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Dame tus braguitas, princesa (6): Todas a una

en Orgías

   Tuve que contener la respiración, contar varias veces hasta 10, y pensar en que Estela seguía a mi sobrina, para no abalanzarme sobre ella. Andrea estaba hermosa, con el pelo cogido en una coleta, en espera de ser usada. Su cara mostraba asombro y estupefacción, pero también una excitación máxima por lo que con seguridad estaba a punto de suceder. Estela me miró, y juraría que también me admiró. Ninguna de ellas había reparado en mi hermosa colita, en el detalle morboso que Héctor había preparado para adornarme. Mientras las veía pasar, intentaba recordar porqué me sentía tan absolutamente entera, feliz y comprendida, por fin. 

   El caso es q no había sido nada especial. Simplemente, cuando me metí en la bañera, después de haberme corrido una decena de veces, me puse a llorar, y Héctor me arropó.

-          Héctor, soy una degenerada. – Le había dicho. – Estos comportamientos no son propios de una mujer adulta, independiente y madura como lo soy yo. – Había añadido.

-          ¿Ah, no? – Había contestado él. – Claro, es mucho más maduro, mucho más adulto creer en un amigo invisible, llamémosle Dios, e ir a adorarlo junto con otros miles de jugadores del amigo invisible. ¿Verdad? ¿Es eso? ¿Eso te parece más adulto? ¿Te parece mejor? – Me había apabullado, y yo negué con la cabeza. – Pues yo los respeto. A ellos y a todos los que tienen un amigo invisible en el que creen, por el que se mueven, por el que hacen actos de fe, al que ofrecen presentes, en la antigüedad hasta puntos insospechados. Yo los respeto a cambio de que ellos me respeten a mí. Si yo no los daño, que me respeten. Si tú eres feliz así, que te respeten. Si no quieren ver como orinas, que no miren. Yo sí lo haré.

   Después de eso mi memoria se emborrona, aunque recuerdo que me sentí bien, muy bien, me sentí comprendida por primera vez en mucho tiempo. Me relajé, me dormí, y supongo que él fue a limpiar el ascensor. Era un hombre sencillo, pero de una rotundidad aplastante. No sé cómo lo había hecho, pero en poco más de una hora había hecho casi desaparecer mis miedos, mis temores internos, esa duda que siempre corroe y quebranta la voluntad, apoyada en el clasicismo de lo que está bien y lo que no. Ese momento en el que piensas que eres diferente. De un plumazo, el sentirme extravagante se había convertido en sentirme especial. Y como ya dije, lo había hecho fácil, casi “sin hacer nada”.

   Andrea y Estela caminaron hasta el comedor. Héctor estaba allí, y había sacado unas cervezas. Había puesto la mesa baja junto al sofá, y había sacado algo de picar. Lo cierto es que después de la estupenda sesión, tenía bastante hambre.

-          Hola. – Dijo Héctor sonriente. – Tú debes ser Estela. – Pasó por el lado de Andrea, aunque casi no la miró, y se acercó a darle dos besos a la preciosa joven, y al volver acaricio la cabeza de Andrea, pasando la mano por la coleta, y ejerciendo un poco de presión para que ésta levantara la cabeza. – Hola, perrita. – Le dijo. – Sabes que has sido mala, ¿verdad? – Puso un tono bastante grave, aunque creo que todos, incluida la propia Andrea, notaba que estaba jugando. Se acercó a su oído mientras ejercía un poco más de presión sobre la coleta de la niña, y le habló muy bajito, aunque lo suficiente para que nosotras dos lo oyéramos. – Cuando estemos solos ya pensaré en como castigarte…

-          Sí, Amo. – Dijo Andrea en un susurro, visiblemente excitada.

-          Muy bien, pequeña. Ahora ves a darte una ducha. Seguro que te hará falta… ¿Verdad? – Dejó la pregunta en el aire, pero miraba a Estela cuando la hizo. Le sonrió, y Estela le devolvió la sonrisa. Todos sabían o intuían lo que había pasado, posiblemente excepto qué pintaba yo en todo esto. Héctor lo arregló de inmediato. – Carmen, por favor, ¿podrías llevarle a Andrea la ropa que he dejado en su cama? – Me dijo con dulzura.

-          Claro, Héctor. – Le contesté.

   Me giré, y descubrí mi pequeño secreto a las dos chicas. Oí el suspiro de Andrea, y noté en mis nalgas la mirada de Estela. El plug me hacía sentir maravillosamente al caminar, al tiempo que la cola me producía unas cosquillas de lo más excitantes. A esto sumaba que las dos chicas estarían mirándome, y deseándome, y comencé a lubricar de nuevo. Notaba mi entrepierna de nuevo encharcándose, y o me contenía, o comenzaría a manchar mis mallas. Me fui hacia la habitación, aunque oí a Héctor que le hablaba a Andrea en un susurro. Entré en la habitación, y vi la ropa que le había preparado a mi niña, en una silla junto a la cama. Iba a estar de escándalo. Le había sacado una falda corta de vuelo, unas medias muy claritas y un tanga a juego, color crema. Arriba, un sujetador también en crudo y una blusa casi transparente. No pude dejar de imaginar cómo estaría con todo aquello, y noté que mi humedad llegaba a un punto sin retorno. De repente, noté como una mano presionaba el plug de mi culo, haciéndome sobresaltar un poco. Y al mismo tiempo, una mano delicada se abría paso por mi vientre, en busca de mi humedad. La dejé hacer. La mano llegó a mi coño, lo encontró abierto y mojado, y no le costó nada meter dos dedos dentro.

-          Joder, tía. El Amo ya te conoce bien. Sabía que estarías a tope. – Me dijo Andrea. Siguió hurgando con sus dedos en mi interior, al tiempo q la otra mano movía el plug de mi culo. Me dejé caer en la cama, boca abajo, lo que obligó a Andrea a  sacar su mano de mi interior. Se puso detrás y me retiró las mallas, sin sacar mi hermosa cola de zorra. Tiró un poco de mí, hasta dejarme de rodillas, de modo que mis agujeros quedaban a su alcance. Noté su lengua en mis labios vaginales, y la sensación fue de gloria, como un ángel hubiera bajado del cielo y se hubiera fijado en mí. Era delicada, tierna, quizá hasta curiosa. Lamía el exterior del plug, provocándome mil y un escalofríos. Pronto noté que algo más grueso que un dedo entraba en mí, produciéndome una nueva descarga. Lo que fuera que Andrea había introducido en mí había desaparecido. Era grueso y bastante corto. Cuando comenzó la vibración, noté la lengua de Andrea recogiendo mi humedad, y noté como el calor me invadía de nuevo. Fue creciendo, al mismo tiempo que se intensificaban los lengüetazos de mi sobrina en mi botoncito. No sé cuanto rato estuvo allí, machacándome, atormentándome de placer, comenzaba a perder la noción del tiempo de nuevo, cuando sentí que nuevo orgasmo estaba a punto de arrasarme, y era mi sobrina la que me lo estaba proporcionando. Dios, que delicia, joder. Me dejé llevar y solté un grito ahogado.

-          Sí, joder! Mmmmm… – Sé perfectamente que Héctor y Estela me habrían oído desde el comedor. Sólo que ya no estaban allí.

-          Perrita, ponte delante de tu tía. Quiero ver cómo te come el coñito. – Héctor estaba dentro de la habitación, junto a Estela. Ambos miraban la escena, sin apenas inmutarse. Andrea sacó el huevo de mi interior, lo limpió con la lengua mientras me miraba, y lo dejó encima de la mesita. Luego se puso delante de mí, se acostó en su cama boca arriba, y puso su coño a escasos diez centímetros de mi cara. Bajé las piernas de la cama, y me recosté sobre el vientre para seguir cerca de mi objetivo. – Vamos Carmen, cielo. – Me animaba Héctor. – Quiero ver cómo lo haces. Vas a comerte tu primer coño mientras nosotros te miramos. Lo vas a hacer muy bien. Lo deseas tanto… que te va a salir sólo.

    Las palabras de Héctor resonaban en mi cabeza. Sabía qué decir, y cómo decírmelo, para provocar el escalofrío en mí. Recuperé un poco la consciencia, me armé de valor y acerqué mi boca a aquel coño joven y tierno que tantas veces había deseado. Olía a sexo, de forma descarada. Eso me hizo recordar que su amiga, con la que se acababa de correr, aún seguía allí, observándome, posiblemente juzgándome, viendo como una mujer quince años mayor le comía el coño a su sobrina. Empecé a calentarme sobre manera. Tanto… que casi sin darme cuenta comencé a hacer pipí en la habitación…

Estela, al mismo tiempo…

   La imagen era perturbadora. Sin embargo, Héctor se mantenía impasible, a mi lado, como si la situación no fuera con él. Era dueño de sus actos, pero también de los de las dos chicas que se devoraban en ese momento en la cama. Jugaba con ellas, las instaba a que disfrutaran, las animaba a que perdieran todo reparo en mostrarse, en amarse, en darse placer. La verdad, no parecía un Amo como los que yo había leído. Por mi parte, yo no sabía qué hacer. La tensión sexual era máxima, y sin embargo Héctor no parecía querer participar, o al menos de momento prefería ver los toros desde la barrera. Yo miraba a las dos chicas, las observaba y deseaba revolcarme con ellas, participar de ese placer. Sabía que si lo hacía, daría pie a Héctor a entrar también, lo que convertiría aquel ajuste de cuentas entre tía y sobrina en una sesión grupal de sexo en toda regla. Intentaba contenerme, aunque no podía negar que tenía el coño a reventar, y sin mis braguitas el flujo peligraba con dejarse ver. El detonante fue ver a Carmen orinarse delante de nosotros. El pis salí resbalando por entre sus muslos, de una manera salvajemente erótica. No sé cortó. Lo hizo con naturalidad, disfrutando al máximo de su cuerpo, y haciendo disfrutar a su sobrina. Aquello fue superior a mí. Acerqué mi mano a su sexo, recogí parte del pipí con una mano, lo llevé hasta su coño y lo froté, mientras seguía bañando mi mano con su orín, hasta que metí dos dedos en su cueva, notando como su boca se separaba de su presa. Me tumbé a su lado y la besé, mientras manoseaba su coño desnudo, completamente empapado por su micción. Saqué la mano, la llevé en medio de nuestras caras, y se la ofrecí. Inmediatamente se pudo a lamerla, a lo que yo respondí haciendo lo mismo. Lamía mi mano, recogiendo todo el orín que podía. Por supuesto, poco tardaron en juntarse nuestras lenguas, a escasos centímetros del sexo de Andrea, que aún palpitaba de las recientes caricias.

-          Andrea, quiero que hagas pipí ahora.

   La voz de Héctor sonó metálica, como si viniera de otra dimensión, de un lugar lejano. Notamos gemir a Andrea, llevarse una mano a su clítoris y comenzar a masturbarse. Carmen y yo seguíamos besándonos, comiéndonos la boca, cuando el primer chorro de pipí nos sorprendió, y nos hizo sonreír. Casi de inmediato, Carmen puso su boca sobre el coño de su sobrina y apenas dejó escapar nada. Me acerqué a lamerla, a observarla, a admirarla, mientras llevaba una mano a su entrepierna, metí dos dedos en su coño, y noté como Carmen casi se corría de nuevo. Dio un último sorbo de pis, abrió la boca, y dejó escapar un gritito. A continuación noté como la mano se me llenaba de flujo y restos de orín provenientes de un nuevo orgasmo arrebatador, y se derrumbó en la cama, absolutamente rendida. Andrea se incorporó y la observó sonriente.

-          Muy bien, perrita. – Le dijo Héctor a Andrea, para premiarla. – Lo has hecho muy bien.

   Se acercó despacio, y se puso junto a Andrea, por el lado de la cama. Se bajó un poco los pantalones, y su polla morcillona se marcaba en sus bóxers. Andrea se incorporó un poco para acercarse a él, sacó su miembro y se lo metió en la boca, chupando y gimiendo a buen ritmo. Carmen jadeaba, semiinconsciente, intentando recuperar el aliento y la compostura. Héctor me miró, y me habló mirándome a los ojos.

-          Estela, cariño… – Señaló con un dedo su polla. – O aquí o allí. – Movió su mano y señaló el coño de Andrea. Me lo pensé un poco… pero había ido allí a follarme a Andrea, así que eso es lo primero que me apetecía.

   Sonreí a Héctor, y me acerqué a Andrea. Metí una pierna entre las suyas, buscando el contacto de nuestros labios vaginales. Andrea se recostaba, y Héctor se acomodaba para que su niña se la pudiera seguir chupando. Cuando noté su coño contra el mío, busqué la postura para cerrar la pierna, y poder agarrar fuerte a mi presa. La rodee por la espalda, y ella hizo lo mismo. Comencé a moverme, buscando el máximo roce, primero despacio, después acelerando. Aquella follada estaba siendo brutal. Yo tenía experiencia, pero no sabía si Andrea también, con lo que igual la estaba desvirgando bisexualmente. La escena, Héctor mirando con una sonrisa perversa, Carmen jadeando destrozada a nuestro lado… Bufffff… aquello era superior a mí. Noté como el calor me invadía, y que me venía un nuevo orgasmo, y eso que ya llevaba unos cuantos. Empujé con fuerza, casi con violencia, buscando el máximo contacto, apretando fuerte con mis piernas, con mis músculos vaginales, moviendo mis caderas como si bailara sobre ella… Hasta que el ardor me sobrepasó, me arrasó, me apabulló, haciéndome chillar como una zorra en celo.

-          ¡¡¡Joder, sí!!! – Grité fuera de mí. – Joder, joder, joder… Eres una zorra Andrea, y de las buenas. Me cago en la puta, niña. Como me he corrido. – Héctor se sonreía, y Andrea lo mismo. Verlos, y pensar en las barbaridades que había dicho, me hizo reír también a  mí. Las risas hicieron que Carmen volviera un poco en sí, y que nos mirara, muy curiosita.

-          Cerdos. – Dijo, lo que hizo que todos volviéramos a reír, cosa que hizo ella misma a continuación. – Joder Héctor, quería buscar mis límites… pero no los encuentro. – Hablaba con los ojos cerrados, y su cara era deseo puro. Los abrió, miró la polla de Héctor que desaparecía por la boca de su perrita, y nos miró, todavía con nuestras piernas entrelazadas y nuestros coños pegados como lapas. Noté su deseo en la mirada, como nos devoraba con la vista. Héctor también se percató.

-          Carmen. – Le dijo. – Es hora de dar un pasito más. – La miró, cogió a Andrea de la coleta y le metió la polla hasta el fondo. La dejó allí unos segundos, hasta que su niña tosió un poco, y las mejillas le resbalaban, momento en el que aflojó un poco. Andrea sonreía, y miraba a su tía. – Quiero que te folles a tu sobrina. Ella está preparada, y tú, deseosa. Y no quiero que seáis tiernas. Quiero que os folléis, Que os peguéis, que seáis duras una con la otra. Vamos perritas, disfrutad… – Tenía una sonrisa magnética, y un tono de voz embaucador. Ambas lo miraban casi con admiración, Andrea casi con devoción. Héctor me miró, y me habló. – Estela, ayúdalas. Son novatas las dos, y lo desean, pero quiero que disfruten… y si tú las ayudas, seguro que disfrutamos los cuatro. – Acompañó su mensaje con esa sonrisa encantadora y subversiva. Asentí con la cabeza, y me separé de Andrea.

   Ésta seguía chupando, convirtiendo la morcillona polla en un duro mástil, digno de entrar en batalla. Me fui hasta dónde estaba Carmen, y la besé. Nuestras lenguas se encontraron de nuevo, aún con el sabor salado y el olor ocre a orín en su boca, en su cara, en su pelo. Olía deliciosamente a sexo del más guarro. Eso hizo recuperar un poco de mi temperatura, y que volvieran de nuevo las ganas de participar de la orgía. Bajé por su cuerpo, notando como se derretía cuando besaba su cuello, hasta encontrar sus hermosas tetas, redondas como melocotones. Mordisqueé uno de sus enormes pezones, salvajes, enhiestos y desafiantes. Eran los más grandes que había visto jamás. Tenían un color amoratado, y aún se veían las marcas recientes de unas pinzas. Desde luego Héctor sabía lo que se hacía. Aquello simplemente me excitó más, así que continué bajando, dejando un rastro de saliva brillante por su torso, y recreándome un poquito más en su ombligo, hasta señalar el camino hacia su vulva. No me detuve, y seguí dejando mi surco, mi marca con la lengua, rodeando el precioso plug de su esfínter, y continuando por el interior del muslo hasta la rodilla. De nuevo el sabor salado del orín hizo sentirme muy puta, y no pude evitar un gemido. Héctor me miró, cogió a Andrea del pelo, y la obligó a ladearse un poco. Se puso a mi lado, y comenzó a acariciarme el lomo, bajando cada vez más hasta mi precioso trasero, como buscando mi aprobación. Por mi parte, al llegar a la rodilla cambié de muslo y comencé a subir en busca de su sexo. Mi silencio fue la autorización para notar la mano de Héctor en mi culo, y enseguida en mi entrepierna. Deslizó dos dedos en mi coño, que a estas alturas volvía a estar muy lubricado. Comenzó un mete saca lento, pero profundo, mientras mi lengua se encontraba con el clítoris de Carmen. Lo machaqué un poco, casi para reactivarla, hasta que noté que la humedad volvía a asomar, dejando su coño bien húmedo y jugoso. Me separé un poco, aunque seguía sintiendo los dedos de Héctor en mi interior. Empujé un poco a Carmen, que me entendió lo que pretendía, y puso su pierna entre las de Andrea. Al moverme noté que los hábiles dedos que me poseían se salían, dejando mi coñito huérfano. Coloqué bien a Carmen, ladeando un poco su posición para mantener el plug en su interior, hasta que vi que sus vulvas encajaban, y que por inercia ambas se movían buscando su placer. Me moví para acercarme de nuevo a la mano que me poseía, y en cuanto me tuvo a tiro, sus dedos volvieron a mi interior. Lo hacía con maestría, profundizando lo justo, buscando mi puntito, y encontrándolo enseguida. Me estaba matando de placer. Mi boca estaba escasos centímetros de los dos coñitos de mis partenaires. Los besé por última vez, pasé mi lengua para saborear su flujo, y me volví, acercando mi boca a la herramienta de Héctor. Andrea jadeaba por los envites de su tía, y no era capaz de llevar la voz cantante, así que me acerqué, la aparté de su golosina, y le comí la boca. Sabía a sexo. A mucho sexo. La dejé disfrutando de su coito lésbico, me giré hacia Héctor, le sonreí, escupí un par de veces en su tronco, y me la metí entera en la boca. La saqué, reluciente, y bajé marcando un nuevo sendero de saliva, desde la punta del glande, hasta su esfínter. Allí separé los dos grandes cachetes de su culo, y le comí un buen rato su agujero. Lo oía bramar, y retorcerse de gusto. Cambié mi lengua por un dedo, y me la metí de nuevo en la boca, hasta que la noté golpear mi campanilla…

Héctor, a continuación…

   Todo estaba saliendo perfecto, a pedir de boca. Y nunca mejor dicho. Estela me propinaba una mamada de las de campeonato, incluida estimulación prostática. Abría la boca con toda mi polla dentro, para abarcar también mi bolsa testicular. No la lamía, no. La metía en la boca. Controlaba la arcada, relajaba la garganta, y la sacaba reluciente de saliva. Cuando lo hacía me miraba sonriente. La segunda vez que lo hizo aproveché y le metí un par de dedos en la boca, que lamió con deseo. Le metí el pulgar y de forma obscena le abrí la boca. Le escupí en la cara, y le dejé en la boca un buen montón de saliva. Gemía como una gatita en celo. Otra a la que le gustaba duro. Estaba de suerte.

-          Mmmmm… – Le dije. – ¿Qué habré hecho de bueno en otra vida para tener tanta suerte en esta? – La miré sonriente, mientras se tragaba una vez más mi polla hasta los huevos. Esta vez la cogí del pelo con dureza, y le follé la boca con saña. Lejos de molestarse, la oí jadear, y llevarse una mano a la entrepierna para masturbarse. – Eso es, zorrita. Ponlo calentito, que papá va a rellenarte en un instante. – Le dije en tono grosero. Miré a las otras dos, que se las habían apañado para medio sentarse con las piernas entrelazadas, y mientras se frotaban como si la vida les fuera en ello, se comían la boca, escupiéndose mutuamente, dándose cachetes en las tetas, incluso algunos bofetones. El plug continuaba en su sitio, con lo que con los continuos movimientos, más el roce con la vulva de su sobrina, Carmen debería estar a punto de explotar. Era el momento. Saqué la polla de la húmeda y caliente boca de Estela, me escapé de sus caricias en mi culo, y llevé mi lanza a su coño. Me coloqué de espaldas tras ella, la giré para ponerla a cuatro patas, acerqué mi polla y la ensarté de una. Estela gimió de nuevo, soltando un grito de placer. – Eso es, putita. Quiero oírte, quiero ver como tiemblas, quiero que te dejes llevar y que disfrutes. – Continué. Estela seguía gimiendo, mientras mi trozo de carne duro y venoso entraba y salía de su madriguera. Seguí dándole un rato más, notando como ella saboreaba a tope la follada. Escupí en su ano y la oí jadear, confirmando que mis caricias hacían mella en ella, así que no me lo pensé mucho. Aproveché que mi polla estaba impregnada de su flujo, para sacarle de golpe y enfocarla a su ano. Al principio estaba tensa, así que le di una cachetada que resonó en la habitación, y que le arrancó un gritito. A continuación volví a apuntar hacia su esfínter, que aunque tenso ya no lo era tanto, y dejando caer todo mi peso sobre él se fue abriendo paso por las cerradas paredes de la niña.

-          Mmmmm… – Gimió Estela como loca, alzando la voz poco a poco. – Me estás partiendo en dos, cabrón. – Me dijo. La verdad que la niña estaba muy prieta, lo que me hacía disfrutar aún más del momento. El polvazo que todos estábamos echando era increíble. Las dos mujeres parecían querer llegar al orgasmo, pero todos llevábamos ya unos cuantos, y costaba un poco más. Seguí enculando a la pelirroja, que de vez en cuando se giraba para mostrarme su cara angelical desencajada, con su preciosa melena sucia y pringosa, llena de restos de restos fisiológicos de los cuatro. La imagen de tía y sobrina disfrutando una de la otra, y de mi polla sodomizando a aquella angelical criatura me dio nuevos bríos, hasta que noté que mi orgasmo andaba cerca.

-          Vamos, putitas, ha llegado el momento. – Les dije, sin dirigirme a ninguna en concreto. – Porque eso es lo que sois. Hermosas, calientes y maravillosas putas. – Continué, jadeando. – Vamos a corrernos los cuatro, yo como el cerdo que soy, y vosotras como las putas que estáis siendo ahora mismo. – Estaba encendido, notando como la sangre se concentraba en mi verga. – Venga, zorras. Vamos a cerrar el círculo. – Seguí empujando con frenesí, mientras esperaba a ver qué impacto causaban mis palabras, sobre todo en Estela, que era en quien menos suponía que podía influir, pero el resultado fue excelente. Las chicas se sonrieron y comenzaron a frotarse con fuerzas renovadas. Se estiraban de los pezones, se soltaban bofetones, mientras su excitación aumentaba y comenzaron a soltar algunos grititos previos al orgasmo inminente. Mientras, la pelirroja que se contoneaba con mi verga incrustada, se golpeaba el clítoris y se masturbaba violentamente con una mano. – Me voy, zorra. – Le dije cuando noté el punto sin retorno. – Te voy a rellenar como a un pavo, guarra. Oh, sí, me voy, me voy, joder. Síiiii… – No sé si le dije alguna lindeza más, aunque juraría que sí, pero mis fuerzas estaban llegando a su límite. Descargué lo que pude en el esfínter de Estela, aunque esta vez no fue una gran cantidad. Al mismo tiempo, Estela se puso a jadear, y a gritar, y se dejó caer desmadejada sobre la cama. Por su parte también oí a Andrea correrse casi al mismo tiempo que yo, y a Carmen poco después, soltando groserías y gritando como si estuviera posesa, y dejándose caer sobre su sobrina, de nuevo en un trance cercano a la inconsciencia. Joder, que bueno. – Mmmmm… Vaya tela, niñas. – Le dije sonriente a Andrea, que me miraba desde su posición, y a Estela que se giró a mirar a mi perrita. Entonces se me ocurrió una última guarrería. – Estela, me gustaría pedirte un último esfuerzo. ¿Sí? – Le dije con toda la malicia de la que fui capaz.

-          Joder, Héctor, estoy destrozada. – Dijo sonriente. – A ver qué maldad se te ha ocurrido ahora…

-          Jajaja! – Me reí. Me incorporé, me acerqué adonde tenía el móvil, lo cogí, preparé la cámara, y busqué el plano más excitante. – Es sencillo, mi niña. – Continué. – Quiero que viertas mi lechita, que ahora está en tu culo, en la cara de Carmen. Quiero grabarlo. Y no te preocupes, luego mi perrita lo limpiará bien.

   Andrea me miró y se mordió el labio divertida, mientras que a Estela le subían un poco los colores. Se sonrió, y movió con cuidado hasta dejar su ano a escasos centímetros de la mejilla de Carmen. Vi como relajaba el esfínter, y dos buenos grumos de lefa cayeron en los pómulos de la imponente mujer, ahora deshecha, y allí se quedaron titubeantes, durante unos segundos, hasta comenzar a descender por el cuello. Andrea se acercó a la escena, sacó la lengua y lamió los dos grumos, hasta dejar el cuello reluciente, lo que aún provocó un último espasmo en su tía. Me miró sonriente a la cámara, abrió la boca para enseñarme el semen blanquecino, cogió a Estela de ambos lados de la cara y la besó profundamente. Ésta la recibió con una sonrisa, penetrando su boca con la lengua. El semen bailaba de una boca a otra, y cuando algo se perdía por la comisura de los labios una lengua atenta y vivaz lo recogía. Así estuvieron cerca de un par de minutos, de los más gloriosos que he grabado jamás.

-          Fantástico, chicas. –Dije dejando de grabar. – Ha sido memorable.

-          Sí, Amo. – Dijo Andrea. – Ha sido increíble. El mejor día de mi vida.

   Me hizo sonreír una vez más. Me acerqué a ella y la besé, nuestras lenguas se cruzaron mientras el sabor de mi semen me llegaba con claridad. Sonreí cuando me separé, y besé a Estela, aunque con ella solo fue un casto beso en los labios. Acaricié el torso desnudo de Carmen y suspiré profundamente. Ese es el tipo de vida con el que había soñado.

   No sé si fueron cinco minutos o dos horas lo que estuvimos allí reposando, sólo mirándonos y acariciándonos, mientras revivíamos en nuestras mentes el maravilloso encuentro que acabábamos de tener. El sonido alegre de mi móvil nos sacó a todos del estado de semi ensoñación en la que nos encontrábamos. Era Bea.

-          Hola, cielo. – Le dije, sin importarme demasiado si me escuchaban las otras chicas. –¿Hoy? ¿Esta tarde? – Continué. La proposición de Bea era tentadora… pero estaba reventado. – Bueno, y si no hoy, ¿Qué tal el viernes noche? – Bea continuaba hablando, contenta y jovial como siempre. – Vale, luego te digo. Un beso, amor. Ciao.

   Y colgué el teléfono. Las dos jóvenes me miraban con curiosidad, y Carmen parecía recuperarse de su letargo. Las miré, me sonreí, di un poco de tensión al momento, mientras les lanzaba miradas cómplices y todo tipo de muecas, hasta que les lancé la pregunta.

-          Estrenan 50 sombras de Grey. ¿Os apetece que vayamos al cine?

¿Continuará?

Gracias a todos por vuestros comentarios, por vuestras valoraciones, por vuestros mails, y por acompañarme en este camino una serie más.

Gracias a Carmen y a Andrea por compartir conmigo sus fantasías... y hacerlas nuestras...