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Private School: Especial Fede Vázquez (07/18)

en Gays

NOTA del AUTOR: después de unas jornadas “de reflexión”, vuelvo con 8 nuevos capítulos de la serie que se publicarán entre esta semana y la que viene. De nuevo con etiquetas de referencia a hechos pasados que sean relevantes para la trama. Estarán anotados como en el siguiente ejemplo ficticio: “Federico guardó aquel condón usado donde siempre [capítulo 4.2] antes de salir de la habitación”. Espero de este modo facilitar el seguimiento de la historia.

RESUMEN: Federico ha vivido una experiencia muy excitante en el gimnasio con cinco alumnos de 4ºB, entre ellos su adorado Ignacio a cuya habitación se va a mudar en breve... Además, el profesor Moreno le ha firmado dos notas de excusado para poder despedirse de su amigo Gabriel, con el que lleva más de dos años compartiendo dormitorio.

7.1       ¿Celos justificados?

A la hora de comer Federico Vázquez buscó a Ignacio Lapresta muy dispuesto a romper con él la norma de silencio para preguntarle directamente qué le habían hecho esa mañana en la colchoneta [capítulo 6.3] durante la actividad especial del profesor Moreno. Se había pasado buena parte de la jornada pensando en ello, un poco mortificado ante la posibilidad no descartable de que le hubieran entrado de algún modo por detrás… Eso no podía ser, se negaba a aceptar que la inocencia de su niño fuera profanada por otro, algo que aún se le antojaba peor teniendo en cuenta que muy pronto compartirían dormitorio. Para su descontento le vio pasándoselo en grande con el enano de las orejas separadas, caminando los dos en dirección al comedor. Les pilló en mitad de una sonora carcajada y no dudó en plantarse entre medias de los dos, pasando un brazo por la espalda de Ignacio:

-¿Qué pasa, enanos?, hay hambre, ¿verdad? –a Saúl Villas le saludó con una ligera palmada en la espalda.

-Un poco –musitó éste.

-Ya... Oye chaval, supongo que no te importará que hoy coma yo con Nacho, ¿verdad?

El chiquillo se encogió de hombros, pero Ignacio se soltó sin ofuscación del brazo de Federico y le rodeó para colocarse al otro lado de su amiguito orejón.

-Es que hoy me apetece comer con él, Fede –le dijo; luego tiró de la mano de Villas y aceleró el paso-. Venga, ¡que te veo luego!

Federico se quedó sorprendido, hubiera esperado algo más de emoción por parte de su protegido. Los vio corretear hacia las puertas del comedor y miró alrededor por si se encontraba con su amigo Gabriel Artero; tal vez estuviera ya dentro… Avanzó unos metros por el amplio patio y entonces le vio entre la multitud; no a su amigo, sino al muchachito delgado de la ceja partida al que había conocido esa misma mañana. Santiago Miranda iba tan solo como iba él, así que decidió acercarse.

-Ey, tú, qué tal... te llamabas Santi, ¿verdad?

El crío se extrañó por aquel abordaje pero asintió con su cabeza casi rapada.

-¿Has quedado ya para comer con alguien?

-No... –murmuró el pequeño Miranda con un aliento de voz que parecía querer añadir “y espero que no quieras comer conmigo, porque después de lo que hemos hecho esta mañana…”

Pero Federico era por Naturaleza ajeno a las sutilezas del lenguaje no verbal, así que le rodeó los hombros con un brazo y empezó a caminar a su lado.

-¡Genial!, entonces comeremos juntos.

En cuanto accedieron al comedor Santi se fue directo hacia la zona de mesas y Federico le frenó para preguntarle adónde iba.

-A dejar la chaqueta en alguna mesa para reservarla... Es que si no nos tocará al lado de los baños apestosos –le dijo el crío; hacia el fondo del recinto había unos servicios que nadie usaba porque olían a alcantarilla y nunca tenían papel, jabón, ni casi agua.

-No te preocupes por eso, hombre... A ver, ¿tú dónde te quieres sentar?

-No sé –se encogió de hombros-, a los pequeños siempre nos mandan al final, pero no quiero acabar al final de todo.

-¿Quién os manda al final?

-Pues los mayores... los mayores como tú.

-Ya, Santi, pero es que hoy resulta que estás con un mayor, y no con cualquier mayor, ¿entiendes? Te vas a poder sentar donde quieras, así que vayamos a la fila y después buscaremos el sitio que quieras. Además, no tardaremos mucho en coger la comida...

No era frecuente aquel año que utilizase sus aptitudes como matón casi profesional para conseguir privilegios bajo amenaza; sin embargo, lo había hecho para impresionar a Ignacio unos días atrás [capítulo 2.1], y lo iba a hacer en ese momento para ganarse la admiración de Santiago. Lo más curioso fue que al echarle un vistazo a la fila de muchachos que esperaban su turno con algo de impaciencia, se encontró con que uno de los primeros era precisamente el mismo que le cedió el turno a regañadientes la vez anterior.

-Hombre, Juanón, mi gordito preferido... ¡qué bueno verte por aquí! –le dijo palmeándole la espalda con una sonrisa de oreja a oreja.

-No me jodas, macho... ¿te me vas a colar otra vez?

Evidentemente, después del castigo ejemplar que Federico le dio por meterse con Nacho y después de haberle desvirgado como compensación por sus esforzadas disculpas con el rubito [capítulos 2.2 y 4.2], la relación entre ellos era ahora mucho más fluida y cordial. Mientras Juanón daba un paso atrás para hacerles hueco, no dudó en echar un descarado vistazo al chiquillo que acompañaba a Vázquez ese mediodía.

-Joder, Fede, cada vez te los buscas más pequeños... –le dijo casi en un susurro, tratando de que el niño no le escuchara.

-Es mayor de lo que parece, capullo, que va a la misma clase que Nacho.

-Ya, claro, y eso le convierte en súper mayor ¿no?, jajaja...

-Que te follen, imbécil.

-Cuando quieras –Juan Gómez sonrió porque ya no tenía miedo a las represalias que un mes atrás le hubiera supuesto aquella chulería-. Y dime, ¿ya has ampliado tu colección de virgos con él?

-Mucho me temo que se me han adelantado.

-¿En serio? –Juanón se extrañó por lógica y porque él no había pasado su lengua por el culo de Santiago y no podía saber que lo tenía claramente fisurado-. Está claro que sabes buscarte amiguitos interesantes, cabronazo...

Durante todo aquel cruce de bravuconerías, Santiago había permanecido un poco al margen con la cabeza gacha y esperando los acontecimientos con el pecho encogido. Federico le pasó una bandeja y dejó que fuese el primero en coger la comida. Juanón le guiñó un ojo a modo de despedida cuando Vázquez y el crío delgaducho se alejaron de la fila sólo tres minutos después de haber llegado a ella.

-Bueno, Santi, ¿dónde te quieres sentar? Elige la mesa que prefieras, y si está ocupada la desocuparemos nosotros en un momento.

-Me da igual –miró hacia el frente sin mucho entusiasmo-. Bueno, en ésa de ahí veo a dos compañeros de mi clase. Si nos sentamos con ellos, estando tú a lo mejor no les echan los mayores.

Federico buscó la mesa referida y enseguida sonrió con ironía: precisamente a esos “dos compañeros” no iba a echarles nadie porque todos en el internado parecían saber ya que el rubito Ignacio Lapresta se había convertido en intocable. Aun así Vázquez no quiso perder la oportunidad de pasar por un héroe para Santi y aceptó su propuesta; además, sería una buena ocasión para demostrarle a Nacho que no le gustaba nada ser rechazado, y que cuando alguien pasaba de su culo sabía buscarse (como había dicho tan acertadamente Juanón) “amiguitos interesantes” con los que endulzar su despecho.

La comida acabó resultando un tanto incómoda ya que apenas cruzaron palabra unos con otros, pero Federico sintió que se había salido con la suya cuando antes de abandonar el comedor se le acercó Ignacio solo y le miró con el ceño fruncido:

-Qué pasa, Fede, ¿es que ahora vas a ser también el guardián de Santi?

-Aunque así fuera no podría decírtelo, ya sabes que hay que guardarlo en secreto [capítulo 2.1] –le dijo para molestarle.

-¿Y qué pasa si tengo un problema con él?, ¿es que te vas a pelear contigo mismo para resolverlo?

-Jaja, no seas tonto, Nacho... –burlón y condescendiente-. ¿Por qué ibas a tener un problema con Santi, si es un chaval muy majo?

-No sé, porque a lo mejor no me gusta que seáis tan amigos.

-Pues creo que eso te ha importado muy poco esta mañana cuando le teníamos tumbado en la colchoneta, que bien que le has dado un morreo, ¿no?

-Oye, que de eso no se puede hablar –le recriminó Ignacio como el niño que no quiere saltarse las normas.

-Tú y yo podemos hablar de lo que sea, enano. ¿No quieres que sea su amigo? Pues entonces no me cambies por el tuyo. Si te digo que me apetece comer contigo, es porque me apetece comer contigo.

-Eres... eres... ¡eres un idiota! –Ignacio apretó los puños y salió disparado, dejando a Federico con una sensación agridulce; había ganado, pero siendo tal vez un poco injusto con el pequeño.

7.2       Chorizos y leche

Después de la última clase de la tarde, Vázquez le hizo una seña a su amigo Gabriel para caminar más lento y dejar que sus compañeros avanzaran por el pasillo. Federico se sacó dos papeles del bolsillo y le dio uno de ellos:

-¿Qué es esto?

-Son notas de excusado para la cena de esta noche. Cristo nos dejará dos bocadillos en la habitación y hasta las diez no permitirá que entre nadie en la 2-12.

-No me jodas... ¿en serio? Hostia puta, macho, ¿y cómo has conseguido que el nazi te haga ese tipo de favores? –se lo pensó mejor-. Bueno, mira, casi que no me lo cuentes... la verdad, prefiero no saberlo...

Le palmeó el hombro emocionado y siguieron avanzando por el pasillo.

Poco después de las ocho y media de la tarde estaban los dos en los baños de la última planta, sus preferidos, sentados uno junto al otro con la espalda contra la pared justo debajo de la ventana abierta de par en par. Entraba a través de ella un fresquito considerable; también las voces lejanas que provenían de los alrededores del comedor donde cientos de alumnos se disponían a cenar, una algarabía indescifrable, una especie de murmullo que se asemejaba al romper de las olas. Con las luces apagadas allí dentro les iluminaba sólo la penumbra de alguna triste farola y el fulgor blanquecino de la luna llena.

-Joder, cabrón, lo has cargado a base de bien, ¿no? –le dijo Gabriel, echando el humo espeso de una intensa calada-. No veas cómo sube la mierda ésta, colega…

-Pues espérate a que nos pongamos de pie... que lo vamos a flipar...

-Hostia, macho, si es que mi hermano me pasó mogollón de maría y ¿qué nos hemos fumado?, ¿tres, cuatro canutos?, desde que empezó el curso... Si me la llevo de vuelta a casa en Navidad, Tomás no me vuelve a dar más...

-Pues déjala aquí, imbécil… ¿para qué te la vas a llevar?

-¡Unos cojones la voy a dejar aquí…! –estiró la mano para pasarle el porro a Federico-. Tío, que revisan los dormitorios de arriba abajo cuando no estamos…

-Buah, pues no me ralles... –Vázquez lo cogió con dos dedos-. Qué, ¿compartimos una calada?

-¿Con la boca?

-Sí... venga, no seas rancio...

-Tú lo que quieres es comerme los morros, mamón…

-Claro, capullo... así nos vamos poniendo a tono...

Federico se llevó el petardo a los labios e hizo brillar la punta aspirando con fuerza. Llevó el humo hasta sus pulmones y de vuelta a la boca donde lo retuvo mientras volteaba la cabeza hacia Gabriel y le cogía de la nuca. Empezaron a morrearse centrifugando el sabor de la marihuana con sus lenguas; cuando se separaron ambos expulsaron sendas virutillas de humo antes de sonreír mirándose a los ojos.

-Sabes muy rico, cabronazo –le dijo Federico volviéndose a llevar el porro a los labios.

-Tú también... cabronazo...

Esta vez el morreo aumentó de intensidad, Gabriel le quitó el canuto de la mano y lo tiró en el meadero que tenía cerca de él, todo ello sin despegar sus labios. Al recuperar su brazo lo llevó hasta el hombro de Federico y se cogió a él para darse impulso y acabar sentándose en sus piernas. Sintió un ligero mareo al hacerlo, pero tal vez fuera producto de la excitación.

-Te voy a echar de menos, Fede...

-Pero tío, que sólo me cambio de pasillo...

-Ya... –le dio un beso mientras bajaba la cremallera de la chaquetilla del chándal-...pero aun así voy a echar de menos escaparme a tu cama cuando los tres idiotas están dormidos... que se te ponga dura nada más hacerme un hueco...

-Jaja... eso es porque me pones mucho, Gabi...

-Lo sé, cabrón... –le subió la camiseta y giró la mano para acceder bajo el elástico del pantalón-. Por eso no entiendo... que me cambies por ese niñito guapo...

-Porque él me pone más...

-Hijo… de puta…

Volvieron a comerse la boca en cuanto Gabriel alcanzó su polla y empezó a zarandearla; la tenía dura como una piedra. Federico deslizó las manos por la espalda de su amigo hasta acariciar la tela de chándal que rodeaba su culo.

-Quiero follarte... –le dijo.

-Vale… pero aquí no.

-No, claro… démosle un último homenaje a la 2-12.

Se levantaron con cierta dificultad y enseguida salieron de allí sintiendo que el mundo giraba a su alrededor; por suerte los pasillos estaban vacíos y en apenas unos minutos alcanzaron los corredores de las habitaciones. Se metieron en la que iba a recibir el “homenaje” y cerraron la puerta. Sobre una de las camas vieron los dos bocadillos prometidos por el profesor Moreno; Gabriel sonrió mientras se sentaba en esa cama:

-No veas el hambre que me está entrando, colega...

-Pues si tienes hambre ¡come! –le dijo Federico bajándose los pantalones y el calzoncillo hasta las rodillas-. Come hasta que te hartes, cabronazo...

Avanzó hasta él y le plantó la polla en la cara; Gabriel se la metió en la boca sin pensárselo mientras Federico olfateaba el aire.

-Creo que el mamón nos los ha traído de chorizo, jaja... –le dijo, como si no se hubiera dado cuenta de que su amigo había empezado a mamársela-. Anda, ¡pásame uno!

-¿Qué dices, tío? –Gabriel se había sacado el cipote de la boca y se lo masturbaba mirando hacia arriba-. Si tienes hambre me comes el rabo, Fede, pero no te vas zampar un bocata mientras te la chupo.

-¿Por qué no? Además, sabes que yo no como pollas... Venga, no seas agonías y pásame uno. Quiero saber si son de choricillo frito... Mmm, qué rico el choricito, ¿no? –mientras sonreía hizo una especie de ocho con las caderas y su verga se paseó tentadora por los labios de Gabi-. ¿A que te mola el choricito?

Gabriel acabó aceptando la petición de Vázquez, estiró la mano y cogió uno de los bocadillos envueltos en papel de aluminio. Cuando Federico lo abrió, sus ojos se iluminaron al comprobar que el pan contenía lo que esperaba: dos chorizos fritos rechonchos y alargados. Le dio un bocado sin dejar de contemplar el esforzado trabajo que su amigo trataba de hacerle entre las piernas; el chorizo aún estaba caliente y jugoso, dejaba el pan bien pringado de aceite rojizo. Gabriel no pudo evitar desconcentrarse porque suponía que los gemiditos de Federico no eran sino una provocación directa para que le preguntase si le resultaba más placentero el sabor del bocadillo o la mamada que le estaba haciendo; miró hacia arriba negando con la cabeza.

-Eres un imbécil –le dijo conteniendo una sonrisa en los labios humedecidos de precum.

-¿Por qué? Estoy disfrutando el doble... ¿no quieres probar?

-Ya estoy probando el chorizo que de verdad me apetece, capullo.

-Te veo muy ansioso, y aún tenemos una hora por delante, Gabi... relájate –pasó el dedo por el extremo mordido del chorizo y después lo llevó hasta la boca de su amigo y se lo metió dentro-. No creo que mi polla tenga este saborcillo tan delicioso... ¿a que no? Aunque ahora que lo pienso...

-¿Qué?

Federico sonrió como si se le hubiera ocurrido la mejor idea del repertorio de las grandes ideas. Destapó el bocadillo y volcó los dos chorizos sobre el papel de aluminio que lanzó a la cama; con un trozo de pan aceitoso en cada mano y la mirada atónita de Gabriel como única espectadora, empezó a apretujar su polla como si fuera el embutido del bocadillo. Cuando retiró el pan, una pringosa partícula de grasa había quedado adherida en todo el largo y ancho de su tronco. Federico esperó la reprimenda pero ésta no llegó. En vez de gruñir como el niño al que han fastidiado su merienda favorita, lo que hizo Gabriel fue empezar a degustar con su lengua aquel aceitillo con sabor a chorizo.

-Sabía que te gustaría más así, cabronazo –se mofó Vázquez tirando el pan al suelo y empujando la cabeza del otro contra su polla-. Ya verás lo fácil... que se resbala luego por tu culo, jaja…

Gabriel se la estuvo chupando durante unos minutos como si el sabor no perdiera su intensidad a pesar de los profundos lengüetazos; acabó arrodillándose cuando ya Federico le había quitado la chaquetilla y la camiseta, al tiempo que él le sacaba al otro la ropa por los pies. Pronto estuvo Federico completamente desnudo, tomando las manos de su amigo para que le acariciase el pecho y el estómago; le encantaba que le acariciasen y adorasen mientras le hacían una buena mamada... Recuperó lentamente Gabriel la verticalidad encaminado por su pubis, luego su ombligo y finalmente sus pezones. Por todo el camino fue dejando una huella visible de grasa y restos de precum. Se morrearon y magrearon los culos largo rato.

-Te apesta la boca a chorizo –le dijo Gabriel inundado de deseo.

-A ti también, colega.

Federico le fue bajando pantalón y calzoncillo hasta que Gabriel también quedó desnudo. Le miró a los ojos mientras le separaba ligeramente las nalgas; sus pollas estaban pegadas:

-Me encantaría meterte uno... –le susurró con una sonrisa, cabeceando en dirección a la cama.

Gabriel giró la cabeza y los vio allí reposando sobre el papel de aluminio: un chorizo entero y otro mordido. Volvió la vista hacia su excitado y morboso amigo:

-¿Por el culo?

Federico asintió, fue bajando las manos hasta los glúteos de Gabriel y se lo acabó montando encima con las piernas alrededor de la cintura; avanzó los pasos necesarios para acabar los dos tumbados sin que las piernas se desenroscasen. Retozaron sobre el colchón acompañando los morreos de embestidas enérgicas y apasionadas, se chupaban las bocas casi con desesperación.

-Está bien, cabrón... –cedió Gabriel-. Pero luego... te lo tienes que comer...

-Y una mierda... qué cerdo eres...

-Entonces nada.

Volvieron a besarse, Gabriel estiró la mano y enseguida plantó el chorizo que estaba entero entre sus bocas; debía medir unos 12 ó 15 centímetros, cada uno se metió un extremo dentro y fueron tragándolo hasta que sus labios revoltosos quedaron pegados. Se les escapaba la sonrisa a ambos mientras jugueteaban con sus lenguas alrededor del chorizo... Entonces Federico lo apretujó con los dientes y reculando con la cabeza se lo llevó. Sin soltarlo empezó a apretar las rodillas de Gabriel contra su pecho hasta que tuvo su culo delante. Éste se llevó una mano debajo de los huevos conformando con ella una especie de muro infranqueable.  

-Si me lo metes... te lo comes... –musitó, invadido por la lujuria.

Federico tuvo que aceptar el desafío porque realmente le apetecía llevar a cabo aquel juego tan guarro y morboso... La mano de Gabriel se retiró un par de segundos y cuando volvió a caer sobre su ojete lo hizo llena de saliva que restregó por toda la zona. Vázquez babeaba con aquella visión, con la sensación de tener medio chorizo metido en la boca; y tanto babeaba, que un chorrillo resbaló por aquella especie de pequeña polla rojiza y nudosa y acabó colgando del extremo opuesto. Le pareció que con aquello bastaría. Gabriel se separó las nalgas con las dos manos, Federico siguió presionando las piernas hacia arriba, inclinó la cabeza hacia adelante, colocó la punta del chorizo en el centro de la diana... y acertó.

-Qué hijo… de la gran puta… te juro por Dios… que te lo comerás…

El chorizo le fue entrando muy despacio; Federico tenía que hincar un poco más los dientes para hacer presión porque el esfínter de su amigo luchaba por resistirse. A pesar de ello se notaba bien lubricado porque en cuanto la parte más estrecha se adentró, el resto sólo tuvo que deslizarse sin prisa. Cuando Federico llegó con sus labios a los cuatro pelitos del culo de Gabriel, supo que por lo menos le habían entrado 8 ó 9 centímetros de chorizo dentro.

-Mira que me he metido cosas… ufff, pero… nunca nada así... –iba suspirando por la impresión de notar aquella textura extraña, aún caliente y repleta de pequeños bultos.

Federico inició la extraña follada sacando y metiendo chorizo con cuidado pero cada vez de un modo más seguido. Gabriel se contraía, jadeaba de puro gozo y seguía diciendo lo primero que se le pasaba por la cabeza... hasta que no pudo resistirlo más y apartó la cara de su amigo, agarró aquella polla ficticia y grasienta y se empezó a follar a sí mismo con ella de un modo enérgico. Federico flipaba con aquel primer plano tan escandalosamente morboso, se empezó a cepillar el rabo hasta que lo notó al límite de su dureza.

-¡Quita el chorizo! –le dijo mientras se incorporaba.

Gabriel se lo sacó con cautela para no dañarse y Vázquez pudo ver aquel ojete abierto y bien engrasado. Su polla entró a la primera, de hecho la metió y la sacó varias veces cogida con la mano y no parecía encontrar resistencia hasta que la mitad no estaba dentro.

-¡Dale! –pidió Gabriel desde la lujuria infinita-. ¡Entra del todo, cabrón!

Dicho y hecho, Federico se dejó caer hacia adelante y su verga taladró todo lo que su tamaño alcanzaba... los dos jadearon, gimieron por la profundidad de aquella enculada... se quedaron acoplados mientras Federico seguía echándose hacia adelante con la presión de las piernas en sus hombros... mientras Gabriel le buscaba la boca con la lengua... se fusionaron por completo, bocas, culo, polla, lenguas... durante eternos minutos las embestidas los convirtieron en uno solo... unidos hasta lo más profundo... felices, amigos, inseparables... la mano de Gabriel buscó los labios de Federico, plantó en ellos el chorizo... y Federico lo rasgó con los dientes, desgarró una buena porción, la mordió y degustó con ayuda de su lengua... volvió a besar a Gabriel, compartió su nutritiva cena con él...

-¿Quieres... que te ayude… a tragar…? –le preguntó poco después.

-Síiii –dijo Gabriel.

Entonces éste notó que la polla abandonaba su agujero y bajó las piernas agarrotadas; Federico trepó por la cama, se sentó en su pecho y empezó a masturbarse a escasos centímetros de su boca. Gabriel le esperó con la lengua fuera; estaba rojiza por el chorizo, se le podía oler el aliento ácido en la distancia. Pronto llegó la leche, horas de semen acumulado, unas ganas locas de eyacular desde la actividad de aquella mañana con los críos de 4ºB en el gimnasio... Potentes goterones de lefa se colaron en la boca de Gabriel impactando contra su paladar.

Cuando Federico se hubo descargado por completo no dudó en bajar a buscar una parte del botín; su amigo le conocía bien, sabía que nunca se había metido una polla en la boca pero que a pesar de eso le gustaba la textura del semen: el suyo o el ajeno. Por eso Gabriel no se lo tragó y esperó a que Federico le morreara para compartirlo con él. Mientras lo hacían él también se corrió instigado por una paja furiosa. Vázquez se dejó caer junto a Gabriel y contempló aquellos goterones espesos que mojaban su estómago y su pubis. Estiró una mano en busca del chorizo mordido que había quedado en el papel de aluminio, y lo embadurnó como si aquel ombligo fuese un cuenco de salsa deliciosa. El primer mordisco para él, el otro para su amigo jadeante y risueño...

El efecto del porro se les había pasado por completo. El segundo bocadillo se lo comieron los dos a medias y de un modo algo más natural, sentados desnudos sobre la cama, riendo y rememorando batallitas vividas en aquella habitación durante los últimos dos años.

Bien entrada la madrugada, cuando sus tres compañeros de dormitorio dormían como angelitos y ya el celador del pasillo 2 había hecho su última ronda, Gabriel se quitó el calzoncillo, levantó sábana y colcha e hizo un hueco para que Federico se tumbase también desnudo a su lado. Le dio la espalda después de que se masturbaran en silencio durante unos minutos y le volvió a ofrecer su culo. Nunca habían llegado tan lejos estando acompañados, pero sabiendo que aquella era la última noche que iban a dormir juntos en la escuela St.Mikael’s les dio completamente igual.

De todas formas, aunque alguno se hubiese despertado y les hubiera escuchado follar, tampoco se habría atrevido a decir nada porque Federico Vázquez seguía siendo quien era: un chulo cabrón con muy mala hostia.

¡¡ Pasado mañana más !!