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Private School: Especial Fede Vázquez (10/18)

en Gays

NOTA del AUTOR: además de agradecer vuestro sentido apoyo y vuestra paciencia por los “altercados” de los últimos días, de nuevo os pediré cautela a la hora de valorar el relato (si es que alguien siente la necesidad de hacerlo). Mi petición es no valorar o valoración inversa, pero la libertad de elección siempre es vuestra. Un saludo!!

 

10.1   El tutor que todo lo controla

Pasando mediados de noviembre eran extraños los días en que no llovía, y todavía más aquellos en los que hiciera sol, de modo que esas mañanas que el cielo estaba despejado y se podía notar una suave calidez en la piel, los alumnos de la escuela St.Mikael’s aprovechaban los recreos para pasear por el patio y bañarse en melanina revitalizante.

-Seis noches durmiendo juntos... ¿y aún nada? –le dijo a Federico Vázquez su buen amigo Gabriel Artero; estaban sentados junto a unos soportales, con el ruido de fondo de cientos de chavales que desfogaban sus ansias de libertad entre juegos, gritos, peleas y otros entretenimientos.

-De lo que tú piensas, nada, pero es que con Nacho no tengo prisa. Estoy a gusto con él, me gusta que compartamos la habitación aunque no nos pasemos la vida follando. Que de eso ya voy bien servido, ¿sabes?

-Sí, Fede, ya sé que follas como un cabrón... pero no sé lo que tendrá ese rubito para que estés siendo tan... bueno, tan respetuoso con él.

-Es encantador, Gabi, sólo eso. Lo único que tiene es que me resulta placentero estar a su lado, que es agradable compartir vivencias con alguien que todavía tiene algo de ingenuidad. Por si no te has dado cuenta, este puto internado está lleno de chavales hambrientos y salidos, así que al menos en su caso me reconforta no tener que estar todo el día con la flauta arriba.

-Sí, claro como que no te pasarás toda la noche empalmado pensando en el día que se la metas hasta el fondo... –Gabriel recibió por decir eso un puñetazo junto al hombro-. ¡Ay!

-Eres un cabrón con la sensibilidad de un topo.

-Y tú pronto estarás comprándole ramos de flores y rechazando sexo como un imbécil encoñado hasta las trancas... –se burló de él-. Porque ésa es otra macho, dices que el cole está lleno de maricas pero todavía me tienes que poner al día de quiénes son esos “chavales hambrientos y salidos” porque desde que te mudaste de dormitorio, me paso la noche a dos velas.

-Deberías arrimarte a Carreras –le dijo Federico asintiendo con la cabeza-. Desde la mañana que nos pilló [capítulo 8.2] desnudos en la cama, estoy seguro de que lo es. Pero ya sabes cómo funciona esto, a los mayores les da mucho palo dejarse llevar porque están llenos de manías. Por eso me molan tanto los otros, porque ellos lo viven todo como un juego.

-Ya... Joder, mamón, me has hecho daño –todavía se dolía Gabriel del golpe en el brazo cuando vio acercarse al profesor Moreno-. Cuerpo a tierra, que llega Cristo –susurró.

El hombre llegó hasta ellos sin dilación, pues ya desde los últimos metros se percibió claramente que se estaba dirigiendo hacia la zona que ocupaban bajo el sol.

-Buenos días, muchachos, les veo muy relajados.

-Lo estamos, don Cristóbal –comentó Gabriel con una sonrisa-. Lástima que los días como hoy no se nos permita ampliar la hora del recreo.

-La holgazanería es un pésimo defecto, Artero, pero por suerte le conozco y sé que usted no es de los que desprecian el valor productivo del tiempo. Necesito hablar con Vázquez, si no le importa cederme su compañía unos minutos.

-Por supuesto que no –Gabriel se echó hacia atrás hasta apoyar los codos en el escalón de piedra mientras Federico se ponía en pie.

-Te veo luego –le dijo éste a su amigo; empezó a caminar junto a Moreno que le conducía bajo la fría sombra del soportal hasta el interior del edificio.

Acabaron en un lugar discreto pero a la vista de quien pasara junto a ellos. Eso para Federico significaba que simplemente iban a hablar sobre algo. La frase “Vengo a hablarte como tutor” se lo confirmó al instante de quedarse detenidos:

-He estado reunido con Castro y tu profesor de Ciencias quiere que recuperes esta tarde las prácticas de laboratorio que te has estado perdiendo en los últimos días.

-Me parece bien, pero hoy ya me habían asignado refuerzo...

-Refuerzo de Latín –le cortó Moreno-. Lo sé, Fede, lo sé, sigo tus horarios porque soy tu tutor y sabes que son muy pocas las cosas que escapan a mi control –sonrió con aire de suficiencia-. Ya lo he arreglado, así que no te preocupes y baja al laboratorio a las seis.

-Lo haré. Pero dime una cosa, Cristóbal –había dejado de llamarle Cristo después de que se le escapara [capítulo 9.4] delante de otros alumnos-, ¿cómo funciona el tema?, porque no lo tengo muy claro y quisiera estar preparado para lo que sea.

-¿A qué te refieres?

-A tu buen amigo don Rogelio Castro... ¿Le tengo que entrar a saco? Porque no quiero meter la pata.

-Joder, Fede, a saco no... no seas burro. Parece mentira que tenga que darte lecciones sobre cómo seducir a un hombre... –sonrió-. Sé sutil, chaval.

-Ya, bueno, contigo lo intenté [capítulo 3.2] y no tardaste ni medio minuto en mandar las cortesías a la mierda.

-Lo sé, pero Rogelio funciona a otro ritmo.

-No esperará que le coma la polla...

-No, tranquilo, en eso Castro y yo somos parecidos, nos gusta un poco de salsa picante y algo de dominación. Pero oye, que tampoco te quiero hacer perder el recreo entero. Esta tarde haz lo que sabes hacer y no te preocupes por nada. Ahora vuelve con tu amigo Artero.

-Ya... Y por cierto, hablando de mi amigo Artero, ¿cómo anda el tema con lo que te pedí?

-Estoy en ello, no te impacientes.

-Es que estoy deseando decirle a Gabi que ya tiene sustituto para mi ex cama en la 2-12.

-Eres muy buen amigo, Fede, y seguro que Artero te lo agradecerá, pero no quiero preocuparme más de lo debido. Sé que tenéis toda la confianza del mundo, y soy el primero que ensalza el valor de la amistad pura y fraternal, pero entenderás que deberías seleccionar las cosas que le cuentas y las que es mejor que no sepa.

-No le he hablado de la “caza de maricas”, si te refieres a eso.

-A eso mismo –asintió Moreno.

-Entonces no tienes de qué preocuparte.

Volvieron a salir al patio y Federico sintió otra vez en su rostro la cálida y placentera caricia del sol. Parecía un día primaveral y por eso hasta se permitió quitarse la chaquetilla del chándal durante los diez minutos de recreo que les quedaba. Vivir dos años y medio en la escuela St.Mikael’s le había inmunizado (igual que al resto de muchachos) de los estragos del frío.

10.2   Dominados por el Claro de Luna

Pasaban algunos minutos de las siete de la tarde y Federico empezaba a impacientarse; no es que anduviera loco de ganas por follarse al profesor Castro, pero ya que lo iba a hacer, al menos prefería hacerlo antes de concluir la hora y media de refuerzo, y no después, justo cuando tenían los alumnos el tiempo libre previo a la cena.

-¿Lo está entendiendo, Vázquez? Porque no veo que me preste mucha atención...

-Le presto atención, profesor, pero es que llevamos tres experimentos seguidos, son muchos datos y apenas me da tiempo a asimilarlos.

-Ya, bueno... supongo que es demasiada presión para uno solo –concedió el hombre con expresión condescendiente-. Estoy acostumbrado a que haya muchos alumnos y me conformo con que la mitad atiendan, pero a usted le tengo aquí delante y no puede ni pestañear sin que lo note. Comprendo que mantener toda la atención en esto le agote.

-Muchas gracias por entenderlo, don Rogelio. Quisiera estar más activo, pero a estas horas ya se empieza a notar el agotamiento de toda la jornada.

-Descuide, Vázquez, que tampoco soy un tirano. Y me ocurre lo mismo, si le digo la verdad –sonrió bajo su mostacho canoso-. Los profesores también nos cansamos, aunque no lo parezca.

-Pues de usted nadie lo diría... –siguió Federico tratando de resultar sutilmente seductor-. Siempre se le ve muy vital pero con gesto relajado. Si no es indiscreción, ¿le puedo preguntar qué hace para relajarse?

-¿Yo? Pues poca cosa, me quito la bata, salgo al patio y me fumo un pitillo, escucho música aquí abajo donde estamos tan lejos de todo que no se oye ni una mosca...

-Bueno, si me lo permite, creo que no siempre sale al patio a fumar ese pitillo, ¿verdad?

Vázquez olfateó el aire como si captara en él cierto aroma a tabaco. En realidad sólo le llegó la ácida fragancia de la mezcla de productos químicos, pero tiró de intuición en busca del mejor modo de acercarse a Castro, algo que le estaba resultando complicado. Con los chavales era siempre más sencillo porque bastaba con mirarles a la cara para saber lo que buscaban de él. Pero su profesor de Ciencias le estaba poniendo las cosas difíciles porque se mostraba hasta ese momento muy poco accesible. Incluso llegó a preguntarse Federico si no estaría malinterpretando las intenciones de aquel hombre; si tal vez Cristo no le había dado pie sólo para verle meter la pata y quedar como un idiota.

-¿Se huele mucho? –preguntó don Rogelio, frunciendo el ceño.

-No, la verdad es que no, pero claro, cuando uno se ha fumado algún cigarrillo de su padre a escondidas, supongo que es más fácil percibir el olor en cualquier parte.

-¿Así que ha hecho eso, Vázquez?

-Alguna vez... –bajó un poco la mirada-. Espero que me guarde el secreto, profesor.

-Sólo si tú me guardas el mío. Si don Florentino se entera de que me echo unas caladas aquí abajo de vez en cuando, no sé lo que me diría. El Director es un activista anti-tabaco convencido. Si fuera por él, prohibiría fumar en cualquier lugar público de este país.

-Menuda tontería. A quién le va a importar lo que fume uno donde quiera, ¿no?

-¡Eso digo yo!

Se miraron un instante y Federico creyó ver la señal que esperaba; muy débil, sí, pero la intuyó en esos ojos ligeramente achispados de complicidad.

-Si quiere fumarse uno ahora, don Rogelio, le prometo que no se lo diré a nadie. Es su laboratorio, y entiendo que puede hacer lo que quiera en él.

-No sería muy adecuado, ¿no te parece?

-Bueno, el día ha sido largo para todos, como usted dice. Creo que tiene derecho a relajarse, a quitarse la bata, a fumarse un cigarrillo, a poner algo de música... –Federico le dedicó una sonrisa cargada de intenciones-. Supongo que eso nos relajaría a los dos.

-Ya, pero tú no llevas bata, desde luego que no deberías fumar, y no creo que te guste demasiado el tipo de música que escucho.

-¿Quién sabe? ¡Póngame a prueba!

Castro se lo pensó un par de segundos pero acabó bajándose del taburete y dándole la espalda para dirigirse hasta el tocadiscos.

[Enlace para seguir leyendo el relato con la Banda Sonora de fondo. Muy recomendable y placentero. Se aconseja no seguir leyendo hasta que arranque la música]

http://www.youtube.com/watch?v=6Q9fBU5ICxc&feature=related

A los pocos segundos empezó a sonar a muy bajo volumen una sinfonía rasgada emitiendo los primeros acordes pausados de una composición de piano. Federico le observó mientras pensaba en algo que siempre estaba en su cabeza: el sexo. Sexo con su profesor de Ciencias. Un mes atrás ni se lo hubiera planteado, pero ahí estaba ahora, buscando la mejor manera de acercarse a él... para tener sexo.

-¿Qué me da si adivino lo que está sonando, profesor?

Federico cerró los ojos un instante. Empezaban notas más agudas, entrando despacio, sin invadir la melodía central. El hombre no le atraía físicamente; muy entrado en años, más bien fondón y dado ya a la buena vida, poco amigo del deporte... pero había una cosa que para el joven Vázquez estaba por encima de esas cuestiones de apariencia: el deseo de dominación.

-No creo que lo adivines, pero si lo haces dejaremos el último experimento para otra tarde y nos podremos relajar el tiempo que nos queda.

Dominar a alguien supone conocerle, haberle estudiado antes de tomar las riendas y ponerse a jugar. Analizar sus gestos, anticipar sus reacciones, y sobretodo despertar en el otro el deseo de ser dominado.

-Acepto el reto –le dijo-. ¿Le importa subir un poco el volumen?

Federico jugaba sobre seguro porque sabía que iba a sonar algo de Beethoven. En más de una clase de prácticas en el laboratorio se había interesado por mirar disimuladamente entre los discos del profesor y sabía de su predilección por el compositor y pianista alemán. Y desde luego que Beethoven no suponía un misterio para Fede; su padre le había inculcado desde pequeño una pasión casi irracional por aquel genio de finales del XVIII y principios del XIX. Había pasado muchos días de verano conociendo y gozando una música que formaba parte inherente de su infancia... Y por eso Federico identificó enseguida aquella sonata para piano denominada Claro de Luna.

-Cualquiera diría que de verdad está usted tratando de adivinarlo –se medio mofó el profesor al ver a Vázquez tan concentrado; éste abrió los ojos-. No me diga que me va a sorprender gratamente y me va a decir lo que suena...

-Pues sí se lo voy a decir, profesor –empezó a hablar Federico con seguridad-. Eso que suena es... es... es un piano, don Rogelio, estoy casi seguro de ello. Un piano muy bien tocado por alguien que sabe hacerlo.

-¡Pero qué tonto eres! –se rio el hombre, negando con la cabeza-. De verdad que eres de lo que no hay... Fíjate que por un momento hasta he pensado que conocías a Ludwig van Beethoven.

-Claro que le conozco, era ese músico ciego, ¿no?

-Sordo, Vázquez, era sordo... Está claro que me has tomado el pelo, ¿verdad?

Federico sonrió. Lo mejor que te puede ocurrir cuando pretendes dominar a alguien es que el otro piense que tiene el control absoluto de la situación. Porque entonces se convierte en presa fácil.

10.3   Vázquez, el “trasquilado”

Rogelio bajó el volumen, se acercó a la mesa aunque no llegó a sentarse en el taburete; de fondo seguía sonando la sonata Claro de Luna.

-Por un momento me he hecho a la idea de que ibas a ganar la apuesta –le dijo a Federico-, y que lo dejaríamos por hoy.

-Ya, pero es que usted tenía razón, no es el tipo de música que suelo escuchar –mintió el joven-. No quiero parecer atrevido, señor, pero si usted tampoco tiene muchas ganas de acabar el cuarto experimento, podríamos de verdad dejarlo para otro día. Aunque sinceramente tengo la cabeza como un bombo, admito que lo he pasado bien, y que se aprende mucho más cuando tienes a un profesor sólo para ti.

-¿De verdad que no te he aburrido con tanto brebaje y tantas pociones?

-No, qué va –sonrió Federico-. Bueno, al final me estaba desconcentrando un poco, pero total, ya no quedan ni quince minutos de clase, para hacerlo deprisa y corriendo, o quedarnos a medias...

-Sí, supongo que será lo mejor. Hablaré con tu tutor y le pediré otra clase de refuerzo a solas contigo para antes de Navidad. Y ahora... –suspiró profundamente-. No sé, esta melodía tan maravillosa, tan pausada y tan perfecta, me inspira ser un poco rebelde como sois vosotros la mayor parte del tiempo. No quiero que pienses que esto es algo que suelo hacer con otros alumnos, pero ya que me has dado tu palabra de que será un secreto, ¿quieres que nos fumemos un cigarrillo a medias?

-Por mí genial –fingió Federico más entusiasmo del que en realidad sentía; le vio darse la vuelta y caminar hacia su escritorio-. Y así tendremos casi todo lo que usted necesita para relajarse: algo de música tranquila y un pitillo. Yo no tengo una bata que quitarme, pero...

Se desabrochó la chaquetilla del chándal sin prisa, haciendo sonar la cremallera hasta que Rogelio se giró con el paquete de tabaco en la mano. Sin duda le miró con una mezcla de deseo y temor, algo lógico teniendo en cuenta que no pocas veces tememos aquello que más deseamos. Federico desnudó sus brazos y dejó la prenda sobre la mesa. Se bajó entonces del taburete para guardar su cuaderno y su libro de Ciencias en la mochila que estaba en el suelo. De espaldas al profesor, pensó que si las miradas tocasen, aquella le estaría sobando el culo a manos llenas.

-¿No va a quitarse la bata? –dijo cuando se incorporó.

-Sí, claro... Toma, enciéndelo tú –le pasó el cigarrillo y el mechero antes de empezar a desabrochar los botones de su bata blanca.

-Mi padre también fuma rubio americano, dice que es más caro pero menos fuerte que un “Celtas”. Para él, el tabaco negro es sólo para hombres “de pelo en pecho”, y en mi familia siempre hemos sido más bien poco peludos... Aunque claro, si la teoría de mi padre fuera acertada, está claro que usted fumaría “Celtas”, profesor.

No dudó en mirar hacia el pequeño matojo de vello canoso que surgía por encima del tercer botón de su camisa. A Castro pareció cohibirle un poco aquel arranque de picardía; se miró y se mostró risueño, tratando de controlarse.

-Nunca me había fijado en que tiene el pecho muy peludo, don Rogelio –encendió el cigarrillo y le dio una calada profunda para dejar claro que no era uno de esos niños que juegan a fumar pero tosen como idiotas nada más notar el humo en la garganta; dejó el mechero sobre la mesa-. En cambio, ¡mire yo!

Se levantó la parte frontal de la camiseta hasta el cuello, sabiendo que aquello le resultaría incitante y provocador; ya casi podía sentir las manos del profesor acariciando sus duras tetillas mientras le comía la polla... con el Claro de Luna de fondo, ¿acaso podía haber algo más morboso?

-¿Lo ve? Cuatro pelillos de nada. Mi padre dice que “los Vázquez nacimos medio trasquilados”.

-Jaja... Tu padre parece un hombre muy ingenioso –Rogelio vio cómo el chaval se le acercaba sin haberse bajado la camiseta aún; le tendió el pitillo después de darle una segunda calada y el hombre lo cogió.

-¿Le importa? –pidió permiso Federico con la mano estirada hacia adelante; no necesitó una respuesta sonora, le bastó con ver el brillo de sus ojos-. Se nota suave, pero seguro que debe abrigarle mucho ahora en invierno, ¿no? –leve sonrisa mientras desabrochaba el tercer botón.

La música alcanzaba sus últimos acordes... Una bocanada de humo pasó junto a su rostro al tiempo que acariciaba la mata de vello blanquecino que al profesor le inundaba el pecho.

-En los sobacos sí que tengo –dijo Federico como excusa para poder quitarse la camiseta y dejarla también sobre la mesa; se llevó las manos a la nuca y se miró las axilas-. ¿Lo ve? No es mucho, pero...

-¿Te importa? –empleó la misma fórmula de acercamiento que el chaval.

Federico negó con la cabeza, avanzó un paso hacia él y le cogió el cigarrillo de la mano con la que no se disponía a tocarle. Mantuvo el brazo en alto, sintió la caricia de aquellos dedos que arremolinaron el vello oscuro de su axila. Se metió una buena calada dejando que Castro disfrutase del contacto deslizando los dedos un poco más al centro de su cuerpo. Giró la cara para expulsar el humo y después miró a los ojos hambrientos de su profesor:

-Hay otra zona de mi cuerpo donde tampoco parezco “trasquilado”.

-Estoy seguro de que sí...

-No querrá que se la enseñe, ¿verdad? La zona, digo.

-Sólo si tú quieres, Fede...

Vázquez sonrió condescendiente y seductor: “El cazador ha sido cazado”, pensó; estiró un brazo y puso el cigarrillo entre los labios del profesor Castro. Con eso dejó sus dos manos libres.

Ahora sí que la música había cesado y ya no se escuchaba más que la aguja rasgando la parte muda del vinilo como testigo imperturbable de aquella escena...

10.4   Pelo en cantidad

Una vez que se vio con las dos manos libres, Federico dio un paso atrás sin dejar de contemplar el rostro embobado de su maestro de Ciencias, que le degustaba con los ojos, sobretodo en el momento en que vio cómo su alumno se llevaba las manos a la cinturilla del chándal y tiraba un poco hacia abajo llevándose el calzoncillo con él.

No mostró el chaval más de lo necesario para la comprobación que intentaban hacer. Estaban hablando de vello corporal y la zona del pubis era aquella donde Federico tenía una mayor concentración de pelitos rizados y oscuros. De su polla sólo ofreció el nacimiento, la raíz, el inicio de lo que se antojaba como un tronco de carne algo endurecida por el calentón. Tal vez fuera eso lo que más excitase a don Rogelio, pensar que su pupilo de laboratorio se había puesto algo cachondo en su presencia. Saber que de algún modo había ayudado a que Vázquez estuviera caliente y encendido.

Con su primo Ferràn de Barcelona, Federico no tenía ningún tema tabú; hablaban de cualquier cosa porque las escasas veces en que estaban juntos lo compartían todo (no sólo confidencias subidas de tono). Fue imposible no acordarse de él estando frente al profesor Castro, porque una vez su primo le dijo: “A los adultos normalmente les gusta follar y que les follen, sin más, pero un auténtico viejo verde se caracteriza por la necesidad de sentirse deseado. Si pretendes acercarte a alguno, hazle creer que le encuentras excitante y lo tendrás en el bolsillo”. Ferràn había seguido su propio consejo para aprobar el COU con unas notas brillantes, y Federico estaba a punto de hacer lo mismo para librarse de volver a hacer aburridas prácticas en el laboratorio.

-Desde luego que no se te ve “trasquilado” por ahí –dijo Rogelio finalmente con rostro relajado; pero las pupilas casi dilatadas parecían querer ver mucho más de lo que se le ofrecía.

-Imagino que usted, con ese pecho tan peludo, ahí abajo debe tener sembrado un huerto de la leche... –dejó ir el elástico del pantalón y éste quedó amarrado a su pubis.

-Pero mira que eres descarado, Vázquez... ¡que soy tu profesor!

-Yo le he enseñado mis pelos, ¿no?, lo más justo es que me enseñe usted los suyos –se volvió a acercar a Rogelio y le quitó el cigarrillo a medio consumir-. Venga, por favor, sólo los pelos...

Se chupó los labios antes de dar una calada; y observó. Rogelio se desabrochó los botones de la camisa que le quedaban y se la arrancó de los pantalones mostrando un torso de aspecto paliducho y fondón: el pecho algo hundido y huesudo, una tripita redonda pero no muy ancha, el vello canoso se entremezclaba en algunas zonas con otro más oscuro. El hombre descorrió su cinturón y Federico se acarició la entrepierna con disimulo. La cremallera siguió al botón y enseguida asomaron unos calzones holgados de color azul claro (“calzones de viejo”, los llamaba su amigo Gabriel). Castro estaba un poco trompón, eso era indudable a pesar de que la cremallera se quedó a medio bajar. El profesor estiró del elástico algo dado de sí y por fin mostró la frondosidad de su vello púbico.

-Pues nada, ahí tienes mi “huerto”, chaval, ¿qué te parece?

-Joder... –pronunció Federico antes de disculparse-. Perdone, don Rogelio, pero es que no vea qué cantidad de pelos y qué largos son.

-Qué pasa, ¿es que también te gustaría tener el pene así de melenudo?

-Bueno, es que eso no es el pene, profesor, jaja.

-Tienes razón, no lo es.

-Pero vamos, como me diga que su pene está tan lleno de pelos como lo que veo...

-Sólo por aquí –el hombre deslizó únicamente unos centímetros más de tela, lo justo para dejar entrever la base de un vergajo de impresión: ancho, robusto, venoso y cómo no, cubierto de vello.

-Madre mía, menuda... –se frenó a propósito, como si se le hubiera estado a punto de escapar la palabra que empieza con “p”-...menuda mata de pelo, profe.

-De aquí en adelante ya está “trasquilado”, jaja... –se volvió a subir el calzón, dejando la verga echada hacia un lado, bastante rígida; se subió la cremallera pero sin abrocharse el botón-. Será mejor que apagues eso, Fede, que no queremos tener un disgusto.

El chaval se dio la vuelta y caminó hasta la pila donde se lavaban los cacharros del laboratorio; abrió un poco el grifo y mojó la punta del cigarro. Antes de lanzarlo a la papelera, se lo quedó mirando mientras trataba de pensar con rapidez. Intuía que Castro iba a dar la clase por concluida, pero a Federico ya no le apetecía marcharse de allí con todo el calentón; después de tanto coqueteo despistado, esperaba algo más.

10.5   Un momento para relajarse

Efectivamente, en cuanto se giró vio al profesor Castro recogiendo algunos de los bártulos que habían empleado aquella tarde; a pesar de ello, seguía descamisado:

-Bueno, Vázquez, son casi las siete y media, así que ya eres libre. Supongo que sientes deseos de largarte de una vez y yo tengo ganas de perderte de vista.

-Bueno, pero antes tengo que confesarle una cosa, profesor.

-A ver, dime... no me asustes, ¿es algo grave?

-No, es una tontería pero no me quiero ir sin decírselo.

Resultaba curioso que fueran a mantener aquella conversación mientras el jovencito seguía mostrando su bello y atlético torso desnudo, y el hombre continuaba manteniendo su camisa completamente abierta y los pantalones desabrochados.

-En realidad conozco perfectamente la melodía que sonaba antes –comenzó a decir con tono formal, como si estuviera canturreando la lección-. Era la sonata para piano Claro de Luna del maestro alemán, una de mis favoritas junto con la Sonata Patética de todo el período medio de Beethoven. Por supuesto que no se pueden comparar en intensidad con todo lo que compuso durante el período tardío, especialmente la Novena Sinfonía, pero los acordes de ese piano siempre me han hecho soñar con cosas maravillosas que parecen imposibles y se acaban haciendo reales –sonrió, llegando hasta la mesa-. Sólo quería que lo supiera, profesor, que sé perfectamente quién es Ludwig van Beethoven, que conozco un poco de la vida que llevó, de lo mucho que le trastornó perder poco a poco el oído. Me he hecho el tonto porque no quería que tuviéramos que dejar los experimentos si de verdad usted quería continuar... Pero bueno, por suerte también estaba cansado y así hemos acabado pasándolo bastante bien, ¿no?

-Vaya, Fede, me acabas de dejar sin palabras... –el hombre tomó asiento en el taburete y le miró con una mezcla de admiración y respeto que nunca antes había visto Vázquez en sus ojos-. Jamás habría dicho que a un muchacho de tu edad le pudiera apasionar así la música clásica.

-Y no me apasiona, profesor, en realidad sólo conozco a Beethoven. Ha sido casualidad que usted pusiera precisamente algo del genio.

-No ha sido casualidad, ya que esos discos viejos llevan ahí desde principios de curso.

Federico también se acomodó sobre el taburete y estiró una mano hacia el paquete de cigarrillos que había en la mesa.

-Ya... Veo que no cree en las casualidades. Pues sabe qué, le voy a ser sincero. La verdad es que yo no siento deseos de largarme, ni me creo que usted tenga ganas de perderme de vista, señor –cogió la cajetilla de tabaco de Castro-. En realidad me parece que los dos lo estamos pasando razonablemente bien, y que podríamos fumarnos otro pitillo a medias –sacó uno y se lo llevó a los labios, mirando a don Rogelio con el mechero en la mano-. ¿Qué me dice, profe?, ¿lo enciendo?

El hombre le miró durante un par de segundos, como si calibrase las consecuencias que podían derivarse de aquella acción. Finalmente asintió antes de que la llama prendiese y la punta del cigarrillo se pusiera incandescente.

Federico echó una bocanada de humo y saltó del taburete para caminar hasta su profesor. Se colocó a su lado y le miró directo a los ojos:

-¿Sabe cómo podría usted relajarse todavía más?

-¿Cómo?

-Si se quitara la camisa y me dejara hacerle un masaje.

-Pero Fede...

-Shhh, no diga nada, profe –le puso el cigarro en los labios-. Ya verá como después me lo agradece...

Se plantó a su espalda, le empezó a acariciar las clavículas mientras descubría sus hombros y no tardó en hacer que la camisa resbalara por sus brazos. Rogelio se llevó el cigarro a los labios para poder quitarse la prenda; Federico se elevó sobre las puntas de sus pies frotándose intencionadamente contra el muslo de Castro, pasó un brazo por su nuca como si fuera un colega de toda la vida, y con la otra mano le cogió el pitillo de la boca e inhaló una profunda calada con la barbilla pegada a su hombro. 

-¿Te gustaría sentirla mejor? –Federico se meció levemente susurrando esas palabras; Rogelio asintió mientras el humo gris salía de sus labios temblorosos y se mezclaba cerca de su cara con el que el chaval expulsaba al mismo tiempo-. Entonces bájate los pantalones...

A esas alturas, el hombre estaba ya más excitado que sorprendido. Se llevó las manos a la entrepierna con la torpeza de un follador en horas bajas, descorrió la cremallera y plantó los pies en el suelo para dejar que los pantalones cayeran por su propio peso. La pana quedó ligada a sus tobillos cuando Federico le hizo volver a sentarse en el taburete. Le metió el pitillo en la boca y lo dejó allí:

-Supongo que Cristóbal ya te ha dicho que yo no como pollas –dejó reposar el comentario esperando alguna reacción que no se dio-. ¿Te lo ha dicho?

-Sí... sí, me... me lo ha dicho...

-Pues es cierto que no chupo rabos –le puso una mano en el muslo y fue adentrándose entre sus piernas-, pero eso no significa que no me gusten. Y por lo poco que he visto del tuyo, me ha dado la impresión de que estaba la mar de bien.

Se lo agarró metiendo la mano por la raja del calzón. No estaba endurecido del todo pero porque tal vez el hombre no tenía más sangre que dirigir a él. Aun así se percibía un trozaco de carne generoso en el que Federico hundió sus dedos mientras lo zarandeaba. Con la nariz pegada a su mejilla le chupeteó las puntas del bigote:

-¿Cuánto hace que no te dan un buen morreo, profe?

-Mu... mucho.

-¿Te apetece que nos comamos la lengua?

-Sí, Fede... ay, por dios... claro que me apetece... –suspiró por las esforzadas caricias que estaba recibiendo su pollaza a medio endurecer.

-Entonces dame una calada y abre la boca.

El hombre obedeció al instante, le puso el cigarro en los labios hasta que ya no pudo inhalar más y después giró la cara y separó los labios. Federico se inclinó un poco más y le coló el humo dentro antes de darle un buen meneo a aquellos morros con sombrero blanco de mostacho. Al chaval le pareció que su profe de Ciencias debió ser un buen amante antes de perder la práctica; le imaginó con una esposa frígida y un deseo enfermizo por los muchachos a los que instruía. Alguien como Rogelio había encontrado, en el alumno más rebelde y provocador que jamás había tenido aquella escuela, a su particular boleto de lotería premiado.

Así es como se sintió Federico, elevado al altar donde se adora a los dioses mientras su maestro le acariciaba la espalda con una mano y con la otra metía el cigarrillo dentro de un vaso de algo (que por suerte no era inflamable); así se sintió cuando Castro le tomó de la nuca con esa mano y siguió devorándole con frenesí; cuando notó que en su mano aquella polla se estaba empezando a endurecer de veras, y que gracias a sus cuidados y a la increíble excitación que provocaba en el dueño de semejante verga, estaba dando más de sí de lo que posiblemente había dado en años... Se adueñó el hombre de aquel culo joven y turgente por el que tantas y tantas veces había suspirado en vano, amortizó la espera de ver su deseo cumplido clavando en él sus falanges ansiosas.

10.6   La Novena Sinfonía

Federico le soltó la polla, liberó sus labios y se separó apenas unos centímetros. Le pidió que se bajara el calzón, aunque cuando el chaval tomaba el rol dominante sus palabras nunca eran sólo peticiones, implicaban una orden que debía ser cumplida de inmediato. Tal era su poder sobre los hombres que le deseaban hasta el dolor, que los fustigaba con la medicina de la humillación. Así fue que dijo sus primeras palabras dirigidas al esclavo:

-Quiero verte a cuatro patas... ver a Rogelio Castro rugiendo como un perro...

Prácticamente le empujó del taburete al poner una mano en su espalda y hacer presión en ella hasta que vio aquel culo flácido y velludo cayendo frente a él. Rogelio miró hacia atrás, miró hacia arriba, rodillas y manos pegadas al suelo de su laboratorio, sus ojos buscaron la fusta con la que le iban a aplicar el correctivo que creía merecer, por desear lo indeseable, por adorar lo que no estaba destinado a ser suyo... Federico ya no se anduvo con remilgos, le habían encendido el motor de la depravación y sólo se apagaría cuando viera satisfechas sus demandas.

Pensó rápido y decidió enseguida. Sí, ¿por qué no invitar al genio alemán a aquella fiesta privada? La última vez que había follado escuchando a Beethoven fue... Fue aquella primera vez que tuvo una polla en su boca, la polla de la única persona del mundo que tenía el privilegio de recibir sus atenciones orales. Desde entonces, un par de veces al año se volvía un chico más sumiso para su primo Ferràn, le prestaba su lengua y le abría su tesoro para que se desfondase en él. ¡Cuántas ganas tenía de verle aquella Navidad! Caminó hasta el tocadiscos y buscó lo que quería para ese momento: Novena Sinfonía, 2º movimiento, un Molto Vivace que le haría ver las estrellas mientras se follaba a Castro.

[Enlace para seguir leyendo el relato con la Banda Sonora de fondo. Muy recomendable y placentero. Se aconseja no seguir leyendo hasta que arranque la música]

http://www.youtube.com/watch?annotation_id=annotation_772377&v=p5favl2Qtx0&feature=iv&src_vid=Kri2jWr08S4

La música saltó con energía, fuerte, vivaz, y le llevó poco después a caminar de puntillas, casi danzando hasta llegar al lugar en el que su profesor le esperaba desesperado a culo alzado. Se bajó el pantalón y acarició su polla para que se pusiera bien dura. Rogelio le miraba como sólo puede hacerse con las cosas que dan tanto miedo que atraen irremediablemente. Se bajó enseguida el calzoncillo mientras el ritmo in crescendo de la Novena le emborrachaba de lujuria. ¡Qué buenos recuerdos le traía!

-Desde hoy no olvidarás esta música en lo que te queda de vida... –rugió como un león, se acercó, sacó un condón, lo rasgó, se lo puso, lo desenrolló sobre el tronco de su polla, miró a Rogelio, sonrió, se le acercó aún más-. ¡Mírala bien! Te gusta, ¿verdad? Podrás gritar lo que quieras porque la Novena silenciará tus quejidos de maricón... ¡Te he dicho que la mires!

Se sentó sobre su espalda, vieja, cansada, se deslizó hacia atrás, resbaló hasta quedar de rodillas y le separó las piernas. Se la agarró desde la base, movió el glande contra la raja, la saludó, se clavó un poco, sólo un poco, un poco más, el ritmo sonoro se apaciguó, pero no las ansias que tenía por entrar dentro de su profesor. Le dio una cachetada: “que sufra un poco”, pensó.

¡Recuerdos de una tarde en la piscina! Su primo en bañador, ¡qué bien le sentaban al cabrón los bañadores! Dos años más, cuerpo de nadador... Rogelio culeaba pero Federico sólo pensaba en follarse algo que no estaba ahí, algo que la música traía a su cabeza y le llevaba lejos de aquel laboratorio, de aquella escuela, de aquella ciudad... Puede que sólo hubiera amado de verdad a alguien en toda su vida, el dueño de su corazón, el despistado guardián de su virginidad... y hasta entonces, hasta que pudiera volver a verle, sólo le quedaba complacer sus necesidades con culos como aquél. Lo miró, lo escrutó, trató de entrar un poco en él...

-No tengas prisa, profe... ¿Oyes la música? Ella marcará el ritmo. En cuanto vuelva a subir te la clavaré hasta el fondo...

El breve silencio les dio una calma que no habían pedido. Los instrumentos habían dejado de sonar y volvían al inicio, cadenciosos, lánguidos, sutiles, con timidez se asomaban y trataban de despuntar... La música cogía ritmo, Rogelio se echaba para atrás. “No entiende a qué juego”, pensó Federico, pero mandaba él. Él y sólo él, embebido de poder, dueño, grande, glorioso... Se agitó, sin entrar, apretó, sólo marcar, mano aquí, mano allá, cadera sujeta, poder absoluto, deseo cumplido, te voy a follar, sí, lo haré, preparado, listo, ¡ya!

Entró y salió, entró y salió... penetró, desgarró, rompió, embistió... como Beethoven le indicó... así es como se lo tiró... y Castro no se quejó... seguro que lo disfrutó... y gozó, vaya que si gozó... piano, violín, trompeta, flauta, acordeón... se la tragó del tirón… sin mayor empujón... entró… joder cómo entró... cómo se la tragó... la tragó y la absorbió... hasta que Fede se corrió... y luego ya se relajó...

Se dejó caer a su lado mientras Rogelio seguía echando el bofe por la boca. Estaba claro que jamás le habían follado de una manera tan salvaje.

-Me has roto, cabrón... –suspiró entre jadeos con la mejilla pegada al suelo.

-Eso te pasa... con jugar con jovencitos –le dio Federico una cachetada en el culo y entonces se lo preguntó-: No eras virgen de aquí… ¿verdad?

-No... Claro que no... ¿Crees que te habría dejado hacerlo así de duro si fuera mi primera vez?

-Supongo que no.

-¿Por qué lo preguntas?

-Por nada... pero habría estado bien ser el primero –Federico sonrió y dejó el condón lleno de semen cerca de la nariz de su profesor abatido-. Puedes quedártelo de recuerdo... porque no lo voy a necesitar.

De un saltito se puso en pie, destensó sus piernas, miró hacia abajo, parecía increíble pero había ocurrido, era real, la rojez en el centro de aquel trasero pálido daba fe de ello. Se subió la ropa desmadejada, cogió la camisa de Rogelio y se la tiró sobre la espalda.

-Todavía queda media hora para cenar. Será mejor que nos aseemos y volvamos al mundo real con nuestra mejor sonrisa.

Caminó hasta el tocadiscos justo cuando volvía a sonar un nuevo crescendo, puede que el último, pero ya había perdido la cuenta. Levantó la aguja y un leve desgarró creó un silencio casi sepulcral en el mismo espacio que el genio alemán había inundado durante aquellos minutos de intensa pasión.

___________Espero que os haya parecido “Terrible”___________

¡¡ En menos de 24 horas, MÁS !!