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El poder de Osvaldo (13: Una nueva vida)

en Control Mental

Hacia poco más de seis meses desde que Ines comenzó su rol cómo esclava, sin embargo ya apenas recordaba nada de su vida anterior. No comprendía cómo habia podido mantener una existencia tan insulsa y vacía durante todo ese tiempo sin nisiquiera ser consciente de ello.

 

Durante aquellos meses Osvaldo habia logrado someter a todo el personal del instituto y ella era la unica de entre todos sus compañeros a la que le estaba permitido recordar lo sucedido. Sin embargo, no podía hablar de ello con nadie, su amo la estaba poniendo a prueba y por eso habia permitido a su esclava conservar gran parte de su libre alvedrío.

 

Los primeros meses los pasó aislada, apartandose de los demás, esperando que en cualquier momento su amo viniera a castigarla, aunque eso nunca sucedió. Le incomodaba ver a todo el mundo actuando como si nada hubiera ocurrido, se sentía culpable por su forma de actuar y la impotencia de no poder hacer nada por impedirlo la corroía por dentro.

 

Pero las escenas morbosas entre sus compañeros se iban sucediendo ante los ojos de Inés, despertando en ella los rincones mas oscuros de su líbido. Pues, aunque sus compañeros nunca parecían recordar ninguno de aquellos episodios, todos ellos quedaron profundamente grabados en su joven e impresionable mente.

 

El resultado de todo aquel ámbiente que la rodeaba fué que Inés se masturbó más veces durante aquellos primeros meses de lo que lo había hecho en toda su vida, sin que para ello Osvaldo tuviera que mandarle ni la más mínima sugestión. Pues las grotescas imágenes que presenciaba a diario hicieron el trabajo en su lugar.Y asi transcurrieron los primeros meses hasta que un día Osvaldo decidió darle otra vuelta de tuerca a la educación de su nueva aprendiz.

 

Fué un Jueves por la tarde. Inés salía algo turbada de una clase de ciencias en la cual el profesor se había dedicado a sodomizar uno por uno a todos los estudiantes que hubieran conseguido una nota superior al Notable en el examen trimestral. Su amiga Helena, además, por ser la alumna que había conseguido la nota más alta en el examen, tuvo el dudoso privilegio de limpiarle la poya al profesor a lengüetazos despues de que enculara a cada uno de sus compañeros.

 

Inés, ultimamente, aprovechaba el anonimato que le garantizaban los continuos olvidos de sus compañeros para masturbarse ahí mismo, a la vista de todos, convencida de que a la salida nadie recordaría lo que habia visto. Pero aún y así el espectaculo la había puesto tan caliente que no creía poder llegar a su casa sin tener que hacerse un último dedo rápido en los labavos del instituto. Fue justo antes de llegar a ellos cuando el amo se acercó por su espalda y le susurró algo al oído que la hizo estremecer.

 

"- Te he estado observando durante todo este tiempo y aún creo que podrías ser mi reina. A partir de ahora seguiras sometida a mi voluntad pero haré que todos en este instituto obedezcan tus órdenes como si fueran las mías. De tí depende lo que hagas con ese poder."

 

Y tras pronunciar aquellas oscuras palabras se alejó por donde había venido dejando a Inés al borde del colapso. La confundida estudiante entró azoradamente en los servicios más cercanos y se encerró en uno de sus cubículos. Sentía una enorme presión sobre sus hombros, aplastandola bajo tanta responsabilidad.

 

Se había acostumbrado al anonimato que había estado llevando hasta el momento y, en cierta medida, estaba empezando a disfrutar de los continuos espectaculos que Osvaldo le ofrecía a traves de sus compañeros. Pero una cosa era disfrutar de ello sabiendo que no podía hacer nada por evitarlo y otra muy distinta ser la causa de tanta perversión.

 

Ahora tenía la posibilidad de parar todo aquello y lo que realmente la dejó sin respiración fué darse cuenta de que, en el fondo de su ser, ella no deseaba detenerlo. Esa idea le puso tan caliente que aún tuvo que pajearse unas cuantas veces más antes de abandonar el cubículo. Y se corrió pensando en su negro futuro.

 

En un principio trató de contener sus impulsos aferrandose tanto como pudo a su voluntad. Pero las tentaciones eran cada vez mayores y el hecho de que las estimulantes orgías que había estado presenciando a diario se hubieran visto interrumpidas de golpe no hacía más que aumentar su ansiedad.

 

Todo había vuelto de pronto a la más absoluta normalidad y, si ya le había resultado antes difícil prestar atención a aquellas soporiferas clases, el recuerdo de lo que había estado sucediendo desde entonces en ellas lo hacían del todo imposible.

 

Apenás había resistido unas semanas a base de masturbaciones clandestinas, pero por mucho que hubiera aumentado su frecuencia, no fueron suficientes para detener la locomotora de sus sentidos, a punto de descarrilar. Y finalmente cayó presa de sus instintos sin previo aviso.

 

Fué durante una clase de matematicas. La profesora se dirigió a ella preguntandole el resultado de una operación, però Inés no sabía la respuesta. A esa pequeña frustración se añadió todo lo que llevaba acumulado y, sin poder evitarlo, todo se desencadeno tras su respuesta.

 

"- No sé lo que debemos hacer con la ecuación, pero usted ahora va a tener que chupar una por una todas las poyas que hay en la clase. Les hará eyacular y se tragará toda su leche. Cuando haya terminado empiece a lamernos el coño a todas por orden. No se detendrá hasta sentir el orgasmo en su boca y después volverá a lamer hasta dejarnos bien limpitas. Y no pare de tocarse ni un solo segundo. Todos queremos ver lo puta que es, señorita. Cuando termine  olvidaremos lo que ha sucedido y usted nunca más volverá a molestarme con preguntas impertinentes."

 

Inés había actuado prácticamente sin pensar, fué una de aquellas veces en que nuestros impulsos se desbordan aflorando antes de que nuestras mentes puedan hacerse cargo de la situación. Al oir el sonido de sus palabras, se quedó helada. Y en ese momento se dió al fin cuenta de la oscuridad que se había instalado definitivamente en su alma.

 

El resultado de sus instrucciones fue, sin embargo, inmediato. Tan pronto como la última palabra fué pronunciada, la profesora depositó sus gafas sobre la mesa y se dirigió con paso firme hasta uno de los pupitres que había en la primera fila. Su rostro expresaba sorpresa y horror al descubrir que su cuerpo estaba actuando por cuenta propia.

 

Y ese horror se convirtió en pánico al ver como el alumno que estaba sentado en él desabrochaba mecanicamente sus pantalones liberando su flácido pene. Ella cayó de rodillas junto al lugar en que se sentaba su alumno y, sin más miramientos, se introdujo la joven poya en la boca mientras con una mano recogia su cabello en una improvisada coleta.

 

La profesora Paz todavía no terminaba de comprender lo que estaba sucediendo pero, al sentir como aquel miembro comenzaba a crecer en el interior de su boca, su sexo empezó a palpitar y sus mejillas se tiñeron del color de la vergüenza.

 

Estaba comenzando a excitarse como no lo hacía en mucho tiempo y decidió que iba a dar a sus alumnos una clase magistral, reemprendiendo con fuerza su mamada mientras dirigía la mano que aún le quedaba libre a saciar su humeda entrepierna tal y como le habia sido ordenado.

 

Pronto el aula se vió invadida por los humedos chasquidos de la lengua de la maestra que succionaba con furia. A éstos pronto se unieron los resoplidos de su alumno que, con el rostro sudoroso y enrojecido, comenzaba a retorcerse en su asiento indicando la cercanía del orgasmo. No tardó más que unos pocos minutos en correrse, vaciandolo todo en la boca de la joven profesora.

 

Victoria Paz tendría poco más de treinta años, aunque para su alumnos era una de las que más respeto imponía. Su rostro enjuto y su mirada severa rara vez dejaban entrever una sonrisa, al menos cuando estaba frente a sus alumnos. Sus elegantes gafas y su vestimenta siempre tan formal completaban esa imagen de respetabilidad que tanto efecto tenia en los estudiantes.

 

Pero ahora esa imagen se veía empañada por los rastros de lefa que recorrían su barbilla mientras sus pasos se dirigian al siguiente pupitre. Más aún cuando, ya con otra poya en la boca, empezó a remangarse la flalda, dejando ver bajo sus medias la forma de unas braguitas de algodón cuyo rastro de humedad empezaba a ser más que evidente.

 

Ya había hecho correrse a tres o cuatro de sus alumnos cuando decidió quitarse la falda de su traje chaqueta para poder urgar en su sexo sin problemas. Pronto le siguieron las medias a las cuales, más tarde, se unirian sus braguitas empapadas. En esos momentos habría deseado que cualquiera de aquellos chicos le metiera su dura verga de una estocada sin avisar. Pero las ordenes habian sido muy claras y ella no podia hacer otra cosa que obedecer.

 

Cuando hubo terminado con todos los chicos, empezó a arrastrarse bajo los pupitres de las chicas. Había tragado tanto semen que al principio le fue imposible distinguir los sabores de ellos y los de ellas. Uno de los chiquillos se habia corrido con tanta fuerza que un hilillo blanco resbalaba por su nariz. Pero pronto un sabor agridulze y metálico se abrió paso por su garganta manchando de flujos su camisa y su chaqueta. A la vista de las escandalosas corridas de sus estudiantas, Victoria decidió sacarse también estas prendas y recorría la clase a gatas de coño en coño con tan solo un sujetador.

 

Inés estaba disfrutando más de lo que nunca había imaginado. Le divertía ver a su maestra andando a trompicones con la mano metida entre sus piernas mientras cumplía a rajatabla sus ordenes. Se excitó al contar uno por uno los multiples orgasmos que tuvo la profesora mientras tragaba obedientemente todas las corridas de sus compañeros y, más tarde, también de sus compañeras.

 

Se deleitó especialmente viendo cómo lamía con esmero los sexos de Sandra y de Helena y cómo el orgasmo llegaba invariablemente a los rostros de ambas. Había un morbo especial para ella en el sometimiento de sus amigas, otra más de las notas oscuras que se estaban rebelando en su alma. Y cuando llegó el turno de que la profesora Paz hundiera su rostro bajo su propio pupitre, las braguitas de Inés estaban tan húmedas que podían confundirse con la piel que cubrían.

 

Sentir la lengua de su profesora fué mucho más placentero de lo que Inés esperaba y le hizo gemir desde el primer lengüetazo. Oleadas de fuego recorrían su cuerpo desde su coño hasta la espina dorsal y de su columna a los pechos. Inés, fuera de sí, se pellizcaba con fuerza los duros pezones a traves de la camiseta mientras su cuerpo se retorcía restregando con furia su ardiente sexo contra los labios de su profesora.

 

El orgasmo no se hizo esperar e Inés explotó como un volcán derramando su lava en los sedientos labios de la docente convertida en sirvienta. Entonces supo que nada podría substituir a aquella sensación. Estaba atrapada, pues por mucho que tratara de llevar una vida normal o aunque intentara saciarse a base de masturbaciones continuas, nunca podria igualar los labios de su maestra o la poya de su amo; y menos aún el abrumador morbo de someter y verse sometida.

 

Desde aquel momento ya no volvió a resistirse a su propia naturaleza. Todos sus valores y principios anteriores se habían evaporado y de ellos no quedaba ni un tenue recuerdo. En su lugar quedaron todos los pensamientos oscuros que alguna vez habia tenido, ocultandolos en su negro corazon. Ahora esos pensamientos olvidados eran los que regían sus actos, esclavizados por completo a sus mas bajos caprichos.

 

Sus íntimas amigas se convirtieron en los blancos más habituales de sus morbosas perversiones. Descubrió, por ejemplo, que le excitaba mucho obligarlas a follar entre ellas. En sus numerosos experimentos averiguó que el punto debil de Sandra era que le martirizaran sus grandes pechos, cuanto más violentamente mejor, y que a Helena le encantaba que le metieran objetos por el culo, aunque ella siempre lo había negado. Ambas enseguida se conviertieron en expertas lamedoras de coños lo cual Inés aprovechaba practicamente a diario.

 

Tambiéns las obligaba a prostituirse entre sus compañeros de clase a cambio de precios irrisorios. Todos en aquel instituto sabián que podían encular a la bella Helena a cambio de una simple goma de borrar y que Sandra ofrecía sexo en los labavos a cambio de cigarrillos. Ésta última una vez tuvo tanta asistencia entre los alumnos de primer curso que tuvo que hacerles entrar de tres en tres para poder atenderles a todos.

 

Pronto empezó a incluir también en sus juegos a los novios de ámbas. Le tenía especiales ganas a Victor, el novio de Helena, al cual siempre había deseado en secreto. Pero pronto descubrió que en realidad sufria de eyaculacion precoz, en alguno de aquellos polvos forzados llegó a durar menos de 14 segundos. Así que decidió prohibirle que se corriera. Y el pobre chico fue desde entonces con la poya tiesa las veinticuatro horas del dia.

 

Cada dia que pasaba, Inés descubría nuevas posibilidades para ejercitar el don que le había sido concedido. Aprovechó la erección permanente de Victor para practicar con él sesiones maratonianas de sexo mientras obligaba a Helena a masturbarse mirandoles. Les obligó a violar entre los dos a Sandra y a su novio. Y se estremeció al ver como Alex, el novio de Sandra, se corría entre alaridos al sentir su ano violado por la ferrea herramienta de Victor.

 

Pero sus juegos no se limitaron a su círculo de amistades. Pocas eran las poyas que Inés no conociera ya en aquel instituto y también había hecho frecuentes incursiones entre sus compañeras. Le tenía especial aprecio a la poya de Diego, un chico del último curso al que nadie osaría llamar atractivo pero cuyo grueso cilindro tenía una forma especial que se adpataba perfectamente a la vagina de Inés produciendole un placer indescriptible.

 

Perdió la cuenta de cuantas veces aprovechó tiempos muertos para obligar al chaval a follarla von fuerza. Sin embargo lo que más ansiaba en el mundo era volver a sentir la poya de su amo. Se sentía en deuda con él y, ahora que conocía su propia naturaleza, sentía en lo más hondo de su ser la necesidad de ser castigada. Y quería que fuera su amo quien decidiera su destino.

 

Lo más duro de su nueva vida era lo que sucedía fuera del instituto, cuando tenía que fingir ser una chica normal de su edad. Algunas veces aprovechaba la excusa de pasar la tarde con sus amigas para encerrarse en algún lugar solitario con Sandra o Helena, a veces con ambas, y las obligaba a lamerle el coño durante horas. Pero no podia hacerlo todos los días y el resto del tiempo era para ella un terrible suplicio.

 

Odiaba especialmente el tiempo que debía pasar con su familia por la mezcla de sentimientos que le producía estar con ellos. Seguía sintiendo por ellos cariño, pero los sentimientos para Inés entonces tenían poco peso frente a sus desenfrenadas perversiones. Y, sin embargo, se veía obligada a cumplir sus insulsas órdenes o atender a sus vacíos intereses y preocupaciones fingiendo un respeto que ya se había esfumado.

 

La mayor parte del tiempo la pasaba en su cuarto, tratando de saciar sus ardores con sus propias manos mientras planeaba nuevas maldades para el día siguiente. Había llegado a un punto en que ya practicamente ni se escondía al hacerlo. Poco le importaba lo que pudieran pensar de ella su padre y su hermano mayor. Tan sólo empleaba el disimulo necesario para que nadie sospechara que algo raro estaba ocurriendo en el instituto. Y que una chica como ella fuera una cerda que no hacía otra cosa que meterse los dedos no era algo demasiado extraño.

 

Sus padres achacaban el cambio a su nuevo novio, un tal Osvaldo, del su pequeña Inés les había hablado maravillas. Aunque a ellos no les hacía mucha gracia que tuviera un novio y menos aún lo poco que habían logrado saber sobre él. Sin embargo, pronto le conocerían.