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El Internado de las Novicias Púrpuras 5

en Dominación

-          Hola, Señorita Leslie. – Tenía una voz aterciopelada, nada habitual para su avanzada edad. Vestía un traje de apariencia carísima, con chaleco pero sin corbata, de color gris perla.  Llevaba una perilla perfectamente delineada, posiblemente de hacía unos pocos minutos y su abundante cabello plateado y ondulado estaba impecablemente peinado. A Leslie le pareció que olía maravillosamente bien y no pudo evitar cerrar los ojos y aspirar. Esto arrancó una sonrisa a su visitante. – Es Solo, de Loewe. Es un perfume muy personal y me gusta cómo le queda a mi piel. – Leslie asintió, todavía sin fuerzas para hablar con él. Su presencia era cautivadora, su aura era descomunal. Llenaba la estancia solo con estar allí. Hacía que Leslie se sintiera minúscula solo con mirarlo. Pero él no dejaba de observarla, con esa enigmática sonrisa en los labios. Así que la niña se armó de valor y le saludó.

-          Es un placer tenerle aquí, Sr. Anthony James Johnson. – El fundador del Internado, que apenas se dejaba ver fuera de las reuniones del consejo más que en contadísimas ocasiones, estaba allí y había ido a verla. Esto la superaba. Y como si él pudiera leerle la mente, se dirigió a ella.

-          Esto te abruma, ¿verdad? Te supera. – Leslie asintió casi liberada. Aquel hombre le transfería una paz y una tranquilidad que no conocía desde hacía meses. Le miró expectante y no la defraudó. – ¿Te gustaría tener ya la mayoría de edad para ver con quién te quedas? ¿Te gustaría terminar ya tu formación y sentirte libre para entregarte y para someterte a tu Dueño de inmediato?

-          Sí, Señor. – Respondió Leslie obnubilada, completamente embaucada e hipnotizada.

-          Lo imaginaba. – El Señor Johnson Senior se giró hacia la cámara espía que había en la esquina, asintió y ésta dejó de grabar. – ¿Te gusta viajar, pequeña? – Leslie ya no pudo responder. Sintió un pinchazo y todo se fundió en negro…

Seis meses después…

 

   Liliana había terminado su formación hacía dos semanas. Era una de las preferidas de todo el mundo sobre todo desde la desaparición de Leslie. Y en ese instante caminaba hacia la reunión con el consejo, con su sobre de elección en la mano. Había llegado el momento de escuchar sus calificaciones y de elegir Dueño. Ella quería estar con Leslie, aunque sabía que sería muy difícil que les dejaran a las dos ir juntas, pero había soñado con ello repetidamente.

   Pero Leslie no estaba. Se la tragó la tierra. Escapó. Huyó. Pidió su libertad. Murió y la escondieron. Había mil teorías y elucubraciones pero nadie sabía con exactitud qué le había pasado ni dónde podía estar. Pero Liliana tenía una certeza, algo que su corazón le decía, le susurraba a gritos: el lugar de Leslie era El Internado. Nunca huiría en busca de libertad, porque su LIBERTAD, con mayúsculas, estaba allí. En el Internado era alguien, la más deseada, la más buscada, la más envidiada. Se sentía importante y lo que era más importante, se sentía integrada. Las cosas que sucedían dentro de aquellas paredes, pese a ser no ser legales y éticamente discutibles, eran su mundo, su lugar en él, el espacio en el que quería estar. Por todo eso, Liliana estaba convencida de que seguía allí, oculta por o contra su voluntad, esperando el momento adecuado para volver a escena. Y eso la hacía pensar en qué elegiría ella y así poder esperarla junto a su nuevo Dueño.

   En la puerta del aulario principal la esperaba Samantha. Siempre le había gustado aquella educadora, normalmente no se metía en líos y estaba tremenda, con lo que cuando le tocaba jugar con ella lo hacía muy a gusto. Le sonrió abiertamente y ella le devolvió la sonrisa. Samantha giró sobre sus pasos y se internó por el pasillo. Liliana la siguió en silencio, admirando su precioso trasero enfundado en unos leggins blancos más que ajustados, donde podía verse con claridad un culotte de encaje que parecía un guante a medida. La dueña del precioso culo se detuvo frente a la puerta más grande y lujosa del edificio y también del Internado: la sala del consejo. Golpeó tres veces la puerta con los nudillos y tras escuchar una voz del interior se apartó y dejó pasar a Liliana.

-          Suerte. – Le susurró con una sonrisa.

-          ¡Gracias! – Le respondió en el mismo tono devolviéndole la sonrisa.

   Se adentró nerviosa por la sala e intentando bajar instintivamente los pliegues de la falda de su uniforme que apenas cubrían su desnudez, cosa que sabía de sobra que no tenía sentido. El uniforme estaba diseñado para dejar a la vista los encantos de las jóvenes, no para esconderlos.

-          Es una tontería que hagas eso. – Le dijo la Srta. Margaret. – Esa faldita ni te va a cubrir las nalgas, ni queremos que lo haga. – Tenía una sonrisa poderosa, intensa y sabía cómo se las gastaba.

-          Lo siento, Señora. – Dijo sumisa Liliana, mientras agachaba la cabeza y se colocaba en el lugar que le correspondía.

-          No seas dura, Margaret. – Le dijo el Sr. Anthony Johnson sonriendo a la Madame. – Esta niña estará muy nerviosa. Hoy ha de elegir a su Dueño. Es su día. – Liliana se atrevió a levantar medio segundo la cabeza y a sonreír al hombre más poderoso del Internado. – Bueno pequeña, – Continuó hablando con voz calmada. – es hora de oír tus calificaciones. El rector de tu año hará una exposición. Sr. Reckovic, proceda.

   El amable Rector que les había tocado en su año era un serbio enorme, con el que había cambiado poco más de una veintena de palabras, ya que apenas se dedicaba más que a supervisar que todo fuera bien. De las veinte, diez fueron tras la desaparición de Leslie para preguntar si sabía algo, aunque fue totalmente infructuoso. Incluso uno de los días en los que más la echaba de menos fue a verlo, se puso delante de él y le preguntó con cara de pena. Al final de la exposición le dijo que estaría dispuesta a lo que fuera por tener noticias de su amiga, palabras que acompañó levantando con las dos manos la faldita, dejando su precioso pubis color caoba al descubierto y abriendo la boca de forma más que sugerente. Fue quizá la única vez en todo el curso que vio dudar al formidable hombre. Éste bajó su mano hasta el pubis, comprobó la humedad de la niña y le llevó los dedos a la boca, que Liliana chupó con destreza. “– Si supiera algo te lo diría, sin necesidad de nada a cambio”. Era un buen hombre. Y allí estaba, repasando una a una sus materias, tanto culturales como académicas, idiomas y finalmente sexuales. A excepción de alemán que se le atravesó durante los cuatro años de formación, en el resto estaba muy por encima de la media, siendo la mejor de su promoción en 6 de las 11 áreas evaluadas. Con la ausencia de Leslie, ella se convertía en la número 1 de su año. Su valor acababa de multiplicarse.

-          Fabuloso, novicia. – Prosiguió amable el Sr. Johnson. Cambió de actitud y se dirigió al consejo. – ¿Quién quiere abrir la puja?

-          50.000. – Dijo Margaret enseguida.

-          Que sean 100.000. – Añadió Don Rafael.

-          Todos sabemos que esa perrita vale más. – Dijo Alex con sorna. – 250.000 al menos. – Los inversores más modestos se vieron enseguida en un segundo plano, viendo que los grandes se la rifaban.

-          Tienes razón, Alex. – Dijo Don Rafael. – Serán 350.000. – Esa cifra ya era más que respetable y se acercaba a los algo más de 400.000 que pagaron los Johnson por Paz.

-          Estoy dispuesto a llegar a los 400.000. – Replicó el joven americano. – Don Rafael se lo pensó un poco. No le importaba el dinero y posiblemente sin Leslie aquella mulata era la mejor inversión.

-          Está bien. Ofrezco  425.000. – Dijo Don Rafael. – Es lo que valen las mulatas excepcionales, ¿verdad? – Dibujó media sonrisa al mirar al Sr. Johnson “senior”. Alex iba a replicar, pero su padre le puso una mano en la pierna, con lo que no contrarrestó esa oferta. Era el precio máximo que se había pagado por una novicia y de alguna manera Don Rafael reclamaba el derecho a su perra mulata, ya que anteriormente se había quedado sin Paz.

-          De acuerdo, Don Rafael. Usted gana la puja. Si la niña le ha escogido entre sus preferencias, es suya. Si no, la familia que haya elegido la novicia tendrá  la posibilidad de igualar la oferta.

   Y ahora venía el momento de la verdad. Liliana llevaba su sobre en la mano. Dio unos pasos y lo entregó a su Rector. Éste lo abrió con solemnidad y leyó el contenido.

-          La novicia Liliana elige, por este orden, a las casas de Don Rafael Fonseca, los Sres. Johnson y los Sres. Tamuka. – Los nipones eran una familia con menos peso, pero su arte para el shibari la llevaron a ponerla entre sus elecciones. El Rector se dirigió a Don Rafael, que lo esperaba con una gran sonrisa. – Señor, puede tomar posesión de su perra.

   Don Rafael se levantó, sacó de su maletín un precioso collar con símbolos celtas y una anilla en el centro. Liliana se puso en Inspect por instinto, sin necesidad de que nadie se lo ordenara y su dueño se acercó lentamente hasta situarse frente a ella. Sin reprimirse lo más mínimo, comenzó a tocar a su nueva perra. Alguno de los inversores prefería la intimidad de sus celdas y mazmorras equipadas para tomar posesión de sus nuevas adquisiciones. Pero otros preferían exhibir públicamente sus propiedades, dejar que los demás admiraran su fuerza, su poderío, que anhelaran a sus perras. Eso les daba fuerza de cara a futuros pactos propiciados por el deseo. Y Don Rafael era de esos. Con el dorso de la mano recorrió el brazo desnudo de la niña hasta llegar a la blusa. Pasó hacia delante dibujando el contorno de los preciosos pechos de Liliana. Introdujo una mano bajo la blusa, y tocó sus tersas y juveniles mamas. Se detuvo en los pezones, apretando y delineando, buscando que se marcaran todavía más en su blusa. Sacó la mano y bajó de nuevo con el dorso por las piernas, hasta llegar a las rodillas y comenzó a subir por el interior de los muslos utilizando las yemas de los dedos. No se detuvo al llegar a la falda, que subió con el mismo movimiento. Sus dedos rudos entraron sin preguntar en el interior de la joven. Estaba bien entrenada y el pequeño respingo apenas fue perceptible.

-          Margaret, te va a encantar. Es suave como la hierba, huele a coco y avena y no voy a tardar en probar su sabor. – Sacó la mano del interior de Liliana y la llevó a la boca. Liliana la abrió aún y recibió los dedos de su Dueño. Los dejó limpios y relucientes, mientras notaba como su coño comenzaba a mojarse. Llevaba casi cuatro años esperando aquel momento y aunque deseaba con todas sus fuerzas que Leslie se uniera a ella algún día, su cometido, su misión, su deseo más intrínseco y también el más fomentado, era el de servir a su Dueño, hacerlo disfrutar y convertirse en la mejor perra que pudiera haber. Don Rafael rodeó su cuello con el precioso collar, lo apretó lo justo, anilló una cadenita y la dejó caer. Sin sonrojarse lo más mínimo, desgarró la blusa de la joven y le arrancó la falda, dejándola únicamente con los zapatos, las medias y la cadenita. Don Rafael la miró con deseo, dio media vuelta y tiró de ella. – Sígueme, perra. Nos vamos a casa. – Liliana no pudo evitar sonreír aunque se recompuso de inmediato y siguió a su Dueño.

   Don Rafael salió del despacho sin mirar atrás, portando tras de sí a Liliana con la cabeza agachada y ocultando su sonrisa interior. A la niña le había costado mucho decidirse por Don Rafael en lugar de por los Johnson, pero pensó en Leslie, en el gusto que ella tenía por el dolor controlado, por los azotes, por las mujeres, por el arte en las marcas y en el marcado, por el morbo y la excitación que sentía por la humillación… Y se imaginó el fabuloso látigo del americano diseñando una obra de arte sobre su amiga, en el carácter altivo y dominante de Don Rafael y en la absoluta lujuria de la Sra. Margaret… y creyó que más que cualquier otro ese era su lugar. Y como ella también estaba indecisa, decidió apostar a la grande. Y salió como esperaba.

   Al llegar a la mazmorra de su nueva casa, las perras de Don Rafael ya la estaban esperando. Su dueño la dejó en el centro de la sala y las chicas se acercaron a ella. La lavaron con minuciosidad, dedicándose quizá en exceso a sus orificios, que quedaron limpios y relucientes. Don Rafael observaba la escena con lujuria desde unos metros, viendo como sus chicas tocaban y manoseaban la carne fresca, recreándose en la orden de su Dueño. Él se daba cuenta de que se excedían, pero disfrutaba de la estampa. Su precioso cuerpo de color dorado como la miel quedó reluciente y brillante. De nuevo y sin que se lo ordenaran, se puso en Inspect y se relajó en espera de su Primera Entrega. Don Rafael se sintió satisfecho. Aquella puta le daría muchas alegrías. Se acercó despacio y se agachó hasta su oído.

-          Si te corres antes de que yo te lo diga te arrepentirás de haberme elegido.

   Liliana no pestañeó. Siguió con las palmas sobre los muslos y éstos entreabiertos al igual que su boca. Sabía que tenía que estar accesible por cualquier orificio para su nuevo propietario. Su ano había sido preparado durante días, aunque siempre con dildos pequeños y únicamente previniendo algún desgarro grave. Los inversores querían disfrutar de la sensación de abrir en canal a las pequeñas por primera vez. Muchos pagaban una fortuna solo por ello, solo por ese primer día, por ser los primeros en profanar esos cuerpos juveniles, tan prohibidos como deseados.

   Don Rafael no era tan así. Le gustaba moldear, crear, acomodar a sus putas a sus deseos, a sus gustos. El primer día era muy importante y le gustaba grabarlo todo y visionarlo después. Tanto Carla como Desirée llevaban un conjunto de medias negras con un liguero y braguitas a juego. En lugar de sujetador llevaban un cruzado artesanal hecho por cuerdas de cáñamo en negro y realizado por un maestro en Shibari que trabajaba para la casa y que preparaba las suspensiones. Las dos llevaban unas pequeñas y bonitas gafas de pasta negras que llevaban insertada una diminuta cámara HD, que ofrecerían unos primeros planos de calidad. Ningún detalle podía ser obviado ni perdido.

   El inversor desapareció de la sala y Liliana se quedó con sus nuevas compañeras de cuadra. Después de limpiarla la empolvaron y maquillaron a gusto de su Dueño. Las areolas eran remarcadas con maquillaje para resaltar aún más los pezones, las mejillas coloreadas hasta parecer sonrojadas, los labios pintados en color violáceo, los ojos se definían hasta parecer rasgados y pronunciados y el rostro se limpiaba hasta quedar puro y suave. Los interminables rizos de la pequeña descansaban sobre sus hombros y ya eran bellísimos sin más, pero aún así fueron humedecidos y abrillantados para su lucimiento.  Después vinieron los adornos. La vistieron con unas medias blancas acabadas en liga de gel, que además se sujetaban con un liguero de encaje del mismo color. Un culotte semi-transparente terminaba el conjunto en la parte inferior. Arriba, los pezones se remarcaron aún más con un lazo de un fino cordel de seda blanca, para posteriormente cubrir los pechos con un push-up con cierre delantero, por supuesto blanco satén, que terminaba la obra de arte. Porque eso es lo que era esa muchacha. Una maravillosa obra de arte.

   Al cabo de unos minutos apareció Don Rafael, que había dejado atrás su exquisito traje color perla y llevaba una cómoda y bonita túnica color oscuro, con símbolos celtas; tras él, su fiel adiestrador vestido con un exquisito quimono japonés de color negro, también con símbolos relacionados con la casa. El anciano se acercó despacio, admirando su nueva propiedad, su futura obra, la princesa de chocolate que tanto había deseado. Repitió los movimientos que ya había hecho frente al consejo, revisando, inspeccionando, recorriendo todo su cuerpo, sin dejar ni un solo rincón sin tocar. Comprobó bajo la tela que los pezones se remarcaban insolentemente y separando un poco la copa vio que habían sido maquillados a sus gusto. Liliana era una alumna excelente y sería una perrita fabulosa. Tras vestirla había vuelto a su posición original, entreabriendo los labios y separando las rodillas. Carla se había situado al lado de su dueño, para grabar a la mulata, mientras que Desirée permanecía al lado de Liliana para no perder detalle de su Señor. La pequeña, que había mantenido la mirada gacha como le habían enseñado, alzó la vista y la cruzó con su Dueño antes de bajarla de inmediato. El fuego que se intuía era brutal. Era un deseo desproporcionado, altivo y salvaje. Don Rafael se sonrió y habló pausadamente.

-          Sr. Davis. – Dijo en voz alta para llamar la atención de su instructor americano, impasible en una esquina de la sala, pero dirigiendo la voz hacia Liliana. – Esta perra asquerosa ha osado mirarme sin que se lo pidiera. – Las palabras silbaban entre sus dientes. – Enséñale a que no lo haga más.

   Liliana se sintió desconcertada y un poco frustrada. No es que le apeteciera especialmente que el casi anciano Don Rafael tomara posesión de su cuerpo como su Dueño de inmediato, o al menos no más que si lo hiciera el americano; pero sí la turbó que no lo hiciera por una falta suya. Poco más tarde y mucho más en días posteriores, descubrió que en realidad lo hizo para aumentar su placer, ya que él disfrutaba especialmente viendo los castigos que propinándolos, siempre y cuando tuviera al tiempo una joven que le atendiera. En este caso fue Carla la que se marchó junto a Don Rafael. Éste se sentó en su butaca y la joven se sentó en el suelo, a sus pies. Sin pedir permiso lo descalzó y se puso a lamer los dedos mientras acariciaba las piernas subiendo hasta su entrepierna, pero sin llegar a su sexo. Tenían estrictamente prohibido tocarlo, besarlo y ni siquiera mirarlo sin su permiso, sin que se lo ordenara.

   Por su parte, Liliana observaba los pies del americano acercarse y levantando algo más la mirada vio el famoso látigo enrollado en su mano izquierda. Desirée no hizo intención de apartarse. Sabía que el Sr. Davis no la tocaría si no era a propósito. El primer latigazo destrozó el sujetador por delante, dejando al aire sus hermosos y juveniles pechos. Los siguientes cuatro fueron a marcar, dejando finas marcas negruzcas en la parte superior de los mismos. Liliana tenía la piel dura y adoraba el picor y el cosquilleo que le proporcionaba la aglomeración de sangre en las heridas, pese al dolor del impacto. El americano pasó detrás e infringió otros cuatro latigazos en la espalda, dejando de nuevo cuatro oscuras marcas. Dio media vuelta y Liliana pudo ver como se alejaba, dejaba el látigo y cogía una fina vara de bambú. Ésta volvió a bajar la cabeza. Notó bruscamente como una de las poderosas manos del adiestrador se enredaba entre sus rizos y la agarraban con contundencia, haciéndola caer hacia delante y obligándola a seguirlo a cuatro patas, sintiendo como en cualquier momento le arrancaría el pelo del cuero cabelludo. Se detuvo frente a Don Rafael y la obligó a ponerse de culo a él, a menos de un metro. El americano se puso delante de ella, alargó la mano con un objeto metálico y lo puso en sus narices. “Clic”. Una fina hoja de unos 15 cm salió de su empuñadura, brillante y reluciente. El adiestrador pasó la punta por la mejilla de la muchacha, bajando por el hombro y hacia la espalda. Cuando se encontró con los restos del sujetador los cortó con una facilidad pavorosa. Siguió bajando por la espalda y al llegar a la cintura realizó una curva para volver a subir. Liliana sintió un cosquilleo, lo que hizo que casi involuntariamente se moviera un poco. En segundos notó como una gota de sangre corría por su espalda.

-          Yo de ti no me movería, perra. – Le advirtió. Liliana se limitó a asentir e intentó concentrarse aún más en su cometido.

   De nuevo al subir, la afilada hoja cortó la otra parte de la tela que ya no cubría su torso y ambos pedazos cayeron al suelo sin remedio. No se detuvo, subió por su hombro y bajó zigzagueando entre los pechos de la joven. Al llegar al ombligo, dio la vuelta y pasó la hoja detrás. La levantó de su cuerpo y cuando la niña creyó que todo había terminado, lo vio hacer un rápido movimiento. No sintió ningún dolor ni la sangre correr. Desirée, que no había perdido detalle de todo, se agachó a su lado y le sonrió casi pícaramente. La chica alargó su brazo y mientras miraba a Liliana ésta notó cómo los dedos de su ahora compañera llegaban sin obstáculos a la entrada de su ano, a través de un preciso corte en la tela del culotte entre sus nalgas. Tras eso, Desirée volvió a su lugar y permaneció inmóvil de nuevo.

-          ¿Cuántos fustazos, Señor? – Le dijo esperando la aprobación de Don Rafael.

-          Veinte. – Respondió contundente el anciano.  – Y que la puta los cuente. – Añadió. – Si se equivoca o se descuenta, vuelve a empezar.

   El americano asintió y se dispuso tras la niña. El primer varazo fue seco, pero no excesivamente duro. “Uno”, dijo Liliana con voz entera. El segundo fue bastante más fuerte, quizá demasiado. “Dos”, silbó Liliana algo menos segura. Don Rafael por su parte había cogido a Carla y ya la tenía entre sus piernas, mientras la joven devoraba con gusto el miembro de su Dueño. Los golpes iban cayendo mientras Carla se afanaba en su trabajo y Desirée permanecía impasible grabándolo todo. La voz de Liliana se fue quebrando, pero se mantuvo bastante entera hasta el final.

-          Veinte. – La pequeña estaba exhausta y su trasero lleno de marcas, desde casi la cintura hasta la parte trasera de las rodillas, que fueron los que más le dolieron. Algunas marcas amenazaban con sangrar, pero no lo hacían. Don Rafael levantó la mirada.

-          Desirée, baña a la novicia con tu orina. – La joven apartó ligeramente el tanga y un fino chorro de pipí inundó los pechos de Liliana. La primera reacción fue un ligero picor, pero pronto notó que la calmaba. Parte del líquido fue a parar a su boca, entreabierta como era de ley y su sabor no desagradó a la joven. La joven esclava se desplazó detrás y siguió bañando con orina todo el trasero y la espalda de su compañera. Cuando terminó se colocó el tanga de nuevo en su sitio y volvió a la posición original. – Muy bien, niña. – Cogió del pelo a Carla y le levantó la cara. – Quiero que limpies con la lengua el coño y el culo de mi furcia. Se lo voy a partir. 

   El tono demostraba un deseo superlativo, aunque también con cierto desprecio intrínseco en la frase. La primera sensación de Liliana al oírlo no fue buena, pero pronto cambió de idea. Su Dueño la iba a poseer delante de todos, la iba a hacer suya. El rechazo inicial se convirtió en excitación, en la exaltación de su sumisión, aquello para lo que se había estado preparando con devoción. Por fin su propietario iba a hacer uso y disfrute de la que ya era su perra. No pudo evitar mojarse y mucho más cuando notó la ávida lengua de Carla lamer todo su coño y la entrada de su ano. No se limitó a esa zona, sino que limpió con la lengua toda la parte donde Don Rafael apoyaría su pubis, incluso escurriendo los restos de tela blanca de su culotte y sorbiendo el líquido que soltaba. Cuando su compañera terminó Liliana estaba deseosa, preparada y dispuesta.

   Aún así, cuando notó los pies desnudos de Don Rafael a los lados de su cuerpo y la punta de su miembro intentando entrar por su esfínter, no pudo evitar tensarse. Sabía que era peor y que le dolería más que si se relajaba, pero era su primera vez y directamente el anciano había buscado su culo. Cuando notó sus manos en la espalda, su aspereza le provocó escozor por el roce de las marcas, lo que no ayudó a la relajación. Instintivamente tiró el cuerpo hacia delante, aunque apenas fue unos milímetros, pero el hombre lo notó. Alzó la mirada buscando a su esbirro y no hizo falta que le dijera nada. El americano se acercó y le cruzó la cara de dos bofetones. A estos siguieron una buena tanda que hicieron que ese instinto la hiciera echarse hacia atrás. Y fue en ese momento en el que su Dueño la ensartó casi por completo. Notó como su miembro entraba en ella forzando las paredes, abriéndose paso como un buen estilete, entrando hasta donde nada había entrado antes. Sintió los ojos llenarse de lágrimas y quiso soltar un aullido o un gemido, pero antes de poder reaccionar Desirée le estaba poniendo una mordaza con un pequeño dildo blanco en la boca, impidiendo que se expresara libremente. La cara de Carla se centraba en la barra de carne que entraba y salía del interior de Liliana, mientras que Desirée miraba (y captaba) las expresiones del rostro de la niña. Don Rafael comenzó un vaivén lento y profundo que comenzaba a dejar atrás el dolor que sentía la muchacha en su interior. El miembro del hombre salía casi por completo para volver a entrar con fuerza. El ardor inicial iba desapareciendo y un placer sordo, oscuro y sucio iba creciendo desde lo más profundo de su ano. No sabía qué sentiría y pese a que al principio se había asustado un poco, aquello le gustaba. Un hombre estaba dentro de ella, como tantas veces había soñado. Su Dueño, el Amo que ella había elegido, la penetraba con furia, abriendo su oscuro, caliente y hasta ahora cerrado orificio y proporcionándole cada vez más placer. Cerró los ojos y quiso disfrutar un poco del momento. Sintió un roce en sus manos, que seguían apoyadas en el suelo y vio cómo la pequeña Carla se arrastraba boca arriba entre sus brazos en busca de su entrepierna. Cuando sintió la lengua de Carla en su coño supo que le costaría contener el orgasmo. Su Dueño partiéndole el culo y una lengua curiosa y traviesa jugando con su clítoris iba a ser difícil de contener. Por suerte la lengua de Carla iba de su coño a los testículos de Don Rafael, que ante la inminente corrida decidió salir de ella. Paró unos segundos para que la excitación bajara, tomó aire y metió la polla en la boca de Carla, que la esperaba abierta desde que había salido de su compañera. Ésta le limpió la polla a conciencia, dejándosela reluciente y ensalivada. Con ayuda de la mano de Carla, encaró el estilete al coño de Liliana y empujó bruscamente. La muchacha notó como su himen se rasgaba y como alguna gota de sangre salía de su interior, pero no le dolió apenas. Carla lamía la sangre, limpiando tanto su sexo como el miembro de su Dueño. Sin previo aviso, la sacó por completo y la volvió a ensartar para seguir con una cadencia apremiante. Con cada envite Liliana notaba el pubis de su Dueño rozar las marcas del americano, lo que hacía que un dolor maravilloso la inundara. Pronto volvió a sentir la curiosa lengua de Carla en su sexo, lamiendo su flujo, deleitándose en su tarea. Don Rafael se salió de su coño y volvió a entrar en su ano. Poco a poco cada vez era más violento el empuje, tanto que creía que le fallarían las manos y se estamparía contra el suelo.

-          Me voy a correr en tu culo, puta asquerosa. – Le dijo entre jadeos. – Tu dueño va a hacer uso de su derecho sobre ti, sobre tu cuerpo. – Silbaba las palabras, con el orgasmo en ciernes. – Me perteneces, perra. Eres mía. Todos querrán poseerte, pero solo yo decidiré a quién te entrego. Comerciaré contigo. Todos querrán probarte y yo sacaré mucho beneficio por ti. De ti, de usar tu cuerpo de zorra. – Liliana llevaba rato concentrada en no correrse y las palabras de su Dueño no ayudaban. La humillación de las intenciones a ella le pareció un halago escondido y su coño se humedeció más. – Me corro, puta asquerosa. Ya dejo mi marca en ti para siempre. – La voz del hombre resonaba en la cabeza de la muchacha, que se concentraba en contener su excitación. Y más difícil le fue cuando notó el semen caliente inundar su enrojecido esfínter. – Joder, joder. – Acertaba a  decir Don Rafael. – Te voy a rellenar, perrita. – Liliana estaba muy a punto, demasiado. En todos los años de educación no se había sentido tan caliente como en ese momento, donde había arrancado la simiente de su Amo tras desvirgarla y con una lengua más que eficiente haciendo travesuras en su clítoris. El hombre dejó de empujar y espero a sentirse vacío por completo para sacar su miembro del interior de la joven. Carla, que ya sabía lo que se esperaba de ella, abrió el ano de la muchacha para recibir en su boca todo el semen caliente de su Amo. Recogió todo el líquido espeso y salado, limpió la entrada del ano con esmero y se arrastró por donde había entrado. Se puso a cuatro patas frente a su compañera, sonrió un poco y la besó. El semen pasó de una boca a otra, mientras ambas lenguas jugaban traviesas. Lo poco que resbaló por la mejilla lo lamió presta Desirée, que se había acercado a grabar la escena. Liliana miró a su Amo, esperando la orden de tragárselo. – No te lo tragues. – Dijo con rotundidad. Aquello desconcertó un poco a la niña, que esperaba justo lo contrario. – Escúpelo al suelo. – Y eso hizo. Soltó toda la simiente del hombre en el limpio piso de mármol de la mazmorra. – Ahora, si quieres correrte, tendrás que lamer todo el suelo hasta dejarlo limpio y reluciente como estaba. – Liliana no pudo evitar sonreírse. Deseaba fervientemente tener ese primer orgasmo tras perder su virgo. – Eso sí… – Continuó Don Rafael. Se giró hacia su esbirro – Sr. Smith, póngaselo complicado. – Se sonrió maliciosamente y se dio media vuelta. – Es suya. Haga con ella lo que le plazca. – Añadió mientras caminaba hacia la salida. Desirée le siguió por si su dueño necesitaba de sus servicios, mientras miraba al Sr. Smith situarse detrás de Liliana.

   El miembro del americano era mucho mayor que el de su Dueño, aunque eso ya lo sabía, ya que lo había visto antes en las clases. Al igual que Don Rafael, situó la punta de su imponente miembro en la entrada del ano de la muchacha, que había comenzado a lamer el suelo. Notó cómo su cuerpo se abría en canal cuando el poderoso hombre se introducía por su canal más estrecho. Todavía tenía el conducto irritado y aunque creía que no habría desgarro sí sabía que dolería unos días, aunque eso no le importaba en absoluto. Los envites del americano eran salvajes. La cogía de los rizos, le apretaba la cara contra el suelo y el semen se restregaba por su cara, por su pelo. Pero ella no dejaba de lamer. Era tan humillante estar así, sintiéndose usada con su compañera sonriente grabando la escena, con Margaret más allá con las piernas abiertas y una de sus perras comiéndole el coño... Pero ella se sintió la estrella. Su excitación no hacía sino aumentar. Entre la cara, la lengua y el pelo el suelo parecía limpio. Pero aún así siguió lamiendo cada vez que notaba la mano o incluso el pie del americano empujar su rostro contra el frío mármol. El americano pasaba sus manos de los rizos inagotables de la joven a buscar sus pezones anudados. Los retorcía con violencia, con rotundidad. Propinaba bofetones aleatoriamente que hacían que la baba saltara de la boca de la niña, mientras seguía con su brutal enculada. Cuando Liliana pensó que era el momento, se decidió a hablar.

-          Esta perra asquerosa desea correrse, Señor. Se lo suplico, por favor. – Su voz era entrecortada y jadeante. La respuesta del americano fue un bofetón que la llevó de nuevo contra el suelo.

-          A callar, zorra. Haz que me corra y me lo pensaré. – Instintivamente, Liliana cerró un poco más las piernas, creando una mayor fricción en el miembro. El americano se sintió satisfecho. – Eso es, perrita. Muy bien. Sigue así y te llenaré la boca de leche caliente. – Las palabras de su instructor la espolearon y comenzó a mover el culo en pequeños círculos, haciendo que el disfrute del americano fuera en aumento. – Me voy a correr puta. Lo has conseguido. – Liliana sonrió feliz. – Córrete, zorra.

   Ni tres segundos después, un orgasmo devastador hizo que cayera de bruces hasta casi perder el conocimiento. Su cuerpo convulsionaba, tenía pequeños espasmos, lo que no impidió que el americano siguiera usando su culo como si fuera una muñeca hinchable. Aquella sensación de humillación en ella se convertía en lujuria, en placer. Se sentía inmensamente feliz. Ni siquiera notó cuando el americano se salió de ella, se puso de rodillas junto a su cara y se corrió sobre ella, sobre su pelo, sobre sus pestañas. El semen corrió por la mejilla y parte fue a su boca entreabierta. Ella lo saboreó instintivamente y sonrió.

-          Puta, ven y limpia bien a la nueva. – Carla se acercó y se puso a lamer la mejilla, los ojos y el pelo de la mulata. Después lo que había caído al suelo, que también sorbió con destreza. Recogió todo el semen que pudo, se colocó sobre Liliana, le abrió la boca con las dos manos y le escupió dentro. La mulata aún en estado de semi-inconsciencia la recibió sin oponerse, primero porque no podía y segundo porque no quería. – Margaret, – Dijo el americano dirigiéndose a la gran amiga de su mentor. – ¿la quieres usar un rato? – Margaret cogía del pelo a su muchacha y la restregaba de arriba abajo sin ningún tipo de miramiento. Le miró y negó con la cabeza justo cuando se corría sobre su perra, mirando fijamente a los ojos del americano. Éste le aguantó un rato la mirada mientras notaba como su miembro amenazaba con erguirse de nuevo. Cuando Margaret cerró los ojos para disfrutar de su orgasmo, el americano apartó la mirada. – Lleva a la perra a sus aposentos y que se asee. Seguro que la Srta. Margaret después querrá usar su boca un rato…

   Y diciendo esto, se marchó. Carla ayudó con una sonrisa a levantarse a Liliana, cansada y malherida por los latigazos, pero feliz con cómo se había desarrollado su Primera Entrega.

      Durante el resto del día fueron pasando el resto de novicias del año, repartiéndose por cada una de las casas según las preferencias y las pujas. Como era habitual, el criterio de las niñas predominó en todos los casos, ya que los inversores ya se habían ocupado de ir prometiendo bondades a las jóvenes por elegirlos. Finalmente los Johnson, que tras la desaparición de Leslie habían andado detrás de Liliana y poniendo poco empeño en las demás, pujaron por Melissa, que los había elegido como primera opción más por su deseo de estar con uno de los grandes que por tener verdaderas opciones. Es cierto que en los últimos meses Alex se había interesado por ella y eso la hizo sumamente feliz. Pese a su precioso cuerpo y a su encomiable actitud, su fracaso con su Primer Miembro la hizo pensar que tendría menos opciones de elegir. Su precio no fue desorbitado y pasó casi desapercibida para el resto. Sin embargo, los fundadores sabían que habían hecho una estupenda adquisición.

   Cuando cayó la noche y todos los inversores habían disfrutado de la Primera Entrega de sus recientes adquisiciones, se hizo la tradicional Cena de Exhibición. Las nuevas perras exhibían sus marcas, el resto podían ver cómo habían sido esas primeras horas en sus nuevas casas y sus Dueños las vestían y adornaban a su gusto. Había Little Girls, Pet girls, jovencitas con vestidos hechos con cuerdas que eran auténticas obras de arte… Pero Don Rafael prefirió llevarla prácticamente desnuda, tapando sus pezones con dos pequeños adhesivos blancos con forma de estrella y un tercero tapando su coño. Zapatos con tacón de aguja blancos y medias a juego, más su collar y a cadena de la que tiraba su dueño, era todo el vestuario de la niña. Y no necesitaba más. Todos miraban sus marcas oscuras como el café sobre su piel de chocolate. Fue la atracción de la cena.

   Y lo fue hasta que alrededor de las 22h las puertas del salón se abrieron y palabras de asombro salieron de la boca de muchos. Liliana se llevó la mano a la boca y sus ojos se llenaron de lágrimas.

-          Aún falto yo por elegir. – Dijo Leslie.