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La Muñeca 2: Sumisión

en Voyerismo

   Evidentemente no fue un orgasmo devastador, pero el bofetón me pilló tan de sorpresa, y venía tan excitada de la situación... y su mirada... que no pude evitarlo. El cosquilleo en mi vulva me provocó un escalofrío, y me azoré un poco. Intenté aguantarle la mirada, pero no pude. Había seguridad en ella. Más por dignidad que por convicción intenté devolverle el bofetón. Me cogió la mano en el aire, y la llevó por encima de mi cabeza, hasta empotrarla contra la puerta. Era más fuerte que yo. Intenté resistirme, oponerme. De todos los que imaginé que podían ser, jamás pensé que fuera él. Yo soy una muñeca muy linda. Podría tener a quien quisiera, no tenía que aceptar esa humillación. Forcejeé. El se sonreía, aguantando mi mano contra la puerta. Reuní todo el aplomo que me quedaba y le hablé.

-              Déjame en paz. No sabes en que lío te estás metiendo. No puedes hacerme esto. ¿Quién te has creído que soy? ¿Tu puta? ¿Pero tú te has visto? No puedes ni siquiera soñarme… – Lo dije del tirón, sin pensar demasiado lo que decía. Yo luchaba en mi cabeza entre resistirme y salir corriendo, y la excitación de la situación, el morbo de ver allí a ese chico que se había estado preparando para conseguirme.

-              Mira, zorrita. Estás aquí por propia voluntad. ¡Ah! Y puedes irte cuando quieras. – Soltó mi mano, y se me quedó mirando. – Eso sí… si lo haces… yo haré lo que tenga que hacer. Trabajas para mis padres, te exhibes en la tienda, no creo que eso sea muy decente para el laboratorio... – Me puse en tensión. Aquello era una amenaza. Un chantaje. Estaba comenzando a encenderme... pero no llegaba a hacerlo. Algo había en aquella mirada, en aquellas palabras, que me daban calor, cercanía. Además de que volvieron las escenas en el mostrador, enseñando mis encantos a los clientes... y elevaron una vez más mi temperatura, ya de por sí alta. Me relajé, casi sin darme cuenta. Él hizo como que no notó mi debate interno y continuó. – Y por supuesto, se acabaron los mails, los juegos, y tu excitación, esa que te mantiene aquí delante de mí, y que ha hecho que no te muevas. ¿Y sabes por qué? Porque no quieres irte…

   Estaba paralizada. Acercó su boca a la mía, y cuando casi había aceptado que me besaría, se desvío hacia mi oído. Pasó tan cerca que pude sentir su aliento, incluso noté un cierto aire dulzón, como si hubiera bebido. Acercó tanto su boca a mi oído, que noté sus labios rozando el lóbulo de mi oreja. No pude evitar ruborizarme otro poco. Él lo notó y aprovechó para acercarse más a mí. Al tiempo que lo hacía noté como su mano se posaba en mi muslo, y comenzaba a elevarse en dirección a mi pecho. He de reconocerlo. Estaba cachonda. No podía evitarlo. Y él lo sabía. Y para rematarlo, sus palabras fueron veneno para mis oídos, como la canción de un bardo que te roba el criterio y la sensatez, y te hipnotiza para que cumplas su voluntad. En mi interior, una voz cada vez más débil insistía que me resistiera, que luchara, que saliera corriendo… pero no lo hice.

-          Madre mía, Jess. – Dijo Iago con voz clara. – Eres mucho más puta de lo que esperaba. Sabía que más pronto o más tarde caerías. Te conozco bien. He visto como te contoneas, como le enseñas el coñito al gordito del tren, como te lo montas con Claudia...  – Su mano seguía subiendo lentamente por mi cadera, levantando la faldita. Le dejé hacer, entre nerviosa y excitada. – Eres una zorra. Y yo te daré lo que mereces. – Seguía subiendo la mano, a punto de llegar a mi pecho. Le paré con una mano.

-          Eres un crío, Iago. Un quinceañero. Contigo no tengo ni para empezar. – La verdad que intenté parecer convencida, pero creo que la voz me tembló un poco, y eso me delató. Aún así, con el poco orgullo que me quedaba, le escupí en la cara. El me miró y aún sonreía más. ¿De qué coño se reía? ¿Por qué no me iba ahora mismo? Creo que la verdad era… porque no quería. Estaba comenzando a perder.

-          Mira, zorra. –Dijo con la sonrisa en la boca. – Ya casi tengo 18, pero eso da igual. No tiene que ver con la edad. Tú quieres que te haga esto. Y si no, ahora cuando meta un dedo en tu rajita, no estará empapada, y chorreando. – Y dicho esto, bajó la mano que estaba a punto de coger mi pecho. Al principio se la sostuve, pero se separó de mi oído, me miró a los ojos… y cuando me di cuenta le había soltado la mano. Noté como acariciaba mi cadera por encima de la faldita, como bajaba, y como buscaba mi entrepierna. Encima el hijo de puta no se conformó con meterme el dedo. Puso su mano entre mis muslos y me los apartó para que yo tuviera que abrirme, y así darle paso. Quería que yo cediera, que tuviera que separarlos, que tuviera que ofrecer mi coñito a aquel crío. La verdad, aquella seguridad, aquella mirada, esos gestos de dominar la situación… me pusieron como una moto. Y poco a poco, separé mis rodillas. – Así me gustan a mí las putas, Jess. Me da igual que te hagas la ofendida. Tú no quieres resistirte. Estás deseando que meta mi dedo en tu coñito, y compruebe de una vez por todas que tengo razón. – Sus palabras eran la melodía del flautista de Hamelin. Estaba deseosa de sentir esos dedos gruesos y rudos en mi coñito. Siguió subiendo, hasta que cubrió todo mi sexo con su mano, llegando a tocar la entrada de mi ano con la yema del dedo corazón. – Eso es Jess. Dame acceso, me estás empapando la mano, furcia. – Recogió un poco el dedo corazón y lo metió en mi vagina como un cuchillo que entra en mantequilla. – Dios, preciosa, estás a tope. ¿Quieres correrte en mi mano? – Aquella pregunta me pilló por sorpresa. ¿Por qué coño no lo hacía de una vez? Ya sabía la respuesta. ¿Era necesario humillarme aún más? Le miré, y se sonreía. Él lo sabía. Había ganado.

-          Sí, crío de mierda. Quiero correrme en tu mano. – Jadeé. El sonrió, acercó su cara, casi imberbe, y me metió la lengua. Dios, cuando empezó a entrar me di cuenta de que aquel apéndice era descomunal. Me estaba sintiendo muy sucia en ese momento, lo que sólo hizo que acrecentar mi calentura. Su dedo entraba y salía de mi coñito, bastante compaginado con su lengua. Sí, era un crío. Pero utilizaba su mano y su lengua como un profesional.

-          Vas a tener que esforzarte, perrita. Lo primero, vas a lamerme la cara. Y esta será la última vez que me escupas. – Me miró con dureza, noté un escalofrío, uno más, y comencé a pasar mi lengua por su mejilla, limpiando los restos de mi saliva. – Muy bien, eres una perrita buena. Y ahora, quiero un poco más de esfuerzo. – Y dicho esto, bajó un poco el brazo lleno de vello, y me puso el antebrazo en el coñito. – Las perritas buenas se frotan con sus dueños para conseguir placer. – De nuevo sus palabras no hacían si no elevar mi temperatura. Aquel cabrón me trataba como una perra… y yo me moría por ello. – Vamos, Jessica. Quiero que me llenes el brazo de tus fluidos. Después, me lo limpiarás con la boca, Y al terminar, te daré un buen biberón. Porque lo estás deseando. Estás deseando chupársela al niñato que te está sometiendo y haciendo de ti lo que le da la gana. – Sus palabras me embelesaban, y hacían que me moviera sobre su antebrazo. – Vamos, zorra. No tengo todo el día. Hazlo de una puta vez, o te quedarás a medias. Eres una muñeca muy hermosa, pero muy puta. A partir de hoy vas a obedecerme. Lo vamos a pasar muy bien, zorra. Te voy a hacer sentir muy sucia, y serás feliz así. Porque lo deseas. Porque te gusta sentirte así. Lo sé. Llevo tiempo observándote. – Me frotaba como una animal. El veneno de su voz me invadía, me subyugaba. Noté que mi orgasmo me invadía. Era una ola enorme, que me iba a arrasar. Joder con el puto niñato. Era salvaje, lo noté desde la punta de los dedos de los pies, que no pude más que contraer, y lo sentí subir. Explotó en mi coño, pero salió afuera en mi boca.

-          Aaahhhhhhggggggg!!! – Absolutamente desmadejada, casi me desmayo. Por suerte, Iago me aguantó con la mano en mi sexo, y con la otra me abrazó para que no cayera. Jadeaba, suspiraba, apenas podía contener mi respiración. Poco a poco, Iago me fue soltando, dejando que llegara hasta el suelo, allí me senté, y lo miré. Desde allí no me pareció tan crío. Mientras lo miraba, acercó su brazo, lleno de fluidos, pegajoso de mi corrida. No lo dudé. Lamí aquel antebrazo como si fuera un polo de carne. El me sonreía satisfecho. Comenzó a soltarse el cinturón, se abrió el pantalón y la bragueta, y se saco su miembro. No era enorme, aunque no pequeño, de unos 17 cm, y bastante grueso. La verdad, me pareció precioso. De la punta ya salía un hilito de líquido preseminal. No pude evitar sonreír al verlo. Me arrodillé, aunque no era muy cómodo, y acerqué mi boca a su glande. Saqué la lengua, y mientras lo miraba, recogí el líquido preseminal.

-          Así me gusta, putita. Eso es por culpa tuya. Ahora me la vas a comer con gusto, quiero disfrutar. Quiero que te sientas llena. – De nuevo sus palabras eran música para mis oídos.  Abrí la boca, y me lo introduje entero. Iago levantó la cabeza y suspiró. – Mmmmm… ya sabía yo que tenías que chuparla de puta madre. – Me miraba mientras lo decía. – Eres una putita chupona, ¿verdad? Ya he visto como se lo hacías a Oswaldo, pero ese es tonto, y no sabe cómo tratar a una zorra como tú. – Aquello me molestó un poco, e hice intención de sacarla y protestar. Con un movimiento rápido, me enganchó del pelo, me soltó un pequeño bofetón, y me la volvió a meter. - ¿Te he dicho que podías sacarla? ¿Eh? ¿Acaso crees que puedes decidir algo ahora? – Comenzó a follarme la boca, sin piedad. Tenía pequeñas arcadas, y algunas lágrimas amenazaban con salir de mis ojos. Pero… sin darme cuenta, también había metido una mano entre mis piernas y me frotaba el coñito. Estaba muy caliente, y no había duda de que aquel niñato que me follaba la boca sabía cómo provocarme aquel estado. – Mira que eres zorra, tienes que masturbarte de lo que te gusta esto. Pues ahora has de dejar de hacerlo. – Me la sacó de la boca. Me miró desde arriba. – Abre la boca. – Yo lo hice. El sonrió, y comenzó a soltar un hilo de saliva, que cayó sobre mi lengua. Apenas hubo terminado, la volvió a alojar en mi boca.- Y ahora, turnándote con ambas manos, quiero que la chupes hasta el final, mientras la retuerces al salir y al entrar, como un acelerador de moto. Vamos, muñeca, demuestra que eres lo que yo pienso. – Ni me planteé no seguir. Estaba completamente entregada. Aquella sensación de suciedad, aquella calentura, hacérselo a un crío, en los baños del curro, en aquel ambiente que creaban sus palabras… hizo que me esforzara al máximo. No sé cuanto rato estuve, calculo que unos cinco minutos, por el dolor de las rodillas, aproveché mientras él cerraba los ojos para masturbarme, y conseguí un mini orgasmo que me ayudó a calmar el dolor de la postura. Poco a poco noté como se convulsionaba, y vi que se iba a ir. – No quiero que derrames ni una gota. Pero tampoco quiero que te lo tragues directamente. Quiero verlo. – Seguí mamando, hasta que entre suspiros y jadeos de Iago comencé a notar el semen caliente en mi boca. Los primero grumos salieron disparados a mi garganta, pero el resto, y era una buena cantidad, lo aguanté en mi boca, como me había pedido. Aún se la chupé un poco con la boca llena de semen, y sé que esa sensación de calor a los hombres les encanta. – Buffff… Muy bien, muñeca, has estado muy bien. Ahora abre la boquita. – Lo hice. Se apartó y me miró de frente, y luego desde los lados. Cogió un par de dedos, y los metió en mi boca. Hizo como si removiera el semen. Con la otra mano me cerró la boca, me cogió del pelo, y me hizo chuparle los dedos como si fuera su polla. – Y ahora, trágatelo. – Y eso hice. – Así me gusta. Es que aún tenía esos deditos sucios de tu corrida, y así aprovecho. – Me levanté, me dolían las rodillas, y pasada un poco la excitación, me entraron unas ganas enormes de salir corriendo.

-          Déjame ir, Iago. Esto no debería haber pasado. – Me levanté e hice intención de marcharme. Iago me agarró, y se puso contra la puerta.

-          Aún no, muñeca. No tan rápido. Ni puedes irte, ni quieres. – No  me podía creer lo que las palabras de aquel crío ejercían en mi mente. Dejé de forcejear, aunque no le miré a la cara. – Jess… No llevas bragas porque yo te lo pedí. Estás aquí porque me pediste que te follara. – Un temblor me recorrió las piernas, y noté como se humedecía mi coñito, aunque aguanté lo mejor que pude. – Pero eso no será hoy. ¿Y sabes por qué? Porque quiero que me lo pidas otra vez. Quiero que te marches a casa, y que recuerdes que un cubano de metro noventa y una coca-cola entre las piernas no te dio placer, y un niñato como yo ha hecho que te corras dos veces, sin metértela.  – ¿Cómo sabía esas cosas? – Y me gustan las chicas obedientes. Tú lo eres. Pero quiero más. – Me levantó la cabeza, me cogió de los pómulos, y me miró mientras me sonreía de una manera muy sexy, casi agresiva, como si me fuera a devorar. – Te voy a seguir mandando mails, pero lo haré al tuyo particular. Y te diré lo que quiero. Y tú lo harás, porque lo deseas. Es sencillo. – Dios, o dejaba de hablar o iba a perder la cabeza. – Si quieres, sólo tienes que desobedecerme, y se habrá acabado todo. Pero si lo haces… no volveré a tocarte, ni a escribirte, ni tendrás esa sensación que hace que ahora mismo se te empañe el coñito… – El hijo de puta lo sabía…

-          Deja que me marche, Iago… – Le pedí casi en un suspiro. Él me soltó el brazo, y yo abrí la puerta, y me fui.

   Salí del laboratorio, y me encaminé hacia el bar, pero antes de llegar me di cuenta de que no quería que me vieran mis compañeros, así que me encaminé a un McDonald’s que hay cerca. Entré, me puse en la cola, pedí mu menú, y me senté. Me costaba no enseñarlo todo a cualquiera que se sentara en frente, pero después de los primeros bocados, y después de recuperar un poco la autoestima, volvió a no importarme. Volvía a sentirme bien. Deseada, observada, admirada… Intenté olvidarme un poco de Iago, y del episodio del laboratorio, y me centré en mi comida. Estaba sentada junto a una ventana por la que entraba el sol, así que saqué mis gafas de sol y me las puse. Como siempre ocurría, ellas me daban seguridad, me ocultaban del mundo, y me permitían espiar a mis mirones, a mis admiradores, a todos aquellos hombres y mujeres que miraban mi cuerpo. Terminé de comer mientras observaba, y descubrí a no menos de diez personas, dos chicas y seis chicos jóvenes, y un par de hombres, que me miraban la entrepierna cada dos minutos. O cada dos segundos. Me pareció ver también a alguien escondido tras una gorra negra de NY, pero no estaba seguro. No había pedido postre. Así que… se me ocurrió una maldad. Estaba muy cachonda, había recuperado mi autoestima, y me apetecía jugar. Saqué del bolso un chupa-chup que siempre llevo por si veo a mi sobrino. Quité el envoltorio y me puse a chuparlo, primero como con desgana, pero luego sacando la lengua e incluso disimuladamente, dejando un hilito de saliva, hasta que lo volvía a introducir en mi boca. La mitad de mis mirones se habían marchado, incluso alguno de ellos al baño. Pero había uno, como de metro noventa, esquelético, con cara de pánfilo, que me espiaba por encima de otro de sus amigos. Tendría la edad de Iago. Pensar en él me excitó. Y no sé por qué, recordé cierta escena que había leído… y decidí que lo iba a hacer. Miré con disimulo hacia todos lados, y cuando me pareció que nadie miraba descrucé mis piernas, enseñándole mi coñito depilado al espigado mirón. Éste abrió los ojos como platos. Me levanté las gafas, lo miré directamente, cogí mi chupa-chup, lo bajé hacia mis piernas, me abrí con la otra mano la entrada de mi cueva, pasé el caramelo por mi vulva, recogí un montón de fluidos que rezumaban por mi calentura, y me lo llevé de nuevo a la boca. Lo saboreé con ganas. La mezcla dulce del caramelo y salada de mis jugos me encantó. Volví a cruzar las piernas, me sonreí, y vi al chico espigado completamente rojo levantarse e irse al baño. Seguro que nadie le creería cuando lo contara. Recogí mis gafas, mi bolso, arreglé como pude mi falda, y me volví al curro.

   De camino me sentí mejor. Volver a notar que me deseaban era lo mejor, reconfortante en sí mismo. Así que cuando entré a trabajar, aunque nerviosa por si volvía a ver a Iago, me sentía mucho más entera. Creo que me decepcioné al no verlo, pero gracias a eso, y a las fuerzas renovadas en el Mc, pasé la tarde bastante tranquila. A la hora de cerrar, volví a mirar el mail, pero tanto la bandeja de entrada como la de Spam continuaban vacías.  Así que recogí mis cosas, me encaminé al metro, y sin hacer ninguna travesura, llegué a casa.

   Entre por la puerta, solté el bolso, me quité mi ropa, toda a excepción de los zapatos, y así me fui a ponerme una copa. La verdad que para ser una mujer era bastante valiente. Cogí un vaso de pie de elefante, y me puse un Jack Daniel’s. Le di un sorbo y me fui al comedor. Al pasar por el baño, mi silueta se reflejó en el baño. Aunque suene fatal, me paré en el baño a admirarme, ya que mi propio reflejo me excitaba. De veras que estoy realmente buena, y mi desmedido deseo, al que además le habían volado algunos límites en las últimas horas, hizo el resto. Abrí las piernas, cogí un hielo del whiskey,  lo pasé por mis pezones que se pusieron enhiestos al instante, y lo bajé hacia mi entrepierna, sin dejar de mirarme a mí misma. Dejé el vaso en un estante. En ese momento, deseaba que mi yo del espejo se despegara de mí y me besara, me acariciara, me poseyera, me sometiera. Cerré los ojos, y pasé el hielo por mi clítoris. Noté un escalofrío. Lo metí un poquito en mi vagina, y lo saqué lleno de jugos. Con los ojos cerrados, imagine que mi reflejo salido del otro lado, me poseía con manos heladas, casi con dolor, buscando un placer extraño que nosotros desde nuestro lado del espejo no nos atrevíamos a soñar. Saqué por inercia el hielo y me lo llevé a la boca. No quería abrir los ojos. Con la sensación de frío en mis labios, con la alucinación de una sombre de manos heladas abusando de mí, me machaqué el clítoris con dos dedos, mientras introducía un tercero. En mi mente había cuatro manos, aunque todas eran mías. Me corrí gritando como una salvaje, como jamás me había corrido haciéndomelo yo misma. Fue absolutamente alucinante, más teniendo en cuenta que hoy ya llevaba unos cuantos. Me dejé caer, deshecha, con dolor en mis manos, pero increíblemente gozosa. Levanté mi mano para recuperar el vaso, y me lo terminé de un trago.  Sonreí mirando al hielo que permanecía en el fondo. Levanté la mirada, le sonreí a mi yo del espejo… y ella me devolvió la sonrisa.

   Poco a poco me recuperé, me levanté, me preparé algo de cenar y vi un rato la tele. Estaban hablando del tráiler de 50 sombras. De verdad, ¿no había un chico más guapo para hacer la peli? ¡Si tampoco hacía falta que fuera muy buen actor! ¡A juego con el libro! Yo esperaba una sensación de belleza masculina como, por ejemplo, cuando debuta Brad Pitt en Thelma y Louise. Ahí se abren los coñitos como almejas. Esa sensación no está en ese chico, ni mucho menos. En fin, ellos sabrán.  Cogí mi móvil y lo puse a cargar. Al hacerlo, vi la señal del mensaje de mail en mi móvil. Me había olvidado por completo de que Iago dijo que me lo mandaría aquí. Así que nerviosa, aún sin saber si era de él, abrí el buzón.

   “From: “Iago <yosoyquienteobserva@gmail.com>”

 To: Jessica

                 Asunto: Mi putita          

                Muñeca, lo del McDonald’s ha sido brutal. Nunca tienes bastante. Por eso… mañana te follaré por fin… y tal vez hasta te comparta. Vente bien provocativa, aunque conociendo lo guarra que eres eso no hacía falta. Eso sí, no quiero shorts. Mañana no. Mañana faldita de vuelo y tanguita. No quedes con nadie a comer. Ah! Y no te cortes en el metro. Ya sabes a qué me refiero…

                No me falles.

                Te deseo, muñeca…”

   Hijo de puta. Que me iba a compartir. ¿Por qué? ¿Tendría que contar conmigo, no? ¿Y cómo coño sabía lo del McDonald’s? Él estaba en el laboratorio. Seguro. Lo dejé allí y me fui casi corriendo. Y no me siguió, estoy segura. Lo averiguaría. Pero… ¿en realidad me importaba? ¿O me había vuelto a empapar pensando en que me espiaba, me controlaba, me observaba y me deseaba? Llevé mis dedos a mi vulva… que nuevamente rezumaba jugo. Otra vez había ganado. Tenía completamente asumido que lo iba a hacer. Me acosté en la cama, no sin antes probar de nuevo mis jugos, y tocarme un poco, despacito, hasta quedarme dormida.

   Me levanté con tiempo, me duché de nuevo, elegí un conjunto blanco de sujetador y tanguita de tela, con un triangulito detrás y algo de encaje, me puse una falda plisada cortita de color morado, muy atrevida, y que daba fácil acceso a mis intimidades, una blusa blanca más bien estrecha, y una torera, un bolso y unos zapatos de aguja de 8 cm a juego con la falda, que de nuevo me elevaban de nuevo por encima del metro ochenta, y me elevaban al limbo de las escorts inalcanzables. Desayuné, me puse mi perfume preferido, me escondí tras mis gafas de sol y salí de casa con mi mejor sonrisa.

   Como siempre, el metro ya tenía una buena afluencia de gente. No obstante, ese día tuve suerte y pude sentarme. Delante tenía un par de obreros que rondarían los 60, con las ropas sucias por los restos de yeso, cemento y pintura que sus mujeres no son capaces de sacar, y harapientas por los enganches. Uno aún se veía fuerte, pero al otro la camiseta XXXL apenas podía cubrirle el ombligo. No me quitaban ojo. Joder, ¿por qué me excitaba así? Saqué mi móvil y descrucé mis piernas. Las dejé un rato así, para que intentaran ver el cuadradito blanco de mi tanga. Dejé caer mi bolso entre mis piernas, con lo que tuve que abrirlas para agacharme un poco y recogerlo, lo que les dio una visión de mi más que generoso escote, y luego una mucho más larga de mi tanguita. Si tuvieran la vista bien, habrían visto una mancha de humedad. Pero supongo que no les dio para tanto. Alargué el proceso de cruzar las piernas mientras vi que a uno de ellos le caía un hilito de saliva, literalmente. Se lo limpió, yo me sonreí sin poder evitarlo, y me sumergí como si leyera algo en mi móvil con atención. Dos paradas después, volví a descruzar las piernas bastante antes de lo necesario, les miré, les sonreí, me levanté y me fui a la puerta. Cuando salimos al andén éramos muchos… pero me llamó la atención una persona que corría escaleras arriba, juraría que con una gorra. Esa gorra negra de NY. Desapareció el primero, a la carrera. Estaba casi segura de haberla visto. Tampoco podía hacer nada, así que salí a la calle y me dirigí al laboratorio.

   Llegué la primera, a excepción de las limpiadoras que ese día andaban ya por allí. La mayor reñía a la joven, aunque no sé muy bien porqué. Las miré, la joven me sonrió y yo no pude evitar azorarme tras el episodio del bar. Me calentó bastante que aquella chiquilla se masturbara por mí. Y en los baños de un bar. Con ese pensamiento me fui al vestuario. Al llegar, Claudia ya estaba allí y me esperaba con su mejor sonrisa.

-          Hola, bombón. – Se acercó y me dio un pico. Se me quedó mirando unos segundos… y se sonrió. – Oye… ¿tú me ocultas algo? – Yo me ruboricé un poquito, pero creo que lo disimulé bastante bien.

-          ¿Yo? No sé por qué dices eso. – Le contesté con media sonrisa.

-          Porque tienes el color de piel, el brillo en el pelo, y la sonrisa de las personas que vienen a trabajar bien corridas. – Me miró divertida. Yo la miré haciéndome la escandalizada, lo que provocó las carcajadas de ambas. Me acerqué y la abracé. Ella aprovechó como casi siempre para deslizar la mano por mi muslo, levantar mi faldita y buscarme uno de mis glúteos. Yo la dejé hacer. Aquella belleza me sobaba como nadie.

-          Ya te contaré, amor, que no es sencillo. – Le di otro pico, me puse la bata, y me marché al mostrador. Hoy me tocaba allí.

   La mañana pasó tranquila. Entré varias veces al almacén, pero ni rastro de Iago. A las 12 o así lo vi entrar por la puerta principal. Venía con unos vaqueros cortos, y una camiseta con un slogan divertido. Ni me miró. Sentí un escalofrío tremendo. Dio los buenos días en general, y se metió dentro. Ahora lo veía más guapo. Creo de verdad que nunca dejó de serlo, pero que jamás lo había visto como un hombre. De hecho, hasta que me hizo sentir tan puta en el baño pensaba que era un crío. Noté que sin poder remediarlo, mi coñito se humedecía. Ese cabrón me hizo restregarme contra su brazo hasta correrme como una perra, y fue de los orgasmos más devastadores que recuerdo. Hizo que apartara las piernas, para que admitiera que tenía mi permiso. Su voz… esa voz grave y contundente… Me volvía loca. En esas estaba, cuando me vibró el móvil. Era un mail. Creo que me flojearon las piernas, entre el nerviosismo y la excitación.

   “From: “Iago <yosoyquienteobserva@gmail.com>”

 To: Jessica

                 Asunto: La comida

                Así me gusta, que vengas bien provocativa. Y lo de los obreros en el metro muy bien. Me gusta que te exhibas, que admitas que eres una zorra aparentemente inaccesible, pero capaz de exponerse ante cualquiera. Cielo, esas cosas no hacen más que aumentar mi deseo sobre ti. No pares de hacerlo. No luches contra algo que deseas tanto, piense lo que piense la sociedad. La Suciedad debería llamarse. Viejos carcas que nos adiestran, nos manipulan con sus medios de desinformación… ¿qué coño sabrán ellos de los deseos de la gente, de sus inquietudes? Nos amaestran con su doctrina del miedo.

                No, pequeña. A todos no. Sé libre. Te gusta ser puta. No hay nada malo en ello, lo único que haces es disfrutar más que los demás, y además,  lo compartes y lo extiendes. No se me ocurre nada más bello. Te gusta exhibirte. Sólo causas felicidad en la gente, y placer a ti misma. ¿Dónde está el problema?

                A mediodía, cuando salgan todos, ven al despacho de mis padres. Hoy te he preparado una comida muy especial…”

   Increíble. Me parecía insólito que un crio de 17 años pudiera hablar así. Y turbador que esas palabras tuvieran un reflejo subyugante tan salvaje en mí. Pero así era. Me estaba enganchando a esa seguridad a la hora de hablar, a la hora de ordenarme las cosas, a la hora de darme placer y de decirme que lo compartiera. Es que esa mezcla además me daba libertad, con lo que yo sentía que ahora disfrutaba el doble, con mi exhibicionismo cada vez menos controlado y oculto, y mi sumisión a Iago. Mi placer era doble. Normal que Claudia lo notara. Ayer me correría seis veces.

   A mediodía yo estaba nerviosísima, mirando el reloj cada dos minutos. Equivoqué el cambio dos veces, aunque como eran clientes habituales me corrigieron enseguida. A las dos comenzamos a bajar persianas, y cerramos las puertas. Aunque había tenido tiempo de sobra, saqué un limpiacristales, y me puse a repasar mi mostrador, para dar tiempo a que todos se fueran marchando. Claudia había terminado de recoger y se dirigió a mí.

-          ¿Dónde comes, amorcito? – Me dijo melosa.

-          He quedado con una amiga. – Mentí.

-          Ya… – Claudia me miró de forma maliciosa. – La misma amiga que ayer te comió el coño, ¿no? – Dijo divertida.

-          ¡Claudia! – La reñí entre risas, y le tiré el trapo con el que limpiaba. Me acerqué a recogerlo, y al levantarme me di cuenta de que estaba “demasiado” cerca. Yo estaba caliente, y Claudia… siempre lo estaba. Se mordía el labio. Sin ocultarse. Sin esconderse. Si la dejaba, me follaría allí mismo. – Cielo… – Le dije muy empalagosa. – Este coñito puede ser de varios hombres, pero de momento de una sola mujer. – Me besé el dedo índice, y lo llevé a sus labios. – Y de todos juntos, nadie lo come como tú. Aunque eso ya lo sabes, zorra. – Le di la vuelta para que se marchara y le solté un buen cachete en sus mini shorts. Dios, menudo monumento de mujer.

-          ¡Ay! – Se quejó entre risas. – Bueno. Tú ya eres mayorcita. No hagas tonterías.

-          Que sí, pesada… – Le sonreí y seguí limpiando mi mostrador.

   Tonterías. Bueno, lo cierto es que lo que yo hacía muy normal tampoco era… Pero todo aquello lo único que había hecho era acrecentar mi temperatura. Cuando oí a Claudia marcharse, supuse que era la última. Eché un vistazo en el almacén, y no vi a nadie. Me acerqué a los vestuarios, dejé mi bata, me acerqué al de los chicos, comprobé que no había nadie, y con pasos casi temblorosos me acerqué al despacho. Al llegar, estaba abierto. Iago estaba sentado, mirando hacia la puerta, con una sonrisa enigmática, como de autosuficiencia, llenándole la cara. Me quedé en la puerta, sin saber muy bien qué hacer, incluso dudando de qué coño hacía allí. Había estado más veces, pero no lo recordaba así. Diría que habían cambiado los muebles. Iago estaba al fondo, detrás de una gran mesa de despacho, que le rodeaba con cajoneras hasta el suelo. A su derecha toda la pared estaba llena de estanterías, con archivadores definitivos bien marcados, numerados y fechados. A su izquierda había un par de armarios cerrados, y junto a ellos en el suelo, dos buenas pilas de de archivos definitivos y documentos sueltos, como si estuvieran pendiente de archivo.

-          Hola, muñeca. Cuanto me alegra verte…  – Dijo casi silbando. – Acércate, anda. – Poco a poco lo hice, hasta quedar al otro lado de su mesa color caoba. – Ven, no te quedes ahí. – Me hizo el gesto de que la rodeara. Se giró para recibirme. – Muy bien, putita. Me alegro muchísimo que estés aquí. Significa que vas a ser buena, y me vas a obedecer. ¿A que sí? – Yo lo miraba, embobada. Estaba como hipnotizada. Asentí casi sin darme cuenta. – Muy bien. Ahora, quítate las bragas. – Dijo muy serio, mirándome a los ojos. Le aguanté la mirada unos segundos, pero la bajé, e hice intención de echarme las manos a la cadera. – ¡Eh! Tststststs…. Así no. – Me negaba con el dedo, mientras sonreía con suficiencia. – Quiero que lo hagas mientras me miras a los ojos, Quiero que te sientas una zorra quitándote las bragas delante de un crío como yo. Hazlo. Obedece. – Joder. Casi temblé con el “hazlo”, y me mojé con el “obedece”. Levanté la mirada, llevé mis manos bajo la falda, y bajé mi tanguita hasta el suelo. Lo saqué sin quitarme los zapatos y se lo di. Se lo llevó a la nariz y aspiró fuerte. – Mmmmm… Qué bien huele. A putita excitada. Muy bien, muñeca. Ven, agáchate un poco, que tengo un regalito para ti.

   Me puso en cuclillas, y me acercó a su entrepierna. Sabía lo que quería, así que le quité el cinturón, le abrí la bragueta, y le saqué su herramienta, ya completamente erecta. Pasé mi lengua por la base del tronco, hasta llegar a la punta. Al hacerlo, lo miré, y vi como cerraba los ojos. Me gustaba saber que les daba placer. Y más a él. Envolví su glande circuncidado, recogiendo las primeras gotas de líquido preseminal, lamiendo con mi lengua la parte interior, arrancándole los primeros gemidos, y poco a poco bajé hasta que mi boca alojó por completo su miembro. Noté como su mano buscaba mi pelo. Lo saqué de mi boca, antes de que me cogiera, y me metí un testículo en la boca. Lo chupé bien, mientras con una mano lo masturbaba. Después repetí con el otro. Su mano cogió entonces mi pelo, lo recogió como una coleta, y noté como tiraba con fuerza hacia atrás. Ahora el gemido era mío. Abrí la boca para recibirlo, y él me la inundó con su polla. La dejé abierta, sin más, como muerta, sólo para que la usara como un agujero más, concentrada en no tener arcadas, aunque la producción de saliva aumentaba por momentos. Iago no tenía miramientos. Empujaba hasta que me golpeaba la nariz con el pubis. Me usaba sin contemplación. Y yo notaba como mi coñito se empapaba.

   De repente, oímos un ruido. La puerta de la calle se había abierto. Iago, con increíble tranquilidad, empujándome desde el pelo, me metió bajo la mesa, arrimó su silla, e hizo como que repasaba unas facturas. Enseguida, un hombre apareció por la puerta del despacho

-          Hola, hijo. – Dijo Ramón. ¿Qué haces aquí?

-          Estoy repasando unas facturas que me pidió mamá. – Respondió Iago. Hizo como que se agachaba a rascarse la espinilla, pero aprovechó para estirarme del pelo otra vez, y acercarme a su polla. Apenas me dio tiempo a abrir la boca, y ya la tenía llena de nuevo. – ¿Qué quieres, papá? Estoy un poco ocupado…  y tengo una comida, en compañía. – Yo seguía chupándosela, tragando todo lo que podía, sentada en el suelo, notando el frío en mi coñito, creando un contraste fantástico. Estaba disfrutando de aquello como una perra.

-          Nada, sólo comprobar que estaba todo en orden. Me voy.

-          Vale papá, hasta luego. – Dijo Iago, despidiéndose, y acercando la mano a mi pelo para metérmela otra vez hasta la campanilla. No la sacó de ahí, aunque me resistí, hasta que oyó la puerta de la calle. Entonces me soltó, y un grueso hilo de saliva colgaba de su polla a mi boca. Estiró fuerte de mi pelo, hasta que me sacó de debajo de la mesa.  – Mmmmm… Como le gusta mamar a mi putita. Sal de ahí, y ponte contra la mesa. – Lo hice sin pensarlo. Me agaché, me recosté contra el escritorio, y noté como me penetraba sin oposición. Mi coñito estaba absolutamente inundado. – Ahora escúchame bien, putita. – Me dijo. – Hoy no te vas a correr hasta que yo te lo diga. Lo harás justo cuando me limpies la polla con tu boquita, después de metértela en el culo. ¿Está claro? – Yo asentí entre jadeos. – Muy bien zorra, espero que ese agujero esté bien limpio para mí, porque mi polla no entra en agujeros sucios de putas como tú. – Como siempre, sus palabras me golpeaban, me violentaban, sacudían mi resistencia y mandaban espasmos a mi sexo, inundándolo, generando cientos de pequeños espasmos, convulsiones, sacudidas que mandaban placer a mi interior, y que apenas podía controlar. Ese cabrón estaba generando en mí, desde dentro hacia afuera, un orgasmo brutal. La sacó empapada de flujo de mi coñito. Aún así, escupió en mi culo, creo que más por el morbo o la costumbre, que por necesidad. Encaró su glande, y empujó. Primero lo hizo poco a poco, pero en cuanto entro el glande, se dejó caer, ensartándome de una. Sentí una punzada de dolor, pero apenas duró un par de segundos, lo que hizo que se sumara a las sacudidas que estaban generando el explosivo en mi entrepierna. Comenzó un vaivén metódico, acompasado, y poco a poco fue aumentando el ritmo. Era innegable que aquel crío follaba bien. Y también que lo había hecho muchas más veces. Volvió a estirarme del pelo, casi con violencia, lo que me obligó a echar la cabeza atrás. Me dio unos azotes muy fuertes. Mucho. Me dolió. Más calambres en mi coñito. Bajó la mano, metió de forma ruda tres dedos en mi coñito completamente encharcado, los sacó y me lo llevó a la boca. – Abre, zorra. Mira, así saben las putas, aunque tú lo conoces bien. Sé que te gusta. – Más palabras, más escalofríos, más sensaciones. Estaba a punto. Por suerte, el también. La sacó de repente, me obligó a arrodillarme y me abrió la boca metiéndome cuatro dedos de la mano izquierda, estirando hacia abajo, moviéndolos por mi boca de forma soez, sucia. – Chupa, muñeca, que ahora te voy a dar un buen biberón. – Se masturbaba frenéticamente con la otra mano. – Voy a descargar en tu boquita, pero no quiero que te lo tragues. Aguántalo en la boca hasta que yo te diga. – Asentí. – Y ahora mastúrbate.  Hazlo de forma salvaje. Quiero que te golpees el clítoris. No quiero que te acaricies. Si lo haces te abofetearé. Quiero que lo sacudas, que seas dura contigo, que admitas que ese orgasmo te lo provoco yo sin manos, sin tocarte, violentándote tú misma. – Joder, como me ponía. Notaba que esa bomba de mi interior luchaba por salir al exterior. Sabía que en cualquier momento explotaría. Y no iba a poder siquiera exteriorizarlo, pues tenía la polla de Iago en la boca. Noté como me invadía el calor, el ardor…  y un orgasmo alucinante casi hace que me derrumbe. Iago se dio cuenta, y me sujetó con una mano en mi cuello, casi ahogándome. Aquella sensación sólo hizo que prolongar mi ya de por sí exagerado placer. Calor, falta de aire, ahogo, sofoco… Increíble. A su vez, el comenzó a venirse. – Sí, cielo, sí mi perrita, me voy, me corro, abre la boca, toma, ¡aahhhhgggg……!

   Un montón de leche caliente comenzó a inundar mi boca. Me la metí entera, para no desperdiciar nada. La seguía chupando, notando como no dejaban de darle espasmos que solo hacían que expulsar más semen. Tenía la boca casi llena, y me esforzaba porque no se escapara nada por las comisuras de mis labios. Le limpié el miembro lo mejor que pude, con mi boquita llena de su leche, y la saqué reluciente. El me miró orgulloso.

-          Muy bien, pequeña. Ahora espera. – Se agachó, cogió una bolsa de Mercadona, sacó una ensalada preparada, la abrió, y la puso delante de mi boca. – Aquí quiero que la dejes. Esa es tu comida de hoy. – Lo miré, acerqué mi cara, y dejé caer toda la lechita sobre la ensalada, intentando repartirla bien.  – ¿Te gusta, putita? ¿Te la comerás? – Le miré, derrumbada, deshecha. Le sonreí, feliz, y asentí. – Muy bien, perrita. Pero quiero oírte.

-          Sí, Iago, me la comeré. – Dije todo lo convencida que pude.

-          No soy muy exigente con las formalidades, pero te agradecería que cuando estemos en una sesión, como ahora, me llames Amo. – Me cogió con fuerza de las mandíbulas, y me besó con rudeza. - ¿Lo harás?

-          Sí, Amo. – Sonreí. Me gustaba el juego, no lo podía negar. Y aquel chiquillo jugaba muuuuuuy bien. Iago se giró un poco, y hablo en voz alta.

Alma, ya puedes salir. – El armario se abrió y la joven limpiadora salió con una cámara digital HD, que cerró en ese instante. Llevaba una gorra negra. Con un membrete de New York. – Descárgala. Y le pones de nombre “Jess, toma 17: Me follo a la muñeca”.