miprimita.com

Las perversiones de Héctor: La sumisión de Ruth.

en Dominación

   Bea me miró divertida. Estaría horas mirando esa boca. Esa cara. Esos pechos. Era increíble. Era evidente que era tan morbosa como Laura, pero a ésta le ponía más el exhibicionismo. Pese a que Bea se había corrido como una perra dos veces por lo menos, había estado ruborizada casi todo el tiempo. No obstante, con sus ganas y mi perversión, podíamos divertirnos mucho juntos. Caminamos hacia donde tenía el coche, semiocultos tras nuestras gafas de sol. Bea seguía caminando sin ropa interior, y con seguridad aún tenía restos de sus corridas entre las piernas, porque la notaba caminar incómoda. La paré y le pregunté.

-          ¿Quieres que paremos a tomar algo, y te aseas? El tanga es mío, y no te lo voy a devolver. – Me sonrió. – Pero si quieres asearte… lo entenderé.

-          Eres demasiado bueno, Papaíto. Hay mujeres a las que no te follarías así. – Me arrastró de la mano y se metió en una cafetería con terraza en la Plaza del Ayuntamiento.

   Me quedé un rato pensativo. No sabía a qué se refería. Con ellas no me había ido tan mal, para ser un tío normal. Se metió en el baño, y al cabo de un rato salió recién maquillada, con todo en su sitio. Estaba espectacular. Bea sabía que estaba buena, y además sabía lucirlo.

-          Pero qué buena estás, niña. – Se sonrió, y juraría que enrojeció un poco.

   Se sentó en la barra, dejando a la vista el final de las medias. Enseguida se me puso morcillona. Pese a todo no era capaz de acostumbrarme a disfrutar de aquellas maravillas. Me senté en frente, y le puse la mano en la pierna. Me puse a acariciar la parte interior del muslo. La miré, le sonreí, y seguí subiendo la mano. Quería comprobar que seguía sin tanga, que no me hacía trampa. Llegué hasta su pubis, y rocé su rajita sin que nada me lo impidiera. Todo correcto.

-          ¿Qué pasa, Héctor? ¿Qué no te fías de mí?

-          Claro que sí, cielo, pero… me encanta comprobarlo…

   Se sonrió, me besó, y seguimos nuestra conversación. Me preguntó cuál era mi intención en el cine, dónde, etc… Y le dije que todo a su debido tiempo. Aún tenía que reflexionar sobre lo que acababa de pasar, que había sido una pasada. Pero… En mi cabeza aún estaba la conversación de antes.

-          Bea, explícame lo que me has dicho antes.

-          No sé a qué te refieres, Héctor.

-          Joder, a lo de que así no me follaría a no sé quién. – Bea rió con ganas.

-          A ver… Hay mujeres a las que en su faceta más íntima, en sus fantasías más privadas, no quieren sentirse princesas, sino putas. Quieren que las utilicen, como objetos, como zorras. – Yo la miraba con interés. Me costaba un poco entenderlo, aunque por suerte había leído mucho sobre el tema. – Héctor, es un juego. Cuando van a su trabajo, son mujeres maduras, inteligentes, preciosas, válidas como el que más. Pueden ser unas madres fabulosas. Esposas maravillosas- Pero en el aspecto íntimo, sexual, quieren sentirse putas, sumisas, sometidas.

-          Bueno, eso lo puedo entender. A ti no te gusta que te trate bien. Te gusta que te diga barbaridades, y que sea grosero, que te insulte un poco, que te diga lo guarra que eres… 

-          Para, cabrón, que me vuelvo a mojar. – Abrió un poco las piernas y desde mi posición podía ver su rajita con un brillo incipiente. No había duda de que aquella conversación le ponía.

-          Pero que zorra eres, Bea. – Me giré a ver si detrás de mí había alguien, y al no verlo le metí mano directamente a la rajita. – Otra vez estás a tope. Sin bragas, en la barra de un bar, con un cuarentón que hace que te mojes cada dos por tres. Pero que puta eres… - Se mordía el labio inferior. A estas alturas yo tenía un dedo en su interior, mientras miraba por encima del hombro de Bea por si venía el camarero. – Eso sí. Ahora no quiero que te corras. Quiero que te aguantes. Te correrás cuando yo te lo diga. ¿Está claro? – Bea asintió. – Me alegro. Abre la boca. – Bea obedeció sin rechistar. Abrí mi bolso, y saqué un par de bolas chinas. Se las introduje en la boca, cerciorándome antes de que nadie miraba. – Chúpalas. Con ganas. Venga, no tenemos todo el día, y tendremos que comer… - Bea sonreía, y chupaba las bolas con vicio, mirándome mientras lo hacía. Aún no sé cómo no me corrí. Estiré un poco y las dejó escapar de su boca. -  Métetelas. Quiero que las lleves hasta que terminemos de comer. – Le subieron los colores, pero miró hacia atrás, miró hacia la puerta, y como no vio a nadie, se las metió despacio. Desde mi posición vi como entraba una, y después la segunda. Era una visión maravillosa. Me acomodé la polla, que iba a explotar, y le dije. - ¿Nos vamos? – Bea asintió. - ¡Camarero!

   Pagué, y nos fuimos. Bea caminaba despacio, pero aún así su excitación era difícil de disimular. Cruzamos la plaza del ayuntamiento, y nos metimos en una de las calles peatonales paralelas a Colón, dónde buscamos que nos pusieran unas cervezas y unas tapas en una terraza.  Nada más sentarse vi que Bea respiraba profundamente. Estaba excitadísima, y  eso se transformaba en una sonrisa de oreja a oreja. Me incliné hacia delante, le acaricié la mejilla, y aproveché para mirar su escote.

-          No me cansaré de decírtelo. Estás para hacerte un monumento. – Bea se rió abiertamente. – En serio, eres una de las mujeres más deliciosas que he visto jamás.

-          Eso eres tú, Papaíto. Una cosa – Bajó el tono de voz. – ¿Cuándo me puedo quitar las bolas?

-          En el coche. Antes no. Quiero ver como sufres… de placer. – Se sonrió, se recostó, y se relajó.

   La siguiente hora y media la dedicamos a contarnos un poco cómo eran nuestras vidas. Resulta que bajo la apariencia de veintipocos que tenía, Bea ya había pasado los 25, lo cual explicaba algunas cosas, en especial su madurez. Me preguntó por mi familia, mi trabajo… y le di todas las largas que pude. La verdad es que no estaba preparado para dar muchas explicaciones. Lo que me estaba pasando con aquellas chicas me había rejuvenecido más de diez años (incluida mi vida sexual en casa, claro), y al no implicar ningún sentimiento más allá de la pasión, el sexo puro y duro, y la perversión, no tenía intención de mezclar nada que lo pudiera estropear. Así que volví a la conversación que habíamos dejado antes en el bar, cuando Bea comenzó a excitarse.

-          Bea, quiero hacerte una pregunta, y espero que me digas la verdad. – Lo hice con tranquilidad. Tampoco quería que se ofendiera. – Lo tuyo con Ruth… ¿Cómo va? Es decir, los ratos que yo he estado, veo que es la ostia, pero… no sé, ella es mucho más parada, y tú eres la bomba.

-          Claro, Héctor. Tú no te has dado cuenta del todo, pero Ruth es una sumisa clásica. Del todo. – Me la quedé mirando un rato. Al poco, continuó hablando. – Siempre está pendiente de lo que yo hago, de lo que yo digo. Rara vez toma la iniciativa, aunque es una viciosilla de cuidado. No me pide permiso para las cosas, porque yo tampoco soy un “ama clásica”, como habrás comprobado. Soy más bien un Switch, me gusta tanto ser dominante como ser sumisa. Con ella soy más bien lo uno, y contigo… más bien lo otro.

   Aquello me encendió un poco. Conozco poco las relaciones BDSM, aunque he leído lo suficiente para saber de que van. No obstante, es un rol que no había ejercido nunca.  Pero… en las últimas citas, mi dominio sobre Bea principalmente había crecido. Ella se mostraba complaciente a mis deseos, y aquello me ponía a mil. En los últimos meses había andado caminos que no creí posibles. Pensé en que porqué no podíamos ir un poco más allá…

-          Así que eres un poco sumisa… Mmmm… - Comencé a sisear mientras me inclinaba para acercarme a ella, sabía que cuando lo hacía, Bea se excitaba. Además, aún contaba con la ayuda de las bolas… - Me excita saberlo. – Iba a continuar cuando trajeron las cervezas, los bocadillos de calamares y unas bravas. Me recosté sobre la silla y me tranquilicé. – Comamos. Después querré algo de ti.

   Disfrutamos de la comida. La verdad que el sexo da hambre, y además el día incitaba a comer en la calle. Sobre las dos de la tarde la terraza estaba a reventar, pese a ser un viernes. Yo no me quitaba las gafas, ni la gorra. Ellas protegían un poco mi intimidad, mi otra vida. El camarero iba y venía, cargado de cervezas y de vuelta con vasos y jarras vacías. Pagamos, nos levantamos y nos fuimos hacia el parking de San Agustín, donde había dejado Bea el coche. Bajamos al subterráneo, pagamos en la caja y nos dirigimos a su coche. Tenía un Opel Corsa de unos 5 años, muy bien cuidado, de color blanco. Dejamos mi maleta en el maletero.

-          Quiero conducir, Bea.

   Me miró… y me tendió las llaves. Nos subimos al coche. Estaba aparcado entre un todoterreno y un coche familiar. Nos vino justo entrar. Me senté, bajé el asiento todo lo que pude, eché el asiento para atrás, y recliné un poco el asiento. La miré, la cogí de la mano antes de que se pusiera el cinturón, estiré de ella y la besé. Nuestras lenguas se encontraron, se saborearon, se entrelazaron. Llevé mi mano hasta su entrepierna y encontré el tirador de las bolas. Estiré, saqué una y gimió de placer. Empujé y se la volví a meter. Repetí la operación varias veces. Al final las saqué, se las llevé a la boca e hice que las chupara, mientras yo le metía el dedo corazón en busca de su punto G y con el pulgar le machacaba el botoncito. Suspiraba, se removía y dejaba escapar pequeños grititos, aunque sus gemidos quedaron ahogados en el interior del vehículo. En un par de minutos la tenía diciéndome lo cerdo que era mientras se corría en mi mano. Saqué los dedos llenos de su maravilloso líquido, se los di a chupar, los limpió con destreza, y después nos besamos con furia. Le aparté un poco la cara, y le dirigí la mano a mi entrepierna. No dudó. Sacó mi miembro, tieso como un obelisco, y comenzó a chuparlo y a devorarlo con ansias. No se detenía ni a respirar, se lo tragaba entero, y cuando estaba en esta posición, yo le apretaba la cabeza hacia abajo, lo que aún le producían más babas, y más saliva, cosa que aún me encendía más. En aquellas estábamos cuando oímos venir un coche, que pasó por delante nuestro, con una pareja sentada en su interior. Yo los miré. No estaba seguro, pero diría que desde su posición no podían ver a Bea. Ésta escuchó el vehículo e hizo la intención de levantarse, pero la sujeté con la mano y la empujé hacia mi falo, que continuó recibiendo sus atenciones. El coche frenó, volvió hacia atrás, se paró a mi altura y bajó la ventanilla.

-          ¿Te vas? – Preguntó. Miré hacia abajo mientras Bea seguía lamiendo mi estaca, que fruto de la excitación estaba a reventar. Saqué de mi bolso el móvil, se lo enseñé como que iba a hacer algo, bajé la ventana y le hablé.

-          En un par de minutos me voy. Fijo. – Le grité. Bea se atragantó de la risa, pero siguió chupando. Subí la ventanilla, mientras él se hacía hacia atrás para dejarme salir. Bea se esmeró, se ayudó de la mano y consiguió que me corriera en pocos segundos. Fue un orgasmo arrebatador, que me hizo sudar. Limpió mi instrumento a conciencia, lo guardó en el pantalón, se incorporó y se puso sus gafas de sol. Arranqué el coche, y al pasar por su lado, ambos saludamos al conductor, que nos miraba con cara de sorpresa. Los dos reímos con ganas y me encaminé fuera del parking.

Eran más de las tres, así que en el primer semáforo se lo dije a Bea.

-          Joder, llego tarde a trabajar.

-          No te preocupes. Yo cojo un metro.

-          ¿A dónde vas a estas horas, si no tienes que trabajar? ¿Quieres quedarte en casa de Laura y echar una siesta? Yo creo que no tardará en llegar de Castellón. Y tal vez Ruth esté. Espera. – Sacó su teléfono antes de darme tiempo a responder, y enseguida oí como hablaba con Ruth. Le confirmó que estaba en casa. – Vale, cielo. Héctor va para allá a hacerte una visita. Dale lo que quiera. ¿Vale? – Se sonrió. A esto siguieron unos pocos segundos de silencio. – Sí, Ruth, sí. He dicho lo que quiera. – Juraría que estaba enojada, pero apenas un instante después siguió dicharachera. – Venga, que voy a ver si me escapo del trabajo y vengo pronto. Un beso, cielo. – Colgó y se dirigió a mí. – Nada, te espera. Aparca en la puerta.

   La verdad que estaba a menos de dos minutos, así que di la vuelta a la manzana, y paré en la puerta. Me bajé, saqué del maletero mi pequeño equipaje, le di un beso a Bea, se subió al coche y se marchó. La verdad es que estaba un poco desorientado, fuera de lugar. Pero claro, tampoco me podía ir así, después de la llamada. Decidí subir, tomarme un gintonic, y si no venía Laura pronto, marcharme en un rato. Llamé, Ruth me abrió, y cogí el ascensor. Al llegar al patio me esperaba en la escalera, con su camiseta de New York, aunque esta vez se adivinaba un sujetador negro de encaje, y unos shorts de tela floreados, como los que se utilizan en verano para ir a la playa. La verdad que estaba preciosa.

   Ruth es muy blanca de piel, al contrario que Laura, es de pelo rubio, a media melena, lo que le da un aire angelical.  Eso es. Parecía un Ángel.

-          Hola, Ruth.

-          Hola, Héctor. – Le di dos besos, y ella me invitó a entrar. Nada más hacerlo me acompañó al sofá. - ¿Un gintonic? – Preguntó, tal vez algo seca, aunque sonriente. Asentí también con una sonrisa. Se dirigió a la cocina, y al cabo de apenas un minuto venía con dos gintonics en las manos. No había duda de que ya los tenía preparados cuando llegué. Se sentó a mi lado y siguió hablando. - ¿Qué tal con Bea? ¿Habéis comido juntos?

-          Pues sí, la verdad. Muy bien, Ruth, ya sabes que Bea siempre me trata bien. – No me miraba como siempre. Había… algo más. Diría que celos, pero con lo abiertas que eran esas chicas, no estaba seguro. Decidí preguntarle, creí que había bastante confianza. - ¿Por qué lo preguntas, Ruth? ¿Hay algo que quieras saber?

-          Ehhhhh… Sí. – Bajó la mirada, y me di cuenta enseguida de que lo hacía. – Quería saber si te la habías tirado, Héctor. Hueles a sexo. Desde la calle. – Continuó con la cabeza gacha. Recordé las palabras de Bea, y tuve un pequeño escalofrío.

-          No, Ruth, no me la he follado. – Había levantado la mirada, pero la agachó en cuanto la miré severo y le hablé. – Pero sí que me la ha chupado dos veces, y he hecho que ella se corra tres. – Vi de inmediato como se azoraba, y se le ponían los pelos de punta. No sé que me pasó entonces, pero aquella situación me excitó sobremanera. - ¿Tienes envidia, Ruth? – La cogí un del mentón y se lo levanté. Estaba bastante nerviosa. La miré a los ojos.- ¿Estás mojada, Ruth? ¿Estás cachonda, putita?

-          Ehhhhhh… Sí. – Bajó la mirada, pese a estar sujetándole el mentón con la mano. Se lo solté, y bajó la cabeza.

-          Yo también Ruth, yo también. No me he follado a Bea, pero a cambio ahora te voy a follar a ti. – Levantó un poco la cabeza y la mirada, y le volví a coger del mentón. – ¿Tienes algo que objetar, puta? – Le dije excitadísimo. Ella bajó la mirada, mientras veía como tenía todos los pelos de punta.

-          No, Héctor. – Susurró. – Nada que objetar.

-          Pues yo sí tengo varias cosas que decir. – La excitación era máxima. Estaba fuera de mis casillas, e iba a llevar esa situación hasta las últimas consecuencias. Entre otras cosas porque no sabía cuando tendría otra oportunidad así. – Quítate el sujetador. Y el pantalón. –Lo hizo sin levantar la mirada, con resignación. – No sólo te voy a follar, si no que te voy a reventar el culo. – Levantó la mirada, pero al verme la volvió a bajar. – Cuando termine me la vas a limpiar a conciencia. Ahora nos vamos a ir al baño, porque tengo ganas de mear, y quiero hacerlo encima tuya, porque eres una guarra, y te voy a tratar así, perra. – Noté como le subían los colores, y como los pezones parecía que iban a traspasar la camiseta. – Además, no te vas a correr hasta que yo te lo diga. ¿Entendido?

-          Héctor… ya me he corrido.

-          ¿Cómo??? – Aunque en teoría mi posición de amo no debería permitirme esos lujos, esa era mi primera experiencia, y no pude evitar sonreír. Recuperé mi posición de dominante y continué. – Eso está mal, golfa, voy a tener que castigarte.

-          Oh sí, señor. – Se giró, se levantó la camiseta y me dio acceso libre a su culito. La verdad que la visión era maravillosa. – Castígame, Héctor, por favor, he sido mala…

-          Joder, Ruth… - Apreté los dientes, y le di un cachete fuerte, duro, que le dejó la mano marcada, y que le arrancó un gemido. Me acerqué por el otro lado, y le di otro, quizá más fuerte, en el otro cachete. Esta vez el gemido fue prolongado.

-          Síiiiiii… Mmmmmm… He sido mala. – Se movía inquieta, como intentando frotarse. – Castígame duro, por favor.

-          Ruth, eres una zorra. – Me acerqué por el lado hasta la altura de su cara. – Mira, tu culo me ha dejado la mano roja. Abre la boca. – Lo hizo de inmediato, jadeando, con deseo. – Ábrela más. – A hacerlo me acerqué, y le escupí dentro. Enseguida le metí la mano. Movía los cuatro dedos dentro, llegando bastante adentro, viendo como por momentos a Ruth se le llenaban los ojos de lágrimas de las arcadas. No quería hacerle daño, pero aquello era muy morboso. Si me dejara llevar, no sé dónde terminaría. Eso asustaba un poco. Sin embargo, lejos de parecer que le molestaba, la veía moverse y gemir. Saqué los dedos y las babas caían por la comisura de su boca. – Levántate, vamos al baño. – La seguí hasta  el baño. Al llegar le quité la camiseta. Tenía los pezones a punto de reventar. Le cogí uno y lo apreté con dureza. Enseguida se puso a gemir. – Ni se te ocurra correrte, zorra. – Lo solté, dejándolo enrojecido. Cogí el otro y lo pellizqué. Seguía gimoteando. – Métete en la bañera. – Me saqué la polla, aún morcillona después de los dos orgasmos con Bea, y me puse a orinar sobre sus tetas. – Toma guarra, que lo estás deseando.

-          Oh, sí, calentita, dámela, Héctor, por favor. – Mientras el orín bajaba por su estómago hacia su coñito depilado bajó la mano, y cuando iba a tocarse, levantó la mirada. - ¿Puedo masturbarme, Héctor?

-          Sí. Pero no puedes correrte. No hasta que yo te lo diga. Acuérdate, o te haré daño. Tienes que pedirme permiso para correrte, puta. – Poco a poco iba terminando de orinar. Se masturbaba con violencia, llena de orín mezclada con su flujo.

-          Quiero correrme, Héctor. – Me dijo entre gimoteos.

-          ¿Cómo? - Le respondí. – ¿Esa es forma de pedírmelo?

-          Por favor, señor. – Gemía mientras se frotaba con dureza. –Deseo correrme. Te lo suplico. – Estaba fuera de sí. Lo necesitaba. Estoy seguro de que sufría conteniéndose.

-          Córrete, perra. – Y de inmediato se puso a gritar mientras se dejaba ir. Le miré el coñito y vi como prácticamente se meaba encima. No había duda de que aquello era lo que la volvía loca. Se desmadejó y se dejó caer en la bañera, entre sus flujos y mi orín. Mientras la dejaba respirar, me saqué los pantalones y los calcetines. – Ven aquí. – Me miró y se incorporó un poco. Cuando se acercó la cogí del pelo y le estiré un poco de lado. – Abre la boca. – Lo hizo con presteza. Se la metí de medio lado, empujando por el interior sobre una de las mejillas. La enderecé y comencé a follarle la boca. – Ábrela y estate quieta, golfa. Me voy a follar esa boca de putita que tienes, igual que me he follado la boca de tu novia esta mañana. – Le daba duro. Con la mano izquierda le impedía que se retirara. Llegaba con mi falo hasta la campanilla. Notaba que tenía pequeñas arcadas y se le llenaban los ojos de lágrimas. Le sacaba la polla y varios hilillos de saliva quedaban entre mi miembro y su boca. – Recógelos con la lengua. – Lo hizo. Le di un pequeño bofetón. Sonó seco, decidido, aunque no era demasiado fuerte. Cuando iba a levantar la mirada le volví a meter la polla hasta el fondo. Tosió y me llenó de babas. – ¿Te gusta oír que esta mañana me he follado la boca de tu novia? – Asintió. Como respuesta le di otro bofetón. Se la volví a meter hasta el fondo unos segundos y la saqué con un estirón del pelo. - Sal de la bañera. – Le tendí la mano, la coloqué junto al espejo, le levanté la pierna y la puse encima del wáter. Le metí dos dedos en la boca, y sin decirle nada me los chupó sin contemplación. Le mojé la vulva, le metí los dedos, los saqué llenos de flujo, y se los volví a meter en la boca. – Chupa, furcia, mira si estás caliente. – Y se la metí de golpe. Empecé a bombear sin piedad, mientras mantenía los dedos en su boca. – Joder, puta, que buena estás. Casi tan buena como tu novia, que me la he cepillado esta mañana. Madre mía, menuda puta, como me la chupa. – Ruth gemía con mis dedos en la boca, loca de excitación. Se los saqué para cogerla de la cintura. Le escupí en el culo, y le metí con rudeza el pulgar en el ano. Ruth se removía inquieta, aunque sólo se oían gemidos. – Ahora me vas a pedir que te dé por culo. Quiero que me lo supliques.

-          Métemela por el culo, Héctor. Por Dios, hazlo. Párteme en dos, joder.

-          Si te corres te castigaré. – Sabía que volvía a estar a punto. Se la saqué de la vagina, y se la metí en el culo sin ningún tipo de miramiento. No entró entera a la primera, pero en el segundo empujón se la enterré hasta que los huevos pegaron en su culo. Ruth abría la boca para respirar, mezcla de dolor y placer – Vaya un culo prieto, cerrado, calentito… Mmmmm… Me gusta casi tanto como el de tu novia. – Se la saqué y se la metí de golpe. – Chilla, grita como lo hace la puta de tu novia. – Ruth jadeaba, presa de la excitación. – Y ahora me vas a decir que quieres que me folle a tu novia. Quiero que me des permiso para follármela siempre que quiera.

-          Fóllatela cuando quieras, joder. Pero no pares.

-          Y voy a venir a follarte siempre que quiera.

-          Cuando quieras, Héctor, coñooooooooo. – Gemía sin remedio.  – Señor… acabo de correrme. Castígame. – Noté que me iba, que me corría sin posibilidad de marcha atrás.

-          Joder, qué pedazo de puta estás hecha, qué zorra, oh, sí, qué culo, Dios, qué culo, me cago en la puta, joder, zorra, me voy, me voy…. – Y me derramé por completo en el interior de su esfínter. La dejé allí un rato, hasta que me descargué por completo. – Dame tu mano. – Se la llevé por debajo del coñito. – Voy a sacarla. Como desperdicies un poco de lechita, te azotaré. – Retiré mi miembro de su orificio, ahora sensiblemente abierto, y comenzó a chorrear por su coñito. Su mano en forma de cuchara lo recogió todo, sin derramar ni una gota, y se lo llevó a la cara. Me miró y comenzó a lamerse la mano. Lo hizo lujuria, sin dejar de mirarme, recreándose. Cuando terminó, se chupó los dedos y mientras aún se veían los hilos en su boca me lancé y la besé. Desde arriba busqué su lengua, y ella aceptó la mía. Me retiré y le acerqué la polla a la boca. – Abre la boca. – Le volví a escupir dentro. – Ahora límpiala. – Se la metió de una vez. Chupaba, lamía, devoraba, no le importaba lo más mínimo que mi miembro acabara de salir de su ano. Lo dejó reluciente. Lo limpió con mimo. – Eres una puta maravillosa. – Me acerqué y le di un pico. Al apartarme me miraba con cariño. – Ven, hemos terminado. Voy a bañarte.

   Y la cogí del brazo, y la llevé a la bañera. Me quité la ropa que me quedaba, y nos bañamos juntos. La lavé con mimo, con todo el cariño que podía ponerle, cuidando al máximo que se sintiera bien, limpia, segura. Mientras lo hacía, hablábamos de lo que había pasado. Me decía que le había encantado. Que le ponía mucho ser sumisa, que en sus fantasías cuanto más humillada más cachonda se ponía, pero que en la realidad no le gustaba el sado más duro. También me contó que me había engañado, ya que se había corrido otras dos veces… al menos. Nos reímos a gusto. Le lavé con sumo cuidado el coñito, enrojecido por la sesión, sensiblemente hinchado e irritado. Al terminar nos secamos, se volvió a poner la camiseta sin nada debajo, y yo saqué una muda que llevaba en mi maleta. Nos tomamos otro gintonic, hasta que llegó Laura. Se sorprendió un poco al verme, pero enseguida se alegró. Cuando vio los colores de su hermana preguntó entre risas que había pasado, aunque ya sabía la respuesta. Reímos y charlamos. Me tomé otro gintonic más, y les dije que me marchaba. Tenía que volver en metro, así que no tenía que conducir, pero tampoco podía volver borracho un viernes. Me despedí con un pico de Laura, y le prometí que volvería otro día. Cuando iba a hacer lo mismo con Ruth, me cogió la cara y me miro a los ojos.

-          ¿Vendrás a someterme otro día? Por favor, Héctor…

-          Sí. Pero quiero que esté Bea. Y quiero someteros a las dos.