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El poder de Osvaldo (12: Alumna modelo)

en Control Mental

La dulce Inés era incapaz de asimilar todo lo que estaba sucediendo. Su mente confusa todavía trataba de analizar la sucesión de extraños acontecimientos que la habían llevado a dejarse follar delante de sus compañeros. Y, por mucho que luchaba por resistirse al placer que sentía, su coño palpitante chorreaba flujos sin parar.

 

Apenas hacía un mes desde que Osvaldo había empezado a desarrollar sus poderes y ya se había convertido en todo un experto. Para él hacer gozar a una mosquita muerta como ella no representaba ningún reto. Osvaldo hundía su poya en el resbaladizo agujero de la chiquilla sin ningún miramiento, tratando a la rubia princesita como si fuera un objeto, mientras arrancaba a poyazos hasta el último rastro de su aparente inocencia.

 

Inés, superada por la situación, se limitó a dejarse follar por su compañero, reclinando su cuerpo sobre el escritorio del maestro en actitud sumisa. Nunca antes había sentido un placer tan intenso como el que le estaba proporcionando aquel compacto pedazo de carne que por primera vez exploraba sus entrañas. Y, por mucho que tratase de no mirar, en cualquier lugar donde sus ojos se posaban, descubría las más perversas imágenes que nunca hubiera podido imaginar.

 

Osvaldo seguía manteniendo bajo control hasta el último rincón del aula, obligando a todos aquellos niños pijos a realizar los más impensables actos. Disfrutaba paseando la mirada de uno a otra, llevando sus mentes en contra de su razón, mientras seguía hundiendo implacable su inflamado miembro en el dulce coño de su amada.

 

Ya nadie mantenía la compostura. El resto de los alumnos se dedicaban a darse placer, bien por sí mismos, bien con la ayuda de sus compañeras. Algunas se limitaban a dejar libre el camino que llevaba bajo sus vestidos, permitiendo a cualquier mano indiscreta aventurarse en busca de sus ardientes secretos. Otras, más lanzadas, sujetaban con sus manos las duras herramientas de quienes las rodeaban e incluso, inclinadas sobre ellos, saboreaban sus miembros dispuestas a recibir el agrio néctar en el interior de sus bocas.

 

Armando y los demás chicos mayores estaban de rodillas mamando una tras otra las poyas de sus compañeros más jóvenes, hasta hacer que se corrieran en sus bocas. Nunca habían sido demasiado amables con el joven Osvaldo y éste no tuvo piedad de ninguno de ellos, induciéndoles a una homosexualidad forzada mientras sus confundidas mentes eran manipuladas.

 

Osvaldo disfrutaba visiblemente del espectáculo mientras en su oído resonaban los gemidos de la profesora Reyes que seguía masturbándose a sus espaldas con la mirada fija en lo que estaba ocurriendo dentro de aquella aula infernal. La atareada profesora tampoco había sido capaz de mantenerse ajena a la influencia del perverso muchacho y contemplaba de cerca el coito de aquellos dos adolescentes mientras frotaba su peluda raja con insistencia.

Cerca de la primera fila, Vicente sodomizaba brutalmente a la tímida Lorena, quién se encontraba totalmente abstraída por un sinfín de sensaciones que nunca antes había conocido. Su expresión bondadosa se veía deformada por una grosera mueca de placer infinito mientras sentía su esfínter quebrarse por la presión que ejercía el imponente miembro de Vicente, un chico al que nunca antes se había dignado a dirigir la palabra.

 

Cuando Osvaldo sintió que iba a correrse, agarró a Inés con fuerza del pelo y susurrando una orden en su oído, la obligó a ir encadenando una larga serie de orgasmos mientras el chiquillo se preparaba para soltar una abundante carga en su interior.

Aún espero unos segundos antes de deslizar su poya fuera del interior de su amada. Lo hizo con suavidad, alargando todo lo posible el contacto con aquel preciado útero inundado por la reciente mezcla de fluidos, hasta que su miembro al salir produjo un erótico sonido.

 

Después de correrse, se recreó contemplando a su amada cuyo rostro ya no reflejaba ningún sentimiento más allá del agotamiento y la más completa sumisión. Seguía en la misma postura en la que acababa de ser follada, con las braguitas por los tobillos y la reciente corrida aún resbalando por sus muslos.

Por unos instantes Osvaldo creyó vislumbrar en sus ojos el tenue brillo de la perversión y, sujetando firmemente a la chiquilla, la obligó a volver el rostro para contemplar la escena que seguía desarrollándose en el aula mientras susurraba en su oído.

 

“-¿Te gusta lo que ves?”

 

Inés aún estaba aturdida por los implacables orgasmos que acababan de sacudir su cuerpo y no pudo evitar fijarse en la morbosa escena que se desarrollaba ante ella. Pronto se encontró deleitándose con los detalles de aquella bacanal mientras sentía crecer en ella un oscuro sentimiento que creía haber desterrado de su ser. Entonces se volvió de nuevo para mirar a su amo y le respondió mientras una perversa sonrisa ensombrecía su bello rostro.

 

“-¡Me encanta, amo! ¿Es obra tuya?”

 

La suspicacia de su esclava alagó tanto a Osvaldo que, por toda respuesta, deslizó su lengua sobre el costado de su rostro, lamiendo su bonita cara en señal de aprobación. Nunca habría imaginado que su amada pudiera reaccionar de forma tan positiva en tan poco tiempo. Así que, en vista del inesperado éxito, Osvaldo decidió comprobar hasta dónde llegaba la depravación que escondía aquella muchacha supuestamente ejemplar.

 

“-Son todos tuyos, puedes hacer con ellos lo que quieras. Veremos de lo que eres capaz.”

 

Puede que lo primero que le viniera a Inés a la mente fueran nobles pensamientos acerca de liberar a sus compañeros de los perversos designios de su amo. Sin embargo su imaginación pronto se vio invadida por los más sucios pensamientos.

Al fin era consciente del verdadero poder de su amo y fue incapaz de sustraerse a la tentación de tener a toda la clase bajo su propio control. Presa de una morbosa excitación avanzó unos pasos hasta colocarse de pié en el extremo de la tarima frente al resto de la clase con los brazos en jarra y las piernas ligeramente entreabiertas.

Ni siquiera se molestó en volver a colocar sus braguitas que quedaron tiradas en el suelo de la tarima justo en el mismo lugar donde, hacia un momento, acababa de serle robada la virginidad. No parecía importarle estar exhibiendo su coño desnudo ante sus compañeros y el aire fresco que recorría el aula acariciaba los pelillos morenos de su pubis trasladando a su coño una agradable sensación de libertad.

 

Cada vez más excitada, Inés recorría la escena con su mirada, ansiosa por descubrir algo que estimulara su imaginación. Pronto se fijó en Nuria, la chica más mojigata de su curso, que seguía engullendo glotonamente la poya de su tímido compañero Andresito, el cual resoplaba visiblemente alterado mientras trataba de retrasar lo más posible su inminente orgasmo.

Contemplar el rostro enrojecido y desencajado del muchacho mientras la cabeza de aquella santita descendía una y otra vez sobre su bragueta hizo que Inés se decidiera a poner en práctica el don que su amo acababa de concederle y ,con paso firme, Inés se dirigió a la última fila de la clase paseando su coño desnudo entre sus compañeros, todos ellos enzarzados en las más variadas y obscenas actividades.

Algunos de ellos aprovecharon la cercanía para alargar la mano a su paso palpando con descaro las partes más suculentas de su ser. Sin embargo Inés avanzó sin inmutarse hasta alcanzar el lugar en que se encontraba su objetivo.

 

Al llegar a ellos, agarró a Nuria del pelo y la obligó a levantarse sin ningún miramiento, interrumpiendo de golpe la estimulante mamada que le estaba regalando a su compañero. La brusca interrupción hizo que Andrés derramara sobre ella la intensa corrida que había estado tratando de contener, llenando de blancos chorretones su cara, su pelo y los bordes de su camiseta.

 

Sin soltarla del pelo, Inés forzó a la inocente muchacha a tumbarse sobre el pupitre de su compañero de forma que su trasero, aún cubierto por unos sencillos tejanos, quedara totalmente expuesto ante él. Andrés, aún aturdido por la reciente corrida, no pudo evitar fijarse en el preciso coñito desnudo que Inés lucía sin ningún pudor.

 

La visión de aquella diosa medio desnuda que trataba de someter a su cada vez más sumisa compañera hizo que la poya de Andrés volviera a levantarse como si hubiera sido activada con un resorte. Inés, mientras tanto susurraba al oído de su indefensa muñequita.

 

“-Ahora vas a ser mi muñequita. Estás caliente, ¿verdad, muñequita?”

 

Nuria mantenía sus ojos entrecerrados mientras recostaba su cuerpo sobre el pupitre, aplastando sus firmes pechos contra la mesa. Su expresión denotaba una evidente excitación y, al responder, lo hizo con un tenue hilo de voz repleto de sensualidad.

 

“-Sí, ama, estoy muy caliente.”

 

Como tratando de comprobar que su compañera decía la verdad, Inés deslizó su mano bajo la parte posterior de sus pantalones, recorriendo sus nalgas hasta encontrar la montañita de su vulva. A pesar de las gruesas bragas de algodón que cubrían la intimidad de la chiquilla, su humedad era ya más que evidente. Inés tan sólo paseó durante unos segundos sus dedos a lo largo de aquella rajita por encima de las bragas y los sacó empapados.

 

Trataba a su compañera como si fuera un simple juguete y el hallar tanta sumisión en ella estaba comenzando a excitarla hasta límites insospechados. De un tirón le bajó los pantalones hasta la rodilla arrastrando con ellos sus braguitas. En la postura en la que se encontraba, su coño quedó claramente expuesto ante la atónita mirada de Andrés, que sujetaba con fuerza su endurecido miembro.

Inés todavía dudó un instante antes de dar la orden definitiva. Pero ya era muy tarde para ella, se había dejado llevar definitivamente por la corrupción que flotaba en el ambiente y podía percibirse el brillo de la perversión iluminando sus pupilas. Al fin vencida por el morbo, Inés se volvió hacia su compañero y le miró fijamente.

 

“-¡Hazlo, Andrés! Y no tengas miramientos.”

 

Al terminar de oír la frase, el chiquillo se abalanzó sobre su compañera aún con la poya en su mano y la penetró de una sola estocada. A pesar de lo mojada que estaba, Nuria sintió un agudo dolor al rasgarse su himen con tanta violencia y empezó a sollozar, sin que eso calmara en nada las embestidas de su jadeante compañero.

 

Pronto Inés llevó sus labios junto a los de su llorosa muñequita y, metiendo la lengua en el interior de su boca, trato de silenciar primero sus quejas y más tarde sus gemidos, a medida que la poya de aquel friki fue haciendo en ella su trabajo.

 

Participar en aquella retorcida escena estaba llevando a la bella Inés más allá de cualquier límite. Su mirada recorría el aula en busca de nuevas víctimas cuando al fin se fijó en la escena lésbica que estaban protagonizando sus queridas compañeras de pupitre.  De pronto una nueva idea empezó a abrirse a paso en su mente e Inés se sorprendió fantaseando con someter a sus mas preciadas amistades. 

Sandra y Helena seguían enzarzadas entre ellas, totalmente ajenas a lo que estaba sucediendo a su alrededor. Osvaldo las mantenía en un febril estado de excitación más radical incluso que el del resto de sus compañeros. Ambas tenían sus sexos húmedos y exploraban sus cuerpos con descaro mientras sus lenguas seguían entrelazándose en una danza interminable y llena de erotismo. Muy a su pesar, esta visión logró estimular en Inés sus más bajos instintos.

 

Ella realmente apreciaba a sus amigas, siempre habían estado juntas desde que entraron en el instituto. Ellas eran su apoyo, su fuerza y su sustento dentro de aquel ambiente tan competitivo y, aunque no les deseaba ningún mal, la tentación de verlas sometidas fue ganando peso en su cada vez más debilitada consciencia y no tardó en caer rendida bajo sus propios impulsos, recorriendo de nuevo la clase hacia el lugar donde se encontraba su pupitre.

Estaba tan excitada que esta vez no esperó a que sus compañeros se esforzaran en meterle mano y fue ofreciendo su cuerpo a cada paso, deleitándose al sentir las ansiosas manos explorando su desnudez. Tan intenso fue el roce al que la tierna muchacha fue sometida que, al llegar a su pupitre, tenía el cuerpo lleno de marcas.

Inés se sentía fascinada por el erótico espectáculo que sus amigas estaban ofreciendo ante sus ojos y sintió la necesidad de llevar la situación hasta el límite. Nunca antes se había fijado en sus amigas de esa manera pero, en aquel momento, el apretado culito de Helena se le hizo de lo más apetitoso.

Casi sin pensar, alargó su mano para acariciar las tersas nalgas de su mejor amiga. Al poco rato ya le había levantada la faldita de su vestido y su mano se perdía bajo las inocentes braguitas, jugando con la yema de sus dedos en la parte posterior de la rajita inundada de su amiga del alma.

Helena seguía concentrada en comerle la boca a Sandra hasta que, de pronto, sintió como Inés le hundía el dedo corazón en el ano  de un solo golpe hasta la articulación. Helena no estaba acostumbrada a jugar con su culito y la impresión fue tan fuerte que logró volver en sí misma por unos instantes y trató de librarse del estrecho contacto de sus sudorosas y jadeantes amigas.

Pero este conato de resistencia fue rápidamente aplacado por Inés, dispuesta ya a cualquier cosa con tal de ver a sus amigas tan sometidas como lo había sido ella misma, si no más. Presa de una febril excitación, agarró a Helena con fuerza por el pelo y la obligó a postrarse de rodillas ante ella.

Su coño ardía con una intensidad que nunca antes había conocido e Inés sintió que había llegado el momento de desfogarse. Entonces miró a su amiga a los ojos fríamente y le dirigió una orden seca y tajante en un tono que sonaba algo más ansioso que autoritario.

“-Cómeme el coño lo mejor que sepas, esclava.”

Acto seguido, sin dejar de sujetar firmemente la rubia melena de su amiga, aplastó su cara entre sus piernas a la espera de sentir el contacto de su lengua en su inflamado coño. Éste no se hizo esperar y pronto Helena estaba devorando ansiosamente su almejita. Inés empezó a gemir prácticamente al instante.

Desde la tarima, Osvaldo contemplaba la escena asombrado por las facultades que estaba demostrando su nueva esclava. La situación era tan salvaje que el chico, a pesar de su experiencia, no pudo evitar empezar a sacudirse el nabo con fuerza presa de una descomunal erección. No cabía duda, ella era su mejor alumna.