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La niña del autobús

en Voyerismo

En cuanto subí al autobús la vi. Estaba en la penúltima fila y miraba distraídamente por la ventana. Era morena, como de metro setenta, con el pelo liso y oscuro, y un flequillo recto que le daba un aspecto muy sexy. Iba bien maquillada, con un maquillaje de ojos muy remarcado, que le daba un aspecto casi  violento, exuberante. No tendría más de 18 años. Por encima de los asientos sólo acertaba a ver el cuello de una camisa blanca, visiblemente abierto. Me acerqué y vi un generoso escote, y una camisa que luchaba por que el botón no saliera disparado. Entre botón y botón se vislumbraba parte del encaje del sujetador, y desde mi posición levantada una buena porción de carne.

Me senté al otro lado del pasillo, y la miré sin disimulo, sabiendo que ella o podía verme, distraída como estaba con la cabeza mirando a la carretera. Llevaba una minifalda que dejaba entrever la parte superior del panty. Además, como estaba sentada de medio lado con las piernas cruzadas, se apreciaba una oscuridad muy sugerente en el triángulo que dejaban sus piernas. De la misma forma, entre los pliegues de la camisa y debido a la prominencia de sus pechos, yo podía ver parte de su rosada carne. Dios, cómo me estaba poniendo. Lo siento no lo puedo remediar, allí no se veía poco más de nada, pero yo tenía una media erección importante. Durante un segundo cerré los ojos y me acomodé el paquete. Si seguía pensando así tendría un problema de “estacionamiento” en los bajos. Cuando abrí los ojos ella me miraba fijamente.

Seguro que se dio cuenta. Seguro. Yo estaba de medio lado, sentado hacia ella, y sobándome la polla por encima del pantalón. Rápidamente me subieron los colores y no pude hacer nada por evitarlo. Ella se sonrió al verlo, y bajó la mirada hacia mi paquete. Juraría que se ruborizó, pero posiblemente era más deseo e imaginación que realidad. Lo que pasó a continuación  me pilló por sorpresa, y casi hace que me desmaye. Yo no soy gran cosa, ya en los y con los problemas típicos de esa edad, por eso aquello aún me asombró mucho más.

Se giró un poco hacia mí, y mientras me miraba a los ojos descruzó las piernas. La falda recta no ayudaba a sus movimientos, pero con descaro, sin dejar de mirarme a los ojos, se la subió unos cinco centímetros. Lentamente, subió una de las rodillas al asiento, dejándome a la vista unas preciosas braguitas de encaje de color blanco. Con la mano izquierda se apartó un poco la braga y me enseño un precioso coñito rosado, totalmente depilado, y por el que se comenzaba a ver rastros de una humedad incipiente. Se llevó el dedo corazón de su mano derecha a la boca, lo chupó con deseo, y comenzó a masturbarse. Me vi en la obligación de corresponderla. No podía darle menos de lo que ella me ofrecía. Me desabroché el pantalón, me saqué la polla, y comencé a masturbarme. No tengo una gran herramienta, per al estar circuncidado y depilado, los casi dieciséis centímetros resultan atractivos. En cuanto la vio abrió un poco la boca y comenzó a frotarse con más vigor, con más fuerza. Yo no iba a durar nada, pero no quería que el espectáculo terminase. Ralenticé un poco los movimientos, pero el morbo de la situación hacía que el desenlace estuviera próximo. Ella comenzó a jadear y yo me dejé ir. El primer chorro casi llega al otro lado del pasillo. El resto fueron a parar al asiento contiguo al mío. Ella cerró los ojos y se corrió en silencio, mientras vi como sus dedos se empapaban con sus jugos. Me miró, se llevó la mano a la boca y se la limpió. Uno a uno, fue limpiando todos sus deditos, empapados de sus jugos. Casi de inmediato tuve otra erección.

Pero ya no tuve más suerte. Volvió la braguita a su sitio, se arregló la falda, se puso unas gafas de sol y se levantó. Pasó por mi lado como si nada hubiera pasado. Se acercó al conductor, le dijo algo, y al cabo de unos cientos de metros se bajó del autobús. Cuando la adelantamos y la miré, lo único que vi fue una sonrisa.

O al menos, eso creí ver.