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El poder de Osvaldo (7: Una familia obediente)

en Control Mental

 Maite pasó todo el día esquivando a sus hijos, no podía olvidar la escena que había presenciado esa misma mañana. Cada vez que miraba a su hija recordaba la perversa expresión que había visto en su cara mientras su hermano la follaba. Y su mente conservadora no asimilaba la idea de haberles visto fornicar como animales en el salón de su propia casa.

 Tampoco se explicaba su propia actitud, cómo en lugar de reaccionar a tiempo se había quedado en el marco de la puerta observando en silencio a la incestuosa pareja. Aún al saberse descubierta por Laura había permanecido inmóvil escrutando su mirada, llena de vicio. Hasta que, al fin vencida por el pudor, se retiró de la escena y fue  a encerrarse en su cuarto.

 Se sintió impotente, incapaz de detener esa locura. Y se avergonzó aún más al descubrir lo mucho que aquello la había excitado. Sus bragas de encaje estaban empapadas. Así que trató de calmar sus nervios con una ducha de agua fría. Sin embargo terminó tocándose bajo el helado chorro con un fervor que no había conocido en meses.

 Lo cierto es que Maite no solía masturbarse a menudo. Teniendo a Ramón a su lado lo consideraba un desperdicio. Aunque tampoco podría decirse que con éste mantuviera una intensa vida sexual. En realidad para Maite el sexo había pasado a ser una cuestión de mero trámite. Tras su matrimonio fallido se volvió una mujer fría e incluso había llegado a pensar que sufría de frigidez. Su marido le sugirió en más de una ocasión que fuera a terapia, aunque eso únicamente había servido para agriar aún más la relación.

 Ahora Maite tenía la brutal escena que había presenciado incrustada en la mente y ese recuerdo la mantuvo excitada durante todo el día. De nuevo en su habitación, estuvo largo rato tumbada sobre sus finas sabanas, dándose placer con sus manos mientras se preguntaba si sus hijos seguirían jugando en el piso de abajo. Varias veces estuvo tentada de acercarse a espiar, aunque finalmente abandonó la idea más por el miedo a ser descubierta que por el pudor de lo que pudiera encontrar. Y, aunque puso en ello sus cinco sentidos, no consiguió alcanzar el orgasmo en ningún momento.

 Cuando escuchó la puerta de entrada al abrirse habían pasado ya varias horas y el sol estaba cerca de ponerse. Maite tenía tres dedos metidos en el culo y su rostro reflejaba la frustración. Tras despertar de su delirio, descubrió que las sabanas estaban encharcadas en una mezcla de sudor y flujos. Tuvo el tiempo justo de echarlas en el cesto de la ropa sucia y encerrarse en el cuarto de baño antes de escuchar a su marido subir la escalera.

“-¡Hola cariño! ¿Dónde estás? Ya hemos llegado.”

 Por un momento se preguntó si lo que había visto era un producto de su imaginación. Todo parecía tan normal que dudó por un instante de su propia cordura. Su mente estaba tan confundida que ni siquiera se cuestionó lo que podría haber estado haciendo su marido con aquella chiquilla durante toda la tarde.

 Tampoco ésta vez pudo evitar la tentación y de nuevo Maite exploró su cuerpo bajo el agradable chorrito de agua caliente buscando un orgasmo que nunca llegaba. Sus dedos hurgaban en su coño peludo mientras con su otra mano sostenía su cuerpo inclinado sobre la pared de la ducha. Aún podía ver a su hija, con una mueca de placer deformándole la cara por completo, y sus pechos bamboleándose al ritmo de las embestidas de su hermano.

 Maite no recordaba haberse sentido nunca tan excitada y se dio cuenta que, aun estando bajo el agua, podía apreciar como se le erizaban todos los pelos del coño. Ya no sabía que más hacer para calmar sus ansias y, en un arrebato de lujuria, se metió el surtidor de la ducha hasta el mango en su húmedo agujero. Estuvo a punto de desmayarse al sentir aquel potente chorro golpeando en las paredes de su vagina. Pero pronto consiguió estabilizar su postura y empezó a penetrarse con ese instrumento volviéndose loca de placer. Aunque tampoco entonces logró el orgasmo.

 Tras aquello se sentía incapaz de enfrentarse a sus hijos. Rehuía su presencia en todo momento y, al verlos, no podía evitar sentir la humedad desbordarse bajo su ropa interior. A la hora de cenar tuvo al fin que compartir la mesa con ellos dos. Le temblaban las piernas al sentarse. Sabía que Laura la había descubierto espiándoles y, sin embargo, su hija actuaba con absoluta normalidad, como si nada de aquello hubiera pasado. Y a medida que avanzó la velada, Maite se sintió cada vez más incómoda.

  Laura, desde un extremo de la mesa, hablaba con desparpajo sobre alguno de sus temas banales, algo que había visto en televisión y que a nadie más parecía interesarle, al menos a juzgar por sus caras. Tan solo la pequeña Marta prestaba algo de atención a la verborrea de su hermana mayor mientras sorbía la sopa de su tazón. Ramón estaba como ausente. Llevaba ya unos días abstraído en sus pensamientos y, solo de vez en cuando, dirigía discretas miradas a su idolatrada hijastra, pues ya no podía pensar en otra cosa.

 Pero era la insistente mirada de Osvaldo lo que realmente estaba empezando a sacarla de quicio. El chico había estado toda la cena mirando descaradamente a su madre mientras comía en silencio. Daba la impresión de estarla desnudando con la mirada. Y, aunque nadie más en aquella mesa pareció darse cuenta, la pudorosa mujer podía sentir los ojos de su propio hijo escrutando las profundidades de su escote.

Maite era consciente de que no llevaba ropa interior. Por algún motivo olvidó ponérsela al salir de la ducha  y ahora su excitación empezaba a ser evidente. Pues bajo el fino vestido se dibujaban ya claramente dos duros pezones que amenazaban con atravesarlo. La compungida madre levantó al fin la vista anhelando no haber sido descubierta pero, aunque el resto de la familia seguía sin darle importancia, su hijo la miraba fijamente mientras una extraña sonrisa se dibujaba en los labios.

 Ya habían retirado la mesa cuando, de pronto, sintió la necesidad de mostrarse ante él. Estiró suavemente de los bordes de su vestido y, con cuidado de no llamar la atención, deslizó lentamente su escote hacia abajo ofreciendo una mejor perspectiva de sus curvas e incluso asomarse a sus puntiagudos pezones. Su excitación aumentaba sin parar. Nunca creyó que pudiera sentirse atraída por una sensación tan oscura y morbosa. Se preguntaba si su hijito tendría ya la poya dura bajo el pantalón y empezó a desear probar aquel miembro con el que tanto había visto disfrutar a Laura esa misma mañana.

 Estaba tan excitada que llevó sus manos bajo la mesa y empezó a acariciarse la peluda raja. No se reconocía a sí misma. Su humedad había impregnado la silla en la que estaba sentada y sus dedos chapoteaban en una incesante cascada de flujos. Ya no le importaba que su familia pudiera verla. No podía pensar en nada que no fuese su propio placer.

  Definitivamente vencida por el vicio, Maite colocó ambas piernas sobre la mesa y comenzó a masturbarse ruidosamente ante la atónita mirada de su marido y sus dos hijas. En esa postura, la separación que había quedado entre la mesa y su silla permitía tener una perfecta visión de su coño. El morbo de la situación se había apoderado de ella por completo y sintió al fin la cercanía del ansiado orgasmo.

 La primera en reaccionar fue la pequeña Marta que, comprendiendo enseguida cual era su función, aprovechó la confusión del momento para meterse bajo la mesa e ir en busca de su padrastro. Laura estaba embobada viendo a su madre. No comprendía bien lo que estaba pasando pero empezaba a excitarse, e inconscientemente dirigió una mano bajo el pantalón de su chándal buscando su húmedo secreto.

 Su madre se había abandonado por completo al placer. Con una mano frotaba frenéticamente su clítoris mientras hundía en su gruta dos dedos de su otra mano. El vestido se había ido subiendo con el vaivén de sus caderas hasta quedar arremangado en su cintura, dejando al descubierto sus caderas, nalgas, coño y ombligo. La violencia de su masturbación también hizo que ambos pechos y sus erectos pezones asomaran sobre su escote.

 De pronto Maite sintió estremecerse a su esposo y, al posar la mirada en su regazo,  descubrió la cabeza de su hijita que, escondida bajo la mesa, tragaba glotonamente la poya de su marido. Lejos de horrorizarla, aquella visión fascinó a la ardiente madre que, interrumpiendo su apasionada masturbación, se acercó a contemplar la morbosa escena que se desarrollaba a su lado. Sus ojos, antaño fríos, reflejaban ahora el fuego de la corrupción.

 Cuando vio a su mujer mirándole de cerca, Ramón creyó que el corazón iba a estallarle en el pecho. Ella siempre se había mostrado con él tan distante y ahora, en el límite de su depravación, la oía al fin jadear con la mirada fija en su poya y en aquella joven boca que le estaba haciendo enloquecer Sin embargo no reconocía en ella a la mujer de la que una vez se enamoró. Su mirada estaba ausente, vacía, y podía vislumbrar tras ella el sufrimiento de una mente perdida. Aquella situación era tan impensable, tan perversa e irracional, que su mente se resistió a aceptarla y, por un momento, recobró el control de sus actos.

 Apartó a su hijastra de un empujón y, guardando su erecto miembro de vuelta en los pantalones, trató de sobreponerse a sus impulsos. Sin embargo la voz de Osvaldo le detuvo.

“-Quédate quieto dónde estás. ¿Por qué me tienes que complicar las cosas?”

 Ramón no había prestado atención a sus otros dos hijastros que permanecían sentados contemplando en silencio la escena mientras se tocaban mutuamente. Vio como Osvaldo susurraba algo al oído de su hermana mayor y, acto seguido, ésta hizo el gesto de subirse los pantalones para, acto seguido, levantarse para ir a su encuentro. Y de pronto comprendió que el huraño adolescente tenía mucho que ver en lo que estaba pasando.

 Pero, aunque trató de moverse, fue incapaz de dar un solo paso. Su mujer seguía absorta, mirando la escena, parecía haber recuperado algo de consciencia, pero se encontraba aún en estado de shock. Su marido luchaba por liberarse de aquella extraña fuerza cuando la voz de Laura en su oído volvió de nuevo a sumirle en las sombras.

“-Siempre has querido que te llame padre y que te obedezca. Bien, papá, ahora estoy aquí y puedes hacer conmigo lo que desees”

 Y acto seguido tomó la mano de Ramón entre las suyas y la posó sobre uno de sus firmes pechos mientras le acariciaba el paquete que seguía duro como una olla a presión a punto de estallar. Y siguió guiando su temblorosa mano a lo largo de sus curvas, entreteniéndose en sus nalgas, para al fin llevarla bajo sus pantalones, directamente sobre su coño mojado.

“-Papá, sé que siempre has querido hacer esto.”

 Entonces la joven se alejó de Ramón y, dándole la espalda, inclinó su cuerpo sobre la mesa provocando la caída de las copas que aún quedaban en ella. Tras acomodarse apoyando sus pechos sobre la madera, bajó el pantalón de su chándal y, poniéndose en pompa, ofreció a su padrastro la visión de su raja y su culo cubiertos tan sólo por un fino y apretado tanga de hilo.

 En un último intento por aferrarse a la cordura, Ramón volvió sus ojos en busca de su amada mujer. Sin embargo tan solo halló en ella una nueva dosis de locura. Osvaldo se había colocado tras ella y restregaba groseramente el miembro entre sus nalgas mientras con ambas manos le manoseaba las tetas. El chico interrumpió por un instante sus manejos y le dio a Ramón la orden definitiva.

“-Ahora vas a follarte a Laura. Y no pares de hacerlo hasta que yo te lo ordene.”

 Aquella orden venció al fin las defensas del adulto. El chiquillo había llegado a los confines más oscuros y secretos de su ser. Recordó todas las miradas indiscretas que le había dirigido a su hijastra desde la adolescencia. Cómo dejó de ir con ellas a la playa para no delatarse cuando las curvas de la mayor empezaron a ser demasiado voluptuosas. Hubo una época en que habría dado su vida por poder follarse a esa belleza rebelde. Pero siempre había creído que él la repugnaba. Y ahora estaba a su merced.

 Pensó también en todas las veces que le había ofendido, en todas las humillaciones que aquella niñata le había obligado a vivir. La idea de la venganza le hizo aún más agradable cumplir con su cometido y, tras sacarse el cinturón, liberó su duro pene y se lo clavó de una embestida a su hijastra iniciando un violento coito con ella.

 Sus embestidas se volvieron cada vez más salvajes. Presa de la locura, Ramón empezó a golpear a la joven con su cinturón mientras la poseía brutalmente. Sus golpes dejaban unas marcas moradas que pronto se multiplicaron a lo largo de su espalda, sus nalgas y la parte posterior de sus pechos. Sin embargo la joven se retorcía de placer al sentir aquel duro trozo de carne hundiéndose en sus entrañas y los violentos golpes que se estrellaban contra su delicada piel no conseguían más que aumentar el volumen de sus gemidos.

“-Fíjate bien en lo que el cerdo de tu maridito le está haciendo a tu hija."

 Osvaldo seguía obligando a su madre a contemplar la escena mientras se deleitaba explorando con sus manos el cuerpo materno. Marta seguía bajo la mesa contemplando la escena con su manita entre las piernas, esperando que hubiera algo de diversión para ella. Osvaldo, manoseando a su madre, le susurraba al oído.

“-¿Te gusta lo que ves?”

“-Sí, me gusta mirarles.”

 El chico le había quitado ya completamente el vestido y ahora acariciaba directamente su coño desnudo pasando el brazo desde atrás por encima de sus caderas. Ella gemía y se retorcía de placer, inclinando sus nalgas atrás en busca del duro paquete de su hijo. Cuando ya no pudo más, ordenó a su madre tumbarse sobre la mesa, en la misma postura que Laura y se abalanzó sobre ella con la poya en la mano, dispuesto a penetrarla. Y hundió de un solo golpe su miembro en el mismo hoyo del que un día nació. Mientras el chiquillo se la follaba, la ardiente mamá, definitivamente abandonada al morbo, empezó a gritar.

“-¡Sí, así! ¡Fóllame, hijito! ¡Fóllame así! ¡Qué bien! ¡Así, así, mi pequeño! ¡Fóllame!”

 Maite sentía a su joven hijo moverse dentro de su cuerpo. Nunca se habría atrevido a pensar en hacer algo tan depravado y sin embargo ahí estaba, degustando el incesto en el comedor de su propia casa. Al fin el cuerpo de Maite colapso y sintió el ansiado orgasmo apoderarse de su cuerpo.

 Osvaldo llevaba demasiado tiempo conteniendo su excitación y, al sentir el coño de su madre contraerse alrededor de su, no pudo evitar correrse abundantemente en el interior de su gruta. Y, tras sacar la poya empapada de flujos y semen, le ordenó a Martita que se tumbara en la mesa y, mirándola fijamente a los ojos, dio a su madre instrucciones precisas.

“-Ahora que has tenido tu premio haz que se corra tu hijita y acabemos con esto de una vez.”

 Maite arrastró a su hija de los pies hasta colocarla a su altura de la mesa. Al levantar su falda descubrió que su delicado coñito rubio no estaba cubierto. Así que tan solo tuvo que separar un poco sus piernas para meter la cabeza entre sus muslos y empezar  cumplir la perversa misión que su hijo acababa de encomendarle.

 Laura quedó prendada con la visión del coño de su hermanita y, sin dejar de acompañar las rudas embestidas de su padrastro, inclinó su cuerpo para explorar los suaves muslos de la pequeña, paseando su lengua por ellos en dirección a la entrepierna Quería probar el sabor de su hermanita, así que su lengua peleó con la de su madre por saborear aquel manjar

 La pequeña Marta gemía y se deleitaba con los nuevos placeres, feliz por recibir al fin las atenciones que hasta el momento le habían negado. El sonido de la lengua de su madre chapoteando en su humedad se confundía con los secos impactos de las embestidas de su padrastro al estrellarse contra la mesa y los encendidos gemidos de su hermana que rompían el silencio de la habitación.

 Aquella perturbadora visión hizo que la sangre fluyera de nuevo a la entrepierna de Osvaldo devolviendo la rigidez a su herramienta. Su madre estaba inclinada sobre la mesa lamiendo los delicados pliegues de la intimidad de su hijita mientras su desnudo trasero se balanceaba ante él. Junto a ella, Laurita se afanaba por lamer los muslos de la pequeña tratando de alcanzar la fuente de su humedad.

 De vez en cuando apartaba la boca de la piel de su hermanita para dejar escapar un ahogado bufido, fruto del intenso trabajo que las embestidas de Ramón estaban realizando en su entrada trasera. Mientras con una de sus manos mantenía bien abierta la rajita de su hermanita, la otra había ido a parar a su propio coño. Y mantenía dos deditos clavados en su cueva estrechando aún más su castigado recto ante las embestidas de papaíto.

  Exultante por su sonado éxito, Osvaldo se dispuso a violar de nuevo a su madre. Estaba decidida a probar todo su potencial así que apoyó su glande en la entrada de su ano y, sujetando firmemente sus caderas, empezó a penetrar su estrecho culito con dificultad.

 Nadie había osado nunca entrar en aquella entrada que su hijo estaba invadiendo y el morbo se sumó al placer anulando por completo el dolor que sentía. Y comenzó a mover sus caderas saliendo al encuentro de esa poya adolescente que le estaba rompiendo el culo. Pronto se dejó llevar y sus lametones pasaron a ser latigazos sobre el clítoris de la pequeña cuya humedad estaba aún devorando.

 Pronto Marta empezó a gemir sonoramente anunciando su orgasmo y los esfuerzos de todos se vieron redoblados para alcanzar un clímax conjunto. Maite estaba en el paraíso, recibiendo más placer del que nunca hubiera soñado y, mirara donde mirara, solo encontraba imágenes morbosas que perturbaban su lívido hasta hacerla enloquecer.

 Sintió que siempre había deseado aquello, sentirse realmente sucia y saborear el dulce néctar de la corrupción. Aunque nunca se había atrevido ni tan siquiera a pensarlo. Y en el fondo de su alma sentía un enorme agradecimiento.

 Su lengua se entrelazaba a ratos con la de Laura, alternando sus juegos con las caricias que seguían asediando el sexo de la chiquilla. Ramón embestía salvajemente a su hijastra aumentando su furia a cada momento. Finalmente Osvaldo logró derramarse en el trasero de su madre dando con ello a los demás permiso para correrse.

 El efecto no se hizo esperar y Marta empezó a soltar su néctar sobre la mesa mientras su madre y hermana se retorcían como locas tratando de recibir en sus bocas todo lo que soltaba su inflamada vagina. Pronto los orgasmos se encadenaron y Ramón vació una enorme cantidad de semen en el culito de su encantadora hijastra, que se retorcía y temblaba de placer mientras un potente fogonazo recorría su espina dorsal poniendo toda su piel de gallina. Su cara estaba roja, sus ojos cerrados, y sus labios sangraban debido a la fuerza con que se los había mordido durante el orgasmo.

 Aunque el clímax más potente fue el de su madre. Fue la última en venirse y lo hizo tras sentir la poya de su hijo retirarse de su agujero, sucia de semen y mierda. Lo hizo mientras se derrumbaba sobre la alfombra, hurgando con varios dedos de ambas manos en su dilatada gruta, hasta dejar en el suelo un abundante rastro de humedad.

  Tras terminar de correrse, tuvo una idea propia y, volviéndose hacia su hijito, tomó su flácido miembro con la mano y se dispuso a limpiarlo en su boca. Lo chupó con delicadeza hasta dejarlo inmaculado. Sin embargo puso tanta atención en ello que pronto se encontró con una poya dura entre los labios.

 El chico estaba aprovechando la ocasión para follar su boquita, muy satisfecho con la ocurrencia de su madre. Sabía que lo había hecho por iniciativa propia y eso lo hacía aun más excitante. Así que dejó que su madre siguiera afilándole el sable hasta que sus huevos se contrajeron anunciando una nueva descarga.

 Entonces el chaval cogió a su madre del pelo obligándola a tragarse todo su miembro mientras inundaba de lefa el interior de su boca. Cuando hubo vaciado en ella toda su carga se incorporó y le dictó una última orden.

“-Mami, tienes que tragártelo todo.”

 Y observó satisfecho como su madre, tras tragar toda su corrida, atrapaba en su dedo un hilillo de semen que había escapado por la comisura de sus labios para después volver a llevar con su dedo el blanco fruto al interior de su boca.

 Osvaldo se quedó ahí de pié, con la poya aún por fuera, contemplando la escena. Su padrastro seguía derrumbado sobre su hermana, que estaba tumbada en la mesa con la cabeza aún entre las piernas de la pequeña. Frente a ellos estaba su madre, de rodillas a los pies de Osvaldo. Que le miraba con cara de adoración mientras su cuerpo desnudo se posaba en la húmeda alfombra.

 Ella había sido sin duda su mayor logro. Sumida por arte de magia en las tenebrosas perversiones de su corrupta manipulación. Y se dio cuenta de lo fácil que en realidad había sido dominar a su madre. Más sencillo aún de lo que fue con su hermana pequeña.

  Y Osvaldo fue al fin consciente de los nuevos horizontes que se extendían ante él. El momento de su venganza había llegado y pronto su poder alcanzaría los últimos rincones de su reducido mundo.