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Mi hermana se hace la dormida mientras la toco. 2

en Amor filial

 

Mi hermana se hace la dormida mientras la toco. (parte 2)

No tardé en repetir mi morbosa experiencia.

Durante semanas estuve visitando la habitación de mi hermana una noche tras otra hasta que se convirtió en una rutina. A veces me daba la impresión de que iba a despertarse o que ya estaba despierta. Permanecía atento ante cualquier cambio en su respiración y, al más mínimo movimiento, salía disparado hacia mi cuarto sin hacer el más mínimo ruido.

Con el paso de los meses y la llegada del calor, la ropa de dormir que usaba mi hermana se fue aligerando. Su grueso pijama dio paso a un camisón. Algunas veces, dormía sin bragas. Otras, usaba un short minúsculo que apenas dejaba lugar a la imaginación.

En ocasiones, al invadir la intimidad de su habitación, me la encontraba ya destapada y con el camisón levantado o la pernera del pantalón removida, ofreciéndome una excelente visión de su coño desde el mismo momento de mi llegada.

Siempre creí que era el efecto de moverse mientras dormía. Aunque, a día de hoy, ya no estoy tan seguro. A menudo sospeché que ella estaba despierta, aunque temía equivocarme y echarlo todo a perder.

Intente insinuándoselo de forma discreta, pero ella siempre parecía no entender de lo que le estaba hablando.  Los únicos signos externos que conseguí detectar en ella se limitaban a algunas miradas furtivas y a sus repentinos ataques de timidez cuando surgía algún tema relacionado con la sexualidad. Pero nada era lo bastante concluyente.

Por otro lado, nuestra relación no experimentó ningún cambio. Ella se mostraba igual de abierta y jovial como siempre había sido conmigo.

Y por nada del mundo quería estropearlo.

Por aquel entonces mi personalidad sufrió un dramático desdoblamiento. Por el día era un hermano modélico, respetuoso y pendiente del bienestar de mi queridísima hermana. Durante las noches, en cambio, me convertía en un sátiro malvado, repleto de lujuria ante la idea de culminar un incesto. Y nada ni nadie podían detenerme.

Me fui volviendo más atrevido. Observando las reacciones que mis distintas caricias producían en el cuerpo de mi hermana. Y aprendí a dirigirlas, adaptándome a ella a cada paso que daba.

Descubrí que se tensaba mucho cada vez que acercaba mis manos a su vagina. Si llegaba a tocarle la gruta o intentaba meterle un dedito, pataleaba y se movía, dando la impresión de que se despertaba, y obligándome a salir de ahí como alma que lleva el diablo. Aunque, podía estar horas acariciándole el culito o el vientre sin que pareciera inmutarse.

También averigüé que, si deslizaba con cuidado un dedito moviéndolo hacia arriba y abajo a lo largo de su rajita, soltaba un líquido espeso que terminaba resbalando en las sabanas. Cuando esto pasaba, sus caderas empezaban a moverse casi imperceptiblemente como si buscara intensificar mis caricias, aunque sin hacer ningún movimiento brusco y sin llegar a despertarse.

Pronto comprendí las reglas. Debía tratarla con suavidad y su vagina me estaba vedada. Si cumplía con estos sencillos preceptos, podía hacerle lo que quisiera. Seguía sin saber si ella realmente estaba dormida, así que me lo tomé como un silencioso acuerdo entre los dos.

Fui probando distintas técnicas sobre el cuerpo de mi hermana, guiado únicamente por mi imaginación y mi instinto. Así fue como averigüé que, si la acariciaba adecuadamente, su coñito se hinchaba y sus labios se abrían descubriendo un pequeño botón erecto.

También descubrí que, al tocarlo, a menos que lo hiciera con sumo cuidado, su cuerpo daba un respingo y empezaba a moverse de un lado a otro, obligándome a posponer mi visita para la noche siguiente. Entonces se me ocurrió otra idea que me conduciría un paso más lejos en el largo camino hacia mi completa depravación.

Usaría mi boca.

Primero fueron besitos. Más adelante, empecé a utilizar la lengua, más fácil de controlar. Le acariciaba el coñito suavemente hasta que lograba que, lentamente, sus piernas se separaran ofreciéndome pleno acceso a su intimidad. Entonces metía mi cabeza entre ellas, posando mis labios sobre su vulva, y empezaba a pasarle la lengua de arriba hacia abajo, tal y como había aprendido a hacer con mis manos. Y cada noche me deleitaba al saborear su dulce néctar, embriagándome en su aroma. Pronto me convertí sin saberlo en un experto comedor de coños.

Una de aquellas noches, mientras devoraba en silencio la intimidad de mi hermana, ella dejó escapar un profundo y sonoro suspiro cargado de sensualidad.

Fue como si me echaran un jarro de agua fría y de pronto el pánico se apoderó de mi consciencia. Me fijé en su respiración y me di cuenta que, sin duda, ella estaba despierta, aunque no supe adivinar cuánto tiempo llevaba consciente.

Me quedé inmóvil, sin saber qué hacer, con la mirada perdida. Fue entonces cuando, casi por accidente, mi mirada se posó de nuevo en su entrepierna ofreciéndome una visión que me acompañaría durante el resto de mi vida.

Mi hermana estaba tumbada de lado sobre su litera, con las piernas separadas colgando del borde del colchón. Su coño, abierto y enrojecido, permanecía totalmente expuesto ante mí.

Pude ver como de su vagina se derramaban gotas de un líquido espeso y blanquecino que, recorriendo su vulva y su culito, resbalaban sobre su piel dejando un reguero a su paso hasta formar una manchita en la sabana interior.

Un fuerte aroma dulzón inundaba el ambiente, tiñendo el aire de sexo.

Yo me hallaba extasiado contemplando la escena cuando de pronto me vi mirándome directamente en los azules ojos de mi hermana.

Todo pasó en cuestión de segundos, pero pude sentir la evolución de su mente a través de los cambios en su mirada.

Primero fue la sorpresa. Supongo que creyó que me habría marchado como hacía de costumbre y sólo pretendía comprobar mecánicamente que volvía a estar sola.

Después pareció comprender lo que había pasado y apareció en sus ojos la impotencia y la indignación de haberse visto desenmascarada. Creí que iba a enfadarse y me dispuse a escapar de ahí de la forma más cobarde. Pero ella me detuvo estirando la pierna hasta situar su pie a la altura de mi cara.

Antes de que pudiese asimilar el giro que estaban tomando los acontecimientos, sentí su tobillo en mi nuca y me vi arrastrado de nuevo a su entrepierna. Todo fue tan violento que el costado de mi cabeza impactó fuertemente contra su muslo mientras mi nariz se enterraba en su gruta. Aquella invasión repentina hizo estremecer a mi hermana que dejó escapar un gruñido.

La impresión hizo que aflojara la presión que ejercía sobre mí con su pierna y pude por fin levantar la mirada. La visión que encontré frente a mí hizo que, de nuevo, se detuviera mi respiración y permanecí inmóvil, superado por la situación que se me planteaba.

Mi hermana tenía una mano metida bajo su camisón y se estaba acariciando ostensiblemente las tetas. Una de ellas había escapado de su escote, apuntando al techo con su erecto pezón. Su otra mano se aferraba compulsivamente a la sabana interior, como tratando de liberar la tensión.

Aunque lo que más me impresionó fue la expresión de su cara.

Su asombro anterior había dado pasó a una mirada altiva y desafiante con la que parecía retarme a seguir. Y en el interior de sus ojos hallé el brillo de una lujuria indescriptible.

Nos miramos durante unos largos segundos, retándonos con la mirada.

Al fin pareció resignarse y, para mi sorpresa, habló con una voz ronca y afónica, en un susurro cargado de morbo y excitación, en el que apenas pude reconocer la voz de mi hermana.

- ¡Come cabrón!

Acto seguido, se incorporó manteniendo en mí su desafiante mirada. Llevo sus manos a mi cabeza y, sujetándome a la altura de las orejas, volvió a enterrar mi cara entre sus piernas.

Al sentir en su piel el tacto de mis labios, levantó sus caderas y separó sus muslos, dejando su coño completamente expuesto y a mi merced. Y enseguida entendí lo que tenía que hacer.

Su rajita estaba hinchada y abierta como nunca antes la había visto, dejando totalmente descubierto su erecto y enrojecido botón. Un flujo espeso seguía manando a borbotones de su vagina, poblando su vello con resplandecientes gotas de rocío mientras un denso reguero seguía su curso entre sus nalgas.

Empecé a lamer por debajo de su muslo, justo sobre la mancha de humedad que amenazaba con traspasar al colchón. Recorrí con mi lengua la estela brillante que había quedado dibujada sobre su piel, muy lentamente, a lo largo de su muslo, su nalga y su ano, acercándome irremisiblemente a la fuente de toda aquella humedad.

Sentía su piel erizarse a cada centímetro que avanzaba. Podía oír como su respiración se aceleraba y se volvía más profunda hasta transformarse en un gemido. Y juro que, cuando mi lengua apenas había empezado a rozar su gruta, todos los pelos de su coño estaban de punta.

Apenas me detuve en su encharcado agujero, el mismo que durante tanto tiempo me estuvo prohibido. Quería hacerla sufrir. Me limité a lamer en círculos alrededor de su gruta, rozándola ocasionalmente de forma casi accidental.

Después continué recorriendo la parte exterior de su vulva, tomándome mi tiempo. Y, acto seguido, proseguí por el interior.

Llegó un punto en que mi hermana parecía no resistir más y empezó a sacudir sus caderas, restregando su coño contra mi cara. Inmediatamente ataqué directo a su clítoris y empecé a succionarlo mientras lo atrapaba en mi lengua como si se tratara de un caramelo. Después recorrí su rajita y enterré mi lengua lo más que pude en su cálido interior.

El cuerpo de mi hermana vibró mientras recorría con mi lengua su interior y de su boca escaparon todo tipo de sonidos. Por segunda vez pude escuchar su voz ronca, completamente alterada por el morbo y la excitación, mientras gruñía y me dedicaba alguna obscenidad.

- ¡Ffffffffff! ¡Hijo de puta! grrrrrrr ¡Así! ¡Comételo todo! Mmmmmm. ¡Asi! ¡Así cabrón! Argggg ¿Te gusta esto cerdo?

Hablaba con un hilillo de voz, como si las palabras escaparan directamente de su garganta. Entonces me detuve un momento a saborear la victoria.

 Levanté la mirada. Y pude contemplar a mi hermana relamiéndose con una expresión de salida que nunca habría podido imaginar.

Nuestras miradas volvieron a cruzarse y ésta vez pude ver que sus defensas estaban agotadas. Sus ojos parecían rogarme. Tanto su postura como su expresión mostraban una actitud sumisa y suplicante, dejando su cuerpo a mi entera disposición.

Entonces volvió a incorporarse y, acompañando mi cabeza con sus manos, me dirigió nuevamente a su entrepierna, mientras se mordía el labio con enorme sensualidad.

- Por favor, no pares.

Empecé a comerle el coño como si no hubiera un mañana. Recorría su raja de punta a punta con mi lengua que tan pronto martilleaba su clítoris como se enterraba de golpe en la fuente de su humedad. Y me di cuenta de que la estaba matando de placer.

Yo no tenía ni idea de lo que era un orgasmo, pero comprendí que algo iba a pasar por la forma en que me sujetaba del pelo mientras restregaba con fuerza su coño contra mi boca.

Entonces lleve mis manos hacia su culo, sujetando con fuerza sus nalgas mientras posaba mis pulgares a ambos lados de su vagina y, separando al máximo sus labios, rodee su coño con mi boca y le metí la lengua lo más hondo que pude, succionando su clítoris y afanándome en sorber todo lo que manaba de ella.

Su orgasmo fue como un terremoto. Mantuvo su coño pegado a mi boca mientras su torso se derrumbaba sobre la cama y se volvía a incorporar una vez tras otra. Parecía estar sufriendo una descarga eléctrica. Y al final terminó rodeándome con sus piernas, hecha un ovillo en torno a mi cabeza, mientras su cuerpo se convulsionaba sin control y mi boca se llenaba con su jugo.

Cuando hubo derramado hasta la última gota, se derrumbó sobre la cama, ofreciéndome de nuevo una imagen que nunca podría olvidar.

Su camisón se había bajado a la altura del ombligo y, con lo arremangado que ya estaba, parecía un simple trapo arrugado.

Sus dos tetitas retozaban libres y sus pezones parecían a punto de estallar. Su cara estaba completamente roja. Aún sostenía en sus manos la almohada que acababa de morder. Y su mirada transmitía un morbo infinito.

Posada sobre la cama y recién corrida, mi hermana parecía un ángel que acabara de descender.

Fue al mirarnos de nuevo cuando algo cambió. Su plácida mirada empezó a irradiar furia y su expresión se encendió denotando algo que no supe distinguir si era furia o una violenta excitación. Me apartó de su lado de una patada y después, incorporándose, me dio un bofetón.

- ¡Fuera de mi cuarto, cerdo asqueroso!

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CONTINUARA