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El poder de Osvaldo (15: El invitado)

en Control Mental

Todo estaba preparado en la casa de Inés para recibir al invitado. Incluso había venido su hermano Fernando desde la ciudad con Andrea, su novia. Al verles llegar Inés sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral y a punto estuvo de tener que encerrarse de nuevo en su cuarto para saciar el repentino calentón.

Cuando sonó el timbre de la puerta, su vagina estaba ya húmeda desde hacia rato. De nada había servido la ducha que acababa de darse hacía apenas una hora. Durante todo ese rato se había estado fijando en el paquete de su hermano mayor y en la mojigata de su novia. Y no podía esperar hasta gozar de ellos a voluntad.

Todos se habían vestido con esmero para la ocasión. Andrea era la que llamaba más la atención. Vestía de forma elegante y algo ostentosa, sobretodo en comparación a Fernando que vestía bastante discreto. Leticia llevaba un traje chaqueta gris con una falda que le daban un aspecto de lo más formal.

Le gustaba mostrarse como una persona seria y autoritaria, temerosa quizás de que la gente descubriera su verdadera personalidad. Aún y así, cuidaba su figura y mantenía a sus cuarenta años un cuerpo más que deseable.

Alfredo, un poco perturbado por la seriedad de la ocasión, había pasado directamente a ponerse corbata. Pues estaba acostumbrado a reservar las formalidades para el trabajo y no sabía como actuar cuando estas se trasladaban a su poco más que escasa vida privada.

Inés, se había puesto un sencillo vestido negro, muy corto y muy ceñido y, por ordenes expresas de su amo, no llevaba nada debajo. Había estado esperando con ansía durante toda la semana la llegada de Osvaldo y, ahora que al fin la puerta se habría, empezó a sentir como si le faltara el aire.

A todos les sorprendió la forma en la que Osvaldo se presentó a aquella cena. Daba la impresión de no haberse esforzado lo más mínimo en agradar a sus anfitriones. Se presentó en su casa vistiendo un chándal y la camiseta de un equipo de futbol.

La decepción y el enfado en los rostros de los padres de Inés fue evidente desde el primer momento. Sin embargo fue empeorando a medida que avanzaba la noche y la actitud de su invitado se iba mostrando cada vez más grosera.

Durante el aperitivo Osvaldo no dejó de manosear en todo momento los muslos de su esclava ante la atónita mirada de sus padres y su hermano. Incluso, en más de una ocasión, la obligó a separar sus piernas mostrando fugazmente sus secretos a su propia familia. Sus movimientos llegaron a ser tan descarados que se hizo un tenso silencio en la habitación.

Después vino la cena. Desde que se sentaron a la mesa, Osvaldo pasó a sobar directamente la entrepierna desnuda de Inés, descubriéndola tan mojada que pronto dejaría una mancha en la silla difícil de limpiar. Inés, por su parte, no pudo resistir la tentación y, aunque nadie se lo había ordenado, llevó su mano a la entrepierna de Osvaldo y palpó al fin la poya de su amo después de tantos meses de penitencia.

En la posición en la que estaban, la única que podía ver lo que estaban haciendo era Andrea. Y estaba tan escandalizada por lo que veía que no se atrevió a decir ni una palabra. Al fin y al cabo, aquella no era su casa.

Sin embargo algo extraño se notaba en el ambiente que cada vez se volvía más tenso. La indignación contraía el rostro de Alfredo que no sabía como reaccionar ante aquella situación. Finalmente se decidió a hablar y optó por romper el hielo yendo directamente al grano como era habitual en él.

“-Así que Inés y tú sois novios, ¿no?”

Se hizo un tenso silencio en la habitación. Leticia se disponía a terciar para quitarle hierro a la situación cuando Osvaldo, de pronto, rompió a hablar dejando a todos helados con su respuesta.

“-No exactamente. Ella es mi esclava.”

Nadie tuvo tiempo a reaccionar, estaban todavía asimilando la dura respuesta cuando Osvaldo volvió de nuevo a sorprenderles con su perversa frialdad. Sujetó de la cabeza a su esclava y le ordenó ante todos que hiciera una demostración.

“-Muéstrales lo que eres.”

Inés se inclinó ante su amo como movida por un resorte invisible y se lanzó a devorar ávidamente su suculenta poya. Excepto Andrea, nadie podía ver exactamente lo que estaba sucediendo, aunque veía perfectamente la cabeza de Inés desaparecer una y otra vez bajo la mesa a la altura de la entrepierna de Osvaldo. No había que ser un genio para saber lo que estaba pasando bajo la mesa.

Sin embargo aun tardaron unos segundos en reaccionar. El primero en revolverse fue Fernando que se levantó en actitud agresiva y con expresión de enfado. Casi al momento su padre, Alfredo, estalló con furia dejando a los demás parados.

“-¡Esto es inaceptable!”

Pero Osvaldo, lejos de sentirse intimidado, les dirigió una serena sonrisa cargada de maldad y les habló de nuevo en un tono tranquilo.

“-Todavía no lo habéis entendido, ¿verdad? Ahora todos vosotros sois mis esclavos. Puedo hacer con vosotros lo que me plazca.”

Los presentes se miraron entre sí con extrañeza. A Leticia la situación estaba empezando a asustarla, entre otras cosas, porque cada vez se sentía más excitada. Para Alfredo, en cambio, aquellas palabras no hicieron más que aumentar su irritación.

“-¡¿Pero tú quién te has creído que eres, niñato?! ¡A mí nadie me habla así en mi propia casa! ¡Vete ahora mismo o llamo a la policía!”

A Osvaldo aquella situación le estaba produciendo un placer indescriptible, no sólo por la intensa felación que Inés le seguía practicando ansiosa por ocupar al fin su anhelado lugar. Era el sentir la cercanía de su conquista lo que mantenía su poya dura e inalterable ante las atenciones de su esclava.

“-¿No me crees aún, verdad? Será para mí un placer demostrártelo. O, mejor dicho, hacer que te lo demuestres a ti mismo. Así que, ahora mismo quiero que cojas a la puta de tu mujer y le arranques la falda. Luego sujétala fuertemente para que tu hijo la viole, si protesta, pégale. ¿Lo has entendido?”

Alfredo se resistía como pudo a aquella extraña fuerza que le obligó a levantarse y abalanzarse sobre su mujer. Su rostro reflejaba horror mientras se veía a sí mismo arrancándole la falda y la medias a girones. Sintió una horrible impotencia al no poder evitar golpeaba cada vez que la oía gritar o gemir.

Finalmente, cuando la tuvo sujeta de pelo con el cuerpo tumbado sobre la mesa, dirigió una mirada furiosa a su enemigo y concentró todas las fuerzas que le quedaban en decirle lo que pensaba de él. Sin embargo todo lo que salió fue una frase monocorde que sonó cómo una letanía.

“-Si, amo. Lo he entendido. La puta está preparada.”

A Fernando le hervía la sangre al ver todo lo que estaba sucediendo. Sin embargo el pánico no le había dejado actuar. Al igual que a su novia, que permanecía como congelada en su asiento desde que había visto asomar la poya de Osvaldo. Pero finalmente se vio obligado a hablar al ver lo que estaba sucediendo con sus padres.

“-¡No puedes hacernos esto!”

Pero su cuerpo ya no le respondía y vio con espanto como sus manos empezaban a aflojar su propio cinturón. Enseguida deslizó su pantalones a lo largo de sus piernas para dejar pasa a sus calzoncillos y descubrir una tremenda erección. Su novia, Andrea, le miraba incrédula mientras se aproximaba inevitablemente a su madre con la poya en la mano.

Alfredo observaba impotente la escena sujetando con fuerza a su esposa. Leticia, al ver a su hijo acercarse con su duro mástil en ristre, rompió a llorar desconsoladamente. Lo cual provocó que, antes de ser penetrada con fuerza por su hijo, su marido tuviera que golpearla una vez más.

Fernando se sorprendió al encontrar el coño de su madre tan caliente y mojado. Y, como al segundo o tercer empujón, le pareció escuchar a su querida madre emitir un profundo gemido. Aunque deseó haberse equivocado.

“-¡Mama?, ¿estás bien?”

Pero Leticia prefirió no contestar. Era demasiado humillante sentir tanto placer al ser violada por su propio hijo. Por vergüenza trató de acallar un segundo gemido, pero su hijo envestía con tanta fuerza que sólo consiguió gemir aún con más intensidad.

Ahora era Alfredo quien lloraba de la impotencia, viendo como violaban a su mujer ante sus ojos y siendo él mismo quién la mantenía sujeta contra la mesa, golpeando de vez en cuando con furia la parte superior de sus nalgas.

La escena era tan grotesca que Andrea se vio incapaz de seguir mirando y llevó sus manos a la cara. Lo cual divirtió a Osvaldo dándole nuevas ideas para mejorar la situación mientras Inés le seguía exprimiendo la poya.

“-¡¿Quién te ha dicho que podías cerrar los ojos?! ¡Quiero que mires atentamente y te masturbes viendo las porquerías que hace tu novio!”

Andrea apenas tuvo tiempo de gruñir algún taco antes de que su propia mano alcanzara su humedad. En realidad hacia ya unos minutos que el tono de la situación se había apoderado de ella, pero si algo sabía hacer bien, eso era aparentar.

Aunque poco podía ya aparentar ahora, con la falda de su caro vestido arremangada hasta la cintura y sus dignas y elegantes manos trabajando bajo sus braguitas de algodón. En realidad aquella niña rica era pura fachada y, al poco de que sus manos hurgaran en su coñito depilado, su mente se relajó y empezó a dar pasó al placer.

El embrujo de la perversa escena que se desarrollaba ante sus ojos hizo el resto. Y, al poco, aquella dulce señorita empezó a frotar con furia su inflamado chochito mientras se recreaba observando las vejaciones a las que estaban sometiendo a su querida suegra.

Inés estaba deseando poder ver al fin a su propia familia sometida pero debía ante todo ser la primera en saciar al amo. Por eso se esmeró en usar su joven boquita y su lengua, cómo había aprendido a hacer practicando con sus muchos esclavos.

Finalmente logró que Osvaldo vaciara su carga de lleno en su boquita y se trago con gusto todo aquel néctar, limpiando con esmero el miembro de su amo. Cuando hubo terminado se incorporó y pudo al fin recrearse mirando la perversa escena que Osvaldo había preparado para ella.

Su madre se encontraba inclinada sobre la mesa, con los brazos hacia atrás y la falda partida por la mitad. Su chaqueta, en cambio, permanecía perfectamente abotonada. Desde donde estaba, Inés no alcanzaba a ver la poya de su hermano hundiéndose en su madre.

Sin embargo, podía ver a cambió el rostro sudoroso y enrojecido de Leticia, cuyos ojos parecía pedir auxilio mientras sus labios quebrados no paraban de emitir ahogados gemidos. La mirada de Fernando se perdía en el vació mientras apretaba los dientes tratando de contener el placer que estaba sintiendo.

Le horrorizaba la posibilidad de correrse dentro de su propia madre, pero su cuerpo no le respondía y, por mucho que tratara de evitarlo, seguía envistiendo la intimidad Leticia una y otra vez. Alfredo sujetaba a su mujer del brazo con su firme mano, mientras con la otra le agarraba el pelo, atrayéndola hacia sí de forma que la penetración se hiciera más intensa.

Junto a ellos, Andrea seguía frotándose el sexo, ya con las braguitas a la altura de sus rodillas, sin perder detalle de lo que estaba sucediendo ante ella. Su rostro expresaba una mezcla de miedo y vergüenza que hacían aún más erótica la mueca de placer que se había dibujado en sus labios.

Osvaldo llevo su mano hacia el perfecto trasero de su esclava, que permanecía inmóvil deleitándose en el grotesco espectáculo. Pronto descubrió que su sexo estaba húmedo y caliente como un volcán y decidió hacer algo por su amada.

“-¿Te gusta lo que ves?”

“-Sí, amo. Es todo lo que deseaba.”

“-Si quieres puedes desfogarte con la putita de tu cuñada.”

“-¡Gracias, amo!”

E Inés se dirigió a su asustada consorte y le obligó a arrodillarse bruscamente. La pobre Andrea estaba cada vez más asustada mientras sus dedos seguían chapoteando en su gruta como si no le pertenecieran. Inés estaba ya muy caliente y no tardó en plantarle el coño en la boca a su cuñadita que estaba empezando a sollozar.

“-Comételo todo. No dejes ningún rincón por explorar con tu lengua o con tu boca. Quiero correrme en tu cara.”

Y aunque a la digna Andrea, de mente cerrada y muy conservadora, el lesbianismo siempre le había parecido algo asqueroso; ahora se veía saboreando el coño inflamado y supurante de una niñata que aún estaba en el instituto. Saboreó cada centímetro del rubio coñito de su cuñada, estaba muy húmedo y algo salado.

Quería sentir asco por la situación, pero su mano no había cesado de manipular su entrepierna y estaba realizando un excelente trabajo. Había además algo nuevo en todo aquello, pues no recordaba haber sentido nunca tanto placer con una masturbación. Y pronto empezó a sorber de buena gana todo lo que emanaba de aquel coño dominante.

No era la única que empezaba a sentir un placer añadido. Los gemidos de Leticia eran ya tan sonoros que retumbaban por toda la habitación y eran tan sólo interrumpidos por los secos chasquidos de la poya de su hijo al hundirse en su interior haciendo que su cuerpo golpeara contra la mesa.

Aquella mujer estaba empezando a sentir tanto placer que se había abandonado completamente a la depravación de su cuerpo y salía al encuentro de las envestidas de su propio hijo, convirtiendo aquella violación en un polvo salvaje.

Pero Alfredo no fue consciente del cambio que se había operado en su mujer. Su mirada se encontraba perdida, prendada en el coño de su tierna hijita y el brillo de la humedad que se apreciaba bajo la ardiente lengua de su nuera. De vez en cuando variaba y se recreaba contemplando el elegante coño de su nuera que seguía masturbándose frenéticamente.

Pronto fue consciente de la pujante erección que crecía bajo sus pantalones. Pero ya no fue capaz de sentirse culpable. Había caído definitivamente bajo la voluntad de aquel oscuro visitante. Y ahora lo único que quería era ver hasta dónde llegaba su depravación.

Fernando seguía embistiendo a su madre cómo un salvaje. Nunca había follado así, normalmente prefería ser suave, cariñoso. Pero era como si todos sus instintos animales se hubieran concentrado en castigar a quien más amaba en el mundo.

El placer que sentía tampoco era normal. Cada vez que su poya se hundía en aquel ardiente agujero lo sentía oprimirle, caliente y mojado, hasta hacer que perdiera la razón por momentos. Sentía a su madre gemir y retorcerse bajo su vientre. Aquello era una locura.

En un intento desesperado por no correrse, Fernando trató de distraerse mirando lo que había a su alrededor. Pero su mirada acabó posándose por accidente sobre el perfecto culo de su madre y en su poya entrando sin remedio en aquel coño abierto. Unos densos flujos blanquecinos resbalaban a lo largo de sus muslos, enredándose en sus medias desgarradas. Y, al levantar la vista, se encontró con la mirada suplicante de su madre.

El maquillaje se le había corrido a causa de las lágrimas, sin embargo ya no lloraba. Y sus labios se contraían una y otra vez formando una mueca de infinito placer. Aquello fue demasiado para él. Pues, a pesar de la evidente llamada de auxilio que se leía en los ojos de su madre, pudo ver la perversión que se escondía tras aquella mirada. Y Fernando al fin se corrió resoplando e inundó con su semilla el profundo hoyo de su madre.