndome el más vil de los hombres. Tratando de no hacer ruido, me abalancé sobre ella y rodeé sus piernas con mis brazos de forma que, si hacia una locura, estuviera bien sujeta. Después me acerqué a su oído susurrándole:

-Perdona.

Y retrocedí unos centímetros, permaneciendo en una postura que no tuviera la más mínima connotación sexual, sin tocarla en ningún lugar que pudiera molestarle. Ya no tenía ninguna intención de tocarla. Pero, aunque los remordimientos me devoraban por dentro, mi pene seguía tieso como una estaca.

Nunca supe si fue un accidente o si mi hermana lo hizo a propósito. Empezó a estirar su pierna sobre el asiento hasta que su pie izquierdo se encontró con mi erección.

Los dos nos sobresaltamos y ella retiró su pie inmediatamente, aunque, para mi sorpresa, volvió a apoyarlo poco después para dejarlo ahí.

Podía sentir como buscaba el tacto de mi poya bajo el pantalón y cambié mi postura para facilitarle el acceso. Seguía incrédulo ante su cambio de actitud.

Más tarde hizo algo aún más sorprendente. Fue acercando sigilosamente su cuerpo hacía mí, deslizándose sobre el asiento, hasta que pudo apretar su culito contra mi abultado paquete.

Aquello me pillo totalmente por sorpresa. Fue como una descarga de electricidad. Mi hermana volvía a entregarse a mí en el lugar y el momento más insospechados. Hasta entonces mi hermana no había hecho más que evitarme. Pero ahí estaba, apretando su culito con fuerza contra mi miembro, buscando su tacto descaradamente. Y no estaba soñando.

Tratando de hacer el menor ruido posible, coloque mi sudadera sobre nosotros para cubrirnos, poniendo especial cuidado en ocultar la zona donde nuestros cuerpos se juntaban. Después me acurruqué junto a mi hermana en cucharita e inmediatamente deslicé una mano a sus tetas y con la otra empecé a acariciarle el coñito por encima del pantalón.

Mi hermana iba bastante ligera de ropa, por lo que no me costó ningún esfuerzo deslizar un mano bajo su top para acariciarle las tetas. Llegar a su coño no fue tan fácil. Pero, a base de paciencia, también logré colar mi otra mano en su pantalón de licra.

La sangre me hervía. Por primera vez en mucho tiempo, volvía a tener a mi merced el voluptuoso cuerpo de mi hermana.  Sólo que, en esta ocasión, ella también lo buscaba. Y yo estaba dispuesto a darle satisfacción.

Pellizqué sus pezones erectos. Sentí la humedad en sus braguitas. Y empecé a sobarla a consciencia como no lo había hecho nunca. La sólo idea de que ella estuviera consciente me tenía tan caliente que apenas podía pensar en no hacer ningún ruido.

Mi hermana permanecía a mi lado en silencio, dejándose hacer. Estaba tan quieta que cualquiera habría pensado que seguía durmiendo. Y, sin embargo, pude sentir como movía su culito arriba y abajo, casi imperceptiblemente, apretando sus glúteos contra mi erecto pene que seguía atrapado en la bragueta de mi pantalón.

Lo primero que hice fue sacar la mano que había metido en sus braguitas y llevarla mi cremallera para liberar el mástil incandescente lo más silenciosamente que pude. Cuando me la hube sacado, la sujeté entre mis dedos y la dirigí hasta apoyarla directamente sobre mi hermana.

Al principio ella dio un respingo y apartó bruscamente su culito interrumpiendo el contacto. Por un momento llegué a pensar que podía haberme excedido. Pero, pasado un momento, mi hermana pareció repensárselo y volvió a apoyar su culito directamente sobre mi erección, flexionando las piernas ligeramente como si también quisiera darme acceso a su parte inferior.

No me lo pensé dos veces y aproveché aquel hueco para posar mi poya sobre su sexo. Ella volvió a dar un respingo, aunque, esta vez, ni siquiera se apartó. Lo único que se interponía entre nuestros genitales eran sus braguitas y la fina tela de su pantalón. La sensación era gloriosa y de pronto, aunque fue de forma casi imperceptible, la escuché gemir.

Aquello me puso en guardia. No tenía la intención de que nuestros padres notaran nada raro.

Por eso, a mi pesar, interrumpí el largo magreo que le estaba dando a sus tetitas para utilizar mi mano a modo de mordaza. Ella forcejeo un poco, pero supongo que después comprendió lo que pasaba y ya no se quejó más.

Cuando se hubo calmado, le bajé los pantalones con cuidado hasta dejárselos a la altura de sus muslos y me dispuse a hacer lo propio con sus braguitas. Entonces ella se tensó y volteo para mirarme a los ojos en la penumbra, pero no me dijo nada. Yo me limité a acercarme a su oído y susurrarle con un hilillo de voz.

-Tranquila, no te voy a follar.

Aquello le pareció suficiente. Y mi hermana volvió a quedarse en posición fetal. Apoyando su cuerpo desnudo contra el mío. Dejando su coño y su culito a mi entera disposición.

Le estuve paseando mi hinchado capullo por toda la zona hasta que me cansé de jugar. Me moría por clavarle la poya, pero acababa de asegurarle que no íbamos a follar. Entonces se me ocurrió una idea que prometía ser de lo más excitante.

Hundí mi poya lo más que pude entre sus muslos hasta que salió por el otro lado. Después le subí las braguitas hasta volvérselas a colocar, dejando mi poya atrapada entre la tela y su coñito, aunque, al soltarlas, la presión de mi poya las volvía a bajar.

Entonces repetí la operación con sus pantalones. Ésta vez, gracias al elástico, mi poya quedó comprimida dentro de las bragas de mi hermana, aplastada contra su coño y sus nalgas. La presión era tanta que mi poya, tan dura como estaba, se dobló sobre sí misma, aumentando el contacto con la piel de mi hermana. Y proporcionándome un infinito placer.

Empecé a moverme hacia delante y atrás, primero lentamente y después más deprisa. Cada vez que lo hacía mi polla volvía a adentrarse bajo su pantalón, abriéndose camino entre sus nalgas hasta que legaba al extremo inferior de la tela. Entonces se doblaba en dirección a su vientre y la propia presión lo hacía rebotar contra el clítoris y la vagina.

El placer de mi hermana resultaba más que evidente. Podía sentir sus gemidos ahogarse contra mi mano. Incluso llegué a sentir su lengua lamiéndome la palma. Los jugos que escapaban sin control de su gruta embadurnaban mi miembro desde el tronco hasta el capullo.

Y entonces sucedió. Los dos nos corrimos. Mi hermana, para poderse contener, me mordió la mano con tanta fuerza que fue a mí a quién casi se le escapó un alarido. Yo descargué al mismo tiempo, derramando en su ropa interior una enorme cantidad de leche.

Me limpié en sus braguitas y, con mucho cuidado, se las volví a poner. Me daba morbo que pudiera sentir en su coñito toda mi corrida, así que se las ajusté bien y hasta le di una palmada sobre la zona que había quedado más perjudicada. Después hice lo propio con el pantalón tras comprobar que también se había manchado. Al cabo de poco llegamos y mis padres nos “despertaron” sin llegar a sospechar nada de lo que acababa de suceder.

Mi hermana fingió estar muy cansada y se fue a dormir en la habitación que le habían preparado. Yo, por mi parte, estuve un rato con mis padres hablando de naderías. Tras poco más de media hora, también me hice el cansado y, poniendo una excusa, me dispuse a explorar las posibilidades que me ofrecía aquella nueva mansión.

Me agradó descubrir que la zona en la que dormiríamos mi hermana y yo estaba bastante alejada de la habitación de mis padres y del salón. Nuestros cuartos tenían un pasillo independiente, separado por una gruesa puerta, dónde también había un baño.

Tras evaluar las posibilidades, no perdí más tiempo y me escurrí hasta su cuarto. Mi hermana tenía la luz apagada, así que supuse que estaría durmiendo. E inmediatamente me deslice en silencio tras la puerta de su habitación.

Había poca luz, pero pude distinguir su pantalón tirado en el suelo y la silueta de mi hermana tumbada boca abajo sobre el colchón. Me acerqué a ella y metí la mano bajo sus sabanas hasta alcanzar una pierna por debajo de su muslo. Entonces su cuerpo se estremeció y su respiración se detuvo. Me di cuenta de que estaba despierta.

Cuanto más la miraba más extraña me parecía la forma que dibujaba su silueta, como si no entendiera la postura en la que yacía mi hermana. Pero ella permanecía inmóvil en aquella posición.

Yo seguí acariciándose piernas con suavidad, acercándome a sus muslos con calma. Sentía su respiración agitarse. Y, de pronto, mis manos se encontraron con un obstáculo que pendía entre sus muslos. Enseguida supe lo que estaba tocando. ¡Eran sus braguitas!

Mi hermana estaba durmiendo con las bragas bajadas. Después comprendí que ella no estaba dormida. Y una sospecha se abrió paso en mi mente. Y esa sospecha fue confirmada cuando, al continuar mis caricias me topé con la mano de mi hermanita que había quedado enterrada entre sus piernas.

Deduje lo que habría pasado. Mi hermana se estaba tocando boca abajo cuando yo entré y, por algún motivo, se había quedado quieta como si yo no la fuera a descubrir. Con la poca luz que había, no creo que supiera quién era yo hasta que la toqué. Sin duda se había estado masturbando desde que llegamos y ni siquiera se había molestado en quitarse aquellas braguitas repletas de semen.

Ya estaba cachondo, pero aquel descubrimiento hizo que perdiera definitivamente el control. Con un rápido gesto me despojé del pijama y me abalancé sobre ella dispuesto a follármela a cualquier precio. Ya no era su hermano, tampoco me consideraba un hombre, ni un ser humano. En aquel momento yo sólo era un miembro erecto a pocos momentos de alcanzar la mayor de las glorias.

Mi hermanita había comprendido mis intenciones y se resistió con fuerza. De todos modos, esta vez no gritó ni me golpeó. Tampoco trató de sacárseme de encima. Se limitó a estirar sus piernas y apretar su culito, de modo que su vagina quedó escondida entre sus nalgas y el colchón, haciendo que la penetración fuera imposible. Y se quejaba con un hilillo de voz.

- ¡Para hermanito! ¡Eso no!

Yo aproveché para restregar mi pene contra sus nalgas y manosearle las tetas y los cachetes del culo. Durante el forcejeo, sus nalgas se separaron y mi polla se perdió en el canalillo hasta quedar apoyada en su ano. Mi hermana se quedó inmóvil y sentí como un escalofrío recorría su cuerpo. 

Entonces mi hermana dejó escapar un suspiro.

Nunca se me había ocurrido que estimular su ano pudiera darle placer, pero mi hermana acababa de darme una muestra evidente de esta nueva realidad. Así que me dispuse a intentarlo.

Empecé por humedecerme un dedo con saliva, tal y como había aprendido a hacer antes de acariciarle el chumino sin molestarla. Utilice ese dedito para explorar su ano con cautela como siempre había querido hacer con su otro orificio. Sus suspiros aumentaron. Después utilicé mi lengua en él y lo lamí por fuera y por dentro como si fuera un coñito. No me dio asco porque, por aquel entonces, yo ya estaba perdidamente enamorado de mi hermana.

Ella gemía y suspiraba, flexionando las piernas y levantando el culito para facilitarme el acceso, sin importarle que su otra entrada volviera a quedar a mi alcance. Incluso volvió la cabeza para verme y me estuvo mirando mientras le comía el culete.

Cuando la vi lo bastante excitada, volví a incorporarme e intenté de nuevo ensartarla en mi miembro de un empujón. Pero ella reaccionó como antes y volvió a ponerse en aquella postura impidiendo que la penetrara. Y entonces se me ocurrió.

Apoye mi glande en la entrada de su ano. Mi saliva cubría su agujero debido a la lamida que le acababa de realizar, resbalando por la raja de su culo hasta manchar la sabana interior. Estaba tan lubricado y abierto que me fue fácil iniciar la penetración.

Primero sentí como mi hermana se tensaba, aunque no se resistió. Al cabo de unos instantes, empezó a relajarse, acomodándose para facilitar la operación. Yo la penetraba con sumo cuidado, deteniendo mi avance a cada segundo para no lastimarla. Aún hoy me sorprende que le entrase con tanta facilidad, pues mi polla es de un tamaño considerable.

Cuando sólo le había enterrado un tercio mi miembro en su culete, mi hermanita empezó a respirar fuerte y a cabecear. Eso me animó y, de un empujón, se la hundí hasta la mitad. Aquello la volvió loca. Comenzó a emitir sonidos e incluso la vi babear.

-          ¡Uffffffff! Grrrrrr mmmmmmm ¡oh! ffffffffff ¡Argggg!

Seguí ganando milímetros en su culito y, cuando tenía tres cuartos de polla en su interior, volvió la cabeza hacia donde yo estaba y me besó en la boca, hundiéndome la lengua hasta la campanilla. Yo le respondí el beso y seguimos morreándonos mientras mi polla se hundía en ella cada vez un poco más.

Con una mano le cogí las tetas y la otra la llevé a su vientre, tratando de alcanzar su intimidad. Ella se movió un poco facilitándome el acceso y yo la empecé a masturbar. Fue una gozada. Ella se vino en segundos llenando de flujos mi mano y el colchón. Al correrse soltó un alarido descomunal que, por fortuna, nuestros padres no oyeron.

Después del orgasmo empezó a retirarse como queriendo parar. Pero yo no había terminado y de un empujón, le hundí lo que quedaba de polla y se la enterré hasta los huevos corriéndome al instante en lo más hondo de su interior.

Aquello debió hacerle un daño horrible. Pues, nada más correrme, mi hermana soltó un quejido de dolor y empezó a gritarme y a insultarme mientras rompía a llorar.

- ¡Vete! ¡Eres un hijo de puta! ¡Vete de aquí!

Confundido y un poco arrepentido me fui a mi habitación rezando porque mis padres no hubieran escuchado nada. Al cabo del rato, oí como mi hermana iba al baño y abría el grifo de la ducha. Agucé el oído y me di cuenta de que estaba llorando. No pude soportarlo y decidí hablar con ella.

La encontré ya duchada, secándose con un albornoz. Nada más entrar nuestras miradas se cruzaron y una disculpa partió inmediatamente de mis labios, tan directa como si fuera parte de mi propia respiración.

-Te quiero. Perdona. Por favor, perdóname.

Mi hermana fue directa a dónde yo estaba y los dos nos fundimos en un abrazo. Debido al roce de nuestros cuerpos, su albornoz se abrió y sus pechos desnudos quedaron aplastados sobre la camisa de mi pijama. Aunque ella tampoco hizo nada para remediarlo.

En aquel momento yo hacia todos los posibles por tratarla de un modo no sexual. Sé que, después de lo que acababa de pasar entre nosotros, parecerá pueril. Pero la idea de estar lastimando a mi hermana pudo con todo lo demás. Le pregunté cómo estaba.

-Estoy bien.

Le pregunté si le había dolido lo que acababa de hacerle y me dijo que sí. Le pregunté por las otras veces y me dijo que lo odiaba. Cuando le pregunté si ella no sentía placer, empezó a llorar más fuerte. Después me pidió que parara y que, si de verdad la quería, no volviera a hacérselo nunca más. Al final cedí y le di mi palabra, aunque no sabía si la podría cumplir.

Ella me lo agradeció con un beso y, algo turbado, me encerré en mi habitación. Antes de dormir pude oír a mi madre abroncado a mi hermana por estar despierta tan tarde.

- ¡Si no te hubieras ido a dormir nada más llegar, ahora no estarías desvelada!

Suspiré al comprobar que no sospechaba nada de lo que acababa de pasar. Cuando mi madre llegó a mi cuarto, yo ya estaba tumbado y con la luz apagada. Así que, creyéndome dormido, mi madre me dio las buenas noches desde el marco de la puerta y se volvió a su habitación. Antes de dormirme aún pude susurrar algo para mi mismo.

- Buenas noche mama. Buenas noches hermanita.

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CONTINUARA