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Private School: La colección de Fede (G.A.)

en Gays

NOTA del AUTOR: hay quien cree que últimamente escribo menos, por lo que me toca hacer balance; éste va a ser mi relato número 25, y los he publicado en dos meses y medio. Mantener el mismo ritmo sin bajar el nivel me supondría dedicar a ello el 80% de mi tiempo, lo cual es materialmente imposible. Así pues, no dejaré de escribir y de intentar estar a la altura, pero es muy difícil que vuelva a la locura de tres relatos por semana. Gracias por entenderlo.

Sobre la historia: sin tener una trama de continuidad con la aventura de Luis Santoro, este relato se inicia pocos minutos después de los acontecimientos narrados en ella, y acaba enlazando con la saga “Especial Fede Vázquez”. La duración se excede bastante a la habitual en mis relatos, pero eso se debe a una decisión personal de no cortarlo por la mitad y no romper así la tensión sexual de la historia.

Y por último (y para mí, fundamental): este relato va dedicado con especial cariño a quien yo quisiera que fuese “mi propio Gabriel”. Sé que lo vas a leer y sé que sabes quién eres: va por ti BxT ;-) A todos los demás, espero leeros en el mini foro habitual... La saga continúa!!

 

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1)  “Tú y yo no somos amigos”

Federico entró en el enorme comedor de la escuela St.Mikael’s sin tener la sensación de que nada hubiera cambiado. Quizás tendría que preguntarle a Luis Santoro, que cenaba esa noche en silencio sentado junto a sus compañeros, si opinaba lo mismo... Caminó hasta el principio de la fila y miró al niño que sujetaba una bandeja a punto de recibir su ración:

-No te importa que pase delante, ¿verdad? –le dijo.

El niño negó al instante con la cabeza y dio un paso atrás para dejarle hueco. Cuando Federico tuvo su cena en la bandeja, se giró hacia las mesas con intención de buscar aquella en la que pudiera sembrar el caos con mayor facilidad. Generalmente buscaba una en la que hubiera chavales de cursos altos, ya que los más pequeños a menudo salían disparados con sus cosas incluso antes de que le diera tiempo a echarles él con una mirada fulminante...

Entonces se encontró con los ojos risueños de Gabriel Artero, uno de sus compañeros en el dormitorio 2-12, que era también compañero de 9º grado. Le sorprendió ver que Gabriel cenaba solo aquella noche, era más habitual encontrarle rodeado de chavales (mayores o pequeños, que para esas cosas el bueno de Artero no hacía distinciones). Ahí recordó que Gabriel le había hecho poco menos que de “ángel de la guarda” hacía sólo un rato, avisándole de que algunos alumnos de último grado pensaban darle una paliza en la habitación antes de cenar. Se acercó y se sentó frente a él:

-Te veo muy solo esta noche –le dijo.

-Eso es porque les he dicho a los que iban viniendo que ese sitio estaba reservado para ti. Como ves, la mesa entera está a tu disposición, basta mencionar tu nombre para que se abran huecos por todos lados. La gente huye en estampida cuando oyen decir “Fede Vázquez”. Supongo que eso te hace sentir orgulloso, ¿no?

-Uy, uy, uy... creo que no he sido lo bastante claro antes, cuando te he dicho que no me vacilaras –le apuntó con el tenedor-. No estaba de coña, Artero, así que ándate con ojo.

-A mí no me vas a pegar, porque te he salvado el culo y me debes una.

-¿Que me has salvado el culo, dices? Pues fíjate que no te he visto por nuestra habitación cuando han entrado cinco matones a romperme la jeta.

-Ah, pero... ¿es que al final han ido a buscarte? Porque veo tu cara tan bien como de costumbre, no parece que te hayan hecho gran cosa.

-Bueno, no me has querido creer, pero te he dicho que sé cuidarme solito, que no pensaba escapar como un cobarde.  

-Ya... –Gabriel miró disimuladamente hacia la mesa que ocupaban Santoro y sus colegas-. Ellos tampoco parecen tener muchas magulladuras. Siento curiosidad, Fede, ¿cómo lo has hecho para librarte de esa paliza? Habría jurado que de ésta no te ibas a librar fácilmente, pero parece que me he equivocado.

-Pues sí, te has equivocado, porque llevar nueve años en esta escuela no te hace ser más listo que nadie.

-Aun así es raro, porque no me suelo equivocar al juzgar a la gente. Desde que llegaste el año pasado con tu carita de niño bueno y tu pelo bien peinado, supe que debajo de esa apariencia se escondía un gilipollas que iba a dar muchos problemas, pero también supe que acabaríamos siendo amigos.

-¿Amigos? Jajaja... –Federico lanzó una sonora carcajada que retumbó por todo el comedor y llamó la atención de algunos alumnos que miraron hacia ellos con disimulo-. Mira, Gabriel, te perdono que me hayas vuelto a llamar gilipollas sólo porque me has pillado de buen humor, pero escucha bien lo que te digo: tú y yo nos somos amigos, ni lo somos ahora ni lo vamos a ser nunca, ¿lo entiendes? Ni voy a ser tu obra benéfica del mes, ni tienes la más mínima posibilidad de redimirme y convertirme en un buen chico... así que ¡ahórrate el esfuerzo! Y ahora cena. A poder ser, con la boquita cerrada.

Durante unos segundos se miraron a los ojos, después Gabriel sonrió y pinchó un trozo de pescado con el tenedor. Antes de llevárselo a la boca, le dijo con ironía:

-Joder Fede, no sé porque la gente te odia tanto... En serio. A mí me pareces un chaval encantador.

Dicho lo cual empezó a masticar mientras le guiñaba un ojo.

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2)  Un futuro poco esperanzador

Mucho después de Navidad, cuando ya la primavera saludaba a los alumnos con tardes prolongadas y jornadas de sol radiante, Federico volvió a meterse en problemas graves, de esos que le ocasionaban partes de conducta y una llamada a su padre. En esta ocasión había destrozado casi todo el mobiliario del aula de Manualidades después de que el profesor se hubiera burlado de él en clase. Nadie dudó de que Vázquez había sido el responsable cuando encontraron aquel destrozo, y para empeorar las cosas, Fede no tuvo el más mínimo interés en negar las acusaciones.

Aunque lo peor, sin duda, fue la visita de su padre. Cuando le llamaron al despacho del Director Solís, lo que menos esperaba era que se fuera a encontrar allí con él. El señor Vázquez sólo visitaba el colegio cuatro o cinco veces al año, y le dedicaba apenas diez o quince minutos a su hijo antes de irse a departir con los altos cargos de la institución, entre sonrisas hipócritas por ambas partes, con unas copas de buen vino y un purito de importación...

Había cuatro profesores en el despacho, además de don Florentino, lo que le hizo recordar a Federico aquella tarde en que Luis Santoro entró en su dormitorio escoltado por cuatro compañeros con intención de darle una paliza. Meses después volvía a encontrarse en una situación semejante (cambiando algunos detalles), pero desde que entró en aquel despacho que había visitado más veces de las que hubiera deseado, el joven sólo tuvo ojos para su progenitor.

Nada más ver a su padre con el rostro hierático, Federico supo que no le esperaba nada bueno. No hubo un abrazo frío, ni siquiera un saludo fingidamente cordial. El señor Vázquez se levantó del asiento y caminó hacia él con el rostro hecho de piedra:

-¿Sabes por qué he venido?

-No lo sé, pero lo imagino –respondió Federico, sin rastro alguno de altivez.

Pese a ello, su padre le dio una bofetada que restalló por todo el despacho.

-Te lo avisé, ¿verdad? Creo que te advertí que si el Director volvía a informarme de tu mal comportamiento te las verías conmigo... lo hice ¿verdad? –le dio otra bofetada-. ¡Responde, Federico!

-Lo hiciste, padre... –musitó el joven, empequeñecido ante los golpes, humillado frente al disfrute de los presentes en aquella sala.

Lo que siguió a aquella humillante muestra de poder que su padre le infligió a bofetadas, fue algo que marcaría la vida de Federico para siempre:

-Le ruego que me disculpe, don Florentino –le dijo el señor Vázquez al Director de la escuela St.Mikael’s-. Sólo intento hacer lo correcto, pero no es fácil educar a un hijo tan rebelde.

-Lo entiendo perfectamente... Está muy lejos de mis funciones juzgar el modo en que un padre educa a su hijo.

-Imagino que no es la política de la escuela, pero no me queda más remedio que pedírselo... Mi hijo necesita mano dura, supongo que entiende lo que quiero decir. Es la única manera de doblegar su rebeldía.

Federico seguía acariciándose las dos mejillas doloridas con la cabeza gacha; hablaban de él como si no estuviera delante y eso le hacía sentir todavía más furioso.

-Tienen mi consentimiento para hacer que el próximo curso sea aprovechado por mi hijo como debería. Les doy carta blanca para hacer lo necesario por enderezarle, y si como ya les he dicho eso ha de incluir mano dura... –se encogió de hombros el padre-... pues que así sea.

Federico pudo ver que los ojos de los presentes brillaban con algo parecido a la euforia. Incluso se percató de que muchos de ellos dirigían sutilmente la mirada hacia el profesor Cristóbal Moreno, un nazi déspota y sádico con el que más de una vez se las había tenido que ver durante sus clases de Gimnasia y Piscina. Hasta entonces Federico se había considerado poco menos que “intocable” en aquel internado, pero algo le decía que los buenos tiempos llegaban a su fin.

A la pocas horas de que su padre se fuera sin decirle más que un adiós desganado, Federico se encontraba en el gimnasio, donde iba cada tarde en la única hora libre del día que tenían los alumnos. Llevaba yendo desde poco después de tener ante sí la majestuosa y envidiable espalda de Luis Santoro llena de músculos. Allí se ejercitaba a solas durante 45 minutos, un pequeño privilegio que le había consentido el profesor Moreno “cuando todavía era alguien intocable dentro de esta puta cárcel”, pensaba esa tarde con infinita rabia. Le habían dolido las bofetadas, pero sobretodo era la humillación lo que no perdonaba. Por eso llevaba más de diez minutos subiendo y bajando por la soga de nudos, quedándose colgado en lo alto y forzando esos bíceps que se le empezaban a marcar notoriamente después de aquellos cuatro meses de entrenamiento duro y constante.

No escuchó la puerta ni las pisadas, simplemente miró hacia abajo y le vio junto a la montaña de colchonetas, apoyado en ellas y mirando hacia lo alto.

-Sabía que te encontraría aquí –le oyó decir.

-¿Ah, sí?... Y tan listo como eres... no sabias que... –miró hacia abajo y buscó el nudo más cercano para apoyar los pies en él-...que no tengo ganas de ver a nadie.

-Sí, y por eso he venido –Gabriel sonrió mientras le veía descender.

Federico saltó los últimos dos metros hasta el suelo y se quedó plantado esperando que la soga pendular volviera a su mano. Luego la llevó hasta el gancho de la pared y la dejó allí colgada. Tenía el torso desnudo y sudoroso, tan sólo llevaba un pantalón corto de chándal y las deportivas con unos calcetines blancos.

-Lárgate, Gaby –le dijo, cuando se giró hacia él-. En serio, colega, estoy muy cabreado y ahora mismo no soy buena compañía. Ya hablaremos en otro momento.

-¿Tan mal ha ido esta mañana en el despacho de don Floren? Me has estado esquivando desde entonces.

-No te des tan importancia, sabes que yo nunca esquivo a nadie –Federico se le acercó sin prisa-. Apenas he empezado a entrenar, así que no me hagas perder el tiempo.

-¿Qué ha pasado, Fede?

Vázquez se le plantó delante, casi respirándole encima.

-¡Adiós!

-No me voy a ir, y tú tampoco me vas a echar. ¿Necesitas una colchoneta? Ok, me aparto, la coges y seguimos hablando del tema –se hizo a un lado y dejó de respirarle.

-¿No te das cuenta de que no estamos hablando de nada? –Federico tiró de la primera colchoneta de la montaña y la lanzó al suelo antes de arrastrarla un par de metros; luego se tumbó en ella bocarriba con las rodillas flexionadas y los pies plantados-. Si te vas a quedar a dar por saco, por lo menos haz algo útil... Anda, ¡sujétame los pies!

Gabriel sonrió mientras se acercaba y se dejaba caer de rodillas. Cuatro meses atrás hubiera sido impensable que la estrategia de “con tanto insistir” funcionara, pero Federico ya no era el mismo gilipollas de principios de curso, y su amigo (a Gabriel le gustaba pensar que lo era) cada vez le resultaba más atractivo.

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3)  Dos maricas en el vestuario

Media hora después, sin que en todo ese tiempo hubieran cruzado más que cuatro o cinco frases, Federico se colgó la camiseta al hombro y caminó hacia el pasillo del vestuario sin mirar atrás, sabiendo que Gabriel le seguía pero fingiendo que le daba igual.

-Joder, tío, cada día estás más cachas... –le oyó decir a su espalda mientras él empujaba la puerta.

Federico sonrió, se giró sólo un instante y después lanzó la camiseta sobre uno de los bancos de madera y se sentó junto a ella. Al otro lado había una toalla doblada y un slip blanco que aparentaba limpio. 

-Me lo dices mucho últimamente, voy a empezar a pensar que eres medio marica –se inclinó para desabrocharse los cordones de las deportivas.

-¿Te importaría que lo fuera? –Gabriel no llegó a tomar asiento.

-La verdad es que me la suda... Quien más quien menos, creo que muchos aquí lo somos un poco, por aquello de la ausencia de chicas, más que nada.

-Entonces, ¿tú lo eres?

-Lo soy, sí. Lo soy bastante –tras quitarse las zapatillas, se sacó también los calcetines, desdoblándolos mientras miraba a Gabriel-. Pero eso tú ya lo sabías, ¿verdad?

-Ya me conoces, me muevo mucho, me llevo bien con todo el mundo... –se encogió de hombros-. Sabes que hay pocas cosas de las que ocurren a este lado de los muros que yo no sepa.

-Lo sé –Federico metió cada calcetín en una zapatilla-. Entre tú y yo nunca va a pasar nada, Gaby, aprovecho para decirlo ahora que has sacado el tema.

-El tema lo has sacado tú, y... –replicó, carraspeando-...bueno, exactamente ¿por qué?, si es que puedo saberlo.

-Muy sencillo, porque somos amigos –se bajó el pantalón de chándal después de haber elevado el culo del banco apenas unos centímetros, y se volvió a sentar mientras se lo sacaba por los pies-. ¿No estás cansado de repetirme que lo somos, a pesar de que yo digo que no lo somos? Pues ahí tienes la razón: quiero que lo sigamos siendo. ¿Contento?

-Pues no mucho, la verdad.

Federico dejó el pantalón sobre el banco y se quedó mirando a Gabriel unos segundos; notó algo parecido a la decepción en sus ojos. Después estiró la mano y cogió la toalla antes de ponerse en pie.

-Oye, Gaby...

-¿Qué?

Vázquez se lo pensó un instante, la posibilidad de decirle que no estaba siendo del todo sincero. “Tengo el día tonto”, pensó, “pero si lo hago mañana me arrepentiré”. Por eso al final reculó:

-Que me voy a dar una ducha rápida. ¿Te vas o me esperas?

-Joder, Fede... ¿te das cuenta de que cada vez que tenemos una conversación de más de dos minutos, sobre el tema que sea, buscas una excusa para largarte?

-No lo he calculado, pero veo que tú sí –sonrió ligeramente-. Será que dos minutos es el límite, no lo sé... Aunque si me esperas, cuando salga podemos poner el contador a cero y disponer de otros dos minutos antes de que busque la excusa perfecta para dejarte con la palabra en la boca. 

-Siempre te lo tomas todo a broma, macho. Debería largarme de aquí y dejar que te comas tu mierda solito... –negó con la cabeza e incluso lanzó un mirada fugaz a la puerta que a Federico no le pasó desapercibida-. ¿Quieres que me quede?

-Haz lo que te apetezca –dijo Vázquez, aunque no era eso lo que estaba pensando.

-¿Quieres que me quede, sí o no?

-No te pongas intenso, Gaby, que no me va ese rollo.

-Está bien, te lo diré de otra forma. Si de verdad quieres que me quede a esperarte pero no te sale de los cojones decirlo, me basta con que dejes caer una pequeña señal, la que sea.

Esta vez la sonrisa de Federico fue mucho más franca y sincera. En algún momento de los últimos días había pensado que Artero podía ser su tercer polvo de aquel curso (el segundo había sido unas semanas atrás, de nuevo con Luis Santoro después de que éste rompiera su extraña relación con Ramiro Velloso)... Sin decir nada se dio la vuelta, se inclinó un par de segundos sobre su ropa, después se quedó de perfil a Gabriel mientras se agachaba para quitarse el slip y quedar completamente desnudo. Lanzó el calzoncillo a los pies de su amigo, se colgó la toalla al hombro y empezó a caminar hacia el recinto de las duchas. 

Cuando Gabriel dejó de mirar aquel culo que poseía dos buenos glúteos y atestiguaba el buen rendimiento que le estaba sacando Fede a sus sesiones de tarde en el gimnasio, su mirada se dirigió como por reclamo hacia la ropa de su compañero de clase y habitación. Más concretamente, los ojos se clavaron en lo que Vázquez había dejado encima del pantalón de chándal. Le había pedido una pequeña señal, y aquello no es que fuera algo demasiado grande, pero desde luego que tenía un significado enorme.

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4)  Dos amigos en la ducha

No se podía decir que el ambiente fuera especialmente cálido allí dentro, todos sabían que estaba hecho a propósito para que no se demorasen en las duchas y no perdieran el tiempo antes de la siguiente clase. Cuando uno entraba en ese recinto, lo hacía con prisa por meterse bajo el agua templada (caliente nunca salía, fría sólo a veces). Pero esa tarde Federico no se apresuró lo más mínimo mientras colgaba la toalla en uno de los ganchos y se quedaba junto al surtidor. Dejó salir el primer chorro de agua casi congelada y esperó a que se templase para colocarse debajo y regarse con ella... El ejercicio le dejaba agotado, y ese día se le sumaba la pesadumbre por lo ocurrido en el despacho del Director. Aún podía escuchar el sonido de aquellas dos bofetadas, y si pensaba en ello más de dos minutos le surgía de nuevo esa rabia que arrasaba con todos sus buenos propósitos.

Tal vez Gabriel tuviera razón, y dos minutos fuera su límite. Por suerte, el amigo que empezaba a serlo no tardó tanto tiempo en aparecer:

-¿Eres tú el que los vende en el internado? –le oyó preguntar.

Sin cerrar el grifo, Federico le dio la espalda al agua, se dio la vuelta y se apartó el pelo mojado de la cara. Pensó que tal vez llegaría desnudo, pero Gabriel conservaba aún el uniforme completo.

-Sí, soy culpable. El cabrón de mi padre es farmacéutico y siempre que puedo intento mangarle un par de cajas de la trastienda.

-Pues he de decir que por aquí tienes unos clientes muy discretos. Por más que he intentado averiguar quién traficaba con esto, nadie ha soltado prenda.

-Por la cuenta que les trae... Oye, como te acerques mucho te vas a mojar toda la ropa.

-¿Siempre llevas un par de ellos encima?

-Siempre.

-¿Para venta o para consumo propio? –Gabriel sonrió.

-Para lo que surja.

Federico se giró un instante y cerró el grifo.

-En serio, Gaby, te vas a poner perdido...

-¿Quieres que me desnude?

-No volvamos a jugar a eso, por favor.

-Entonces dímelo.

-Sí, quiero que te desnudes, pero tendrías que haberlo hecho fuera, porque ahora...

-No te preocupes, esa zona de ahí está seca –Gabriel tiró los dos condones al suelo, cerca de Fede, y se sacó el suéter-. ¿Cómo haces para meterlos en la escuela sin que te los pillen?

-Entre las piernas, como hacemos todos con aquello que no queremos que vean los profes.

-No sé por qué no se me ocurrió pensar que eras tú –se fue desabrochando la camisa mientras Federico avanzaba un par de pasos hacia él.

-Supongo que en el fondo no puedes saber absolutamente todo lo que ocurre a este lado de los muros... ¿Te puedo ayudar? –fue una pregunta retórica, ya que sus manos se habían estirado en dirección a los pantalones; le descorrió el cinturón.

-Dime una cosa, Fede, ¿a qué ha venido antes lo de que esto nunca iba a pasar entre tú y yo? –la cercanía y la desnudez de Vázquez empezó a resultarle embriagadora, pero Gabriel no se quiso apresurar; le apartó las manos y él mismo se encargó de su cremallera mientras se arrancaba los zapatos sin desabrochar-. ¿Por qué lo has dicho?, ¿querías hacer que me alejara, o sólo era una forma de provocarme?

-Lo he dicho porque en ese momento lo pensaba –Fede le rodeó despacio y le puso las manos sobre los hombros.

Cuando Artero se agachó para quitarse los pantalones, recorrió su espalda despacio, de un modo sinuoso, notando sus músculos y sus costillas, quedándose agarrado a su cintura cuando el otro se incorporó después de lanzar la prenda junto al pequeño montón a dos metros de ellos.

-¿Y qué te ha hecho cambiar de opinión? –Gabriel inclinó la cabeza hacia atrás y dejó que Federico le besara el cuello; levantó una mano para acariciarle el pelo húmedo.

-...la posibilidad real de que te fueras... –le dijo en un susurro-. Mañana me arrepentiré de haber dejado que pasara, pero hoy... hoy no quiero sentirme solo...

-¿En serio? –Gabriel se separó un poco y se dio la vuelta-. Y eso ¿por qué?

Se miraron a los ojos con intensidad durante unos segundos. Luego Federico negó con la cabeza:

-Por favor, no preguntes.

Estiró el cuello y le besó por primera vez. Fue un beso dulce, algo a lo que Vázquez estaba poco acostumbrado; luego le tomó de las mejillas y empezó a recorrer sus labios despacio. Del pelo le caían gotitas de agua que les refrescaban a los dos. Ninguno cerró los ojos mientras se besaban, estableciendo así una conexión que sólo sucede cuando la persona que tienes delante te importa de veras... No sabían que con aquel tierno morreo estaban sellando un pacto no sólo de amistad, sino de afecto sincero y de cariño correspondido.

 Las manos de Gabriel se deslizaron por la espalda mojada y le recorrieron entero hasta llegar a sus nalgas. Federico sonrió sin llegar a separar los labios:

-¿Te gusta mi culo?

-Desde siempre... Eres un exhibicionista nato, Fede, el único que siempre se despelota en la habitación sin ningún pudor.

-Eso es porque esperaba pescar algún marica. Y no me ha salido mal la jugada, ¿no?

Esta vez se besaron con mayor intensidad. Federico subió las manos por su rostro y se las dejó posadas en la cabeza mientras enredaba los dedos en su pelo. Gabriel siguió acariciándole el trasero, recorriendo las dos nalgas con las manos abiertas, haciendo círculos lentos como si se tratara de dos balones de fútbol. Ya le notaba la polla algo dura contra su calzoncillo, y él mismo se sentía despertando del letargo bajo la tela... Le negó la lengua un par de veces, pero sólo para que Fede fuera a buscarla; y él picó, aceptó el juego, le sujetó la cabeza para que no escapase:

-No sabes cuánto tiempo he deseado... que esto pasara... –le dijo Gabriel, rehuyendo de nuevo su lengua, llevando las manos desde el culo de Federico hasta el elástico de su slip.

-No te lo quites... –le dijo Vázquez-. Aún no...

Dicho lo cual le empezó a besar el cuello, bajando luego por su pecho. Se lo cubrió de besos, igual que hizo con su estómago, que se encogía ante el contacto húmedo de sus labios. Gabriel le acarició la cabeza con suavidad, no quería parecer ansioso o dominante, pero le tenía bajando por su cintura y eso aceleraba sus pulsaciones sin remedio. No podía creerse que tuviera a Fede Vázquez de rodillas frente a él, hundiendo la nariz en su calzoncillo.

Federico empezó a mover la nariz contra la tela, agitó el duro contenido de aquel slip con los labios, se esmeró en recorrer por encima de la prenda el tronco inclinado usando su lengua y mirando hacia arriba, sonriendo a Gabriel. Éste se llevó de nuevo las manos a la cinturilla elástica pero Vázquez le retuvo:

-No, colega –negó con la cabeza-, lo siento pero no como pollas.

-¿En serio? –preguntó el otro, incrédulo-. ¿Y qué se supone que estás haciendo?

-Demostrarme a mí mismo que estás cerca de ser una persona importante en mi vida.

Con esa enigmática respuesta, volvió a hundir la nariz entre las pelotas de Gabriel y allí se quedó durante unos segundos, sintiendo un palpable repunte en aquella excitación que tenía al alcance de su boca. Pero no lo iba a hacer, por más que aquel día “tonto” estuviera haciéndole mostrarse más débil de lo que deseaba, le había hecho una promesa a su primo Ferran y no la iba a incumplir por un momento de flaqueza.

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5)  Dos amantes bajo el agua

Al poco volvió Federico a incorporarse recorriendo el camino inverso, ascendiendo por el estómago y el torso de Gabriel hasta encontrarse con sus labios:

-Hueles mazo de bien, cabrón.

-Me has dejado loco, tío... –suspiró su amigo-. ¿A qué ha venido eso? Creí que me ibas a hacer una mamada.

Federico sonrió, lo hizo con ese aire resolutivo que empleaba en todas sus acciones. Después le cogió de la nuca con ambas manos, le morreó unos segundos y no dejó de sonreír:

-Imagina que nunca he hecho ninguna, y que estás deseando enseñarme... –luego tiró sutilmente de su cuello hacia abajo, pero Gabriel se resistió.

-Estás de coña, ¿verdad? ¿Tú nunca...?

-Shhh, no digas nada y enséñame cómo se hace –siguió empujando Federico hasta que logró verle descender por su abdomen mojado y marcado por los ejercicios de aquella tarde-. Espera un segundo... ven.

Le acarició la cabeza como se hace con una mascota a la que le tienes mucho cariño y se movió hasta colocarse bajo el surtidor del agua. Gabriel se quedó dos metros más allá, arrodillado sobre las baldosas no del todo secas, mirándole y respirando de un modo entrecortado. Se notaba acelerado, cachondo, y verle adoptar esa pose no hacía que se relajase lo más mínimo... Desde que había descubierto lo mucho que le gustaba, se había preguntado cómo sería Fede en la intimidad, si se volvería más manso o si por el contrario actuaría como hacía el resto del tiempo. La respuesta la tenía allí delante, apoyado en la pared, con una mano levantada indicándole que se acercase con un dedo, mientras la otra mano sujetaba su polla, que era un polla grande sin ser vasta, definida pero sin estridencias, coronada por un capullo que el pellejo ocultaba... Parecía estar diciéndole “acércate” y por eso Gabriel suspiraba, porque lo estaba deseando.

-...venga, ven... –fue lo que le oyó decir, en un susurro-. Sin miedo, que no muerde...

-Espera, es que me voy a mojar los calzoncillos –rezongó Gabriel llevándose las manos a la cintura.

-Ven, joder, ¡déjate de calzoncillos! –Federico avanzó hasta él un solo paso-. Si te los mojas, te los quitas luego y vas sin ellos... ¿Quieres que me arrepienta?

-Capullo... –protestó-. ¿Es así como te lo montas?, ¿te haces el irresistible?

Esta vez no oyó más respuesta que una mano posándose en su nuca después de gatear un metro hacia Federico sobre sus propias rodillas. Éste no le llevó hasta la verga con brusquedad, pero sí se la plantó delante de la boca y la movió sobre sus labios mientras Gabriel fingía no querer separarlos. Era un juego en el que tenía las de perder, claro, porque Fede sabía que acabaría entrando y Gaby sabía que se la dejaría meter... El agua no les empezó a caer encima hasta que Federico pulsó el grifo, y no lo hizo hasta ver una buena porción de su sexo dentro de aquella boca pequeña y juguetona. Su espalda recibió la calidez del agua tibia. Vázquez sentía a partes iguales excitación y curiosidad. Si le hubieran preguntado con cuál de sus compañeros de habitación acabaría viviendo semejante escena, Gabriel Artero hubiera sido el último de la lista. No porque Gaby no fuera guapo, que lo era, o porque no le atrajese lo más mínimo, sino porque nunca hubiera pensado que detrás del chaval modosito que siempre miraba por el bien de los demás se escondiera un glotón tan desinhibido... Y como había acostumbrado a su mente a no filtrar la mayoría de sus pensamientos, no hizo otra cosa que decir lo que se le pasaba por la cabeza:

-Joder con el buen samaritano... Se nota que eres todo un experto...

-No te creas –Gaby la sujetó con una mano mientras se relamía los labios con la otra y miraba hacia arriba; sonrió-. Pero le pongo ganas, ¿verdad?

-Como si llevaras año y medio deseándolo...

Y era cierto que no se podía considerar una mamada perfecta, pero Gabriel estaba hambriento y eso encendía a Fede más que cualquier otra cosa. ¿Por qué miraba hacia arriba todo el rato?, ¿acaso le estaba queriendo decir algo? Normalmente los chavales que tenía a sus pies cerraban los ojos y trataban de esforzarse para complacerle, era como si temieran una mirada reprobatoria por su parte; pero Gaby le miraba y no parecía en absoluto sumiso ni mucho menos atemorizado de un juicio negativo a su profesionalidad mamadora... Fue por ello que Vázquez se movió un poco hacia atrás para que el agua le cayese por la cabeza y le resbalase por el pecho. Gabriel tuvo que cerrar los ojos y Federico sonrió; le tomó de las mejillas para invitarle a ponerse en pie:

-Me has puesto muy cachondo, ¿sabes?

-Eso intentaba –Artero se dejó comer la boca; ahora los dos se mojaban por igual.

-...quiero follarte, Gaby...

-Lo sé, pero...

-...pero qué...

-Es que yo... yo nunca...

-¿Nunca? –le miró directo a los ojos-. Nunca, ¿nunca?

Gabriel negó con la cabeza. Entonces Federico le tomó de la cintura y mientras le besaba hizo que ambos rotasen como en un carrusel perfecto hasta que fue el otro quien quedó con la espalda bajo el chorro del agua. No separó su boca en ningún momento, luego acarició el culo de Gabriel por encima del slip empapado.

-Fede... –fue un suspiro, un simple jadeo, en cualquier caso prácticamente una súplica.

-Sí... tranquilo –afirmó Federico sin escuchar nada más, sin saber si detrás de aquella respiración temblorosa se escondía una pregunta; no necesitaba oírla, y por eso simplemente sonrió-. Relájate, amigo... No eres la primera flor... que arranco del jardín...

-¿Es que ahora... ahora eres poeta?... –se burló, nervioso.

-No, qué va, jaja... –Federico echó la cabeza para atrás y se pegó todavía más a Gabriel-. Pero ya que voy a partirte el culo, al menos hagamos que parezca bonito, ¿no?

La nueva carcajada retumbó por todo el recinto de las duchas y Gaby se sumó a ella para ocultar su nerviosismo. Notaba las manos de Fede internándose en su calzoncillo sin prisa, amasando sus nalgas como si jugase con plastilina. Los dedos le recorrían la obertura de arriba abajo, le separaban ambos cachetes... Entonces le deslizó un poco el slip transparentado por el agua, sacó los glúteos al exterior y los dejó cubrirse de agua templada mientras ahora sí le separaba las nalgas por completo y dejaba que el líquido se le colase entre medias. Frotando con fuerza en las paredes perineales con los dedos índice, Federico pretendía relajar esa zona ayudado por la tibieza del agua.

-Ufff... –suspiró Gabriel muy cerca de su boca-. Nunca me habían tocado así... ahí...

-Te aseguro que te va a encantar –le dijo Fede con un tono pausado-. Ya te puedes quitar esto...

Con una sonrisa hizo restallar la goma del slip contra su cintura y dio un paso atrás.

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6)  Embarazo no deseado

Mientras Gaby se agachaba para sacarse la prenda por los pies, con el agua salpicando bruscamente su espalda y charqueándolo todo alrededor, Federico se agitó un poco la polla y también se agachó para recoger uno de los dos condones que su amigo había tirado antes al suelo. Lo rasgó con los dientes y se quedó observándole… Gabriel parecía sorprendido, además de mostrarse nervioso y expectante; le miraba con las cejas algo arqueadas, fijándose en el modo en que ajustaba aquel trozo de goma en su glande:

-¿Por qué te pones eso? –le preguntó, sin elevar la voz-. ¿Acaso crees que me voy a quedar embarazado?

-Mejor prevenir que ser papás, ¿no crees? –se rieron los dos.

En aquella época todavía no se hablaba del VIH, ni se tenía apenas información sobre lo que hoy conocemos como ETS’s. Un preservativo era ese invento que se utilizaba para que un hombre y una mujer pudieran follar sin tener un hijo después de cada polvo echado. Un gran invento... sin aparente utilidad para las relaciones entre dos tíos.

-Ahora en serio... –insistió Gabriel, viendo cómo Fede lo deslizaba por todo el tronco de su polla y lo ajustaba cerca de los huevos-. ¿Para qué te lo pones?

-¿Lo quieres saber? –se pellizcó la punta del glande para hacer un vacío en el depósito del semen-. Lo hago porque mi maestro del sexo, el tío que me lo enseñó todo, me dijo que con un condón la polla resbala mejor, y es cierto que entra más fácil. Por eso siempre follo con ellos... y además, porque me salen gratis, claro, jaja...

-¿Tu maestro, dices?

-Sí, el tío que una vez me hizo lo que te voy a hacer yo a ti.

-Vaya...

Gabriel se quedó mudo, aunque tampoco le hubiera dado opción Federico a decir mucho más. Cuando se plantó frente a él le besó, le tomó de los hombros y le hizo darse la vuelta. Después le empujó con suavidad y le dijo que apoyase las manos contra la pared.

-No, no cierres el grifo, deja que el agua te caiga en la espalda... Te ayudará a relajar, al menos mientras no salga fría –le dijo Fede, con las maneras de un experto-. Y ahora separa un poco las piernas.

Vázquez se escupió en la mano y la pasó por el trasero de Gabriel haciendo hincapié en la zona del ojete. No lo llegó a penetrar con sus dedos, pero sí lo masajeó intensamente hasta sentir que lo tenía dispuesto a dilatarse. Gaby jadeaba con aquel contacto, de alguna manera trataba de evitar el miedo al dolor, sabía que aquello era grande y que su culo nunca había recibido ningún tipo de visitas. Por eso se cogió a la pared, trató de doblar un poco las piernas para resultar más accesible, se preparó para la penetración. Y la sintió... la notó asomando... El glande de Fede estaba ya preparado para internarse. Lo manejaba con una mano, con la otra acariciaba su espalda sacudiendo los charquitos de agua que se le formaban en las ondulaciones de la columna. También le servía de apoyo para evitar que el cuerpo de Gabriel se fuera hacia adelante.

Romper la barrera es la tarea más difícil. El culo siempre se niega a abrirse, se resiste porque no entiende el concepto de hospitalidad y no está educado en esas lides; pero cuando nunca antes ha sido anfitrión de grandes eventos, todavía muestra mayores reticencias. Por eso se requiere paciencia. Porque ninguno de los dos amantes quiere ser dañado, porque ante todo hay un sentido de la responsabilidad por parte del que desvirga, y un instinto de prudencia en quien desea recibir al otro dentro... Federico apuntó, pero no apuntó a matar, simplemente jugó con la escopeta, ajustó la mirilla y trató de encarar la diana. Después el gatillo se dispuso a alcanzar su objetivo. El glande fue accediendo en mitad de una agitación de respiraciones y jadeos. El agua distorsionaba los sonidos, amortiguaba la sensación de dolor, apaciguaba las ansias... hasta que llegó un momento en que el culo de Gabriel abandonó el modo rechazo. Tal vez se diera cuenta de que aquello era algo inevitable, o quizá el chaval estaba asumiendo que podía llegar hasta el final y eso relajaba por completo su esfínter.

De cualquier modo, Federico estaba dentro. Lo había hecho, había roto la barrera. Se quedó acoplado hasta donde las entrañas de Gabriel le dejaron acceder. El resto tendría que pactarlo con cada embestida, siempre un poco más adentro, siempre un poco más adentro... hasta que ya no se puede excavar más porque la perforadora ha alcanzado su límite:

-...¿estás bien?...

-...síii...

-Lo estás haciendo genial, Gaby... –entró de nuevo, salió despacio.

Le tomó de las caderas cuando las embestidas ya no requerían de otros menesteres. Salía de Gabriel al tiempo que sus manos le alejaban, y sólo cuando quería volver a entrar lo tomaba con firmeza y lo apretaba contra su pubis. Así lo hizo durante unos minutos en los que los susurros y gemidos de su amigo se fueron intercalando con palabras afectuosas, nunca graves ni ofensivas. El juego de la dominación consentida implica una confianza y una intimidad que todavía no tenían. Federico sabía ya entonces que aquello se iba a repetir, sabía que Gabriel no era como otros polvos sin más razón que el disfrute y el desahogo. Era follar con un amigo. Eso supera con creces cualquier encuentro esporádico. Por eso no se dio prisa en concluir, por eso lo gozó y trató de resultar cariñoso, cercano, sobretodo agradecido.

Cuando quería besarle, porque Federico sentía que quería hacerlo, que le apetecía mucho comer de esa boca jadeante, simplemente salía de él y le abrazaba por la cintura, le invitaba a incorporarse, le giraba el rostro y le chupaba una mejilla, se excitaba con el agua cayendo sobre sus cabezas, regando aquella pasión, le preguntaba si estaba bien, le daba las gracias por dejarle hacerlo, le repetía “no dejaremos de ser amigos, ¿verdad?”...

Porque ante todo, aquella tarde Vázquez estaba necesitado de afecto sincero, de algo que pudiera asemejarse al amor que su padre nunca le había dado.

-

7)  Nueve meses después... ¡ha sido niño!

De todos ellos conservaba Federico un recuerdo concreto, un detalle que trascendía al cómo, al cuándo y al por qué de aquellos desvirgos. Por eso cuando aquella tarde de domingo observó el frasquito de cristal con las iniciales G.A. escritas en la etiqueta blanca, le vino a la cabeza la breve conversación que mantuvieron poco antes de empezar a hacerlo. “¿Crees que me voy a quedar embarazado?”, le había preguntado Gaby con una gran sonrisa. Casi la misma que tenía Federico mientras lo recordaba.

Volvió a depositar el botecillo en la caja de zapatos, y cogió los dos frascos que iban a formar parte de la colección desde esa misma tarde: N.P., acababa de escribir en uno de ellos, por Nicolás Prado, muchachito de culo precioso y turgente; y A.V. en el otro, las iniciales de Arturo Verdejo, delegado al que había descubierto todo un mundo nuevo lleno de posibilidades. No le cabía duda de que los dos amigos iban a intimar de una manera habitual después de lo ocurrido [capítulo 14] aquella tarde en la habitación de al lado. ¿Pero qué recuerdo le quedaría con el paso del tiempo de aquellos dos chavales a los que había llevado con engaños hasta el dormitorio de profes?, ¿ésos a los que había acabado desvirgando con afecto después de haber planeado en principio una jugada muy diferente?

Cuando alguien abrió de pronto la puerta de la habitación 4-23, Federico tapó al instante la caja con la sábana y le puso una almohada encima. Se relajó cuando vio que era Gaby el que entraba:

-Joder, cabrón, ¡qué susto me has dado!

-¿Qué haces aquí, tío? Llevo toda la tarde buscándote.

-Nada, estoy esperando a Nacho, que debe estar a punto de volver del parque.

-Ya... Siempre esperando a tu niño, como un papaíto preocupado.

-Y tú eres una mamá refunfuñona –bromeó Federico consigo mismo, recordando aquella pregunta de Gabriel bajo la ducha, pero sin intención alguna de explicar el motivo de que aquello le hiciera gracia-. Bueno, tú, ¿y para qué me buscabas?

-¿Tú qué crees?, ¿qué hemos estado haciendo los últimos domingos? –le increpó con sutileza Gabriel, cerrando la puerta al entrar-. Había pensado que podíamos subir a fumarnos un porro y después echar un polvo, pero has estado toda la tarde desaparecido.

-Pues sí, es que alguien se te ha adelantado.

-No me jodas... ¿has estado follando? ¿Con quién?

-Con unos chavales de 4º grado –levantó la almohada porque su colección de desvirgos no tenía secretos para Gabriel después de que él mismo se ofreciera nueve meses atrás a formar parte de ella-. Llevaban días yéndome detrás, y hoy les he dado un homenaje.

Mintió piadosamente porque no le apetecía contarle la verdad: que había buscado a los chavales con intención de ejercer una venganza sobre ellos por haber “humillado” a Nacho. Eso sin duda hubiera despertado las carcajadas y la mofa de su amigo, así que prefirió ahorrárselo.

-¡Qué cabrón! Y yo por ahí, más salido que un mono... –Gabriel se sentó a su lado en la cama y miró hacia el interior de la caja que Federico había vuelto a abrir-. ¿Los dos capullitos eran alevines? –le preguntó con una sonrisa, cogiendo los dos frasquitos de muestra de perfume con un condón usado dentro que su amigo le tendía-. NP y AV... Eres un mamón con mucha suerte, tío. ¿Por qué todos los niñatos te van detrás a ti? ¿Qué les das, macho?

-Será que soy un malote y eso les pone... ¡yo qué sé! A lo mejor deberías probar a no ser siempre tan buen chico, y a lo mejor así follabas más...

-¡Que te den! –le dio un puñetazo en el hombro después de devolverle los frascos-. ¿Y éste? –Gabriel metió la mano en la caja y tomó otro de los objetos de la colección; sólo entonces se fijó en que eran nueve-. Ey, éste no lo había visto antes... ¿quién es EC?

Federico sonrió:

-¿Te acuerdas de la última noche que pasamos juntos en la 2-12?

-Sí, claro. Los chorizos...

-¿Y te acuerdas de lo que pasó por la mañana con Edu?

-¿Edu?, ¿Edu Carreras?

Después de que la cara de Gabriel mutase del desconcierto a la incredulidad, Vázquez tuvo que dedicar unos minutos a contarle lo que había sucedido después de que aquel compañero de cuarto les cazara despertando juntos [capítulo 8]...

-

¡¡Próximamente más!!