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El Poder de Osvaldo 20: Hermano consentido

en Control Mental

Sandra llegaba tarde a casa una vez más. Hacia días que procuraba cenar fuera y alargaba lo más que podía la hora de regreso. Nunca había tenido problemas en casa pero últimamente prefería no coincidir con su hermano.

Juan, el hermano de Sandra, era unos años menor que ella y siempre habían mantenido una relación especial. Era pelirrojo igual que su hermana y tenía la cara cubierta de pecas, lo cual le daba una aspecto infantil a pesar de haber entrado ya en la adolescencia.

Siempre había sido un niño mimado y eso hacia que Juanito fuera un autentico dictador.Su hermana le idolatraba y él sacaba provecho de su buena disposición siempre que podía. Lo cual era muy a menudo, puesto que su hermana era la encargada de llevarle al cole, recoger sus notas y hacer de canguro. Sin embargo su relación en las últimas semanas había dado un giro extraño y oscuro. De la buena voluntad a la sumisión hay un paso, pero por mucho que pensaba, Sandra no era capaz de recordar cuando dio ese paso funesto.

Empezó por lavarle la ropa y hacer sus deberes como algo natural, un simple favor que su hermanito le pedía. Pronto era ella quién cumplía con todas las tareas domesticas del pequeño de la casa mientras éste jugaba a la consola sin preocuparse por nada. Al cabo del tiempo Sandra empezó a ser consciente de su incapacidad para oponerse a los deseos de su hermanito. Las veces que se quedaban solos, su hermano la obligaba a ir al videoclub para alquilar películas pornográficas a las que él, por su edad, no debería haber tenido acceso. Y Sandra cumplía sus órdenes sin rechistar.

Comenzó por alquilar las películas al azar, pero pronto empezó a elegirlas por las caratulas buscando las que le parecían más excitantes. Y siempre terminaba alquilando películas sobre lesbianismo y dominación. Al principio su hermano, que era muy tímido, se encerraba en su habitación para masturbarse viendo la película en la pequeña tele que tenia en su habitación. Se encerraba durante horas dándole a la zambomba y después le entregaba a su hermana el pijama lleno de lefa para que lo lavara.

Algunas veces había tenido que lavar hasta las sabanas por las manchas que dejabande las enormes corridas de su hermano. Era evidente que aquello no era adecuado para su edad y, a pesar de ello, se veía impelida a traerle, un día tras otro, aquellas películas llenas de morbo y perversión con las que pasaba las horas muertas. Y al fin llegó el día que Sandra esperaba y a la vez tanto temía en que su hermano le hizo una petición funesta.

“-Hermanita, quédate a ver la película conmigo.”

Y como tantas otras veces Sandra fue incapaz de resistirse a la voluntad de su hermano. Entro en silencio a aquella habitación pequeña y abigarrada, llena de posters y discos desordenados y se sentó en el único espacio que había libre, en una cama deshecha, junto a su hermano. No sabía bien lo que iba a pasar a continuación y podía oír sus latidos compitiendo en estruendo con su propia respiración acelerada.

Su hermanito también parecía nervioso y, tras poner tembloroso el DVD que Sandra había traído en la pletina de su consola, se sentó tímidamente algo encogido junto a su hermana y cogió el mando para darle al botón que iba a desatar aquella locura. Ambos hermanos permanecían inmóviles en la penumbra de la habitación, atentos a una pantalla en la que se sucedían las escenas grotescas.

Sandra, sin saberlo, había tenido buen gusto al elegir la película, provocando la sonrisa del dependiente del videoclub, que en ningún momento había apartado la vista de sus enormes tetas. Se trataba de un film sadomasoquista con cierto buen gusto en su depravación e incluso un cierto sentido del argumento con toques morbosos. Pero el contenido era mucho más extremo de lo que la pelirroja a simple vista hubiera podido imaginar.

Su coño se estaba empapando y el nerviosismo de su hermanito aumentaba a medida que el bulto en sus pantalones amenazaba con estallar. Al cabo del rato el pequeño Juanito fue perdiendo la vergüenza y empezó a masturbarse de forma ostensible apenas a unos centímetros de donde ella se encontraba. Comenzó a hacerlo de forma tímida, pero pronto fue ganando confianza, sacudiendo su poya delante de su atónita hermana, que permanecía  inmóvil.

A pesar de sus  esfuerzos, Sandra era incapaz de moverse. Quería acabar con su penosa situación y salir huyendo de aquella habitación sombría y maldita. Y, sin embargo, se veía incapaz de levantarse de la cama sudada y mugrienta de su hermanito adolescente. Pero eso no era lo que de verdad le preocupaba, pues sabía que no eran aquellas perversas imágenes reflejadas en el televisor lo que mantenían la humedad bajo su pijama sino la cercanía de la poya hinchada y venosa que su hermanito sostenía en la mano.

No podía apartar la mirada de aquella dura poya y se odiaba por ello. Su mirada iba divagando entre el enrojecido capullo que se agitaba entre los delgados dedos de su hermanito y esa expresión de placer llena de ternura que iluminaba su carita, entrecerrando los ojitos mientras se acariciaba su ya bien formado mastil.

Sandra trató de evitar que sus miradas se cruzaran, pero pronto unos ojos dieron con otros y entonces el pequeño, casi en un susurro, le pidió a su hermanita un nuevo favor con el que ésta, ni en sus peores pesadillas, jamás hubiera soñado.

“-Hazme una paja, por favor”

Aquello fue la gota que colmo el baso y Sandra se dispuso a poner fin de forma abrupta a aquella locura. No entendía como habían llegado a ese punto pero era evidente que la situación se les había ido de las manos. Le hervía la sangre y se dispuso a marcharse de allí al instante, pero antes pensó en abofetear a su hermano por su atrevimiento. Ya llevaba demasiado tiempo siendo un niño mimado y aquello le había hecho rebasar todos los límites.

Era innegable que ella tenía parte de culpa, pero ya tendría tiempo más tarde para recabar en ello, ahora era el momento de frenar a su hermano. Incluso llegó a alargar el brazo para estamparla en la mejilla de aquel pequeño depravado pero, en lugar de eso, vio horrorizada como su propia mano se afanaba en sujetar el duro falo, que empezó a masturbar suavemente logrando que derramara las primeras gotas de líquido preseminal.

Juanito manoseaba los grandes pechos de su hermana quien, tras vanos intentos de zafarse con la única mano que tenía libre, resignada, le dejaba hacer. Era como si estuviera demasiado concentrada en su tarea de masturbarle como para esforzar en detener sus ávidos tocamientos. Con el transcurso de los largos minutos, al fin derrotada, su propia mano fue a buscar los secretos de su encharcado pijama y empezó a frotarse ya sin disimulos.

Aquel no fue en absoluto un asunto aislado sino el comienzo de una serie de abusos y humillaciones a los que su hermano la sometía a cada momento en que tenía ocasión. De cara a los demás, era un ser encantador e inocente, un angelito al que nadie hubiera creído capaz de todas aquellas sucias acciones. Pero, cuando se quedaban solos, no perdía ocasión para sobarla, restregarse contra ella y muchas otras cosas que se habría visto incapaz de confesarle a nadie.

Y después vino aquella fiesta. No sabia porque había traído a su hermanito menor al cumpleaños de su amiga, aunque ella misma lo había pedido. Apenas recordaba nada de aquella fiesta infernal, había llegado a sospechar que alguien le hubiera puesto algo en la bebida. Y los pocos flashbacks que le llegaban, más propios de un sueño o una pesadilla que de la realidad, le daban escalofríos.

Ella procuraba no pensar en ello, pero era evidente que la actitud de su hermano desde entonces había cambiado. Antes era un mimado pero no tan perverso. Pero ahora explotaba cada segundo a solas para dar rienda suelta a sus mas oscuros pensamientos.

No podía negar que aquello la excitaba, pero el hecho de que fuera su propio hermano, con el que había convivido desde pequeña, el que le provocara todas esas deliciosas sensaciones la hacía sentir la más sucia entre las mujeres. Por eso, aunque era incapaz de negarse a las peticiones del pequeño, decidió pasar en su casa el menor tiempo posible para poder mantenerse alejada de sus deseos.

Se trataba tan sólo de una solución peregrina pero, a estas alturas, Sandra se veía incapaz de pensar con claridad. Y su determinación precaria parecía haber dado buen resultado hasta el momento. Pues las ultimas noches, cuando había llegado, su hermanito estaba distraído o durmiendo.

Sin embargo aquella última noche no tuvo la misma suerte que las anteriores y, nada más entrar, pudo ver que su hermano estaba despierto por la luz que la puerta entreabierta proyectaba sobre la pared del pasillo. Era imposible llegar a su cuarto sin pasar ante aquella rendija así que, de forma decidida trato de escabullirse haciendo el mínimo ruido posible. Pero al pasar ante la puerta del pequeño, éste pareció darse cuenta y todo se fue al traste.

“-¿Sandra? ¿Eres tú? …entra!”

Se sentía impotente ante las exigencias del más pequeño y entró con actitud sumisa. Sandra mantenía la mirada en el suelo y sus mejillas se habían enrojecido preguntándose lo que vendría a continuación.

“-Hola Juan. ¿Qué quieres?”

La pelirroja, avergonzada, hablaba con un hilillo de voz sin atreverse a alzar la mirada por temor a toparse con la de su hermano.

“-¿Tú qué crees? ¡Enséñame las tetas!”

Y Sandra, de nuevo impotente, tuvo sólo la autonomía suficiente para cerrar la puerta con pestillo antes de bajar los tirantes de su vestido para exhibir sus grandes melones antes la atenta mirada de l adolescente, quién ya se había sacado la poya para disfrutar a fondo del espectáculo. No podía negar que se estaba excitando ante el morbo de ver a su tierno hermanito meneándose la poya con la mirada fija en sus duros pezones y no pudo evitar preguntarse cual de los dos era el verdadero depravado. Entonces una pregunta la sacó de sus pensamientos.

“-¿Qué son esos moratones?”

Sandra fue la primera sorprendida al hallar aquellas claras señales que delataban los recientes lametones de su amiga que ella misma era incapaz de recordar. Y sin embargo respondió al instante como si de una autómata se tratara.

“-Parecen chupetones.”

“-¿Y quién te lo ha hecho?”

La voluntad de Sandra, cada vez más plegada a los caprichos de su hermanito, de pronto sintió la necesidad de escarbar en su memoria. No le fue fácil pero, tras varios esfuerzos, pudo visualizar la melena rubia de su mejor amiga aplastada entre sus firmes melones. Aún no era capaz de comprender, pero si logró contestar.

“-Ha sido Helena.”

La propia Sandra fue la primera sorprendida por su respuesta e inmediatamente vio como su hermano enloquecía aumentando el ritmo en que se acariciaba la poya hasta machacársela de forma febril. Su cara seguía siendo la de un niño, pero en su mirada ya no había más que lujuria y perversión.

“-Dime, ¿qué más te ha hecho? ¡Cuéntamelo todo!”

Sandra iba recordando lo sucedido a medida que su propia voz lo narraba. Fue como vivir por primera vez lo sucedido con su amiga del alma, oculto en su memoria hasta ese preciso instante. Y sin pudor describió con todo lujo de detalles como se habían comido los coños en casa de su amiga, compartiendo techo con sus propios padres. Y mientras le narraba los morbosos hechos, exhibía sus grandes melones descaradamente ante su hermano pellizcando a cada rato suavemente sus pezones.

El aún inexperto Juanito no tardó mucho en explotar y lo hizo derramándose sobre los voluptuosos pechos de su hermanita quién, a estas alturas, recibió gustosa su corrida.  Al terminar su narración, Sandra podía sentir sus braguitas empapadas desde la parte inferior de sus nalgas hasta el vientre. Estaba salida perdida.

“-Quiero que me enseñes a comer un coñito.”

Sandra no estaba preparada para esa petición. Realmente creía que, al menos por esa noche, su hermanito se conformaría con hacerla exhibirse como una puta sin que la  cosa tuviera que ir a más. Pero se equivocaba y, resignada, Sandra se quitó sus empapadas braguitas y, sin ni siquiera sacarse el vestido, se arremangó la falda y se plantó abierta de piernas mostrando su preciosa matita pelirroja bien recortada como si fuera un desafío ante su hermano.

Después fue guiando paso a paso al pequeñín sobre como convertir su montañita en un volcán. Pronto el enano de la casa le estaba arrancando unos gemidos que, si no hubiera estado mordiendo la almohada una y otra vez, sin ninguna duda habrían despertado a sus padres. Estaba desatada y, cuando sintió que iba a correrse, obligó a su hermano a detenerse para ponerse a cuatro patas con el vestido arremangado por la cintura.

“-Ahora prueba a comérmelo desde atrás.”

Sandra le había estado mostrando todos los puntos débiles de su anatomía y la lengua de su hermano, a pesar de su inexperiencia, estaba a punto de hacerla enloquecer. Ya totalmente ida, instruyó al pequeñín para que maniobrara también con su lengua en su estrecho ano y los gruesos labios de su dilatado coño mientras hundía sus delgados deditos en la vagina.

De vez en cuando, Sandra dejaba de pellizcar sus pezones y dirigía una mano a su entrepierna para estimular el hinchado clítoris que su hermanito mantenía abandonado con sus maniobras periféricas. Llegó un punto en que no pudo contener su excitación por más tiempo y se derrumbó suplicando al pequeño adolescente que la penetrara con vehemencia.

“-¡Follame, Juanito! ¡Follame fuerte!”

Y mientras suplicaba volvió la cabeza para dirigir a su hermano una mirada sucia y anhelante que ningún hombre habría sido capaz de resistir. Y el inexperto Juanito no era un hombre, sino un adolescente con las hormonas en ebullición. Un adolescente que no tardó ni un segundo en abalanzarse sobre su hermana con la poya en la mano para penetrar en ella, perdiendo su virginidad en ese instante gracias al cálido abrazo de aquél húmedo y ardiente coñito fraternal.

Ambos hermanos se embestían mutuamente mientras jadeaban como dos animales. A cada una de las duras embestidas de aquel adolescente enloquecido, Sandra salía a su encuentro con un golpe de cadera que hacía que la joven poya penetrara secamente hasta los confines más ocultos de su vagina. Buscaba aquella embestidas de forma febril, y siguió empujando hasta que su hermano hubo derramado la última gota de leche en su interior.

Después, algo confusa, se volvió a colocar el vestido y salió tambaleándose de aquella habitación maldita olvidando sus bragas mojadas que habían quedado tiradas en un rincón, dejando un charquito en el suelo.

Sus pensamientos eran un caos, divagando de su amiga a su hermano y a tantas y tantas veladas que por sí misma era incapaz de recordar. Tardó un buen rato en dormirse y al final lo hizo con un mano enterrada bajo su pijama mientras susurraba entre gemidos el nombre de su mejor amiga.