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La pija y los vagabundos (4)

en No Consentido

-          ¡Mila! – Seguía sonando risueña la voz de Ely, absolutamente inconsciente de lo que acababa de suceder en el pequeño y sucio almacén de herramientas. – Me ha dicho la Tata que estabas por aquí, con unos hombres que van a reformar la piscina y el porche. – Ely seguía avanzando hacia el almacén, mientras Mila enjugaba sus últimas lágrimas, intentaba esconder la cara de culpa, y limpiaba los últimos restos de semen que quedaban a la vista.

-          ¡Estoy en el almacén! – Grito Mila. – Ya voy. – Continuó.

   Se encaminó hacia la puerta pero Álvaro la detuvo. Se puso frente a ella, metió una mano entre sus piernas y recogió con dos dedos un grumo de semen que resbalaba entre sus shorts. Lo llevó a la boca de la muchacha, y ésta no tuvo más remedio que abrir, y chupar. A Mila los dedos le parecieron ásperos, y sucios, como todas y cada una de las veces que ese cerdo hijo de puta los metía. Y una vez más no pudo evitarse sentirse muy puta… y excitada. No obstante no quiso darle más el gustazo de que él lo viera, y de una zancada se acercó a la puerta, intentando poner su mejor sonrisa. Era curioso cómo había cambiado la historia. Se había aprovechado de la inocente Ely toda la vida. Era una chica de su edad, inocente hasta extremos insospechados, fácil de engañar, sencilla de engatusar. Criada en un colegio de monjas, casi recluida, ya que su chacha no se podía ocupar de ella (entre otras cosas porque Mila no la había dejado nunca), apenas tenía picardía. Le había sacado favores, muchas veces valiéndose de que sabía que la pobre muchacha escondía sus sentimientos hacia ella a duras penas, pero en ningún caso lo suficiente como para que Mila no se diera cuenta. Y lejos de compadecerse, se había aprovechado de ello siempre que había querido. Sin embargo, después de lo que le habían hecho esos animales, algo había cambiado en ella. Y ahora… no podía evitar sentir lástima por lo que pudiera pasarle a esa chica. Una chica inocente, posiblemente virgen, tan frágil… en manos de esos bárbaros… Pero ahora no podía pensar en eso. Primero estaba ella, su seguridad, su vida, su futuro, y estaba en esas manos. Así que sonrió, casi de forma forzada, y abrió para recibir a su amiga.

-          ¡Ely! – Le dijo sonriente, y se abalanzó sobre ella para abrazarla. Ely le correspondió de inmediato, abrazándola fuerte… y notando como tantas y tantas veces las enormes tetazas de Mila sobre sus medianos aunque firmes pechos. Aunque estaba muy orgullosa de su cuerpo, delgado y formado, y con el culazo típico de las sudamericanas, envidiaba esas enormes mamas de su amiga. El abrazo se prolongó unos segundos… lo que una vez más, y en contra de los principios de Ely hizo que notara ese cosquilleo en el estómago, y una humedad incipiente en su vagina. Casi de inmediato se apartó, sonriente, pero en el último momento, mientras lo hacía, notó un olor extraño, nada habitual en Mila. Era un olor… masculino, acre, bastante intenso, como a cloro, aunque ella no supo decir exactamente que era. Eso sí, le recordaba a algo.

-          Hola, Mila. – Le dijo mientras se separaba, sin poder controlar del todo el rubor que se apoderaba de sus mejillas. – Tú siempre tan guapa, y tan provocativa. – De nuevo notaba el sonrojo en sus mejillas, aunque hizo un esfuerzo en contenerlo. No pudo evitar mirar sus pezones enhiestos, marcados pese al traje de baño y la camiseta.

-          Cuanto tiempo, Ely. Ven, vamos a por unas cervezas. – Cogió a la joven del brazo, y se la llevó hacia la casa. Giró la cabeza justo para ver salir a Álvaro y a su gigante acompañante del porche, con unos capazos y diversa herramienta en las manos. Ely también se giró, justo para ver como Álvaro miraba su culo sin ningún tipo de pudor.

-          Jo, Mila, ese hombre me acaba de mirar el culo sin cortarse nada. – Le dijo a su amiga, justo al girarse y aferrándose fuerte a su brazo.

-          Sí, Ely. – Dijo ahogando un suspiro. – Son unos cerdos. – Susurró, casi ininteligiblemente.

   Al oír sus palabras, Ely no pudo evitar volver a girarse, y ver como al grandullón le caía la baba, literalmente, mientras la miraba de arriba a abajo. Le sonaba de algo ese hombre, tan característico, pero no recordaba tampoco de qué. La primera reacción fue girarse asqueada, y cogerse más fuerte del brazo a Mila. Sin embargo, y casi sin darse cuenta, no pudo evitar marcar aún más sus pasos, sabiendo que su precioso y erguido culo se movería de lado a lado con mayor firmeza, marcando la cadencia en el bamboleo de sus nalgas. Cuando iban a desaparecer por la puerta que daba a la casa se giró a mirar a los hombres, y los dos viejos estaban parados en mitad del porche, mirando con deseo a las chicas. Ely no pudo si no sonreírse. Sabía que no estaba bien, que iba en contra de su educación, pero le gustaba exhibirse. Y si era delante de hombres mayores, aún más. Desde que tenía uso de razón notaba crecer la humedad en su coñito cuando lo hacía. La hacía sentirse deseada de forma primitiva, y eso alimentaba sus fantasías. Se sentía muy puta al hacerlo, muy hembra que despierta sentimientos primarios en los hombres, e imaginaba a esos hombretones cogiéndola del pelo y arrastrándola hasta un arbusto para follarla sin preguntar, como se hacía en épocas remotas. Eso la excitaba de forma brutal, y alguna vez había acabado incluso tocándose con esos pensamientos. Sabía que la masturbación era pecado y por eso apenas lo había hecho, sólo en contadas ocasiones, y siempre confesándose en cuanto le era posible, y más si ese placer venía después de ese tipo de pensamientos.

   Por suerte, pensaba Ely, hacía unos meses que había llegado al pueblo Don Antonio, para ocuparse de la parroquia local, de la que ella era una habitual, así como del comedor social que ubicaba en sus aledaños. Desde que lo hizo, ella lo había convertido en su confesor, y él era el encargado de escuchar y absolver todos sus pecados. El antiguo párroco, Don Damián, mucho más joven y estricto, apenas la escuchaba. Tal y como ella crecía, y se convertía en una joven hermosa, él iba haciéndose más lejano, más distante. Cuando ella iba a confesarse, Don Damián la atendía con prisas, con visible nerviosismo. Sin embargo, Don Antonio era distinto. Era un hombre que pasaría los sesenta, orondo, de ojos pequeños y brillantes, y labios finos. Don Antonio la recibía siempre después de misa, primero en el confesionario que había en un lateral de las butacas, y las últimas veces ya en el despacho privado del sacerdote. Don Antonio le había dicho que sus pecados eran graves, y que no podía pagar solo con unos rezos. La primera vez que le hizo pasar a su despacho, le explicó la gravedad de los hechos, y que todo lo que se dijera o se produjera dentro de aquellas paredes era absoluto secreto, y quedaría en la intimidad de ella, él y Dios. Ely había asentido de inmediato. Su párroco era su segundo padre, casi el primero por su condición de huérfana, y su educación la hacían confiar en el emisario del Señor con toda su fe. Él la había sentado en sus rodillas, para oír su confesión. Insistía en que tenía que estar cerca para notar cuáles eran las reacciones de su cuerpo, y actuar sobre ellas de inmediato. Ely le contaba como su piel se erizaba cuando un hombre la miraba con deseo, y Don Antonio pasaba su mano sobre sus brazos, notando como su vello se erguía. Continuaba con su relato contando como sus pezones se endurecían cuando pasaba junto a algún grupo de trabajadores en la calle, y estos le soltaban algún piropo desvergonzado, y Don Antonio pasaba su mano bajo la camiseta de la niña, e introducía una mano bajo el sujetador, hasta comprobar que el relato de la joven era cierto. Él le había confesado muchas veces cuál era el calvario que sufría cada vez que la tocaba, puesto que eso estaba en el linde de las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, e incluso que tenía que retirarse a meditar para limpiar su alma y su cuerpo infectado de deseos inmorales, pero que él era un sacerdote que se debía a su parroquia, y estaba dispuesto a hacer esos sacrificios y los que hiciera falta por sus feligreses. Ella sabía que no le mentía, porque lo veía sudar, y faltarle la respiración. Era un hombre entregado en cuerpo y alma a su fe. Los peores momentos eran cuando ella le confesaba que su coño se humedecía con esas obscenidades, y con sus sueños lujuriosos, y al pobre capellán no le quedaba más remedio que comprobar que era verdad, para poder absolverla. Por cierto, ahora que lo pensaba… el olor que emanaba Mila lo desprendía también el sacerdote la última vez que lo visitó, justo antes de marcharse, tras el trago que pasó el pobre hombre al comprobar fehacientemente durante unos minutos dicha humedad. La verdad, porque era un clérigo y su condición no se lo permitía, si no habría jurado que disfrutaba metiendo dos dedos en su coño intentado limpiar su gruta. Lo que no le había confesado al Padre es que había estado a punto de tener un orgasmo mientras la hurgaba. Al salir, le había prometido que si volvía a tener deseos pecaminosos, y en especial con alguna amiga, se lo diría de inmediato por si tenía que comprobar todos los pecados de ambas, antes de absolverlas.

   En eso pensaba cuando se dio cuenta de que Mila la había acercado a la cocina, y había sacado dos alhambras 1925. Era su cerveza preferida, le parecía deliciosa. Al detener sus pensamientos con el primer trago, y al observar a Mila, le pareció que algo no iba bien. Mila tenía la mirada perdida, el maquillaje corrido como si hubiera llorado, y marcas, aunque apenas visibles, en el cuello, en los brazos y también en las piernas. Ely no se lo pensó dos veces, y le preguntó.

-          Mila… ¿Te pasa algo? ¿Hay algo que quieras contarme? – Le dijo mientras se acercaba a ella. Mila meditó la respuesta. No tenía que entregársela ya. No habían puesto esa condición. Decidió ganar tiempo y simplemente informarse de cómo era la vida de su amiga.

-          No, Ely. Tranquila. Todo está bien. – Mintió, e intentó cambiar inmediatamente de tema. – ¿Y tú qué tal? ¿Sigues colaborando en la parroquia? – Continuó con la conversación.

-          Sí, ya sabes que necesito limpiar mis pecados, y esa es una buena fórmula. Ayudo a la gente, mientras me ayudo a mí. – Sonrió. Sin poder evitarlo se santiguó, y volvió a mirar a su amiga. Mila necesitaba saber más, para poder tener todas las cartas.

-          ¿Y sigues sin novio? – Le sonrió pícaramente. – Ya será hora de que le des a ese cuerpazo alguna alegría, moza. – Le dijo forzando una sonrisa.

-          Calla, calla. – Se azoró Ely. – Voy a entregarme virgen en el matrimonio, como manda la ley de Dios. – Dijo sonriente. – El hombre que me quiera tendrá que respetarme, y asegurarme su amor. Cuando así sea, le daré todo mi cuerpo para servirle y amarle como una buena cristiana.

   Las palabras resonaban en la cabeza de Mila. Además de que no quería, a ver cómo coño se la iba a entregar a esos animales. Con esas creencias, era imposible que Mila se entregara a ningún hombre sin antes pasar por la vicaría. Eso le produjo tanto una sensación de alivio como de amargura. Por una parte, no sería fácil ni siquiera para ella conseguírsela, por lo tanto salvo que la forzaran a riesgo de ir a la cárcel no veía sencillo que la poseyeran. Sin embargo, con total seguridad ellos le exigirían que pensara en algo para seducirla y entregársela. Aún así, no lo iba a hacer hoy. Estaba deshecha, y necesitaba darse una ducha. Le dio un trago largo a su Alhambra, y se la terminó, eructando al final, y provocando una pequeña carcajada en Ely.

-          Perdón, jajaja! – Dijo entre risas. – Ely, cielo, he de irme. Pero hace tiempo que no charlamos. ¿Nos vemos mañana y tomamos algo?

-          ¡Claro! – Dijo entusiasmada la muchacha. – Estoy en el comedor social hasta 16h más o menos. Si quieres, pasa a por mí, tomamos algo y nos venimos a darnos un baño. – A Mila la última parte no le encantó, pero ya la cambiaría mañana si se daba el caso.

-          Hecho. – Sonrió la preciosa rubia. Aún volvió a descubrir a Ely mirando sus tetas, y volvió a comprobar la mirada de deseo que se apoderaba de su amiga. Ésta cerró los ojos y miró hacia otro lado posiblemente para esquivar la mirada de Mila. Acabó su cerveza y se sonrió.

-          Joder, que buena está. – Ambas rieron, entre otras cosas porque posiblemente tenía un doble sentido, y se encaminaron hacia la puerta. Ely se giró y le dio dos besos a Mila. – Hasta mañana, Mila.

-          Ciao, cariño. – Se despidió la joven. La vio alejarse y no pudo evitar mirar su culo. La verdad es que tenía un culazo de escándalo… y algo le decía que pronto iba a disfrutarlo…

   Con ese pensamiento subió a su habitación y se dio una ducha. Intentaba recopilar de nuevo todo lo que le había pasado en los últimos días, y que había cambiado su vida para siempre. Volvió a recordar el sabor amargo de los dedos de Álvaro, su polla orinando en su boca, y el misil de Sabonis partiéndola en dos, y de nuevo se descubrió frotando su coño con la esponja más fuerte de lo debido. Además, al cerrar los ojos se vio comiéndole el coño a Ely mientras a ésta Álvaro le follaba la boca, y Sabonis volvía a tomar su culo hasta abrirla en canal. Ely lloraba en su imagen, mientras se corría en su boca, presa de un duro conflicto interior que ella ya había pasado. Siguió con los ojos cerrados, se olvidó de toda lógica y se frotó lo más duro que pudo hasta que se corrió como una perra, mientras el agua caía sobre sus hombros, llevándose de paso sus lágrimas de desconcierto. Había perdido una parte del control de su cuerpo, de sus emociones, de su placer. Esos hijos de puta habían implantado el caos en su vida, y el desorden reinaba en su mente.

   Se vistió con algo ligero, y bajó a la piscina. Sabía que tenía que enfrentarse a ellos, hablar de nuevo, y ver qué querían hacer. Salió al jardín, y Álvaro estaba trasplantando algunas plantas, mientras Sabonis construía algo que parecía un muro con piedras irregulares. Se acercó, miró hacia ambos lados para asegurarse de que no podían oírles, y se sentó junto a ellos. Permaneció callada, como esperando a que se les olvidara el tema de Ely, y dejando que ver por dónde le salían. Fue Álvaro, como siempre, el que tomó la iniciativa.

-          Y bien, ¿Cuándo nos la vamos a poder follar? – Dijo con voz pausada, como si fuera lo más normal del mundo, y dando por hecho que eso iba a pasar.

-          A ver, Álvaro, no es tan sencillo. – Dijo Mila, con una mezcla de excusa y de verdad, por no saber cómo hacerlo. – No se le dice a alguien “Oye mira, esos dos cerdos me tienen grabada, y si no follas con ellos lo difundirán”. – Se los quedó mirando un rato en silencio. – ¿Qué creéis que haría? Pues lo normal es que se fuera para no volver, o que lo contara a alguien que no debe. Es una chica profundamente religiosa, y no traicionará su fe porque yo se lo pida. – Dejó que sus palabras hicieran efecto, y el silencio se prolongó unos segundos, hasta que Álvaro volvió a tomar la palabra.

-          Muy bien, pequeña zorra, pero sigues sin entender algo. – La miró con esos ojos de lobo que le provocaban asco y excitación a partes iguales. – Que me da igual cómo lo hagas. Que la consigas. Ya. En los próximos días. Que busques su punto débil… – Álvaro se quedó un rato pensativo. – Espera, que se me está ocurriendo algo. – Se llevó un dedo a la boca, y el silenció reino unos segundos más. – Su fe. Eso es. Ese es su punto débil. He visto sus ojos. Te desea. – Mila cerró los suyos instintivamente. – Y además creo que a ti tampoco te importaría follártela, puta. – Mila los abrió para mirar enfurecida a su agresor, al cerdo que la estaba martirizando… y al hombre que estaba haciendo explotar todos sus límites del placer. – Eso es lo que vas a hacer. – Continuó. – Sedúcela. Quiero que te la folles. Y preocúpate de grabarla con esto. – Álvaro sacó del bolsillo de su camisa un boli, que al girarlo un poco tenía una lucecita verde que permanecía oculta. – Esto es una grabadora HD, video y audio. Tienes unas dos horas de grabación. Tu padre es generoso y hemos cobrado por adelantado. – Su sonrisa de suficiencia, sus palabras de superioridad… sonaban asquerosas. – Esta noche descargaré nuestro encuentro en el porche y mañana te lo daré vacío, para que puedas utilizarlo. Solo hay que darle doble click aquí. Nada más. Te vas aprovechar de ella, y además quiero que la hagas disfrutar, que se vea bien. Una relación lésbica, además en su caso con amor, destrozará sus principios, y dejará su fe en tus manos. – Se sonrió, malévolamente. – ¡Huy, perdón! Quería decir… en las mías…

   Mila estaba encolerizada, mientras notaba sus ojos llenarse de lágrimas. Seguían grabándola, cada vez tenían más material, y lo peor de todo, cada vez estaba más sometida al placer que todo eso le daba. Todo su mundo, sus creencias, sus principios, se tambaleaban hasta caer y hacerse añicos. Y además ahora le proponían que despedazara también la vida de su amiga. Si le hubieran propuesto hacía una semana hacerlo a cambio de salvar su culo, lo habría hecho sin despeinarse, sin el menor de los remordimientos, sin importarle lo más mínimo nadie que no fuera ella. Pero ahora… eso había cambiado. No pudo más que dejar que una lágrima resbalara por su mejilla, hasta que se topó con los dedos ásperos de Álvaro, que la miraba sonriente, sin ningún atisbo de pena ni de arrepentimiento. Era una sonrisa victoriosa.

-          Y una cosa más. Eso no te exime de tener tareas diarias. – Su rostro era la pura imagen de la maldad, y también de la lujuria. – Mientras estemos aquí, vendrás todas las mañanas a preguntar, por si nos apetece que nos saques un biberón, o si queremos soltarte un par de ostias si hemos dormido mal. ¿Está claro? – Mila secó sus lágrimas, apartando la mano de Álvaro, y le miró con odio.

-          Está claro, hijo de la gran puta.

   Se giró y no miró atrás. Se fue a su cuarto, se duchó mientras lloraba un rato más, e intentaba no pensar en la excitación interna que sentía cada vez que aquel cabrón sin escrúpulos la tocaba y la humillaba. Mientras se secaba estuvo pensando un rato más, intentando que se le ocurriera una salida airosa del tema, pero seguía en sus manos, incluso cada vez más. Como las últimas veces que lo había hecho, llegó a la conclusión que de momento no tenía nada que hacer. Así que pasó a pensar en cómo y dónde seducir a su amiga. La verdad, no le hubiera importado hacerlo sin estar forzada, hacía tiempo que quería probar con otra chica… y Ely era una chica tremendamente atractiva. Después de meditar un rato, se decidió a simplemente a acercarse a ella, averiguar sus deseos, sus fantasías, y ver qué posibilidades tenía de seducirla. Además, una vez más no podía negar lo caliente que la ponía el tener que hacerlo porque aquellos dos asquerosos individuos la forzaran a ello. Esa lucha interior, entre lo que su cuerpo le mostraba y su cabeza le contradecía, la estaba matando. Durante la tarde estuvo whatsapeando con Ely, que se mostraba muy receptiva, muy cariñosa. Mila, tras un buen rato de conversación y viendo que Ely se abría, le dijo que no sabía a quién acudir, que tenía deseos ocultos, fantasías muy sucias, y que necesitaba desahogarse. Ely se mostró emocionada, y le dijo que ella también, y que le encantaría que se vieran. Mila se sentía segura en su habitación, y ellos no tenían porqué saber que las dos chicas estaban en el cuarto, así que le propuso a Ely que viniera a casa al día siguiente al salir del comedor social, y la joven aceptó.

   No fue una noche del todo plácida para Mila. Se despertaba entre sudores, mientras soñaba con lo que Álvaro y su amigo  podrían hacerle a ambas, y ello provocaba que su coño palpitara sin control. Aún así, consiguió amanecer sin masturbarse, se dio una ducha, se vistió con una faldita corta y una blusa y se dispuso a marcharse de casa a hacer unos recados. Cuando estaba a punto de salir, recordó las palabras de Álvaro, y dudó durante unos instantes. Seguramente no se enterarían… o quizá sí, y luego fuera peor. Al final se decidió a pasar al jardín. Los dos hombres estaban atareados, y ya comenzaban a sudar sus camisetas. Al verla, Álvaro se levantó y se dirigió al almacén. Sabonis lo siguió por inercia, y Mila se encaminó hacia allí. Al entrar cerraron la puerta tras ella. Álvaro se acercó. Le levantó la falda para ver el tanga por detrás, y admirar el hermoso culo de la niña. Pasó delante, metió dos dedos bajo la goma del mismo, y desplazó sus dedos ásperos hacia el coñito rasurado de la joven. Ésta no pudo evitar cerrar los ojos, mientras notaba dos grandes manos sobando sus tetas bajo la camiseta, sin ningún tipo de miramiento. Notó otra mano de Álvaro estirando de la goma de su tanga por detrás, y dejándolo a media rodilla, mientras dos dedos entrabas y salían ya de su interior, y su humedad comenzaba a ser evidente. En cuanto Álvaro la notó, sacó sus dedos del coñito de la chica, ahora lubricado, se los metió en la boca, y la obligó a limpiarlos. Cada vez que Mila notaba esos dedazos ásperos y sucios en su boca, le provocaban tanto asco… como excitación. Intentó resistirse, pero Álvaro le cruzó la cara de un sopapo, para de inmediato volver a metérselos. Su resistencia, su fuerza interior cada vez estaba más doblegada, y por si faltara poco, las manazas del grandullón manoseando sus pezones la estaban poniendo a mil. Además, seguía con la falda levantada y notaba sobre los vaqueros el inmenso pollón del animal intentando rozar con su culo. Sabía que se estaba humedeciendo a marchas forzadas, y que si a Álvaro le daba por volver a meterle los dedos lo descubriría, y su humillación sería mucho mayor. Así que solo se le ocurrió chupar los dedos con más ansias, con más dedicación, mirándolo a los ojos como una auténtica guarra. Eso provocó que esta vez tuviera suerte. A Álvaro no le gustaba verla disfrutar. Sacó los dedos de un tirón, la cogió de la muñeca y la empujó hacia la puerta.

-          Vete, zorra. Eres capaz de correrte si te quedas… – Dijo con media sonrisa. Ella se giró entre furiosa por no haberse corrido, y airosa por haberse salido con la suya, aunque se lo ocultó. No le iba a dar ninguna facilidad. Se subió el tanga notando los ojos de los dos hombres en su trasero, y cuando llevó la mano al pomo de la puerta, notó como Álvaro tiraba de ella. – Toma. – Le dio el bolígrafo del día anterior. – Recuerda que lo quiero todo grabado. Tienes iniciativa, lo sé. Pero no te pases de lista, o lo sabré. Ya sabes que tengo recursos… – La soltó y ella salió de inmediato. Esas palabras rebotaron un rato en su cabecita, aunque al salir de casa, las olvidó y se dedicó a sus quehaceres.

   La mañana transcurrió tranquila para ambas chicas. Sobre las 16h, y después de recoger todos los peroles y los platos del comedor social, Ely se arregló en el pequeño aseo y se dirigió a casa de Mila. Estaba inusualmente nerviosa. Se sentía atraída por esa chica desde que tenía uso de razón, pero algo había cambiado en ella. La había tratado de forma muy amistosa, cercana… quizá incluso demasiado. No había sido como otras veces, en las que se había mostrado como una arpía. Sin poder remediarlo, Ely comenzó a albergar en su interior un pequeño deseo de ser correspondida por Mila. Sabía que no iría más allá de algún encuentro, porque en cuanto se lo confesará a Don Antonio éste la volvería a llevar hacia el buen camino, limpiándola con sus manos, como hacía siempre, pero su deseo era puro, intenso, fraguado a fuego lento durante años, y hoy tal vez había una posibilidad de que surgiera algo.

   Por su parte, Mila también estaba nerviosa. Esta mañana, una vez más, había sentido como su cuerpo la desobedecía y se llevaba un calentón brutal sintiéndose usada por esos dos bárbaros. Encima, no podía negar que una parte de ella se había marchado cabreada porque no hubieran terminado la faena. Y ahora, ella estaba allí, en su habitación, coaccionada por ellos, para seducir a su amiga. Y aunque jamás lo admitiría, y luchaba contra su subconsciente a sabiendas de que llevaba las de perder, le daba un morbo brutal hacerlo en esas circunstancias. En eso pensaba cuando alguien llamó a la puerta de abajo, y oyó a su chacha acercarse a abrir. Oyó a ambas saludarse, y cómo le decía a Ely que ella estaba arriba. También escuchó como subía las escaleras, marcando sus pasos, y cómo los zuecos de tacón resonaban en la estancia. Salió a recibirla a la puerta, e intentó que no se viera que estaba nerviosa.

-          Hola, pequeña. – Le dijo, abrió los brazos para abrazarla, y Ely se fundió en él. Como tantas y tantas veces, Mila notó que se prolongaba, aunque esta vez… no le importó. Notó como sus pezones se endurecían, y se movió disimuladamente para que Ely también los notara. Ely no tardó en darse cuenta. Los enormes globos de su amiga siempre le habían causado fascinación, y acaba de notar como los pezones se le endurecían al abrazarla. Además, con aquella faldita minúscula y la blusa ligera Mila dejaba poco a la imaginación. Mila se separó para comprobar cómo Ely se ruborizaba, y también como sus ojos miraban furtivamente sus enhiestos pitones. Eso le dio seguridad, y cogiéndola de la mano la hizo pasar. – Ven, pasa a mi habitación, voy a por dos cervezas, y ahora subo. – Dejó a la joven allí, y bajó las escaleras en una carrera. En menos de un minuto estaba de vuelta. – Toma, está súper fría. Las he puesto un poco en el congelador. – Sonrió y chocó su botella contra la de su amiga. Ésta le sonrió. – Es que con el calor que hace… – Dijo Mila, al tiempo que cogía su camiseta por abajo y se abanicaba, dejando a la vista su precioso sujetador blanco de encaje. Ely no dejaba de mirar, mientras daba pequeños tragos a la cerveza, sin poder evitar que sus mejillas la delataran. – Pero bueno, sentémonos. – La cogió del brazo y la llevó a la cama. Ambas se sentaron, y Mila con naturalidad, se descalzó, y se sentó cruzando sus piernas sobre la cama, dejando claramente a la vista su tanguita blanco, apenas un trozo de tela que trasparentaba más de lo debido. Ely se sentó de medio lado, con sus piernas dobladas, pero juntas. Aún así, el pantaloncito corto deportivo que utilizaba dejaba una buena parte de nalga al aire, dándole un aire muy sensual a la postura. Mila le había dado bastantes vueltas a cómo hacerlo, pero en realidad, ahora veía que le resultaría bastante fácil. O mucho se equivocaba, o Ely venía predispuesta a que pasara. Se acercó a ella un poco más, hasta que sus pies se rozaron, la cogió de la mano, y le habló despacio, bajando el volumen, creando el clima adecuado. – Ely, tengo que confesarte algo.

-          Yo también. – Se adelantó la joven, lo que hizo que aún se ruborizase más. Miró hacia arriba y encima de la cama había un precioso crucifijo de porcelana blanca, de formas redondeadas y sin respaldo, con lo que únicamente lo formaba el cuerpo de Cristo en cruz, colgado por una alcayata. A Ely le pareció que deslumbraba, y que era una señal de que no hacía nada malo. Allá dónde fuera, Él siempre estaba con ella. Se tranquilizó, y se excusó.  – Perdona, Mila, tú primero.

-          No te preocupes, cielo. Yo también estoy nerviosa. – Alargó una mano para acariciar su mejilla. La miró con dulzura, y con un punto de deseo, y continuó. – En los últimos días he descubierto varias cosas sobre el sexo. He tenido sueños, fantasías, algunas experiencias… que lo han cambiado todo. – Hizo una pausa, y continuó. – Ely, me gusta muy duro. – La miró con ojos encendidos, enseñándole toda su excitación, mostrándole a su amiga lo caliente que estaba. – Y además, he descubierto… que me gustaría probar con otra chica. – Se mordió el labio para que Ely lo viera, y justo después se cubrió un poco la cara con falsa vergüenza.

-          Joder, Mila. – Ely tuvo que hacer un esfuerzo para no santiguarse. – Es exactamente lo que te iba a contar. Si no fuera porque mi fe me ha mantenido firme, ya hubiera probado con alguna otra mujer. – Levantó un poco la mirada, vio el deseo en los ojos de Mila, y la volvió a bajar. – Pero es que en los últimos tiempos no hago más que soñar con chicos que me rodean en el autobús y me meten mano por todos sitios, fantaseo con señores que me arrinconan en el parque y me piden que les saque sus arrugadas y largas pollas, que les vea orinar y que juegue con su pipí; pero es que deseo que los viejos a los que no les gusta lo que les pongo en el comedor me lleven al almacén y me violen… y  me excito tanto... que me cuesta la vida no masturbarme… Es pecado, Mila, lo dice la biblia. – Hablaba como una autómata, aunque hacía rato que sus piernas se movían inquietas, buscando el roce, sintiendo como sus braguitas se mojaban bajo los pantaloncitos de deporte que utilizaba. Había cerrado un momento los ojos, y cuando los abrió vio a Mila muy cerca, casi a su lado, notó su mano en su tobillo, y como subía rozando con las yemas por el lateral de su pierna.

-          Ely… – Los dedos no dejaban de subir, hasta que llegaron al pantalón. Le había dado mil vueltas a ese momento. Sabía que esa declaración la dejaba a los pies de los caballos. Cuando Álvaro viera la grabación sabría que podía follársela cuando quisiera. Ella sabía que hay una diferencia muy grande entre una fantasía, y una realidad. Ella la había sufrido, mucho… pero ahora no podía negar lo evidente, y es que disfrutaba. Si a Ely le pasaba igual… podía acabar como ella, gozando como una zorra. Mila se auto engañaba para poder aprovecharse de Ely como querían sus abusadores, lo que cerraba un círculo vicioso tan repugnante como morboso.  – Quieres besarme desde hace tiempo… y yo a ti. – Mintió. Su mano hizo un pequeño esfuerzo y empujó una de las piernas de su amiga. Ésta se dejó hacer mientras cerraba de nuevo los ojos. Mila se arrimó lentamente, hasta alcanzar con la otra mano a rozar los pezones de su presa sobre la camiseta, comprobando que comenzaban a marcarse cada vez más, al tiempo que la respiración de la muchacha se aceleraba. Rodeó el contorno de los juveniles pechos, y se acercó más todavía, hasta que sus labios casi se rozaron. – Tú no puedes masturbarte porque es pecado. Pues yo lo haré por ti. – Unió sus labios a los de su amiga, e introdujo la lengua en su boca. Ely reaccionó moviendo tímidamente la suya, aunque su respiración la delataba. Mila apartó con sus dedos sin demasiado esfuerzo el pantaloncito, llegando hasta el coñito virgen de su amiga, escondido entre abundante vello. Buscó sus labios mayores, y los masajeó, mientras las lenguas cada vez se encontraban con mayor viveza. Buscó su clítoris, descubrió su capuchón y lo acarició un poco, mientras los jadeos de su amiga eran evidentes. Mila notaba las manos de su amiga moverse inquietas bajo su camiseta, así que desabrochó su sujetador con una mano, y le dejó acceso a sus mamas. Ely subió hasta encontrarlas y con evidente torpeza pero con mucha ansia se puso a sobarlas sin consideración, con un ardor descomunal. Mila la siguió masturbando, mientras las dos se tocaban, curiosas, intentando descubrirse mutuamente los puntos de placer, hasta que Ely, entre jadeos, comenzó a correrse.

-          Joder Mila, me corro. – Suspiró. – Oh, Dios, perdóname, te lo suplico. Perdona  a esta zorra. – Cerraba los ojos con fuerza, mientras suplicaba. – Dios bendito y misericordioso, perdóname, pero me corro, me corro, me corro… – Se puso a temblar, y a jadear, fruto del orgasmo brutal que la arrasaba, incluso hasta acabar mordiendo el labio de Mila, mientras la besaba con rudeza. No podía dejar de mover sus manos alrededor de las hipnotizantes mamas de su amiga. La atracción que sufría por ellas era obsesiva. Cuando estaban juntas, no podía dejar de mirarlas. Sabía que Mila la había descubierto varias veces, pero ella era incapaz de controlar el instinto de tocarlas, el deseo de besarlas. Soltó el labio, sonrió, y miró a su amiga. – Lo siento si te he hecho daño. No he podido contenerme. – No dejaba de magrear las tetas de su amiga mientras hablaba. – Y lo de tus tetas… pufff… es que me ponen un montón. – Reconoció.

-          Lo sé, Ely. Desde siempre. – Le sonrió, mientras no dejaba de acariciar el coñito de su amiga. Poco a poco sus dedos fueron acercándose a su cueva, e hizo la intención de meter uno. Ely se retiró un poco.

-          ¿Qué haces, Mila? – Preguntó un poco asustada.

-          Nada, cielo. – Dijo con voz calmada. – Voy a romper tu himen. Quiero que me entregues tu virginidad. – Le dijo sonriendo. Ely cogió con suavidad la mano de Mila para detenerla, aunque no la apartó.

-           Sabes que me gustaría llegar virgen al matrimonio. – Le respondió.

-          Mira, Ely, la virginidad está completamente sobrevalorada. Sólo has de sentirte a gusto con quien lo hagas. Es una barrera que todos hemos de cruzar, de romper. Es un paso hacia la libertad. – Argumentó. – Además, ¿quién te dice que cualquier día no te coge un tío de esos a los que provocas, queriendo o sin querer, y se la lleva por la fuerza? Si me la entregas a mí, lo harás con alguien a quién deseas… a quien quieres...

-          Mmmmm… – Murmuró Ely. – Eso de por la fuerza suena muy bien. – Bromeó. Sin embargo aquello hizo reaccionar a Mila. Fue como un resorte, como un despertador. Se apartó de ella y se levantó de la cama. Ely la miraba extrañada. – ¿Qué pasa, Mila? ¿He dicho algo que te ha molestado?

-          No digas eso ni en broma, Ely. Nunca. – Caminaba de un lado a otro de la habitación, nerviosa. Sabía que ellos lo escucharían todo, lo estaba grabando. – No pasa nada, lo editaré y borraré esa parte. – Dijo en voz alta. Cuando se dio cuenta, Ely la miraba desconcertada.

-          ¿El qué has de borrar, Mila? – Ely no entendía nada. Su amiga estaba muy nerviosa, y ella no acababa de entender muy bien porqué.

-          Mira, cielo, los hombres que hay en el jardín me tienen pillada por las pelotas. – Confesó. Hablaba atropelladamente, intentando aclarar sus ideas. – Me grabaron fumada, drogada, y abusaron de mí. Pero tienen un montón de material mío, en el que parece que disfrute… y ahora… te querían a ti... – Seguía nerviosa, mientras Ely comenzaba a asustarse. – Pero no lo haré. Me ha gustado hacerlo contigo, no dejaré que te hagan nada…

   De repente, la puerta de la habitación se abrió, y Álvaro y Sabonis entraron en ella sin articular palabra. El gigante llevaba un trozo de precinto en la mano, que puso en la boca de Ely sin demasiada complicación. Ésta pataleaba, pero las fuerzas no estaban igualadas. Álvaro se acercó en dos zancadas a Mila, y del guantazo le giró la cara, y la hizo caer de la cama. La cogió de la coleta y la obligó a levantarse, mientras no dejaba de abofetearla. Por su parte, Sabonis había reducido sin demasiada complicación a Ely con precinto, encintando sus manos y sus tobillos a la espalda y atándolos entre sí. La dejó sobre la cama para que pudiera ver bien todo lo que ocurría en la habitación. Álvaro se calmó cuando Sabonis sostuvo por detrás a Mila. Tampoco quería que quedaran marcas en su cara, así que comenzó a dar sonoros tortazos a las tetas de la muchacha, libres de su sujetador. Rompió la blusa, dejando al aire sus enormes tetazas, y comenzó a golpearlas con ambas manos. El bamboleo era hipnótico, al igual que el sonido. Buscó dos clips en la mesa, y los puso en los pezones. Mila lloriqueaba, con lo que el grandullón le llenó la boca metiendo un par de dedos en ella. Con la otra mano no perdía el tiempo, y ya había arrancado el precioso tanga de encaje blanco y metía otros dos dedos en el coño de la niña. Ely miraba la escena horrorizada, mientras las lágrimas resbalaban por su mejilla.

-          Menos mal que se me ocurrió poner un micro, si no esta zorra barata podía haberlo echado todo a perder. – A Ely le pareció una voz horrorosa, salida de ultratumba. En un momento dado, Álvaro se giró hacia Ella, y le habló. – Voy a quitarte el precinto. Si gritas, el video que acabáis de grabar en esta habitación las dos correrá como la espuma entre tus amistades, por tu familia, por tu parroquia. No querrás eso, ¿verdad? – Ely no sabía qué hacer, ni siquiera sabía muy bien de qué hablaba, pero tenía pocas opciones, así que asintió. – Muy bien, pequeña, pero antes quiero enseñarte algo. – Sacó su móvil, y le enseño los grandes éxitos de Mila, el material con la que la tenían sometida. Ely tenía la mirada perdida, e interiormente estaba horrorizada. Álvaro le quitó el precinto, espero unos segundos a que Ely acompasara la respiración, y siguió hablándole muy calmadamente. – Eso está mejor. Mira, seré claro. Tienes las de perder. Vamos a hacer lo que nos venga en gana igual, pero puede doler más… o doler menos. – La pobre chica estaba completamente aaturdida. Miró a Mila, pero esta tenía la cabeza gacha, mientras el grandullón había levantado su faldita y se la follaba por detrás. Ely no había visto como la penetraba, así que no había descubierto el paquete sorpresa del grandullón. Quería ver en ella alguna señal de sufrimiento, pero… más bien al contrario, juraría que ella se estaba corriendo. La voz de Álvaro la sacó de sus pensamientos. – Si no haces lo que te pedimos, Mila irá al infierno, y no solo al de tu Dios. Publicaremos copias de este material, junto con el vuestro que acaba de grabar por todas las redes sociales. Vuestra vida será un caos, será vuestra perdición. – Hizo una pausa, y miró inquisitivamente a Ely. Álvaro sabía cómo dominar los tiempos, además de que contaba con mucha información. Ely cada vez parecía más un conejo asustado, en medio de una carretera, sin saber muy bien qué dirección tomar al ver acercarse las luces. – Pero… si haces lo que te pedimos, si te unes a Mila, a cambio seré muy bueno contigo, y dejaré que tu virginidad se la “entregues” a alguien a quien amas de verdad.

   Ely estaba completamente desconcertada, desarbolada, con el corazón a punto de salirse del pecho, y el miedo recorriendo todo su ser. Sin embargo, ver como su amiga no podía evitar gozar bajo el cuerpo de aquel animal, que al tiempo que la follaba de forma salvaje la cogía de las tetas sin ningún tipo de miramiento… hacía que una duda inquieta revoloteara en su cabecita. Ello, sumado a que tampoco podía hacer más, y a que las arrugas de aquel hombre, el brillo de sus ojos, las canas de su pelo… la tenían sugestionada de manera brutal, hizo que asintiera con la cabeza a la proposición casi por inercia, mientras notaba su mirada llena de odio, de deseo, y también de victoria, todo mezclado, todo al mismo tiempo. Se acercó a Mila, miró a su compañero que asintió con la cabeza, y le cogió la cara por la barbilla. La niña acababa de correrse y estaba desmadeja, únicamente sujetada por el trabuco del gigante. Álvaro le dio un par de bofetones, y Mila volvió en sí. La miró, y le habló con voz calmada.

-          Enhorabuena. Vas a follarte a tu amiga. – La cogió del pelo, firme pero sin violencia, y la llevó entre las piernas de la linda muchacha. Ely no pudo más que abrir las piernas y dejarse hacer. Álvaro rompió el precinto de los tobillos, le sacó los pantaloncitos junto con un culote muy fino, dejando a la vista un coño velludo y visiblemente mojado de la anterior corrida. Álvaro se acercó, se bajó los pantalones y puso su polla cerca de la cara de Ely. – Pequeña, hoy vas a hacer tu primera mamada. Seguro que te esfuerzas en que se te de bien. – Metió la mano entre el pelo rizado de la chica, la cogió bien cerca de la nuca, y acercó su miembro a la boca. Ely abrió la boca casi por instinto, mientras notaba el trozo de carne entrando en su interior. Al principio le pareció desagradable, recordó que la estaban forzando, y quiso sentir asco. Pero al instante notó las manos y la lengua de Mila acariciando su coñito, aunque lo hacía por oleadas, provocadas por los empujones que aquel Shrek de carne y hueso le daba a su amiga. Miraba cómo la empotraba con fuerza, lo que le produjo un escalofrío, y abrió el grifo de la excitación. La polla del viejo poco a poco le parecía menos asquerosa, y casi sin darse cuenta el morbo de la situación la fue dominando. La lengua de su amiga, aunque a golpes, comenzaba a hacer su función, lo que la animaba a chupar el mástil de su boca con más ansia que habilidad. – Muy bien, zorrón. Lo estás haciendo estupendamente. – La animaba Álvaro. – Ha llegado la hora de romper tu barrera. – Álvaro miró a Sabonis, que salió del interior de Mila y se apartó un poco de ella. Cuando Ely vio el inmenso pollón del grandullón no pudo evitar abrir muchísimo la boca. Álvaro aprovechó y se la metió hasta el fondo, lo que produjo la primera arcada en ella. – Tranquila, pequeña. Esto es normal. – Ely tosía, mientras la baba le caía por entre los labios y los ojos se le llenaban de lágrimas. Se sacó de la boca la polla de Álvaro un instante y habló con voz entrecortada.

-          Por favor, señor. – Suplicó. – Dime que ese monstruo no se va a llevar mi virginidad. – Dijo señalando el mazo que Sabonis pajeaba frente a ella.

-          No, cielo. He dicho alguien a quién amas. – La miró con maldad. Era perversión pura. Levantó la mirada, encontró la de Sabonis, y le señaló la pared con un gesto. Sabonis miró, y le devolvió la mirada con una sonrisa de oreja a oreja. Álvaro le sonrió y asintió. Sabonis alargó la mano y descolgó el crucifijo. Se lo dio a Mila, y Álvaro le habló con dulzura. – Hazlo con esto. – Susurró, mientras se sonreía satisfecho de su propia depravación. Mila levantó la mirada, con expresión de queja, pero recibió un sonoro bofetón, y las manos de Sabonis, untando de saliva de nuevo su coño y perforándolo de nuevo con su martillo pilón. Álvaro alargó la mano y sacó su móvil, y en unos segundos estaba grabando. – Vamos Mila, es tuya. Lo estás deseando. Hazlo de una puta vez.

   Mila era un mar de confusión. No podía negarse pero aquello era la degradación suprema, la obscenidad en estado puro. Se sentía tan asquerosa, tan humillada… y tan excitada… Y lo peor es que Ely de momento tampoco había sufrido demasiado, se estaban comportando con ella. Además, en lo más profundo de su interior… quería hacerlo. Quería tener una cómplice, una amiga, alguien que llevara con ella ese inmenso vaivén de sensaciones, esa violenta mezcla de sentimientos. Así que no se lo pensó mucho, y dirigió los pies del crucifijo hacia el coño de su amiga. Antes, en un arrebato de morbo, de locura, se lo metió en la boca y lo chupó, para que entrara con mayor facilidad. Introdujo un poco en la cueva, mientras Ely se movía inquieta. Le costaba ser dulce y suave, con aquel viejo enorme que parecía haber bajado de de las montañas masacrando su coño a pollazos. Llegó un momento en que encontró resistencia, e imaginó que se trataba del himen. Álvaro también lo vio, y le hizo un gesto a Sabonis. Éste sacó la polla del coño de su presa, y lo dirigió a su culo.

-          Mila. – Le dijo Álvaro. – Desde este instante van a estar destrozando tu culo hasta que consigas que ella se corra, así que déjate de miramientos.

   Mila ya notaba el empuje de aquel cerdo intentando violar de nuevo su entrada posterior, y el dolor agudo que ello conllevaba, sobre todo al principio. Parecía que no podía, así que notó como se retiraba, y sintió sus manazas recogiendo flujo de su coño y llevándolo a su esfínter. Sabía que tarde o temprano lo conseguiría, así que intentó relajarse y se centró en Ely. Dio un pequeño empujón sobre el crucifijo y rompió el himen. Notó que la resistencia cedía, y que la sangre brotaba por el coñito de su amiga, bañando la cruz. La escena era tan jodidamente obscena como morbosa… Para Ely aquel pequeño crujido interior fue el fin y el principio. Se sentía cerca de Él, y su amiga estaba siendo todo lo suave que le permitía la situación, así que se sintió libre, dejó que su cuerpo disfrutara, y se relajó. Soltó un quejido, casi por inercia, pero apenas fue notorio. Eso animó a Mila a seguir empujando, hasta que los brazos del Cristo llegaron al monte de Venus. Entonces comenzó un mete saca rítmico, al tiempo que el obús perforaba su culo lentamente, pero sin detenerse. Sentía un inmenso morbazo por la situación, como ya le había pasado otras veces con ellos, pero esta vez aumentado por la pasividad de su amiga, porque acababa de entregarle su virginidad, y porque la estaba perforando con un crucifijo. Un puto crucifijo, joder, a una ferviente católica, religiosa como pocas, creyente, practicante y devota, empujado por su amiga, que a su vez era follada como una furcia por dos animales, vejada y humillada, y a la que el morbo nublaba el pensamiento. Y esta vez no podía echarle la culpa a las drogas, todo era culpa del tótem con el que soñaba, que de nuevo estaba perforando su culo y a punto de conseguirle un nuevo orgasmo descomunal. Intensificó el movimiento con la cruz, al tiempo que Ely apuraba la mamada. La muchacha por su parte no era capaz de gestionar esa mezcla. El asco se unía con el placer, el pecado con el morbo, la desesperación con la excitación, el mal con el bien. El inmenso dolor prometido por la pérdida de la virginidad apenas lo fue, y un placer sordo y continuo lo fue llenando todo. Y ahora notaba como su primer orgasmo vaginal venía, y ya no se iba a detener. Mila lo notó en la tensión de las piernas, así que apretó también sus músculos para ayudar al gigante a que se corriera en una orgía escabrosa y descontrolada. Los orgasmos se fueron sucediendo, uno tras otro. Primero Ely, que apenas pudo emitir un sonido gutural, ya que Álvaro seguía llenándole la boca de polla. Si no la hubiera tenido sujeta por el pelo, se habría derrumbado hacía rato. Sabonis fue el siguiente, blasfemando y llenando el culo de la chica con abundante leche caliente. Al notarlo, Mila sintió que también se iba. Además, veía el flujo de su amiga mezclado con la sangre saliendo a borbotones de su coño, lo que la encendió aún más. Acercó su cara, sacó la lengua y lamió parte de ese flujo, mientras con una mano comenzó a masturbarse con violencia hasta que notó que se corría, apretando más la polla de su culo, y casi perdiendo el conocimiento sobre el coño de su amiga. Como las últimas veces, el descontrol de su placer era tan explosivo como desconcertante. Hizo un esfuerzo, apoyó la cabeza sobre el muslo de su amiga, y se quedó mirándola. El último en correrse fue Álvaro, que llenó la boca de semen de Ely, mientras esta tosía y dejaba caer gran parte.  Todos se dejaron caer sobre la cama. Deshechos. Pero Ely  se sentía particularmente desconcertada. Sentía tanto asco como excitación por lo que acababa de suceder. Pero lo peor era que su fe estaba comenzando a resquebrajarse. No por el hecho en sí, que aunque era muy grave, sabía que siempre había una absolución acorde a cada pecado. El problema es que… acababa de darse cuenta de a qué olía Mila el otro día. Y también a qué olía Don Antonio tras su última confesión. Aquel hijo de puta se había corrido. Sus creencias se estaban deshaciendo como azucarillos. Mila pareció percatarse, y se acercó para abrazarla, y darle un casto beso en los labios, mientras secaba sus lágrimas. Álvaro las miró, y dejó de grabar.

-          Muy bien, chicas. Habéis estado fantásticas. – Miró a Ely, que lo observaba con temor y recelo. – No está mal para la primera vez. – Se sonrió, y se acercó para susurrarle algo al oído, lo suficientemente fuerte para que Mila la oyera. – Y ahora pequeña, vamos a cumplir toooooodos tus sueños, tus fantasías, tus deseos…

  

Continuará...

Gracias a todxs por los mails, por las valoraciones, por los comentarios. Los espero también para este relato, para poder continuar la serie y para darle un final digno a los protagonistas. Besos.