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El Internado de las Novicias Púrpuras 2

en Sadomaso

-                     Sabes que eso no será fácil, por no decir imposible. – Dijo Margaret, que se aceraba moviendo las caderas y marcando con sus tacones de aguja cada uno de sus pasos. El Sr. Davis no pudo evitar mirar el coñito recortado de la Madame, perfectamente dibujado, milimétricamente cuidado. Las medias, el liguero, el corsé y la melena al viento le daban un aire de femme fatale que iba a hacer que se acabara notando la erección del adiestrador. Margaret había visto las miradas furtivas del Sr. Davis muchas veces, y la adulaban. Era un hombre duro, con un atractivo muy potente, pero en el Internado ella decidía quién podía mirarla y quién tocarla. Y de momento no estaba por la labor de darle ese capricho. Carla seguía en el suelo, boca arriba, con la cara aún humedecida de los fluidos de Margaret, pero ésta no le había dado orden de que parara, así que seguía allí. – No podemos tener a las menores. Son las normas. – Continuó con voz sugerente. Sabía cómo hacer mella en el viejo, cómo sacar sus deseos más primarios. Don Rafael pareció molesto al principio de que la Madame hubiera puesto el oído donde no correspondía, pero le gustaba jugar y ella aún conseguía ponérsela dura.

-                     Este centro se creó para saltarse las normas. – Dijo el viejo con rotundidad. Si le molestó que Margaret se inmiscuyera en su conversación, lo disimuló con solvencia. Se levantó, se acercó a la máquina que sodomizaba a Romina y la apagó. Cogió un poco de papel y sacó el dildo que había estado penetrando el culo de la niña, se lo metió en la boca y lo dejó allí. Se acercó al cajón y cogió otro más grueso y más largo, en el que había pintado con rotulador unos números, del 1 al 10. – Y a mí me gusta romperlas. – Dijo mientras instalaba el nuevo dildo. Se acercó a la muchacha y le sobó el coño sin miramientos. – Joder. – Dijo visiblemente contrariado. – Alguna vez podrías estar más seca, zorra. – La miró con una mezcla de deseo y desprecio, levantó el trasero de la niña para dejar el dildo en la entrada de su coño, sacó el que tenía en su boca y la abofeteó. La baba le caía sin control mientras recibía los guantazos del amigo de su dueña. – A ver si así dejas de mojarte, puta. Aunque seguro que lo haces más… – Se sentía poderoso golpeando a las pequeñas, viéndolas poner muecas, notando como contenían sus lágrimas y también su placer en espera de recibir la orden de dejarse llevar. Ese control lo volvía loco y lo empujaba a buscar el límite de las jóvenes. – Vamos, perra. La semana pasada sólo llegaste hasta el 7. Dice tu dueña que hoy podría abrirte en canal hasta el 8, que has llevado un XL en el coño durante las noches. A ver si es cierto y te ganas un premio… – Encendió la máquina y se giró de nuevo hacia Margaret, importándole bien poco lo que pasara con Romina. La oía gemir y luego gimotear, y luego jadear y luego lloriquear… pero ya no pensaba en ella. Le daba igual la puta de Margaret. Quería a Leslie. Quería a la novicia de las tetas increíbles, la de la boca sin fin. La perra de la que todos hablan, la que todos desean. Sería de él antes que de nadie más.

   Margaret observaba la escena y miraba de reojo cómo el coñito de Romina se tragaba hasta el 8, aunque las lágrimas eran visibles y el color de la joven preocupante. No pudo evitar sonreírse. Pronto podría alojar su mano en el coño de su perrita como tanto deseaba. Se acercó, apagó la máquina y Romina casi se desplomó. Llamó a Carla, que aún seguía en el suelo y le dijo que ayudara a su perra a bajar de la máquina y que la llevara a la ducha. Esta lo hizo con premura, sabiendo que la otra novicia estaría deshecha. Margaret tenía tres perras y Don Rafael dos más, aunque a menudo solían compartirlas. Por eso, entre ellas tenían bastante confianza. Cuando se bajaban de esa máquina infernal solían necesitar un relax especial y a menudo una revisión médica para prevenir y/o calmar algún desgarro. Margaret vio como ambas desaparecían por la puerta de servicio y al cerrarse ésta se giró hacia los dos hombres.

-                     Eres un egoísta sin escrúpulos. – Le dijo mirándolo a los ojos. Su mueca era dura y firme. Pero a los pocos segundos se fue dibujando una pequeña sonrisa. – Y eso es lo que más me gusta de ti. No miras a quién has de pisar para coger lo que quieres.

-                     Exactamente. Y nadie impedirá que la consiga. – Sonrió con suficiencia, y miro a su adiestrador. – Sr. Davis, puede retirarse. Gracias por la información.

-                     Señor. Señora. – Dijo el Sr. Davis bajando ligeramente la cabeza al pasar frente a ella y echándole un último vistazo al precioso coñito de la mujer. Desapareció por la puerta por la que había entrado y los dos inversores se quedaron a solas.

-                     Margaret, llama a Nina. Quiero que me la chupe. Me he puesto cachondo viendo cómo mi juguete destrozaba a tu niña. – Dijo con una sonrisa maliciosa.

-                     Rafael, Carla está con Romina y Eva y Desirée están todavía recuperándose. Les das mucha caña, cabrón. – Se sonreía, porque lo cierto es que le gustaba ver cómo ese hijo de puta hacía lo que daba la gana con las muchachas. – Así que solo me queda Nina para que me caliente la cama esta noche. Y ya no sé hacer pipí en otro sitio que no sea en la boca de mis perras. – Lo dijo ronroneando, mientras juntaba las manos delante de su coño desnudo como si tuviera vergüenza, en una mueca infantil. Eso hizo sonreír a Don Rafael. – De verdad, habiendo lenguas no quiero papel para limpiar mis preciosos labios. – Separó las manos y se cogió sus dos labios mayores, separándolos con ambas manos. Sabía que estaba provocando al viejo, lo conocía bien. Y aunque no era nada habitual, alguna vez habían jugado juntos, aunque de forma suave. – Si te apetece te alivio yo, que hace tiempo que no pruebo tu leche. – Don Rafael la miró sin esconder la sonrisa. A él le ponían infinitamente más las jóvenes, era una auténtico pervertido, pero Margaret era muy hermosa, normalmente inaccesible y una maestra de la felación.

-                     Claro que sí, como no…

   La poderosa mujer se arrodilló frente a su colega y le abrió bien las piernas. Sabía que al viejo le ponía especialmente que lo miraran, que le mostraran su rendición y aunque Margaret no era así, quería tenerlo de cara. Era posiblemente el más poderoso de los inversores y mantenerlo a su lado era vital para seguir elevando su voluntad sobre el resto del consejo. Sacó la polla, ya morcillona y la observó con calma. Tenía un buen tamaño, tanto en grosor como en longitud. La llevó a su boca y la engulló por completo. En las escasas ocasiones que practicaba mamadas, le gustaba sentirla crecer en su boca. Era su forma de dominar el momento, saber que conseguía que el hombre en cuestión se rindiera ante ella. Posó su mano en la base y comenzó a masturbarlo, sin sacar el resto del miembro de la boca. Cuando lo tuvo bien firme, abandonó la punta y bajo a lamerle los testículos. Don Rafael tiraba la cabeza hacia atrás, disfrutando del momento mientras Margaret no dejaba de mover con su mano el miembro ahora duro y firme del hombre. Agarró con firmeza los testículos y los presionó mientras chupaba ahora con una cadencia mayor, lo que aumentó tanto la presión como el roce e hizo que el viejo no pudiera contener más el orgasmo.

-                     Oh, Margaret, joder. Me voy, me voy. Qué buena eres, coño. Cuánto tiempo, oh sí, joder. – Y el viejo se dejó ir, llenando la boca de la dómina de abundante y caliente leche. Pese a que ya no salía nada y la polla comenzaba a perder consistencia, Margaret seguía lamiendo, sorbiendo, buscando la última gota, el último latigazo de placer. Era una perfeccionista y le gustaba apurar al máximo. El viejo la miraba con deseo y acariciaba su larga cabellera. – Joder, Margaret. Tenemos que hacer esto más a menudo.

-                     Eso quisieras tú, cabrón. – Dijo sacándose el ahora flácido y arrugado trozo de carne de la boca. Se levantó y le sonrió. – Ya te diré qué quiero a cambio de esto. – Nunca hacía nada por nada. Era egoísta y manipuladora y nunca daba punzada sin hilo. Su cabeza ya maquinaba, ya daba vueltas en torno a qué le pediría. – Bueno, me voy, que tengo hambre y Nina me tendrá la cena preparada y ya se habrá pintado los labios y lavado la boca para comerme el coño. Si vieras lo hermosísima que está esa perra cuando le orino dentro y se le corre el pintalabios…

-                     Menuda zorra estás hecha. – La observó durante unos segundos y continuó. – Ve. Nos vemos mañana.

    Se levantó y fue hacia la máquina que minutos antes destrozaba el coño de Romina. Se puso a acariciar el dildo, recogiendo los restos de fluidos de la chica. Margaret lo observó unos segundos. No solo era un cerdo, sino que además era un sádico de cuidado. Buscaba restos de sangre, para ver si les había hecho daño de verdad para forzarlas un poco más al día siguiente. Margaret se sonrió con ese pensamiento, se dio media vuelta y se marchó de la sala.

   Leslie, por su parte, no podía dejar de darle vueltas. Lo que había pasado en clase corría como la pólvora, de boca en boca, de clase en clase. Cuando volvían de sus obligaciones, aún vestida como una little girl notaba las miradas de todo el mundo en su trasero, bajo su falda, en el rubor de sus mejillas, en sus mamas. Al llegar a la habitación, se quitó todo el atuendo y se dio una ducha. Estaba bastante abrumada y no sabía muy bien cómo llevar esa nueva situación. Acababa de salir de la ducha cuando sonó la puerta de la habitación. Se puso una toalla sobre los pechos, la anudó y fue a abrir la puerta. Al hacerlo vio al Sr. Olson, un sueco muy poderoso que actuaba como adiestrador. Era de los más fuertes, y pese a estar en los cuarenta, su físico era envidiable. No preguntó, obvió a Leslie y se adentró en la habitación. Como tampoco podía hacer nada más, cerró la puerta tras de sí y se giró a mirar al hombre, en espera de explicaciones o incluso de órdenes.

-                     Venía a charlar un rato. Puedo, ¿verdad? – Dijo el sueco en un inglés con un fuerte acento escandinavo. Leslie asintió, parada junto a la puerta de la habitación. – Pero no te quedes ahí, prosiguió. Sigue con lo que hacías. Sécate. – Dijo mientras sus ojos se encendían en deseo. A Leslie ya no le sorprendía, estaba acostumbrada a que alguno de los adiestradores o incluso las adiestradoras se le acercaran. Una de las cosas buenas del Internado es que nadie se escondía. El deseo, la suciedad y la perversión eran parte del juego. – Vamos, my darling. Como si no estuviera. – Leslie, con una naturalidad pasmosa, desabrochó la toalla y dejó su cuerpo a la vista. Pasó junto a él, se adentró en el baño y se puso a secarse el pelo con la toalla. El sueco no tardó en acercarse a acariciar su cuerpo. Leslie ya estaba en el tercer año. Había dejado atrás los dos años más físicos del entrenamiento en los que se había formado su cuerpo; se las hacía fuertes, se les dotaba de aguante y se tonificaban sus músculos para que todas estuvieran al gusto de sus futuros propietarios. Y ahora, del tercero en adelante, sus cuerpos ya podían ser tocados, probados, usados… aunque todavía no “profundamente”, ya que tanto la primera exploración vaginal como anal era pública, en clase, al igual que pasaba con el “Primer Miembro” y también con el primer cunnilingus. Pero el Sr. Olson venía a desahogarse y a intentar fortalecer la empatia con la niña. Se acercó a la muchacha, que secaba su pelo frente al espejo y ella pronto notó cómo sus manos paseaban por sus nalgas y también por el interior de sus muslos. Al llegar a la rodilla, volvió a subir, pero antes de internarse en terreno pantanoso, las sacó y las posó en la cadera. Siguió subiendo hasta llegar a las hermosas tetas de la niña. Eran absolutamente fantásticas. Leslie oyó el sonido de la cremallera del pantalón y cómo el enorme y bello sueco sacaba su polla, aún morcillona, pero de un tamaño espectacular. Leslie la conocía, ya lo había pajeado otras veces. Con la mano derecha seguía secando su cabello y con la izquierda intentaba poner dura la maravilla que aquel hombretón tenía entre las piernas. Tampoco se esforzaba muchísimo, simplemente lo descapullaba y volvía sobre sus pasos, cogiendo la piel con un par de dedos, moviéndolos de vez en cuando como si se tratara de un rollito. El miembro cada vez estaba más erecto y los jadeos cada vez eran más elocuentes. – Leslie, cariño. Eres la mejor. Una auténtica artista. – Le susurraba al oído mientras no dejaba de sobarla. – Por eso estoy  aquí. Quiero que cuando te elija, tú me elijas a mí. – Leslie no sabía muy bien de qué iba todo aquello. Era muy pronto para comenzar a elucubrar sobre quién la elegiría y cuál sería su preferencia. Las chicas de cuarto año decían que a partir del segundo trimestre las visitas son continuas, así como los regalos, los favores, etc. pero nadie había hablado nunca de conversaciones en tercer año y menos en el segundo trimestre. Pero el Sr. Olson era tremendamente atractivo, bastante habilidoso con las manos y las caricias en los pezones de la niña estaban dejándolos durísimos, tiesos como puntas de flecha y la humedad volvía a aparecer en el coño de la chica. Ella, a su vez, no dejaba de masturbar al fornido hombre, cerrando los ojos en la acción, concentrándose en no calentarse demasiado. Había aprendido a interiorizar su excitación y así no llegar al orgasmo salvo que ella misma, por voluntad, lo liberara. Eso hacía que se sintiera muy poderosa, muy caliente por dentro, pero a la vez aparentaba una normalidad pasmosa.

-                     Es muy pronto para eso pero lo tendré en cuenta, señor. Gracias por sus palabras. – Disimuló lo mejor que pudo su excitación y aceleró el ritmo de sus caricias sobre el espectacular miembro del Sr. Olson. Notaba el roce del glande sobre sus muslos y comenzaba a oír los gemidos del hombretón. Se giró para mirarlo y tenía los ojos cerrados, aunque no dejaba de manosear las preciosas tetas de Leslie. La chica se sintió como en deuda y decidió hacerle un regalo. Se separó del hombre, se sentó sobre el lavabo y abrió las piernas, dejando a la vista su precioso coño recién depilado y con alguna pequeña muestra de humedad incipiente. El hombre lo miró con deseo y antes de que pudiera hacer nada más, notó como Leslie encogía los pies y juntaba las plantas sobre el pollón del adiestrador, comenzando a masturbarlo. No era la primera vez que hacía algo así, había practicado en su habitación con un dildo, pero sí la primera con una polla real y ésta tenía un muy buen tamaño para poder hacerlo. Miraba al hombre a los ojos, mientras se chupaba un dedito. El Sr. Olson se debatía entre cerrar los ojos o ver cómo aquella niña se comportaba como una auténtica zorra. No tuvo que decidir mucho, porque se corrió en apenas un par de minutos.

-                     Zorra, me corro. Dios, qué buena eres. – El hombre hablaba entre gemidos justo en el momento en que el semen comenzó a brotar por la abertura de su glande. Leslie dejó los pies quietos con la polla completamente descapullada, dejando que la leche templada le bañara los gemelos y embadurnara sus pies. Cuando la polla dejó de sufrir pequeños espasmos, Leslie siguió acariciandola levemente con las plantas hasta que la soltó, acercó la mano, la masturbó un poco más y recogió el último grumo de la punta para llevárselo a la boca. – Eres estupenda, putita. – Continuó. – De lo mejor que he tenido entre manos… ¡Y la mejor con los pies! – Leslie se sonrió y le contestó.

-                     ¡Gracias! – Dijo jovial y alegre. Soltó el manubrio, recogió otro grumo de leche caliente de su muslo, lo saboreó y sonriendo se volvió a meter en la ducha, aunque esta vez ya no se lavó el pelo. El Sr. Olson la observó durante unos minutos, disfrutando de las vistas y recomponiendo su compostura, hasta que sin decir nada más salió de la habitación dejando a la muchacha terminando su ducha.

   Leslie había tenido la suerte que a Melissa le había faltado. Que te toque un buen Primer Miembro podía encarar o dispersar tu educación, incluso pese a tener unas buenas facultades. Melissa era una niña espectacular, rubia de ojos verdes, muy esbelta con su metro setenta y con unas tetas nada desdeñables, aunque sin el calibre de Leslie, que estaban coronadas por unas areolas diminutas y rosadas. Eso sí, la pequeña disfrutaba de unos pezones redondos y gruesos, muy pellizcables, muy disfrutables, que eran deseo de muchos en el internado. Pero ni ellos ni ninguno de sus envidiables atributos la iba a salvar de la mazmorra de Don Rafael, donde el Sr. Davis se ensañaría a gusto. Le había ordenado que no trajera ropa, con lo que la niña salió de su habitación completamente desnuda, con la cabeza gacha, mientras sus compañeras la observaban sabiendo a lo que se iba a enfrentar. Al Sr. Davis no le temblaba la mano a la hora de castigar y corregir. Sus útiles habían marcado más pieles que los de ningún otro adiestrador. Pese a todo, Melissa estaba más preocupada por no haberlo hecho bien delante de todos que por los golpes. Su naturaleza la preparaba para esto último, era parte de su deseo, de sus ansias de sentirse usada y vejada. Y en la clase, la humillación incluso la había excitado en cierta forma. Pero no satisfacer al que en ese momento era su Amo, no. Eso sí la corroía por dentro y hacía que temiera y deseara a partes iguales someterse a la voluntad del adiestrador. Caminaba despacio, incluso disfrutando de su pose de humillada, notando cómo las piedras se clavaban en sus pies, cómo el viento movía su rubia cabellera, dejando a la vista de todos sus preciosos y turgentes pechos. Cogió el camino que llevaba a casa de Don Rafael y entró a la casa por la puerta de servicio, por donde ya la esperaban. Bajó las escaleras que llevaban a las mazmorras y entró en la más grande de ellas, donde se veía luz. Vio tres focos que iluminaban el centro de la sala, así que, sin esperar más órdenes, se encaminó al centro y se arrodilló, tirando su cuerpo adelante y colocándose en posición de sumisión total. Ni siquiera había advertido que el Sr Davis no estaba solo. En la sala en la que solía estar Don Rafael estaban también el Sr. Rodrigo, un inversor y educador sudamericano muy exigente con sus perras y también Samantha, una de las educadoras que más solía complacer a los inversores. El Sr. Davis se acercó despacio a donde se encontraba la niña y pisó una de las manos que se postraban ante él.

-                     Hoy vas a disfrutar de mis manos, de mis juguetes, de mi destreza. Si te corres, me ocuparé de que nadie te tenga en consideración.

-                     Sí, Amo. – Susurró la pequeña.

-                     Esto va a ser como una clase avanzada de golpes, solo que no puntúa. Eso sí, si lo haces bien hoy, en un par de días te dejaré que me la vuelvas a chupar. Arriesgaré y meteré mi polla en tu asquerosa boca. ¿Te parece bien?

-                     Sí, Señor. – Lo cierto es que Melissa estaba contenta, le daría la oportunidad de resarcirse. – Muchas gracias. Seré una puta estupenda, ya lo verá. – Añadió.

-                     No cantes victoria. Aún tienes que resistir hoy. – Lo dijo como dejándolo caer, dándole peso, dejando que la amenaza hiciera su efecto. Acto seguido, levantó el zapato que pisaba a la novicia y lo acercó a su boca. – Mi calzado se ha ensuciado con tu repugnante mano. Límpialo. – Melissa se lo pensó un par de segundos, pero al poco sacó la lengua y lamió tanto la parte de arriba como la suela, que estaba sucia y áspera. Sintió nauseas, pero las contuvo, dejando caer la saliva que recogía la suciedad y esperando no ser reprendida por ello. Al Sr. Davis pareció no importarle, sólo el hecho de que pasara la lengua por la suela era más de lo que esperaba, así que se sintió satisfecho. – Muy bien, perra. Me voy a esforzar contigo.

   El adiestrador acercó la mano al coño de la muchacha y lo inspeccionó, sin llegar a penetrarla, como estaba marcado en los límites. Encontró restos de humedad en los labios mayores de la pequeña, se sonrió y obvió su descubrimiento. Sin mediar palabra, le propinó un fuerte azote en la nalga, lo que casi la hizo caer hacia adelante. Melissa dejó escapar un pequeño quejido, pero recuperó su posición y espero el resto. Sabía que no sería aislado. Casi de inmediato, le llegó una lluvia de golpes, todos con la mano, que dejaron su culo enrojecido de inmediato. Pero no se quedó ahí. La levantó de la coleta y se cebó con sus juveniles pechos. Melissa tenía una piel clara como la nieve, dulce como la nata y los golpes se marcaban y reflejaban rápidamente sobre su cuerpo. Por eso también era de las preferidas para estas prácticas. Cuando el adiestrador le soltó la coleta, se dejó caer de nuevo sobre el frío suelo, notando calma en sus malheridos pezones. Quedó en silencio y oyó pasos que se acercaban hasta su posición, acompañados del ruido de un carrito de ruedas desplazándose hacia ella. Venían más juguetes. Melissa lo sabía y su miedo y su excitación se juntaban y jugaban al gato y al ratón. De repente, oyó la voz de su adiestrador, firme y dura.

-                     Ni se te ocurra moverte. Si se caen, te arrepentirás.

-                     Sí, Señor. – Ya sabía cómo se las gastaba, así que no necesitaba amenazas.

    Lentamente notó cómo un líquido abrasador corría por la parte baja de su espalda. Enseguida supo que era cera, pero no en la cantidad habitual. Había derramado bastante y rápidamente supo para qué. Colocó un cirio, doblado ligeramente en la punta hacia un lado y lo sujetó con la base de cera. Repitió la misma operación en la parte alta, convirtiendo su espalda en un precioso candelabro artesanal. Los cirios goteaban sin cesar y lo hacían sobre su piel. Pensaba que las gotas harían base, que pronto no las notaria, pero la inclinación que le daba al cirio hacía que las gotas resbalaran, con lo que quemaban una y otra vez. El Sr. Davis era un artesano del dolor. Desde su posición observó cómo junto al carro se situaban las personas que había oído caminar. Una de ellas era Samantha, que en ese momento se arrodillaba y sacaba la polla del Sr. Rodrigo para comenzar a masturbarlo. Melissa notaba el calor en su espalda, la excitación de ver a la pareja practicando frente a ella y notó cómo su coño se humedecía. Sabía que en esa posición su adiestrador lo sabría enseguida. Pero no esperaba que no le importara. Lo vio moverse detrás de ella y notó cómo colocaba dos pinzas en su vulva, cada una en un labio. El dolor momentáneo fue intenso, pero menos de lo esperado y poco a poco se fue ensordeciendo, provocado posiblemente por el picor de la espalda. El Sr. Davis se colocó delante de ella y volvió a susurrarle.

-                     Aunque te haya parecido que dolía, esas pinzas no son nada. – Hizo una parada y se sonrió. – Están puestas de manera que si te mueves un poco, se soltarán. Si te excitas, si te mojas, resbalarán y se soltarán. Y si pasa cualquiera de esas dos cosas, las que te pondré no serán tan amables. – Se sonrió y sin esperar la reacción de la chica, se giró hacia Samantha. – Ahora nos vamos a follar a esta zorra aquí delante de ti. Si te miro y no estás mirando, me cebaré contigo. Y no te mojes o lo pasarás mal. Ah! Y mantén la boca abierta por si a alguno le apetece usarla.

-                     Sí, señor. – Dijo Melissa.

   A partir de ahí, los dos adiestradores se dedicaron a Samantha. Su cuerpo era un verdadero escándalo, así que no dejaron rincón por explorar. Ya la habían disfrutado otras veces, pero el cuerpo de esa chica era un auténtico monumento. El Sr. Rodrigo pronto se cansó de la boca de la educadora. Todos sabían que era su punto más débil, así que se acostó en el suelo, situando una pierna a cada lado de la cabeza de Melissa y Samantha se sentó sobre él y se puso a cabalgarlo. La forma física era primordial en todos los componentes y las educadoras no eran menos. El Sr. Davis se acercó, se puso de pie frente a Melissa y sacó su polla para que la educadora lo masturbara. Apenas le prestaba atención. Estaba decidido a hacer que la niña fallara y poder llevarla al límite, pero al menos de momento aguantaba. Pero él también sabía jugar sucio. Se concentró, cerró los ojos y se puso a orinar sobre la cara de la novicia. La boca permanecía abierta, pero ella ni se inmutó, lo que satisfizo y molestó a partes iguales al adiestrador. Dejó de orinar y se la metió a la educadora en la boca para que la limpiara. Samantha hacía lo que podía, ya que no dejaba de saltar sobre la polla que le llenaba el coño. Pero el Sr. Davis también quería entrar.

-                     Puta, date la vuelta y túmbate sobre él. – Samantha se sonrió y lo hizo sin inmutarse. Todas aquellas actuaciones, además del placer físico, le suponían enormes emolumentos, gratificaciones, propinas millonarias… así que no le suponía ningún esfuerzo realizarlas. Se dio la vuelta, se volvió a meter el grueso miembro y siguió moviéndose sobre él. Notó la mano del Sr. Davis en su culo fijándola, indicándole que parara. – Estate quieta un segundo, que voy a romperte el culo.

   Al principio era algo doloroso, pero en segundos tanto su sexo como su ano, que estaban muy bien entrenados, se acostumbraban a sus ocupantes y si la cadencia de ambos era buena, resultaba siempre una experiencia increíble. Por su parte, Melissa no perdía detalle. Vio cómo el enorme pollón de su adiestrador desaparecía en el ano de su educadora y le pareció algo maravilloso. Cerró un instante los ojos cuando pensó que no podía ser vista y adecuó su respiración, conteniendo su excitación y por ende, su humedad. Era una espectadora de lujo de un acto perfecto de sexo, con dos hombres experimentados follándose a una mujer no menos experimentada. En unos pocos minutos vio perfectamente en la tensión de varios músculos cómo la educadora se corría al menos tres veces. Ellas no tenían límite, aunque por respeto a ellos no lo solían exteriorizar. La niña miraba aún con la boca abierta, lo que le ayudaba a controlar la respiración. Hacía rato que no notaba las pinzas, aunque sabía perfectamente que seguían allí. El efecto de las gotas ya no era el mismo. Poco a poco, restos de ellas se habían ido quedando, con lo que la quemazón ya no era como al principio. Aún así, las marcas quedarían durante días. La cadencia de Don Rodrigo aumentó casi de repente y se puso a blasfemar.

-                     Qué rico, mami. Vaya putas buenas tenemos, hermano. Cago en Dios qué ricas son. – Decía. Siguió empujando hasta que se puso a gemir en voz alta. – Me corro, cabrón. Me corro en el coño de la fulana, joder. Papi va a darte su lechita para cenar.

   Y Melissa vio cómo las venas de la polla se le hinchaban y la cadencia bajaba. Sabía que se estaba corriendo y que estaba rellenando a la educadora de leche caliente. El Sr. Davis no fue tan escandaloso, pero Melisa supo que se corría poco después, cuando notó la tensión en los músculos de las piernas. No cerró la boca en ningún momento y sólo se centró en contener su excitación. Vio perfectamente cómo una polla aún goteando salía del ano de la educadora y no pudo contener el escalofrío. Por suerte, las pinzas no se movieron. El Sr. Davis se giró y apuntó hacia su boca.

-                     Límpiamela. No quiero guardarla mientras huela a culo. – No tenía claro que el adiestrador pudiera hacer uso de su boca, ya que no había aprobado su Primer Miembro, pero no iba a discutirle después de lo que había ocurrido. Eso… y que la humillación la estaba poniendo mucho, hicieron que no opusiera resistencia cuando se la metió hasta la garganta. Ella no podía moverse, así que se dejó usar. El Sr. Davis la miraba curioso. No pensaba que fuera a aguantar tanto. Así que, decidió jugar su última carta. – Samantha, que no se te escape nada, que nuestra amiga querrá merendar. – La educadora se sonrió, cerró su esfínter y apretó sus músculos vaginales mientras se levantaba, acercándose a la boca de la novicia. – Lame. – Dijo el Sr. Davis con voz firme, apartándose un poco a observar la escena.

   Samantha se relajó y dejó que la mezcla de semen caliente y fluidos resbalara de su interior y fuera a parar a la cara, a la lengua, a la boca de la muchacha. Aquello fue demasiado para Melissa. En cuanto notó la lefa templada en su boca, el sabor agridulce de los fluidos, su posición humillada lamiendo a una hembra que acababa de ser bien follada en su cara, un nuevo escalofrío la recorrió y oyó cómo una de las pinzas se soltaba y caía. Samantha hizo como que no sabía de qué iba el tema y siguió restregando su coño y su culo contra la cara de la novicia. En cuestión de segundos, la otra pinza resbalaba y caía también. Lo siguiente que oyó Melissa fue la risa del Sr. Rodrigo mientras se levantaba del suelo y cómo el Sr. Davis recogía algo del carro. Samantha se apartó de ella y, sin mediar palabra, Melissa notó el primer latigazo sobre su lomo. El Stock Whips del Sr. Davis era mítico en el Internado. La vela que parecía anclada a la parte baja de la espalda saltó en pedazos, derramando unas últimas gotas. El segundo latigazo hizo lo propio con las de la parte alta y a este siguieron unos pocos más. El adiestrador estaba haciendo uso de su destreza para limpiar su espalda a latigazos. El picor de cada marca era indescriptible, intenso y localizado. Las marcas no debían ser permanentes, así que el Sr. Davis contenía su fuerza y se dedicaba a practicar su maestría. Melissa notaba cada picotazo como si desgarrara su piel, aunque era bien consciente de que aquel hombre no estaba utilizando toda su fuerza. Eso hizo que el intenso dolor se mezclara con una admiración hacia su adiestrador, hacia su capacidad por provocarlo, hacia su habilidad para convertir en juguetes a las novicias. Se sintió muy usada, muy entregada, muy suya en ese momento. Si él le hubiera ordenado en ese momento que se corriera, lo habría hecho sin tocarse en cuestión de segundos. Así que, pese a que los latigazos seguían rebotando y marcando su espalda y que posiblemente no podría salir andando de allí, se sentía peligrosamente feliz. El Sr. Davis acabó su obra de arte tras veinte latigazos. Cuando finalizó, Melissa a duras penas se mantenía de rodillas. La verdad es que el hombre sintió un poco de admiración por el aguante de la novicia, aunque ni se planteó que ella lo supiera.

-                     Ya puedes relajarte, perra.

   Lo dijo con tono aséptico, sin ningún tipo de emoción. Melissa se derrumbó literalmente, a punto del desmayo, apoyando su mandíbula sobre un pequeño charco de fluidos que quedaban en el suelo. El olor la hizo relajarse, cerró los ojos y comenzó a dejarse abrazar por el nirvana. Sabía que parte de esos fluidos habían sido derramados al usarla y eso la hizo sentirse extrañamente feliz. Oyó los pasos del Sr. Davis alejándose, hasta salir de la sala. Pestañeó levemente para mira cómo salía por la puerta y aún vio cómo dos enfermeras se acercaban a ella, justo antes de perder el conocimiento.

   El Sr. Davis volvió al Internado. Subió hacia una de las aulas cuando vio al Sr. Olson salir de la habitación de Leslie, con una sonrisa de oreja a oreja. Dudo un segundo, pero enseguida se encaminó hacia la habitación de la preciosa niña. Cuando oyó dentro el agua de la ducha, supo que algo había pasado. Estuvo a punto de entrar y abofetear a la pequeña, aunque sabía que no tenía ningún motivo para hacerlo. En realidad le daba rabia que el puto sueco de mierda se le hubiera adelantado a hablar con la novicia. Nadie se había adelantado tanto nunca. No era determinante ni mucho menos, de hecho muchas novicias recibían varias visitas, pero a él le gustaba ser el primero; siempre había pensado que le daba ventaja. Así que, fruto de su frustración, siguió al sueco acelerando los pasos, hasta que al doblar un pasillo que aparecía desierto, lo cogió por la espalda y lo tiró contra una pared.

-                     Escúchame atentamente, cabrón. Olvídate de esa niña. Ya tiene dueño. Será de Don Rafael, hagas lo que hagas. Así que ahórrate el esfuerzo, o te arrepentirás.

-                     ¿Ah, sí? – Respondió en tono chulesco el Sr. Olson. – ¿Y qué me vas a hacer, eh? – El sueco sabía que había cámaras en todos los recintos del Internado y que la seguridad era máxima. Eran intocables. Y el Sr. Davis también lo sabía, así que al ver que la intimidación no le iba a llevar a ningún sitio, le soltó de la pechera y le pasó la mano como para quitarle las arrugas.

-                     Disculpa. – Mintió. – Me gusta ser el primero y me he ofuscado. Lo siento. – Seguía interpretando su papel, hasta que le dio un cambio de rumbo a la conversación. – Sin embargo, lo de que será de Don Rafael sí iba en serio. La queremos a toda costa y estamos dispuestos a hacer… esfuerzos… si hace falta para conseguirla. – El parón hizo su efecto en el sueco, que lo miró sonriente.

-                     A mí también me gusta y por eso he ido a verla. – Se calló un segundo y miró gravemente al Sr. Davis. – Se rumorea que los Johnson también la quieren. – El Sr. Davis no se inmutó, aunque sabía que la cosa acababa de complicarse mucho. Los Johnson, padre e hijo, eran los fundadores del Internado y, por supuesto, también los más influyentes. El Sr. Olson prosiguió. – Así que… si la quieres necesitarás más apoyos… y no sois los más populares que digamos…

-                     ¿A qué te refieres? – La mirada era fría y dura, pero el sueco tenía un físico imponente y sabía jugar sus cartas.

-                     A que tendréis que negociar con algunos de nosotros para lograr apoyos… – Apartó la mirada e hizo intención de marcharse, pero la mano del Sr. Davis se lo impidió, con lo que no tuvo más remedio que volver a mirarlo. Le pareció ver ira en su mirada, pero sabía que formaba parte de su carácter, así que no le dio más importancia. El Sr. Davis lo miraba sin pestañear, manteniendo su pose dominante, imponiendo su estilo, aunque sabía que esta vez no sería suficiente. Así que no tuvo más remedio que retroceder un poco y relajar el tono.

-                     ¿Cuánto quieres?

Segunda parte de la historia. Espero que os guste.

 

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