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Dos putas para los alcaldes (LPDH5)

en Orgías

  De nuevo, este relato es muy especial para mí. Aquí he recogido más fantasías de Alicia, lectora y escritora de esta página, y las he sumado a las mías y a las de mi Bea, lectora apasionada, protagonista de mis fantasías, responsable del deseo en mis sueños. Para ti, para vosotras, es este relato.

 

   Dejé a las chicas en casa, y me volví a mi vida. La de verdad, la que se alejaba de la lujuria desenfrenada y de las tardes y noches de sexo salvaje. Era mi otra vida, y aunque no fuera tan placentera (al menos sexualmente), lo cierto es que me gustaba. Tenía una familia maravillosa, un buen trabajo, con sus más y sus menos, y un montón de buenos y fieles amigos. No se puede pedir mucho más.

   En las siguientes semanas decidí volcarme en mi vida profesional. Chateaba por Line habitualmente con Bea, nos calentábamos, nos masturbábamos, y seguíamos con nuestra rutina. Esos ratos me hacían sentir vivo, me daban energía, y me hacían sentir importante. Por mi forma de hablar, de escribir, Bea (y Ruth también) eran capaces de masturbarse varias veces, y hacerlo por mí. Por mi culpa. Esa sensación, cuando no eres un tío con un físico imponente, es superlativa. Te hace sentir el más grande del mundo. Era evidente que mi relación con las chicas había hecho que mi autoestima subiera muchos enteros. E intentaba extrapolarlo a mi vida profesional. El mercado estaba fatal. Eso me preocupaba mucho, ya que la crisis se me podría llevar por delante, y eso sería fatídico. Por desgracia, los ahorros apenas existían, y la situación podría ser muy mala.

   Un día, al llegar a la oficina, el gerente me llamó. Bueno, de hecho, llamó a todos los comerciales, nos reunió en la sala de juntas, y evidentemente todos temimos lo peor.

-          Buenos días señores. – Comenzó. – Aunque todos son sabedores de la situación que atraviesa la empresa, porque llevamos ya varios años así, les he reunido para informarles de que en este momento esa situación se ha agravado mucho. Hemos tenido dos averías graves, y un impagado muy importante. Señores, si las ventas de los próximos tres meses no son al menos un 50% más que las del año pasado, no pasaremos el año. – El silencio se hizo en la sala. Nos miró, con tristeza, y la verdad, parecía franco. – Algunos llevan muchos años. – Me miró. – Todos sabemos que hay poco mercado, pero si cogiéramos casi todo el que hay, podríamos conseguirlo. Sobornen, roben, maten, hagan lo que haga falta, pero consigan ese mercado. Su puesto de trabajo depende de ello.

   Y mi vida también, pensé yo. Con cuarenta tacos no es fácil encontrar un empleo, mucho menos fijo, y menos aún con una remuneración acorde a tu experiencia. Al menos hoy, no. Salimos de la sala comentando entre nosotros, viendo nuestras opciones. Muchos coincidieron en que había un bocado importante en una región en particular, en dos o tres ayuntamientos en concreto, pero que estaban muy abonados por la competencia. Y por los sobres. Pero o hacía algo, o mi vida se desmoronaría. Y no lo iba a permitir.

  Al día siguiente repasé mi agenda, y pensé en quien podía tener influencia sobre esa región y esos ayuntamientos, y solo se me ocurría una persona: Sergio. Si alguien podía darme un pase, ayudarme a acercarme a los dirigentes de esa zona, ese era Sergio. Le llamé, y concreté una cita para el día siguiente, a comer. Valoré mis opciones, que no eran muchas, y lo fié todo a mi don de palabra. No era mucho, pero tampoco tenía mucho más donde elegir.

-          Joder, Sergio, que bien te veo. Cada día estás más joven. – Sergio era un empresario de unos 60 años, muy bien cuidado, de metro ochenta y aspecto impoluto. Su pelo canoso le daba un aspecto muy Clooney.

-          Jajaja! Me alegro de verte, Héctor. Hace meses que no venías.

-          Ya sabes, la campaña. He andado liado. Venga, vamos a comer.

   Y nos abandonamos al placer de la comida. Pedimos unos entrantes, poco copiosos, ya que queríamos disfrutar del asado de la zona. Bebimos un buen vino, y al terminar nos pedimos unos gintonics. El restaurante se había quedado vacío, y a una señal de Sergio, el propietario cerró la persiana, abrió una ventana, y nos trajo un cenicero. Sergio sacó un cigarrillo y lo encendió. Bastante desinhibido por el alcohol, decidí ir al grano.

-          Sergio, sé que hay obra, y mucha en tu zona. Aquí. Y tú sabes quién la tiene.

-          Cierto. Pero ya sabes cómo son aquí. Si no hay pasta en efectivo, será difícil entrar, incluso para mí. – Yo ya sabía esa respuesta. Y la temía. – Tanto los alcaldes como los concejales de obras están abonados a los ceros. Bueno, y a las putas, claro. Jajajaja. – Soltó una carcajada. - Aquí sin dinero y sin putas, no hay nada que hacer.

-          Pero bueno, son tres ayuntamientos. En el de la Torre hay una alcaldesa, y una concejala de obras. – Espeté. – ¿También son iguales?

-          Iguales. – Me miraba a los ojos. – Peores. Les va la carne y el pescado. Dinero y putas. Aquí no se entiende de nada más.

   Me quedé un rato pensativo. Le di un sorbo al gintonic. No teníamos dinero para untar a aquella gente. Había que buscar otra manera. Y entonces… se me ocurrió. Pasó como una flecha. Casi me daba asco pensarlo, pero sin duda era la mejor opción. En un momento me sentí sucio, asqueroso, cerdo, cabrón… pero era una buena oportunidad. Sergio vio como me cambiaba la cara, y preguntó.

-          Héctor, ¿estás bien?

-          Sí, sí… - Titubeé. – Sergio, tengo una idea… Los reunimos a todos en tu finca, tú pagas la bebida y la comida… y yo las putas. Les daremos el mayor espectáculo que hayan visto jamás. Creo que al acabar la sesión los podríamos tener a todos cazados.

-          Héctor… ¿Has dicho que ponías tú las putas?

-          Sí, eso he dicho.

-          A ver, que no es que no me fíe… pero dos o tres putas para una reunión así con diez o doce personas valen dos o tres mil parrulos. Porque no puedes traer aquí a cualquiera.

-          Lo tengo claro, Sergio. – Lo miré a los ojos. – Lo tengo claro. Te lo confirmaré a final de semana. –Me miró al principio con desconfianza, pero yo sonreí. Y parecía firme. Al final, el también sonrió.

-          Está bien. Si tú consigues dos putas de lujo para una fiesta así, yo pongo la finca y la comida. Pero no muevo nada hasta que no me lo confirmes.

-          Ok.

   Y así, terminamos nuestros gintonics, recogimos, y después cada uno nos fuimos hacia nuestra casa. Me sentía bastante mal, muy sucio, pero era una opción muy real. Ruth lo estaba deseando, era una de sus fantasías, hacer una orgia salvaje con desconocidos… y esperaba que Bea se uniera también. Con esos pensamientos me dirigí hacia Valencia. No era muy tarde, y envalentonado con el vino y el gintonic, llamé a Bea.

-          Hola, Papaíto. – Me encantaba el tintineo de su voz.

-          Hola, cielo.

-          ¿Qué haces?

-          Volviendo de viaje. ¿Y tú?

-          Saliendo de currar, hoy he salido pronto. – Era el momento, pues.

-          Bea, ¿te apetece un café? Quiero comentar un asunto contigo… y me urge un poco. – Quizá mi tono de voz fue un poco más dramático de lo necesario.

-          Claro, cielo. ¿Pasa algo?

-          No, no, tranquila. ¿Nos vemos en la terracita de la esquina de casa de Laura en 20 minutos?

-          Hecho.

-          Venga, un beso.

   Y me dirigí hacia el centro. Aparqué, y cuando llegué a la cafetería Bea ya estaba allí. Como siempre, espectacular, con una falda recta y una blusa negra que iba a explotar bajo sus grandes pechos.

-          Hola, cielo. – Me dijo al verme llegar. Me agaché y le di un pico.

-          Hola, preciosa. Porque estás preciosa, cielo. Mmmmm… Si fueras un bollicao te iba a comer hasta el cromo. – Bea se reía con ganas. Decidí no irme por las ramas. – Bea… Tengo un asunto un poco turbio que comentarte.

   Y comencé a contarle la historia. No obvié ningún detalle. Confiaba en esas chicas, y ellas en mí. Quería utilizarlas, sí, pero sin mentiras, con su consentimiento. A medida que avanzaba, Bea cambiaba de posición. Le daba un sorbo al café, y se volvía a recostar sobre la silla. La verdad, no hizo ni una sola mala cara. Cuando terminé, me quedé callado, en espera de que ella hablara.

-          Vamos, que nos quieres utilizar como putas.

-          Bea…

-          Ni Bea ni ostias. – Aunque sus palabras eran duras, su rostro no lo era. Juraría que tenía un mohín divertido. – Quieres que vayamos a una fiesta, y montemos nuestro show allí, y después que tengamos sexo a saco con ocho o diez viejos y viejas verdes.

-          A ver… No son viejos verdes. Hay de todo. Pero sí, joder, sí. Esa era mi genial idea. Hay que ser gilipollas. – Di un sorbo al café e hice intención de recoger mis cosas para levantarte. – Lo siento, cielo. De verdad. Espero que me perdones. No sé en qué estaba pensando cuando…

-          Que te calles, tontorrón. – Bea tenía una sonrisa en la cara. – Pues claro que lo haremos. Ruth lo está deseando, y a mí… me tienes emputecida. Después de lo del cine, la sola idea de que otros me toquen porque tú les dejes… hacen que me moje así, mira… - Abrió las piernas, se subió cinco dedos la falda, y en el tanguita rosa se apreciaba claramente la mancha de humedad. – Hablaré con Ruth. Pero estate seguro de que no va a decir que no.

-          ¿Es en serio, Cielo? ¿Haríais eso por mí?

-          Pues claro. Y por nosotras. Por todos. Será una experiencia alucinante.

-          Joder, gracias, gracias. – Me abalancé y la besé, sin importarme demasiado si alguien nos veía. – Intentaré que sea lo más reducido posible, y que sean limpios, joder. Pero… tampoco te puedo prometer mucho más. – Mi cara era sincera.

-          Lo sé, Héctor. He de subirme. Quiero ducharme y masturbarme como una perra por el calentón que acabas de provocarme.

-          Jajajaja! Desde luego, Bea, cada día estás más puta.

-          Tú haces que eso sea así, cerdo, que eres un cerdo. – Se levantó, me besó y me abrazó.

-          Venga, vámonos. Hasta pronto, cielo.

-          Ciao.

   Y nos separamos. Ahora venía la parte más difícil. Había que plantearlo a los políticos, que no se fueran de madre, que fuera un asunto secreto, y que estuvieran los que realmente tenían opinión, los que nos pudieran dar lo que buscábamos.

   Llamé a Sergio, y le dije que era un hecho. No se lo creía muy bien, pro le dije que confiara en mí, que no le iba a fallar, y que le daríamos a esa gente un espectáculo que jamás olvidarían. Bueno, a ellos y a nosotros también. Le dije que lo organizara para un jueves a cenar, el que quisiera, y quería que la cena fuera toda a base de bocados fríos, porque tenía una idea. Sergio no lo acababa de entender, en la finca hay un espacio para asar enorme, pero le dije que no quería un ejército de cocineros y camareros, con la que íbamos a organizar allí. Estuvo de acuerdo. Le dije que Sushi, ostras y marisco frío sería lo ideal. Volvimos a estar de acuerdo. Lo adornaríamos con mucho cava, y con las copas de después sería más que suficiente. La cena la podíamos encargar previamente, y con uno o dos camareros nos podíamos apañar. Le dije que no se preocupara, que tenía una idea que sería la bomba, pero que necesitaba un artilugio con ruedas, para poder mover una mesa grande. Me dijo que no era problema, ya que como el salón de la finca era grande, a veces se utilizaba como pista de baile, y las mesas, aunque eran de madera maciza, habían incrustado unas ruedas semiocultas para que no hiciera feo pero que permitía moverlas con facilidad. Aquello era perfecto. Tenía el plan perfecto. Las chicas perfectas. Ahora… había que tratar con ellos.

   Durante los siguientes días, Sergio me fue confirmando. Alcalde y concejal de obras de un pueblo, alcaldesa y concejala del otro, alcalde, concejal y un empresario de Madrid con su hijo por otro, y nosotros dos. En total, diez, ocho hombres y dos mujeres. No entendía muy bien lo del empresario. Me dijeron que era una persona muy influyente en el ministerio, y que lo del hijo era un capricho, para que aprendiera a hacer negocios. Gran día había elegido. Sergio encargo la comida, la guardó en las neveras gigantes de la finca, y preparó el salón. Yo por mi parte, recogí a las chicas después de comer. Ya les había dicho lo que había que hacer. Estaban visiblemente nerviosas, así que las tranquilicé lo que pude, y como pude. Llegamos antes de que lo hicieran el resto de invitados. Les presenté a Sergio, les enseñé la cocina, la comida, el baño y les recordé como quería que fuera el espectáculo. Ya lo había preparado con Bea, pero ahora allí, después de revisar el local, era la hora de las últimas indicaciones. Sergio, que aún no sabía nada, se sorprendió de la forma en que le hablaba aquellas chicas, como ellas me contestaban, y como me abrazaron y besaron al terminar. Las dejamos preparándose, y nos fuimos a terminar de arreglar el comedor.

-          Héctor… ¿De dónde te has sacado tú a estas dos?

-          A ver… ¿Tú no tienes ninguna follaamiga? Pues estas son las mías. – Lo dije con una sonrisa.

-          Joder, ¡pero si están buenísimas! – Exclamó. – Pero si son la bomba, coño. ¿Sabes una cosa? Esta noche no he dormido. Estaba convencido de que esto no podía salir bien. Pero… igual sí. Podría salir bien.

-          Saldrá. Ya lo verás. – Le di la mano, y casi de forma natural me dio un abrazo. Aquello era mucho más que una juerga gordísima. Y dependíamos de Bea y Ruth para que saliera bien.

   Las chicas se encerraron en la cocina, y comenzaron a prepararse. Tenían trabajo. Además, sé que querían tomar alguna copa también, para estar más desinhibidas, no sentir tanto corte.

   Sobre las 8 de la tarde comenzaron a llegar los invitados. En unos 20 minutos, cuatro coches estaban aparcados en el exterior del edificio central de la finca. Los primeros en llegar fueron Don Arturo y Manuel. Tenían fama de duros negociadores… y de tener bastante vicio en el sexo. Después, Doña Elvira y Elisabeth. Sabíamos que les gustaba todo, y poco más. Y por último, Don Antonio y Rubén, que sabíamos que eran más bien unos “agregados”, y el empresario y su hijo, Juan e Israel, a los que desconocíamos por completo. Sergio hizo las presentaciones, él ya los conocía a todos, excepto a Juan e Israel, a los que ambos conocimos en ese instante. Aunque alguno de ellos ya había estado, pero para el resto aquella finca era un paraíso. Tenía varias hectáreas de terreno. Había una cuadra para caballos, habilitada para una docena de ellos. También una perrera para el mismo número de animales. Una piscina, una barbacoa gigante... Todas las comodidades. Y después había dos edificios. Un edificio, al otro lado del patio, en el que estaban las habitaciones. Ocho, con cuatro baños. Y el edificio central, en el que nos encontrábamos. La cocina tendría al menos 150 m2, completamente profesional, para dar de comer a 200 invitados con comodidad. Les dijimos que no podíamos enseñarla porque estaban preparando la cena. Pasamos al salón. Tendría unos 700 m2. Al entrar, a la derecha, había una barra de bar de unos 10 metros, de larga, y al otro lado, una mesa de billar americano y un futbolín de madera, de los de monedas. A la izquierda, la sala estaba despejada como si se tratara de una pista de baile. Del techo colgaba una araña de luces, que aunque estaba apagada, daba ambiente al lugar. En ambas paredes, había varias cabezas de animales disecadas, ciervos, toros… Y al final, antes de llegar a los baños, había dos sofás rinconeras de 4 plazas, uno a cada lado del salón, más dos de tres plazas, y en el centro un billar de carambolas. Del techo colgaba una pantalla gigante, y un poco más hacia el centro un enorme proyector. Todo estaba preparado. A ver cómo nos iba.

   Los fuimos reuniendo a todos alrededor de la barra. Servimos unas cervezas, algo de picar, y se formaron un par de grupos. Sergio y yo nos manteníamos detrás de la barra, atendiéndolos, para que no faltara de nada. Cuando llevaban un par de rondas, casi cerca de las nueve, y el ambiente era mucho más distendido, levanté un poco la voz para que me escucharan. Había un par de cosas que quería dejar claras, y aunque tenía mi discurso preparado, estaba bastante nervioso. Carraspeé, y comencé mi exposición.

-          Señoras, señores, buenas noches. Tanto Sergio como yo estamos encantados de que estén con nosotros esta noche. No importa si se hacen negocios o no hoy, aquí. Esto es una reunión de adultos, libres, y hemos venido a pasarlo bien, a disfrutar de la comida y del espectáculo. Salvo que alguien diga lo contrario, todo está permitido siempre que no incomode a otro. – Esperé unos segundos por si alguien era reticente, pero todo el mundo asintió. – Y respecto a las chicas… – Aquí  me sonreí para crear tensión. – Os lo iré contando poco a poco. Por supuesto, nada de lo que aquí pase puede salir jamás fuera de estas cuatro paredes. ¿Estamos todos de acuerdo?

   Todos fueron diciendo que sí, unos más sonrientes, ellas con algo más de recelo. No me importaba demasiado su apariencia de recatadas. Sabía de buena tinta que tanto la alcaldesa como su concejala eran unas zorras de competición, que abusaban en su ayuntamiento de todos y todas las jóvenes que pasaban por allí. Por suerte, ni ellas ni ellos se fijaron en los Ojos de Gran Hermano que grababan toda la sala desde el interior de cuatro de los animales disecados.

-          Señores, señoras, vamos a comenzar la cena.

   Había enviado un mensaje a Bea de que se preparara, y le hice una llamada perdida. Las puertas de la cocina se abrieron, y aparecieron las chicas. Bea iba vestida de geisha, con un kimono muy sugerente y escotado, con una peluca pelirroja, un palillo chino haciendo un moño, la cara pintada de blanco y un antifaz tapando gran parte de su cara. Empujaba una mesa. En ella, Ruth iba tumbada boca arriba, con los ojos vendados, una peluca negra azabache y la cara pintada de blanco. Estaba completamente desnuda, mientras decenas de bocados de sushi y sashimi cubrían su cuerpo. Dos algas cubrían sus pequeños pezones oscuros, y encima dos piezas de Nigiri Sushi. En el ombligo, otro pedazo de alga contenía wasabi. El coñito apenas se tapaba con otra hoja de alga, repleta de Temaki Sushi, con los de salmón en el centro y el resto alrededor, con forma de diana. Por el resto del cuerpo, y por la mesa, trozos de sashimi de carne y de pescado, y otras variedades de sushi, hacían de la escena una delicia. Había cinco copas de vino a cada lado de Ruth. La verdad, el Nyotaimori de Ruth le había quedado a Bea espectacular.

   Apenas había andado cuatro metros hacia nosotros, a Bea se le borró la sonrisa de la boca. Fue al mirar al empresario y a su hijo. Enseguida, recuperó la compostura y la sonrisa, aunque yo que la conocía bien sabía que era un poco forzada. Se acercó, se paró en el centro de la sala, me miró, y agachó la cabeza en señal de respeto.

-          Señores – Tomé la palabra. – estas chicas son nuestras camareras y acompañantes de esta noche. Nuestra fabulosa geisha se llama Esther, y la preciosidad que forma el Nyotaimori se llama Alicia. – Ni me planteé dar sus nombres de verdad. – Mientras cenamos, cualquier cosa que necesiten se lo pueden pedir a ellas. Esther, cava por favor. – Bea levantó la cabeza y me miró mientras asentía. Se marchó hacia la cocina. La verdad que había visto algo que no iba bien, pero de momento todo seguía en marcha. Aún así… preferí acercarme a ver. – Por favor, disfruten del sushi y el sashimi. ¿Me disculpan? – Y me fui hacia la cocina.

   Cuando entré, Bea buscaba entre las cámaras, sacaba el cava, y lo preparaba en las champaneras que habíamos previsto para ello. Fui al grano.

-          Bea, cielo, ¿pasa algo?

-          No es nada, Héctor. – Mentía. Y yo lo sabía.

-          Bea… no me gusta que me mientas.

-          Joder, Héctor… - Me miró, y juraría que su mirada era angustiada. – No sé qué coño pinta aquí, pero el chico joven del grupo es Israel, el hermano de Ruth. – Me quedé blanco. No sabía que decir. Me quedé en silencio, mientras Bea seguía preparando el cava. – Joder, Héctor, Ruth es muy zorra. Alguna vez me ha dicho que le excitaba barbaridades que un día la obligaran a mantener relaciones con alguien de su familia… pero esto lo puede echar todo a perder. – Su tono era realmente bajo, estaba realmente preocupada. Pero además, caí en la cuenta de que Bea había pasado algo por alto. Algo que sólo podría empeorar las cosas.

-          Bea, Israel no ha venido solo. – La miré de forma grave. – El señor de canas es su padre. El padre de Ruth también está en la mesa.

   Bea estuvo a punto de derrumbarse. Bajó la cabeza, negaba con incredulidad. La abracé, y la tranquilicé.

-          Cielo. Ruth ya los ha oído, y seguro que los ha reconocido. Si no quiere continuar, diré que estáis indispuestas, y cuando se acabe el nyotaimori, a casa. Les invitaré de putas en el antro más cercano y fuera. Y si decide continuar… pues adelante. – Le levanté la cabeza sujetándola de la barbilla. – Escúchame… Ruth es muy puta. Mucho. Está súper motivada con lo de hoy. Los dos los sabemos. Y creo que sin querer va a cumplir un montón de fantasías de golpe. Además… no me digas que no es morboso, joder. – No pudo más, y me sonrió.

-          Pero que cerdo eres. – Se reprimió una carcajada. – La verdad es que como morboso lo es mucho. Venga, va, vamos a ver cómo le va.

   Y con el cava en la mano se dirigió al salón. Allí, nuestros invitados no perdían opción. El cuerpo de Ruth, cubierto casi por completo hacía unos instantes, aparecía bastante visible. Aparentemente, Ruth había soportado viene la temperatura del sushi, y las cosquillas de los toqueteos. Los bocados que reposaban sobre el coñito seguían intactos mientras que los de los pezones habían casi desaparecido. Bea sirvió cava a todos, y se espero para reponer.

   A medida que el cava avanzaba, y que el sushi se acababa, los toqueteos eran más evidentes, y los invitados más atrevidos. Un poco jaleado por su padre, Israel se atrevió a coger el último pedazo de sushi del coñito de Ruth con la boca, lo que levantó los vítores de todos. Tanto Bea como yo pudimos ver que la piel de alrededor se le erizaba a Ruth, señal inequívoca de su excitación. Bea se situó detrás de la mesa, y se llevó a Ruth a la cocina. Antes, había dejado varias champaneras con hielo, y varias botellas de cava, y en la barra varios platos con algunas cosas de picar. Poco a poco, nos fuimos desplazando hacia allí. Los invitados nos felicitaban por las chicas, por su belleza, y por la originalidad de la presentación. Les dije que lo mejor estaba por llegar, y seguimos bebiendo cava y picoteando frutos secos.

   Cuando vi el momento, me adentré en la cocina, y no vi a las chicas. Me temí lo peor. Pero entonces escuché unos gemidos provenientes del baño. Me asomé, y las chicas se estaban duchando, mientras Bea le metía dos dedos a Ruth y esta gemía como una perra, loca de deseo. Bea me vio y me sonrió.

-          Si no la masturbo, no llega al postre. – Contuve una carcajada, mientras las observaba. Era absolutamente maravilloso, las dos chicas bajo la ducha, tocándose, amándose, dándose placer, sin ningún tipo de tabú. – Ves, Héctor. Ahora hago que esta puta se corra en mi mano y salimos enseguida. – Me sonreí, di media vuelta y volvía al salón.

   Unos treinta minutos después, se abrió de nuevo la cocina. Ruth, vestida de Geisha, con un enorme antifaz y su peluca negra azabache, empujaba la mesa, y sobre ella, Bea, completamente desnuda, iba cubierta de todo tipo de mariscos fríos. Los que iban sobre hielo, como las ostras, iban en la mesa. Todo su cuerpo iba cubierto por langostinos, patas de cangrejo, mejillones preparados de varias maneras, percebes, buey… Una delicia. De nuevo todos nos situamos alrededor de la mesa y fuimos cogiendo los deliciosos bocados. El pecho de Bea era mucho más generoso que el de Ruth, con lo que las hojas de alga también lo eran. Pero la situación había cambiado. El cava había comenzado a hacer efecto, y los invitados cada vez estaban más desinhibidos. Sin ir más lejos, Elisabeth, mucho más joven que Doña Elvira, recogió uno de los langostinos que cubría el coñito de Bea, y lo deslizó por el borde de la hoja de alga, provocando de inmediato  que el vello de la zona se erizara. Se mordió el labio, y se metió el langostino en la boca. Doña Elvira la miró con deseo… Esas solían montárselo por su cuenta a menudo, seguro. Aquello fue como si se abriera la veda. Para coger una pata de cangrejo magreaban toda la zona. Buscaban los pezones por debajo de las hojas de alga, sin ningún tipo de rubor. Bea se estaba calentado, y los pezones aparecían enhiestos como puntas de flecha. Poco a poco, los roces se hicieron más descarados, pero el marisco se terminó, y Ruth se llevó la mesa. Volvimos a la barra, dónde la otrora rubia había depositado el postre. Fresas, nata, helados, frutos secos, mistela… había donde elegir. Sergio y yo nos situamos al otro lado de la barra, y mientras las chicas se preparaban, servimos unos gintonics. La primera ronda fue vista y no vista, y con la segunda, Don Arturo y Doña Elvira se veían mareados. Todos teníamos el brillo típico en los ojos, pero en ellos era mucho más acusado. Al cabo de unos veinte minutos, recibí un mensaje. Era el momento.

-          Señores, vamos a los sillones, que estaremos más cómodos.

   Salí de la barra, y me dirigí al sillón. En medio de cada rinconera y de cada sofá de tres plazas habíamos situado un par de mesitas bajas, de las que había por las paredes de la sala, para dejar las copas. El billar estaba cubierto por una sábana de raso de color Negro. De pronto, del hilo musical comenzó a sonar música suave, algún tipo de jazz. La puerta de la cocina se abrió. Bea, aún con la peluca y el antifaz, venía enfundada completamente en cuero negro, pero con los pezones y la vulva al descubierto. Estiraba a través de una cadena, que acababa en un collar de pinchos en el precioso cuello de Ruth, que manteniendo la peluca y el antifaz, y obviando el collar de pinchos, iba completamente desnuda, gateando, como una buena perrita. Alguno de los presentes babeó claramente.  Al llegar a la mesa de billar, Ruth se incorporó, y se subió encima, se abrió de piernas y comenzó a contorsionarse. Bea subió por otra punta de la mesa, hasta que ambas se encontraron y juntaron sus lenguas. Comenzaron un espectáculo que yo ya conocía, pero que tenía absolutamente asombradas a todas aquellas personas. Ruth fue la primera en comérselo a Bea, que gemía como una loca, mientras agarraba de la cabeza a Ruth. Se ladeó un poco, serpenteando, hasta llegar a las piernas de su chica, y se metió en medio, haciendo un perfecto 69. Nuestros invitados miraban atónitos, mientras se acomodaban sus erecciones. Elisabeth por su parte, no disimulaba nada metiéndose la mano por dentro de la falda. Cuando ambas chicas se corrieron, se tumbaron boca arriba encima de la mesa de billar, para recuperar el aliento. Ese fue el momento que aproveché para marcar las pautas.

-          Señores, señoras. A partir de ahora, todo vale. Las chicas están aquí para satisfacernos. Todo está permitido, todo, siempre y cuando no deje marcas. No me gustan las marcas. Ah! Y una cosa más. El culo de Esther es sólo mío. Me pertenece. – Bea me miró y se sonrió. Es una cosa que habíamos pactado. – Así pues, no se corten, y disfruten de la noche.

   Y dicho esto me acerqué a Bea y la besé en la boca, con gusto. Cuando terminé me acerqué a Ruth que me sonreía. Me giré hacia Bea, le metí un par de dedos en el coñito, los saqué bien húmedos, y se los metí a Ruth en la boca. No fui muy delicado, para que entendiera que quería que abriera la boca. Le tiré saliva dentro y se la restregó con mis dedos. Me acerqué y la besé igualmente. Mientras lo hacía, se dio la vuelta y se puso a cuatro patas, como una gata, mientras me miraba con deseo.

   Detrás de mí Doña Elvira y Elisabeth se acercaron por detrás a Ruth, que estaba muy accesible. La mayor de ellas restregó la palma de la mano por el coñito de Ruth. Ésta abrió las piernas, para darle acceso, mientras cerraba los ojos. Elisabeth por su lado, desde atrás le metía mano a su jefa por debajo de la blusa, de forma descarada. Bea también se había girado, y se había sentado con las piernas muy abiertas en el borde del billar. Allí, atendía con su boca al pollón de Don Arturo, y con sus manos masturbaba a Juan y Manuel. De momento, Israel se había situado cerca de Elisabeth, y no perdía detalle del espectáculo lésbico que le ofrecían las tres chicas. Se acercó, y sin cortarse comenzó a sobar a las tres por igual, metiendo la mano por los escotes en busca de los pezones de las dos mujeres, pellizcando los de su hermana, lo que provocaba gemidos evidentes en esta. Elisabeth se quitó la blusa, quedándose en sujetador. Estaría en la treintena, mediría poco más del metro cincuenta, y pese a un ligero sobrepeso tenía un cuerpo generoso y apetecible, con dos tetas grandes y redondas. Le quitaba la falda a Doña Elvira, que habría pasado los cincuenta, aunque era alta y espigada, y se mantenía delgada y bien formada. Le apartó el tanga, y se sentó entre sus piernas, mientras la mujer le comía la boca a Ruth. Israel no perdía detalle, y se había quitado los pantalones y se había sacado una polla más que respetable. Se acercó al borde de la mesa y le ofreció el miembro a Ruth. Ésta lo miró, le sonrió, y sin apartar la mirada se lo metió de una en la boca. Lo hacía hasta el final, con gusto, aunque se le llenaran los ojos de lágrimas. Y allí, sacaba la lengua por debajo para lamerle los huevos a su hermano.

-          ¡Papá! Tienes que probar está puta. Dios, se la traga entera sin rechistar.

-          Bueno, esta que tengo entre las piernas es una diosa… - Había relevado a Don Arturo, q ahora magreaba las tetas de Bea, y la cogía de la cabeza mientras le follaba la boca sin compasión. Se la metía hasta el fondo, sin compasión. Bea tosía, pero tragaba. Tenía una boca perfecta para esos menesteres. – Ahora voy, que quiero seguir un poco aquí.

-          Joder, pero que puta eres. – Le decía Israel a su hermana. – ¿Sabes? Creo que es la mejor mamada de mi vida. ¿Te lo tragarás todo? Quiero que me digas que te encanta hacerlo. – Sacó la polla de la boca y le levantó la cara, para mirarla. Ruth asintió. Israel no quería eso, y le soltó un tortazo. – Quiero oír que te mueres por hacerlo. – Yo andaba cerca, y me acerqué por detrás. Si Ruth hablaba, la podían reconocer.

-          A ver, campeón. Alicia es una perrita. No puede hablar. ¿No has visto el collar?

-          Ah, claro. – Mi reflexión le pareció suficiente. – Está bien. Pero antes de tragártelo, me lo enseñarás. – Ruth asintió y volvió a engullir la polla de su hermano, mientras este le retorcía los pezones. De vez en cuando paraba, porque Doña Elvira le estaba machacando el clítoris.

-          Sergio - Me acerqué a mi socio. – acércate y disfruta. Yo las tengo cuando quiero. Voy a ver que les saco a las otras dos. – Sonreí y dirigí la mirada a Elisabeth, que seguía entre las piernas de su jefa. – Disfruta de las chicas, venga.

   Y dicho esto, se acercó donde estaba Bea, que ya se había bajado de la mesa, le había puesto un condón con la boca a Don Arturo, y lo cabalgaba de espaldas con violencia. Además, seguía mamando la polla de Juan, que estaba casi a punto, y pajeaba cuando podía a Don Antonio y Rubén. Manuel estaba detrás, magreando las tetas de Bea, torturándole los pezones. Allí había demasiados hombres. Le dio la vuelta a la mesa, y llegó justo en el momento en que Israel se corría sin remedio.

-          Oh, Dios, que pedazo de zorra. Me cago en la puta, me voy, joder, sí, me voy, puta, abre la boca, joder, síiiiii….. – Y se dejó ir entre los labios de Ruth. Descargó todo su esperma en el interior de la boca, mientras Ruth lo recibía sin inmutarse. Una parte, debido a la violencia y a que seguía pajeándole, fue directamente a su garganta. Pero el resto, como le habían ordenado, lo mantenía en la boca. – Joder, que buena eres, Alicia. – Sonrió. – Venga, enséñamelo. Muéstrame lo zorra que eres. – Ruth abrió la boca, le enseñó el esperma, jugó con él con la lengua, y se lo tragó. Israel se fue al sofá con una sonrisa de oreja a oreja. – Joder, que buena. Qué buena…

   Sergio aprovechó y se colocó delante de la rubia, que sin rechistar le desabrochó el pantalón, le sacó la polla, y se la metió en la boca. Yo me acerqué a Doña Elvira, le toqué el culo, le sobé las tetas, la miré para que viera que era yo, y viendo su consentimiento, comencé a desvestirla. De vez en cuando le apretaba la cabeza a Elisabeth, para que siguiera comiéndoselo bien. La besé en la boca, metiéndole la lengua hasta la garganta. La cogí del pelo, le estiré hacia atrás, le lamí la cara, y me paré en la oreja. Estuve allí un rato, mientras le torturaba un pezón, hasta que la noté temblar y correrse en silencio, sobre la boca de su amiga. Aunque parecía no quería que yo me diera cuenta, era evidente que aquello le gustaba. Me dio pie a seguir. Me saqué la polla, y con la mano libre estiré del pelo a Elisabeth. Ahora las tenía cogidas a las dos. Estiré a Doña Elvira hacia abajo, la puse al lado de Elisabeth, y les junté las bocas. Comenzaron a besarse, al principio con delicadeza, después sin ella. La más mayor le recogía de la cara a su amante los restos de su propia corrida. Yo me había deshecho de los pantalones y la ropa interior, y estaba encima de ellas, golpeándoles la cara con mi polla.

-          Venga, zorras, a chupar. – Les puse la polla en medio, y ambas comenzaron a lamer el tronco, cada una por un lado. – Así, muy bien, me gusta. – Las animaba. En seguida, Doña Elvira se la metió en la boca, mientras Elisabeth me chupaba las pelotas. Levanté una pierna y la puse en el sofá. – A ver, zorrita, el culo. Con calma, entretente, no tenemos prisa. – Dirigí la cabeza de Elisabeth hacia mi culo, donde comencé a notar sus caricias. – Eso es, sí señora, muy bien. Mmmmm… - La verdad que no lo hacía mal. – Buena lengua, sí señor. Me gusta cómo me comes el culo, zorra. – Me estaban poniendo a tope. Estuve así un par de minutos, disfrutando de ellas. Levanté la mirada, y vi que yo tenía dos para mí, y que Bea tenía cinco para ella. Las cogía a las dos del pelo y las separé de mí. – ¡Señores! – Levanté un poco la voz. – Aquí hay un par de señoras con ganas de polla…

   Y casi de inmediato, Don Antonio y Rubén se acercaron por allí. Detrás los siguió Manuel. Se sentaron en el sofá, y cada una se ocupo de una de las pollas. Manuel se puso detrás de ellas, mientras les metía mano a ambas. Yo me retiré un poco, y me acerqué a dónde estaba Juan, todavía con la polla en la boca de Bea

-          Juan, Alicia pide polla urgente. – Miró hacia donde yo le señalaba, y vio que únicamente disfrutaba de la polla de Sergio en la boca. – Venga, que no se diga.

-          Joder, voy para allá.

   Observé cómo se acercaba a su hija, y cómo, sin miramiento, le metía la polla hasta el fondo. Ruth reprimió el grito gracias a la polla de Sergio, que seguía chupando con maestría. Le dio unos envites muy fuertes, y con la colaboración de Sergio, la bajó de la mesa, se sentó en el sofá, y la sentó encima. Allí Ruth comenzó a cabalgarlo de forma salvaje, descontrolada, muerta de excitación, absolutamente desenfrenada. Sergio no podía más que admirar la escena mientras se pajeaba. Con una mano, se acercó por detrás al culo de Ruth, lo ensalivo, y le metió un dedo. Ésta paró un poco su brío, esperando las atenciones de la mano que intentaba entrar por detrás. Siguió lubricando el culo, ahora con dos dedos. Cuando creyó que podría estar preparado, tumbó a Ruth sobre su padre, y se la metió despacio por el culo. Ruth tiró la cabeza hacia atrás, soltó unos gemidos, pero no gritó. Aunque al principio los movimientos eran torpes, pronto se acompasaron, y le proporcionaron una doble penetración de lo más excitante. Israel, que no perdía detalle, volvía a estar presto y dispuesto. Bendita juventud. Sergio notó que se iba, la saco del culo, y se la dio a chupar a Ruth, que lo recibió sin ascos.

-          Oh, sí, Alicia, joder… - Y se vertió por completo en su interior. Le cogía la cabeza con la mano, con lo que prácticamente toda la corrida fue a parar a su garganta. – Que buena, por Dios…

   Israel, que no había perdido detalle, no tardó nada en ocupar el sitio de Sergio. No tuvo tanto miramiento, y se la ensartó en el culo de golpe. Ruth tampoco gritó esta vez. Su hermano le perforaba el culo de forma salvaje, mientras su padre, abajo, de momento no podía más que observar cómo se desahogaba su hijo, dándole caña a tope a la puta que se estaban follando. Poco a poco, intentó, acompasar sus penetraciones al implacable ritmo de su hijo. La situación, el roce, hizo que un orgasmo brutal le invadiera.

-          Joder, zorra, me voy, me voy… – Dijo Juan.

-          Y yo también, puta, joder, q culo, joder… – Gritó  Israel.

Y ambos se dejaron ir en el interior de Ruth. Ésta se corrió como una loca con ellos, en el mismo instante, pese a que se había corrido otras dos veces mientras le hacían la doble penetración. Lo hizo con un grito ahogado, mientras mordía el pecho de su padre. Se dejó caer, agotada por el esfuerzo, y su hermano hizo lo propio sobre ella, desmadejado.

A su lado, Don Antonio le empujaba desde atrás a Doña Elvira, y Rubén a Elisabeth, mientras ambas se la chupaban a Manuel, sentado en el sofá. En el otro lado de la mesa de billar, Don Arturo seguía cabalgado por mi Bea, al tiempo que yo me acerqué para tomar lo que me pertenecía. Los paré un poco, le cogí el culo, escupí, y se la metí. Ya conocía bien el culo de Bea. Era un tragón, si sabías metérsela, y ella disfrutaba como una perra.

-          Vamos Esther – Le decía. – Muévete para mí, zorra. Venga, que quiero correrme en tu culo de puta. – Bea suspiraba y jadeaba. Yo sabía cómo ponerla a tope. – Pero que pedazo de guarra estás hecha. Como te gusta que te dé por culo. Mira, como tiembla la muy puta... – Bea jadeaba y se contorsionaba, mientras suspiraba sin control. Don Alfonso estaba abajo, un poco observando toda la escena, ya que nuestra conexión era evidente. Creo que un poco por eso, se salió del coñito de Bea, y me habló.

-          Venga, Héctor, vamos a cambiarnos. Quiero probar el culo de esta zorra.

-          Lo siento, Alfonso. – No dejé en ningún momento de encular a Bea. – Como ya os dije, el culo de Esther me pertenece. Es mío. De mi propiedad. – Bea, de escucharme, se volvía loca de placer. Era su fantasía, y yo se la daba gustoso.

-          Seguro que podemos llegar a un acuerdo… – Me dijo Don Alfonso, con los ojos encendidos por la excitación. – ¿Cuánto quieres por el culo de esta zorra?

-          ¿Pero crees que está en venta? – Aquí le di un par de azotes buenos a Bea, que resonaron en la sala. – Además, no tienes dinero para pagarlo…

-           Te daré mil euros por él.

-          ¿Mil? ¿Pero tú la has visto? Por Dios, mírala como jadea. Su culo es como una boca entrenada, es como un coñito muy prieto. Caliente. Oscuro. Delicioso. Vale mucho más que eso. – Bea se movía a un ritmo vertiginoso. Mi orgasmo llegaría en cualquier momento, pero quería cerrar el trato antes.

-          Está bien. Dos mil. Te daré dos mil euros si me dejas follarme el culo de esta zorra.

-          Mmmmm… - Comencé a jadear. Bea sabía que ese era el momento. Apretó bien el esfínter, estrujándome el miembro, mientras yo empujaba con brío. – Está bien. Dos mil euros. Joder, que gusto. Dos mil, sí. – Mi orgasmo era inminente. – Oh, sí, dos mil, sí, puta, sí, joderrrrrrrrrrr… – Y me corrí como un loco en el culo de Bea. – Oh, sí, por Dios. Qué bueno. – Miré a Don Alfonso. – Solo una condición. Has de hacerlo ahora, como está. – Mi leche asomaba por el ano de Bea. – Es que con tu pollón no quiero que le hagas daño a Esther – Sabía que no se lo haría, pero quería mantener mi primacía. Que se lo follara si quería con mi simiente dentro. Ese culo era mío.

-           Pues claro, joder, ven aquí. – Me apartó, cogió a Bea, le puso la punta en el agujero, y empujó con brío. Bea no se quejó. Enseguida Don Alfonso estaba empujando con ganas en el culo de Bea. – Joder, tú. Los vale. Vale los putos dos mil euros. Pedazo de culo se gasta la zorra esta. – Estuvo un rato allí, empujando. Levantaba una pierna, para apoyarse mejor, y le volvía a dar. Al cabo de unos pocos minutos comenzó a gritar. – Joder, que bueno. Cago en la puta, Esther. Pero como folla tu culo. Es tu culo el que me folla a mí. Qué bueno, joder, me voy, me voy… – Y se corrió abundantemente, llenando el condón que tenía puesto. Se dejó caer sobre Bea, con la polla dentro. Me agaché, la besé, y comencé a retorcerle un pezón. Sabía que estaba a punto de un nuevo orgasmo. Se lo lamí, se lo besé, hasta que noté como se movía, se retorcía, y se corría una vez más. Don Alfonso se salió de su interior, y me miró. – Oye. Es de puta madre. Pero dos mil pavos, y hacerlo con condón… manda huevos. – Le miré, y se me ocurrió una guarrada.

-          Si quieres, ella se tomará toda tu corrida, y te dejará la polla limpita. Eso no lo has visto en tu vida. Y eso completa el espectáculo por el que has pagado. ¿De acuerdo? – Le tendí la mano, se lo pensó un poco… pero me la cogió.

-          De acuerdo.

   Bea se giró, se acercó a Don Alfonso, y con la boca, con maestría, y utilizando los dientes, fue quitándole el condón. No dejó que nada cayera fuera. Fue retirándolo despacio, para que el hombre disfrutara. Cuando lo hubo hecho, cogió con dos dedos, levantó el preservativo, y dejó que su lechita entrara en su boca, y cayera por su cara. Se metió la polla en la boca, se la limpió con delicadeza, y con los dedos recogió todo lo que quedaba por su cara. Se lo enseñó, y se chupó los dedos. La imagen de la boca de Bea, el piercing, el semen… Es de lo más erótico y lascivo que habíamos visto nunca. Don Alfonso, la miró, Alargó la mano hasta su chaqueta, que estaba en el sofá, sacó del bolsillo interior un fajo de billetes atados con una goma. Contó unos cuantos, y me los dio.

-          Héctor, los vale. Me cago en todo, joder. Esta puta los vale.

   Me reí. Todo había salido bien. Cogí a Bea de la mano, y me la llevé al otro lado de la mesa. Me senté en el sofá, y Bea se sentó en mis rodillas. Por allí la escena seguía en auge. Doña Elvira cabalgaba a Manuel, mientras Don Antonio se la ensartaba por detrás, lo cual la hacía gritar como una posesa. A su lado, Rubén sentado en el sofá, era dominado por Elisabeth, que se metía la polla por el culo, y subía y bajaba buscando su placer, sin hacer demasiado caso al joven. Ruth, sentada al lado de su padre y su hermano, jugaba con las pollas de ambos, ahora flácidas después del esfuerzo. Cuando nos vio llegar, se acercó hasta nosotros. Me pidió la otra rodilla, y sentó con nosotros. Enseguida, ambas chicas se besaban apasionadamente, recogiendo al tiempo los restos de fluidos que quedaban por sus caras y sus cuerpos. Enseguida se calentaron, y Ruth se bajó de mis piernas, se tumbó en el sofá, y comenzó a masturbar su coñito carnoso y rosado, para que Bea lo viera. Mi morena se agachó, y hundió su cabeza en la entrepierna de su novia. Yo estaba junto a la escena, y tampoco pude contenerme. Me acerqué a Ruth, le pasé una pierna por encima, y le di acceso a mi ano, en el que enseguida noté la lengua curiosa de Ruth, mientras con otra mano me masturbaba. Joder, me ponía a mil. Aquello me provocó una erección cojonuda. Dejé que me calentara durante unos minutos, hasta que me levanté de allí, me puse detrás de Bea, y volví a metérsela por el culo. En frente, veía como Don Antonio se corría.

-          Oh, sí, joder, zorra, te voy a llenar el culo, te lo voy a dejar calentito.

-          Sí, por Dios, q me falta poco para el cuarto. – Bramaba la mujer, mientras le estiraba del pelo del pecho a Manuel, que también parecía estar a punto.

-          Yo también me voy. – Dijo el joven, que estiraba de los pezones a Doña Elvira.

-          Vamos, vamos, vamos. – Le gritaba Elisabeth a Rubén, mientras le daba unos meneos de aúpa.  El chico no pudo más, y fue el primero de ellos en correrse, en el culo de la joven.

-          Sí, joder, sí. – Dijo Rubén, mientras se dejaba ir en el esfínter de Elisabeth. Esta seguía dándole unos meneos de miedo, buscando su placer.

-          Sí, pequeño, sí, dámelo todo, calentito, sí… – Y Elisabeth también se fue, gimiendo, contorsionándose como una serpiente. Mientras, los otros tres se iban casi al tiempo. Elisabeth se levantó, sacando la polla de Rubén de su interior, y chorreando semen por su ano, se colocó detrás de Don Antonio. – Venga, abuelete, que quiero ver cuanta lechita has dejado ahí adentro.

-          Mmmmm… – Suspiraba Don Antonio. – Un buen montón, pequeña. Un buen montón. – Se separó poco a poco, y al salir del orificio una buena cantidad de leche asomaba por la entrada. Elisabeth acercó su boca, y sorbió lo que pudo. Con una mano, masturbaba al viejete, al tiempo que estrujaba y recogía lo que pudiera quedar. – Joder, que bueno.

   Doña Elvira se levantó, y la polla de Manuel, ahora flácida, quedo cubierta de fluidos de ambos, sobre su pubis. La mujer se apartó un poco, y bajó hasta situarte al lado de Elisabeth. La beso con lujuria, y cogiéndola de la cabeza se acercaron hasta la polla de Manuel, y la limpiaron con devoción, recogiendo y lamiendo todo lo que allí restaba.  

   Por mi parte, seguía empujando en el culo de Bea, que me volvía loco, mientras esta le comía el coñito a Ruth. Cuando noté que me iba avisé a mis niñas.

-          Me voy, cielo, me voy. – La saqué del culo y comencé a masturbarme. Bea se giró y se puso debajo de mí, mirándome, con la boca abierta, lamiendo mis testículos, con una cara de vicio alucinante. Me abandoné, y chorros gruesos y densos de esperma salieron de mi glande y fueron a parar a la cara de Bea. – Oh, sí, cielo, sí. Toma, todo para ti… – Le dejé la cara llena. Ruth se acercó, comenzó a lamer su cara, y depositar en la boca de Bea toda mi corrida. Sabían que eso me encendía, que me volvía loco. LE dejó la cara reluciente, para acto seguido besarse con frenesí. – Pero que zorras sois… Sois lo mejor que me ha pasado nunca, joder.  

   Bea me sonrió, y me abrazó de la cintura, y Ruth la abrazó a ella. Sergio, que había estado en segundo plano, se acercó a la escena y me habló.

-          Joder, Héctor, que puta pasada. Esther, Alicia, increíbles. Sois increíbles. – Los tres nos sonreímos. – Ha sido lo más alucinante que yo he visto nunca. Y creo que lo que toda esta gente ha visto, también. Bueno… – Me miró, y me sondeó. – ¿Y ahora qué?

-          Bueno… – Sonreí con cara de malvado. – Vamos a ver cómo está la gente de ganas. Porque yo he traído unas cuerdas, que conozco un par de chicas a las que les gusta que las ate…