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Aprendiendo de Dani

en Gays

Mi madre y mi padre son los únicos que me llaman Hipólito. Para el resto del mundo soy sólo Poli, un chaval de 17 años que vive bastante bien, al menos teniendo en cuenta que no vivo alejado de la realidad, por lo que sé que el mundo no es justo para todos. El que más veces me pone los pies en la Tierra no es ninguno de mis compañeros del colegio elitista al que voy, ni tampoco un experimentado profesor de sabios consejos. Es simplemente Dani, mi hermano mayor, que tiene ahora 26 años muy bien puestos sobre un cuerpo que he envidiado desde que entré en la adolescencia. La relación que hemos creado Dani y yo desde siempre ha sido excelente. Toda mi vida le he tenido por un ‘alguien’ protector que ha velado por mí. Por eso le he querido y le sigo queriendo con toda mi alma.

El día del que os quiero hablar, fue uno de tantos, sin parecer en absoluto especial hasta que sucedió lo imprevisto. Dani y yo jugábamos en el jardín de casa, en el barrio acomodado que nos ha visto crecer. A menudo la montamos cuando estamos juntos; sobretodo a solas. Nuestros padres son bastante rígidos con Dani, le exigen una actitud recatada que no va en absoluto con él, pero se habían ido esa tarde a visitar a unos amigos. La situación se dio con la naturalidad habitual: primero yo me metí con él, entonces me cogió en volandas, como si fuese un saco de patatas, y al final acabé casi volando por los aires, en verano siempre en la misma bendita dirección: hacia el aspersor.

-¡Vuelve a repetirlo, Poli, si tienes lo que hay que tener! –me decía a gritos, con una sonrisa en los labios.

El tío me agarra siempre con una facilidad pasmosa, como si fuera una simple pluma, o una hoja de papel. Yo, con todas mis fuerzas, estaba cogido de su brazo, que es un brazo potente, marcado y muy musculoso, que me proporciona en esas situaciones bastante más seguridad que si tuviera los pies plantados en el propio césped.

-Lo repetiré todas las veces que haga falta –le provoqué, con las piernas completamente abiertas sobre su hombro-. ¡El mío es mucho mejor!

Dani seguía corriendo hasta el aspersor, por lo que no tardamos en recibir una primera y fina lluvia de gotitas que nos calaron a ambos, dejándonos empapadas las camisetas.

-A ver, déjamelo ver otra vez… –me pidió entonces, los dos frente a frente, después de volverme a depositar sobre el suelo.

-¿Qué me das, a cambio? –pregunté, y con eso agoté su paciencia.

Dani se me echó encima, me agarró con fuerza de la cintura, sabiendo que ya no me iba a escapar, y entonces, con la mano libre empezó a levantarme la camiseta, ceñida al torso por el agua. Me encantó sentir el contacto de mi cuerpo (que empezaba a estar caliente) contra su camiseta mojada.

-Lo único que te voy a dar es una buena paliza, chaval, si no colaboras un poco.

Sus amenazas nunca me han sonado de verdad amenazantes, pero aun así levanté los brazos, viendo que tenía intención de arrancarme la prenda si no lo hacía. Total, estábamos los dos bastante mojados, de modo que poca labor nos hacía ya la ropa… La mano con la que me aprisionaba la cintura, empezó a ascender por mi espalda, mientras yo podía ver cómo sus dedos me acariciaban las costillas, hasta llegar finalmente al tatuaje, el motivo desencadenante de nuestro divertido ‘pique’ de aquella tarde. Dani me miró a los ojos con una sonrisa medio tímida, sus dedos sobre mi piel; casi pude sentir su aliento en mi barbilla cuando dobló ligeramente las piernas, y su cara quedó a la altura de mi pecho imberbe, mirando hacia arriba.

-Hay algo que me gusta bastante más que el estúpido tatuaje –dejó caer con un tono de voz inusualmente seductor.

Entonces lo hizo: acercó sus labios a mi pecho, y lo besó con suavidad. Sabía que yo no le iba a preguntar qué estaba haciendo, que solamente me dejaría arrastrar, como de costumbre. Sacó la lengua y empezó a recorrer mi pezón con ella, haciendo que todo mi cuerpo temblase ligeramente por el inesperado contacto.

-Bastante más… –suspiró.

Cuando empezó a caernos una segunda lluvia, yo opté por deshacerme de la casi molesta camiseta verde empapada. Dani seguía saboreando con gusto mi pezón, pero las manos las llevó hasta mi cintura. Después a la suya, y decidió él también quitarse la camiseta. Al hacerlo, el contacto de sus labios sobre mi pecho se esfumó, y a cambio le tuve a él de frente, mirándonos ambos con una sonrisa cómplice; nuestra sonrisa cómplice.

-¿No tienes calor? –me preguntó, su nariz muy cerca de la mía; la visión de su torso desnudo, sus pectorales marcadísimos, y esa cintura ceñida a unos vaqueros que le sentaban de miedo, facilitó mi respuesta:

-Bastante.

-Tal vez deberíamos darnos un buen manguerazo, ¿no crees? Para refrescarnos un poco, más que nada...

-Pues sí, aunque es posible que tú lo necesites algo más que yo –le reté con la mirada, y así fue como los dos a la vez corrimos hacia el aspersor; y peleamos después por él, entre risas, sin que al final ganase ninguno la pequeña batalla, pero acabando ambos empapados de arriba abajo.

Jugueteamos con el agua fría sobre nuestros cuerpos durante unos segundos más, hasta que me di cuenta de que empezaba a tener las de perder. Entonces salí corriendo, quise escapar de Dani; con tan mala suerte (o torpeza), que tropecé con algo, y fui a parar al suelo de bruces. Cuando me giré para quedar tumbado boca arriba, a punto de echarme una carcajada, ya le tenía allí, a mi ‘alguien’ protector, velando una vez más por mí:

-Joder, menuda hostia te has pegado –empezó a sonreír, mientras yo plantaba las manos en el césped-. ¿Estás bien, Poli?

-Sí… Creo

-¿En serio que estás bien?

Dani se había sentado a mi lado, y ahora se arrastró un poco sobre la hierba, permitiendo que le viese por debajo de la tela vaquera, el elástico de un bóxer azul cielo. Ahí es donde me sentí (en el cielo) cuando mi hermano me cogió el pie con suavidad, y lo elevó un poco.

-Tienes una rozadura aquí –comentó, a modo de diagnóstico, sosteniéndome con la mano libre el otro pie.

A pesar de que sus manos estaban tan mojadas como mis pies, noté cierto calor reconfortante en ellos; además del cálido aliento de Dani, que se acercó el del rasguño a la cara, e hizo con él lo mismo que había hecho con mi pezón minutos antes: lo lamió con una dulzura enloquecedora. Los lametones se prolongaron por un tiempo placentero y sanador. Pronto le noté curioseando entre los dedillos. La culminación llegó cuando se metió el dedo gordo entre los labios, y empezó a succionar ligeramente. Todo mi cuerpo dio entonces un leve respingo de sorpresa, pero Dani no se inmutó por ello. Siguió chupándome el dedo, mientras yo cerraba los ojos y trataba de percibir cada succión; y el jugueteo de su lengua. Poco tardó mi hermano en empezar a apretar el tobillo del pie que sujetaba con la otra mano, contra su entrepierna.

Estiré la mano y le acaricié la espalda, a modo de agradecimiento. Pero también aproveché para deslizarme río abajo por aquel intrincado de músculos, acabando el viaje en la cintura de sus pantalones. Rocé el elástico de su sensual calzoncillo, aunque ni siquiera sé si se enteró. Estaba demasiado ocupado frotando mi tobillo entre sus piernas, haciéndome entender de esta forma que se estaba empezando a excitar.

-Sigue así, Dani, y vas a conseguir que a mí también se me ponga dura –le dije sin elevar la voz.

-Apuesto a que ya no te duele –se sacó mi dedo gordo de la boca, y torció un poco la cabeza para que pudiera verle una sonrisa encantadora.

Después se movió sin brusquedad hasta plantarse de cuatro patas sobre el césped, montado encima de mi cuerpo. Me sentía casi diminuto debajo de su potente y musculada anatomía.

-Oye, ¿qué pasaría si fuera ésa mi intención? –me preguntó en un ronco susurro.

-¿Que se me ponga dura? –sonreí, notándole muy cerca-. ¿Es eso lo que quieres, Dani?, ¿poner cachondo a tu hermanito?

-Me gustaría hacer algo más que ponértela dura –sus labios rozaron los míos, sólo la comisura, tentador como nunca; luego estiró un poco el cuello y llegó hasta mi oído, donde me susurró la más morbosa propuesta que jamás hubiese esperado de él.

-¿Estás loco? –medio protesté, dejando caer mi espalda desnuda sobre la hierba; Dani seguía montado a horcajadas sobre mis muslos, y sus manos empezaron a acariciar mi abdomen, con la clara intención de llegar hasta el botón de mis vaqueros.

Enseguida apareció algo de mi vello púbico, escaso y fino, y mi hermano se dedicó a explorarlo con sus dedos. Dejé caer la cabeza, suspirando, incapaz de asimilar que aquello fuese real, que estuviera pasando en nuestro jardín privado y discreto. Nuestro propio Jardín del Edén.

-Dani, tío, para… –empecé a decir, sin mucha convicción; el hecho de no llevar calzoncillos, algo habitual en mí, hizo que mi polla fuera de fácil acceso para él, así que pronto pude sentir la punta de sus dedos rozando mi tronco endurecido y aplastado hacia la derecha-. Por favor, tío, no sigas… –pero era difícil rechazar algo que estaba deseando tantísimo. Sus palabras susurradas en mi oído volvieron a retumbar con fuerza en mi mente, y me sentí a punto de perder el sentido y la razón.

Entonces Dani se levantó y me tendió una mano para ayudarme a hacer lo mismo. Me preguntó si creía que iba a poder caminar, y simplemente sonreí: no me había hecho tanto daño al tropezar. Nada más ponerme en pie, el muy cabrón volvió al ataque. Me levantó a pulso con las manos sujetando mi culo, y caminó unos pasos, hasta que sentí el grifo de la ducha de la piscina clavarse contra mi espalda. Gemí a modo de protesta, aunque enseguida comprobé que esta vez Dani no estaba por la labor de socorrerme. Haciendo oídos sordos, se apoderó de la cintura de mis pantalones, y los bajó sólo un poco, lo justo para dejar entrever algo de mi delgado trasero. Yo le giré la cara, cuando hizo el ademán de acercar sus labios húmedos y sensuales, pero eso tampoco le frenó. Atrapándome de la parte baja de la espalda, pegándome con fuerza contra él, su nariz rozó mi mejilla, y sólo ahí fue cuando repitió lo que ya antes me había propuesto:

-Quiero follarte, Poli...

Me empezó a besar el pómulo.

-Deseo follarte aquí y ahora.

Su nariz buscó sin prisas la mía.

-Pero necesito que tú también lo desees tanto como lo deseo yo –me apretó aún con más fuerza contra su centro de gravedad, y le pude sentir enorme y duro bajo la ropa-. Necesito que me lo pidas, que me supliques que te folle…

Ya no hice nada más por escapar de sus manos; ni de sus labios. Cuando noté su caliente lengua entrando en mi boca, supe que lo iba a hacer: se lo iba a suplicar, porque ése era también mi deseo.

-Quiero que lo hagas –le susurré en cuanto tuve ocasión; sus manos habían empezado a bajar más mis pantalones, hasta que mi polla saltó al ruedo-. Hazlo, Dani…  Fóllame, porque lo estoy deseando tanto como tú, desde hace ya mucho tiempo. Demasiado tiempo.

Esa última acotación le arrancó una sonrisa.

-Pequeño guarrete, ¿cuánto hace que sueñas con esto? –sus manos me llevaron los vaqueros más abajo de las rodillas en un movimiento rápido, y las mías le atraparon de la cintura para seguir la misma dirección.

-Desde que tenía 13 ó 14 años… No podía creerme que mi hermano mayor estuviese tan bueno -mis manos constataron lo que Dani escondía bajo aquel bóxer azul que me había calentado minutos antes.

Cuando su pantalón desapareció piernas abajo, y nuestros sexos entraron en contacto directo por primera vez en nuestras vidas, mi corazón empezó a bombear adrenalina con desesperación: mi pequeña polla de punta inclinada, no se podía ni comparar con aquel largo rabo coronado por una vistosa vena que apenas podía sostenerlo enhiesto. Dani me volvió a meter la lengua, mientras jugábamos ambos a la lucha de espadas. Creí que aquél era un momento tan bueno como cualquier otro para pedirle a mi hermano (en este caso suplicarle), que llevara a cabo nuestras fantasías.

-Tío, estoy loco por hacerlo… –entre jadeos ahogados, le cogí la polla con la mano bien abierta, dejándola reposar sobre mi palma-. Quiero sentirla dentro, clavada en mi culo, follándome como los dos hemos deseado desde hace tiempo. ¿Cuánto tiempo, en tu caso?

-Espero no decepcionarte si te digo que no tanto como en el tuyo… Con 13 años aún eras un niñato amariconado… –mientras me hablaba, el acariciador contacto de sus yemas contra mi esfínter me estaba poniendo cardíaco.

-Venga ya, ¡en serio! –protesté, llevándome mis propias manos hasta unos glúteos que traté de abrirme cuanto pude, sostenido por el férreo abrazo de aquel torso excitado sobre el que me apoyaba.

-Hace sólo unas semanas –empezó a contar mi hermano-. Entré en el baño y te estabas duchando, tan poco pudoroso como siempre. Te acababas de cortar la melenita infantiloide que llevabas hasta entonces, y el tatuaje de la estrella aún estaba un poco enrojecido. Entonces te miré… –se interrumpió para llevarse dos dedos a la boca y empaparlos en saliva-. Te miré y me di cuenta de que te estabas haciendo todo un hombre; un hombrecito muy atractivo. Desde ese día, no he podido dejar de mirarte con cierto deseo.

-Recuerdo ese día… Aahhh –gemí, sintiendo la leve perforación en mi agujero, inexplorado hasta entonces por dedos ajenos a los míos-. Joder, tío… Me vas a desvirgar con cariño, ¿verdad?

-Por supuesto que sí –siguió horadándome sin prisas, y hablando muy cerca de mis labios-. ¿Qué recuerdas tú de ese día?

-Recuerdo que… Oohhh, jodeeer… Recuerdo que te quedaste sentado en la taza del váter –sonrió y me besó, metiendo otro dedo cuidadoso en mi culo-. Se me puso casi tan dura como la tengo en este momento.

-Podrías haberme follado allí mismo, si me lo hubieras propuesto.

-Lo sé –susurró Dani-. Ahora lo sé.

Mi hermano volvió a besarme, esta vez con más ganas, mientras yo había dejado de separar mis nalgas, para dedicarme en exclusiva a aquella alargada verga que en breve iba a tener metida dentro de mí.

-Ahora voy a necesitar que te relajes mucho.

-Está bien -me dejé llevar por su evidente experiencia, siendo volteado mi cuerpo hasta quedar de espaldas a él; Dani se escupió en una mano, y la noté bajando por mi espalda, hasta llegar a la afilada punta de su polla.

-Quiero que te agaches –el susurro resultaba tranquilizador en mi oído-, y que me enseñes tu culo, como si quisieras ventilarlo al Sol. Apoya las manos en las rodillas, y saca el trasero en pompa cuanto puedas.

Sonreí ante la ingenua torpeza de sus explicaciones. Ya podía notar su humedecido glande cerca de la zona lubricada por aquellos dedos bien ensalivados. Cuando me lo empezó a clavar sin prisas, la sensación que me arrolló fue de un indescriptible gustazo. No sentí nada de dolor en ese primer instante: sólo un placer sin nombre. En esa postura me resultaba sencillo arquear la espalda. La punta de su polla había entrado ya sin mayor resistencia. Yo me sentía súper relajado, de lo más complacido, notando su mano sobre mi cabeza, y la otra sujetando mi cadera, usándola para refrenar la inercia de su primera embestida. Dani acarició mi pelo, cuando se dio cuenta de que mis paredes anales empezaban a estrecharse entorno a su ancho rabo.

-Llega la parte difícil, hermanito –anunció con una nueva caricia-. Voy a empezar a cabalgarte como a un potrillo. De hecho, si no te hubieras cortado la melenita, te agarraría de ella para domarte…

Sonreímos los dos por su ocurrencia, y ahí fue cuando cerré los ojos. Él seguía con su mano sobre mi cabello corto y mojado: empujando con fuerza. De pronto empecé a notarle más y más adentro. Muchísimo más dentro de mí. Dani, al fin, me estaba desvirgando. Anal y profundamente desvirgado por mi hermano mayor, sólo podía darle las gracias por su dulzura. Y por una polla tan perfecta. Parecía acoplarse a la perfección entre las paredes de mi cueva, y cada nueva embestida era una sensación aún más excitante que la anterior.

Me folló durante interminables y extenuantes minutos, los dos a solas en el jardín trasero de nuestra casa acomodada. Y lo hizo sin brusquedad, con la dulzura del que está dando un regalo que la otra persona anhelaba. Se volcó sobre mi espalda en algunos momentos, y en un susurro me dijo que me quería, respondiéndole yo de igual modo. Había perdido ya la cuenta de los minutos transcurridos, de las embestidas que Dani me había propinado, pero sí empezaba a sentir el agotamiento de aquella postura.

-Ya queda poco, hermanito… –me canturreó en el oído-. Aguanta, campeón.

Y la certeza de que eso era cierto vino dada por la velocidad con la que ahora me penetraba. El impulso jadeante que trataba de contener desde el principio (no olvidaba que aunque los setos eran altos y discretos, ninguna burbuja impedía que se nos escuchase desde las casas de alrededor), era ahora casi imposible de silenciar.

-Joder, Dani… Ohhh, me estás destrozando… Jodeeer!!! –ahogué los gritos justo cuando las acometidas contra mi culo abierto cesaron de pronto, y noté un vacío agradecido y desesperante al mismo tiempo.

-Me voy a correr, Poli… Oh, síii!! –le oí decir justo al tiempo que empezaba a sentir cómo se masturbaba contra mis nalgas.

Estuve tentado a darme la vuelta y ayudarle a correrse, pero apenas me dio tiempo a planteármelo que él ya estaba dando las últimas sacudidas. Noté el leve goteo sobre mis posaderas, y sobretodo las contracciones de Dani, aun aferrando una mano a mi cadera mientras eyaculaba. Se echó sobre mí, que no le esperaba, y eso hizo que los dos perdiéramos el equilibrio y cayésemos sobre la hierba húmeda. Mi hermano empezó a reírse, tumbado boca arriba, mientras yo me encaramaba a su cuerpo y le empezaba a besar los labios.

-Ha sido increíble –le repetí una y otra vez, dejándole rodar para colocarse encima de mí-. Superando a lo bestia las expectativas, tío…

-Sólo una toma de contacto, espero –sonrió, con su aliento cálido y jadeante frente a la comisura de mis labios-. No me gustaría pensar que esto haya sido algo puntual, Poli.

-¿El principio de una gran amistad? –bromeé antes de recibir su boca deseosa dentro de la mía.

Pronto empezamos a notar algo de frío, así que optamos por entrar en casa. Recogimos nuestra ropa desperdigada por todo el jardín, y nos metimos en la calidez de nuestro hogar, lejos de la humedad del aspersor que regaba el césped. Pasear en bolas por nuestra cocina, atravesar el salón y pisar la alfombra con los pies algo mojados, nos hizo sentir como dos niños traviesos que se están jugando una bronca de papá y mamá. Bromeamos sobre ello con la misma complicidad de siempre. Yo subí el primero las escaleras que llevaban hasta los dormitorios, y Dani me cogió por detrás cuando apenas había empezado a ascender por ellas.

-Dame tu ropa, chaval, que la voy a ir a tender al sótano –me dijo, quitándome los vaqueros y la camiseta de las manos; justo antes de pisar el último peldaño, llamó mi atención para que me diese la vuelta-. Supongo que tú también tendrás ganas de correrte, ¿no?

-Pues sí, la verdad –mirándole desde lo alto de las escaleras, era una evidencia que mi polla seguía tan crecida como en el jardín.

-Espérame en tu cuarto –pareció una orden, que acepté con sumo placer.

Me sequé un poco con una toalla del baño, y enseguida estuve tumbado sobre mi cama, acariciándome la polla mientras esperaba a Dani. Éste no tardó nada en aparecer. Yo tenía los pies plantados sobre la sábana, con las rodillas elevadas, y desde esa posición observé cómo mi hermano se acercaba sin mediar palabra, con los ojos ligeramente encendidos, pero silencioso como un depredador que observa a su presa. Se plantó sobre la cama, arrastrándose por ella hasta llegar a mí, separó mis rodillas con una sonrisa complacida cruzándole el rostro, y cogió mi rabo sin pensarlo, dejando caer en el glande un reguerillo de saliva. Puse una mano sobre su hombro, sabiendo que estaba a punto de hacerme una mamada que no podría olvidar jamás: porque iba a ser la primera vez que un tío me comiese la polla, y sobretodo porque era él quien lo iba a hacer.

Tantas primeras veces en un período de tiempo tan corto estaban haciéndome perder la cordura. Ver la punta de mi sexo entrando en la boca de mi hermano superaba todo lo vivido y experimentado hasta entonces en mi corta vida. Por eso no necesitó metérsela más de cinco o seis veces hasta el fondo de la garganta, jugueteando con su lengua al mismo tiempo, para que yo sintiese que estaba a punto de correrme. Quise avisarle, lo prometo; decirle que apartase la cara porque estaba a punto de descargar. Pero no llegué a tiempo, y un enorme goterón le salpicó los labios y la lengua.

El tío siguió cepillándomela a pesar de todo, y el resto de lechazos me cayeron sobre el pecho y el abdomen. Corrí a cogerme el rabo y levanté la cabeza justo a tiempo de ver cómo le resbalaba un hilillo de semen sobre mi pubis poco velludo. ¡El cabronazo de Dani lo estaba sorbiendo! No me lo podía creer, así que opté por preguntarle, pero de un modo poco ortodoxo:

-¿Está rico… cacho mamón…? –tratando de recobrar el aliento.

Mi hermano me miró desde esa posición sin levantar la cabeza, de un modo retador. Sus ojos estaban iluminados, y un hilillo blanquecino le tenía enchufado a la parte más baja de mi abdomen.

-Abre la boca, si lo quieres probar –dejó caer con un amago de sonrisa.

-¿Me vas a dar un poquito de leche, para merendar?

Yo estaba dispuesto a cualquier cosa con Dani aquella tarde, así que no dudé en abrir la boca como en la consulta del dentista. Mi hermano, en una actitud de morbo indescriptible, sacó la lengua para recoger el semen espeso que aún se percibía en mi piel, y lo acumuló mientras empezaba a ascender por encima de mí, que seguía con la boca abierta. Me morreó como no había hecho en toda la tarde, centrifugando la corrida con nuestras lenguas, en una mezcla viscosa que de tan repugnante me resultaba hasta cachonda. Dani volvía a estar empalmado. Podía notar la punta de su enorme cipote clavándose en mis huevos.

-Esto ha sido una auténtica cerdada, colega… –le dije un par de minutos después, tras tragarme todo lo que habíamos centrifugado en mi boca-. Incluso para alguien a quien le gusta chupar pies.

-¡Sólo intentaba lamerte la herida, capullo! –protestó con una sonrisa.

-¡Sí, claro! Por eso te has metido el dedaco hasta la campanilla, ¿no?

Movió una mano hasta plantarla en mi barbilla, como si se tratase de un gesto amenazante, aunque en aquella situación sólo sirvió para acrecentar el morbo y la excitación de los dos.

-¿Tú quieres saber lo que es meterse algo gordo hasta la campanilla? Porque vuelvo a estar muy empalmado…

-Ya lo estoy notando, que sigues tan cachondo como en el jardín –le dije, chupando el pulgar que trataba de introducir entre mis dientes-. Y ¿en qué estás pensando exactamente?

-Sólo en cerrarte esa boquita de charlatán que tienes, con lo mismo que te he metido antes por el culo.

Sonreí y cerré los ojos, sintiendo cómo me embestía suavemente para que pudiese notar la dureza de lo que me estaba clavando un poco más abajo de los cojones.

-¿Quieres que tu hermanito pequeño te coma la polla? ¿Es eso? –acaricié su espalda con ambas manos, y llegué hasta el culazo por el que tanto tiempo había suspirado-. Pues túmbate boca arriba, que te voy a hacer una mamada que vas a flipar.

-La verdad es que estaba pensando en otra cosa, chaval.

-¿Te apetece volver a follarme? Aún tengo el culo petao de antes, pero si es lo que quieres…

-Con eso no te cerraría la bocaza –sonrió-. Por eso he pensado en follártela hasta que no te queden ganas de parlotear. ¿Qué me dices?

-Que lo hagas –sin pensarlo, empecé a empujar con las manos que le sujetaban aquellas nalgas duras, y Dani se vio obligado a apoyar las manos en el colchón mientras su cuerpo ascendía por el mío-. ¡Hazlo, tío! ¡Fóllame la boca!

Con las rodillas plantadas a ambos lados de mi cuerpo, me cogió del pelo con su manaza bien abierta y me endilgó la punta del cipote entre los labios; empezó a meterla despacito, sin dejar de acariciarme.

-Así, chaval, ve tragando sin prisa…

Le sentí totalmente adueñado de mí, como un amo fuerte y poderoso amamantando a su pequeño cachorro. Jugueteé con mi lengua, dejando que fuese él quien marcase el ritmo de las embestidas. Nunca me había sentido tan sumiso, ni tan complacido de ser un esclavo obediente y pasivo.

-Abre bien la boquita, Poli. Demuéstrame lo mucho que te gusta el rabo de tu hermano…

Está claro que me dejó mudo. Tapó con su preciosa polla cualquier posibilidad de réplica por mi parte. Me silenció, follándome la boca sin prisa, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Yo casi aguantaba la respiración, sobretodo cuando me la clavaba tan adentro que sus huevos pelones me raspaban la barbilla. Llegó un momento en que incluso me empecé a agobiar: el peso de su cuerpo sobre mi pecho, el simulacro de una arcada cuando su durísima carne profundizaba demasiado… Se la cogí del tronco con una mano, mientras la despegaba sin brusquedad de entre mis labios.

-¿Pasa algo? –me preguntó con dulzura.

-Nada, Dani –sonreí, guiñándole un ojo-. Simplemente me gustaría que volvieses a follarme por detrás, como antes.

-Vaya, vaya, hermanito, no sabía que mi rabo tuviera ese efecto adictivo.

Como toda respuesta, traté de darme la vuelta, dejándome él espacio para maniobrar, y cuando estuve tumbado boca abajo, me cogí las nalgas, que aún debían estar enrojecidas, y las abrí para que Dani pudiese admirar desde su posición el culito que iba a volver a montar. No tardó en colocarse sobre mis piernas, agarrándose el manubrio para conducirlo hasta la entrada de mi agujero ya desvirgado. Le noté llegando al punto de contacto, alcanzando su glande duro y hermoso mi raja dolorida.

-Aaagghh!!! –gemí  sin remedio, al notar que su polla me horadaba una vez más, como un hierro candente y devastador.

Apoyó una de sus grandes manos en mi trasero, para evitar que la inercia de sus embestidas me arrastrase, mientras seguía obsequiándome con una mayor porción de su indiscutible virilidad, tan anhelada por mí. Cuando logró empalarme con el 99% de su increíble porra, empezó a inclinarse hacia delante, hasta apoyar las manos a ambos lados de mi cuerpo.

-Voy a empezar a montarte, peque –me advirtió, mientras empezaba a apretar cada vez con más fuerza, dejando caer sobre mí su peso, en forma de brutal estocada.

-¡Dioosshh! -empecé a sentir que me partía el alma, que su increíble polla     realmente me estaba taladrando las entrañas, dejándomelas en carne viva.

Dani lo estaba disfrutando a tope, y yo sabía que empezaría a hacerlo de un momento a otro. La verdad es que es una situación surrealista, cuando algo te está provocando un dolor casi inaguantable, pero al mismo tiempo sabes que aún quieres seguir sintiéndolo: porque en el fondo de ese sufrimiento, subyace un placer que tu reducido vocabulario no es capaz de describir. Estaba convencido de que Dani nunca había pasado por aquello, y ni siquiera me quise preguntar si alguna vez me concedería el honor de ser el primero, igual que había hecho yo con él. Pero lo que sí sé es que su agradecimiento por haberle permitido hacerlo, era sincero. Por eso se dejó caer sobre mí, acariciándome los brazos, besándome el cuello y los hombros, y también susurrándome que me quería. Llevé una mano hasta su cabeza, casi sollozando, con todo el peso de su fuerte cuerpo derrumbado sobre mí; y se lo dije. Le dije que lo sentía, pero que no me veía con fuerzas para seguir en aquella postura.

-¿Quieres que lo dejemos? –me preguntó, con la voz más dulce del mundo.

-¡Claro que no! –repliqué, girando la cabeza al máximo para poder alcanzar sus labios-. Sólo que probemos de otra forma… otra postura…

Dicho y hecho. Dani me descabalgó para que yo pudiese darme la vuelta, y acabé tumbado boca arriba. Los dos parecíamos agotados.

-Levanta las piernas –me dijo, con las rodillas de nuevo plantadas sobre el colchón. Llevé las mías hasta el pecho, y él se encargó de sujetármelas con una mano, agarrándome ambos pies mientras se cogía de nuevo la polla desde la base. Levanté la cabeza para contemplar el momento en que me volvía a penetrar, y me aferré a sus potentes muslos como para controlar que no me destrozase con sus embestidas.

-Métemela despacio –le pedí, sin dejar de observar la lentitud con que me empezaba a entrar en el culo aquel precioso rabo. Después, dejé caer mi cabeza sobre la cama, y no dejé de mirar a Dani a los ojos en todo el tiempo que me estuvo haciendo el amor.

-Haz que se te vuelva a poner dura –me pidió, echándose hacia delante para besar mis labios. Luego volvió a incorporarse, y pude ver cómo dejaba caer un buen lapo allá donde su polla descerrajaba mi agujero. Volvió a escupir sobre su glande, lo trajinó un poco contra mi ojete, y de nuevo se apresuró a encajármela-. ¡Quiero que nos corramos a la vez!

Me la empecé a cepillar con brío, teniéndola aún algo blandengue, y pronto se me empezó a endurecer, al notar las contracciones de mi trasero con cada una de sus embestidas. Me sentía tan excitado, que enseguida lo tuve claro:

-Joder, Dani… No voy a tardar… en correrme… –balbuceé, mientras me agarraba con fuerza los huevos.

-¡Yo tampoco! –sus penetraciones se fueron haciendo más veloces, y me agarró del muslo para que yo no escapase a su control-. Me voy a correr dentro de ti, Poli…

Aquello fue definitivo. Le oí decir esas palabras calmadas, y enseguida empecé a sentir las convulsiones. Las suyas me trepanaban por dentro, y las mías indicaban que una buena ración de leche estaba a punto de desbordarse por mi mano. La dejé fluir levantando la cabeza, para no perderme el espectáculo. Mis paredes anales empezaron a abrirse y cerrarse, provocándole unos brutales gemidos de intensa satisfacción.

Me cubrí el estómago con una buena cantidad de semen, mientras el de mi hermano se derramaba dentro de mí, como firmando los dos un fraternal pacto de blanca pureza: "Desde ahora y para siempre, nos pertenecemos el uno al otro".

 

                                                                            FIN