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Private School: Maricas en el Dormitorio (I)

en Gays

MARICAS EN EL DORMITORIO, parte I

1.   El líder desvestido

Los alumnos extranjeros no abundaban en aquel internado durante los últimos años de la dictadura y la mayoría de ellos eran jovencitos adoptados por familias pudientes. Como Ezequiel, apodado el negro, un muchachito sudamericano que seducía con su piel de cacao, su dulce seseo y unas dotes para el liderazgo que formaban parte de su personalidad. Los chicos más listos se arrimaron a él cuanto pudieron aprovechando la suspicacia que en esos primeros días levantaba para el resto del colegio.

Alguno hubo de aceptar que se sentía profundamente atraído por su mirada oscura y su pelo cetrino; alguno hubo de reconocer que le admiraba en las actividades deportivas, que suspiraba por sus calzoncillos visibles gracias a los pantalones caídos que él mismo puso de moda en aquella escuela para fastidio de los profesores; alguno también admitió que inhalaba profundamente si le tenía cerca cuando estaba transpirado por el deporte, o que pasaba las horas deseándole, anhelando que se acercase y le pasara un brazo por el cuello. En definitiva eran algunos los que le deseaban y le buscaban forzando peleas en broma por el simple placer de tocarle y sentirle cerca.

Llegando la primavera empezaron las clases de Piscina de aquel curso y desde el primer día el negro se quedó completamente en cueros dentro del vestuario, para asombro placentero de muchos y escándalo revolucionario de otros:

-Los hombres somos hombres… ¡así que no mamen, güeys!, que no debe darnos vergüensa mostrarnos desnuditos frente a otros muchachos. Tenemos que estar orgullosos de nuestras poronguitas porque ellas son las que nos hasen ser tan buenos machos... –con aquella pequeña soflama pro-nudista se ganó nuevos adeptos que hasta ese momento ni se hubieran planteado la posibilidad de desnudarse impúdicamente con los demás compañeros al acecho.

Animó al grupo a la absoluta desinhibición y en parte fue eso lo que le convirtió en un líder carismático que les fue encandilando poco a poco.

Por desgracia para los muchos que hubieran pagado por intimar con él, sólo cuatro eran los afortunados que compartían su dormitorio: Daniel Pinzón, Iván Sotillos, Sergio Tarancón y Roberto Narváez. “Los cuatro pendejos más envidiados de esta puta school”, solía decirles Ezequiel. Gustaba el negro de jugar con ellos en la intimidad de la noche cuando ya el celador Cristo les daba por dormidos. Juegos poco infantiles, a decir verdad.

Primero fue lo de Empalmarse Sin Manos, que consistía en algo tan sencillo como lo enunciado: se quitaban los pijamas, se colocaban en círculo y competían a ver quién era el primero en tenerla tiesa manteniendo las manos detrás de la nuca. Los cinco trataban de reconducir la sangre hasta sus huevos para lanzarla directa a la verga… Roberto solía ser uno de los primeros en conseguirlo pues le bastaba con observar la desnudez chocolateada de Ezequiel en la penumbra para sentirse inmediatamente excitado.

-¡Dale qué maricón, Narváes! –se reía entonces el negro palmeándole el culo y mirándole la polla empinada sin ningún pudor.

Luego de que los cinco se ponían erectos y con los penes palpitando solían apagar la luz y se tumbaban cada uno en su cama para masturbarse mientras decían barbaridades que les excitaban los sentidos:

-Algún día me comerás con la boca, que con los ojos ya lo hasís...

-Algún día, negro… –suspiraba Roberto.

-Y estos tres pendejos… se morirán de la envidia…

Callaban pero el silencio lo rompía un chapoteo frenético, agitación sobre las sábanas, el jadeo de los más precoces y un feliz orgasmo compartido entre compañeros.

2.   Golosos y gozosos

Se les suponía muchachos ingenuos que sólo trataban de divertirse pero en realidad estaban rompiendo moldes, transgrediendo su recatada moral pre-adolescente: en plena fase de hormonas en ebullición y sexualidad confusa jugaban a excitarse unos a otros como parte de una inocente competición. Y Ezequiel les llevaba de la mano a recorrer sus delirios homo-eróticos tintados de candidez fraternal.

Les contó lo que quería hacer durante la cena. La prueba del Menos Marica consistía en lo contrario a Empalmarse Sin Manos: se trataba de evitar a toda costa una dureza culpable entre las piernas. El negro y sus cuatro perros fieles acordaron entre risas jugar aquella noche en el dormitorio.

Dos minutos después de la primera ronda del celador, Ezequiel encendió la lamparita de su mesilla de noche y se sentó en el borde de la cama para indicarles que era el momento de ponerse a ello. Tenían menos de media hora antes de que Cristo volviera a inspeccionar los dormitorios por última vez. Después habría un silencio tan sepulcral en el pasillo 4 que les resultaría imposible siquiera susurrar sin que les pillaran.

-Es muy simple, muchachos, sólo hay que aguantar el mayor tiempo posible con la poronguita relajada y el último en tenerla parada del todo será el vensedor, el menos marica de los sinco –les dijo con una sonrisa excitada-. No hay normas ¿de acuerdo?, podemos haser cualquier cosa para tumbar al resto.

Se pusieron en pie y se quitaron los calzoncillos. Contemplarse desnudos ya no les provocaba pudor o una emoción especial pero lo otro sí; jugar en la penumbra exaltaba siempre sus respiraciones y les calentaba la piel.

-¡Puto Narváes!, ya la tenís inflamadita, güe’ón –soltó Ezequiel con los ojos iluminados-. Vieron cómo se pone de caliente la perra sólo con tenerme serca… ¿Por qué no dejamos fuera al más marica para seguir compitiendo los hombres? –les propuso a Daniel, Iván y Sergio mientras rodeaba el cuerpo de Roberto-. ¿Querís que te manosee las bolas o ya no te hase falta, peladito?

-Cuidado, negro, no te emociones demasiado y se te vaya a poner dura antes que a mí.

Los otros tres comenzaban a mirarse entre ellos las pollas sin rubor, quién sabe si planeando alguna estrategia. Sergio estaba en el centro y Daniel a su derecha empezó a acariciarle el estómago con una mano indecisa.

-¿Qué haces, tío? –le reprochó Sergio con una sonrisa.

-Intento ganar, macho... –Daniel miró a Iván-. El negro se ocupa de Roberto, ¿quieres que nos cepillemos a éste entre los dos?

La respuesta de Iván fue plantar una mano firme sobre el trasero de Sergio.

-¡Una mierda me vais a eliminar a mí! –se rebeló éste.

Estiró enseguida ambas manos y cada una acabó sobre una de las adormiladas vergas de sus compañeros. Ezequiel les miraba colocado a la espalda de Roberto.

-Así me gusta, muchachos… que jueguen susio

Roberto decidió que no quería ser el primer perdedor a pesar de que todo apuntaba a que lo iba a ser. Con el negro sinuosamente colocado a su espalda se llevó una mano hasta el culo y se hizo con aquel trozo de carne aún en reposo que ya le había acariciado las nalgas un par de veces. Ezequiel reculó para no dejarse atrapar así que Roberto optó por darse la vuelta y enfrentarle cara a cara, verga a verga… La suya estaba algo crecida y era consciente de que no le faltaba más que un pequeño aliciente de morbo para perder. Quiso cogérsela a Ezequiel pero éste le soltó un manotazo.

-Querís ganar ¿eh, nenita? Pues lo siento pero no podrás mientras te siga calentando tanto mirarme la poronga

En ese momento escucharon la voz triunfal de Sergio:

-Creo que estos dos maricas han sido eliminados limpiamente –henchido de orgullo con ambas manos sujetando los rabos tiesos de Dani e Iván.

Los dos muchachos se dejaban hacer porque sabían que ganar el juego hubiera estado bien, pero no se podía comparar con el placer de ser masturbados (algo torpemente, todo hay que decirlo) por su amigo. Y Roberto encontró el agujero que necesitaba para cavar su tumba mirando aquellas manos de las que sobresalían dos preciosos glandes juveniles, golosos y gozosos… Se empalmó al instante y casi hasta el dolor provocando la carcajada de Ezequiel a su lado.

-Jajaja… No sólo resultaste buen manejador de vergas, Sergito, sino que tumbaste a este pinche güe’on… ¡Ya pues!, quedamos tú y yo nomás –se alejó de Roberto con la relajación del que sabe que su enemigo ha sido abatido-. Dale qué rompebolas… ¿y no será que preferís seguir pelando a los dos monos?

Daba la impresión de que Sergio se había acomodado como “manejador de vergas” pero en cuanto vio que el negro avanzaba hacia él soltó las dos amarras con una sonrisa burlona sin importarle dejar un frío desconsolador entre las piernas de sus amigos. Su pene se mantenía en calma y eso aventuraba una competición equilibrada.

-¿Acabaste de darle el gusto a los peladitos? –le preguntó Ezequiel provocador-. Aunque te gusten bien machos no te va a resultar fácil calentarme, nenita…

Se encararon uno frente al otro a un metro de distancia mientras los perdedores se hacían a un lado con las trompetas levantadas, como dispuestos a arrancar una estruendosa marcha bélica. Se masturbaban despacio, sin la urgencia de la conclusión, atentos al espectáculo que ofrecían en aquel circo romano los dos gladiadores encuerados.

3.   Premio al Menos Marica

Sergio fue el primero que marcó la intención de atacar y el negro se dio la vuelta de modo cobarde agachándose para apoyar las manos en la primera cama que encontró. En esa posición comenzó a mover el culito con aire tentador:

-¿No me querís culiar, bebito?, porque es lo que tendrás que haser si pretendís agarrarme la verga con tus manitas de maricón…

-Si ya sé que lo estás deseando, negro, que te la meta por detrás… pero no te voy a dar ese gusto…

-Jugás duro ¿eh, güe’on? –Ezequiel se volvió a incorporar de frente a Sergio y sopesó en la palma de la mano aquella verga que recién estaba despertando-. A lo mejor preferís probar con la boquita, nena… Tenís cara de que te guste tragar buenos mecos…

-¿Y eso qué es? –preguntó su adversario.

-Aquí le llaman semen… ¿Me lo querís probar, Sergito? No me importaría ni el pedo que ganaras el puto juego si lo hasís paradita de rodillas en el suelo, como las pendejas del barrio de La Estrella.

-¿Ah, sí?, ¿me dejarías ganar? –preguntó Sergio para sorpresa de los tres amigos que seguían acariciándose los penes con calma.

-Por una buena mamada hasta te pondría yo mismo la corona…

-¡No jodas, Sergio! –exclamó Daniel con ojos casi desorbitados.

Callá, mono!, que el Sergito te fundió primero… así que no mames y seguí pelándote la pava con la boquita closer, ¿sí? –Ezequiel miró entonces a Sergio mientras se acercaba un paso más a él-. ¡Y tú dale, bebito! Si me querís mamar la verga hasélo antes que venga Cristo a jodernos la fiesta…

Al tiempo que hablaba el negro y daba otro paso más, los tres amigos habían empezado a sacudirse con más ganas; incluso el escandalizado Daniel se apretaba ahora la polla con fuerza mientras miraba a los otros dos y sonreía.

-Yo digo que lo va a hacer –soltó.

-Yo digo que también –dijo Iván.

-Se nota que lo está deseando… –comentó jocoso Roberto-. Venga, Sergio, ¡chúpasela!

Ezequiel había conseguido ponérsela dura en tiempo récord y eso suponía que no iba a ser el ganador del juego, algo que evidentemente no le importaba lo más mínimo.

-¿Qué les parese, amigos?, al final el menos marica de los sinco va a ser el que se acueste con la tripita llena, jajaja… ¡Aquí tenés tu premio, campeón!

También Sergio se rio mientras se iba agachando despacio; estaba dispuesto a hacerlo. Y lo hizo, abrió la boca con cautela mientras el negro no dejaba de masturbarse a escasos centímetros de ella. Ezequiel le plantó su glande entre los labios:

-Así… Abrí bien la boca, nenita… Verás qué rico te lo da tu papi…

Iván avanzó hasta colocarse junto a Ezequiel; enseguida le siguieron Daniel y Roberto hasta formar una especie de círculo alrededor de Sergio. Éste sujetaba el rabo desde la base después de haber apartado la mano de su dueño y lo tanteaba sin prisa metiéndose en la boca sólo unos centímetros por temor a sufrir una arcada traicionera.

-¿A qué sabe? –le preguntó Iván.

-A polla –dijo Sergio mirándole con ojos risueños.

Enseguida se le había esfumado cualquier rastro de vergüenza al constatar la expectación creada en sus amigos; ahora se sentía un pionero, un explorador atrevido que escalaba aquella dura montaña despertando la admiración de sus compañeros. Miró hacia el rostro del tótem al que adoraba:

-Tienes la polla calentita, negro -susurró-. La verdad es que… está rica…

-Seguro que sí –se le escapó a Daniel haciendo que todos sonrieran.

Roberto enredó sus dedos en el pelo de Sergio y condujo de nuevo su cara hacia la polla de Ezequiel que le agradeció el gesto con un guiño cómplice. Daniel también estiró una mano en la misma dirección para agarrarle los huevos a Ezequiel y después subir hasta el tronco.

-¿Por qué no le chupas un poco las pelotas? –dijo mientras se encargaba de masturbar la polla para que no decayese.

Sergio ni siquiera se lo pensó, sacó la lengua y empezó a frotarla por la bolsa escrotal donde el negro tenía unos pelitos rizados y oscuros; Daniel siguió pajeando despacio mientras sus rodillas se doblaban casi involuntariamente… pero justo entonces el silencio les permitió escuchar los golpes sordos en la pared del dormitorio, ¡ésa era la señal!

En el momento en que el celador visitaba el primer cuarto de aquel pasillo se iniciaba una cadena de golpes en las paredes para que todos los compañeros estuvieran advertidos de que iba a entrar de un momento a otro en sus habitaciones. Para dejar lo que estuvieran haciendo y fingir que dormían a pierna suelta tenían entonces aproximadamente un par de minutos.

Eso siempre y cuando el celador no se entretuviera más de la cuenta en alguno de los dormitorios… algo que ocurría muy a menudo.

4.   Dormitorio 4-23, la habitación de los protegidos

A Moreno le gustaba que hiciera buen tiempo sobretodo por eso, porque la mayoría de muchachos dormían destapados y en ropa interior, cuando no directamente desnudos. Les apuntaba con su pequeña linterna de luz opaca y con ella les recorría de arriba abajo escrutando cada centímetro de sus pieles tersas. Reservaba la paja de cada noche sólo para aquellos que realmente merecían ese honor. Y sólo a veces les tocaba, sabiendo que ellos no iban a decir nada porque eso supondría reconocer que estaban despiertos; se aprovechaba del miedo y el respeto que sentían por la ira del celador nocturno.

Cristóbal Moreno era profesor de Educación Física y Piscina durante el día y celador del pasillo 4 por las noches. Conocía perfectamente a todos los muchachos de su zona de vigilancia; a veces sonreía al pensar que sería capaz de reconocerles desnudos sin necesidad de verles la cara. Los degustaba con sus ojos hasta la saciedad y aun cuando ya estaba saciado todavía tenía algo de excitación para repartir… por ejemplo con Ignacio Lapresta, aquel muñequito rubio de labios carnosos que dormitaba en la esquina de la habitación 4-23 con la mano en el pecho y los calzoncillitos de algodón pegados a la cintura… No pocas veces Cristo (así le llamaban los chicos cuando él no estaba delante) se había inclinado sobre él para olfatearle entre las piernas como un sabueso y acariciarle el sexo con la nariz… Se puso cachondo sólo con pensarlo. Notó que su polla se endurecía mientras entraba en aquel cuarto y cerraba la puerta a su espalda.

Ese dormitorio era él único del pasillo 4 que ocupaban sólo dos personas por expreso deseo del celador, no en vano recibía el sobrenombre de “la habitación de los protegidos” para muchos alumnos. Al otro lado del cuarto estaba Federico Vázquez, de último grado, hombrecito de cuerpo formado y musculoso; con los mayores tenía mucho más cuidado, a ésos prefería Moreno desearlos en la distancia porque le podían dar problemas. Todos menos Fede. A Vázquez le tenía controlado. Hasta el curso anterior era la bestia negra del internado. A Cristóbal le encomendaron ese año la difícil tarea de tutorizarlo pero él no era hombre que se amilanase ante los retos. Así que ni corto ni perezoso un día de noviembre le dijo:

“¿Quieres ser el amo de este puto colegio? Yo puedo lograr que lo seas, Vázquez. No volverás a suspender ningún examen, no volverás a recibir ningún castigo y tendrás todo lo que desees y que yo te pueda conseguir. A cambio sólo te pediré que seas un niño bueno y que te conviertas en mi ojito derecho.”

“¿Eso quiere decir que sea tu putita, profe?”

“Más bien que sea yo la tuya”, le rectificó Cristo.

Desde ese mismo día pusieron su acuerdo en marcha y enseguida llegaron multitud de felicitaciones para Cristóbal Moreno por haber conseguido “domar a la fiera”. Tampoco les importó mucho en el claustro de profesores suponer lo que había tenido que hacer Moreno para que Federico Vázquez se convirtiera en alumno modélico… Lo mandó trasladar al pasillo 4 donde su muy deseado y consentido Nachito Lapresta tenía hasta ese momento una habitación privada y exclusiva sólo para él.

Aquella noche Fede dormía desnudo, el celador lo supo por el modo en que la sábana desgastada se le enrollaba a la cintura y casi transparentaba el color de su carne firme por el deporte. Notando su polla tan tensa como siempre que fantaseaba con el pequeño y delicioso Lapresta caminó hasta la cama del fondo y zarandeó ligeramente el cuerpo musculado de aquel casi-hombre:

-Despierta, Vázquez, ¿no tienes ganas de mear? Quiero verte en los baños del fondo de aquí a cinco minutos.

-Hijo de puta... –rezongó el otro con un susurro, desperezándose.

La sonrisa de Cristo se magnificó al verle la polla repleta de pelos; de pichas, penes y colitas iba bien surtido con los demás críos del colegio pero la de Federico era la única polla de verdad que tenía a su alcance. Estiró la mano para tocársela mientras el chaval se frotaba los ojos aún adormilado:

-Voy a acabar la jodida ronda y después dejaré que me mees y te la comeré ¿te parece bien?

-¿Sólo me despiertas para eso?, pedazo de cabrón... –le apartó la mano y él mismo se la comenzó a menear un poco-. Al menos podrías levantar también a los mellizos y así bajamos los cuatro a montarnos una fiestecita en el gimnasio, ¿no?

Cristóbal Moreno suspiró ante su falta de autoridad con aquel elemento subversivo de preciosa verga; cualquier otro muchacho hubiera recibido una paliza por mucho menos que eso pero Federico tenía una bula eterna que le libraba de todo mal… El celador salió del dormitorio 4-23 sin decir una palabra más. Fede se levantó y encendió la lamparilla:

-Cristo ya se ha ido, Nacho –le dijo a Lapresta acercándose a su cama-, puedes dejar de fingir que duermes.

-¿Te vas a ir con él? –el crío se incorporó hasta quedar sentado en el borde del colchón.

-Sí, cielito, me voy a ir con él –Fede le acarició la mejilla con ternura-. Tendrás que chuparme la polla otro día.

-Déjame ir contigo, anda –Ignacio estiró ambas manitas para poder hacerse con todo el tronco de aquella verga rodeada de vello oscuro-. Seguro que a Cristo no le importa si bajo con vosotros al gimnasio…

-Pero a mí sí.

Federico contempló desde lo alto cómo Ignacio separaba sus morritos carnosos y los cerraba alrededor de su glande palpitante. Le acarició la melenita rubia.

-Eres mi cachorrito precioso y no quiero que ese cerdo te ponga las manos encima. Ni él ni nadie te tocará mientras sigas siendo sólo mío ¿estamos, bebé? –Ignacio asintió levantando la cabeza y sacando la lengua para que Fede se inclinase y le morreara-. Ahora hazte una paja y mañana prometo compensarte, ¿vale?

Durante el segundo morreo el crío se colgó de su cuello y ambos cayeron sobre la cama. El mayor tuvo que agarrarle de las manos y clavárselas contra el colchón mientras permanecía sentado sobre su estómago:

-No seas un niño malo o tendré que pegarte una hostia, Nachito.

-¿Cuándo me vas a hacer a mí lo que le haces a los mellizos?

-Pronto, mi vida, muy pronto... –se inclinó para darle un último beso y después saltó fuera de la cama-. Ahora una gayolita y a dormir, ¿de acuerdo? No quiero tener que enfadarme contigo –se lo quedó mirando un instante y sonrió-. Déjame que te quite esto…

Le bajó el calzoncillito por entre las piernas y enseguida afloró aquella picha dura como una tiza. El pequeño Nacho sonrió al ver cómo Federico se metía dentro de aquella prenda que parecía a punto de explotar. Se cogió el pito y lo empezó a apretujar.

-A Cristo le va a gustar mucho que lleves mi calzoncillo –le dijo risueño.

-Lo sé.

El mayor se inclinó para darle un par de lametones, el primero en la pollita y el segundo en la boca. Luego apagó la luz y salió del cuarto dejando a Ignacio solo.

5.   Dormitorio 4-08, la habitación de los maricas

Cristóbal Moreno había abandonado poco antes el dormitorio 4-23 para seguir avanzando como cazador furtivo en mitad de la noche. Las habitaciones se fueron sucediendo una tras otra sin demorarse el celador en ellas más que para cumplir su función controladora, todo por la urgencia del morbo esperado en el baño cuando acabase aquella última ronda de la jornada. Pero algunas tentaciones resultaban difíciles de ignorar.

Si el rubillo Lapresta era un juguetito que encendía la lumbre de su entrepierna y el musculoso Vázquez era la mecha que le explotaba en la cara, entrar al dormitorio 4-08 conseguía muchas veces que directamente entrase en combustión espontánea. El cuarto de aquellos cinco muchachos exudaba casi siempre el dulce y cálido aroma de una paja adolescente. En cuanto abría la puerta recibía un golpe de aire seco, de sudor concentrado, de hormonas luchando por escapar de unos calcetines húmedos, de semen recogido en servilletas de papel…

¡Ahí estaban ellos!, haciéndole enloquecer. Todo el mundo conocía el secreto a voces de que la 4-08 era “la habitación de los maricas” y Cristo podía dar fe de que ningún dormitorio desprendía un olor como aquél.

Tal vez fuese por Ezequiel Mosquera, pensaba Moreno a veces desde su corto alcance de miras, “a saber las cosas que habrá visto y habrá hecho ese negro antes de llegar a España”. Se decía que lo alquilaban por horas en su país a turistas adinerados. Él había visto al adoptador señor Mosquera un par de veces y desde luego que daba el perfil de alguien que pagaría por un rato de sexo ilícito… pero sólo eran simples especulaciones que servían para poco más que incendiar la mente de Cristo. Le miró en su cama del fondo, el negro tumbado boca arriba con las manos en la nuca, el contorno de su picha crecida elevando ligeramente la sábana… Seguro que se estaba haciendo una antes de que él entrase, que todos se la estaban haciendo: recorrió el suelo con su linterna… cinco calzoncillos blancos de algodón casi idénticos quitados con prisa y dejados de cualquier manera.

Junto a Mosquera estaba Roberto Narváez, un muchacho grandote y robusto de pelo castaño cortado al ras como un militar; dormía hecho un ovillo encarado a la pared con la sábana cubriéndole sólo una nalga. Cristo observó la mitad destapada de ese culo redondo y carnoso mientras se adentraba en la habitación y ajustaba la puerta. En la cama del centro estaba Daniel Pinzón tumbado boca abajo y cubierto hasta la nuca. El más discreto y pudoroso de los cinco. Junto a él descansaba Iván Sotillos, otro exquisito muñeco de cabello dorado y morritos carnosos; arrebujado bajo la sábana tenía la frente perlada de sudor. Un delicioso querubín como Lapresta, con la diferencia de que éste dormía en “la habitación de los maricas” y se dejaba adular cuando estaban a solas, pues con frecuencia Moreno le decía lo “guapetón” que era mientras le tocaba entre las pantorrillas aprovechando que nadie les miraba.

De buena gana se le hubiera acercado esa noche para acariciar su culito y su picha bajo la sábana, pero algo lo hacía poco prudente: el quinto muchacho. Sergio Tarancón no había tenido por lo visto tiempo a fingir que dormía y era el único que tenía los ojos abiertos dirigidos al foco de luz opaca de la linterna que no llegaba a cegarle; sus labios brillaban como si se los hubiera recubierto con algún mejunje de mujer. “¿Qué estarías haciendo, muchacho?, ¿dónde tendrías tú esa boquita hace dos minutos?”, pensó Moreno y enseguida le vinieron a la cabeza el negro y su sábana erguida. Tarancón no decía nada, simplemente observaba la luz que bajaba lentamente por su pecho y bañaba los cuatro pelos de su verga adormilada; ésta reposaba sobre su muslo.

-¿Por qué narices está todavía despierto, Tarancón? –le preguntó Moreno en un susurro.

-Aún no he conseguido dormirme, don Cristóbal, esta noche hace demasiada calor…

-¿Y no será que estaban entretenidos aquí haciendo lo que no deben y por eso se ha desvelado?

-Claro que no, señor… Ellos llevan un rato dormidos, pero yo… con esta calor... –el haz de luz volvió a apuntarle a la cara-. Si me dejase ir al baño sólo un minuto… para refrescarme…

-Conoce las normas, Tarancón, ningún muchacho por los pasillos después de las once.

-Ya lo sé, don Cristóbal, pero si quiere me puede acompañar… para comprobar que no me entretengo ni hago nada malo… que sólo me quiero refrescar…

Moreno observó al jovencito en cueros que tenía ahora los codos apoyados en el colchón y le miraba con expresión casi suplicante. Sólo había una razón por la que Cristo estuviera dispuesto a saltarse las normas del internado que hacía cumplir siempre con severidad: obtener a cambio una morbosa recompensa. Volvió a iluminar durante varios segundos su sexo relajado y apenas velludo; lo hizo hasta que Tarancón se pasó como por descuido una manoseadita rápida por el pubis como si quisiera retirar de él una fina partícula de sudor… La intuición le hizo pensar a Moreno que el muchachito no iba a racanear con la recompensa.

-Está bien, Tarancón, le doy dos minutos.

-Muchas gracias, don Cristóbal…

Sergio Tarancón saltó de la cama y pasó a tientas junto al celador en dirección a la puerta. Moreno se agachó a recoger el primer calzoncillo que encontró en el suelo y le frenó antes de que la abriera:

-¡Chiquillo descarado!, ¿acaso piensa usted salir encuerado al corredor?

-No, señor, lo siento… creí que como no había nadie más despierto…

-Vamos, Tarancón ¡póngaselo!, que esto no es una comuna hippie.

El jovencito asintió con la cabeza y se puso el calzoncillo que le había tendido su profesor. Después abrió la puerta y salió sólo cinco segundos antes de que lo hiciera Cristo.

El dormitorio 4-08 quedó en silencio durante algo más de un minuto como si de verdad las cuatro almas que quedaban dentro estuvieran paseando por los brazos de Morfeo. Fue Iván el primero que quiso compartir sus divagaciones con el resto:

-¿No os ha parecido que Sergio estaba muy caliente esta noche? –a su pregunta siguió un silencio menos prolongado.

-La verdad es que se ha lanzado a por el negro sin pensarlo... –razonó Roberto.

-No mamen, pendejos, creo que al Sergito esta noche le van a partir bien la cola.

-¿La cola?

-El culito, güe’on, el culito…

Daniel Pinzón fue el único que no participó de aquella conversación breve y concisa. El resto tampoco aportaron nada más y la aclaración de Ezequiel fue lo último que se escuchó dentro del dormitorio 4-08 hasta mucho rato después. Sobre las cuatro de la madrugada volvió a abrirse la puerta sin que ninguno la escuchara y Sergio accedió al cuarto cruzándolo de puntillas después de cerrarla. Se quitó el calzoncillo, emitió un leve quejido al sentarse sobre el blando colchón y a los pocos minutos ya dormía profundamente.

MARICAS EN EL DORMITORIO, parte II:

Publicación 18-20/enero/2012