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La niña del autobús 4

en Voyerismo

-          Joder, Laura. ¿Y si me ve? Tengo una familia. Esto es sexo. Puro y duro. Además, ¿qué tiene que ver eso con lo otro? ¿Acaso la vas a espiar? – Me había puesto un poco nervioso. Estaba en casa de una niña a la que apenas conocía, que me podía causar un buen montón de problemas. Vale que hasta ahora todo parecía morboso, juguetón y sin demasiado peligro, pero que me vieran más personas con Laura… no me hacía ilusión.

-          Eres tonto, Héctor. De remate. – Se sonreía, pero no yo no alcanzaba a entenderla. – ¿No te dije que mi hermana era una guarrilla? Pues confía en mí.

Seguía sin entender nada. ¿Acaso tenía un agujero para verla? ¿Practicaban sexo en grupo? Sólo de pensarlo me puse cardiaco. Pero tenía que saberlo. Mi situación en aquel piso en ese momento, en manos de aquella chica, no era muy buena. Estaba vendido. Cierto que me podía ir en cualquier momento, pero… Tampoco quería irme. Estaba bastante excitado por saber que me preparaba.

-          Vale. Cenemos. Pero quiero que me cuentes cómo has hecho lo del tren. – Me relajé. Que pasara lo que tuviera que pasar. Además, mi subconsciente, mi ego, mi excitación ya habían decidido por mí que aquella noche la pasaría en esa casa. – Ah, y una cosa más… Dime cuántos años tienes. – Quería quedarme tranquilo, al menos en lo que a aspectos legales se refiere.

-          Tengo dieciocho. Los cumplí en Octubre. Y de lo del tren hablamos luego. Pero primero cenamos, tomamos una copa, y te relajas. Y luego me prometes que no te enfadarás.

-          Mmmmm… está bien. Luego seguimos. – No me hizo ninguna ilusión lo de “no te enfadarás”. Eso siempre conlleva algo mal hecho que puede (suele) provocar dicho enfado, pero la verdad, no me apetecía nada discutir.

Devoramos las pizzas, ya que estábamos hambrientos. Laura se apoyaba en la lengua de manera exagerada la punta de las porciones. Yo hacía como que no la miraba, pero ella lo hacía aún más descaradamente, o me golpeaba con el codo, hasta que no me quedaba más remedio que rendirme, y reírle la gracia. Entre risas nos comimos las dos pizzas, y nos bebimos una par de cervezas. Cuando terminamos, Laura se levantó y me dijo:

-          ¿Quieres un gintonic?

-          Vale.

-          ¿Hendricks con pepino?

-          Fantástico!!!

Me encanta ese gintonic. Laura se levantó y se dirigió a la cocina. Miré la hora. Las 21.30h. No era muy tarde todavía. A los pocos minutos traía dos copas de balón con los cócteles.

-          ¡Qué buena pinta! – Dije entusiasmado. Era cierto, tenía una pinta deliciosa. Lo probé. Tal vez algo cargado, para mi gusto, que me gustan más bien suaves. Aún así, muy rico. Decidí que era hora de apretarle un poco más. Me puse serio y la miré. – Venga, Laura, me debes una explicación.

-          Pues verás… - Le dio un sorbo al gintonic, y lo dejó en una mesita baja que había junto al sofá. – Cuando nos despedimos en la estación de autobuses… me esperé y te seguí. No sé muy bien porque lo hice, pero el caso es que te acercaste a un coche rotulado. Vi una web, y me la apunté. – Me miró, pero yo le devolví la mirada encogiéndome de hombros. No sabía muy bien a dónde quería llegar. – El lunes me fui a Madrid a ver a mis padres. Ayer entré a la web, averigüé a qué os dedicáis, cogí el teléfono de la delegación de Valencia… y llamé y pregunté por ti. – Abrí muchos los ojos. Eso no era bueno, nada bueno. Comencé a frotarme las manos con nerviosismo. Hice la intención de protestar, pero me hizo gestos para que me calmara, y siguió casi de inmediato con el relato. – Me dijeron que no estabas, aunque eso yo ya lo sabía. Dije que era la secretaria del jefe de obra del aeropuerto de Barajas que habías ido a ver. Que te había llamado por teléfono y que no me hacía contigo, y que necesitaba saber ya a qué hora tenías el AVE de vuelta para fijar la hora de la comida. Me lo dijo, y ya está. Fácil.

Se quedó mirándome durante un momento. Se sonreía, juntaba las rodillas, y movía los talones, bajaba la barbilla y levantaba la mirada, como si fuera una niña mala. No pude remediarlo, y solté una carcajada.

-          Pero que puta eres.

-          Y no le saqué a la chica del teléfono más cosas porque no quise. Héctor, estudio periodismo, sé cómo hacer las preguntas. – Era una niña, pero valiente y decidida como ella sola. No dejaba de sorprenderme. Me tenía encandilado.

-          Vale. Pero no lo vuelvas a hacer. Prométemelo.

-          Bueeeeeeeeeeeno, está bien. Te lo prometo. Y ahora que ese tema está solucionado, vamos con la sorpresita. – Esta parte me gustaba más. Me excité solo con la cara que puso. – Mi hermana suele venir sobre las 10, así que nos vamos a ir a mi cuarto, y allí te cuento más. ¿Te parece?

No esperó a que le contestara. Cogió los dos gintonics y se dirigió hacia el final del pasillo que salía del comedor. Se paró justo al final, entre dos puertas que estaban encaradas.

-          Esa es la habitación de mi hermana. Y esta la mía. Si necesitas ir al baño, esa es la puerta. – Era justo la que quedaba al lado de la Ruth.

Abrió su puerta, entró en su habitación y yo la seguí. Era la habitación de un adolescente. Había un par de posters de actores de moda, una guitarra colgada, un par de altavoces, y una tele de plasma. Tenía algunas fotos colgadas, y muchas en un tablón de corcho. En un rincón se veía un armario empotrado de tres puertas. También había una ventana. Me asomé y daba a la calle. Noté que Laura me cogía la mano y me estiraba. Me sentó en la cama y comenzó a hablar.

-          A ver, Papaíto. ¿Cómo eres de salido?

-          Bastante, pero… no entiendo muy bien la pregunta. – Era verdad. No la entendía muy bien.

-          ¿Entras en páginas porno a menudo?

-          Ehhhh…. Pues sí. – Era cierto.

-          Vale. ¿Y en alguna de contactos? –Aquella me pilló un poco más desprevenido.

-          Pues también, pero menos.

-          Vaaaale. ¿Conoces una página de webcams gratis en la que te dan monedas ficticias (que se pueden convertir en dinero, pero no es lo más importante) por exhibirte? – Daba la casualidad de que sí la conocía. Es una página de webcams gratis en español. No hay muchas.

-          Sí la conozco.

-          Vaaaaaaaaaaaaaale. Pues Ruth y Bea son las reinas de la noche. – Esa sí era buena. Me miró con lujuria y continuó. – Y emiten desde ahí.

Alterné la mirada entre la puerta que estaba al otro lado del pasillo, y la cara de vicio de Laura. Me empalmé casi de inmediato. Pero claro, una pregunta me rondaba por la cabeza.

-          ¿Y tú las ves muy a menudo?

-          Pues claro! Si estoy en Castellón y entro, las busco. Y si estoy aquí… no me lo pierdo. Imagínate lo que es la emisión de la webcam pero con sonido en directo. Además, siempre he sido muy sexual, y por supuesto que no voy a rechazar sexualmente a la mitad de la población mundial. Además, ¿habrá algo más erótico y tierno que dos mujeres haciendo el amor?

-          Pero… es tu hermana. – La verdad que mi educación clasista, como la de toda mi generación, no me permitía pensar de otra forma.

-          Sí. Pero eso también añade morbo al asunto. Y además está bien buena. Y Bea, quizá mejor. – En aquel momento toda aquella confesión me pareció incontestable, sin fisuras, digna de una madurez impropia a esa edad. Y con un morbazo de la leche. Rompía con todos los tabúes que quedaban aún sin desaparecer en mi generación, y los dejaba completamente obsoletos. No obstante, mi cabeza aún no era capaz de digerirlo del todo. Iba a continuar con la conversación cuando oímos la llave de la cerradura. Laura se dirigió a mí. – Voy a saludar a mi hermana y a Bea. No hagas ruido. – Y desapareció por la puerta, cerrando tras de sí.

Estaba completamente fuera de lugar. En una habitación extraña, con una medio desconocida veintitantos años más joven, que veía habitualmente a su hermana practicar sexo con otra mujer en una sala de webcams… Era realmente difícil de aceptar a la primera. Cogí mi gintonic y le di un buen sorbo.  

Agudicé el oído y pude escuchar parte de la conversación. Laura le decía a Ruth que estaba con un amigo en su cuarto, y Bea hacía algún tipo de comentario jocoso que hacía que las tres se rieran a carcajadas. Oí la puerta de enfrente abrirse y cerrarse, y de inmediato entró Laura.

-          Héctor, ¿qué te parece si nos damos una ducha? Las chicas aún tardarán un rato en emitir.

-          Ehhhhhh… Vale. – La verdad es que estaba sudado del viaje, y lo prefería. Saqué una camiseta y un pantalón corto de la maleta de mano que llevaba, que es lo utilizo como pijama cuando estoy de viaje. Laura cogió un trozo de tela casi transparente que parecía un camisón. Se me secó la boca. - ¿Vamos?

-          Sí, vamos.

Apuramos los gintonics, salimos de la habitación y entramos en el baño. Era grande, con una bañera triangular de hidromasaje en la que cabían con holgura dos personas. Empecé a desvestirme con cierto pudor. Mis años se reflejaban en mis carnes, tenía un sobrepeso de diez o quince kilos (siendo benévolos), y mi pelo tuvo mejores épocas. Sin embargo, Laura se desnudaba con naturalidad, con sencillez, como si yo no estuviera ahí. Se giró hacia mí y la pude ver por primera vez completamente desnuda. Era preciosa. Tenía tal vez un par de kilos de más, pero eso sólo hacía que estuviera aún más maciza. Aquel culo era de ensueño. Y el mejor par de tetas que he visto jamás. Me cogió la mano y se metió dentro de la bañera. La seguí. Tiró un poco de agua fría directamente al desagüe de la bañera, y después comenzó a mojarse. El agua se paseaba por su piel, la acariciaba, la rodeaba, realizaba graciosos saltos desde su pecho… de alguna manera, la esculpía. Se mojó el pelo y me dirigió el chorro. Me mojé entero, mientras me tocaba mi incipiente erección intentando disimularla un poco. Me dio una esponja, le puso un poco de jabón y la roció con agua. Apagó el grifo y me la quitó.

-          Date la vuelta, y abre un poco las piernas. – Me susurró.

No opuse resistencia. Comenzó a enjabonarme la espalda, subió al cuello, bajó por el trasero a las piernas, y allí se detuvo. Se agachó y empezó a enjabonarme la parte interior de las piernas. Subía lentamente, con cariño. Subía y bajaba, con mucha delicadeza, como si masturbara mi pierna. Subió aún más, y se encaminó hacia el ano. Intenté no ponerme tenso, y la dejé hacer. Se cambió la esponja de mano y comenzó a frotarme la parte delantera de las piernas, hasta llegar a la polla. La limpió con calma, mientras con la otra mano me frotaba con dulzura el perineo. La erección ya era importante, e imposible de disimular. Laura me masturbaba muy lentamente con la mano llena de jabón mientras me estimulaba el perineo. Un dedito bien enjabonado intentó abrirse paso a través del ano. La ayudé hasta que lo consiguió. El goce era sublime. Era un placer sordo, continuado, grueso.  Cuando ya estaba a cien, paró, recogió la esponja, se levantó mientras me frotaba el abdomen y el pecho y se pegó a mi cuerpo por detrás.

-          De momento es suficiente. Quiero ese biberoncito para después. – Susurraba como una gata en celo. Que descarada era. Soltó la esponja, cogió un poco de champú y me lavó la cabeza con destreza. Me enjuagó por completo, limpió la esponja, y le volvió a poner jabón. Me la tendió y me habló muy despacito. – ¿Papaíto enjabonará a su niña?

-          Eres una zorra. – Eso es lo que acerté a decir. Se llevaba un dedito a la boca y lo mordisqueaba como si fuera una niña traviesa. – Muy zorra, por cierto.

Se le escapó una carcajada, que también me hizo sonreír. La enjaboné con mimo, con ternura, como ella lo había hecho conmigo. Me entretuve como por casualidad en su pecho, aunque ella se dio cuenta y se sonreía maliciosamente. Terminé como pude, con otra buena erección. Nos enjuagamos, nos secamos el uno al otro, y nos encaminamos a la habitación. Nada más salir al cuarto escuchamos unas risas provenientes del cuarto de Ruth. El show había comenzado. Entramos en la habitación y cerramos la puerta. Laura me indicó la cama, y yo me senté. De una bandolera marrón de tela sacó un portátil, lo encendió, sacó un hdmi, lo conectó a la tele del cuarto, la encendió y busco la salida correcta. En la pantalla de la tele apareció el escritorio del portátil. Hizo doble click en el mozilla e introdujo la dirección. Apareció la página de las webcams y la que más visitas tenía era la de dos chicas, una mulata, con una piel color miel maravillosa y la otra blanca como la espuma del mar. Se hacían llamar chocolate con leche. “Muy apropiado”, pensé. Las dos llevaban una peluca de pelo rubio albino y unas gafas de pasta grandes, como de secretaria sexy. Hizo doble click y se conectó a la sala.

-          Mira, la más blanca de piel es mi hermana Ruth. Y la mulata es su hermana, Bea – Estaban sentadas en la cama, juntitas, mientras que Bea mantenía una pierna encima de Ruth. – Mi hermana es muy guarrilla, pero Bea… Ufff… Bea son palabras mayores, Héctor.

Yo me encendía por momentos. Sólo la situación ya era la bomba. Miraba atentamente aquella pantalla donde dos chicas maravillosas comenzaban a acariciarse la parte interior de los muslos. Laura se acercó por detrás y tiró suavemente hacia atrás. Me dejé caer lentamente. Me había puesto un cojín encima de la almohada, con lo que me situé allí, ya que tumbado tenía una situación privilegiada. Laura se puso cara a mí, entrando como una gata por el final de la cama. El camisón era completamente transparente, lo que dejaba a la vista sus hermosísimos pezones, así como su coñito depilado. Comenzó a acariciarme los pies y fue subiendo lentamente, frotando, emulando lo que había comenzado en el baño. Mientras, en la cam las dos chicas se habían quitado las camisetas y dos pares de tetas maravillosas lucían en el LED. Habían sacado varios juguetitos y los habían ido dejando a los lados de la cama. Dildos de varios tamaños, un arnés con una mariposa, lubricante, bolas chinas… Huelga decir que estaba cardiaco. Con un teclado y un ratón inalámbricos movían el zoom y contestaban a los mensajes y peticiones que les iban haciendo.

Por nuestra parte, Laura seguía con su juego, pasando la mano por el interior de mis piernas y por debajo de mi holgado pantalón. Por allí fue subiendo hasta que se encontró con mi barra de carne, dura como el acero. Estiró del pantalón y mi polla surgió dando un respingo.

-          ¿Sabes? – Comenzó a decir Laura con voz melosa. – Una de las cosas que me hizo repetir cuando volviste a buscarme es que estés depilado. Hasta ahora sólo lo había visto en las pelis. La mayoría de chicos no lo hacen. Al menos, no tan apurado. En las piernas y los brazos sí, pero ahí… - Mientras hablaba me acariciaba la polla con suavidad, sin llegar a cogerla. Era mejor así, o no habría durado ni dos minutos. – Me encanta que no haya pelo, que esté suave, que pueda chuparlo y lamerlo todo...

-          Joder, Laura, cómo me pones… - Apenas llegaba a tocarle la cabeza, pero la acariciaba para que supiera que le agradecía todo aquello. En la cam las chicas habían hecho zoom a sus caras y se besaban con pasión y lujuria. Bea llevaba un piercing en la lengua, lo que la convertía ya en una diosa de ébano. – Por cierto, he de confesarte que me pone muchísimo las chicas de color… y mucho también los piercings en la lengua… Así que hazte cuenta cómo me está poniendo la amiga de Ruth…

Levantó la mirada con una sonrisa, se giró a ver el LED, y me volvió a mirar. Fue trepando mientras se arrastraba para poder restregar sus preciosos melocotones por mi entrepierna, la barriga hasta llegar a mi pecho. Creí que iba a besarme, pero dándome besos en el cuello se fue hacia el lateral de mi cara. Cuando noté la punta de la lengua en mi oreja un escalofrío me recorrió entero. Enseguida se dio cuenta. Lo reconozco, es una debilidad, si alguien lo hace bien estoy perdido. Comenzó a chuparme el lóbulo de la oreja con delicadeza, con mimo, dándome calor, y poco a poco fue investigando con su lengua hasta descubrir todos los rincones. Me puse cardíaco. Alcé la vista y Bea estaba entre las piernas de Ruth. Habían hecho zoom y le estaba dando un buen repaso a su vulva. Era delicada, casi infantil. Lamía con sumo cuidado los labios mayores, pasando la bolita blanca del pircieng por todo lo largo de la vulva, y acercándose al clítoris. Allí cambió un poco de estilo, y comenzó a alternar delicadas caricias, con severos golpecitos con el adorno el botoncito, lo que provocaba al tiempo los gemidos de Ruth. De la nada apareció un dildo de buenas proporciones, y Bea se puso a chuparlo y lamerlo, mientras lanzaba miradas a la cam. Cuando lo tuvo bien ensalivado, lo puso en la entrada de la cueva de Ruth. Lo movía en círculos, como si lo roscara, mientras empujaba lentamente. El dildo fue abriéndose camino. Bea quitó zoom y la cara de Ruth con la boca abierta apareció en el LED. Bea se levantó, y sin dejar de enroscar el hermoso dildo en el interior de Ruth, pasó por un lado de la cama, se situó junto a ella, le pasó una pierna por encima, y le puso su hermoso coñito en la boca, mientras que un poco de lado continuaba introduciendo el consolador en su pareja. Aquellas chicas sabían lo que hacían. El espectáculo era hermoso. Sexualmente, con diferencia el más hermoso que había visto jamás. Las dos fueron jadeando poco a poco a más, y a más, y a más, hasta que se corrieron sonoramente.

En mi cama, Laura seguía mordisqueando mi lóbulo, mientras que con su mano masajeaba con suavidad mi miembro, cuidando que no me fuera todavía.

-          ¿Qué te parece? – Me preguntó.

-          Uffff…. Absolutamente maravilloso. Indescriptible. Hermoso. Divino. Tierno. Sensual. Morboso. Perfecto. Eso es. Creo que es el encuentro sexual más perfecto que recuerdo.

-          Me alegro que te guste. Ruth es muy tierna, pero Bea es una zorra. La tiene comiendo de su mano. Pero claro, es que no quiere que se le escape. Para Bea, mi hermana Ruth es la primera, y es un poco dominante.

-          ¿No había tenido más parejas?

-          Sí, claro, pero eran hombres. Mi hermana es su primera mujer. Bea es bisexual.

-          Oh! – Otro escalofrío. Con la polla en la mano era imposible que Laura no se hubiera dado cuenta.

-          Como te pone, ¿eh? – Me miró con deseo, bajó un poco reptando por la cama y situó su cara al lado de mi estaca. – Fíjate, me has puesto ya la mano perdida. – Ronroneó. Restos de líquido preseminal brillaban en su mano. Se la llevó a la boca y la lamió con desvergüenza, sacando la lengua exageradamente, provocándome. – Papaíto se está poniendo malito, ¿a que sí?

-          Uf, no lo sabes. No sabes como estoy ahora mismo. No te imaginas la cantidad de cosas que haría ahora mismo.

¿De verdad? Entonces… - Me miró y miró a la pantalla. – Tal vez… - Bajó su cabeza y se introdujo toda la polla en la boca. Lo hizo sin ningún tipo de problema. Cuando sus labios chocaron con mi pubis, sacó la lengua y lamió la base. Fue soltándola poco a poco, dejándola brillante de la saliva. – Quizá… - Se sentó un poco de medio lado, y comenzó de nuevo a masajeármela. Me miró de forma lasciva, provocativa. Casi susurraba al hablarme. – Quizá… quizá te gustaría jugar con ellas…