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La muñeca

en Voyerismo

La muñeca

   Abrí la puerta, con cierto temor. Había luz en el interior. Nada más cruzar el umbral, alguien estiró de mí, me empujó contra la pared, cerró la puerta y pasó el pestillo. Cuando vi quien era, me sonreí.

-          ¿Así que eres tú? – Le dije casi con sorna.

   Se giró, me miró de mala manera, y me soltó un bofetón. No fue violento, pero si sonoro, pesado, contundente. Tanto, que provocó un escalofrío que recorrió mi mejilla, pasó por mi pecho, y bajó por mi entrepierna desnuda.

   E inexplicablemente, y en silencio, me corrí.

   Pero… esto comenzó hace ya algunos días. Exactamente cuatro.

   Así que empezaré por el principio. Mi nombre es Jessica. Nací hace poco más de 30 años en Costa Rica, aunque resido en Valencia desde hace más de una década. Aquí terminé mis estudios de Farmacia. Y, bien por suerte, bien por mis conocimientos, o bien… por mis encantos, pronto encontré trabajó en un laboratorio, dónde transcurre la historia que les voy a contar.

   Digo mis encantos porque es evidente que influyen. Y es que mi metro setenta y cuatro con apenas 57 kilos, mi cabello rubio y liso, mi culazo más bien levantado y respingón, y mis pechos operados… no pasan desapercibidos. Soy lo más parecido a una Barbie que encontrarán por ahí. Así es. Soy una muñeca.

   Y además, reconozco que no me gusta pasar desapercibida. Casi toda mi ropa está entre cortísima e indecente por abajo, y entre transparente e indecente de igual manera por arriba. Eso hace que desde que comenzó el verano (en Valencia viene a comenzar la semana de fallas, hacia el 15 de Marzo) haya provocado dos accidentes de coche, y tres de moto, además de un amago de infarto a un señor mayor en un paso de cebra. Que quieren que les diga. Soy así. Me gusta sentirme deseada. Sé que muchos pensarán que soy una calientapollas, una zorra, y mil cosas peores. Pero lo cierto es que a los hombres les gusta mirar, y a mi enseñar. Sufren ustedes mucho más que yo…

   Día 1

   El día que comenzó todo, empezó como cualquier otro. Vivo en la ciudad, con lo que viajo en metro hasta el trabajo. Apenas tengo veinte minutos, y el laboratorio es bastante céntrico, con lo que aparcar es difícil. Me subí al metro poco después de las 7.25. A esa hora el metro ya va a tope. Ese día, vestía una minifalda muy corta, ya sin medias, puesto que estábamos llegando a Junio, y mis largas piernas acababan en unos preciosos zapatos de aguja, de unos 9 cm, lo que me elevaba por encima del metro ochenta. Arriba, una blusa un par de tallas menos de la que me correspondía (era de antes de operarme, pero me gustaba mucho) hacía que los huecos entre botón y botón fueran mucho más amplios de lo debido. Me gustaba ponerme mis gafas de sol, y observar a los mirones desde mi “escondite”. Habían un par de ejecutivos sumergidos en sus periódicos, un treintañero escuchando música, y un par de críos que, haciendo como que jugaban con el móvil, no perdían de vista mi culo respingón. En un momento dado, me agaché como si me molestara la rodilla, y lo hice sin doblarlas. Sé de buena tinta que les ofrecí una visión inmejorable de mi culito respingón sólo adornado por el tanga blanquito. Se confirmó cuando a uno de ellos se le cayó el Smartphone. Yo me incorporé, me giré, y le sonreí al otro. Estaba a punto de caerle la baba. Les hubiera ofrecido más, pero me bajé en la siguiente parada.

   Entré en el laboratorio con diez minutos de adelanto, como suelo hacer. La verdad es que el local está muy bien. Tiene vestuarios separados para hombres y mujeres, y un par de duchas en cada uno. Allí están nuestras taquillas, donde guardamos la bata blanca que utilizamos para trabajar. Cuando llegué, Claudia ya estaba allí. Esa chica es un bombón. Su piel es color café con leche oscuro, casi chocolate. Su pelo, negro como el carbón, como sus ojos. Ronda el metro sesenta y cinco, pero utiliza plataformas hasta como zueco para trabajar, con lo que su altura también es considerable. Y su procedencia colombiana, y sus 25 añitos, le dan una dulzura sin igual.

   Por algo… es la única chica con la que a día de hoy me he acostado.

   Siempre me he considerado hetero, y aunque ella nunca me había ocultado su bisexualidad, la verdad que no me había atraído del todo. Evidentemente, era una belleza, y yo no solo era capaz de apreciarlo, sino que  en alguna ocasión la miraba con deseo, pero no me había planteado ir más allá. Sin embargo, hace tres Navidades, yo lo acababa de dejar con mi ex, y estaba bastante jodida. Mi ex era un capullo integral, con un aparato descomunal, que me tenía enganchada, pero no me merecía. Siempre me ha gustado sentirme deseada, y en lo más íntimo, también sentirme dominada. Pero… todo tiene sus límites, y mi ex no los conocía. El caso es que en la cena de empresa se nos fue la mano con las copas, y acabó besándome. Me dijo al oído que era capaz de hacerme olvidar la verga de mi ex sólo con su boca y sus manos. Y la muy zorra lo hizo. Me dio una sesión de sexo brutal. Me comió entera, lamiendo hasta el último cm de mi piel, abriendo una puerta al placer que hasta ese día había estado cerrada. Sus manos eran delicadas, habilidosas, precisas. Su lengua mordaz, hábil, curiosa. Su cuerpo, tan delicado, contrastaba con aquel lenguaje tan soez que utilizaba. Era diestra con los juguetes, e incisiva con las palabras. Su pequeña boca me susurraba lo puta que era, e hizo que me corriera como una perra mientras su pequeño y fino puño se alojaba casi por completo en mi coñito, proporcionándome uno de los orgasmos más devastadores que recuerdo. Mi culito, ocupado por unas bolas, o por un pequeño plug, o profanado por un finger con una vibración sorda pero constante, me proporcionó varios orgasmos anales deliciosos. En fin, Claudia sabía lo que se hacía. Por aquel entonces yo era bastante inexperta, pero aún sí me esforcé al máximo y le comí el coñito con pasión, aunque no con maestría. Claudia me dijo que le había encantado, simplemente por el hecho de que me había conseguido. Aquel día me quedé a dormir. Cuando me desperté, ella me abrazaba, y me despertó con un tierno beso en los labios. Me levanté, me fui a la ducha, y me despejé. Aclaré mis ideas, y cuando volví a la habitación, aún desnuda, me senté, le dije que me gustaban los hombres, que había pasado una noche fabulosa, y que tal vez algún otro día no me importaría repetir… pero no de continuo. Ella me sonrió, me abrazó, me volvió a besar, y me susurró al oído que su cama siempre estaría abierta para mí.

   Y lo estuvo. Dos Navidades más y unas fallas, para ser exactos.

-          Buenos días, muñeca. – La melodía de su voz me devolvió a la realidad.

-          Buenos días, Claudia. – Le sonreí. Llevaba un mini short con una parte de la nalga por fuera, y una pequeña camiseta de tirantes que enseñaba mucho más que escondía. Sus pechos eran grandes (no tanto como los míos), y firmes, y el bamboleo natural que tenían le daban un aspecto fabuloso. El culazo que se gasta mi negrita apenas cabía en ese mini pantalón. – Nena, si vas así por la calle vas a parar la circulación. – Le dije mientras me reía. Ella puso una mano en la cintura, y se contoneó como si bailara.

-          Mira quién habló, la recatada. – Se puso la bata por encima, dejando un par de botones sin abrochar arriba para que se viera bien su canalillo. Se acercó, por detrás a mi taquilla, mientras yo guardaba mi bolso y sacaba mi bata. Me acarició el pelo, bajó por mi pecho y rozó uno de mis pezones, como por casualidad, y siguió bajando, rozando con la punta de los dedos mi espalda, por una de las nalgas d mi culito, hasta llegar a la piel de mis piernas. – Pero si pareces una Escort, cielo. – La carcajada se escuchó fuera, seguro. Esa caricia había hecho que se me pusiera la piel de punta. Seguramente ella lo había notado, pero no le dio mayor importancia, o no me lo hizo saber. – Vamos, guarrilla, que hay que currar. – Me dio una palmada al culo, y se marchó.

   Cambié mis zapatos de tazón de aguja por unos zuecos con un poquito de tacón, me abroché mi bata blanca, y me fui a fichar detrás de Claudia. Nos fuimos a los ordenadores del almacén, hoy empezábamos allí, y de momento no nos tocaba dispensar. Abrimos sesión con nuestros mails, y preparamos los pedidos. Al poco fueron llegando los chicos que hoy estaban en el mostrador. Eran cuatro, todos jóvenes, y bien parecidos. En el laboratorio buscaban gente competente, pero también con buena presencia. Éramos eficientes, pero también guapos, y eso daba un plus al laboratorio.

   Sergio era el más joven, y también el más tímido. Tendría 22 años, y estaba en prácticas aún. Era un chico de mediana estatura, con mucho acné, y el pelo negro, largo por delante, tanto que le tapaba uno de los ojos, dándole un aire muy interesante para las jovencitas. Apenas hablaba, y cuando lo hacía siempre era con poco volumen. Habías de fijarte en el piercing que cruzaba su labio para saber que lo movía.

   Alberto y Álvaro eran dos clones, típicos chulitos de gimnasio, aunque por suerte con algo de cerebro.  Ambos estarían alrededor del metro setenta, con brazos anchos producto de las pesas, y llenos de tatoos, que cubrían con las batas. La única diferencia es que uno iba rapado al cero, y el otro llevaba una especie de pequeña cresta de color oscuro. Ambos eran atrevidos, y descarados.

   Y Oswaldo… que era una especie de sueño. Un cubano de metro noventa, también con la cabeza afeitada, los ojos verdes esmeralda, y un cuerpo bien moldeado y fibroso. No era especialmente musculoso, pero se notaba que se cuidaba. Su cuerpo color miel había hecho que más de una clienta se pusiera nerviosa en el mostrador, y no pudiera evitar el rubor al pedir preservativos. Creo que alguna le había llegado a pedir si le podía probar uno. Y para rematar al bombón, Claudia aseguraba que tenía una herramienta en la entrepierna como la nueva coca-cola de los bares. Y lo sabía por experiencia.

   El resto de la plantilla lo formaban los jefes. Ramón, un cincuentón bajito y pasado de peso, pero muy buena persona, y con una más que aparente sumisión hacia su esposa. Ana, su mujer, una arpía regordeta que hacía tiempo que no iba a una estilista, que debía lavarse un poco mejor por las mañanas, aunque eso sí, con una visión clara de cómo son los negocios. Y su hijo, Iago, de casi metro ochenta (no se parecía en eso a sus padres), con el pelo castaño y también con unos kilos de más, y que en plena pubertad, ayudaba algunos sábados en el almacén, ya que por motivos obvios no se acercaba al mostrador. A ellos dos, tanto a Ramón como a Iago los había descubierto muchas veces mirándome el culo. A mí no me importaba, y ellos lo disfrutaban. De hecho, a Iago le había una buena sesión el día anterior. Cuando acabamos el día, fui a cambiarme al vestuario. No tenemos costumbre de cerrar las puertas, porque normalmente no nos desvestimos. Pero… Descubrí a Iago merodeando, y buscando un ángulo para verme a través del espejo. Así que ese día, me quité la camiseta para arreglarme los pechos, y me bajé un poco el Short para hacer lo mismo con el tanga. Lo oí tropezar con una caja, y salir corriendo. Hoy aún no lo había visto por allí.

   El día pasó de forma normal, entre risas, con las habituales puyas de Álvaro y Alberto, y la encantadora sonrisa de Oswaldo cada vez que entraba a vernos. Poco antes de mediodía, y como todos los días, llegaron los de la empresa de limpieza. Era una señora de unos 50 años, muy delgada, con aspecto de haber sido guapa de joven, pero bastante demacrada en la actualidad; y la acompañaba una joven, que no superaría los veinte, rubia, con el pelo siempre recogido en una coleta alta, ancha de caderas, y con muchas curvas evidentes que se disimulaban bajo la bata verde. Ambas limpiaban el mueble del almacén donde está el ordenador cuando fichamos y cerramos sesión. Aunque no le di importancia, me pareció que la chica más joven miraba la pantalla. Me giré y ya estaba agachada, limpiando el rodapié. Me encogí de hombros, y me fui a los vestuarios con Claudia. Me quité la bata, y la colgué en la taquilla. Cuando miré hacia el lavabo, por el espejo pude descubrir a Sergio espiándome. Me sonreí y disimulé como si no lo hubiera visto. Cogí mis zapatos, y busqué un punto en el que sabía que tendría una buena vista. Y me agaché sin doblar las rodillas para cambiarme los zuecos por mis zapatos de aguja. Por el tiempo que dediqué, el chico no habría visto sólo el tanga adornando mi culito, sino que le había dado una buena visión de mis labios marcados en mi tanga. Me levanté e hice la intención de girarme, pero sólo vi el final de la bata desapareciendo por el marco de la puerta. Me sonreí justo en el momento en que Claudia pasaba por mi lado y aprovechaba para sobarme bien el culo, como hacía casi siempre.

-          Los chicos se quedan a comer. ¿Comemos con ellos, no? – Claudia y yo comíamos siempre juntas, ya que si iba a casa tenía el tiempo demasiado justo. Le asentí, y le sonreí. – Venga, pues vámonos y los esperamos en el bar, que están cerrando.

-          Vale. – Cogí mi bolso, guardé mis zuecos en la taquilla, y seguí a la mulata.

   Salir a la calle las dos juntas era un escándalo. Llamábamos tanto la atención, que con lo que me gusta que me miren, a veces me resultaba violento, en el sentido que había hombres, y también mujeres, que dejaban de hacer lo que fuera para observarnos. Fregar, comprar, mirar el móvil, o lo que era peor, conducir. O dejar de mirar hacia delante mientras andaban. Lo que provocaba no pocas situaciones graciosas, y a veces peligrosas. Por suerte, el bar estaba apenas a 300 metros del laboratorio. Entramos y  Susana, la camarera, ya nos esperaba. Nos sentó en una mesa para seis que tenía preparada. Me senté en la esquina, y crucé mis piernas, bajando después la mini todo lo q podía, q era nada. Lo hice más por apariencia que otra cosa. Si me movía, cualquiera podría ver mi tanguita blanco de encaje, cosa la verdad que me importaba más bien nada.

   Los chicos llegaron enseguida. Alberto y Álvaro se sentaron a ambos lados de la mesa, junto a mí, y comenzaron a lanzarme improperios de inmediato. No tendría nada con ellos. No me gustan los mazas. Eran muy simpáticos, la verdad, y buenos chicos. Pero no eran mi tipo. Tampoco sé exactamente cuál es mi tipo. Pero sí sé cuál no lo es. Oswaldo por su parte tonteaba a Claudia todo lo que podía, a ver si caía de nuevo. No perdía ojo de su generoso escote (por llamar de alguna manera a aquel escándalo de blusa), y si lo hacía era para sonreírme si me descubría mirándole. Y Sergio estaba entre Oswaldo y Alberto, frente a Claudia. Callado, como siempre, lanzando miradas fugaces a todos. Desde luego, éramos un grupo de lo más variopinto. 

   La comida fue amena, divertida, picante, como lo era siempre. Excepto Sergio, que sólo se sonreía de algunas ocurrencias, pero que apenas participaba, el resto se mandaban mensajes subiditos de tono. En un momento dado, Claudia dijo algo relacionado con su bisexualidad, y como le gusta a ella que las chicas se lo coman. No pude evitar recordar la primera vez que le comí el coñito, como me indicaba como hacerlo, como una maestra, diciendo dónde lamer, dónde morder, donde chupar, dónde apretar, dónde rozar. Me enseñó muy bien. Me dijo que había probado muchas chicas, pero que nadie se lo había comido tan bien en una primera cita. No sé si solo lo hizo para hacerme sentir bien. Si fue así, funcionó. El caso es que mientras contaba sus intimidades en la mesa, me lanzó una mirada furtiva, y no pude evitar notar como mi vagina se humedecía. Notaba que un calorcito desde mi interior luchaba por respirar, por buscar una salida. Si me quedaba allí dos minutos, mojaría mi tanga, y hoy mi falda era demasiado corta para no llevar. Ese pensamiento aún me calentó más. Noté que sería difícil no mancharme. Me hice la despistada, y me levanté.

-          Disculparme chicos, voy al baño. – Sonreí, intentado ocultar mi rubor. Cuando me encaminé hacia el fondo del local, descubrí en una mesa junto a nosotros a las dos limpiadoras, que me miraban y me saludaban con la cabeza al pasar. Posiblemente lo hubieran oído todo. Bueno, mejor para ellas.

   Entré al baño. Era un pasillito con un lavabo, y dos puertas, una para hombres y otra para mujeres. Era un bar, pero la verdad es q estaba bastante limpio. Cerré la puerta con pestillo, y respiré hondo. Me bajé el tanga. Apenas una gotita. Bueno, eso era asumible, pero no iba a quedar así, eso ya lo sabía yo. Me lo quité, lo dejé encima de mi bolso. Me apoyé contra la puerta, levanté una pierna y la apoyé en el wc, y comencé a masturbarme. Empecé lento, gustándome, pero pronto lo hice de forma casi salvaje. Tampoco podía estar allí diez minutos. Desabotoné la blusa, me metí una mano y me machaqué uno de los pezones, como a mí me gusta. Con la otra mano, estiraba y pellizcaba mi botoncito, y lo alternaba metiéndome con presteza el dedo corazón en mi cuevita. En un par de minutos noté como el calor me invadía y dejé escapar un gemido. Y después otro. Y otro más. Así hasta que me corrí entre gemidos, más o menos contenidos. Ni me enteré de que la puerta del pasillo se había abierto, y que alguien estaría fuera esperando, junto al lavabo. Saqué mi dedo del coñito, lo chupé, lo volví a meter, lo volví a chupar, me relamí, y cogí papel para limpiarme. Una de las cosas que me había enseñado Claudia era que esos fluidos que producimos las mujeres al corrernos están deliciosos. Los propios también, por supuesto. Y desde que lo descubrí, no puedo dejar de chuparlos, de degustarlos… Es néctar para mi boca.

   Me coloqué de nuevo el tanga, me arreglé la falda, vacié la cisterna, y abrí la puerta. Al hacerlo, la limpiadora jovencita estaba secándose las manos en el lavabo. Pensé que quizá me abría oído, pero no le di mayor importancia.

-          Hola. – Le sonreí. Aún me arreglaba el escote, y me bajaba la falda para ponerla en su sitio cuando salí

-          Hola. – Respondió ella. Hizo un gesto con la cabeza de pasar al baño, y se acercó a mí, como si quisiera evitarme, pero lo cierto es que me rozó muy bien el culo. Tanto…. Que yo diría que no fue casual. – Huy, perdón… – Dijo ruborizada. Y se introdujo en el baño.

   Me lavé las manos, me sequé, y cuando iba a salir, se me ocurrió una cosa. Era una chiquillada pero… me dio morbo. Abrí la puerta como si fuera a salir al comedor, pero me quedé dentro en silencio. Cuando la puerta hizo el ruido de cerrarse, apoyé la oreja contra la puerta del baño de mujeres. Primero el ruido típico de ropa moviéndose, y luego… gemidos. Varios, y fuertes. Me separé de la puerta con una sonrisa, y me salí al comedor. No quería que me descubriera allí. La verdad, aquello me alegró el día. Me gustaba sentirme deseada, y a estas alturas no diferenciaba si por hombres o mujeres. Fui a la mesa, tomamos café, y volvimos al trabajo.

   Esa tarde… llegó el primer mail.

   Cuando fui a desconectar mi sesión, comprobé que tenía un mail en el spam. La verdad, no me llega nada nunca, ya que sólo lo utilizamos internamente. Los proveedores y los clientes lo mandan todo a un mail genérico, y es la jefa quien se ocupa de reenviarlo a quien considera para que se prepare o se distribuya, según el caso. Por eso resultó raro. Abrí la carpeta. Era un mail sin asunto, de una dirección muy rara, y el cuerpo del mensaje sólo tenía una palabra:

“From: yosoyquienteobserva@gmail.com

 To: Jessica

                 (Sin asunto)

                 Zorra.”

   La verdad, mi mail era correcto, pero estaba convencida de que había sido un error, así que no le di mayor importancia. Dejé mi bata en la taquilla, me calcé mis tacones y me fui al metro.

   A esas horas la gente vuelve de trabajar y algunos estudiantes vuelven de la universidad, aunque hay menos ajetreo que por las mañanas. Entré y observé el metro. Enseguida me fijé en un grupo de cuatro o cinco “chulitos”, que se reían mientras miraban a un chico gordito que se sentaba solo, en frente. El chico era un adolescente, de pelo lacio y alborotado, y su vestimenta era un poco cutre. Su madre tenía que dejar de ponerle bocadillos una temporada, y también le hacía falta un cambio de look, pero tenía cara de inteligente. Los otros chicos se burlaban de sus pintas. Fui decidida, de camino me abrí un botón de la blusa y me senté junto al chico. Los chulitos se callaron casi de inmediato. Noté que el chico se ponía nervioso en cuanto me senté y crucé las piernas. Bien es cierto que casi todos podrían verme el tanga en esa postura. Miré a la criatura, y vi que jugaba al apalabrados. Saqué mi móvil, e hice como que me frustraba. Le miré, le puse una mano en la pierna, y le hablé.

-          Hola, guapo. Jo, ayúdame. – Le dije con la voz más sensual que pude.- Intento descargarme ese juego, pero no lo encuentro, no sé qué hago mal. – Lo dije gesticulando, de forma que mis tetas se movían de forma hipnótica. El chico no podía dejar de mirarlas. – Me ayudas, porfa… – Lo dije con cara de buena, y lo más ronroneante que pude. Noté enseguida como el chico se excitaba.

-          Esto… sí, claro, déjame el móvil… – Casi se le cae mi Smartphone al cogerlo, del temblor. Abrió el market, y enseguida lo tuve instalado. – Toma... ya lo tienes.

-          Gracias!!! – Le dije con alegría, mientras lo abrazaba restregando mis tetas todo lo que podía en él. Los otros chicos se morían de envidia. Por último lo besé en la mejilla. Lo miré, y seguía rojo como un tomate, pero no dejaba de mirarme el escote. Se me ocurrió ir un poco más allá. – Hui, perdona… – Dije con cara de inocente. Me guardé el móvil, y con ambas manos me cogí las tetas. – Es que me las puse hace unos días, y aún no las controlo. – El chico me miraba alucinado. No os cuento como me miraban los chulitos. – No sé si me he pasado de grandes. ¿Tú qué crees? – Antes de pudiera reaccionar. Le cogí las manos y las puse en mis tetas. – Toca, toca. Están duras, pero igual son un poco grandes, ¿no? – Pobre chico. Estaba rojo como un tomate, y con una erección de competición, pero a los pocos segundos empezó a sobármelas bien. A dos de los chulitos se les cayó el móvil. Babeaban, literalmente.

-          Están… Perfectas. Maravillosas… – Se  quedó parado, alucinado, hipnotizado por mis pechos, hasta que unos segundos después, sé que con pena, retiró las manos.

-          Jessica. Me llamo Jessica. Pero tú puedes llamarme Jess. – Entonces aún se me ocurrió otra cosa. – Espera. ¿Me dejas tú móvil? – No le di tiempo a responder. Salí del Apalabrados, puse la cámara, me arrimé lo que pude a él, e hice una foto en la que juntábamos nuestras caras y salía mi escote bien grande. – ¡Chipssss! – Dije con alegría.  Le sonreí, la foto estaba chula. – Toma, esa de recuerdo, que te lo has ganado. – Le di un beso de nuevo en la mejilla, y dejando a los chulitos con un palmo de narices, me levanté para irme hacia la puerta. Antes de salir, dos de ellos se habían cambiado de asiento y le pedían al gordito que les enseñara la foto.

   Bajé del metro y me fui a casa. La verdad que aquello me había calentado. Llegué, me di una ducha, y con el chorro bien fuerte y templadito atacando directamente a mi coñito, me corrí en silencio. No fue intenso, pero sí dulce y placentero. Me hice una cena ligera, y viendo una serie me dormí.

  

   Día 2

   El día siguiente llegué al curro, como siempre, con un poco de antelación. Abrí mi sesión, y allí había de nuevo un spam. Abrí la carpeta, y otra vez el mismo remitente.

“From: yosoyquienteobserva@gmail.com

 To: Jessica

                 Asunto: Zorra

                Hola, muñeca. No tienes bastante con calentar a todos en el curro, que tienes que seguir haciéndolo en el bar, y después en el metro. Eres una zorra de competición. Te gusta exhibirte, mostrarte, que te deseen. Eres una muñequita a la que le gusta que la miren. Sí, eso es. Eres una muñeca muy puta.

No te asustes. Evidentemente, si quisiera hacerte daño ya lo habría hecho. Sólo que creo que lejos de intimidarte, este mail hará que te excites. Porque te conozco bien, muñeca, y eres muy zorra, y cuando descubras que alguien se excita mientras te espía, aún lo harás más. Incluso mañana, para demostrarme que eres una putita que le gusta que la observen, irás sin sujetador a trabajar.

                Espero ver que tengo razón.

                Te deseo.”

 

   Al principio me asusté. Me gusta sentirme observada, admirada, espiada incluso, pero me gusta ver quién es. Quiero notarlo. Lo que me excita es esa sensación de deseo en la mirada. Y me da igual que tenga 14 que 80 años, que sea hombre que mujer. Es ese deseo primitivo lo que me pone muy cachonda. Y lo cierto es que en partes de ese mail notaba ese deseo primitivo. Y por otra parte, el que me retara a hacer esas cosas denotaba que o bien sabía demasiado de mí, cosa improbable, o bien era muy atrevido o atrevida. Cualquiera de ellas me valía también para encenderme más. Y me excitaba como una perra en celo que alguien me espiara mientras me “obligaba” a cumplir sus deseos.

   El día pasó como cualquier otro, con la diferencia de que yo miraba hacia todos lados, más ansiosa de lo habitual. Quería descubrir a mi mirón detrás de las miradas de deseo que me acariciaban, que me desnudaban, que me excitaban. Pero eran tantas… Además, ese día, me acerqué mucho al mostrador, con lo que hubieron muchas más miradas de deseo de lo normal. Al final del día, al desconectar mi sesión vi que no había mail, así que algo más tranquila me volví a casa. Aún así, tanto en el metro como hasta llegar, estuve algo más recatada de lo que acostumbraba.

   Al llegar a casa me oí jadear. Por una parte había andado sin darme cuenta bastante rápido, como si huyera de algo o de alguien. Y por otra… mi excitación iba en aumento. ¿Por qué coño me excitaba que alguien me espiara? ¿Cómo era eso posible? La verdad, no tengo ni idea. Pero el caso es que cuando me quité mi ropa y me saqué mi tanga… estaba húmedo. Lo olí. Me encanta el olor de los fluidos femeninos. Y el sabor. Desde que me acosté con Claudia es una cosa que me vuelve loca, que me excita como una loba, y lo echaría mucho de menos, si no fuera porque me gustan también los míos. Así que me fui a la mesita de noche y saqué un amiguito de 25 cm y del grosor de un bote de Red Bull que guardo para mis noches de vigilia. Y con él apagué mi ardor. Al terminar lo lamí con presteza, y mientras lo hacía mezclaba en mis fantasías la polla de mi observador, con el sabor de Claudia. Y así, bien relajadita, me hice algo de cena, me acosté, y me dormí tras leer un rato. Esa noche soñé con sombras. Sin rostro. Sin cuerpo. Solo una boca que susurraba palabras soeces. Palabras que me acunaban, que me invadían. Palabras que me seducían… y me hechizaban.

   Día 3

  Nada más levantarme noté el calor de mi interior. Me toqué la vulva, y la noté húmeda. Me introduje un dedito y lo chupé. Joder. Lo iba a hacer. Lo había soñado. Lo sabía en cuanto lo leí. No iba ni a intentar negarlo. Saqué un mini short con las nalgas al aire, me puse un tanga de hilo negro de encaje debajo, y una blusa con la espalda descubierta. Como ya os dije, mis tetas no necesitan sujeción, pero me pongo sujetador sobre todo para no marcar los pezones. No es que los tenga enormes, pero cuando me excito, o cuando tengo frío, se me ponen tiesos como puntas de flecha, y además de que se marcan en la ropa, el roce me pone a cien. Lo acompañé todo por unos zuecos de plataforma, como de 8 cm. Iba matadora. De infarto. Para subir al metro, cogí una torera negra. El aire acondicionado allí es fuerte. Y así, vestida para matar o que alguien muriera en el encuentro, me fui a trabajar.

   En el metro ya tuve el primer altercado. Cuando me subí, no había sitio en el vagón, con lo que tuve que quedarme de pie. El aire estaba a tope, pese a ser las 7.30 de la mañana. La torera no se podía atar, con lo que el simple hecho de levantar el brazo para coger la barra, ya hacía que mis pezones coronando mis enormes mamas señalaran a todo el que miraba. No pude hacer otra cosa que sonreír. Estaba así porque un desconocido que me espiaba me lo había pedido. En frente mío había un hombre que no me quitaba ojo. Llevaba un Smartphone en la mano, pero lo hacía descaradamente para disimular. Yo me hacía la despistada. Me ajustaba la torera, me removía, mordía el labio inferior, como si estuviera inquieta. Él se arreglaba el bulto del pantalón a escondidas. Aproveché que entró un montón de gente para cambiar de barra, y situarme a su lado, a escaso 15 cm de él. Olía bien, a perfume caro. Tenía algunos kilos de más, pero su aspecto era bueno. En el acelerón del metro aproveché y me abalancé sobre él, golpeándolo con mis tetas en el pecho. Se sobresaltó tanto que se le cayó el Smartphone. 

-          ¡Disculpe, lo siento! – Le dije con cara de niña buena y con la voz más melosa que pude. Visualicé su móvil, porque él no podía moverse, me giré, y me agaché para recogérselo. Aproveché para ponerle el culito en su bulto, ahora ya prominente.  Por supuesto, me costó recogerlo más de lo debido. Cuando levanté, el hombre estaba rojo como un tomate. – Aquí tiene.

-          Gra… gra… gracias. – Acertó a balbucear.

   Me giré, dejándole la vista de nuevo en mi trasero, hasta que en la siguiente parada, la mía, me bajé. Caminé por la acera como siempre, hasta llegar al curro. No pasó nada aparte de las típicas miradas, hoy aumentadas por mi escueta ropa y mis señales horizontales. Cuando entré por la puerta, aún no había nadie. Oí a Ramón y a Ana discutir por los precios de un proveedor, y como ella les iba a apretar las tuercas. No me extrañaba nada.

    Cuando entré a los vestuarios, tuve una sensación extraña. Como si alguien me observara. Posiblemente tenía que ver con los mails, pero… no podía quitarme esa sensación. De hecho, cuando metí la torera en mi taquilla me giré de golpe, esperando encontrar a alguien. Pero no lo había. Al cabo de unos segundos oí la puerta de la calle, y Claudia entró dónde yo estaba. Traía un vestido veraniego, sin mangas, con bonitos colores, con bastante vuelo. Simplemente espectacular. No pude evitarlo. La miré de arriba abajo, perdón, la admiré, y cuando llegué a su boca me sonreía. Yo también lo hice. Y no pude menos que morderme el labio inferior. Estaba caliente. Para que negarlo.

-          Buenos días, muñeca. – Me dijo en tono sugerente. – ¿Qué ha pasado hoy? – Se acercó demasiado, y señaló mis dos pezones. Sus dedos se quedaron a un par de centímetros de mi blusa. De nuevo sin poder evitarlo, jadeé. Fue despacito, pero Claudia lo notó. Me miró, avanzó un pasito, hasta que las yemas de sus dedos tocaron mis fresitas. No me aparté. Hice intención de hacerlo, pero ella se acercó más, invadiendo mi espacio.– Me da que hoy mi rubita tiene ganas. ¿Estás cachonda, putita? – Los dedos pulgares se sumaron a los índices, y me los estimuló un poco. Acercó su boca a la mía, y sacó la lengua. Al principio me hice la reticente, pero entonces ella me agarró fuerte del culo y me apretó hacia ella. Abrí la boca, y la recibí con mi lengua. Mi resistencia apenas había durado que ella se pusiera un poco más “agresiva”. Estuvimos unos segundos jugando con nuestros apéndices, simplemente dándonos golpecitos, hasta que Claudia cogió la mía y comenzó a chuparla como si fuera un pene. Yo estaba fuera de control. Su mano derecha había desabrochado mi mini short. Yo hacía como que quería pararla, pero en realidad lo deseaba. Ella acariciaba mi coñito, aunque la estrechez de la ropa no le daba amplitud de movimientos. No obstante, con eso y un par de pellizcos en mi pezón que hizo que me estremeciera, fue suficiente para correrme. Lo hice en silencio, jadeando dentro de su boca, mientras chupaba mi lengua. Oímos la puerta cuando casi era tarde.

-          Hola, chicas. Que madrugad…. – Oswaldo se quedó a media frase, ya que nosotras estábamos demasiado cerca. No llegó a ver nada más que yo sofocada, ruborizada, mi short desabrochado, mis pezones erectos,  y a Claudia relamiéndose. Yo me giré, pero Claudia se lo quedó mirando.

-          ¿Vas a estar ahí todo el día, mirón? – Claudia se lo dijo con guasa.

-          Sí, por favor. – Respondió él con más si cabe.

-          Venga a cambiarte, bombón. – Claudia se lo dijo mordiéndose el labio. Se giró hacia mí y me habló. – ¿Y esto, Jess? ¿Venir provocando? ¿Dejarte hacer? Joder, que a mí me encanta ya lo sabes. Por mí, lo haríamos todos los días… y también todas las noches. – Me sacó una sonrisa. – Pero  me extraña, joder. ¿Pasa algo? – Decidí mentirle un poco. Ni siquiera yo sabía porque lo había hecho.

-          Claudia… hace tiempo que no tengo sexo con otra persona. Llevo unos días calentándome en el metro, y hoy… pues has venido hermosa, y yo estaba caliente. Ya está. Eso sí, por favor… Ha sido un impulso. No quiero que pase más en el trabajo. ¿Vale? – Me acerqué y la abracé. – Fuera… ya veremos para Navidad. – Le dije con sorna.

-          EH! ¿Cómo que a Navidad? ¿Y este calentón quien lo paga? – Me dijo entre risas.

-          Mmmmm… ¿Oswaldo?

   Aquello ya desató las risas completas de mi mulata. Ella ya se había acostado con Oswaldo alguna que otra vez, y siempre me decía que era un cañón. Me abrazó, y noté que se entretenía más de la cuenta, disfrutando de mis fresitas en su pecho. La separé. Y le di un besito en los labios. Me giré, me soltó una palmada en la nalga. Me hice la ofendida, pero le saqué la lengua y me sonreí. Cogí la bata, y nos fuimos hacia el mostrador. Abrí mi sesión… pero no había nada. Así que, aunque no puedo negar que estaba un poco decepcionada, abrimos el laboratorio y nos dispusimos a trabajar.

   Durante todo el día no hice más que mirar hacia mi bata, a ver si mis pezones se marcaban. Estaba cachonda. Incomprensiblemente caliente. En varias ocasiones noté que tonteaba con clientes, cosa que ya no era tan habitual en mí. Con mis compañeros sí, pero con los clientes no solía hacerlo. Claudia me lanzaba miradas furtivas, se divertía al verme. Sabía que estaba excitada, y yo sabía que eso causaba el mismo efecto en ella. Oswaldo, que también tenía turno con nosotras, tampoco perdía ojo. Todo aquello me producía ardor, sofoco, tanto que tuve que desabrochar un par de botones de mi bata, dejando un canalillo poco prudente para un laboratorio farmacéutico. Pero me daba igual. Ese día sí.

   Y no cambió en todas las horas en las que estuve allí. Los clientes se sucedían. Mis escarceos también. Roces con Claudia, y con Oswaldo, tantos que daba pie a pensar en algo más. Y la verdad que ese día… no me hubiera importado. Y ni en la comida, ni durante la tarde, la cosa cambió, aunque si bajó mi intensidad. Al no pasar nada distinto, mi nivel de excitación bajó un poco. Creo que me sentí un poco frustrada. Esperaba tal vez algún movimiento de mi espía, dándose a conocer, diciéndome cuánto me deseaba… pero no se produjo. Cuando terminamos el turno, y fui a desconectar mi sesión… en el spam había un nuevo correo.

   “From: yosoyquienteobserva@gmail.com

 To: Jessica

                 Asunto: Muy zorra

 

   Vaya, vaya con la muñequita. Ya sabía que no me equivocaba contigo, cielo. Ya sabía que eras una puta estupenda. Una zorra de competición. No sólo te gusta que te miren. Vas mucho más allá, y te excita que te espíen, y además, ¡te pone que un desconocido te de órdenes! Jajajaja. Sabía que detrás de esa pinta de muñeca intocable, había una furcia a la que le encanta que la soben en el metro, como esta mañana, o provocar a jovencitos como ayer tarde, o enrollarse con compañeros de trabajo, como esta mañana… Te voy a decir una cosa. Tú aún no lo sabes, pero acabarás pidiéndome que te folle.

  De momento, mañana no vengas con pantaloncitos. Ponte una mini de esas que sueles gastar. Pero… no te pongas tanga. No te pongas nada. Vas a tener cuidado, o todos en el metro y en el curro van a descubrir pronto lo zorra que eres…

   No me falles.

   Te deseo.

 

   Jadeaba. Apenas podía respirar, mezcla de miedo, excitación y deseo. ¡¡¡Esa persona me espiaba en todas las facetas de mi vida!!! Eso era tan improbable como inverosímil. Pero el caso es que sabía esas cosas, y eso significaba que me había seguido, y me había espiado. Dios, como me ponía eso. Joder, ¿por qué? No podía controlarlo. Dejé el ordenador, y me fui hacia el vestuario. No me había dado cuenta, pero leyendo el mail me había quedado aparentemente sola. Oí un ruido en los vestuarios de hombres. Sería al que le tocaba cerrar caja. Creo que ese día le tocaba a Oswaldo. Me quité la bata, y la colgué. Estaba acalorada, caliente, casi encendida. Aunque no solía hacerlo, decidí darme una ducha. Siempre tenía una toalla y algo de ropa interior en la taquilla, aunque no llevaba más ropa. El caso es que necesitaba refrescarme antes de salir de allí. Me quité la ropa, cogí la toalla y me metí en la ducha. Me metí bajo el chorro de agua fría, disfrutando del contraste de mi cuerpo encendido con la temperatura del agua que corría por él. No me di cuenta de cuando empecé, pero cuando lo hice ya me metía el tercer dedo en el coñito. Los sacaba, los chupaba, y los volvía a meter. No estaba siendo suave. Más bien era muy brusca. Me masturbaba de forma casi violenta. Y claro, tampoco me percaté de que mis gemidos posiblemente se oirían en cualquier lugar de un laboratorio en silencio. Tampoco me di cuenta de que Oswaldo entró en los vestuarios, pero no me habló hasta que me miraba a través del espejo.

-          ¿Necesitas ayuda, muñeca? – Me dijo con su tono más cubano. Me miraba, y yo no se la aparté. Seguí masturbándome mientras lo miraba, cada vez con más fuerza. Al final no me resistí. Deseaba tener una polla en mi interior, y no un juguete de látex. Necesitaba el contacto de otra persona. Ya lo había tenido con una chica. Ahora deseaba un hombre. Le hice un gesto con el dedo para que entrara en la ducha. – No te arrepentirás muñeca.

-          Vamos, papito. Enséñame eso que escondes ahí. – Me arrodillé incluso antes de que entrara en la ducha. Se había quitado la ropa, y se acercó solo con el slip, que ya marcaba un aparato importante. Cuando llegó a mi altura le bajé el slip y un pollón de veintitantos, y de un grosor considerable saltó como un resorte. – Mira mi cubanito que regalo más sabroso escondía. – Abrí la boca, y mirándolo a los ojos comencé a tragar todo lo que pude de aquel rabo glorioso. De primeras no era capaz de llevármelo mucho más allá de la mitad, me faltaba el aire, ese glande enorme colapsaba mi garganta. Lo saqué, lo miré, y lo lamí desde la base hasta la punta, pasando toda la lengua por la parte más sensible, para acabar rodeando aquel glande amoratado de la hinchazón, de la excitación. Parecía una manguera a punto de estallar. A punto de reventar por mí. – Mmmmm… Que rico, bombón. Me parece que luego me daré un buen banquete. – Lo masturbé un poco, le levanté la polla y le lamí las pelotas, con gusto, recreándome, sin dejar de pajearlo. Oswaldo no dejó de mirarme, y de acariciarme. Y yo… sentí que me faltaba algo. Pensé que necesitaba sentirlo dentro, así que me levanté, me apoyé contra la pared, y mientras el agua caía sobre mi espalda y bajaba por mis caderas, le dije – Vamos, campeón, méteme esa hermosura, que lo estoy deseando.

-          Llevo años deseando esto, cielo. Y ahora te lo voy a dar. – Apoyó su mano sobre mi trasero, y poco a poco introdujo su falo por mi coñito. Notaba como me llenaba, como mis paredes vaginales se abrían para recibirle, para rodearle. Oswaldo empujaba con ganas, mientras me acariciaba las tetas. – Cielo, eres preciosa. Una princesa hermosa, una bella doncella, una muñeca fabulosa. – Jadeaba mientras me piropeaba. Yo notaba como él estaba a punto de irse. Sin embargo… yo no. Por alguna extraña razón, y pese a que el aparato de Oswaldo era considerable, algo me faltaba para el orgasmo. – Vamos, mi amor, me voy a correr.

-          Y yo, cielo. – Le dije instintivamente. No era cierto, pero me salió así. Estaba disfrutando, pero lejos aún del orgasmo. Fingí, como hacía tiempo que no lo hacía. – Oh, sí, papito. Sí, dámelo rico. – Le dije.

-          Me voy, cielito. Me voy, amor. – Me la saqué, me giré, y comencé a pajearle hacia mis tetas. – Toma, mi vida. Toma, mi amor. Aaaahhhhhhhh!!!! – Y se corrió abundantemente sobre mis pechos. – Qué bueno, cielo. Qué bueno…

-          Sí, Oswaldo, fabuloso. – Mentí. Paré la ducha, y le miré. – Oswaldo, esto ha sido hoy. Puntualmente. Estoy excitada, y lo necesitaba. Pero no se va a repetir en ningún caso dentro del curro. Y fuera… de momento tampoco. Espero que lo entiendas. – Me acerqué y le di un beso en los labios. El sonrió, aunque noté cierta decepción en su mirada.

-          Claro, cielo. – Lo dijo con resignación, pero recompuso su mejor sonrisa cubana y añadió. – Eso sí, mi amor. Si me necesitas, estaré esperándote. – Le sonreí, cogió su slip, dio media vuelta y se marchó.

   Terminé la ducha en silencio. ¿Qué había pasado? Estaba a punto de correrme con mis deditos, se presenta un ángel mulato con una coca-cola entre las piernas, que además lo hace bien, suavecito, rico… Y tenía que fingir el orgasmo. Estaba muy confundida. Terminé de ducharme, cogí un tanga de reserva de mi taquilla, me calcé mi minúsculo short y mi blusa, y me fui a casa.

   Esa noche, al principio me costó dormir. No podía dejar de pensar en la cantidad de cosas que me habían pasado ese día. Pensé en Claudia, en como con apenas dos roces y dos pellizcos había hecho que me corriera, y sin embargo a Oswaldo, al que sin duda deseaba más, no lo había hecho. Recordé el mail. Palabra por palabra. Y de nuevo, sin darme cuenta, tenía un par de dedos en mi interior. Recordé como me llamaba. Recordé como me sentí cuando lo leí. Y me corrí en apenas unos segundos. El sueño me invadió justo cuando acepté que al día siguiente saldría sin bragas de casa.

   Día 4

   Ni me lo replanteé. Después de toda la noche soñando que una sombra sin forma definida me follaba como nadie lo había hecho jamás, ni me lo pensé. Me duché al levantarme, me depilé el coñito, me puse unos zapatos de tacón, y lo adorné con una blusa azul. Estaba tan excitada, que decidí que hoy tampoco llevaría sujeción en mis pechos. Cogí mi bolso, y con ese aspecto tan salvaje d femme fatale me fui al metro.

   Era viernes, con lo que había más gente de lo habitual. Las miradas eran de escándalo. Había algunos chicos que disimulaban e intentaban hacerme fotos. Yo sabía que no podían ver nada, pero es que la imaginación es muy traicionera. Y ese día… yo iba matadora. No vi a nadie conocido hasta la segunda parada. Al bajar una andanada de gente, descubrí al gordito del Apalabrados. Me miró, le sonreí, y disimuladamente me acerqué, hasta quedar a un escaso medio metro. A su lado me pareció que iban dos de los chicos que el otro día se burlaban de él.  Lo miré, le señalé el móvil, me miró, hice la señal de q se preparara para hacer una foto, y me llevé el dedo a la boca en señal de silencio. Creo que lo entendió, porque sacó su móvil y vi como desde el lateral le quitaba el volumen. Lentamente, me giré, dejé caer mi bolso, y me agaché, como siempre, sin doblar las rodillas. Sabía perfectamente que aquel mocoso acaba de fotografiar mi culito, y con suerte para él, también mi rajita. Me giré, me acerqué más de lo debido, él se perdió en mi escote y yo miré la pantalla de su móvil. Mis larguísimas piernas coronadas por una increíble estampa de mis intimidades llenaban la pantalla. Le sonreí, le di un beso en la mejilla, y me dirigí a la puerta. Cuando me giré para saludarle y despedirle, vi como uno de sus amigos se tapaba una enorme mancha en el camal del pantalón.

   Y con esa sensación de ser capaz de provocar un deseo salvaje me encaminé al trabajo. Entré rápidamente, dejé mi bolso, cogí mi bata, me fui al ordenador, abrí mi correo… pero allí no había nada. Estaba deseosa. Sedienta. Sobreexcitada. Además, me volvía a tocar mostrador. Y si ya había zorreado el día anterior, hoy podía ser de escándalo.

   Y así fue. El laboratorio es grande, y lo forman cuatro mostradores independientes. Desde cada uno de ellos no se puede ver el otro. El mío, uno de los laterales ese día, es de los más escondidos. Así que allí podía ser atrevida sin demasiado recato. No evité ni un solo contacto. Salía a los expositores siempre que podía, y provocaba los roces, cuando no era al revés.

   A mitad mañana no podía más. Dije que me iba al baño, pero pasé por la taquilla. Miré que podía valerme. Al final me decidí por un pequeño bote de Champú. Me fui al baño, me levanté la falda, y me metí directamente tres dedos. Estaba encharcada. Los chupé. Sabían deliciosos, saladitos, tan densos… Cogí parte de mis fluidos, y los llevé a mi trasero. Posicioné en la entrada el botecito de champú… y empujé hasta que estuvo dentro. Eso me provocó un buen gemido, aunque confiaba en que nadie más estuviera en los vestuarios. Apenas me toqué unos segundos me corrí de la forma más silenciosa que pude, aunque no pude evitar algunos jadeos. Recuperé mi respiración, salí del baño, me arreglé frente al espejo, y salí de nuevo al mostrador.

   El resto de la mañana transcurrió de forma similar. Al menos cuatro clientes se fueron con la certeza de que no llevaba ropa interior. Seguí calentando a chicos, señores, niñas, jóvenes, señoras… cualquiera que me miraba con una sonrisa, y yo adivinara que podía esconder deseo. Estaba desatada. Entré a revisar mi correo una docena de veces. Aquello estaba pasando de castaño a oscuro… Pero nada sucedió. A mediodía, cerramos las puertas, y al desconectar la sesión con mi mail, en mi carpeta de spam un 1 en rojo encendió mis mejillas, aceleró mi pulso y humedeció de forma salvaje mi entrepierna. Respiré hondo y lo abrí.

   “From: yosoyquienteobserva@gmail.com

 To: Jessica

                 Asunto: Muy pero que muy zorra

   Muñeca, estás desmadrada. Al gordito del metro le va a dar un infarto. A Don Javier, cuando le has enseñado tu coñito depilado, con 80 años que tiene, casi le da otro. Lo de ayer con el cubano… en fin. Vamos a pararlo, porque necesitas alguien que te controle. Eso sí. Lo vamos a parar a mi manera.

   Tú quieres saber quién soy. Quieres saber a quién sueñas, a quién deseas. Deseas que te folle. Dímelo, eres mi muñeca. Y dímelo ahora. Si no, desapareceré. Tienes cinco minutos.”

  

   Me quedé de pie. Perpleja. Leyendo una y otra vez aquellas palabras.

   La verdad, me costó poco decidirme.

                “From: Jessica

                To: yosoyquienteobserva@gmail.com

                Asunto: RE: Muy pero que muy zorra

                Soy tu muñeca, y deseo que me folles.”

 

   Le di a la tecla de enviar. Contuve la respiración durante unos 20 segundos. Más o menos en un minuto llegó la respuesta:

   “From: yosoyquienteobserva@gmail.com

 To: Jessica

                Sabía que lo harías, muñeca. Espera que se vayan todos a comer, y ves a los baños que hay al final del almacén, al de disminuidos físicos.

   Me hice la remolona en el vestuario. Le dije a Claudia que hoy comía con una amiga. Se extrañó, pero acabó marchándose. En cuanto lo hizo, y comprobé que no había nadie más, a excepción de las limpiadoras que estaban en los mostradores, me encaminé decidida hacia los baños. Eso sí, la excitación hacía que temblara como un flan, y que la respiración se me acelerara, haciendo que mi corazón bombeara la sangre con fuerza. Con esa sensación de agobio, pero con la excitación por las nubes, me paré frente a los lavabos, respiré hondo, y decidí entrar.

    Abrí la puerta, con cierto temor. Había luz en el interior. Nada más cruzar el umbral, alguien estiró de mí, me empujó contra la pared, cerró la puerta y pasó el pestillo. Cuando vi quien era, me sonreí.

-          ¿Así que eres tú? – Le dije casi con sorna.

   Se giró, me miró de mala manera, y me soltó un bofetón. No fue violento, pero si sonoro, pesado, contundente. Tanto, que provocó un escalofrío que recorrió mi mejilla, pasó por mi pecho, y bajó por mi entrepierna desnuda.

   E inexplicablemente, y en silencio, me corrí.

   Este es el primer relato de una serie que está escrita con la colaboración de Jessica97, autora de TR, que me ha cedido su cuerpo para que mi imaginación juegue con él, con sus fantasías y con las mías. Espero que te guste. Un beso.