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Dame tus braguitas, princesa (1): Andrea

en Sexo con maduros

 

 

 

   El tiempo pasa. Irremediablemente. Tras la bacanal en la casona de Sergio, yo había sobrepasado todos los límites, y necesitaba un reposo. Durante meses, intenté no implicarme con ninguna de mis chicas, aunque con Bea me veía periódicamente. Me era imposible no hacerlo. De alguna forma extraña, amaba a aquella mujer.

 

   Con el paso de los meses mi vida se había revolucionando a pasos agigantados. Mis gustos sexuales se habían extremado, y al mismo tiempo también se había ampliado mucho el espectro, aceptando casi cualquier posición, y ello había afectado a mi personalidad. Me gustaban cosas muy distintas, desde las más tiernas hasta las más sucias. Entre otras cosas, me había convertido en un fetichista de las braguitas usadas. Ya tenía un buen puñado de ellas, alguna de Laura y de Ruth, y varias de Bea. Tangas, bragas, culottes… Todo me valía. Algunas noches, me bajaba a mi escondite en el trastero de mi garaje, y las sacaba, para volver a olerlas, para volver a rememorar aquellas experiencias, aquellos encuentros sexuales a veces desmedidos. Cerraba los ojos y aspiraba fuerte con la ropa interior en mi cara, y el olor, que con el tiempo se había hecho aún más penetrante, me invadía, me transportaba a la casona de Sergio, al cine, a la iglesia, a casa de Laura… A todos aquellos sitios en los que había disfrutado de las chicas. Pero… tanto rememorar, tanto recordar viejas pasiones, hacía que la vida “corriente” necesitara alicientes. Y si esos alicientes no vienen solos, acabas saliendo a buscarlos. Necesitaba salir a conseguir más braguitas.

 

   Y eso es lo que hice. Por motivos laborales, me trasladé a un edificio de quince plantas, en el centro de la ciudad. Tras unos pocos días viviendo allí, ya sabía en qué pisos había mujeres apetecibles, y cuáles de ellas eran factibles de ser seducidas. Habían varias candidatas, tres o cuatro bastante jóvenes, un par maduritas, y algunas cincuentonas, pero aún muy prietas. La seguridad que me había trasladado las experiencias con las chicas hacía que me viera capaz de conseguir a casi cualquiera, siempre que pudiera tener un pequeño contacto, siempre que pudiera entablar una conversación, siempre que pudiera abrir una puerta que de por sí mi físico no abría.

 

   Al final, la que me pareció que se acoplaba más a mis gustos, y que podría ser viable, era una niña pizpireta que vivía en el octavo. Mediría 1.65, de piel oscura y pelo rizado, con los ojos de una marrón casi café. Su mayor atractivo era su sonrisa. Tenía cara de niña buena. Yo vivía en el piso doce, con lo que varias veces coincidíamos en el ascensor. Nos saludábamos a diario, y entablábamos conversaciones sobre temas banales. Un día le vi un ebook. Le pregunté que leía. Me dijo que las 50 sombras. Eso me dio una idea. Era mi puerta. Recordé una reflexión muy interesante que había leído en laisladegreta.com, y aproveché para entablar una conversación sobre el tema. Estuvimos hablando del tema varios días, y algunas veces continuábamos durante unos minutos en el rellano. Al cabo de una semana teníamos una conversación por fragmentos, que retomábamos y dejábamos de arreglo a nuestros horarios. Uno de esos días decidí dar un paso más, y la acompañé varias calles como si fuera en su misma dirección, y mantuve un tono aún más crítico con el libro, más por continuar con mi papel que por otra cosa. Ella por su parte lo defendía a ultranza.

 

-          Lo siento, Andrea, no tienes razón. La literatura de 50 Sombras deja mucho que desear. Y eso de que sea erotismo o porno para mujeres… no sé que quieres que te diga… – Esperé un poco a ver cual era su reacción. Se paró en medio de la calle, y me respondió casi ofendida.

 

-          Pues claro que lo es. – Dijo exaltada. – Solo que ha de ser previo consentimiento nuestro.

 

-          Ah! – Dije haciéndome el sorprendido. – O sea que si tú me lo permites, entonces si te puedo azotar, o insultar, o atar. Desde luego, que poco romántica… – Tiré el anzuelo… y picó.

 

-          Estoy harta. Estamos hartas de ser princesas. A muchas nos gusta algo más duro, sabes? – Estaba bastante exaltada, así que intenté aprovechar el momento.

 

-          ¿Lo has probado? ¿Has dejado que alguien te domine? ¿Has sentido el aliento en el oído de alguien que te diga lo que has de hacer? ¿El roce de su lengua en el lóbulo de tu oreja mientras te susurra y te ordena que te arrodilles? ¿Te han vendado los ojos y te han azotado el culo? ¿Te has entregado a alguien así? – Las lancé todas seguidas, como pesadas losas, y tal y como iban cayendo la notaba respirar cada vez más acelerada. Sus fosas nasales se expandían y se contraían. Se mordió el labio inferior, y cuando vio que la había descubierto, se giró y continuó caminando. Estaba excitada, no había duda. Esperé unos segundos mientras la miraba de manera inquisitiva. Quizá me había pasado. Quizá.

 

-          No, no lo he hecho. – Respondió cabizbaja. Decidí que era ahora o nunca, y le lancé un dardo envenenado

 

-          Claro. Eres aún una niña. – Se revolvió y me miró con los ojos encendidos. – Estoy seguro de que si alguien te propusiera probar no te atreverías. – Volvió a encenderse.

 

-          ¡Sí que lo haría! – Respondió firme. Sus pezones se marcaban ahora claramente en la camiseta, amenazando la integridad del sujetador.

 

-          ¿Sí? No sé yo… – Dije haciéndome el sorprendido. La miré casi con desdén. Ella se detuvo en seco y me miró desafiante. Cambie la mueca, puse una sonrisa, y le hablé en tono embaucador. – Está bien, te creo. Mira, Andrea, a mí me gusta jugar, aunque eres una chica lista y ya te habrás dado cuenta. Si te apetece, podemos probar por chat primero. Yo te propongo algunas cosas, y si te gusta, y te excitas, vamos avanzando. – Puse mi mejor sonrisa, y envié la pregunta. - ¿Te apetece? – Me miró durante unos instantes, y poco a poco vi que la perdía. El fuego de sus ojos se fue apagando, y apenas quedó nada de la chica que me desafiaba con sus pezones.

 

-          No, Héctor. Creo que no debo… – La perdía. Así que volví a la jugada que tan buen resultado me había dado hasta el momento.

 

-          Lo entiendo, Andrea, de veras. Eres una cría. Cuando seas mayor seguramente te atreverás. – El tono no había sido de burla, pero sí con cierto deje. Seguí caminando como si nada, pero ella se había detenido. A los pocos metros lo hice yo, me giré, y la miré bastante serio. Dio unos cuantos pasos, decidida, con ardor de nuevo en sus ojos, con los pezones marcando su camiseta. La tenía.

 

-          Vale. Lo haré.

 

   Las siguientes semanas fueron muy productivas. Poco a poco, Andrea se iba mostrando por cam. Casi siempre tenía que convencerla, y casi siempre con artimañas más bien sucias, la embaucaba. El día que se masturbó para mí fue glorioso. Al terminar esa sesión, le dije que había llegado el momento. Que creía que estaba preparada para una sesión en real. Que quería que me confirmara si era una niña o se había convertido en una mujer. Me despedí, y dejé de chatear. Al cabo de un par de horas, cuando me volví a conectar, tenía varios mensajes diciéndome que quería probar. Le recalqué que esto era real. Que los azotes duelen. Que le iba a estirar duro del pelo. Que la iba a utilizar. Que iba a ser muy cerdo con ella. A cada frase mía ella me escribía jadeos, o se mostraba deseosa, hasta que me escribió que se había corrido como una putita. Tal vez saliera bien.

 

   Estuve unos días preparando ese paso. Desde el principio, dejé claro mi posición de dominante, y cual quería que fuera la suya. Las primeras veces le costó, pero con el paso de los días ella iba mostrándose cada vez más sumisa, y más deseosa de tener un encuentro. Cuando lo tuve claro, la cité. Y ella aceptó, aunque la noche anterior mostró ciertas dudas. No obstante, a la mañana siguiente subió en el ascensor hasta el piso doce. Al abrirse la puerta, entré, y dejé que se cerrara. La miré con calma, con ojos de lobo. Como se mira a una presa.

 

-          ¿Estás segura? – Le dije a esa chiquilla.

 

-          Sí. – Le temblaba la voz.

 

-          Ayer no lo estabas. – Parecía que la había embaucado, pero sabía que aún dudaba.

 

-          Pero ahora estoy aquí, ¿no?

 

-          Sí, y temblando como un flan. Sólo eres una niña... – Lo dejé caer con un tonito casi burlón, sabiendo de antemano su reacción.

 

-          ¡Que no soy ninguna niña! ¡Ya soy mayor de edad! – Estaba justo donde yo quería.

 

-          Claro. Pero yo tengo más del doble que tú. Para mí eres una niña.

 

-          Pues no lo soy. Ya te lo demostré por cam. – Al principio había costado, pero no había duda de que ella, con su carácter sumiso y morboso, había puesto de su parte.

 

-          Es cierto. Pero aquí no me has enseñado nada aún. – Seguí provocándola.

 

-          Pero… es que estamos en un ascensor. – Dijo nerviosa.

 

-          Sí. ¿Y qué?

 

-          ¿Cómo que y qué? ¿Quieres que nos pillen en el ascensor? – Ahora estaba entre alterada y excitada. Ese era el estado que yo quería conseguir.

 

-          A mí me da igual. Yo no voy a desnudarme. Tú sí. – Seguía utilizando la seguridad como arma. En nuestras conversaciones, pero sobre todo en las sesiones de cam ya había visto que Andrea tenía ganas de sentirse sometida.

 

-          ¿Me estás diciendo que quieres que me desnude aquí, en el ascensor de nuestra finca? – Preguntó.

 

-          Eso es. – Le sonreí un poco para darle aliento.

 

-          ¿Y tú que harás?

 

-          Mirar.

 

-          ¿No me vas a tocar?

 

-          Hoy no. – Estaba convencido de que la clave para cazarla era no tocarla. Hoy no debía hacerlo. Quería hacer crecer la necesidad en ella de que yo la tocara. Tenía que ser ella la que deseara que lo hiciera. Y tenía que estirar esa necesidad hasta que se plegara a mis deseos.

 

-          Me da vergüenza. – Se había ruborizado. Durante un segundo pensé que la había forzado demasiado. Pero respiraba atropelladamente. Tenía las fosas nasales muy abiertas, y se escondió para morderse el labio. Estaba excitada. Era mía.

 

-          ¿Ves como eres una niña? – La provoqué.

 

-          ¡Que no lo soy! – Cayó una vez más en la trampa a la primera. – Ya lo verás.

 

-          Quiero verlo. – Volvía a estar donde yo quería, y estaba convencido de que no se echaría atrás. Pero yo quería dominar esa situación. – Pero lo vas a hacer como yo te diga. Dame tu camiseta.

 

-          Está bien… pero no la tengas lejos, por si viene alguien.

 

-          Muy bien. La tendré en mi mano. La verás todo el rato. – Se quitó la blusa escotada y me la dio. Apenas era un trozo de tela que no tapaba nada. – Ahora dame el pantaloncito. Eso es. Date la vuelta, quiero ver cómo le sienta el tanga a ese culito. – Se desabrochó el short, lo bajó lentamente mientras me miraba, se dio la vuelta, terminó de sacárselo y me lo dio. Tenía un trasero espectacular. – Despacio… no tengas prisa. A estas horas nadie llama el ascensor. Y si llamaran, te daría tiempo a ponerte algo. Tranquila. – Quería tranquilizarla, porque temblaba un poco, y la cosa iba como yo lo había soñado. – Muy bien. ¿Sabes, Andrea? Tienes un cuerpo precioso.

 

-          Gracias, Héctor. Cuanto más me quito más calor tengo. Mira, dame tu mano. Ponla aquí, en mi pecho… – Alargó su mano, y cogió la mía, tirando hacia ella. Me resistí. 

 

-          He dicho que hoy no te voy a tocar.

 

-          ¿Pero porqué? – Parecía un poco sorprendida, pero estaba seguro de que eso sólo haría que aumentar su deseo.

 

-          Te dije por Line que si querías que jugara contigo sería a mi manera.

 

-          Lo sé. Pero he leído en Google que los amos tocan a sus perritas. Y las azotan. Y las acarician. – Semejaba una conejito asustado, perdido, esperando que algún desalmado lo cace, y se lo coma. Solo que este conejito intentaba provocar al lobo.

 

-          Te fías demasiado de internet. Hoy no te voy a tocar. Ahora dame tu sujetador. Es muy bonito. Me encanta el encaje blanco. – Alargué la mano mientras ella se lo desabrochaba, y me lo dio. – Mmmmm… tienes unas tetitas deliciosas. Por la cam ya lucían bien, pero en directo son aún más hermosas…

 

-          ¿De verdad no quieres tocarlas? – Ronroneó. Las juntaba con ambos brazos, dándome una visión realmente increíble- - Me muero por que lo hagas…

 

-          Hoy no. Hoy solo quiero verte. Ahora, dame tus braguitas, princesa. – Le dije despacio, mientras sonreía. Poco a poco, ella se quitó el tanga, y me lo acercó. Tenía un nuevo trofeo. Me lo acerqué a la nariz y aspiré fuerte. Dios, como echaba de menos ese aroma a hembra caliente. Joder, era como si aspirara algún tipo de droga. Se me erizó el vello de los brazos, y noté como el pulso se me aceleraba. Tuve que controlarme muy mucho para no empujarla contra la pared y azotarla, y penetrarla, y hacerla mía de forma salvaje. Pero estaba convencido de que aquello era contraproducente. Era lo suficientemente joven como para moldearla para mí. Abrí los ojos, y la miré, aún con el tanguita en mi nariz. Se había dejado las sandalias de semiplataforma. La visión era absolutamente celestial. Era una de las niñas más bonitas que había visto jamás. Sus tez morena, su cara aniñada, su pecho juvenil, bien formado y erguido, sus pezones pequeños y sonrosados… Era un auténtico caramelo.

 

-          Muy bien. Ahora date una vuelta que yo te vea… – Me recreé con la visión. Tuve que hacer esfuerzos para no profanar ese culito con mis dedos. – Estás estupenda. Ahora, agáchate, quiero ver bien tu culito. – Lo hizo, y pude comprobar bien la entrada de ambos agujeros. Era una niña esplendida, en la flor de la vida. Tenía las carnes prietas, propias de la edad. Además, por suerte, no tenía una extrema delgadez como suele pasar hoy en día. No tenía un gramo de grasa, pero sus curvas estaban muy bien definidas. – Mmmmm… Eres una jovencita muy hermosa. Eso ya lo sabía. Lo que ignoraba es que además fueses tan puta.

 

-          ¿Por qué me dices eso, Héctor? Me excita muchísimo que lo hagas… pero al mismo tiempo me hace sentirme sucia… – Se llevaba el dedo a la boca, haciéndose la niña. Me estaba provocando… y lo estaba consiguiendo.

 

-          Lo hago por ambas cosas. Y además porque es verdad. Tienes humedad en la entrada de tu coñito. – Pareció ofenderse.

 

-          ¡No es cierto! – Exclamó.

 

-          No me discutas. No me mientas. O me enfadaré. – Me puse todo lo serio que pude, y mostré mi peor cara. – Coge dos dedos y pásalos por tus labios mayores. Recoge toda esa humedad, enséñamela, y después chupa esos dedos. – Me obedeció de inmediato. En cuanto sacó los dedos de su entrepierna, pude ver que estaban empapados.

 

-          Vale… Ehhhh… Héctor… joder... Estoy mojadísima. – Parecía hasta sorprendida.

 

-          Ya te lo he dicho. – Seguí muy serio. – Te escapas porque he decidido no tocarte. Si no te abofetearía. – La vi morderse el labio, entre el temor y la excitación. – Ahora, arrodíllate. Bájame la cremallera. Saca mi polla. Da igual si te parece grande o pequeña. Si te parece gruesa o delgada. Si te parece limpia o sucia. A partir de hoy es tu tótem. Tu objetivo. La adorarás. La abrumarás a regalos y caricias. Recogerás todos sus fluidos, sean del tipo que sean. Serán parte de tu alimento. Tu golosina. Tu droga. – Mientras le hablaba ella se arrodilló, al principio lo hacía con calma, pero pronto se tornó ansiosa.

 

-          Joder, Héctor, como me estoy poniendo.

 

-          Una cosa más. A partir de ahora no la vas a tocar con las manos. Están sucias de apoyarte en el suelo. Lo vas a hacer todo con tu boquita. Si veo que paras, tendrás que estarte quieta, y te follaré la boca hasta que me canse. Y así hasta que me corra. Cuanto antes lo consigas, antes nos iremos de este ascensor y menos posibilidades de que nadie te vea así.

 

-          Sí, Amo. – Y no dijo más. Se la metió en la boca sin pensarlo, cerrando los labios, utilizando los dientes para rozar mi tronco. Si no me hubiera esforzado, oírle llamarme así, tras apenas diez minutos de sesión y unas pocas conversaciones por Line, y alguna por cam, habrían hecho que me corriera en su boca.

 

-          Muy bien, Andrea. A partir de hoy eres mi putita. – Sin sacarla de la boca me miró, y sus ojos denotaban entrega y satisfacción. – Vendrás siempre que te lo pida, y de la forma en que te lo pida. Siempre que esté, saldrás por la mañana media hora antes de lo normal, con la excusa de que recoges a alguien, o que adelantan una clase, y subirás a llevarte tu ración de leche. Tu cuerpo me pertenece. Si me apetece ofrecerte, lo haré. Si me apetece alquilarte, lo haré de igual forma. Tu vida sexual me pertenece. Tu voluntad moral respecto al sexo me pertenece. A partir de ahora no tienes criterio para la sexualidad. YO soy tu criterio. – La oía gemir. Si no se lo impedía se correría sin tocarse. – Hoy te voy a permitir que te corras. Pero lo harás sólo si antes te meas. Si no, no. – Paró de chupar y me miró, sorprendida. - ¿Porqué paras, putita? – Hizo intención de sacarla pero empujé la pelvis para que no la sacara. – Nononononono… Zorrita mala. – Movía el dedo delante de sus ojos al tiempo desaprobando su acción. – Hemos quedado que no podías parar. Pega tu nuca a la pared. – Ella fue moviéndose hacia atrás, mientras yo la acompañaba con la pelvis, de manera que no se saliera de su boca. Algún hilillo de saliva caía por la comisura de sus labios. – Abre la boca, cierra un poco los labios, y no pongas los dientes. Tranquila, no la tengo tan larga. Te tocará la campanilla, incluso tal vez te den arcadas, pero no te hará vomitar. – Iba hablando mientras comenzaba a empujar mi pubis hacia su boca. – Cerró los ojos, y yo comencé a empujar con más fuerza. Mis testículos rebotaban en su barbilla, y su nariz presionaba mi pubis. Yo notaba mi glande en el principio de la garganta. Vi un par de lágrimas caer, y saliva por la boca. Seguí empujando. – Lo estás haciendo muy bien, putita. Ahora, cuando la notes en tu garganta has de esforzarte un poco, y sacar la lengua por debajo de mi polla, para lamer mis pelotas. Por supuesto, sin sacarla de tu boquita. A mi amigo le gusta tu boca. Es calentita, y pequeña. Es como una cuevita para resguardarme. – Seguí empujando, ahora con más fuerza. La dejé al fondo, notando las paredes de su garganta en mi glande, y su lengua saliendo y lamiendo mi bolsa. – Muy bien, zorrita. Eres estupenda. – Estaba llegando a mi límite, y ella también. – Vuelves a tener el control. Quiero que hagas que me corra. Solo con tu boca. Y quiero que no desperdicies nada. – Sonreía como podía, con parte del rímel corrido por las lágrimas y las comisuras de los labios chorreando saliva. Estaba realmente hermosa. Su carita de niña ahora parecía cansada, como si la hubieran profanado, como si fuera un poco más adulta. – Eso sí, – Proseguí. –  no quiero que te la tragues toda. La que caiga en la garganta sí, pero la otra no te la tragues. Tengo otros planes para ella. – La idea de que fuera cualquier otra guarrada hizo que la niña cogiera nuevos bríos. Noté como intentaba moverse, para frotarse, supongo que intentado correrse. – Recuerda que no puedes correrte si antes no te meas. No lo hagas, o no volverás a verme. – Asintió cerrando y abriendo los ojos. Mi orgasmo venía, y se lo anticipé. – Este es el momento, putita. Voy a darte mi simiente. Mi lechita, mi fruto, mi sangre. Este es tu alimento. Tu deseo. Tu único objetivo. Obtener la leche del Amo. – Oí un ruidito, como si de un pequeño arroyo se tratara. Se estaba meando. Ese fue el detonante. – Oh, Dios, sí, méate cielo. Ya puedes correrte. Hazlo sin miedo. Me voy, zorra, me voy. Voy a llenarte de lechita. Disfrútala, vamos. Me voy, sí, sí, sí, joderrrrr… – Y me dejé ir. Noté como Andrea gemía y se convulsionaba. Temblaba, lo que a su vez no hacía más que aumentar el roce con su boca, y darme aún más placer. La miré, ahora sí con cariño. Levantó los ojos, me miró sonriente, y fue soltando mi polla, limpita y reluciente, aunque aún mojada. Cerré y abrí los ojos en señal de aprobación, y a Andrea se le iluminó la cara. – Maravillosa, Andrea. Has estado increíble.  Y ahora, vamos a terminar con mi encargo. Necesito saber que puedo confiar en ti, que me obedecerás, que aceptas lo que te he dicho sin dudar. – Asintió, aún con la boquita llena. Un hilillo de semen caía por la comisura de sus labios, marcando un pequeño sendero blanquecino sobre su piel caoba. Lo recogí con un dedo, y señalé el sujetador. – Vamos a vaciar tu boca. Hazlo aquí. – Le di su sujetador, le puse las dos copas como dos tazas, saqué el móvil y me puse a grabar. – Vierte aquí casi todo, pero guarda un poco. – Aunque parecía que dudaba, lo hizo. Comenzó a soltar parte de mi semen de su boca a las copas del sujetador. Acerqué el móvil y grabé bien el contenido. – Ahora, con cuidado de no derramarlo, póntelo. Sobre todo que los pezones queden bien cubiertos de semen. – Lo hizo con cuidado, y apenas si se derramó. – Sé que es difícil, pero eso es lo que quiero. Ahora, enséñame el resto, y te lo tragas. – Abrió la boca, sonreí con satisfacción y asentí para que lo tragase. Le acerqué el short, y con cuidado se lo puso. Por debajo de uno de los pechos le corría un hilo de semen y saliva, lo mismo que por una de las caras interiores del muslo. – Recoge lo que te cae, no quiero que manches tu ropita. Has de salir de compras.

 

-          Dios, Amo, ha sido increíble. Absolutamente alucinante. El mejor orgasmo de mi vida con mucha diferencia. – Estaba eufórica. – Gracias, Amo. Haré lo que me pidas.

 

-          Tranquila, putita. Tranquila. Habrán más. Muchos más. Pero no has de ser ansiosa. Ahora te diré lo que quiero. – Saqué 50 euros de la cartera, y se los di. – Quiero que vayas al sex-shop que hay en el centro. Está a unas cuatro calles. Suficiente para que el semen se seque. Cuando lo haga, notarás que te tira de los pezones, y te volverá a dar placer. Así sabrás que vas manchada de mi leche. Marcada como mi propiedad. Cualquiera que se acerque demasiado te olerá, y sabrá que hueles a sexo, y que eres una zorra. En el sex-shop quiero que compres un plug anal pequeño, y unas bolas chinas. Dile a Ramón que vas de mi parte.

 

-          Vale, Amo. – Estaba risueña.

 

-          Una cosa más. Si te falta dinero, le dices a Ramón que el Amo te permite pagar con favores. Si le apetece, se la tendrás que chupar. No te puede tocar. Eso aún es mío. Pero puede usar tu boca para desahogarse como quiera y cobrarse lo que te falte. ¿Entendido? – Al principio parecía que dudaba… pero no fueron ni dos segundos.

 

-          Sí Amo. ¿Algo más?

 

-          Sí. Una última cosa. Que no te de bolsa. Los tienes que traer en la mano. No hay nadie de tu familia en casa. Ni nadie por los alrededores, los dos lo sabemos. Quiero que traigas el plug en una mano y las bolas en otra. Si te veo, o me entero de que lo haces de otra forma, te castigaré. ¿Queda claro? – Esta vez temblaba, pero de excitación.

 

-          Sí, Amo. Le obedeceré siempre. – Sonó natural. Su orgasmo había sido tan brutal que parecía haber quedado enganchada. Aunque no lo exterioricé, estaba eufórico.

 

-          Muy bien, pequeña. Termina de vestirte mientras bajamos al portal. Yo fregaré esto cuando vuelvas. Si no lo haces como te digo, y puedes estar segura de que lo sabré, tendrás que limpiarlo con la lengua. ¿Lo tienes claro?

 

-          Sí, Amo. – Sonrió como la niña que era.

 

   El ascensor paró en la planta baja justo en el momento que ella se abrochaba el botón del short. Bajamos los dos, aunque yo me quedé junto al ascensor. Ella se adelantó, miró hacia atrás, se levantó la blusa, y con el dedo recogió un hilito que volvía a bajar del centro de sus pechos. Lo llevó a su boca, me sonrió, y desapareció por la puerta del edificio.

 

   Se podía torcer, pero tenía toda la pinta de haber conseguido una putita más.