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El Internado de las Novicias Púrpuras 4

en Interracial

   A menos de medio kilómetro de allí, el Sr. Davis visitaba a su jefe, y lo ponía al día. Don Rafael no se tomó muy bien las exigencias del sueco, y mucho menos que los Johnson estuvieran tras Leslie. Ya tuvo que ceder con Paz, muy a su pesar, pero Margaret lo convenció de que era lo mejor. El Internado apenas llevaba abierto unos años, y la primera “disputa” debían ganarla los fundadores, casi por una cuestión de protocolo. Pero ahora era distinto. Él no había podido catar a Paz, y no porque no hubiera buscado la ocasión, pero Alex, que la solía tener a su disposición, era muy celoso en su posesión, como lo había sido en el seguimiento hasta su graduación.

   Don Rafael fumaba tranquilamente de una pipa de madera de rabo largo, intentando hacer anillos como si fuera un hobbit. Estaba pensativo, disfrutando de un estupendo masaje de pies que le propinaban dos de sus perras, otrora maltrechas. El equipo médico del Internado hacía un trabajo sensacional con las chicas. Además de recuperar los cuerpos maltrechos para el uso y disfrute de sus dueños en apenas unas horas, la forma en la que lo hacían, la delicadeza con la que trataban a las chicas hacía que éstas confiaran ciegamente en ellos, con lo que las recuperaciones aún eran más tempranas para beneficio de todos. Las jóvenes no se preocupaban demasiado de las drogas que les suministraban, solamente sabían que el tratamiento les traía de nuevo bienestar y seguridad, así que se dejaban hacer.

-          Desirée, chúpame los dedos. Todos, uno por uno. Y cuando acabes, métete los cinco juntos. – Dijo mirando a una de las jóvenes. El viejo tenía una mirada brillante, siempre excitado, en constante deseo. – Y Carla, tú cómele el coño mientras. Si no te corres – dijo mirando a Desirée – luego te dejaré escoger la forma en que te corres esta semana. Si lo haces, Carla será quién se corra, y tú iras al potro.

   No esperó respuesta, porque no iba a haberla. Despacio, Desirée comenzó a lamerle los dedos de los pies. Carla levantó la minúscula falda del uniforme y se puso a lamer los hinchados labios de su compañera. Ambas se esforzaban buscando su premio, obedeciendo a su dueño. Independientemente del deseo que todas llevaban implícito a la hora de seleccionarlas, más el que se inculcaba durante los años de adiestramiento, la forma en la que los dueños trataban a sus perras las ponía a mil. Era una mezcla explosiva de excitación propia, inducida, química y naturaleza sumisa de las chicas. Solo había que ver como una dejaba reluciente el pie de Don Rafael, y como la otra se afanaba con el clítoris de su compañera. Así estuvieron un rato, mientras el Dueño observaba atentamente a sus chicas. Carla no consiguió que su amiga se corriera, aunque Don Rafael estaba satisfecho con el espectáculo y se conformó abofeteándola durante un rato. Curiosamente Desirée no se movió del lado de su compañera, y estuvo atenta durante todo el rato que duró el castigo.

-          Está bien, Desirée. – Dijo Don Rafael, observándola con curiosidad. – Dime como quieres correrte.

-          ¿Puede pegarme un poco más fuerte que a ella, por favor? – Dijo ruborizada. – Se lo suplico, señor.

-          Claro, pequeña. – El hombre se sonrió, muy satisfecho con la petición de su esclava. – Y si quieres, cuando te corras, puedes hacerlo sobre Carla, Ya sabes que me gusta que vuestras corridas sean muy… abundantes…

-          Como desee, Amo.

   Durante los años de formación les enseñaban a provocarse y a provocar en sus compañeras el squirt, de manera que el espectáculo fuera mucho más “húmedo” y llamativo para los Dueños. Carla se acostó en el suelo y Desiré se arrodilló dejando su joven coñito a la altura de la boca de su amiga. El primer bofetón del hombre la hizo tambalear y casi caer, pero Carla instintivamente la había cogido por las piernas y le comía el coño con avidez. Metía su lengua por el interior de la vagina, follándosela de una manera tierna y húmeda. El contraste con la severidad de los bofetones de su Amo era brutal, y la estaban dejando al borde del Nirvana. Le hubiera gustado prolongarlo más pero no quería tentar a la suerte.

-          Amo. – Dijo entre jadeos, con su cara muy enrojecida por los golpes. – Su puta quiere correrse. – Dijo gimiendo y lloriqueando. – Su perra le pide por favor que la deje terminar. Se lo suplica, Señor. – Apenas podía hablar, controlando su cuerpo en el límite, tal y como la habían enseñado. Un nuevo bofetón la sacó un poco de su ensoñación e hizo que se sonriera casi imperceptiblemente.

-          Hazlo, perra. Pero que sea abundante.

   Desirée se introdujo los dedos corazón y anular y buscó su punto, ese en el cuál estaba su “clic”. La lengua de Carla recorriendo su ano y su mano por fuera ayudaba y mucho. En unos pocos segundos comenzó a correrse entre temblores. Puso la mano frente a su coño, de manera que los chorros explotaron contra ella y fueron a parar a la cara de Carla. Esta abría la boca de manera obscena para disfrute de su mentor. Recogía lo que podía con la lengua mientras que el resto le chorreaba por la cara con un aspecto realmente morboso. Don Rafael estaba disfrutando de lo lindo. Incluso pensaba en poner el vídeo repetido mientras se follaba la boca de Eva. Desirée por su parte terminó de correrse sobre su compañera y se dejó caer sobre ella. Don Rafael las miró y no pudo evitar una sonrisa. Después pensó en que había sido suficiente compasivo y cariñoso por hoy y que debía volver a su estampa habitual.

-          Mirad perras cómo lo habéis dejado todo. – Señalaba con la mano el suelo mojado por los restos de la corrida de Desirée. – Quiero que lo dejéis bien limpio. Con la lengua, claro. Y luego le limpias la cara, perra, que mira cómo la has dejado.

   Desirée asintió con la cabeza y se puso junto a Carla a lamer el suelo. Aunque las instalaciones siempre estaban escrupulosamente limpias aquellos mandatos tan humillantes siempre daban un poco de reparo… pero al mismo tiempo, y por lo mismo, las excitaba notablemente. Lamieron con esmero todo el suelo, hasta que sus caras se encontraron. Desirée lamió con gula toda el rostro de su amiga hasta que ambas lenguas se encontraron, arrodilladas en el suelo, y mirando a su Amo. Todas sabían que aquello le encantaba, así que estuvieron comiéndose la boca y entrelazando lenguas hasta que Don Rafael alzó la mano.

-          Podéis retiraros, putas. – Dijo con sorna. El espectáculo le había cambiado el humor.- Que si os dejo os comeríais enteras... – Hizo un ademán con la mano y las chicas se retiraron, dejándole de nuevo con los pensamientos sobre Leslie, y sobre como cambiar sus posibilidades de ganar la partida.

   Por su parte, el Sr. Olson no cabía en sí de ganas, de deseo. Por fin iba a disfrutar de Paz y lo iba a hacer como Little Girl, lo cual era más que un sueño. Sabía que tenía una buena mano, pero también que el póker es peligroso, y que una mala carta en la mesa te cambia todo de repente. Y más jugando con gente tan poderosa como ésta. Pero no iba a dejar pasar la oportunidad.

   A las 19:50h el Sr. Olson se encaminó a la residencia de los Johnson, una de las mansiones más grandes y lujosas del complejo del Internado. Llamó a la puerta y una de las perritas de la casa le abrió. Se llamaba Jeanne, y era una rubita veinteañera enjuta y espigada proveniente de una zona de la Suecia más fría. Mucha gente se sorprendió de que los Johnson la eligieran en el primer reparto. No era la más voluptuosa ni mucho menos, aunque tenía una cara angelical. Luego se comentó que las educadoras le habían asegurado que tendría el coño más prieto del internado, y resultó que solo era verdad a medias. También tenía el culo más estrecho del centro. La falda tablada de cuadros era minúscula, y sin esforzarse, solo de caminar tras ella se podía ver claramente su ano y parte de los labios de su coño desnudo. La blusa tapaba algo más, y aunque sus pechos no eran nada generosos sobre la tela se veían claramente marcados dos piercings, uno por pezón. No estaba mal para empezar. Jeanne se paró nada más cruzar una puerta y asintió con la cabeza a Alex, que estaba algo más allá sentado en un lado de una mesa, y en la que al otro lado había una silla vacía. Jeanne se acercó a la mesa y se paró junto a la silla vacía, mientras que Alex indicaba al sueco con la mano que se sentara. Jeanne acomodó la silla del invitado, y se acercó a su dueño. Éste la miró sonriente, pasó la mano bajo la minúscula prenda que hacía de falda, y le metió dos dedos a la joven. Ésta cerró los ojos, y contuvo una sonrisa. El hombre sacó los dos dedos húmedos y relucientes, se acercó a un plato, cogió unas gambas y se las llevó a la boca.

-          A mí me gusta que el marisco esté sabroso. – Dijo al sueco, y éste le devolvió una sonrisa. – ¿Gustas?

-          La verdad, aunque tu perrita tiene una pinta muy exquisita, me apetecería mucho hacerlo con Paz. – Sabía que no estaba bien rechazar un ofrecimiento del anfitrión sobre todo cuando éste es un Johnson, pero el deseo le pudo. Cuando vio la reacción de su anfitrión supo que se había equivocado

-          Tendrás que esperar, hijo de puta. – Lo dijo serio, pero al segundo se sonrió. – Disculpa los modales, no acostumbro a que rechacen un manjar así. A Paz la están preparando para los entrantes y después nos servirá el postre.

-          Disculpa mi necedad. – Dijo intentando arreglarlo en la medida de lo posible. – Deja que prueba tu puta, estaré encantado. – La respuesta pareció satisfacer a Alex, que indicó a Jeanne que se acercara. Nada más posar su mano en el muslo de la joven notó la vibración. La pequeña llevaba un vibrador incrustado, lo que la convertía en una pequeña fábrica de flujo. Las mejillas se le sonrojaron todavía más cuando notó los dos dedos del sueco hurgando en su coñito y saliendo brillantes y mojados. Los llevó al plato y emuló a su anfitrión. La verdad es que la mezcla del marisco fresco con el flujo de la muchacha era una combinación brutal. – Riquísimo, Alex. Una auténtica delicatesen…

-          Lo sé. – Se sonrió satisfecho de haber ganado el primer asalto con el paso atrás del sueco. – Jeanne, tráenos los entrantes.

   Y dicho esto, se puso en un lateral de la mesa, levantó el mantel, se oyó un “clic”, y la mesa se movió tras ella, hasta desaparecer por una puerta abatible en un lateral de la estancia. Se hizo el silencio, tal vez un poco incómodo, aunque apenas fueron  quince segundos. La puerta abatible se volvió a abrir, y Jeanne apareció empujando una mesa de ensueño. Sobre  una plataforma de cristal yacía Paz, completamente desnuda y convertida en un espectacular nyotaimori. Tenía los ojos cerrados, y sus labios gruesos y carnosos permanecían pegados. La mesa no era muy grande ya que sus piernas colgaban desde sus rodillas por un lado. Desde su cuello hasta sus muslos todo su cuerpo estaba lleno de sushi y de sushimi. Sobre los pezones se había dejado caer salsa picante, que le daba un aspecto increíble a sus generosos pechos. Y entre sus labios genitales se habían emplazado con un gusto exquisito diversas bolas de caviar, de un tamaño más que considerable, como también lo sería su precio. Al sueco le costó mantener la boca cerrada y aparentar naturalidad, aunque Alex ya se había percatado de su impaciencia.

-          ¿Ve como valía la pena esperar? – Dijo con amabilidad y dando por cerrada la discusión primera.

-          Sin duda, Alex. Sin duda…

   Haciendo un esfuerzo por no lanzarse sobre la mulata cogió un par de trozos de sushi y recogió con los dedos del pezón un poco de salsa, y se lo llevó a la boca. Alex por su parte hizo lo mismo, fueron devorando todo el manjar, aprovechando el sueco su paso por el cuerpo de la joven para tocarlo y admirarlo. Cuando terminaron, las bolas de caviar seguían en su sitio. Alex miró a su invitado.

-          Venga, para ti. Yo lo tengo más a menudo. – El sueco se sonrió, y asintió agradecido. Se acercó a la esquina de la mesa, abrió bien las piernas de la mulata y con la lengua recogió todo el caviar, más el flujo de la joven, a la que la utilización de su cuerpo como exposición la excitaba sobremanera. Volvió a pasar la lengua, aunque ya no quedaban huevas. Daba igual. Aquella chica sabía a miel y a deseo. Sabía a vicio.

-          Bueno, ya está bien, que aún nos quedan las langostas. –

   Alex se sonrió y le hizo un ademán a Jeanne para que retirara la mesa. Se repitió la escena anterior, solo que esta vez sobre una mesa de acero venían las dos langostas listas para devorar. Apenas diez o quince minutos después ambos hombres daban por terminado el festín. Apenas habían cambiado un par de frases sobre lo increíble del manjar, sobre lo delicioso del marisco. Alex levantó la mano y Jeanne muy aplicada le limpió la mano con la boca. Se esmeró en cada uno de los dedos, dejándolos relucientes. Cuando terminó se los secó y se retiró un poco. El americano le hizo un gesto a su invitado, indicándole si gustaba del mismo servicio, a lo que el sueco manteniendo el silencio asintió. Jeanne se acercó y devoró todos y cada uno de los dedos. Tenía una boca hábil, y una lengua curiosa e incisiva. Estaba muy bien adiestrada.

-          Hora del postre. – Sentenció Alex.

   La puerta se abrió, y Paz apareció tras ella. Llevaba una falda rosa palo algo más larga que la de su amiga, aunque dejaba a la vista unas braguitas blancas con una leyenda delante que rezaba “Use me, Daddy”. La parte inferior la adornaban dos medias blancas de liga terminadas con un dibujo en negro que recordaba a una gata, y con unas bailarinas de charol. El torso iba cubierto con un top blanco recortado en cuello y axilas, muy juvenil, y que apenas escondía las preciosas tetas de la mulata. Una diadema de color rosa, un chupete gigante colgando de una cadenita, y una bandeja llena de helados completaban la visión. Como para no turbarse. Se acercó a Alex, se puso de claramente de espaldas al sueco, y se agachó como por casualidad para ofrecerle el helado a su dueño. En la parte trasera de las braguitas blancas tenía bordado “Spank me”. La erección del sueco era más que considerable. Aquella niña le ponía a mil, y todos en aquella sala lo sabían. Se giró hacia él y le ofreció un helado. Éste cogió uno casi sin mirar, y la mulata dejó la bandeja sobre la mesa. Miró a Alex y le pidió permiso con la mirada para coger uno, aunque fuera más postureo que cualquier otra cosa, porque todo estaba más que hablado con su Amo de antemano. Ofreció uno a Jeanne y cogió ella otro. Era el típico helado redondo, tipo cono, en este caso de leche merengada, mientras que Jeanne cogió uno de la misma forma, pero de chocolate. Paz se sentó en el borde de la mesa, y comenzó a chupar el helado procurando que su cara de deseo fuera lo más excesiva posible. Mientras lo hacía, abría las piernas, para que el sueco que estaba a poco más de medio metro pudiera ver como se iban manchando de la humedad. La imagen era terriblemente turbadora. La tela que cubría su coñito se iba oscureciendo con la llegada de flujos. Aquella muchacha estaba perfectamente adiestrada y conseguía mojarse al antojo de su Señor. Dejó que le resbalaran algunas gotas de leche merengada por la comisura de sus labios, lo que aún acrecentaba esa imagen tan sexy. Bajó el helado, se apartó un poco las braguitas, y lo introdujo en su coñito, visiblemente húmedo. El cono desapareció por completo, mientras ella cerraba los ojos y disfrutaba del contraste de temperaturas, y de la penetración del helado. Estuvo unos segundos apenas, pero cuando lo sacó todo su coño chorreaba leche. El sueco pensaba que la escena no podía ser más excitante, hasta que Paz, con voz de niña, rompió el silencio.

-          Jeanne, – Ronroneó – ¿puedes venir a limpiarme? Creo que me he manchado los labios de lechita…

   Abrió aún más las piernas, mientras la rubia daba la vuelta a la mesa, se arrodillaba justo frente al sueco, y comenzaba a lamer los muslos de la mulata. La visión desde el ángulo del SR. Olson era perfecta. Podía ver la ávida lengua de la rubia recorría todos los pliegues del coñito de Paz, sin dejar un solo rincón por repasar, sin dejar una sola gota por recoger. El sueco alargó la mano y apartó la melena rubia de la sueca para no perderse nada del espectáculo. Pese a que sus dosis de sexo eran diarias, y casi siempre cumplían con sus expectativas en cuanto a deseo, fantasías, necesidades, etc., la excitación y por ende la erección del Sr. Olson por la increíble escena era brutal. La voz de Alex lo devolvió a la realidad.

-          Sr. Olson, espero que el espectáculo sea de su agrado. Si le parece, cuando mis putas acaben de limpiarse podemos bajar a la mazmorra. Allí nos servirán unas copas y si le apetece puede usarlas a su gusto. – Alex sabía de la debilidad del sueco y lo llevaba a su terreno. Por supuesto el Sr. Olson se daba cuenta de la jugada pero su deseo por aquella mulata era desorbitado,

-          Claro, Alex. Vamos.

   Respondió sin mirarlo, sin perder detalle de las incursiones de la lengua de Jeanne en el interior de Paz, que no parecía que se secara jamás. Ésta apartó un momento la cabeza de su compañera, se colocó la braguita, y se pasó tres dedos sobre ella, de arriba abajo, delineando bien sus labios mayores sobre la tela. Inmediatamente esta se oscureció por la humedad, lo que la hizo sonreír descaradamente. Dejó caer la faldita sobre ella, levantó a Jeanne poniendo una mano en su mentón, y cuando estuvo a su altura la besó. El primero fue casi tierno pero enseguida sacó la lengua y se puso a repasar toda la cara manchada de leche merengada y de sus propios flujos. Sus lenguas se encontraban, se cruzaban fuera de sus bocas, y brillaban bajo la luz. Ninguna hacía esfuerzo alguno. Aquello era natural, el deseo era real, no se esforzaban para complacer a su Amo, no lo hacían por obligación. Eran felices así. Habían encontrado en el Internado su lugar en el mundo. Y lo disfrutaban en todo momento.

   Las dos se cogieron de la mano y se encaminaron a una puerta que había al final del pasillo y por las que desaparecieron bajando unas escaleras. Alex apuró una copa de vino e hizo un gesto a su invitado. Este asintió los dos hombres que siguieron el mismo camino que las chicas. Al final de las escaleras estaba la famosa mazmorra de los Johnson. Sin ser la más grande, si era posiblemente la mejor equipada. Eran muy amigos de los electrodos, y al igual de Don Rafael de las máquinas motorizadas. Ellas permitían observar desde la distancia el efecto de los dildos en los frágiles cuerpos de las jóvenes. Por supuesto no faltaba una cruz, un potro, había dos guillotinas, varias argollas y cadenas colgando de la pared, un par de jaulas pequeñas, y una bañera de porcelana. En la otra esquina estaban los espejos tras los cuales todos sabían lo que había, y justo al lado una barra de bar, tras las que las chicas preparaban dos gintonics con esmero. El sueco se quedó mirándolo todo durante unos segundos. Alex pasó por su lado, y le puso una mano en la espalda.

-          Vamos a sentarnos. – Tras el primer encontronazo el tono entre ambos se había relajado hasta dar por zanjado aquel incidente.

   Se sentaron en unos sillones anchos, junto a unas mesas redondas donde apoyar las copas. Las chicas se acercaron y depositaron una en cada mesita. Tras eso, Jeanne se tumbó junto a los pies de su Amo, y Paz se acurrucó en los del Sr. Olson. Éste, casi por inercia, se puso a juguetear con los rizos de la pequeña, que sonreía como una niña traviesa con las caricias. Ella las devolvía, pasando la mano por el muslo del adiestrador, y subiendo cada vez más arriba. Las mesas tapaban lo justo para que si uno quería un poco de intimidad la tuviera, aunque fuera poco, claro. La mano intrépida de paz subía cada vez más arriba hasta encontrar el enorme bulto del sueco. En ese instante, Alex comenzó a hablarle.

-          Bueno, vamos al grano. Quiero disfrutar de mis perras cuanto antes. – Fue directo, claro y conciso. En su voz no había ni rastro de sentimiento ni de excitación, pese a que claramente Jeanne le había bajado la bragueta de los vaqueros y se la estaba mamando tras la mesa. – ¿Qué es lo pides por ayudarnos a conseguir a Leslie? Por cómo te ha cogido del cuello nuestro amigo americano parecía que le hubieras pedido la vida… – Las  cámaras del Internado siempre vigilantes, pensó el sueco. No era mala cosa, sabrían que habría que esforzarse para conseguirlo.

-          Pues en realidad creo que fui generoso. – Dijo con autosuficiencia. A estas alturas Paz ya había encontrado la abertura de sus pantalones y jugaba con su polla bajo los mismos. – Esa niña es un monumento. Su boca es lo mejor que ha pasado y que pasará por aquí. Encima es cariñosa, generosa, de un cuerpo escandaloso… vale lo que se pida por ella. – Hizo una pausa bien medida. – Y no hablo solo de dinero, claro.

-          Explícate.

   Alex era un hombre directo y conocía las formas del sueco. Además, le había dicho a Paz que no esperara respuesta y que fuera lo más puta posible con él, Cualquier duda, cualquier error del sueco podía suponer declinar un poco la balanza, si no total sí parcialmente. Y eso era mucho. El sueco le hizo la misma proposición que horas antes le había hecho al americano: tres días al mes de sus perras más las de algún otro inversor, para reunir un total de cinco, y medio millón de euros por voto. Aunque no era tan evidente como en el caso de Margaret y Don Rafael, todos sabían que los Johnson tenían amigos íntimos en el internado como para reunir las chicas que el sueco deseaba. A esas alturas de exposición, Paz ya había sacado el enorme miembro del sueco y lo engullía con avidez. Al terminar sus peticiones se hizo el silencio por unos segundos, roto únicamente por el sonido de las bocas de las muchachas devorando los miembros de los dos hombres. Las manos del sueco no hacían más que inspeccionar una y otra vez el cuerpo de la colombiana, su sedosa piel, su textura suave. Buscaba con sus manos el escote de la muchacha para llegar a los pezones, duros y grandes como pistachos. Era un auténtico monumento, y vestida así, aún más. Alex lo observó y decidió cambiar de tercio.

-          Suficiente, perras. Al centro. – El tono de Alex era severo y firme. Las dos muchachas se levantaron y se dirigieron a una de las paredes de la mazmorra, donde había infinidad de instrumentos colgados. Cogieron algo de una estantería, y se pusieron de rodillas en el centro de la sala, con la cabeza agachada, en posición de espera. Ambas sostenían y ofrecían un cinturón. El de Jeanne era negro, de cuero liso y bastante ancho. El de Paz era más fino, también de cuero pero marrón, y con un ribete en los bordes. Alex se acercó a Jeanne, y le acarició la cabeza, arremolinando su preciosa cabellera rubia. – Muy bien, pequeña. Eres una perra estupenda. – Se giró hacia Alex, y le habló. – Acércate, no suelen morder. – Se sonrió, se guardó su miembro en el pantalón, y se acercó a las chicas. Cuando iba a poner una mano sobre Paz, Alex le detuvo. – Este es el punto de inflexión. – Dijo serio, sin dejar de acariciar a Jeanne. – Lo que has tenido hasta aquí es gratis, cortesía de la casa. Pero si quieres abusar de Paz, necesito tu compromiso. – Hizo una pausa, y continuó. – No negociarás más con Don Rafael. Tras esta sesión nuestro trato quedará cerrado. Pero tu precio es muy elevado, sin ningún riesgo para ti. Será un solo día al mes. No necesitas más para montar una bacanal. Y quiero que tengas mayor motivación si cabe. Si no consigues tu objetivo, yo disfrutaré de tus perras durante un año, en las mismas condiciones que tú me has pedido. El dinero me da igual, pero todos tenemos fantasías en las que aparecen muchas jovencitas… – El sueco se quedó pensativo unos segundos. No esperaba esa contraoferta, y aunque el riesgo era pequeño el trato era peor que el de Don Rafael, amén de que significaba enemistarse peligrosamente con él y con su perro de presa, el Sr. Davis. Pero Paz había levantado la cabeza, y llevaba el chupete puesto. Además, había dejado resbalar la baba por su boca, y caía en un hilo hacia el suelo, colgando de forma tremendamente morbosa. El Sr. Olson no podía más. Había perdido.

-          Está bien. Acepto. – Le dio la mano al americano, y volvió la vista hacia su preciosa Venus de chocolate. – Y ahora deja que disfrute de esta maravilla de la naturaleza de una puta vez…

   Alex se sonrió, apartó la mano, y el sueco se acercó a su presa. Acarició su maraña de pelo rizado, definido y moldeado para la ocasión. Ésta se sonrió, dejó caer el chupete lleno de saliva, y buscó con su boca aún húmeda los dedos de su momentáneo dueño. El Sr. Olson se dejó hacer, absolutamente obnubilado. Sin darse cuenta, había manchado un poco los pantalones color crema que llevaba, lo que hizo sonreír a Paz al verlo. Pero a él no le hizo tanta gracia. Su posición tenía que ser mucho más firme, y su devoción por aquella mulata ya le había hecho aceptar un trato peor que el que tenía al entrar. Además sabía de sobra que ese era el cometido de la muchacha, que lo había cumplido a la perfección, y que lo había debilitado. Dejó que esa furia se instalara dentro, que su parte oscura se adueñara de su cuerpo, y cuando notó la adrenalina sacó los ojos de la niña, y la miró como un lobo lo hace cuando va a devorar a su presa.

-          Hora de divertirse, preciosa. – Silbó entre dientes. Cogió el cinturón de sus manos, y sin previo aviso le dio un bofetón que la hizo caer. Aunque él no pudo verlo, Paz sonreía. Esperaba una reacción similar, y dependiendo de la fuerza tendría la dimensión de la victoria. – No te muevas del suelo, zorra. – El Sr. Olson se acercó a ella, le pasó el cinturón por el cuello, lo cerró por la hebilla y estiró de él a modo de correa. Paz no se resistió y le siguió a gatas. El sueco se paró frente al potro, estiró del cinturón y la obligó a levantarse. La dejó caer sobre el cuero, le abrió las piernas y le puso dos argollas, una a cada pata el potro. Le quitó el cinturón, del cuello y lo enrolló en la mano izquierda. – Vamos a ver cómo de cerda estás. – Le susurró mientras subía la mano por la cara interior del muslo, hasta llegar a sus braguitas. Estaban completamente empapadas. Sobó los labios de la pequeña con la palma de la mano, disfrutando de la humedad y marcándola aún más en las braguitas. Tras eso, se las arrancó rompiéndolas por las costuras y dejando las dos leyendas intactas. Se lo acercó a la nariz, aspiró profundamente y se sonrió. Se acercó y se las metió a la joven en la boca. – Esto dolerá, pequeña.

   Y acto seguido llegaron los golpes. El sueco no era un artista como el Sr. Davis, ni tampoco tan agresivo y tan metódico. Pero su pronto era malo. Descargó no menos de veinte correazos en el trasero de Paz, que resistió heroicamente. La piel oscura de la muchacha, como en muchos otros casos, aguantaba bien las marcas. Pero al hombretón del norte le supo a gloria. Ya sabía que se verían menos, pero él era consciente de la fuerza de sus golpes. Estaba satisfecho. Se acercó por el otro lado el potro, y al hacerlo pudo ver por una milésima de segundo que Paz sonreía. Luego cambió la cara, y fingió estar asustada. Aquello no gusto al sueco, que la cogió del pelo, y comenzó a abofetearla con severidad. La saliva salpicaba a cada golpe, ya que las braguitas no eran capaces de contenerla toda. El pequeño de los Johnson observaba con complacencia la actuación de su colega, pero no le interrumpió. Paz estaba preparada para eso y para mucho más, y él sabía perfectamente que la niña lo estaba disfrutando. Llevaba un rato magreando a Jeanne, que seguía siendo una fuente de flujo. Se divertía metiéndole dos o tres dedos y sacándolos justo para meterlos en su boca y que la joven los sacara reluciente. Había pocas cosas que le pusieran más cerdo, así que era un pasatiempo muy entretenido. Una de tantas veces que metió los dedos, la enganchó de la boca, tirando de ella hacia abajo- La muchacha se arrodilló frente a él, y se quedó esperando las órdenes de su dueño. Éste se levantó, se acercó a la pared, y cogió una goma gruesa y alargada, con un aro en un extremo y un gancho en el otro. Le hizo una rápida coleta a la sueca, y anudó el pelo sobre el aro. Estiró la goma hasta hacer que la cabeza quedara tensa hacia atrás, hasta llegar al ano, donde introdujo el gancho. La muchacha quedó tensa, pero no pudo menos que sonreír. El americano se levantó, y le llenó la boca de carne. Tenía un miembro más normal que el de su compañero, que ya  se había decidido a follarle el culo a Paz. Bajo la piel oscura estaban las marcas, y aunque no eran visibles, los empujes del Sr. Olson le producían un roce que se convertía en punzada de dolor en cada envite. Pero Paz disfrutaba como la buena perra que era. Se sonreía a escondidas y disfrutaba con pequeños orgasmos que no eran perceptibles por las personas que la usaban. No eran orgasmos devastadores, no eran explosiones de flujo, pero su cuerpo había aprendido a esquivar los controles, a disfrutar a pequeña escala pero muchas veces. Cuando le permitían correrse, su cuerpo juntaba muchos de estos y se dejaba llevar, llegando a un éxtasis brutal. Así que el dolor y el placer que le causaba el sueco se convertía en un todo, mezclado, macerado, tremendamente potente y enriquecido. El Sr. Olson comenzó a soltar obscenidades en sueco que hicieron sonreír a su compatriota desde el otro lado de la sala, hasta que notó como se derrumbaba en el interior de su esfínter. Fue una corrida abundante, a juzgar por el calor que sentía en su culo.

-          No desperdicies ni una gota, puta. – Le dijo al oído entre jadeos. – Se acercó a donde estaba su compañero, que ya había cambiado la boca por el coño de la sueca. – Necesito un segundo a tu perra. – Dijo encendido. El americano lo miró curioso, sin dejar de embestir y azotar el culo de su perra. Ya había sacado de él lo que quería, así que se detuvo, sacó el gancho del culo de Jeanne y le dio el extremo a su colega, a modo de correa.

-          No tardes, que quiero terminar con esta putita. – El sueco se cogió la goma y estiró haciendo casi caer a la pequeña rubia. La acercó al culo de Paz y le habló despacio, entre jadeos.

-          Recoge todo lo que he dejado en ese oscuro y prieto agujero. No te tragues ni una sola gota. No es para ti. – Estaba furioso, se había dejado llevar por su deseo, y quería al menos explotarlo al máximo. Jeanne se acercó al precioso trasero de Paz y le abrió las nalgas, posando la lengua bajo su agujero negro. Casi de inmediato cayó una buena cantidad de semen, que la rubia recogió con avidez. Cuando pareció que había terminado, se levantó y miró al sueco. Éste dio media vuelta, soltó los brazos de la mulata, la incorporó, le recogió las braguitas de la boca y ya no tuvo que dar ninguna instrucción. La rubia se acercó a la negrita y ambas se besaron, trasladando todo el semen de una boca a la otra. Alex se acerco por detrás y le abrió el culo a Jeanne, y sin esperar respuesta le hundió su polla enhiesta en el ano. La joven se sobresaltó un poco, pero no dejó de besar a su amiga ni por un instante. El semen chorreaba por la comisura de los labios de la rubia, que había perdido la concentración por la tremenda enculada que le daba su Amo, pero Paz se afanaba en que no se desperdiciara nada. Estuvieron varios minutos así, besándose, relamiéndose, hasta que el americano le llenó el culo a la rubia entre estertores.

-          Joder, Jeanne. – Dijo jadeante. – Creo que nunca se te va abrir el culo. Y no sabes lo que me gusta eso. – Se sonrió y miró a Paz. – Ven mi preciosa negrita y recoge ahora tu premio de su culo.

   Paz no tardó ni cinco segundos en arrodillarse tras el trasero de Jeanne, que se había comido en infinidad de ocasiones. Recogió cada gota, introduciendo la punta de su lengua lo más que podía, y  propinándole de paso pellizcos de placer a la sueca. Cuando terminó repitió la operación anterior, pero cambiando las posiciones. La ternura, el vicio, la bondad, la naturalidad con la que esas niñas se comían la boca hubiera hecho excitarse a cualquiera, del sexo, raza o religión que fuera.

   El Sr. Olson no se despidió. Recogió su ropa, se vistió y se aseó, hizo un gesto con la cabeza y se marchó de la sala. Tenía que asumir su derrota y prefería hacerlo en solitario. Por su parte, Alex se sentó en el sillón, y sus dos perras se arrimaron una por cada lado, y depositaron su cabeza en sus muslos, turnándose para lamer su polla ahora flácida y recoger los pocos restos de flujos que aún quedaban. Había sido una gran noche, no había duda.

   Apenas a 500 metros de la casa del Sr. Alex Johnson, Leslie estaba en su habitación, confusa, excitada y un poco perdida. Todo el mundo quería de sus favores, y más pronto que tarde ella se tendría que decidir. Todas las chicas en el internado sabían que había dos grandes bandos, y gente “intermedia”. Por una parte estaba Don Rafael y la Srta. Margaret. Duros, pragmáticos, muy sucios y de mano suelta; y por otro estaba el grupo de los Johnson, muy sexuales, menos metódicos pero en muchas ocasiones más ocurrentes y menos formales. ¿Qué debía hacer? Ambos grupos la excitaban al máximo. Tenía que ir tomando una posición, y debía comenzar a estudiarla.

   Cuando sin previo aviso la puerta de su habitación se abrió supo que posiblemente todo cambiaría para siempre...