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Las perversiones de Héctor: El Cine X

en Sexo con maduros

 

  Me despedí y me marché. Había sido un día muy duro. Se continuaba a este ritmo iba a necesitar complementos. Joder que sesiones me daban las niñas… Cogí el metro y me encaminé a casa. De camino pensaba en todo lo que me había pasado, en la sensación tan increíble de tener una mujer que hacía cualquier cosa para darte placer. Que no se preocupaba de nada más allá de que tú te sintieses satisfecho. Era increíble. Sobre todo, porque además eso la hacía disfrutar al máximo, lo que lo convertía en una relación sexual idílica para ambos. Pero… también era peligroso. Esa sensación de poder no se podía extrapolar. Era allí, con Ruth, y… tal vez con Bea. Tenía cosas que parecían decir que así era, pero… tenía demasiado carácter. No sé si estaría dispuesta a someterse como lo había hecho Ruth. No obstante… estaba dispuesto a averiguarlo.

   Pasaron un par semanas, en los que me dediqué a mis quehaceres habituales, mis rutinas, mis aficiones convencionales. Aún así, chatee por Line con Bea un par de veces. Esa chica me atraía demasiado. Ella trabajaba en una asesoría jurídica, pero tenía bastante libertad de horario, con lo que no era difícil contactar con ella. Sin embargo, yo tenía que quedarme despierto por las noches, o aprovechar mis numerosos viajes para hacerlo. En una de las conversaciones, esta vez por el Line, decidí calentar un poco el ambiente, a ver cómo respondía Bea.

-          Hola, cielo. – Le dije.

-          Hola, Papaíto.

-          ¿Cómo está hoy mi putita preferida? – Le dije con cariño.

-          ¿La verdad? Aburrida. No tengo mucho curro, y no tengo quién me saque por ahí…

-          Claro… Te gustaría que estuviera ahí tu madurito para salir a dar una vuelta, ¿a que sí?

-          Mmmmm… No estaría mal. – Respondió.

-          ¿Sabes? Ves a algún sitio dónde puedas estar sola, que tengo algo que contarte.

-          A ver, que tienes mucho peligro. – La oí caminar, cerrar una puerta, y sentarse en algún sitio. – Ya estoy solita, cielo.

-          Perfecto. – Le dije. – Pues esto es lo que haría. Te enviaría un mensaje para que acudieras al Corte Inglés. Imagina. Subes a la segunda planta. Miras entre la ropa, y escoges un par de tops, un pantalón ultra corto, y una faldita con pliegues. Un poco putita, pero sabes que eso me encanta.

-          Síiiii… - Escucho a Bea que sisea.

-          El mensaje del Line diría 2° piso, probadores junto al ascensor, el último de la derecha. Entras con la respiración entrecortada. Esto te pone a 100. Se entreabre una puerta al fondo, y ya sabes que es donde debes entrar. Estiro de ti hacia adentro y cierro detrás. Me comes la boca. No me dejas ni llevar la iniciativa. Te arrodillas, me sacas la estaca y te la clavas hasta la garganta. Aún no he hecho nada. Solo te miro, disfrutando a tope, viendo como tú lo haces. Pero yo quiero que disfrutes. Te estiro del pelo hacia arriba y te como la boca.

-          Eso es, cómeme la boca, cabrón. – Notaba por la voz que Bea se estaba excitando, y eso me daba alas para seguir.

-          Te saco la camiseta y el sujetador, pero te dejo la falda y los panties. Me agacho un poco, aparto el tanga, y te como el coñito, sin olvidarme de tu culo. Estás encharcada, por Dios. Me levanto y te la clavo hasta los huevos. El gemido lo han escuchado las chicas seguro.

-          Joder, sí, Papaíto, dame duro, cabrón. – Los gemidos al otro lado del móvil eran más que evidentes. – Bea se estaba masturbando. Eso me dio si cabe aún más ánimos para seguir.

-          Cojo uno de los tops nuevos y te tapo la boca, sin dejar de bombear como un salvaje. Escupo en el culo. Te doy un cachete. Y otro. Y así hasta 10. Tienes el culito rojo, pero ya he notado en tus flujos, en tus gemidos ahogados, y en tus espasmos que te has corrido al menos dos veces. Cuando creo q estoy a punto, me retiro, y empujo dentro de tu ano. No voy a tardar ni un minuto pero... me gusta tanto ese culito, está tan caliente, tan prieto, tan delicioso.... empujo hasta el fondo, buscando mi placer, sabiendo q el tuyo ya ha llegado. Bombeo sólo cuatro o cinco veces, pero es suficiente. Estoy a punto. La saco. Te hago arrodillar.

-          Dame tu lechita, oh, sí, cerdo, cabrón. – Eran susurros, pero llenos de excitación. Yo también estaba a tope, pero proseguí con mi relato imaginario.

-          Te abro la boca con 4 dedos de una mano mientras me masturbo con la otra. Escupo dentro. Juegas con mi saliva y yo me muero de excitación. Me corro mientras te susurro cómo me pones, lo zorrita buena que eres ahí con la boca abierta, y te lleno la cara, la boca y las tetas de lefa caliente. Te cojo del pelo y te la meto en la boca, para que la limpies bien. El resto lo limpiamos en el top, que dejamos de recuerdo. Antes de vestirte, te beso con pasión, te arranco el tanga, que me quedo de recuerdo, y nos vamos para seguir con nuestras cotidianas vidas.

-          Oh, sí, cabrón, me corrooooooooo… - Un gritito ahogado sonó del otro lado del teléfono. – Joder, joder, joder. Eres un cabrón. Me acabo de hacer un dedo cojonudo en el despacho de mi jefe, jajaja. – La oí reír. Era completamente sincera. – Joder, Papaíto, eres un cerdo. Pero me pones a tope, cabrón.

-          A ti te gusta que sea cerdo contigo. Reconócelo. – Le espeté.

-          Mmmmm… Podría ser.

-          No. – Me puse serio. Tenía un objetivo y ahora que estaba excitada tal vez lo pudiera conseguir. – Quiero que me lo digas. Quiero que me digas que te gusta que sea cerdo contigo.

-          Mmmmm… ¿Eso pone cachondo al Papaíto? – Ronroneó. – Está bien, es cierto, me encanta que seas cerdo conmigo. Me pone a cien que me trates como una putita.

-          Eso está muy bien, perrita. Y ahora quiero que me pidas que sea más cerdo la próxima vez. – Llegados a este punto yo estaba excitadísimo.

-          Joder, me estoy calentando como una perra otra vez. – Su voz volvía a estar alterada. – Claro que sí, cabrón, quiero que la próxima vez me uses como una putita hasta que me corra para ti. Quiero que me des mi biberón, porque he sido una niña mala… ¿Lo harás?

-          Joder, Bea, como me pones, cielo. Eres una zorra maravillosa. – Tenía una erección de caballo. – Cariño, he de irme. Pero esto no queda así. Te llamaré otro día y te daré una sorpresa, ¿vale?

-          Mmmmm… Sorpresa… Me encanta. – Casi podía ver su sonrisa. – Te espero, cerdo. Hasta pronto. Un beso.

-          Adiós, putita. Un beso.

   Y colgué. Y nada más hacerlo, tracé mi plan. Y no iba a tardar en llevarlo a cabo.

   Pasaron los siguientes días mientras hacía algunas averiguaciones. Era importante saber dónde nos metíamos, y “comprobar” que no era peligroso. Aproveché algunos días que tenía visitas en la ciudad para pasar a distintas horas, y entrar un par de veces, a distintas horas, calzado con mis gafas y mi gorra. Este es uno de los últimos cinco de su especie en España. Y no tardará en desaparecer. Apenas tres o cuatro espectadores, todos en torno a los 60 tacos, que en cuanto veían movimiento se acercaban curiosos. Eso era perfecto. Ideal para mi propósito. Salí de allí en cuanto pude, y marché sumido en mis fantasías.

   Me organicé la semana para tener una cita a mediodía en la ciudad, que poco después adelantaría con una excusa, lo que me daba unas tres horas. Tiempo más que suficiente. Hablé por Line con Bea, y quedé para almorzar “y lo que surja” a esos de las 11, el viernes. A ella le pareció divertido, pero cuando le dije que llevara una muda de sobra… ya no le pareció tanto. Le dije que se pusiera sexy, aunque no hubiera hecho falta. Ella siempre lo estaba. Hasta con la camiseta de NY estaba deliciosa.

   Por la mañana llamé a mi cita excusa para decirle que a comer no podía, que si podíamos vernos pronto, con lo que a las 10:30 ya tenía toda la mañana libre. Tomé un café, tranquilicé mis nervios, y me fui a recoger a Bea. Le envié un mensaje para que bajara. Me paré indebidamente con los cuatro intermitentes, pero por suerte Bea no tardó en bajar. Cuando apareció por la calle me dejó con la boca abierta. Bueno, a mí y al reto de transeúntes. Esa chica era espectacular, pero si además se lo proponía te quitaba el hipo. Venía con un vestido morado de licra palabra de honor, de los que se ajustan al cuerpo como un guante, que le hacía un pecho tremendamente generoso, y que remarcaba sus caderas y sus piernas enfundadas en unas medias oscuras con un ribete blanco. Vestido que se subió hasta dejarme ver el encaje de las medias cuando se subió al coche. Lo remataban unos zapatos blancos de tacón y un bolso grande a juego. Estaba absolutamente espectacular. Se bajó un poco el vestido, y se acercó a darme un pico.

-          Hola, guapo. – Me dijo.

-          Hola, cielo. – Le respondí. – Estás preciosa. Maravillosa. Pareces un ángel. O un demonio, no sé. – Se sonrió. – Y no hace falta que te bajes el vestido. Me encanta que vayas enseñando las piernas. Es muy excitante ver como todos te miran… y a ti te encanta.

-          Mmmmm… Papaíto ha venido con ganas de jugar…

-          No lo sabes bien, cielo… - Le sonreí. – ¿Has traído ropa de recambio?

-          ¿Qué no te gusta esta? – Ronroneó como una gatita en celo.

-          Pues claro, estás espectacular. Pero… podrías mancharte… - Sonreí enigmáticamente, cosa que causo rubor en Bea.

-          ¿A dónde me llevas, Papaíto?

-          De momento a almorzar. Después ya veremos.

   Arranqué el coche y me dirigí hacia mi objetivo. Estábamos apenas a diez minutos, con lo que no le di a Bea oportunidad de interrogarme más. Busqué aparcamiento, que por suerte no tardé en encontrar, y salimos a la calle. Hacia buen tiempo, como casi siempre, así que nos decidimos por una terracita en la que tomamos unas tostadas, zumos y café, mientras los viandantes pasaban despacio en busca de un resquicio en el vestido de Bea. A eso de las 12, nos levantamos y me puse a caminar como por casualidad. Bea me cogió del brazo y me seguía, mientras charlábamos tranquilamente.

-          ¿Y te cabe la ropa en ese bolso? – Le dije preocupado.

-          Cielo, ¿cuánto crees que ocupa un vestido como este y unas medias?

-          ¡Jajajaja! – Me reí con ganas. Era cierto. Bien doblado, eso cabría en un bolsillo. – Te tengo en vilo, ¿a que sí?

-          Me tienes calentita, cabrón. Esta noche me he tenido que masturbar acordándome de la iglesia…

-          Es que eso moló mucho, putita. – Bajé la mano y le sobé bien el culo. – Como te pusiste en la iglesia. Parecías en celo. Te abalanzaste sobre mi polla. Me la comiste como si no hubiera nada más en el mundo. Claro, ya estabas bien corrida. Es que eres un poco zorra. Un poco bastante.

-          Y eso te encanta, cabrón. – Sonreía, y me hablaba con excitación.

-          Como lo sabes… - Le dije. Miré con disimulo. Habíamos llegado. Me paré, y la miré de frente. – Bea... ¿Tú confías en mí? – Hizo intención de girarse, pero no la dejé. Le cogí la cara y la obligué a mirarme. – Respóndeme. – Se lo dije de forma suave, pero segura.

-          Sí, Héctor. Confío en ti. – Dijo visiblemente excitada.

-          Pues entonces hemos llegado. – Se giró y cuando leyó el cartel se azoró por completo.

   En letras grandes, enormes, oscurecidas por el paso de los años y la falta de limpieza, denotando que el lugar había tenido tiempos mejores, podía leerse: “CINE X”.

-          Vamos. – Le dije. Bea estaba nerviosa, y no era para menos. Todos hemos leído historia de los cines X. – No te preocupes. No te voy a dejar sola en ningún momento. Pero… ¿te acuerdas que me dijiste que fuera cerdo? ¿Te acuerdas que me dijiste que te usara como la putita que eras? – Me miraba entre sorpresa, excitación y tal vez miedo. – Pues eso voy a hacer. Antes te he dicho que si confiabas en mí. – Asintió. – Vale. En cualquier momento, si me dices que nos vayamos, nos vamos. ¿Está claro? – Volvió a asentir. Se relajó visiblemente. Hasta me sonrió.

-          Eres un cabrón, Héctor. – Me cogió del brazo mientras pagaba las entradas. Me dirigí a la sala 1. Bea se pegó aún más a mí. – Y estoy empapada, hijo de puta. – Eso me encendió aún más. Noté la erección con fuerza en mi pantalón, al mismo tiempo que Bea me cogía del brazo.

   Entré en la sala, que se encontraba completamente a oscuras. Los gemidos de la pantalla resonaban desde fuera, dando al lugar un aspecto realmente tétrico. Entramos, y nos sentamos en la última fila. Cuando los ojos se acostumbraron a la falta de luz. Miramos y no vimos a nadie. La sala estaba completamente vacía. La peli, de estilo ochentero, tampoco animaba demasiado. Le cogí de la mano, y la levanté.

-          Vamos, aquí no hay nada que ver… ni que hacer. – Le dije.

-          Ya. – Susurró. – Bueno, la peli. – Se tapó la boca y ahogó una risita.

   Salimos de esa sala, y entré en la Sala 2. Hicimos lo mismo, y nos sentamos en la penúltima fila, aunque ya vimos varias diferencias con la Sala 1. En primer lugar, la peli era “moderna”, diría que tendría unos pocos años, pero lógicamente la estética era otra. En segundo lugar, al menos había tres espectadores sentados, más otro oriundo de pié, apoyado en la pared. Este fue el primero en vernos. Me senté tres asientos hacia dentro, y senté a Bea a mi lado, dejando dos libres al lado del pasillo. Aprovechando una escena con bastante más luz pudimos ver al oriundo voyeur. Tendría unos 60 años, mediría 1.90 y pesaría 130 kg, tenía una media melena de color blanco, y al girarse, la luz de la pantalla que iluminaba su perfil le daba un aspecto realmente tétrico. Se acercó un poco, y cuando vio a Bea se le abrieron los ojos como platos. Se olvidó de la película y comenzó a manosearse por encima del pantalón. Uno de los espectadores que estaban sentados se giro al ver sus movimientos, y también nos vio. El tío enorme se acercó y se sentó en el asiento del final. Se desabrochó el pantalón y comenzó a masturbarse mientras miraba a Bea, y le caía la baba, literalmente. Apreté fuerte el brazo de Bea. Me miró, y se sonrió. Le solté el brazo y bajé despacio la mano, hasta que llegué al vestido. Se lo subí un poco, dejando ver todo el encaje de las medias. Desde mi posición podía vele el tanga, pero desde la del espectador no era posible. Le aparté el tanga y le metí un dedito. Estaba muy mojada.

-          Que zorra eres Bea, le susurré. ¿Ya estamos a tope? – Ella gimió bajo mis caricias. – Vamos a dar un paso más… Dame el sujetador. – Me miró un poco sorprendida, pero sonrió, se llevó las manos a la parte detrás y se lo sacó por encima del vestido, ya que no tenía tirantes. Sus pezones se marcaron con fuerza por debajo de la licra. El oriundo extraño comenzó a moverse, y vimos un chorro de esperma impactar contra el asiento de delante. – Mira, el primero ya se ha corrido de verte, zorra. Bájate el vestido, que te vea las tetas. – Bea lo hizo, dejando al aire sus hermosos pechos y sus enhiestos pezones. – El hombre abrió los ojos como platos, se la sacudió un par de veces más, se levantó y se marchó entre prisas.

   Mientras, uno de los tres que estaban sentados delante ya se había levantado y se acercaba. Era estirado, como de metro ochenta y cinco, pero muy delgado. También estaría por encima de los 60. Cuando se acercó, vimos una barba de varios días y un aspecto desaliñado. Se acercó, se puso de pie, en el asiento de al lado, y se bajó la cremallera. Nada más hacerlo, cierto aroma a orín bastante desagradable salió de allí adentro. Pero lo que salió de allí era descomunal. Muy por encima de los 20 cm, aunque no muy gruesa, pero tiesa como una barra. Bea abrió los ojos y me miró. Yo seguía masturbándola,  y el coñito se le llenó de jugos.

-          Mastúrbalo, Bea, hazle una paja bien buena a este amigo. – Se lo dije al oído. Parecía que dudaba, pero enseguida alargó la mano y cogió aquel manubrio. Apenas había comenzado a pajearlo noté como se corría entre mis manos. – Mira que eres puta. – Le susurré. – Te acabas de correr como una zorra mientras pajeas a un desconocido. – Bea sólo gemía por respuesta. El hombre me miró, y me habló.

-          Quiero que me la chupe. Hace mucho que nadie lo hace sin pagar. – Me dijo con voz ronca. Lo miré, me lo pensé, y le contesté.

-          Hoy no, amigo. Sus agujeros hoy son míos. Córrete en sus piernas si quieres. – Bea no paraba de gemir. El hombre me miró, y cerró los ojos. No habría llegado a chupársela.  Soltó un grito y un par de tacos y se descargó abundantemente, llenando las medias de lefa caliente. Bea soltó el manubrio, el hombre se la guardó, se dio media vuelta y se marchó. Bea se giró y se abalanzó sobre mí.

-          Hijo de puta, como me he puesto. Como me ha puesto ese cerdo. Eres un cabrón. – Mientras me decía todo esto me arrancaba el cinturón y el pantalón, y se agachaba a comerme la polla. – Te vas a enterar, cerdo. Me utilizas como a una puta. – Estaba fuera de sus casillas. – Y yo me muero de placer, cabrón. – Mientras se agachaba y se metía mi polla en la boca, se hacía un dedo descomunal, que le llevó al segundo orgasmo. Los fluidos bajaban por su entrepierna, mezclándose con la lefa del desconocido. – Aaahhhhhhggggggggg…. Oh, Dios. Mmmmm…. Joder, joder. Qué bueno. – Y siguió chupando.

   Mientras, los dos que quedaban delante se levantaron y se acercaron. Uno vino por la fila de detrás, y otro fue por la de delante. El de detrás era prácticamente octogenario, de pelo canoso, y poco más de metro sesenta. Se acercó por detrás mientras se palpaba el paquete y no perdía ojo de los movimientos de Bea. Acercó la mano para sobar las tetas de Bea, pero antes me pidió permiso con un gesto para hacerlo. Yo asentí. El anciano le sobaba las tetas, mientras con la otra mano se masturbaba debajo del pantalón. Le caía la baba. Parte de esa saliva fue al cuello de Bea, que se afanaba en su tarea de chupármela con devoción. En menos de un minuto el anciano se convulsionó y una mancha en el pantalón comenzó a aparecer. Le soltó las tetas a Bea, y se marchó casi corriendo.

   Yo había visto toda la escena, cachondo perdido.  El de delante por su parte, sin embargo, no llegaría a los cincuenta. Estaba más gordo aún si cabe que el primero, aunque no tendría el metro setenta, y su pelo rubio le daba un aspecto casi juvenil. Parecía inofensivo.

-          Bea, ven, súbete encima, que quiero disfrutar de tu coñito. – Se incorporó, y se puso de espaldas a mí, enseñándole las tetas al desconocido. – Antes quítate esas medias, zorras, que están llenas de lefa y de tus corridas. – Me miró y se sonrió. Se arrancó las medias y se puso encima de mí. Cogió mi rabo, enhiesto como una espada, y lo llevó a la entrada de su cueva. Entró de una, como cuchillo en mantequilla. – Madre mía, Bea, pero si ha entrado como si te cupiese ahí una barra de medio metro. – Bea saltaba como una loca, buscando su placer, dándole un espectáculo al mirón de puta madre. El hombre dio media vuelta y se acercó por el asiento de al lado. Se bajó los pantalones y comenzó a masturbar un micro pene que apenas tendría 7 u 8 cm. Con la mano izquierda sobaba una teta a Bea. Le estiraba del pezón, lo que aún la ponía más a tono. – Para, putita, que me voy a ir, y quiero clavártela en el culito.

-          Haz lo que quieras, cabrón. Yo me he corrido tres veces ya. Úsame, cerdo. – Se levantó, y con sus propios fluidos se untó la entrada del ano. Se sentó poco a poco, clavándose mi nabo en sus entrañas. – Oh, sí, párteme en dos, hijo de puta. Hazlo como sabes que me gusta. – Llegó hasta el fondo, y allí se quedó un ratito. Le solté un cachete, le retorcí los pezones, y enseguida se puso a cabalgar encima de mí. – Oh, cabrón, como me gusta.

-          Claro que sí, zorra. Yo sé lo que te gusta. Sigue, quiero irme en tu culito, venga, dame placer, vamos. – La espeté. El hombre seguía masturbándose, y de vez en cuando le echaba mano a Bea. Yo ya no aguantaba más. – Me voy, cielo, me voy en tu culito. Oh, sí, oh, sí, mmmmmmmmmmmm…… - Y me dejé ir. Me quedé allí, desmadejado, mientras Bea se dejaba caer sobre mí. Permanecimos allí unos segundos. El extraño nos miró y me habló.

-          ¿Me puedo correr en sus tetas? – Lo miré, y le respondí.

-          Vale. Bea bájate el vestido hasta la cintura. – Lo hizo. – Pero eso sí, chaval, cuando te hayas corrido tendrás que limpiárselo con la boca, no se vaya a manchar el vestido. – El desconocido me miró, y asintió. Casi de inmediato comenzó a soltar chorros de esperma en las tetas y cerca del cuello de Bea. Se la espolsó un par de veces, y dirigió su boca a las tetas. Lamió su propio semen, aunque no perdió oportunidad de repasarle los pezones a Bea, lo que hizo que apretara mi polla aún en su interior con cierta dureza. Le dejó el pecho limpito y reluciente. No era el primer semen que chupaba ese tío. Y posiblemente… ni siquiera el primero de hoy. – Muy bien, campeón. – Le  dije. – Si quieres más… en el culito de esta preciosidad hay una buena cantidad de lefa calentita… - Me miró, dudo un poco, pero volvió a asentir. Se arrodilló y comenzó a lamer la entrepierna de Bea. Al poco estaba comiéndole el coño, y de allí bajó su lengua hasta mis huevos. Los lamió con delicadeza, hasta dejarlos relucientes. Poco a poco, Bea fue levantándose mientras él recogía todo lo que salía de su agujero, limpiando mi polla al mismo tiempo, hasta que la saqué por completo. Su boca ocupó el sitio de mi polla. Chupó, tragó y lamió todos los fluidos, dejando aquello completamente limpio.

-          Oh, sí, otro, me viene otro, aaahhhhhhhggggg….. – Y Bea se vino por cuarta vez, cosa que aprovechó el desconocido para recoger otra pequeña cantidad de fluidos. – Pero que cerdos sois… - Bea estaba completamente destrozada. Aparté al chico, le sonreí, y le hice un ademán para que se marchara. Bea soltó un gemido que casi pareció un ronquido, como si se hubiera dormido.

    La dejé descansar unos minutos así, medio desnuda en una sala de cine desierta, con el sonido de los gritos a todo volumen que provenían de la pantalla de fondo, lo que le daba un aspecto un poco gore a la situación. La limpié un poco, le arreglé el vestido para que pudiera salir a la calle, y la besé.

-          Cielo, hora de irnos.

-          ¿Ya no quedan pollas? – Dijo medio dormida.

-          Jajajajaja! – Mi carcajada retumbo entre los gemidos de la pantalla. – No cielo, ya se han ido todos servidos.

-          Joder, Héctor, eres un cerdo. Pero… hoy ha sido uno de los días más excitantes de mi vida.

-          ¿Te ha gustado? – Le pregunté con una sonrisa.

-          ¿Estás de broma? – Me dijo mientras se intentaba calzar los zapatos. – Ha sido brutal. Después de esto, Papaíto, no sé que más se te puede ocurrir.

-          Pues… sólo se me ocurre ir a más, cielo. – Le dije. – Ya lo verás. Y lo disfrutarás.