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El Poder de Osvaldo 22: Consciencia desbocada.

en Control Mental

La joven Helena siempre se había sabido la chica más popular del instituto, tanto por su belleza y rendimiento escolar como por a extensa fortuna de sus padres. Pero en los últimos meses sus notas habían empezado a resentirse y, sin ser capaz de comprender los motivos, veía como lentamente iba perdiendo el respeto de los demás. O al menos así se sentía. No sé trataba de nada demasiado evidente, nadie se lo había dicho a la cara. Pero percibía una carga de desprecio en algunos de sus compañeros cuya causa no era capaz de explicarse.

 

Su personalidad tampoco era la misma. Sentía que había perdido toda su fuerza y se comportaba con todo el mundo de forma sumisa. Su obediencia ante cualquiera llegaba al extremo de verse incapaz de incumplir una orden directa, por absurda que ésta fuera.

 

La relación con su padre también había variado, volviéndose más oscura. No entendía los frecuentes cambios de humor de su padre ni por qué se estaba volviendo tan posesivo. Era cómo si por más que ella se esforzara en agradarle, las sospechas de su viejo no hicieran más que aumentar. Ni siquiera le había dicho de qué la acusaba.

 

Y por último estaba la cuestión de su libido. La joven Helena había pasado en pocos meses de tener una sexualidad normal tirando a pobre, algún dedito de vez en cuando y un aséptico polvete con el pijo de su novio, dos o tres veces por semana, en su coche o en casa de sus padres, a, de pronto, estar todo el día salida como una yegua en celo. Nada explicaba el motivo de sus ardores, pero desde el mismo instante en que se despertaba su coño estaba tan inflamado que tenía que pajearse varias veces para salir de la cama.

 

Sus faldas eran cada vez más cortas y sus pantalones más apretados. A menudo sus nalgas quedaban visibles ante las miradas indiscretas y, más de una vez, su joven y rubio coñito había permanecido al descubierto por culpa de su escasa y descuidada vestimenta. Otras veces vestía mallas o pantalones tan ceñidos que su vulva aparecía perfectamente dibujada en la tela, haciéndose más evidente aún que si hubiera estado desnuda.

 

No eran pocos los que, provocados por su escueta y desafiante vestimenta se acercaban a decirle todo tipo de groserías. Algunos, los más osados, se aventuraban, ocultos entre las multitudes, a explorar el aparentemente virginal cuerpo de la muchachas con sus manos, a veces torpemente, otras con asombrosa habilidad, arrancándole más de un gemido.

 

Aquellos humillantes episodios la excitaban más que nada en el mundo, por mucho que tratara de ocultárselo a sí misma. Algunas veces evidentes rastros de humedad aparecían visiblemente en su mallas y tejanos. Por ese motivo empezó a ponerse falditas cada vez con más frecuencia, aunque eso implicara acabar enseñando sus encantos al menor descuido.

 

A menudo se imaginaba a sí misma practicando todo tipo de actos obscenos con sus compañeros y profesores, e incluso con sus mejores amigas. Llegó a pensar que alguien podría haberla drogado. ¿Tal vez la comida? Y que alguno de sus compañeros, o varios, estaban dándose un festín a su costa, estando ella inconsciente. Eso explicaría también sus cada vez más frecuentes perdidas de memoria y los extraños sueños que la asaltaban de noche.

 

El momento de llegar a casa era sin duda el más tenso del día. El cambio de actitud que había sufrido su padre la asustaba como pocas cosas en el mundo. No entendía esas inspecciones matutinas en las que le exigía mostrarle su ropa interior ni cómo ella se prestaba a sus crecientes exigencias. ¡Y lo peor era que, una mañana tras otra, ella siempre olvidaba ponerse su ropa interior!

 

A pesar de que nunca la había tocado, podía notar las crecientes miradas de su padre clavándose en sus curvas a cada rato. Las repugnantes caras de salido que descubría en el rostro de su antes admirado progenitor perseguían a la muchacha durante el resto del día perturbando su tranquilidad. Por eso temblaba al llegar a casa cada tarde, habiendo perdido de nuevo sus braguitas y sin recordar gran parte de lo que había sucedido durante la mañana.

 

Aquella tarde, al llegar a casa, el silenció hizo que aumentara su inquietud acelerando los latidos de su corazón. Casi dio un salto al escuchar la voz de su padre llamarla a su estudio. Sus peores temores empezaban a confirmarse y a la pobre Helena le temblaban las piernas mientras avanzaba por el pasillo de su chalet, tratando de entallar la falda de su ceñidísimo vestido con la vana intención de ocultar su desnudez a la penetrante mirada de su padre.

 

Don Rafael lucía una expresión tranquila, aunque su colérica mirada dejaba traslucir la tormenta que estaba librándose en su alma. Helena se estremeció al verle, aunque era incapaz de dar media vuelta y marcharse. Se limitó a permanecer en la habitación y obedecer a su padre cuando con voz cavernosa le dijo:

 

“-Cierra la puerta y ven aquí.”

 

Helena avanzó hasta la butaca que su padre había señalado y se sentó en ella, quedando de frente a la pantalla del ordenador. Su padre permaneció de pié tras el respaldo. Helena se ruborizó al darse cuenta que desde su posición le ofrecía a su padre una inmejorable visión de su escote, pero se sintió incapaz de apartarse o taparse, al menos un poco, de la indiscreta mirada.

 

“-Ahora quiero que prestes atención y me expliques esto.”

 

Y don Rafael, sin más dilaciones, puso en pantalla aquél último video que llevaba todo el día torturándole. Lo había visto ya demasiadas veces. Nadie sabría jamás cuantas veces se había masturbado el viejo aquella mañana viendo follar a su hija en la pantalla de su ordenador. Era superior a él, como si una nueva droga infalible y perfecta hubiera entrado en su cuerpo para apoderarse de su mente.

 

Pero, a pesar de todo, era necesario reproducirlo una vez más. Necesitaba ver la reacción de su hija para poder entender lo que estaba pasando. O al menos eso creía. Quería que todo aquello hubiera sido tan sólo una treta, una broma pesada o algún tipo de chantaje. Deseaba con fervor que fuera su carrera y no su alma lo que estaba en juego. Aunque, en lo más profundo de su ser, empezaba a cuestionarse si realmente era eso lo que más deseaba.

 

La situación era de lo más extraña, padre e hija estaban viendo en silencio aquel sucio video cuya protagonista era la propia Helena, aunque ella era incapaz de reconocerse en la chica que aparecía en la pantalla. Y a pesar de todo, empezó a excitarse. No podía evitarlo, a la dulce Helena le excitaba el porno.

 

“-¿Puedes explicarme lo que estamos viendo?”

 

Helena pareció volver en sí y alzó su mirada para encontrarse con la de su padre atrapada en las profundidades de su canalillo. Sus pezones estaban erectos y empezaban a hacerse evidentes bajo la fina tela de su ceñido vestido.

 

“-Es una película porno, pero no entiendo porque me la enseñas”

 

Don Rafael no podía dar crédito a lo que oía. Una parte de él seguía pensando que todo aquello no era más que una comedia, algún tipo de chiquillada de su pequeña para atraer la atención de sus padres.

 

Pero aquello había llegado ya muy lejos y no estaba dispuesto a seguirle el juego a aquella niñata. Por otro lado, no sabía de lo que él mismo sería capaz si aquella locura se prolongaba mucho más.

 

“-¡Basta de juegos! Quiero oírtelo decir. ¡Quiero que reconozcas quién es la del video! Te lo ordeno”

 

Aquellas palabras fueron cómo una revelación. De pronto se desvaneció la venda invisible que Helena había llevado sobre sus ojos y al fin fue consciente de lo que estaba viendo. La impresión fue terrible. Su mundo se derrumbó de repente mientras la joven Helena rompía a llorar como una niña pequeña.

 

“-¡No puede ser! ¡Soy yo! ¡¿De dónde lo has sacado?!”

 

La seguridad de don Rafael empezaba a quebrarse. ¿Sería posible que su hija no recordara nada? ¿Acaso la habían drogado? Y las palabras “obediencia absoluta”, las mismas que estaban escritas en el condenado mensaje, no cesaban de martillear su cerebro. De algún modo empezaba a sospechar lo que se avecinaba, causándole una confusa y creciente presión en la entrepierna.

 

“-¡Cuéntame ahora mismo lo que esta pasando aquí!”

 

Helena sintió la necesidad de obedecer y, acto seguido, todo en su memoria pareció aclararse. En cuestión de segundos fue consciente del infierno en el que se había convertido su vida. Recordó uno por uno los abusos de sus compañeros e incluso de sus mejores amigas.

 

Recordó su amor por Sandra y su afición a la sodomía y la obediencia. Inconmensurables orgasmos en incontables orgías quedaron al fin fijados en su memoria, tantos y tantos momentos de los que sólo había conservado algunas imágenes fugaces.

 

Pudo explicarle a su padre todo el calvario que había pasado durante aquellos meses. Don Rafael escuchaba en silencio. Llegó a creer que podría ayudarla, pero a medida que la pequeña proseguía con su relato, sintió como toda la sangre de su cuerpo iba bajando a su poya para no volver a subir. En el fondo de su mente aún podía oír la voz de su hija en aquel maldito video:

 

“Si tu me lo pides seré también tu putita”.

 

Don Rafael comenzaba a sentir cómo fuerzas oscuras se apoderaban de su voluntad mientras aquella voz incesante susurraba “¿A qué esperas? ¡Ya es tuya!”. Trató en vano de concentrarse, rechazando esos pensamientos en favor de lo que creyó algo de cordura.

 

“-No te creo. ¡Demuéstramelo!”

 

Los ojos del adulto estaban inyectados en sangre y de pronto Helena sintió miedo por lo que podría estar pensando. Siempre había sido muy duro con ella y, a pesar de todo, su padre era la persona a la que más había admirado nunca, quizás la única.

 

“-Soy tu hija. ¡Por el amor de Dios! ¡¿Por qué no me crees?! Ya te lo he demostrado. ¿No es suficiente con mi comportamiento de estos días? ¿Por qué iba a grabar un video así? ¿No ves que me han estado utilizando? ¡Nunca has confiado en mí!”

 

Una lágrima partió de sus brillantes ojos azules, recorriendo su rosada mejilla, cerca de la comisura de sus labios. Miró a su padre con ojos de fierecilla asustada sin saber que con ello únicamente estaba incitando las ansias del depredador.

 

“-¿Así que no puedes evitarlo? ¿Sin importar cual sea la orden?”

 

La pregunta puso al fin sobre aviso a la pequeña que empezó a temerse lo peor. No se veía capaz de adivinar lo que su padre estaría pensando y de pronto entendió lo increíble que era su historia. Y, a pesar de todo, era la pura verdad.

 

“-¡Sí! Ya te lo he dicho ¿Cómo quieres que te lo demuestre?”

 

Los peores temores de don Rafael empezaban a confirmarse, ¿estaba su hija tratando de seducirle? Y de pronto este pensamiento, en sí morboso, empezó a tornarse en indignación al pensar el viejo que había sido tomado por tonto.

 

Su propia hija estaba tratando de jugar con él de forma burda, más propia de una niña que de la adolescente que era. No podía creer que le diera credibilidad a una fabula tan burda e infantil. Y, por algún motivo, en lugar de enternecerle, aquella chiquillada hizo que se enfiereciera aún más con su hija por su pobre desarrollo mental.

 

Don Rafael, como buen facha, era un perfeccionista con todo lo ajeno y, en especial, con los miembros de su familia. Su mujer y su hija debían ser intachables. Aunque ello implicara tener una vida sexual monótona y aburrida, tan sólo aderezada con sus esporádicas escapadas en las que, oculto en la noche, se iba de putas.

 

Por eso le enfadó tanto descubrir que su hija, además de ser una guarra, demostrase tan poca madurez mental. Tan cegado estaba por la rabia que llegó a olvidar lo dura que estaba su poya al ver aquel coño en pantalla. Así que, cegado por la rabia que sentía, decidió darle a aquella niña mimada una lección que no iba a olvidar.

 

“-¡Levántate el vestido! Cómo no lleves bragas te vas a arrepentir.”

 

No hay palabras que puedan describir la expresión de Helena cuando escuchó aquella orden. Aún le temblaban las piernas cuando se puso en pié y se levantó la falda desde un lugar donde su coño fuera claramente visible para su padre. Sabía que el viejo iba a estallar de rabia, pero era incapaz de desobedecer una orden tan clara.

 

“-Lo sabía. ¡Helena, eres una zorra!”

 

El viejo don Rafael no podía pensar con claridad. A pocos metros de su cara volvía a encontrarse el precioso coñito adolescente de su hija. Era una imagen que, aunque no quisiera admitirlo, estaba empezando a obsesionarle. Y aquella endiablada voz en su cabeza que no cesaba de atormentarle estaba empezando a anular sus defensas. Ya apenas podía pensar al mismo ritmo que latía su poya.

 

“-Pues si es así, ponte de rodillas y chúpasela a papá.”

 

Dos gruesos lagrimones surcaban aún los carrillos de la pequeña mientras se arrodillaba frente a su padre incapaz de afrontar su destino. Aún tuvo fuerzas para resistirse en un susurro mientras llevaba su pálida mano a la entrepierna de adulto.

 

“-Por favor… ¡no me obligues a hacer esto!”

 

Don Rafael parecía haber perdido el sentido de la realidad. Creyó estar soñando mientras veía como su pequeño angelito introducía una mano por la bragueta de su pantalón para extraer la dura verga que escondía. El frio tacto de la mano de su hija le arrancó el primer suspiro. Y de pronto sintió la cálida presión de unos labios rodeando su glande para dar paso a una húmeda boca.

 

De pronto el adulto creyó volver en sí, saliendo de su ensoñación, y se topó de lleno con la mirada suplicante de su hija. No podía creer lo que estaba pasando. Su propia hija estaba de rodillas, practicándole una felación y él era incapaz de evitarlo. Veía impotente cómo su instinto actuaba libremente. Era como si su propio cuerpo no le respondiera.

 

Las dos manos del adulto habían ido a posarse sobre la nuca de la jovencita y con sus caderas se follaba impúdicamente la castigada boca de su hija, provocando un sonoro chapoteo que llenaba el ambiente de toda la estancia. La chiquilla, en lugar de resistirse, parecía esforzarse en pasarle la lengua a cada rato devorando su poya como una auténtica profesional.

 

Don Rafael se maldijo una y otra vez por no detener aquello mientras su mirada se perdía entre los senos de su hijita. Con las embestidas, el escote de su vestido se había descolocado dejando sus dos firmes pechitos al descubierto con los pezones de punta.

 

El viejo trató de desviar su mirada cometiendo el error de posar sus ojos sobre el rostro angelical de su hija. La imagen de su pequeño ángel mancillado, con su rubio moño medio desecho, la expresión compungida y las mejillas sonrojadas, mientras su dulce boquita engullía una y otra vez su duro falo, era mucho más de lo que el veterano político era capaz de asimilar.

 

Sintió una descarga eléctrica que le recorrió de los tobillos hasta lo alto de la columna vertebral y una cantidad inconcebible de semen salió a borbotones de su palpitante estaca inundando de fluidos el esófago de su propia hija. Cerca estuvo de perder el conocimiento y por unos momentos creyó que iba a tener un infarto.

 

Pero, a pesar de la increíble cantidad de semen paterno que había tragado, Helena seguía mamando incansable aquella poya que no había llegado a soltar ni un segundo. Tal era su grado de obediencia que tenía que seguir mamando aun sabiendo ya que su padre había terminado. Por eso no se detuvo hasta volver a levantar aquel mástil. Tuvo que ser el adulto quién, en un achaque de cordura, la apartó de un manotazo forzando al fin que se detuviera.

 

“¿Qué haces? ¿Estás loca? ¿Es que no sabes parar?”

 

A estas alturas, ya no sabía muy bien cómo actuar. Acababa de derramar su simiente en los labios de su única hija y un creciente sentimiento de culpa empezaba a abrirse paso en su locura. Aunque, como ya era costumbre, enseguida hallo una justificación para su propia maldad. Seguía sin creerse ni una palabra.

 

“-¿Acaso no es esto lo que querías? Lo llevas buscando desde hace tiempo.”

 

Helena aún tuvo que tragar parte del semen que había quedado desperdigado en su boca antes de poder hablar. Lo hizo ya casi sin fuerzas, empezaba a importarle poco como acabará todo aquello.

 

“-¡Ya te lo he dicho! Sólo hago lo que me ordenas. No puedo hacer otra cosa.”

 

Aquello sonó más a una súplica o sollozo que a la respuesta cabal que el adulto esperaba. Ni por asomo iba a tragarse esa sarta de majaderías y, a pesar de todo su hija parecía empeñada en seguir con su absurda historia. Empezó a dudar de su salud mental.

 

“-¿Vas a decirme que no has disfrutado? ¡Contesta!”

 

Llegados a éste punto Helena no pudo contener la mirada y bajó la vista apartando sus ojos de los de su padre. Tenía que contestar, no había otra salida, y a pesar de ella opuso más resistencia incluso que cuando, segundos antes, se había rebajado a chupar ese sucio miembro. Pero no podía asumir la vergüenza que iba a conllevar su sincera respuesta, la única que podía salir de sus labios.

 

“-Sí, he disfrutado chupándole la poya a mi padre”

 

Inmediatamente, el falo del adulto dio un respingo ante aquella revelación. Se veía incapaz de prever las consecuencias de todo aquel sinsentido y, sin embargo, permaneció de pié, en su estudio, con su poya brillante y erecta sobresaliendo por la bragueta de su pantalón sin hacer nada por terminar con la situación.

 

Frente a él, su preciosa hijita, la joya de su familia, seguía de arrodillada en el suelo con algunos rastros de lefa todavía calientes resbalando por su bello rostro. Su poya volvía a estar como una estaca y sintió como las palabras salían por si solas de su boca.

 

“-Tócate para mí.”

 

Helena sentía como una auténtica batalla se libraba en su interior. Aquello era lo más humillante que le había sucedido en toda su vida, mas que nada de lo que hubieran podido hacerle ninguno de su compañeros de clase y, a pesar de ello, para su vergüenza, el morbo había hecho mella en la jovencita. Su perfecto coñito redondo le ardía como nunca. Por eso se sintió en parte aliviada al escuchar aquella nueva obscenidad de su padre.

 

Sus últimas esperanzas de resistencia se habían esfumado al escuchar su propia confesión. Ahora lo único que importaba ya para ella era llegar por fin al ansiado clímax. Por eso no titubeo al levantarse, ni siquiera cuando, tras sentarse cómodamente en el escritorio, se levantó la falda del vestido y separó las piernas para que su coño fuera bien visible a la ansiosa mirada de su progenitor.

 

Don Rafael contempló extasiado como su pequeña se humedecía con la lengua dos de sus finos dedos y, sin dejar de mirarle a sus ojos, los llevaba a su entrepierna para empezar a frotarse el clítoris como si su vida dependiera de ello. Su otra mano deambulaba entre sus pechos, martirizando alternativamente uno y otro pezón con su uñas.

 

Su pierna derecha se mantenía flexionada, con el pié sobre la mesa, mientras su otra pierna colgaba del escritorio haciendo contrapeso y ofreciendo al excitado papá una inmejorable visión del coño de su hijita abierto ante sus ojos de par en par. Su mano conocía bien el caminito que conducía al éxtasis y pronto empezó a jadear sonoramente. Y, a pesar de todo, aún hizo un último esfuerzo para hacer entrar a su padre en razón.

 

“-No… ¡mmmm! me esperaba esto de ti. ¡mmmm! ¡ahhhh! ¿Tú también… ¡mmmmm! ¡oh!, ¡oh!, ¡oh!… vas a usarme cómo si fuera una muñeca? Esperaba… mmm… más de ti… ¡ufff! Papa.”

 

Pero, por mucho que se esforzaba, nada de lo que dijera resultaba creíble mientras siguiera hablando sin dejar de masturbarse. A duras penas era capaz de contener los gemidos para decir mas de cuatro palabras seguidas. Le resultaba imposible mantener la compostura mientras su propio dedo corazón taladraba sin piedad su mojada hendidura, por eso no sonaba nada convincente.

 

El efecto, como era previsible, fue el contrario al esperado. El adulto pudo percibir el vicio que exhalaba la encendida mirada de su hija. Desde su punto de vista aquella zorrita no estaba haciendo más que provocarle una y otra vez, incitándole a abusar de ella mientras la muy desvergonzada seguía con su sucio jueguecito erótico.

 

“-mmm ¿No quieres que pare? ¡oh! ¡sí! mmm ¡Haz que pare papaaa! ¡Oooooh! mmm mmm ¡Haz que pare!”

 

Don Rafael, inmóvil, permanecía boquiabierto al comprobar hasta dónde podía llegar la depravación de su hija. Estaba tan nervioso que todavía no había reparado en que su poya volvía a estar erecta y sobresalía como una lanza de su pantalón. Tuvo que tragar saliva antes de volver a hablar. Estaba harto de juegos.

 

“-¿Es que acaso no estas disfrutando?”

 

Helena se había tumbado totalmente sobre el amplio escritorio, dejando su coño alineado con la pantalla del ordenador. No había dejado de tocarse ni por un momento. Mantenía sus dos piernas flexionadas junto al cuerpo mientras su mano chapoteaba incansable en su pegajosa y enrojecida intimidad.

 

Su otra mano ya había iniciado el camino que conducía a su más preciada cavidad, trazando suaves y placenteros círculos con su dedos alrededor de su culito. Alzó la cabeza antes de contestar, clavando su ardiente mirada en los ojos de su padre, que tenía la vista fijada en los duros pezones que asomaban al caer los tirantes de su vestido. La chiquilla apenas podía hablar.

 

“-mmm ¡No! rrr ¡ES muy humillante! ¡oh! ¡si! ohoooo! Pero me excita…. ¡ah! ¡ah! ummm …pero me excita. mmm Si sigo asi… mmm ¡oh! ¡ahhhh! mmm me, me… ¡me voy a correeeeeeer!”

 

Mientras hablaba, aquella chiquilla, había hundido el dedo índice de su manita izquierda hasta el nudillo dentro de su ano. Su otra mano no paraba de castigar su exultante chochito rubio que empezaba a mostrar los espasmos previos a una auténtica erupción volcánica.

 

”-¿Quién a dicho que podías correrte? ¿no has dicho que me obedecerías en todo? Vamos a ver si es verdad. ¡Ni se te ocurra correrte hasta que yo lo diga! ¡¿Me has oído mocosa?!”

 

Don Rafael escucho sus propias palabras y éstas le parecieron irreales. No se reconocía a si mismo. Por suerte, pensó, la bruja de su mujer no estaba en casa y tardaría aún mucho en llegar. Así que al fin decidió dar rienda suelta a la vena sádica que tanto tiempo llevaba pugnando en salir de su interior y apoderarse de sus actos.

 

Helena sentía como su orgasmo había quedado detenido en mitad del proceso provocándole un tremendo calambre a la altura de sus caderas. Era como si el tremendo placer que precede al orgasmo hubiera permanecido sin llegar a estallar, haciendo enloquecer a la joven. Tan absorta estaba en sus sensaciones que no percibió las maniobras de su padre al acercarse hasta que sintió cómo unas manos le sujetaban ambos muslos, manteniendo su coño expuesto.

 

Y a pesar del fuerte reparo que sentía, la joven estaba tan excitada que no necesitó una orden para alzar sus caderas en busca de la boca paterna. Necesitaba desfogarse como fuera, deshacerse de aquella embriagadora sensación tan incomoda como extremadamente placentera para hallar al fin la ansiada explosión.

 

La rasposa lengua del adulto la hizo enloquecer. No recordaba haber estado tan excitado ni siquiera bajo las ordenes de sus depravados amos anteriores. Y lo único que le importaba ya era su propio placer.

 

Dan Rafael estuvo un buen rato recreándose con el hinchado clítoris de su pequeña que, a estas alturas, estaba duro como una pelota de golf. De su coñito emanaba un espeso liquido blanquecino que el viejo engullía con fruición. Finalmente, embriagado por el aroma de su propia estirpe, se alzó con la dura poya en la mano y, deshaciéndose de sus molestos pantalones, la hundió, entre jadeos, en lo más profundo de su propia hijita.

 

Estuvo envistiendo a su retoño una y otra vez mientras la dulce rubita, abandonada a sus sensaciones, salía a su encuentro con su caderas para perderse en una bruma de incesante placer. Cada vez estaba más cercana al orgasmo y, sin embargo, el orgasmo no llegaba. Y al cabo del rato sintió, angustiada, cómo el falo paterno se hinchaba y palpitaba, derramando hasta la última gota de su simiente en su interior.

 

Aquello hizo que la pequeña, por un momento, volviera en sí profiriendo un tímido sollozo. Su padre, al oírla, retiro la poya de su interior provocando un obsceno sonido al sacarla. Después la obligó a ponerse en pié con gesto severo mientras le estiraba de los pelos y le plantó una sonora bofetada en mitad de la cara.

 

“-¡Eres una puta! ¡Mi propia hija!”

 

Helena se llevó la mano a la mejilla mientras sollozaba. Observó confundida cómo su padre, enfurecido, le dirigía todo tipo de improperios. El mismo que segundos atrás había estado abusando de ella hasta violarla, ahora quería hacerle cargar con todas las culpas.

 

Sentía una gran impotencia y unas irresistibles ganas de llorar. ¡Estaba tan humillada! Y lo más desesperante de todo era ser consciente de que su coño seguía pidiendo guerra a gritos.Y, en un último esfuerzo, trató de conseguir piedad.

 

“-¿Por qué me haces esto? ¡Yo no he podido evitarlo! Ya te lo he explicado. ¡¿Qué más pruebas necesitas?!”

 

Don Rafal estaba ya hastiado de aquella absurda historia a la que su hija recurría constantemente, tratándole de imbécil. Cómo tratando de ocultar que era ella quién había acorralado a su padre hasta obligarle a follarla. De algún modo aquella mocosa estaba intentando hacer que se sintiera culpable de lo que había pasado y, aunque los remordimientos ya estaban empezando a hacerse notar en su consciencia, no estaba dispuesto a olvidar que había sido ella quién le había arrastrado a tan lamentable situación. Así que se decidió por humillarla una vez más con sus atroces palabras.

 

“-Si de verdad eres tan obediente, ¿por que no te corres ahora? ¡Va! ¡Córrete para papá!”

 

El adulto fue lo más despectivo que pudo empleando el mismo tono que usaría al dirigirse a una niña pequeña. Creía que con aquello iba a dejarla descolocada y que, cómo mucho, reaccionaría haciendo alguna de sus guarrerías, ya le daba igual. Tras su segunda corrida empezaba a verlo todo de forma distinta.

 

Lo que no se esperaba es que su hija se derrumbara de pronto, nada más terminar de pronunciar esa frase. Sus rodillas se doblaron y la muchacha cayó al suelo mientras aullaba de placer y su cuerpo se estremecía en interminables espasmos, retorciéndose sin control.

 

Al principio creyó que fingía, pero más tarde el adulto empezó a dudar de la salud mental de su hija. La vio en el suelo retorcerse boqueando y babear cómo si tuviera un ataque de epilepsia. Sus manos, por un acto reflejo, habían ido directas a su coño, dejándolo de nuevo al descubierto. Entonces el adulto reparó en la abundante cantidad de flujo que se estaba derramando entre las piernas de la muchacha, dejando un claro rastro en la moqueta de su despacho.

 

Rafael Argüelles miraba embobado aquella macabra escena. No, su hija no podía estar fingiendo. Aquello era alguna clase de histeria. ¿Tal ves la hipnosis? Y mientras el adulto se hacía todas esas preguntas, su hija permanecía en el suelo tratando de recuperarse del tremendo orgasmo.

 

Demasiadas sensaciones para el adulto quién, cansado, volvió a sentarse de nuevo en la butaca en la que minutos antes había estado su hija. Frente a él, la pantalla del ordenador seguía reproduciendo el video causante de todo, una y otra vez. Cuando miró a la pantalla volvió a toparse de nuevo con el imborrable discurso de su pequeña a la cámara y la aquella misma frase que le había estado perturbando durante todo el día volvió a resonar en su interior.

 

“Si tu me lo pides seré también tu putita.”

 

Miró de nuevo a su hija, cómo tratando de asimilar aún lo que había pasado. Esta vez sintió cierta ternura e incluso compasión por ella, como si al fin estuviera comprendiendo cual era la situación en realidad. Aunque aún se resistía a aceptarlo.

 

“-Ven aquí pequeña, siéntate en mis rodillas. Quiero comprobar una cosa.”

 

Helena se sintió reconfortada ante el evidente cambio en el tono de voz de su padre. Acarició un poco su cuerpo, relajada después de aquella corrida descomunal. Y se puso en pié, ronroneando mientras trataba de recolocarse los pechos de nuevo dentro del vestido.

 

Sin mediar palabra, se sentó obediente en el regazo de su padre cómo lo hacía cuando era una niña. Aún podía sentir como los restos de semen resbalaban de su vagina y, mezclándose con sus propios jugos, se iban deslizando por su rajita hasta mojar sus muslos y su vestido. Pudo sentir como el miembro de su padre crecía de nuevo mientras éste le susurraba al oído.

 

“-Hazlo otra vez. Vuelve a correrte para papá.”

 

Y la joven engreída volvió a sentir como su coño estallaba en una inacabable sinfonía de sensaciones que la hacían vibrar y expulsar jugos al mismo tiempo. Sintió que iba a desfallecer cuando sintió la rasposas manos de su padre recorrer todo su cuerpo cómo tratando de averiguar lo que en él estaba pasando.

 

Primero inspeccionó sus duras tetas puntiagudas metiendo sus rudas manos por debajo de los tirantes del vestido de su pequeña. Sus pezones parecían a punto de estallar mientras su pequeña se retorcía sin parar en un interminable orgasmo.

 

Más tarde llevó sus manos a la entrepierna de la chiquilla, sorprendiéndose por la cantidad de liquido que la jovencita seguía derramando. La interminable corrida ya había traspasado la fina tela del vestido de la chiquilla y estaba amenazando con arruinarle el pantalón. Tras meter una mano bajo la falda de su retoño, pudo comprobar hasta que punto estaba caliente su pequeña. Y la sacó empapada, desde la punta de los dedos hasta palma.

 

Continuó pajeándola y martirizándole los pezones hasta que verificó que su pequeña había terminado de correrse. Después la miró a los ojos y hallo en ellos las más absoluta sumisión. Estaba empezando a creer de verdad en todo aquello, por extraño que pudiera parecer.

 

En la pantalla, de nuevo, volvía a empezar el video y, esta vez, el viejo, se fijó mejor en los detalles. Percibió esa mirada extraña en los ojos de su pequeña. Tampoco se le escapó que continuamente estaba recibiendo ordenes de una u otra persona. Y, por ultimo, lo que más llamó su atención fue el pequeño corte que había en la grabación justo antes de que Helena soltara su discurso de sumisión.

 

Al fin empezaba a tener sentido toda la historia. Alguien había estado manipulando a su hija y la había convertido en aquello. ¿Pero quién había sido? Y, ¿por qué? Aunque de algún modo esas preguntas iban perdiendo importancia a la vez que aquella maldita voz volvía a abrirse camino en su cabeza:

 

“Si tu me lo pides seré también tu putita”

 

El adulto volvió a sentirse como extranjero en su propio cuerpo mientras contemplaba, impotente, como sus propias manos soltaban las duras tetitas de su pequeña tan sólo para volver a desabrochar su pantalón y soltar su sucio y erecto falo de nuevo ante su pequeña.

 

“-Límpiame la poya con la boca y trágatelo todo.”

 

Un largo gruñido escapó de sus labios cuando volvió a sentir los labios de su hijita rodear su capullo. Había estado con bastantes prostitutas, pero nunca ninguna le había hecho nada que pudiera compararse a las sensacionales mamadas que le estaba regalando su hijita. El honorable don Rafael se veía incapaz de controlarse a sí mismo y ya ni siquiera la culpa iba a ser capaz de frenarle.

 

“Al menos nadie lo va a saber nunca.”

 

Así se decía a sí mismo mientras su mano se perdía de nuevo en el escote de su pequeña. No tardó en explotar otra vez, derramando hasta la última gota en aquella boquita que tantas otras veces había tenido que alimentar, aunque jamás de forma tan placentera.

 

Entonces una loca idea asaltó su mente y, mientras su hijita seguía sacándole brillo a la herramienta, decidió contestar aquel correo electrónico que tanto placer le había proporcionado y, sintiendo aún la cálida lengua jugando con su enorme glande, se dispuso a escribir una sentida respuesta.

 

“Gracias por éste regalo. Siempre les estaré agradecido. Quedo a vuestra disposición. Atentamente –Rafael Argüelles-“

 

Y tras darle al botón de enviar, obligó a Helena a ponerse en pié mientras le tiraba del pelo y le hundió de un sólo golpe el dedo corazón hasta el fondo del culo. El adulto había perdido por completo los papeles pero ya le daba igual. Tiró de la rubia cabellera, retorció el dedo que había clavado entre las suaves nalgas y diciéndole todo tipo de obscenidades la obligó a venirse una vez más.