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La niña del autobús 2

en Voyerismo

Estuve casi sin dormir toda la semana siguiente. Esa niña iba a volverme loco. Mi madurez no me dejaba entender como una niña se podía haber comportado así, y más con una persona como yo. Si fuera un guaperas... vale. Pero así...

Me costó bastante entender que quizá lo único que la movió fue el morbo. El mismo morbo que me hizo a mí mirar, le hizo a ella enseñar. Ese pensamiento me calentaba sobre manera, y hacía que me masturbara varias veces al día.

Creo que mi mujer notó algo, pero o no le dio importancia, o no me lo hizo ver. Por suerte tengo una mujer bastante abierta de pensamiento, y que respeta mi espacio como individuo, aunque no sé qué pensaría si le contara mi experiencia en el bus.

El caso es que aunque no cojo casi nunca el autobús, durante los siguientes 15 días me apañé para hacer gestiones fuera y en lugar de desplazarme en coche, lo hice en el autocar, a la misma hora a la que vi a mi pequeña diosa, y en el mismo trayecto.

Al quinto viaje a Castellón en quince días se me acababan las excusas, y el trabajo hoy por hoy es lo primero. Cuando bajé y no la vi había perdido toda esperanza. Visité un par de clientes, comí con una amiga, y cuando volví a la estación para coger el autobús de vuelta… allí estaba ella.

Me dio un vuelco el corazón. Aunque había soñado todos los días con esa situación, cuando la tuve delante no supe que hacer. No la podía abordar sin más. No tenía ese valor. Finalmente, me ajusté la gorra, me puse las gafas de sol, y me coloqué en una buena posición para observarla. Estaba sentada en un banco, mientras tecleaba con agilidad un Smartphone. Ni se percató de mi presencia. Llevaba unas mallas oscuras con motivos florales, de esas que son como una segunda piel, y arriba un jersey ancho de lana hasta el cuello. La verdad que en el levante hace buena temperatura todo el año, y aquel jersey le estaría dando calor.

Llegó el autobús, pero ella apenas se inmutó. Yo no sabía qué hacer. ¿Me espero a que suba? ¿Paso delante? La cola iba desapareciendo hacia el interior del autocar. Me decidí a esperarla. Si ella no subía, yo tampoco. Había ido hasta allí por ella, y sin ella no me iría. A los pocos segundos, alzó la vista, recogió su bolso y una carpeta que tenía al lado en el banco, y se puso en la cola. Yo lo hice inmediatamente detrás de ella. Qué bien olía. Cuando subió los primeros escalones del autobús, su culito quedó a la altura de mis ojos. Era respingón, casi grande, con dos nalgas que recogían y apretaban las mallas, y le daban un aspecto increíblemente apetecible. Mmmmm… Quería probarlo. Sobarlo. Comérmelo. En aquel instante habría dado cualquier cosa porque ese culo fuera mío.

Como la otra vez, ella se fue a la parte trasera del autobús, aunque esta vez se fue a la última fila. Dejó su carpeta en la parte superior del autobús, en dónde se dejan las maletas de mano, y su bolso encima. Yo la seguí y aunque dudé, al final me senté también en la última, pero al otro lado del pasillo. Me quité las gafas y la gorra, las dejé en el asiento del final y la miré. Ella me estaba mirando. Le sonreí. Me sonrió. ¿Me había reconocido? Pues claro, ¿no? ¿O va pajeándose por ahí todos los días con desconocidos? Esa idea me excitó una barbaridad, y enseguida un bulto prominente comenzó a marcarse en mis chinos color crema. Con todo el descaro del mundo, ello miró hacia mi entrepierna, y volvió a sonreír. En ese momento le sonó el móvil, y cuando contestó, yo me relajé un poco. Mientras charlaba y gesticulaba, se levantó de su asiento, se sujetó el teléfono con el hombro, y se puso a hurgar en su carpeta. Hablaban de apuntes, de la universidad, diría que de una fórmula matemática, pero yo sólo estaba pendiente de su culo, que quedaba cómo a medio metro de mí. Tan absorto estaba en mi visión que ni me percaté que llevaba un rato con el teléfono en la mano y mirándome con descaro, mientras terminaba la conversación con su amiga.

Cuando terminó la conversación dejó la carpeta en su sitio, pero hizo algo inesperado. Otra vez. Me miró, me sonrió, y me dijo:

-          ¿Te importa si me siento en esa ventana? Es mi asiento favorito…

-          Por supuesto que no. - Es lo único que me atreví a decir, con la voz quebrada por los nervios. Cuando iba a moverme al asiento del medio para dejarla pasar, me paró con una mano, me dijo:

-          No te molestes, paso bien.- Y me sonrió con picardía.

Me pasó sus piernas por encima de las mías, dejando su culo a menos de 5 cm de mi cara. Cuando estaba a punto de pasar el autobús frenó un poco, y volvió a acelerar, lo que hizo que ella cayera sobre mis rodillas.

-          Perdón.- Dijo dulcemente. – Este autobús se mueve mucho.

¡Será posible! No me lo podía creer. Aquella chica era una descarada profesional. Se sentó en su asiento, y así quedábamos los dos escondidos por la fila de delante. Se giró, y se dirigió a mí, mirándome a los ojos, sin un atisbo de duda.

-          ¿Qué pasa? ¿Que pongo caliente al cuarentón? – Su mano se deslizó lentamente hacia mi rodilla, y de ahí se acercaba al bulto de mi entrepierna.

-          Como una moto.- Acerté a decir. Estaba temblando. No podía creer que aquella niña me estuviera sobando en el autobús.

-          ¿Sí? Muy mal, papaíto. A las niñas no se las mira así.- Acercó aún más su mano a la bragueta, y poco a poco fue bajándola. Yo cerré los ojos y me dejé llevar. – Voy a tener que castigar a papaíto. No está bien… que yo te esté sacando la polla, y tú tengas las manos quietas. No soy de cristal, soy de carne. Y me encanta la carne.

Y dicho esto, me sacó la polla, lanzó una mirada furtiva hacia la parte delantera de autobús, se agachó sobre ella, y le dio un lametón en la punta.

-          Huy, pero si papaíto ya está calentito… - Me susurró despacito mientras me miraba, y su mano subía y bajaba por mi polla.- ¿A que me vas a dar toda la lechita? La niña quiere su biberón…

Y volvió a engullirse mi polla. Mientras, desde mi posición yo solo tenía acceso a su culo. Le aparté un poco las mallas, y vi el hilo del tanga. Por suerte, tengo unos brazos largos y unas manos grandes, así que poco a poco, le bajé la mano por entre las nalgas, sobando todo lo que encontraba a mi paso, y con mi dedo corazón me acerque a la entrada de su cueva. Tenía la vagina completamente encharcada. Aparté un poco los labios mayores, e introduje el dedo corazón, lo que pude. Mientras tanto ella seguía chupando, con delicadeza, sin prisa pero sin pausa. Lo relamía, gemía cuando le introducía mi dedo, y se lo metía entero de golpe. Una vez allí lo ensalivaba y lo relamía. Yo seguía con mi paja, ya que no podía llegar más allá. Saqué el dedo, y me lo chupé. Joder que bien sabía esa niña. Chupé el dedo índice. Alargue de nuevo la mano, y con el dedo corazón recogí un poco de la humedad que brotaba de la vagina, y se la llevé al ano. Lentamente, introduje el dedo corazón y me dediqué a meterlo y sacarlo durante un rato. Y de inmediato, le metí el índice por la vagina. En cuestión de segundos, la mano se me inundó de jugos, mientras se corría de forma salvaje. Se metió la polla en la boca para ahogar sus gemidos y chupó con ansias hasta que yo también me corrí como un poseso. La leche salía a borbotones, pero ella no se movió de su sitio. Aguantó como una golosa, recogiendo su fruto, extrayendo mi néctar. Yo tenía la cabeza hacia atrás, y los ojos cerrados. Cuando los abrí… me quedé blanco.

En la fila de delante, al otro lado del pasillo, un señor con los 60 bien cumplidos, nos miraba con ojos desorbitados, mientras se hacía una paja descomunal. Menudo pollón se gastaba aquel hombre. Tendría fácil tres dedos más larga que la mía, y quizá más gruesa. La niña lentamente subió la cabeza, mientras sorbía los últimos grumos de mi leche. Alzó la mirada y vio al abuelo. Me miró, se sonrió, y le abrió la boca. Le enseño toda la boca llena de semen, mientras jugueteaba con él con su lengua. Cerró la boca, se lo tragó, y la volvió a abrir. El pobre hombre comenzó a correrse entre estertores. Tal fue la violencia de la corrida que los chorros le cayeron por todo el pantalón, por la camisa, por el asiento… Nervioso, se metió el pedazo de carne en la bragueta, se levantó a toda prisa y fue a sentarse más adelante. Ella se incorporó, me miró… y yo la besé. No me importaba el semen, no me disgusta. Además, sólo quería besarla. Nada más importaba en ese momento. Cuando me separé, levantó un poco la mirada, y me habló muy despacito, con una voz tremendamente dulce:

-          Sabes bien. Muy bien.

-          Gracias… - Me quedé un poco en espera, a ver si me daba un nombre.

-          Laura. Me llamo Laura.