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La Pija y los Vagabundos (5)

en No Consentido

-          No sé qué quiere decir con eso. – Dijo Ely. Se dio cuenta de que no sabía ni el nombre del hombre al que había hecho su primera mamada, y no se atrevía ni a tutearlo. – Con lo que ha pasado aquí es más que suficiente para que los encierren de por vida. – Aunque hacía acopio de fuerzas. Lo cierto es que la voz sonó quebradiza.

-          ¡Jajajaja! – Álvaro soltó una carcajada, a la que se unió otra de Sabonis, mucho más grave y tétrica. – Otra que no se entera. – Apostilló. – No nos da ningún apuro ir a la cárcel, pero si vamos, acuérdate de lo que haremos con todo lo grabado. Correrá como la pólvora, inundará la ciudad, posiblemente la traspase… – Álvaro era un maestro con las palabras, y con los tiempos. Sabía cómo hacer que sus palabras impactaran mucho más. – No podréis ir a ningún sitio. Os reconocerán en cualquier parte…

-          Vale ya. – Intervino Mila. – No diremos nada. Pero esto se tiene que acabar, Álvaro. – Mila intentó ponerse  firme. Razonar con ellos. No fue un acto premeditado. Simplemente… Le surgió de dentro. – Más pronto que tarde te van a pillar. El jardín se va a acabar, y os marcharéis. No tendrás excusa para pedirme que vaya. Y en un par de semanas me marcharé a la casa de vacaciones. Me iré, y Ely se marchará a su país. – Estaba improvisando, pero Álvaro no lo sabía. Ely, posiblemente más porque estaba sumida en sus pensamientos que por cualquier otra cosa, no le dio ninguna importancia, lo que contribuyó a que la mentira colara. – Álvaro, hay que ponerle fin. – Mila lo vio dubitativo, y se sonrió para sus adentros… pero calculó mal las consecuencias.

-          Zorra de tres al cuarto. – La cogió del pelo y la levantó casi a pulso. El dolor fue tan agudo que Mila no pudo contener las lágrimas, que comenzaron a brotar sin control. – Furcia embaucadora. Puta barata. – Le cruzó la cara de dos bofetones, que resonaron en la habitación. – ¡Que me da igual todo, joder! Que puta manía, coño. – Blasfemaba sin parar. – Que no es mi problema. ¡Que ME PERTENECES! – Chillaba, casi como un loco. Se giró hacia Ely, y la señaló con el dedo. – Y ahora ella también. – Se arregló un poco la ropa, y le hizo un gesto al grandullón para que le siguiera. – Vámonos, que la chacha ha dicho que volvía en tres cuartos de hora, y ya ha pasado más de media. Mañana os volveré a tener. A las dos. – Las miraba con furia, con ira, con odio. Se posicionó y se dirigió a Mila. – Luego te enviaré más instrucciones, puta, pero ves pensando en cómo solucionar lo de tus putas vacaciones. No te vas a ir a ningún jodido sitio. – Le escupió con desdén, y desapareció por la puerta escaleras abajo, con su fantoche amigo detrás. Nada más salir, Ely saltó a abrazar a su amiga, y se echó a llorar con ella.

-          Joder, Mila, lo siento. No tenía que haber dicho esas cosas. Quizá ellos se hubieran comportado de otra manera… – Ely gimoteaba, más por el dolor de su amiga que por el suyo propio. Mila se enjugó las lágrimas, se llevo un dedo al oído, y dibujó en sus labios un “Nos oyen” que no sonó más que para ellas dos. Se asomó a la ventana, y vio como los dos hombres recogían sus herramientas que estaban en el jardín, las guardaban en el almacén, y se marchaban de la casa. Mila comenzó a vestirse, y Ely la imitó en silencio. Cuando ambas estaban decentes, Mila entró al baño, cogió unas cremas, agarró de la mano a su amiga, y se la llevó escaleras abajo. Se oía ruido en la cocina, por lo que supuso que su Tata ya estaba en casa. Pasaron en silencio y se encaminaron al garaje. Allí tenían una sala de televisión, y también una biblioteca, con cómodos sillones alrededor de una mesa baja, y con una mesa de billar iluminada por una lámpara redonda en un lateral. Dejó el bolso de Ely en la mesa y la abrazó. Ely rompió a llorar, y Mila no pudo sino acompañarla. Sollozaron un rato en silencio, abrazadas. Lo cierto es que fue un momento mágico. No recordaba haberla sentido nunca tan cerca como en aquel momento. Y en ese instante supo que siempre serían amigas, o tal vez algo más.

-          Siéntate, cielo. Aquí abajo también tenemos una neverita. – Sonrió, y Ely le devolvió la sonrisa. – ¿Una Alhambra? – Ely asintió, mientras se limpiaba sus últimas lágrimas.

-          ¿Qué nos van a hacer? – Preguntó Ely. – Me ha dicho que iba a cumplir mis deseos, mis fantasías… – Temblaba asustada como la niña que era. – Una cosa son los sueños, las fantasías, y otra muy distinta llevarlas a término. – Su cara era un poema. – Estoy muy asustada, Mila. Y para colmo – prosiguió – he descubierto que el Padre de mi Parroquia se aprovecha de mí. Confiaba ciegamente en él, Mila. Creía que las cosas que me hacía eran parte de sus obligaciones con Dios, de su misión como portavoz de la Iglesia. – Negaba con la cabeza, con los ojos vidriosos, y el corazón roto. – Se corrió el último día, hoy lo sé. Cómo he sido tan tonta… – Se llevó las manos a la cara y dejó que sus lágrimas brotaran sin control. Mila se acercó y la abrazó, con las dos cervezas en la mano. Ely, instintivamente, la rodeo con sus brazos, y apoyó la cabeza en el pecho de su amiga. Casi de inmediato, comenzó a sentirse mejor. Su llanto se calmó, las lágrimas se secaron, y cuando levantó la mirada y vio a su amiga, hasta se les escapó una risa.

-          Mis tetas son agua bendita. – Dijo Mila, y Ely soltó una carcajada, para a continuación pasar sus manos por ella, volviendo a comprobar su redondez, su enorme tamaño, lo bien puestas que estaban. Fueron solo unos segundos, hasta que cogió la cerveza de su amiga y le sonrió.

-          Ciertamente. Son increíbles. Maravillosas. – Casi sin darse cuenta las estaba volviendo a mirar embobada, y Mila se dio cuenta. Levantó la cara de su amiga, cogió la mano que le quedaba libre, y la pasó bajo su camiseta, hasta posarla en su vientre. La dejó allí, pero levantó el sujetador por la copa, mientras la miraba, invitándola a tocar por debajo. Ely lo hizo, mientras daba un trago largo a su cerveza, mientras saboreaba ese momento. – Estaría toda la vida tocándolas. – Se escuchó a si misma decirlo, lo hizo sin pensar. Pero es que era cierto. Sentía una atracción brutal por ellas. Mila la miró, le sonrió, y le apartó un poco la mano, con una sonrisa.

-          Luego te dejaré que las toques más, sobona. – Le dijo casi entre burlas. – Pero ahora te necesito… – Su semblante se tornó serio. Cogió un botecito de crema, y se lo dio a su amiga. – Ese hijo de puta me ha desgarrado el ano… otra vez. Aún no había cerrado la herida, y ese monstruo la ha vuelto a abrir…

   Mila se esforzaba en que su lado indignado, la parte que sabía que aquello era una salvajada, que la habían forzado como animales, que era un ultraje vejatorio al máximo, se impusiera a esa otra que provocaba pequeñas humedades en su entrepierna solo de nombrarlos, solo de recordarlos, únicamente con la visión de aquel mástil abriendo sus carnes… Desechó esos pensamientos, se desnudó de cintura para abajó, y se apoyó contra un sofá, dejando el culo completamente ofrecido a su amiga. Casi sin darse cuenta, se percató de lo morboso de la posición, más teniendo en cuenta todo lo que había pasado esa tarde. Intentó reprimirse, apartar esos pensamientos… pero no podía. Y cuando notó una de las delicadas manos de Ely posándose en su trasero, y dos dedos de la otra poniendo crema alrededor de su esfínter, no pudo apenas disimular. Se sonrió, el roce le producía cosquillas, lo que solo contribuía a difuminar más el mal momento pasado, y a potenciar lo que había pasado entre ellas, los momentos tan increíbles de placer que habían compartido. Ely  se percató enseguida, porque a los leves escalofríos que producía el roce de sus dedos, los siguió un olor característico a excitación, y unos pequeños rastros brillantes que asomaban por el coñito de su amiga, y que se hacían visibles al moverse ésta.

-          Mila… – Dijo Ely. Dejó la parte posterior de su amiga, y se sentó en el sofá donde esta se apoyaba. La miró fijamente, pasó una mano sobre sus pechos, pero esta vez no se detuvo. Siguió bajando sin dejar de mirarla, hasta llegar a su coñito. Mila cerró los ojos, mientras notaba los dedos maniobrando para entrar en ella. – Quiero comértelo. Tú me lo has hecho a mí, me has hecho disfrutar muchísimo, dos veces, con la mano y con la boca. Quiero devolverte un poco. – Sin esperar respuesta siguió sobando los labios de su amiga, apartándolos, curioseando con los dedos, como había hecho ella con los suyos. Intentaba repetir los movimientos que a ella la habían hecho explotar de placer. Llevó la mano una vez más a las tetas de Mila, y las sobó sobre la ropa. Por su parte, Mila seguía con su cruel debate interior. No podía negar que deseaba que lo hiciera, pero es que acababan de violarlas, ¡joder! Es que deberían estar hechas polvo, llorando, avisando a sus padres, intentando huir de esos animales y de sus humillaciones… Pero lo cierto es que tenía el coño encharcado, y que solo pensaba en seguir explorando placeres, uno tras otro, sin importar el precio, sin pensar en los daños. Otra batalla perdida, una más. Se abandonó, abrió los ojos, y le sonrió.

-          Espera, impaciente. – Se levantó y cerró la puerta con llave. Se quitó la camiseta y el sujetador, y se quedó desnuda frente a su amiga, se sentó en el sillón, abrió bien las piernas, subió los pies a los reposabrazos y le sonrió de nuevo. – Me muero por que lo hagas. – Musitó.

   Ely no perdió el tiempo. Se arrodilló, puso una mano en cada muslo, y acercó su cara al coñito de su ahora amante. Olía maravillosamente, como a mar, como a libertad. Olía a deseo, a meta, a destino. Metió la lengua en el interior de su amiga, e inmediatamente las papilas gustativas se le llenaron de sensaciones. El flujo era denso, muy sabroso. Le encantó el sabor. Metió y sacó la lengua, notando como el flujo aumentaba, y como su amiga comenzaba a temblar sobre su cabeza. Estuvo así durante unos segundos, aunque no le hubiera importado que fueran días, con sus manos desplazadas a los monumentales atributos de su amiga, y su boca llena de un coño jugoso. Apenas recordaba cómo había llegado hasta esa entrepierna, ni quería hacerlo tampoco. Solo sabía que era feliz allí, en ese justo instante, independientemente de lo que había pasado y de lo que pasaría después. Notó como Mila se movía inquieta, y como sus pies se tensaban, al tiempo que notaba sus piernas cruzarse tras su espalda. Supo que se corría, aunque los muslos le impedían oír casi nada. Mila apretaba con fuerza, casi ahogándola, pero a Ely le pareció el lugar más cálido del mundo, un paraíso, un idílico lugar en el que quedarse para siempre, oprimida con fuerza por su amiga mientras notaba el flujo embadurnarle la cara. La presión cejó poco a poco, y Mila la ayudó a incorporarse, hasta que la besó. Primero fue tierno, pero poco a poco pasaron a comerse la boca. Mila limpiaba su flujo de la cara de su compañera, mientras oía cómo se le aceleraba la respiración. Siguió haciéndolo, viendo como Ely jadeaba sin control, así que la desvistió despacio, abrazó su cuerpo desnudo, y dejó que el hechizo que tenían en Ely sus mamas hiciera efecto. No había pasado ni un minuto cuando Ely ya besaba y acariciaba las tetas de su amiga, intentando borrar la rosada aureola, jugando a mordisquear el pezón. Mila se acercó, la colocó entre sus piernas, y la sentó en el sofá. Poco a poco sus coños fueron encontrándose, hasta que gracias al roce los dos se abrieron como almejas, y comenzaron a frotarse. Fue una sensación maravillosa, un nuevo descubrimiento. Sus labios encajaban como en el mejor de los besos, provocando tantas sensaciones nuevas que ambas eran incapaces de controlarlas. Pese a que apenas hacía unos minutos que se habían corrido, el calor se apoderaba de sus cuerpos de nuevo, su coñitos comenzaba a rezumar flujo, y el sonido del roce era más que evidente, llenando la habitación de ruido de sexo, de silencios de pasión. Esos silencios se rompieron cuando Ely comenzó a correrse, frotando con fuerza inusitada el coño de su amiga, y arañando sus tetas, que al notar el empuje no pudo evitar el subidón, y se vino con ella, cerrando un maravilloso círculo vicioso. Cayeron rendidas, una sobre la otra, sonriendo como tontas, jadeando como posesas, felices como amantes.

   Perdieron la noción del tiempo, y también del espacio. Estuvieron desnudas en el sofá más de una hora, recordando todo lo que había pasado. Mila le contó con todo lujo de detalles lo que había pasado en esos días anteriores, en cómo la habían utilizado, en cómo no podía evitar disfrutar de ello. Le contó cómo engañó a su padre, a su chacha, en cómo se masturbaba solo de imaginarse dominada y humillada por esos hombres mucho mayores que ella, y con un comportamiento asqueroso. Le narró cómo estaba absolutamente subyugaba al enorme falo del gigante, a su sabor, a su dolor, a su voluntad. Le contó como eso le estaba destrozando la vida por el deseo y el asco que le provocaba, todo a la vez.

   La tarde tocaba a su fin, y Mila y Ely había estrechado su amistad con lazos imborrables, sellados con placer y dolor. Cuando casi habían olvidado las vejaciones a las que las sometían los vagabundos, un mensaje sonó en el móvil de Mila. Al otro lado del teléfono, Álvaro dibujaba una sonrisa malévola en su cara. Tenía decidido que ésta sería la última vez que se aprovechaba de Mila, y posiblemente también de Ely, y quería hacerlo a lo grande. La emoción de martirizarla, de humillarla, de someterla, casi se había esfumado. Mila en ese sentido había salido un poco rana, ya que cada vez disfrutaba más de las cosas que le hacían. Y tampoco podía ir mucho más allá, por el riesgo que ello suponía. Lo que le dijo el primer día de la cárcel era cierto, entonces no le importaba. Pero ahora… ahora se habían acostumbrado a la libertad, a tener dinero, a concederse algunos caprichos, y no sería tan fácil apartarlos u olvidarlos. Había decidido usarlas una vez más, y desaparecer, con cuanto mayor botín mejor, y empezar en cualquier otra ciudad. Mila leyó y releyó un par de veces el mensaje. Era sencillo, misterioso, obsceno, y muy claro. “Mañana a las 10:30 coged el bus que os lleva al Parque Oeste. Debéis coger ese, y no otro. Llevad ropa ligera, muy corta, muy provocativa. Os arrepentiréis si no me gusta cuando os vea. Pase lo que pase, no hagáis nada, no montéis ningún escándalo, y os bajáis en el parque. Allí tendréis más instrucciones.” No se dio cuenta de que la mano le temblaba hasta que sintió la de su amiga sobre la suya. Joder, que mal. Ely la abrazó.

-          Tranquila, pequeña. – Le dijo cariñosa. – Juntas saldremos de ésta. – Mila la abrazó, y dejó que las lágrimas cayeran libres por sus mejillas. Sin mediar palabra, cogió a Ely de la mano, y la encaminó a la puerta de salida. Allí, sin mirar si alguien podía verlas, le dio un casto pero grueso beso en los labios, y la dejó ir.

   La tarde transcurrió sin sorpresas, y después de cenar, Mila se retiró a dormir sobre las 11 de la noche. Revisó el Twitter, repartió algunos fav, pero no estaba para muchas bromas. A saber lo que le esperaba al día siguiente. No obstante, estaba cansada de todo el día, las emociones, las sesiones de sexo… y se echó a dormir. Aún no había silenciado el móvil, cuando sonó el WhatsApp. Cogió el móvil y se sobrecogió. Era Álvaro. “En el mueble de la entrada tienes el boli, con la pequeña cámara espía. Cógelo, y quiero que grabes todo lo que pase desde que salgas de casa con Ely hasta que yo te vea, momento en el que me lo entregarás.” Un pequeño temblor le recorrió todo el cuerpo, que la despejó casi de golpe. No pudo reprimirse, y le contestó plena de rabia. “¿Qué coño vas a hacerle? ¿Ella qué te ha hecho? Déjala en paz, hijo de puta.” Le dio a enviar, aunque se arrepintió casi de inmediato. La pantalla se llenó de carcajadas. Álvaro era un cabrón, y no se dejaba engatusar fácilmente. Tras las carcajadas, llegó un segundo mensaje, “Haz lo que te digo. Punto. Los dos sabemos que eres tan sumamente cerda como para disfrutar de esto, así que no lo eches a perder, o ella sufrirá y mucho, puta de mierda. Ah! Y ahora además no te correrás hasta que a mí me salga de la polla. Por zorra.” Y se desconectó. Mila pensó en seguir escribiéndole, provocándole, pensó en ofrecerse y que la dejara en paz… Ella estaba allí por su culpa. Era capaz de asumirla, incluso estaba demostrado que podía hasta obtener placer de ese castigo. Pero no quería que ella sufriera… Con ese pensamiento casi puro, desde luego mucho más humano y más bondadoso de lo que Mila había sido jamás, ésta se dejó ir y el sueño la venció. No fue una noche apacible, pero al menos consiguió descansar.

   En otra parte de la ciudad, Ely sufría para conciliar el sueño. Llevaba horas visitando webs porno, intentado recuperar el tiempo perdido, pensando que así podría entender lo que hacían esos hombres, y también su propia reacción. Cuando se cansó de masturbarse con todo tipo de vídeos, especialmente aquellos en los que las chicas eran forzadas, y cuanto más violentamente, más se excitaba, había cerrado los ojos e intentaba descansar. Pero habían sido demasiadas emociones. Y demasiado intensas. Toda una vida marcada por unos principios, por el amor a una religión, se había hecho añicos, y no solo eso, sino que se había dejado llevar por sus deseos más oscuros hasta disfrutar como una perra cuando se habían hecho realidad. Era innegable que, al igual que le había sucedido a su amiga, había disfrutado en parte de la agresión, y lo había hecho mucho en todo lo que tenía que ver con su niña. Su adicción a las tetas de su amiga era casi preocupante. El solo recuerdo de tenerlas en sus manos hacía que su coñito se humedeciera, pese a todo lo sucedido. En ese instante supo que estaría con ella pasara lo que pasara, y que no la iba a abandonar. Con ese pensamiento cerró los ojos, y se durmió.

   La mañana amaneció calurosa, con el sol asomando por las rendijas de la persiana. Mila se movió inquieta, y un rayo de luz le hizo poner una mueca. Se levantó somnolienta, se miró en el baño, se lavó un poco y se volvió a la cama. Su móvil permanecía mudo, con la lucecita verde de la batería cargada y preparada. Aquella luz le hizo sonreír. Le recordó al verde esperanza, y extrañamente se relajó, y tras unos minutos de pereza bajó a desayunar con una sonrisa, olvidando momentáneamente lo que le esperaba.

   Esa relajación duró hasta que abrió la puerta de casa, para dirigirse a la parada del bus, con la minúscula cámara por fuera en su bolsito, grabando todo lo que sucedía desde ese momento. Llevaba unos micro-shorts de deporte, que además de enseñar una buena porción de nalga de por sí, al andar dejaban bien poco a la imaginación. Arriba se había puesto una camiseta ancha, recortada a tijera en pico en el escote, que apenas cubría sus preciosas tetas, y que le daba un aspecto muy joven y desinhibido. La verdad es que Mila iba realmente atractiva. Tal y como se acercaba a la parada, sus nervios aumentaban. No sabían a qué se enfrentaban, qué les esperaba en ese bus, o en esa parada. Era la primera vez que Álvaro se atrevía a planear algo fuera de casa desde que la violaron en el callejón. La escena volvió a su mente, y parecía lejana, como de otro tiempo, pese a que apenas hacía unos días que había sucedido. Siguió caminando mientras pensaba en cuánto había cambiado su vida en esos pocos días. Al girar la esquina vio a Ely, esperándola en la parada. Estaba espectacular. Se había puesto una falda corta, cortísima mejor, con algunos pliegues que hacían que se quedara ligeramente levantada, en un tono mostaza muy llamativo. Llevaba una blusa blanca casi transparente, que dejaba a la vista un bonito top blanco. El conjunto se redondeaba con un pequeño bolso y unos zapatos de plataforma a juego con la hermosa faldita. Ely le daba la espalda, y cuando se giró lo hizo de golpe, haciendo que la faldita se elevara unos centímetros con el vuelo, y dejando su precioso culito al aire, apenas tapado con un tanguita blanco. Mila casi se estremeció. Se la iban a follar hasta destrozarla.

-          Hola, preciosa. – Le dijo, acercándose a darle dos besos. – Estás increíble. De verdad. – Mila no sabía si reñirla, si compadecerse, si recordarle lo que podía pasar… como si Ely no lo supiera. Así que dejó que la conversación fluyera.

-          Tú también estás monísima. – Le dijo sonriente. Se la notaba nerviosa, pero sin duda también excitada. Se acercó a Mila y la abrazó. Como siempre, Ely notó ese escalofrío que producía en su piel el contacto con los pechos de su amiga, pero eso la relajó, le dio cercanía, tranquilidad. – Dime que no nos va a pasar nada. – Le dijo en un susurro. – Miénteme, Mila. Por favor. – Mila notó que sus ojos se llenaban de lágrimas, e hizo un sobreesfuerzo para controlarlos.

-          No lo sé, cielo. No quiero mentirte. – Hizo acopio de fuerzas, y se preparó a soltar el discurso que había preparado por la noche. – Ely, siento con toda mi alma haberte metido en esto. No era mi intención. Pero ahora no tenemos escapatoria. No sé que nos han preparado esos hijos de puta, pero seguramente hoy acabemos violadas, folladas y ultrajadas como no has sido capaz siquiera de imaginar jamás. Prepárate para lo peor. Eso con lo que has fantaseado y temido a partes iguales, pues algunas de esas cosas quizá hoy se cumplan. – Hizo una pausa, se separó de Ely, la miró a los ojos, y continuó. – Incluso puede que sea peor. Pero ahora mismo no tengo otra opción. – Volvió a parar, y perdió la mirada unos segundos. Cuando volvió a mirar a su amiga, sus ojos estaban llenos de ira. – Eso sí, te juro que acabaré con esto. Juntas lo haremos. – Ely también notó como se le llenaban los ojos de lágrimas y abrazó fuerte a su amiga. Esta vez el latigazo fue menor, apagado un poco por la ternura de la situación. Se separaron y se sonrieron justo en el momento en que el autobús aparecía por el fondo de la calle. – Vamos allá. – La cogió de la mano, y se dispuso a afrontar lo que fuera que hubiera en ese autobús.

   Las puertas se abrieron. Las chicas subieron, pagaron su billete y caminaron hacia atrás. El autobús estaba prácticamente vacío, así que enseguida descubrieron en el centro del autobús la enorme figura de Sabonis. Se acercaron a él, y éste cogió a Ely de la mano y la dirigió hacia el final del bus, dejando a Mila en el centro. La soltó, y ésta por inercia se encaminó hasta el final, donde había un pequeño espacio para que la gente se preparara para bajar. Allí, cinco o seis chicos parecían esperar de pie su parada. Sabonis se puso junto a Mila, justo a la altura del espejo por el que el conductor veía la parte trasera del bus, e impidiendo dicha visión gracias a su envergadura. Miró a Mila y dibujó en su boca un “Graba” en los labios que hizo estremecer a la muchacha. En cuanto el autobús reanudó su marcha, dos de los chicos se acercaron a Ely, que con una mano se sujetaba de la barra, y con la otra cogía su bolso. Esos chicos eran muy jóvenes, tal vez menores incluso. El primero de ellos no se lo pensó, y pasó la mano bajo la falda, buscando el precioso trasero de la chica. Ésta no pudo evitar que su vello se erizase, al notar la mano fría del muchacho sobre su nalga. El otro muchacho se acercó por delante, y comenzó a sobarle las tetas sobre la fina tela de la blusa. No hubo oposición, tal y como se le había ordenado. Eso dio pie a que otros dos de los chicos se acercaran, y mientras uno ayudaba en el repaso de la delantera de la muchacha, el otro comenzó a lamerle el cuello, la cara y parte del lóbulo de la oreja. Ely cerró los ojos, intentando evadirse de la situación, y evitando asumir que se estaba poniendo muy perra en esa situación. Mila por su parte la observaba con detenimiento, luchando por enésima vez contra sus emociones, debatiéndose entre obedecer a la vocecilla de su cabeza o disfrutar de la humedad de su coño. Sabonis parecía querer tomar parte, y casi con disimulo pasó una mano bajo la camiseta hasta llegar al sujetador que oprimía las maravillas de la naturaleza de la niña. Mila notaba la mano rugosa de su tirano buscar bajo la copa del sostén, hasta poder llegar a sus enhiestos pezones. Los dedos  ásperos de su captor la ponían muy burra, y ya no era por la novedad, lo que aun lo hacía más preocupante. Mila deseaba esas manos, anhelaba que la tocaran, estaba obnubilada con el mástil de aquel robusto anciano… Y el cabrón, pese a su aspecto de cabeza hueca, hacía días que se había dado cuenta.

   Las paradas se sucedían, aunque nadie se subía en ellas. Ely estaba completamente rodeada por los chicos, y notaba manos por todos sitios. El que lamía su cara hacía rato que había metido dos dedos en su boca, que ella chupaba sin descanso. El último en incorporarse había sido el más directo, y apartando el tanga de su coñito, había metido dos dedos dentro. Notaba el sonido de la humedad, el olor del deseo, y no era capaz de contenerlo. Cuatro o cinco pares de manos entraban por sus agujeros, sobaban sus atributos, y ella solo podía evitar jadear en voz alta, dejando toda su excitación en los fluidos que emanaban de su ardiente coño.

   De repente Sabonis solicitó la parada, sacando bruscamente la mano que sobaba la teta de Mila, y los chicos que rodeaban y palpaban a Ely la soltaron como si no hubieran cambiado una sola mirada con ella en todo el viaje. Ely, a punto de correrse, se arregló el tanga y la blusa como pudo, tan desconcertada como aliviada, tan frustrada como liberada, y se dispuso a bajar en la parada. Sabonis cogió a Mila de la mano, miró a Ely y le hizo un gesto para que bajara del autobús. Los chicos lo hicieron delante de ella, y desaparecieron. Sabonis soltó a la muchacha, y se encaminó calle abajo, mirando de vez en cuando para comprobar que las chicas le seguían.   

  Era una calle sin salida, que terminaba en un parque, a los lindes de la ciudad. A la derecha había unos jardines para pasear, con unos setos bien recortados. En frente había cuatro o cinco pistas de petanca, con una decena de ancianos jugando a las bolas. A la izquierda, un campo de naranjos ocupaba hasta que se perdía la vista. Sabonis se giró hacia Mila y le sonrió casi con maldad, sin dejar de caminar.  Atravesó las pistas sin mirar a ningún lado, y se adentró hasta la segunda fila de naranjos. Por suerte para las chicas, el terreno estaba duro, así que las plataformas sobre las que caminaban no fueron impedimento para entrar. Cuando apenas se podían ver las pistas entre los árboles, se detuvo. Se giró hacia Mila, la enganchó del pelo y la obligó a arrodillarse. Mila supo lo que debía hacer, y sin que le dijera nada más se puso a rebuscar en la bragueta del gigante. No sin esfuerzo consiguió sacar el enorme espolón del hombretón, y enseguida notó el fuerte olor que siempre desprendía. Se había acostumbrado a él, sabía que sólo era una prueba más de lo zorra que podía ser, de lo sometida que la tenía aquel mástil con el que soñaba. El fuerte hedor solo la hacía ponerse aún más perra, con más ganas de polla. Antes de que se le hiciera la boca agua, se metió la punta e intentó sobrepasar el glande, que era casi todo lo que podía hacer con la boca. Como aún no estaba completamente enhiesta, consiguió metérsela casi hasta la mitad, aguantando a duras penas las arcadas. Lamía, chupaba, se esforzaba en ponerla dura, y notaba que poco a poco lo conseguía, lo que interiormente la hacía sonreír.

   Por su parte, Ely miraba la escena desde corta distancia. Veía a su amiga esforzándose en complacer a aquel cabrón que las forzaba, y se daba cuenta de que disfrutaba, de que no podía esconder sus ganas. Dudaba entre ponerse a su lado, o incluso tocarla a ella, cuando un par de viejos aparecieron entre las ramas. Miraron a Sabonis y este les indicó con la cabeza a Ely. Ésta no supo cómo reaccionar, y los miró con temor, pero más bien parecían dos abuelos adorables, con lo que casi sin quererlo se relajó. Se acercaron a ella, y le pusieron la mano en la cintura, casi inocentemente. Ely miraba a Sabonis, que acompañaba con la mano en la nuca a Mila para que continuara. Se giró, la miró, le sonrió, y asintió a los dos abueletes, como dándoles permiso. Las manos bajaron y pasaron bajo la faldita, mientras que con la otra le cogían la mano a Ely y la llevaban a su entrepierna. Ely supo qué debía hacer, así que con una mano en cada bragueta, se las apañó con habilidad para sacar dos pollas flácidas, con demasiados años a cuestas, y que comenzó a sobar y a acariciar. Notaba los dedos ansiosos de los hombres intentando apartar la tela de su tanga, buscando entrar en ella. Dejó que siguieran intentándolo, le daba mucho morbo dejarse sobar en medio del campo. Su trabajo manual poco a poco daba su fruto, y las arrugadas pollas tenían algo más de consistencia. Sin previo aviso, una de ellas comenzó a orinar. Ely se sorprendió de primeras, pero no pudo evitar excitarse. La sujetó, mientras pajeaba lentamente la otra, mirando hipnóticamente como el líquido dorado salía de su extremo. De pronto la otra polla que ahora pajeaba comenzó también a orinar, manchándole la mano, lo que hizo que la muchacha notara el líquido caliente correr entre sus dedos. Un escalofrío la recorrió, y la humedad de su coño, que se había detenido un poco desde el autobús, volvió a hacer aparición. Estaba absorta viendo esas pollas orinando, con lo que no pudo ver a los otros tres mayores que se acercaban por detrás de ella. Uno la cogió directamente de las tetas, mientras notaba como acercaba la entrepierna a su culo. Los otros dos esperaban su turno, y cuando se giró a verlos vio que ya traían sus herramientas fuera, y que se masturbaban lentamente. Cuando terminaron de orinar, los dos hombres a los que había tenido en sus manos se marcharon sin mirar atrás, y los dos que esperaban ocuparon su sitio. Estos parecían tener algo más de herramienta, o quizá es que ya llevaban algo más de rato tocándose. Apenas las tuvo entre las manos comenzaron a miccionar, con un chorro grueso y potente. Ely las miraba confundida, descubriendo sensaciones que no conocía, notando la excitación crecer en su interior. A ello ayudaba el viejo que tenía detrás, que había levantado la falda, bajado el tanga hasta las rodillas, y la masturbaba con cierta habilidad mientras la rozaba con su paquete. Ely, con la excitación, pajeó un poco las dos pollas que tenía en las manos, y sus manos se volvieron a llenar de orín, aumentando una vez más su desorbitado calor interior. Iba a correrse en esa degradante escena en cualquier momento, siendo utilizada por un grupo de viejos, mientras el que parecía el increíble Hulk estaba a punto de desencajar la mandíbula de su amiga a pollazos, y viendo como a su amiga las lágrimas le resbalaban por el esfuerzo por sus mejillas. Se dio cuenta en ese preciso instante de que se hubiera cambiado por ella, si así amortiguaba su sufrimiento. Sentía algo muy profundo por aquella chica. Y estaba muy caliente, viendo a su amiga tocarse casi sin disimulo mientras le follaban la boca, sin poder esconder su placer. El hombre que la tocaba metió dos dedos en su coño y ella empezó a temblar, a punto de correrse. Sabonis se percató, y le hizo un gesto al hombre para que parara, dejando una vez más a Ely al borde del abismo. Salió de detrás, se puso a su lado y le cogió la mano para que la sujetara, justo cuando comenzaba a orinar. Ely estaba un poco frustrada, pero aún así obedeció, y masturbó levemente al anciano, lo suficiente para que el calor del líquido recorriera su mano una vez más. Cuando terminó, se guardó la polla y desapareció entre los árboles. Sabonis empujaba con saña en la boca de Mila. Le hizo un gesto a Ely para que se acercara, y al llegar a su altura la obligó también a arrodillarse. Sacó el tronco de la boca de Mila y lo hundió de una estacada en la de Ely. Ésta sintió que sus labios explotaban, que le faltaba el aire, que su boca estaba más llena de lo que había estado jamás. La sensación de ahogo era brutal, pero no pudo evitar que la tensión sexual aumentara aún más, provocándole escalofríos en el coñito. Mila le miraba casi con cara de pena, y Sabonis al descubrirla, se dedicó a abofetearla. El pollón entraba y salía de su boca, al tiempo que los guantazos se sucedían en la cara de su amiga. Supo que no se detendría hasta correrse, así que se esforzó ayudándose de la mano. Mila, intentando escapar de los golpes, acercó su boca al tronco y se puso a lamer bajo las pelotas, donde el olor aún era más rancio. Se esforzaron al máximo, y al cabo de un par de minutos el hombretón comenzó a temblar, a soltar palabrotas, a insultarlas, hasta que la boca de Ely comenzó a llenarse de leche espesa y caliente. Siguió masturbando con la boca abierta, mientras Mila recogía lo que le caía por la comisura de los labios. Le quitó la polla casi con avaricia y siguió pajeándola frente a su boca, extrayendo hasta la última gota de semen, dejando seco al propietario de su tótem. Se giró hacia Ely y la besó, saboreando los últimos grumos de esperma en la boca caliente de su amiga. Si le hubieran pellizcado los pezones se habría corrido como una perra, derritiéndose allí mismo, pero Álvaro se lo había prohibido, y si Sabonis no había dejado tampoco a Ely hacerlo era por algo. Así que ni lo intentó.

-          Como os gusta, zorras de mierda. – Les habló por primera vez, con su voz ronca y gruesa. – Sois todas unas putas baratas. A todas os gusta lo mismo. – Las palabras resonaron en la cabeza de Mila, a la que la excitación le bajó de golpe. Las violaba, las humillaba, y ahora las vejaba y las menospreciaba. La ira fue llevándose todo el morbo, y ocupando todo el consentimiento a lo que estaban haciendo. Sin previo aviso, se levantó y le soltó un bofetón a Sabonis. Este no pudo menos que sonreírse. Cuando fue a lanzarle otro, éste le cazó la mano al vuelo, y se la retorció, causándole un agudo pinchazo de dolor. – Quieta, gatita. Era mucho mejor para ti cuando disfrutabas. No lo estropees.

   No esperó respuesta. Estiró de la mano de la muchacha, y Ely apenas pudo arreglarse de nuevo la falda y el tanga, y seguirlos entre las ramas. Atravesaron las pistas mientras miraban en sus cuerpos las miradas de los viejos. Un silencio estruendoso, con el ambiente viciado por la peste a sexo, a lujuria, a deseos insanos y primitivos, lo llenaba todo, creando un microclima alrededor de las chicas. Si no hubiera sido por el respeto que imponía el gigante, posiblemente se habrían abalanzado sobre ellas. Avanzaron hasta desaparecer por la calle y encaminarse de nuevo al autobús.

   No cambiaron ni una sola palabra. Subieron, pagaron, y se bajaron cuando él hizo intención. Conocían aquella parada, sobre todo Ely. Era la parada donde estaba el comedor social en el que colaboraba. Un escalofrío la recorrió, mientras seguía a su amiga y al gigante. A aquellas horas el comedor estaría cerrado, o al menos vacío, ya que entre los desayunos y las comidas no había nadie. Al girar la esquina vieron que efectivamente estaba cerrado. Sabonis se acercó, y llamó a la puerta. Ésta se abrió, y los tres pasaron dentro. El comedor estaba oscuro, y solo estaba iluminada la cocina que había al fondo. Se encaminaron hacia allí, sintiendo tras ellas los pasos de la persona que les había abierto. Mila no pudo contenerse y se giró. La sonrisa malévola de Álvaro la esperaba.

-          Hola, putita. – Le susurró. – ¿Sabes a costa de quién nos los vamos a pasar genial? – Le empujó para que siguiera caminando. Cuando se acercaron a la cocina oyeron murmullos del interior, provenientes de la puerta que daba al almacén. Cuando entraron un grupo de hombres mayores las esperaba. Pero esos no eran vagabundos. Vestían bien, olían bien, y tenían buen aspecto pese a que todos rondarían los 60, si no los habían pasado. – Bien. – Álvaro alzó la voz. – Todos sabéis a qué habéis venido. Sabéis las normas. Son sencillas. Disfrutad.

   Y dicho esto, Sabonis se retiró, y salió del almacén. Oyeron como cerraba con llave la puerta de entrada, y notaron la mirada de los hombres en su piel. Álvaro hizo de anfitrión, y cogiendo a ambas muchachas del pelo las obligó a arrodillarse. Los hombres fueron acercándose, frotando sus pollas sobre el pantalón. Las chicas no ofrecieron resistencia. Álvaro comenzó a quitarles las blusas, para después desabrocharles los sujetadores. Se oían susurros, y palabras de admiración sobre la belleza de las chicas, palabras soeces sobre el tamaño de las tetas de Mila. De la ira que la había inundado en el campo poco quedaba. Una vez más, la sensación de sentirse usada, el deseo que los hombres mayores le provocaban, la lujuria que desbordaban las miradas de esos extraños la hipnotizaban, la dejaban indefensa, la hacían sentirse muy puta e inundaban su coño sin remedio. Y Álvaro lo sabía. El único pero es que a Álvaro le ponía humillarla. Se excitaba viéndola padecer, sufrir, lloriquear, pedir clemencia, y sin embargo Mila cada vez tenía menos esos sentimientos, y a cada nueva prueba parecía disfrutar más. Solo a ratos, con la inclusión de su amiga en los juegos, había hecho que Álvaro viera por momentos la mirada de asco e ira que le ponía tan burro. Someter esa mirada, borrársela de la cara a guantazos es lo que hacía que se le pusiera como un misil tierra-aire.

   El caso es que ahora mismo la tenía bien dura, porque además les había dicho a todos que una de las chicas era prácticamente virgen, y que tras él, todos podrían follársela. Sobaba las tetas de Ely por detrás, le pellizcaba los pezones, mientras ella se afanaba en chupar una polla que tenía en la boca, y masturbaba dos que se habían acercado. Le estiraba duro de los pezones, y sentía como ella temblaba. No tenía ganas de esperar, así, que la tiró un poco hacia delante, lo que la obligo a soltarlas pollas de las manos para apoyarse, se bajó los pantalones un poco, sacó su enardecido sable, lo encaró hacia el coñito de Ely, y empujó. Estaba muy cerrado, como correspondía. El escalofrío de placer fue casi inmediato. Ely abría la boca para respirar, pero al que se la penetraba le importaba poco. Le follaba la boca sin compasión, llegando hasta la garganta de la chica. Cuando Ely tosía, él la abofeteaba, para después recoger sus babas con los dedos, y dárselos de nuevo para que ella los chupara. De los dos de la mano, uno había vuelto, le estiraba del pelo, lo que hacía que no tuviera que apoyarse con la mano, a costa de un dolor sordo y constante, y le guiaba la mano libre para que lo masturbara. El otro se había situado cerca de su boca, para intentar metérsela en cuanto pudiera. Pero a Álvaro le importaban bien poco los demás. Él buscaba su placer, y se follaba a la muchacha a su ritmo, acompasando las envestidas con azotes que comenzaban a enrojecer su trasero. Escupió sobre el ano y le introdujo un dedo. Ely se tensó de forma violenta. Ese agujero hasta el día de hoy sólo había sido de salida. Álvaro se sonrió con la reacción y la azotó casi con violencia. Aquello pintaba mal para la joven.

   Por su parte Mila ya era brutalmente follada por un tío que no se había quitado ni los pantalones. Sin preguntar, la había levantado del pelo, la había llevado contra una mesa, le había soltado dos guantazos obligándola a sentarse y después a tumbarse, y la había penetrado sin cruzar palabra.  La cabeza le colgaba por el otro lado de la tabla, y allí había otro hombre llenándole la boca de carne. Había visto esa escena mil veces en gifs en twitter, y en escenas hardcore en vídeo, pero en directo no era tan atractivo. Aquel anciano tenía una polla larga y dura, que le causaba unas arcadas enormes, traducidas en montones de saliva que escupía cuando tosía. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, corriendo el rímel y dando ese aspecto de puta forzada que tanto ponía a muchos hombres… y algunas mujeres. Como a ella, por ejemplo. El que se la follaba le daba unos tortazos tremendos en las tetas. Las estaba dejando amoratadas. No podía sujetárselas, pues tenía una polla en cada mano, que pajeaba sin descanso. Estas no eran gran cosa, pero con sus caricias y con lo morboso de la escena se estaban poniendo tersas y apetecibles. En su interior, el cada vez más vencido resentimiento era aplastado por el deseo, por el morbo, por esa lujuria insana que se había apoderado de ella y de su subconsciente en los últimos días. Por una parte deseaba que aquello pasara cuanto antes, que aquella humillación se terminara, que solo fuera una pesadilla, un mal sueño. Pero por otra parte, cada golpe en su coño, cada azote en su culo, cada gota de semen en su boca era adrenalina pura, una inyección de vida, una droga de diseño que la mantenía obnubilada e hipnotizada. Y en esos instantes solo pensaba en disfrutar una y otra vez.

   El hombre que la follaba sacó de un bolsillo un collar de color rosa, con un bonito corazón en el centro, se lo puso sin dejar de follarla,  y de otro bolsillo sacó una correa del mismo color. La enganchó a la anilla, se salió de ella y sin preguntar a los demás estiró con fuerza, causándole un dolor intenso en el cuello, y dejándole una bonita marca para unos cuantos días. Cayó al suelo y caminó tras él de rodillas, mientras los demás observaban en silencio la escena. Se dirigió a un sofá, se sentó, la obligó con la correa a levantarse y la sentó sobre él. La miró a los ojos y le susurró “cabálgame”. Soltó la correa, y Mila comenzó a moverse, buscando también su placer. Álvaro rompió el silencio.

-          A esa zorra podéis follarle el culo. Lo tiene a prueba de cañones. – Sabonis se sonrió desde donde estaba. Esa puerta la había forzado él, y ella nunca lo olvidaría.

   Los tres hombres que se ocupaban de ella se acercaron. El que le follaba la boca parecía que tenía suficiente ya que se puso de pie en el sofá, la enganchó del pelo, rodeó su cintura con la correa, y le forzó el cuello hasta que la niña cubrió con su boca el largo miembro del anciano. Sin ningún miramiento, la cogía por la nuca hasta que los huevos rebotaban en la barbilla de la muchacha, ignorando también sus arcadas. La cara del hombre era de puro vicio, y su polla estaba dura como una roca. Estaba violando la garganta de una jovencita, y ese era su sueño más morboso desde hacía años, así que no tenía intención de parar hasta que la última gota de su simiente no estuviera en el estómago de esa chiquilla. Uno de los hombres que antes pajeaba se acercó por detrás, escupió en el culo de Mila, e introdujo primero un dedo, y después dos, en ambos casos sin demasiada dificultad. Se sonrió, se descapulló un par de veces para endurecerla a tope, se la ensalivó y la encaró hacia aquel agujero oscuro, tan deseado, tan prohibido. Mila notó la presión, y sintió como el hombre que la follaba se quedaba quieto en su interior. El de detrás empujó un poco, y la pequeña se sintió llena, se sintió deseada, se sintió extrañamente completa. Por suerte, ni entre los dos le producían el dolor que sintió cuando Sabonis devastó con su mandoble su esfínter, destrozándola física y emocionalmente. Su cuerpo se había recuperado, se había acostumbrado a las agresiones, a los excesos, a las perversiones de los dos vagabundos. Por desgracia la parte emocional había sucumbido, había tirado la toalla hacía días, fiándolo todo al aguante físico y a la cordura que pudiera conservar la muchacha. Y a estas alturas, el aguante se había transformado en un placer dañino y peligroso, amén de sumamente adictivo, y la cordura estaba de vacaciones. Mala combinación. Los primeros envites en su culo la hicieron abrir los ojos, por pequeñas punzadas de dolor. Sin embargo, en cuanto el que estaba abajo se movió un poco, el roce le hizo cerrarlos de nuevo, y se abandonó en un enorme océano de placer. Relajó hasta la garganta, cosa que notó el anciano que le follaba la boca, y que asumió el logro como propio, así que se esmero en follársela ahora que no tenía impedimento. No tardó demasiado en descargar su semen en el interior de la garganta de la muchacha, lo cual sí le produjo alguna arcada, aunque el viejo se ocupó agarrándola fuerte por la nuca de que no desperdiciara ni una gota. Mila se revolvió un poco y consiguió que la polla saliera un poco, con lo que cogió aire, pero no dejó de chupársela. Aquello pareció satisfacer al anciano, que soltó la nuca, y dejó que fuera ella la que lo hiciera a su ritmo. Recogió hasta la última gota de saliva que había en el trozo de carne largo y flácido, dejándola reluciente y brillante al sacarla. El hombre le metió el pulgar en la boca le levantó la cara y le sonrió, para después apartarse a observar la escena. Al otro hombre no hubo que decirle nada, ya que inmediatamente le ocupó la boca que quedaba libre.

   Ely continuaba con su ajetreo, con Álvaro a su espalda y un animal follándole la boca. A éste no le quedaba nada, lo sentía temblar y sabía que de un momento a otro le llenaría la boca de semen. En el último momento se salió, y comenzó a pajearse en su cara. El primer chorro fue a su pelo, y parte de su frente. El segundo fue a parar a su mejilla, y un poco a su boca. Después de eso la obligó a tragársela y terminó de correrse allí. Ely no sintió asco, entre otras cosas porque no podía evitar el placer que el cabrón de Álvaro le estaba dando. Alternaba los azotes con los pellizcos en los pezones. Se agachaba y se los torturaba, haciéndola gritar hasta que otro hombre ocupó el sitio del primero y metió su herramienta en la boca. Era orondo y pelirrojo, con una polla bastante pequeña que Ely se tragaba con facilidad. Aquello pareció relajarla, pero no contaba con lo que pasó a continuación. Álvaro se salió de ella y cogiéndola del pelo la llevó contra una mesa cuadrada. Le pegó el cuerpo a la mesa y le abrió las piernas. El hombre que esperaba su turno se acercó y le amarró con precinto las piernas, una a cada pata. Al tiempo, Álvaro le cogió las muñecas por detrás de la espalda y pronto las tenía también sujetas con precinto. Sin preguntar Álvaro volvió a lo suyo, follándosela sin compasión, y lo mismo con el otro viejo, que se acercó por el otro lado de la mesa, donde colgaba la cabeza de la muchacha, y volvió a ofrecerle su polla. Ella abrió la boca para recibirlo, y enseguida notó como crecía en su interior. Estaba a punto de llegar al orgasmo cuando un líquido abrasador quemó su espalda, y no  pudo reprimir el grito.

-          ¡AHHHHGGG! Joder, eso quema, hijos de puta. – Dijo sacándose de la boca la polla que chupaba hasta ese momento. Dedujo que sería cera, ya que en pocos segundos se solidificó y el dolor se apaciguó. Álvaro no dejó ni por un instante de masacrarle el coño. – Joder, no lo volváis a hacer, eso duele. – Aún no había terminado la frase cuando sintió su espalda abrasarse de nuevo, aunque esta vez no pudo gritar porque al abrir la boca el anciano gordo se la llenó.

-          Calla, puta. – Dijo Álvaro, disminuyendo la cadencia de las envestidas. – Has de padecer un poco, se que te gusta. Así que Julio seguirá un poco más. – Aunque Ely no lo vio, Álvaro asintió al hombre que le derramaba la cera, y lo volvió a hacer, aunque dejó la vela en una mesa lateral, cosa que sí vio la pequeña. Pero cuando vio que cogía unos palillos chinos le gustó menos. Hizo un esfuerzo por zafarse de la polla de la boca y atinó a preguntar.

-          ¿Qué vais a hacer con eso? – Tampoco pudo terminar la frase, puesto que el gordo volvió a hundirle la polla en la boca. Y esta vez le arremolinó el pelo, simulando una coleta, la cogió fuerte y la levantó un poco, para poder follarle la boca mejor. El otro hombre se acercó, cogió los dos palillos, los enfrentó en paralelo y los pasó bajo el cuerpo de la joven, ahora accesible gracias a los tirones de pelo del grueso colaborador. Pinzó los pezones de la niña, y colocó una gomita en un extremo, hasta quedar bien sujeto. Hizo lo propio en el otro, causándole un dolor muy puntiagudo a la pequeña. Pero el hombre parecía no querer parar.

-          Gracias, Julio. – Dijo Álvaro. – Esta zorra tiene que aprender a  no quejarse.

   La cadencia de las envestidas volvió a ser de locura. El ardor de los pezones era brutal, el dolor en el esfínter era intenso, pero la sensación de placer y dolor era tan atractiva… tan adictiva… tan estimulante… El cuerpo de Ely temblaba de placer, espoleado por las punzadas de dolor. Un orgasmo brutal se maquinaba en su interior, amenazando con explotar. No pudo, ni quiso, retenerlo. Dejó que creciera llenándolo de imágenes, de sensaciones. Giró la cabeza y observó a su amiga penetrada por sus tres agujeros, y vio justo el momento en el que Mila se corría. Pese a que estaba a varios metros, lo supo enseguida. Primero su cuerpo se arqueó, las puntas de los pies se tensaron, el vello se erizó… y luego notó como se desmadejaba, se dejaba caer sobre los hombres que la poseían, dejando su cuerpo durante unos instantes para abrazar el Nirvana que aquella amalgama de sensaciones le provocaban. No pudo evitar sonreír al ver a su amiga satisfecha, pese a la forma en que se producía. Estaba absorta cuando oyó blasfemar a Álvaro y notó el calor del semen en su coño.

-          Toma, puta de mierda. Voy a preñarte. Voy a dejarte un precioso recuerdo. – No dejaba de empujar, y Ely notaba los chorros de leche llenando su interior. – Joder, que cerrada estás, perra. Que gusto. ¡Sabonis! – Gritó. – Tienes que probar esta zorra. – Aunque Álvaro no lo vio, el gigante se sonrió. – Ven Julio, ocupa mi sitio. – Llamó al hombre que había pinzado los pezones de la chica, y que se acercaba de vez en cuando para observar cómo estaban las ataduras. Le sobaba las tetitas, y volvía a apartarse, tocándose la polla sobre el pantalón. Pero hasta ese momento no había participado “activamente” más.

-          No, gracias. – Dijo el hombre. – Quizá más tarde.

-          Cómo quieras, Julio. – Álvaro pareció no estar muy conforme, o al menos algo contrariado por la respuesta. Pero se sonrió algo más cuando Julio se acercó al trasero de Ely con una pala de Madera, y con una fusta. – Vaya, vaya. No me había dado cuenta de que aún no habías terminado.

   Julio se giró y le puso media sonrisa. El primer palazo no se lo esperaba, e hizo que Ely casi mordiera la polla que llenaba su boca. El segundo sí, pero fue mucho más fuerte que el primero, y un calor abrasador inundó sus nalgas, haciendo que dejara de notar nada más. Sabía que su culo se enrojecía por momentos, y se tensaba sin remedio, haciendo aún más apetecibles los azotes. Los siguientes fueron seguidos, duros, secos y firmes. A cada uno de ellos, un pequeño grumo de esperma resbalaba de su interior hacia el suelo, creando una escena absolutamente obscena y denigrante. Ely nos los contó, pero serían al menos una docena entre las dos nalgas. El culo le ardía, no podía pensar en nada más, cuando los golpes cesaron y notó como el hombre manoseaba en su coño. Metió dos dedos en su cueva, aún lubricada con el semen de Álvaro, y los llevó a su culo, donde entraron con algo de dificultad. Los dejó allí, acomodando la cavidad a los elementos externos. Salieron de ella y en su lugar notó una bola fría, posiblemente metálica, entrando en su ano. Sabía que debía relajarse, así que lo intentó y notó que el plug entraba en ella. Esta vez no le dolió, no era muy grande. Al soltarlo, los dedos del hombre fueron a su clítoris, y comenzaron a masajearlo. Aquel extraño sabía lo que se hacía. En pocos segundos Ely no recordaba el ardor de su culo, ni el elemento extraño en su esfínter. El placer del su clítoris lo suplía todo. Estaba disfrutando de él cuando le sobrevino el primer azote con la fusta. Fue un dolor puntiagudo, dibujado en una fina línea que cruzaba ambas nalgas. Ely soltó un gritito y aspiró, aunque el dolor quedó apaciguado casi de inmediato por un nuevo masajeo en su botoncito. El hombre de la boca no pudo más y le regó las encías con leche caliente, aunque Ely casi ni se inmutó. Tragó una parte casi sin querer, y dejó que el resto cayera de su boca en una imagen de lo más pornográfica. Solo podía concentrarse en el placer y el dolor que aquel hombre le proporcionaba en ambos extremos. Los azotes que hacían nueve y diez con la fusta hicieron que le saltaran las lágrimas, y supo inmediatamente que le quedarían marcas durante días. Las lágrimas corrían por sus mejillas y resbalaban hacia la mesa, donde se acumulaban gotas de sudor y grumos de semen. Dos pellizcos seguidos en su clítoris la hicieron tensarse, y como un resorte, el orgasmo que había ido creándose en su interior terminó por explotar. Aunque no podía verlo, Julio sacó su polla y se puso a orinar sobre las heridas, lo que primero producían irritación pero pronto sensación de alivio. Era lo que faltaba para que el nuevo orgasmo fuera absolutamente demoledor. Pronto Julio terminó y se puso frente a ella, disfrutando de los espasmos que el cuerpo de Ely no era capaz de controlar. Esta se dejó caer sobre la mesa, apoyando la mejilla sobre sus fluidos y los de algunos hombres. Cerró los ojos, así que no pudo ver la sonrisa de Julio en los labios.

   Pocos segundos después, los agujeros de Mila se llenaban de leche. Primero fue el que le follaba el coño, que además había sido el primero en penetrarla. No había dejado de torturar los pezones de la niña, así como de estirarle de la cadena, escupirle en la cara y en la boca, y todas las cosas sucias que se le habían ido ocurriendo. Mila, completamente ida hacía rato, ni siquiera intentaba resistirse. Solo esperaba que aquello acabara de una vez y poder volver a su casa, y abrazar a su amiga. Y también besarla. Y quizá también lamerla, y disfrutar del sabor de sus orificios recién usados. Mila era absolutamente incapaz de controlar sus instintos. Habían destrozado su capacidad de regular sus deseos, de controlar sus fantasías. Notó el calor en su culo y se sonrió, notando hasta cinco chorros en su esfínter. Aún con la sonrisa en la cara el tercero se masturbó frente a ella y comenzó a correrse en su cara, llenándosela de lefa caliente. Iba a quitarse un grumo que tenía en un ojo cuando una voz la detuvo.

-          ¡No! No te lo quites. Y vosotros no os salgáis de ella todavía. – Dijo Julio. Y lo siguiente que vio son un montón de flashes, algunos hacia ella, y otros hacia Ely. – No te muevas. – Mila vio la cara del hombre, con un semblante muy serio, así que se limitó a asentir. Justo en sus narices desplegó una navaja plegable, lo que la hizo temblar de miedo. Se giró y se acercó a Ely. Antes de que Mila pudiera abrir la boca, las ataduras que tenían sujeta a su amiga estaban cortadas, y Ely era libre. Julio se situó frente a ella, la cogió de la melena y le señaló la figura de su amiga, aún empotrada por dos hombres. – Límpiala. – Le dijo.

   Ely sabía lo que hacer. Se acercó a su amiga y la besó. Era lo que más le apetecía, así que comenzó por ahí. Pasó la lengua por su cara y recogió todos los restos de semen que tenía. Los grumos del pelo los recogió con dos dedos, los sacó hasta el final, y los chupó, para volver a besarla. Le sonrió, y se arrodilló a sus pies. Primero sacó la polla del culo, que chupó ahora flácida hasta dejarla limpia. Al terminar, el hombre se separó y se alejó. Y después se ocupó de la que había masacrado el coñito de la rubia. Cuando la chupó, parte del semen del ano se deslizó y cayó en su mejilla. No le importó lo más mínimo. De hecho, nada más limpiar la polla larga y delgada, dio media vuelta a su amiga para sentarla en el sofá, y que pudiera descansar de una vez. Recogió todos los grumos de semen, uno por uno, lamiendo, chupando, y provocando otra vez los conocidos espasmos de placer en Mila. Cuando hubo terminado se volvió a acercar a su amiga y la besó de nuevo, compartiendo por última vez el sabor del deseo. Poco quedaba de la mojigata religiosa que había conocido Mila. Sospechaba que siempre había tenido esos deseos, pero no que los abrazaría con tanta facilidad.

-          Bueno, Julio. ¿Qué te parecen mis putas? – Dijo Álvaro orgulloso. – Ya te dije que te gustarían.

  Julio las miró, aún con las bocas unidas, mirándose una a la otra, hasta que Ely se percató de que las observaban. Miró al hombre, y le fue imposible no sonreírle. Julio se giró muy serio hacia Álvaro, y le contestó.

-          Te las compro.

Este es el último capítulo previsto de la si¡erie, aunque he querido dejarlo abierto por sialguna vez quiero continuarla. Tengo otros proyectos que quiero comenzar.

Gracias a todxs lxs que me habéis ayudado y apoyado con vuestros mails y vuestros comentarios con esta serie. Espero como siempre allí vuestras sugerencias y comentarios. Besos.