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Private School: Especial Fede Vázquez (12/18)

en Gays

NOTA DEL AUTOR: ¿alguien recuerda el mini-debate de opinión sobre si publicar los siguientes 3 capítulos seguidos? Pues al final la mayoría prefirió seguir con el ritmo de publicación habitual, así que aquí está el primero de ellos. No son auto concluyentes de modo que tocará sufrir un poco, pero creo que cada uno tiene la dosis de morbo que vuestra fidelidad requiere. Un saludo!!

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RESUMEN: la “caza de maricas” es un invento del profesor Moreno para que Federico descubra a todos los alumnos maricas del internado. Empezó con el grupo de 4ºB y durante la ‘investigación’ en el gimnasio se enfadó al descubrir que el culito de su querido Nacho había estado al alcance de dos compañeros suyos con los que el rubio no se lleva nada bien. Mortificado por no saber qué ocurrió en aquella colchoneta, está decidido a averiguarlo de la única manera que sabe. (Se recomienda refrescar en la memoria los excitantes capítulos 6.2 y 6.3, aunque como siempre, sólo es una recomendación)

12.1   Aires de venganza

Habían retirado la ropa de cama, dejando a la vista el gran manchurrón de humedad que con la claridad que ahora entraba por las rendijas de la persiana se podía vislumbrar perfectamente. Federico estaba recostado sobre la almohada con la cabeza de Ignacio apoyada en su pecho; le abrazaba mientras el chaval permanecía con la mano estirada.

-Sólo había visto correrse a alguien una vez –le dijo Nacho en voz baja, sintiendo cómo Fede le seguía lamiendo entre los dedos.

-¿El día del gimnasio?

-Sí. Cuando me tocó de acariciador con Arturo y estaba Saúl en la colchoneta... Aunque no sé si debería hablar sobre eso. Hicimos un pacto –el chico llevó de nuevo su mano hasta la polla flácida de Federico para seguir rebuscando en su glande restos de aquella generosa corrida.

-Ya te dije una vez que tú y yo podemos hablar de lo que queramos, que entre nosotros no debe haber secretos.

-¡Guay! –volvió a ofrecerle su mano a Federico, que la degustó complacido-. Pues ese día se la chupé un poco a Saúl.

-¿Qué? Vaya... bueno, recuerdo que cuando el soplillo se levantó tenía algo de lefa en la tripa –se metió el pulgar de Ignacio entre los labios y lo sacó haciendo presión con ellos-. ¿Era suya la leche?

-No, qué va... Saúl y yo todavía no nos corremos. Bueno, yo a veces he mojado mi calzoncillo, pero muy poquito.

-O sea que era de... de Arturo, ¿es que tú a Arturo también…?

-¿Qué?, no, no, a Arturo no se la chupé. Pero es que él se estaba masturbando y creo que le gustó mucho ver lo que le hacía a Saúl. Se corrió ahí encima... y casi me salpica, jaja…

-Joder con el Arturito de los cojones –replicó Federico con una mueca de fastidio que Ignacio no pudo ver.

Aquella era la pieza que le faltaba para completar el puzle de lo ocurrido durante la “caza de maricas” con los cinco alumnos de 4ºB. Ya el profesor Moreno le había tranquilizado la semana anterior contándole que Nacho no había sido desvirgado sobre aquella colchoneta. Pero como necesitaba saber más, Federico le imploró a Cristo (el mudo espectador que lo vio todo) que le contase qué había ocurrido mientras él estaba con la venda en los ojos. Para obtener esa información, el alumno de último grado tuvo que cumplir una pequeña penitencia: se puso a cuatro patas y dejó que su tutor se le corriera entre las nalgas.

Después de hacerlo, Cristóbal le narró quiénes habían sido los acariciadores de Ignacio pero no soltó prenda sobre qué le habían hecho al rubito durante los cinco minutos que duró la actividad. Sólo dijo: “La verdad es que fue un poco humillante”. Aquello había puesto furioso a Federico, pero trató de contener la rabia pensando en la otra parte de la historia: que el orejas-de-soplillo Saúl Villas había sido quien le devoró el culo mientras él chupaba el ojete desgarrado de Santi Miranda; todo ello en el mismo instante en que los otros dos “hijos de puta” humillaban a Nacho...

Y ahora, después de recibir por parte de éste la mejor paja de su vida, recibía también aquella nueva información que conseguía alterar su calma: Arturo había disfrutado viendo cómo Nacho le chupaba la picha a Saúl y encima se le había corrido a pocos centímetros de la boca. Mientras seguía sintiendo las caricias de Ignacio en su polla, Federico tomó la determinación de que en breve tendría un encuentro con los dos “hijos de puta” para saldar cuentas y dejar algunas cosas claras.

Durante toda la comida con Nacho les estuvo buscando con la mirada. Arturo Verdejo, delegado de su grupo y pelota oficial de la clase; Nicolás Prado, perrito faldero de Verdejo que se había deshecho de aquella melena de fraile y ahora llevaba su pelo negro azabache muy corto. Tanto uno como el otro le dedicaron algunas sonrisas tímidas y respetuosas en la distancia. Federico se las devolvió cortésmente.

-Anda, peque, dímelo. ¿Suelen irse con su familia o no?

-Qué pesadito eres, Fede... A ver, creo que no siempre. A Arturo y a su hermano Felipe vienen a verles una vez al mes, pero como Felipe está en 6º sólo pueden venir el primer domingo, cuando recibís visita los mayores. Y a Nico no sé... No me vas a decir por qué tienes tanto interés en saberlo, ¿verdad?

-No.

-¿Es por lo que te he dicho esta mañana? Porque cuando te he contado... eso de que Arturo se corrió cerca de mi cara, me ha parecido que te enfadabas. Sé que le quieres hacer algo, y que no va a ser algo bueno.

-Lo sabes porque eres un chavalito muy listo. Y ahora come, que quiero que vayamos un rato a la habitación antes de que te largues con tus papis.

-A la habitación ¿para qué?

-Para comerte de postre –Federico sonrió y le guiñó un ojo; a Ignacio se le iluminaron los ojillos azules.

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12.2   Súper caliente para ajustar cuentas

Pasaban unos pocos minutos de las cuatro de la tarde; Federico y Nacho seguían comiéndose “el postre” en su dormitorio. Habían cambiado la sábana y la colcha de la cama en la que el mayor se había corrido copiosamente esa misma mañana; bastó con sustituir esa ropa por la de una de las tres camas que tenían desocupadas en la habitación 4-23.

-¿De verdad no quieres que te haga otra paja como la de antes? –le susurró Lapresta con los labios pegados.

-Que no, precioso... Sólo quiero que me dejes muy caliente antes de irte...

-¿Y cómo hago eso?

-Joder, Nacho... como estás haciendo ahora... ¿Es que no ves cómo estoy?

Federico se encontraba tumbado boca arriba, Ignacio sentado sobre la parte baja de su estómago; los dos completamente desnudos. Llevaban casi media hora morreándose sin descanso, el mayor no dejaba de acariciar la espalda de Nacho, sus pequeñas nalgas prietas, le acercaba su enorme y dura polla para frotarse contra ellas sin dejar que esta vez le venciera el impulso de correrse. “Contención...”, se repetía Federico a modo de mantra. Ignacio apenas se movía, no le cabalgaba porque el otro le había pedido que no lo hiciera, que simplemente le metiese la lengua en la boca y jugara a buscar la suya.

-Pero es que yo también estoy muy caliente... –medio protestó el rubito-. Y no puedo irme con mis padres teniendo la picha así...

Federico se rio, le apartó con suavidad y se incorporó para mirarle entre las piernas. El crío tenía el pene tieso como si fuera una tiza por estrenar; al enderezarse se le ponía casi vertical en paralelo con su cuerpo y dejaba ver debajo unos huevitos pequeños y muy encogidos, sin duda por la excitación acumulada.

-Si te vas con el pito duro no dejarás de pensar en mí toda la tarde, ¿verdad? –le dijo Federico.

-Claro que no, por eso te lo digo.

-Entonces vístete.

-No...

-Sí, Nacho, vístete. Quiero que te largues así, que estés súper cachondo allí en el lago, que imagines lo que podría hacer esta noche para compensarte.

-Qué malo eres, Fede... –sonrió el jovencito y saltó de la cama con aire de resignación-. ¿Sabes qué podrías hacer para compensarme después?

-Sí, lo sé. Ya me lo has pedido veinte veces hoy.

-¿Y lo harás?

-Lo haré –Federico resopló y se sentó en el borde de la cama; casi le dolía la polla de lo excitado que estaba-. Te contaré con todo detalle lo que voy a hacer con ellos.

-¡Gracias! –Ignacio se acercó y le besó los labios.

En su pequeño calzoncillo estaba ya guardada aquella tiza de carne rígida.

Poco antes de salir del comedor, Federico se había acercado a la mesa que compartían Arturo y Nicolás. Se había sentado con ellos y les había preguntado directamente si alguno se iba a ir esa tarde con su familia. Por suerte para Federico ninguno de los dos dijo que sí.

-¿Por qué lo preguntas? –quiso saber Arturo, siempre más atrevido y desenvuelto.

-Bueno, porque he hablado con el profesor Moreno y me ha dicho que le gustaría vernos a los tres en su habitación sobre las cuatro y media.

-¿En su habitación? –se sorprendió Nicolás; el pelito corto le sentaba mucho mejor que la ridícula media melena de antes.

Las habitaciones que los profesores tenían en cada pasillo eran las únicas que contaban con un pestillo para poder cerrarse por dentro.

-Pero Fede, si todo el mundo sabe que Moreno nunca está los domingos por la tarde en el internado.

-Ya, pero por lo visto se le ha fastidiado un plan que tenía, y me ha pedido que os lo dijera. En realidad yo ya sabía que hoy no os venía a ver vuestra familia porque Cristo se ha informado antes y me lo ha dicho. Pero vamos, que si no queréis ir, se lo digo y punto. Ya os arreglaréis después con él...

Los dos chavales se miraron frunciendo un poco el ceño. Debieron pensar que nadie mentiría sobre una petición de don Cristóbal, y sobretodo que ni siquiera Fede se iba  atrever a entrar en un dormitorio de profesores sin consentimiento. De modo que aceptaron.

Para cuando descubrieran la verdad, supuso Federico que ya daría igual porque habría conseguido lo que pretendía: darles un castigo ejemplar por lo que le habían estado haciendo a Nacho durante la “caza de maricas” en el gimnasio.

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12.3   El falso espejo

Tenía el rabo algo menos duro pero se lo seguía notando palpitante por la expectación ante lo que se le antojaba como una tarde muy entretenida. Ignacio se había despedido de él hacía casi diez minutos cuando vio aparecer por el fondo del pasillo a los dos muchachos de 4ºB con los que se había citado. Otra de las cosas buenas que tenían los domingos para los alumnos de la escuela St.Mikael’s era que podían vestir la ropa que quisieran (sin necesidad de llevar el uniforme del internado o la equipación deportiva con el logo impreso en el pecho). El delegado Arturo Verdejo llevaba unos pantalones vaqueros desgastados y una camisa de cuadros que le venía bastante ancha. Su amigo Nicolás Prado había optado por unos pantalones blancos deportivos y una sudadera azul con capucha.

-¿Dónde está Moreno? –fue lo primero que le preguntó Verdejo.

-El profe nos ha propuesto un juego –Federico estaba entre las puertas de la 4-23 y la 4-24, apoyado en la pared con un pie plantado en ella para disimular un poco la semi erección que llevaba bajo el chándal (él, como siempre, había optado por la equipación deportiva de la St.Mikael’s, su ropa fetiche)-. ¿Alguno de vosotros ha estado en un dormitorio de profesores?

Los dos muchachos negaron con la cabeza.

-Así que va a ser vuestra primera vez... –sonrió por aquella broma auto referencial que sólo él entendió-. Bueno, pues los profes tienen una habitación bastante más chula que las nuestras, porque aparte de tener las camas más grandes, hay un espejo en una de las paredes, un espejo que en realidad es una ventana que comunica con un cuartucho escondido al otro lado.

-¿Qué? –lo preguntaron Arturo y Nicolás casi a la vez, y el segundo añadió-: ¿Como en las pelis de policías?

-Eso es. ¿Queréis verlo? –cabeceó en dirección a la puerta 4-24.

Federico conocía bien aquella habitación y por eso sabía de la existencia de un espejo que en realidad no era ninguna falsa ventana. Y el “cuartucho escondido” que decía no era otra cosa que el cuarto de baño privado de los maestros. Pero necesitaba que los chavales creyesen que Moreno estaba allí con ellos. Eso les daría confianza, les haría más dóciles.

No tardaron en estar los tres dentro, corriendo Federico el pasador disimuladamente cuando cerró la puerta. Aquel dormitorio estaba bastante desordenado, camas revueltas, ropa desperdigada, objetos de aseo por encima de las mesitas de noche... y el espejo que parecía lo único que Arturo y Nicolás eran capaces de ver.

-¿De verdad está don Cristóbal ahí detrás? –preguntó Prado en un respetuoso susurro.

-Sí, pero no esperéis que salga de momento. Me ha dicho que no quiere que le veáis, para que el juego sea más divertido y no os dé corte su presencia.

-¿Y a qué vamos a jugar exactamente? –quiso saber Arturo.

-La verdad es que no me lo ha dicho aún, pero conociendo al profesor Moreno seguro que es algo parecido a lo que hicimos en el gimnasio aquella mañana. Me consta que se quedó muy impresionado con vuestra actuación...

-¿También nos puede escuchar? –Nicolás no podía apartar la mirada del espejo.

-No, no nos oirá, a no ser que te pongas a gritar, claro –esbozó una sonrisa.

-¿Seguro que no nos oye? –parecía Arturo más incrédulo y suspicaz.

-Seguro –admitió Federico dispuesto a demostrárselo-. Ese grandísimo hijo de puta no nos oye, Verdejo, porque de lo contrario yo no me atrevería a decir que es un cabrón de mierda y que a su madre se la follaban por el culo diez minutos antes de parirle...

-Qué bruto eres, jajaja... –se rio Nicolás.

-¿Te he convencido de que no nos escucha? –le preguntó Vázquez al delegado; éste asintió con una sonrisa-. Muy bien, pues ahora voy a ir al otro lado para que el profe me dé las instrucciones del juego. Vigilad lo que hacéis, recordad que no nos oye pero sí que nos ve.

Federico caminó hasta la puerta del baño, cuya luz había dejado convenientemente apagada antes de esperarles en el pasillo. El resto también estaba preparado para el plan que les tenía reservado esa tarde. Las voces de los chavales se escuchaban como un lejano susurro al otro lado de la puerta pero no se detuvo a escucharles. Tanteó a oscuras hasta la repisa del lavabo y cogió lo que había dejado allí minutos antes. Se mantuvo a la espera unos segundos, fingiendo que recibía instrucciones de Cristo; se palpó entre las piernas sólo para asegurarse de que en cualquier momento podría recuperar la brutal erección con que le había dejado Nacho antes de irse... y después volvió a salir, con la venda en la mano. Cerró la puerta y se movió hacia ellos.

-Vaya, vaya –dijo, levantando la mano-. No sé lo que hicisteis esa mañana en el gimnasio pero parece que al maricón de Moreno le gustó mucho.

Al oír la palabra “maricón”, casi por instinto se habían girado los dos hacia el espejo y al instante se habían relajado sin duda pensando: “ah, es verdad, no nos escucha”… Federico supo con ello que se habían tragado la farsa por completo.

-Por lo visto, el profe quería que en vez de estar yo aquí estuviera Lapresta, vuestro compi de clase. Pero Nacho está con sus padres en el parque, así que tendré que hacer su papel... ¿Qué coño le hicisteis al rubillo, chicos? Moreno quedó muy impresionado –hizo una breve pausa en la que los chicos se miraron entre sí-. Bueno, mejor no me lo contéis, que sea una sorpresa. Cristo dice que utilicemos el colchón de aquella cama, así que traedlo. Dejadle sólo la sábana de abajo.

Después de dar unas órdenes de las que Federico parecía no hacerse responsable, tiró la venda sobre la cama que tenía junto a él y se empezó a desabrochar la chaquetilla del chándal. Arturo y Nicolás todavía no habían reaccionado.

-¿A qué coño esperáis? –les dijo, en un grito calmado-. Si no lo vais a hacer, no voy a ser yo el que entre a decírselo a Moreno...

Ellos se miraron de nuevo y luego fueron a buscar el colchón de la cama del fondo, el único que no tenía cosas encima. Le quitaron la colcha y la sábana y lo sacaron del somier tirándolo al suelo en el centro de la habitación. Cuando acabaron, Federico ya estaba en calzoncillos (se le notaba el rabo crecido apuntando a la derecha) y le miraron con los ojos muy abiertos:

-Pero ¿qué vamos a hacer? –preguntó Arturo.

-Parece bastante fácil. El profe quiere que repitáis conmigo exactamente lo que hicisteis con Nacho esa mañana. Dice que os recuerde que él estaba mirando así que sabe muy bien todo lo que pasó en aquella colchoneta. Lapresta iba así, si no me equivoco, así que ahora me voy a poner la venda y me tumbaré como se tumbó él. Vosotros estabais en pelotas, ¿no?

-¿Don Cristóbal quiere que nos desnudemos? –se sorprendió Nicolás.

-¿Tú qué crees, chaval?, ¿es que ese día ibas con cuello alto? No sé, a lo mejor te crees que me he puesto en calzoncillos porque tengo calor... Venga, ¿lo vamos a hacer o no? Tengo que llevarle nuestras ropas a Moreno... –se giró hacia el espejo y después bajó un poco la voz-. Seguro que ese cerdo la quiere olisquear mientras se hace una paja.

Arturo no se lo pensó más que un par de segundos, mirando su propio reflejo comenzó a desabrocharse la camisa y después de quitársela se bajó el vaquero desgastado y se quedó sólo con el slip; entretanto Nicolás se había decidido a imitar a su amigo: bajó su pantalón de chándal y se despojó de la sudadera azul. Los dos se habían quitado también el calzado y los calcetines, pero parecían resistirse a desprenderse de los calzoncillos y quedar completamente desnudos. De nuevo tuvo que intervenir Federico:

-No podremos empezar si no os lo quitáis todo...

La polla de Arturo ya le había gustado aquella mañana porque le pareció bastante grande para alguien de su edad, y de Nicolás recordaba un culazo bien relleno, durito y llamativo. Sintió un repunte de excitación al tenerles de nuevo en cueros delante suyo; aunque esta vez iban a ser sólo para él. Recogió la ropa y fue de nuevo hasta el cuarto de baño, abriendo con cuidado de que los chicos no cotillearan. Se metió dentro, dejó caer la ropa al suelo y se apoyó contra la puerta mientras suspiraba.

En realidad había sido bastante sencillo llegar hasta allí: entre el cerrojo de la puerta y que ya no tenían acceso a su ropa, los “hijos de puta” se podían dar por bien jodidos porque ya no podían escapar de esa habitación hasta que él lo decidiera.

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12.4   La humillación de Nacho

Salió al cabo de unos segundos y cogió la venda de encima de la cama.

-¿No ha dicho nada más? –preguntó Arturo algo cohibido.

-Pues sí, dice que vosotros estabais empalmados, pero supongo que podéis esperar a que me ponga esto para poneros un poco a tono, por si os da palo que os mire mientras se os pone dura –sonrió quitándole importancia al tema y estiró la venda ante su cara-. Y luego me ha dicho algo que no sé cómo tomarme.

-¿El qué?

-Bueno, dice que Nacho estuvo calladito, que no protestó, y quiere que yo haga lo mismo “pase lo que pase”. Que como se me ocurra rebotarme o deciros algo se me va a caer el pelo, que si tengo algún problema lo resuelva con él... Mirad, no sé lo que le hicisteis a Nacho, pero sea lo que sea Moreno no quiere que me cabree, así que vamos a hacer una cosa: pactemos que lo que pase hoy aquí quede olvidado en cuanto salgamos de este dormitorio. ¿Os parece? Yo me comprometo a no tomar represalias contra vosotros por nada de lo que me hagáis.

De esta forma quería asegurarse Federico de que los chavales se sentían con “carta blanca” para hacer lo que fuera mientras él estaba sobre el colchón con los ojos vendados. Le pareció el único modo de averiguar al fin cuál era la humillación a la que habían sometido a su querido Nacho. Juntaron sus manos los tres en semi círculo prometiendo que nada de lo que iba a pasar en los siguientes minutos trascendería más allá de aquella habitación. Luego Nicolás ayudó a Vázquez a ponerse la venda y el alumno de último grado acabó tumbándose boca abajo sobre el colchón.

Arturo miró a Nicolás y le dedicó una gran sonrisa. Les parecía increíble que pudieran volver a repetir lo que hicieron aquella mañana; precisamente desde ese día había cambiado la relación entre ellos, porque lo que le hicieron a Lapresta no fue más que el inicio de un modo de explorar su relación de amistad añadiendo componentes nuevos y más íntimos. Por eso Arturo le miró y Nicolás sonrió también, los dos observándose mientras trataban de excitar sus propios sexos con caricias repletas de complicidad hacia el otro. Luego de ponerse bien duros fue Nicolás quien tomó la iniciativa: se colocó de pie junto a la cabeza de Federico; Arturo lo hizo junto a los pies.

Federico no escuchaba más que unas respiraciones apagadas, haciéndole suponer que los chavales se estaban empalmando antes de empezar. Después sintió las dos presencias invadiendo su cuerpo: uno se arrodilló plantando el culo sobre sus omóplatos; el otro le arrancó el calzoncillo sin miramientos, le separó las piernas y también se arrodilló entre ellas. Federico empezó a sentir cierto nerviosismo, ¿y si en realidad habían desvirgado a Nacho esa mañana, y el cabrón de Cristo le había mentido para no enfurecerle? Estaba claro que él no se la iba a dejar meter por ninguno de esos pardillos, antes se quitaría la venda y desmontaría el tinglado para contarles el verdadero motivo de aquella reunión de tarde.

Nicolás seguía risueño y sonriente sentado sobre la espalda de Vázquez y encarado a Arturo, que le miraba desde un metro más allá. El delegado cogió los muslos de Federico y los montó encima de sus propios muslos, haciéndole forzar una postura ciertamente incómoda. Notó la polla del mayor contra su rodilla; la tenía durísima y parecía enorme. Nicolás se llevó las manos detrás y separó sus nalgas cuanto pudo, las acopló contra la nuca de Federico hasta dejarla encerrada en ellas; sintió el ojete raspándose contra su pelo. Arturo se metió un poco mas entre aquellas robustas piernas hasta que plantó el tronco de su polla en paralelo a la hendidura entre las nalgas.

Federico estaba realmente sorprendido: “de modo que fue esto”, se dijo, “esto fue lo que le hicieron”... Enseguida había supuesto que el culo que tenía aplastando su cuello era el de Nicolás Prado, aquel culo macizo se le estaba restregando con cierta violencia contra el pelo de la nuca, de algún modo le estaba diciendo: “me cago en ti, Nachito Lapresta”; le cabalgaba como un jinete experto y furioso. “¿Es así como montaste a mi niño?, hijo de puta”... Y el otro desgraciado le tenía su polla completamente metida entre las nalgas. Arturo no se lo había follado, pero seguro que había fantaseado con hacerlo mientras se practicaba una cubana contra el culito de Nacho... igual que lo estaba haciendo contra el suyo... Federico notó entonces que Nicolás se inclinaba hacia adelante sin dejar de montarle la nuca; sintió su picha empalmada en el inicio de la columna. ¿Qué coño pretendía?

Arturo siguió forzando aquella simulación de follada, le encantaba que sus huevillos se dieran contra los de Federico mientras se masturbaba contra la raja del chaval, cada vez empujaba tanto que la punta de su polla se salía y asomaba como la bandera que planta un ejército cuando ha vencido al enemigo... Con Lapresta fue más fácil, desde luego, el chaval no pesaba ni la mitad que aquel alumno de último grado tan musculoso, pero las sensaciones fueron infinitamente más placenteras esa tarde: al placer de lo prohibido y fantaseado se juntaba que el culo de Federico era cien veces más duro y excitante... Miró a Nicolás y recordó que aquella había sido la primera vez que lo hizo, pero que no fue la última. Su amigo miró hacia arriba y sonrió antes de estirar el cuello y plantar los labios sobre su glande sobresaliendo de las turgentes nalgas del mayor.

A Federico le pareció que no era cierto, que lo estaba imaginando: “¿Le estás chupando la polla?, anda, ¡no me jodas!”, se rio para sí mismo. Sintió las lengüetadas al final de la espalda y supo que lo que la lengua de Nicolás lamía en realidad era el capullo de Arturo. La mini mamada duró apenas un minuto, el tiempo que tardaron los dos en recuperar la posición original. Entonces oyó hablar a Arturo:

-Creo que no dio tiempo a más porque sonó la alarma... –dijo, con la respiración afectada por lo excitado de su ánimo.

Federico notó el frío que dejaron en su cuerpo cuando los dos se alejaron sin llegar a levantarse del colchón. Era lo bastante grande como para que uno quedara sentado junto a su cabeza y el otro a sus pies. Vázquez se quitó la venda de los ojos y se los frotó antes de colocarse boca arriba. Los dos dirigieron enseguida su mirada a la entrepierna del mayor, le observaron la verga con ojos visiblemente admirados.

-¡Guau!, ¿eso te lo hemos provocado nosotros? –preguntó Arturo sonriente.

-Parece que sí –dijo Federico mirándole-. Oye, Verdejo, dime una cosa. Si de verdad fue esto lo que pasó... ¿por qué no te follaste a Lapresta si le tenías a tiro?

-Pero qué dices, tío... ¿Follármelo? –dio la impresión de que la simple idea casi le escandalizaba-. Sólo estábamos jugando, quiero decir... porque aquello era un juego, ¿no?

Entonces ocurrió algo que Federico no esperaba y que por ser inhabitual en él le dejó un tanto noqueado: les miró como si por primera vez estuviera viendo lo que eran, y aunque lo que sintió no llegaba a ser ternura, en el fondo se le parecía bastante. Porque Nicolás y Arturo habían sido demonizados por su instinto de venganza, pero al tenerles allí desnudos, empalmados, nerviosos... al saber lo que empezaban a descubrir juntos, y pensando que al fin y al cabo eran tan jovencitos y tan ingenuos como lo podía ser Nacho... ocurrió que Federico decidió perdonarles el castigo ejemplar que tenía pensado para ellos.

Lo que no significaba ni mucho menos que no se los fuera a follar a los dos aquella tarde. Sólo que al final lo haría de otro modo a como lo había planeado.

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¡¡ Mañana, sí, mañana... Más !!