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La niña del autobús 6

en Sexo Anal

La respuesta era evidente. No.

Aquello iba a marcar mi vida. Sin ningún tipo de duda. Jamás podría  olvidar las dos tardes en el autobús, y muchísimo menos esa tarde noche. Aquello era lo mejor (sexualmente hablando) que me había pasado en la vida, y posiblemente que me pasaría en el resto de la misma. Era una locura pensar que estar con tres chicas maravillosas, lujuriosas y liberales, se iba a convertir en una rutina. Como si fuera algo fácil. Como si le pasara a la gente a diario. Pero a mí me estaba pasando. Laura y Ruth Seguían tocándose, aunque lo hacían con más tranquilidad, con menos pasión. Yo las observaba atónito. Era un placer absoluto ver como se acariciaban. Como se amaban. Sin ningún tipo de pudor, prejuicio o tabú. Se amaban del todo. Punto.

Me incorporé, me senté, y cogí mi gintonic. Le di un sorbo, y me mantuve en silencio. Tampoco quería romper aquel momento. Laura se levantó del brazo del sillón y se vino a mi lado.

-          ¿Cómo está mi Papaíto? – Y dejó caer su cabeza sobre mi hombro. Era dulce. Tierna. Suave. Apetecible. En ese momento, parecía inofensiva.

-          Como Dios. – Acerté a decir, lo que provocó las risas de las tres.

Bea cogió el lugar de Laura en el brazo del sillón, y le preguntó a ésta cómo nos habíamos conocido. Los siguientes 20 minutos los dedicó a contar las dos historias del autobús. Vi en varias ocasiones como ambas se mordían el labio inferior, por la excitación. Laura no escatimaba en detalles, ni en sensaciones, lo que le daba de nuevo un morbo al ambiente espectacular. Cuando terminó, Bea se incorporó del reposabrazos y se dirigió a Ruth, mientras la cogía de la mano y estiraba de ella.

-          Vamos, amor, que la puta de mi cuñada me acaba de poner otra vez como una perra en celo. Y lo vas a pagar tú. – Los tres nos reímos. Estiró de Ruth hasta que ésta se levantó, se acercó me dio un beso en los labios, en el que se entretuvo algo más de lo necesario, y me hablo muy dulcemente. - ¿Volveremos a verte?

Ruth se acercó por detrás y repitió la misma acción. Las miré, y pensé de nuevo en algo ocurrente. Al final, se me ocurrió que lo mejor era hablar con el corazón.

-          ¡Si vosotras queréis, pues claro! – Sonreí. Ellas también lo hicieron. Y me decidí a continuar algo más irónico. – Además, me estoy haciendo adicto a este tipo de cosas… - Miré a Laura y levante las cejas burda y repetidamente.

De nuevo las tres rieron. El problema es que era muy cierto. Todo aquel morbo, todo aquel sexo superlativo, toda aquella desinhibición… Era muy atrayente para cualquiera, más aún para alguien como yo. Ruth y Bea desaparecieron por el pasillo y oímos cómo entraban en su habitación. Estuve un rato mirando hacia allí. Bea suponía físicamente el sueño de mi vida. Calculo que tendría 23 o 24 años. Era una chica de casi de metro setenta, con una buena mata de pelo largo y rizado, la tez muy morena, dos pechos grandes, quizá algo más que los de Laura, como de una 100, muy apetecibles, con dos pezones de ensueño, deliciosos, el coñito depilado, un culo que era un primor, el piercing en la lengua…

Noté un roce de Laura, y volví en mí. Acabamos el gintonic casi en silencio, hasta que Laura lo rompió.

-          ¿Nos vamos a la cama?

-          Vale. Mañana debo recuperar un poco mi antigua vida. – Laura se sonrió. – Aunque no va a ser fácil…

-          Mira Héctor, disfruta de esto. Lo que dure. Disfrútalo. Ya has visto que aquí no hay malos rollos. Solo sexo. Mucho y del bueno. Tú tienes tu vida, supongo, y ni yo ni nosotras te la vamos a joder. Estate tranquilo por eso.

Laura apretó su cara contra mi hombro, me acarició un poco la pierna, se giró y me sonrió de nuevo, y se levantó. Dejamos las copas del gintonic en la mesa baja y nos fuimos a la habitación. Cuando nos acercamos, se escuchaba perfectamente a Bea decirle sandeces a Ruth, y movimiento en la cama. Habían juntado la puerta, pero ni siquiera la habían cerrado. Eran así, tal cual, completamente desinhibidas. Laura se tapó la boca para aguantar un poco la risa. Me hizo gestos para que me acercara despacito y en silencio, apagó la luz del pasillo y empujó un poco la puerta. Yo miraba por detrás y por encima de ella. Mi metro ochenta me lo permitía.

El espectáculo era de nuevo digno de admirar. Allí estaban las dos, con un consolador doble de color verde pistacho introducido casi hasta el final, y acercando sus coñitos para intentar hacer la tijera. Aquel consolador tenía un tamaño enorme, con lo que lo que tendrían introducido en sus vaginas era importante, eso seguro. Se movían como perras en celo, buscando el placer máximo. Enseguida tuve otra erección, y Laura lo notó en su trasero. Me tocó por encima del pantalón y se llevó de nuevo la otra mano a la boca para aguantar la risa. En la cama, Ruth respiraba con mucha dificultad, de forma acelerada. Llegado el momento se sacó el consolador, se lo extrajo a Bea, y se encajó con ella. Se restregaban casi con violencia. Se acoplaban a la perfección. A los pocos segundos comenzó a suspirar.

-          Oh, sí. Oh Dios. Oh, Bea, que zorra eres. Oh Dios, sí, me corrrooooooooooooooooo….

Bea se sonreía y acariciaba dulcemente a Ruth. Por su parte, Laura había dejado de sobarme, entrecerró de nuevo la puerta, y estiró de mí para meterme en su habitación. Una vez allí se dejó caer, se llevó la mano al coñito, y con los dedos índice y corazón comenzó a hacerse un dedo. Yo la miraba desde el pie, con una sonrisa. Me miró, y me habló muy dulcemente.

-          Bea engancha a cualquiera, ¿eh? - Hizo la pregunta mientras se introducía el dedo corazón por la vagina, excitada, acalorada. – Es una zorra de mucho cuidado. – Lo sacaba y lo metía, y se volvía a frotar con violencia.

Yo la miraba. Lo que decía de Bea era verdad. Estaba buenísima, era muy puta, sabía perfectamente el efecto que su cuerpo y su exuberante sexualidad causaba sobre hombres y mujeres, y además lo sabía aprovechar. Me agaché al borde de la cama, aparté los dedos de Laura y comencé a comerle el coñito. Estaba salado, lleno de jugos, las paredes pegajosas del exceso de flujos de los últimos instantes… Se contoneaba bajo mi boca. Le metí dos dedos por la vagina, los puse hacia arriba y le presionaba buscando su punto G. Mientras, chupaba su botoncito, lo mordisqueaba, estiraba, relamía… De vez en cuando lo soltaba, le daba lenguazos y al tiempo le sacaba los dos dedos y volvía a penetrarla con fuerza. Aunque esta vez le costó algo más, pero al final se corrió entre espasmos, mientras me decía un montón de guarradas. No soy capaz de recordarlas todas. Se quedó dormida prácticamente al instante. La cogí en volandas, la subí hasta la almohada, la acomodé y la tapé. Me senté en el otro lado a observarla. Aquella chica, y ahora su hermana y su amiga, me estaban cambiando la vida. Aquello era un sueño. Un hermoso y lascivo sueño del que no quería despertar.

Me levanté, tenía ganas de orinar, y ahora que mi erección había bajado un poco y podría, me fui al baño. Había silencio en la casa. La puerta de Ruth estaba tal y como la habíamos dejado nosotros, y ni se oía a nadie, ni se veía luz en el interior.

Entré en el baño y cerré la puerta. Me fui al lavabo y me lavé bien la cara, aún con restos de fluidos de más de una chica. Menuda puta pasada. Me aseé un poco, me acerqué al inodoro y me puse a orinar. Cerré los ojos y me puse a recordar todo lo que había pasado en las últimas dos o tres horas. Enseguida noté un escalofrío, y como mi amigo parecía resucitar un poco. En ese momento, la puerta del baño se abrió, miré al espejo, y vi a Bea que entraba y juntaba la puerta. Pasó por mi lado, me miró, miró mi miembro, y me habló con total y absoluta tranquilidad.

-          Hola, guapo. ¿Te importa si me lavo los dientes?

-          Cla… cla… claro que no. – Balbuceé. El chorro se cortó casi de inmediato. Hice un poco de fuerza, a ver si conseguía terminar, pero fue en vano. Para colmo, Bea se dio cuenta enseguida.

-          Ay, que he coartado al pajarito. – Lo dijo con voz de niña mala. Se acercó por un lado y me cogió la polla. Se puso a masajearla un poco, estirando de la piel hacia abajo, como si intentara ayudar a la micción, pero lo que empezaba a conseguir es que una nueva erección fuera haciéndose presente. – Huy, parece que va a estar mal, ¿verdad? – Se sonreía, mientras no dejaba de pajearme. Con la mano izquierda Me acariciaba el culo, lo que me ponía un poco tenso, y bajaba un poco por la raja. Se agachó, se arrodilló sobre una alfombrilla del baño, me giró un poco y siguió hablando. – Ven aquí, que habiendo bocas, en esta casa las pollas y los coños los limpiamos así.

Y ni corta ni perezosa, se metió mi polla hasta el fondo. Vaya pedazo de zorra. Lo tragaba y lo sacaba, sin utilizar las manos, que tenía aferradas a mi trasero. Poco a poco mi falo iba recuperando vigor, por tercera vez en la noche, dentro de la boca de aquella diosa. Lo chupaba con devoción, lo sacaba de su boca dejando un hilo de saliva que luego recogía con aquella lengua coronada por el adorno. Lo miraba, le escupía, se lo tragaba… Bajó la tapa del WC, y me hizo poner una pierna allí, dándole acceso a mi bolsa escrotal. Siguió un rato sin manos, utilizando sólo la lengua, la boca… Se metía la bolsa en la boca y la lamía. En un momento dado, cogió con una mano y levantó la bolsa, accediendo a mi perineo y casi a mi ano. Una vez allí, siguió trabajando con las manos, con la boca, con la lengua, haciéndome disfrutar de nuevo como un enano.

-          Te estoy preparando, guapo. Necesito polla. Y la quiero ahora. Ruth se me ha dormido… y tengo el coñito encharcado. – Mientras hablaba había llevado dos dedos a su rajita y se masturbaba con rudeza. – Además, tengo ganas de ver cómo te comportas, machote… Venga, Papaíto, que lo estás deseando. Métemela entera.

Ronroneaba. Mientras lo hacía, se levantó y se puso en mi sitio, con un pie sobre el WC. Me puse detrás, y me dispuse a penetrarla. No necesité nada para que entrara toda entera. Estaba ciertamente lubricada. Comencé un vaivén lento, pero enseguida noté que se movía. Aquella fiera quería más. Hice acopio de fuerzas y empecé a embestirla lo más enérgicamente que pude. Al principio daba pequeños grititos, pero poco a poco subía el volumen.

-          Dame fuerte, cabrón, dame duro. – Se me ocurrió darle un cachete en una nalga, que aunque no fue muy fuerte sí fue sonoro.  – Oh, sí, Papaíto. Pero con ganas, que me duela. ¿O es que no sabes cómo se hace? – Sé que buscaba encenderme, y la verdad que la muy puta lo conseguía. Le di un segundo cachete, con ganas. Le dejé marcada la mano. - ¡Así sí! Sigue, sigue, no pares…

No sé cuanto rato estuve dándole. A cada cachete, ella gritaba más. Alternaba los cachetes, con caricias a ese maravilloso trasero. Paraba para respirar, le tiraba saliva a la entrada trasera, y le metía el pulgar por el ano, al mismo tiempo que reanudaba mis embestidas. A esas alturas yo creí que toda la finca estaría despierta, pero de momento no se veía movimiento. En un momento dado paró, abrió el mueble de la pared  sacó un bote de gel íntimo. Se agachó, se introdujo mi polla y comenzó a chuparla con ganas. Con las manos destapó el gel, se derramó una buena cantidad, y llevó la mano a su entrepierna. Cuando creyó que mi falo tenía la erección máxima, se levantó, volvió a la posición anterior, y me habló con lujuria.

-          Y ahora, me vas a petar el culo, ¿a que sí, Papaíto? Me vas a abrir en canal. Quiero sentir esa barra de carne caliente dentro de mi culo. ¿A que me la vas a dar? ¿A que sí? – Me encendí. Escupí en mi mano y me masajeé el miembro, aunque no podía estar más erecto, pese a ser el tercer asalto. La forma de ser de Bea, su cuerpo, lo que me decía… Me ponía muy burro. Puse mi glande en la entrada de su culo. Mi glande tiene un tamaño respetable, y a la primera no quiso entrar. Empujé un poco más y se abrió paso. Bea soltó un buen gemido. La cogí de la cintura y poco a poco la fui ensartando. Cuando estaba a mitad di un empujón más seco, y entró hasta el fondo. Soltó un alarido y comenzó una retahíla de lindezas. -¡Hijo de puta! ¡Cabrón! ¡Me has partido en dos, cerdo! ¡Si  paras te mato, cabrón! – Empecé a sacarla y a meterla, al principio con suavidad, pero poco a poco cogiendo ritmo. – Que cerdo eres, lo estabas deseando, ¿a que sí? Has querido follarte este culo desde que entraste, cabrón. – Hablaba y jadeaba a la vez. Yo creo que lo hacía casi de forma inconsciente. De vez en cuando le soltaba una cachetada. – Qué bueno, Papaíto. Dame duro, así… - Y seguía hablando, al tiempo que resoplaba. - Joder, me corro otra vez más. Oh, síiiiiiiiiiiii… Joder. Joder. Tú no pares, cabrón. No pares. Joder, que bueno…

Estuve unos minutos, aunque no muchos, dándole lo más fuerte que podía, que posiblemente ya no era todo lo que Bea solicitaba. Aún así, la notaba disfrutar, y juraría por las exquisiteces que me decía que se había corrido al menos un par de veces más. Comenzaba a notar el cansancio, aunque la sensación de taladrar aquel trasero perfecto era celestial. Bárbara. Mi polla estaba aguantando bien el envite, con una buena erección que me permitía seguir abriendo aquellas carnes celestiales. Ahora ya, correrme una tercera vez en unas horas… ya era otro cantar.

Pero entonces, al levantar la mirada del culo de Bea y mirar al espejo, vi en el reflejo, justo detrás de mí, a Ruth en la puerta, de pie, completamente desnuda, que nos observaba con una sonrisa. Abrió un poco las piernas, y cuando imaginé que iba a masturbarse, vi una mano que la acariciaba desde atrás. Otra mano apareció por un lado de su vientre, se posó en su pecho, y se puso a jugar con el pezón. Lo pellizcaba, lo estiraba, diría casi que lo maltrataba. Ruth entreabría la boca, soltando pequeños gemidos, mientras por detrás del hombro vi aparecer la preciosa cara de Laura. Me sonrió, mordió en el cuello a su hermana, mientras seguía con la mano en el coñito de Ruth. La masturbaba desde detrás, quizá de forma burda, pero muy excitante. Ruth no perdía detalle de la enculada que le estaba dando a su novia, y yo de verlas a ellas me estaba poniendo enfermo otra vez. Se amaban. Se amaban con locura. La visión en el espejo era la de dos sirenas disfrutando mutuamente de sus cuerpos. Se acariciaban, se metían mano, se besaban, se ensalivaban… Era increíble verlas allí, tocándose por mí, y de alguna manera para mí. Brutal.

Había pensado que sería difícil correrme otra vez, y más así, de pie, y haciendo un esfuerzo físico importante. Sin embargo, la mezcla explosiva que formaban estar follándome uno de los mejores culos que había visto en mi vida, y el incestuoso encuentro lésbico que me estaban brindando las hermanas, hizo que subiera mi libido hasta límites desconocidos para mí. Notaba como Ruth se deshacía, se diluía en las manos de Laura, y yo me ponía más y más cachondo. Miraba y mi morbo crecía. Embestía con todo el vigor del que disponía, y para seguir encendiéndola le daba fuerte en las nalgas. Me agachaba y le cogía las tetazas y le retorcía los pezones, se los pellizcaba mientras seguía enculándola. Bea aullaba, no sé cuantas veces gritó que se volvía a correr. Volví a mirar al espejo, ya Ruth le caía la baba, tenía saliva por la cara y el cuello. Laura la había estado lamiendo como una perra en celo, dejando un rastro brillante. Nuestras miradas se encontraron en el espejo, y sin dejar de mirarme, y mientras me sonreía, giró la cara de Ruth y le lamió la boca. Inmediatamente su hermana sacó la lengua y cerró los ojos, y estuvieron besándose largo rato. Yo no pude más, era mi momento, lo había logrado.

-          ¡Oh sí, Dios! Oh sí, por favor… Creo que me voy a correr, zorras… - Siseé, mientras echaba la cabeza atrás en busca del último disfrute. Bea se separó y se arrodilló a mis pies, se la metió en la boca, la limpió y siguió masturbándome.

-          La quiero en mis tetas. Me gusta sentir la lefa calentita en mis tetas. ¿Te gustan mis tetas, Papaíto? Mira como esta zorra te la menea. Mírame. Córrete para mí, viejo verde. Como te gustan las jovencitas, ¿eh, cerdo? – Me estaba poniendo a mil. El orgasmo era inminente. – Pero que cabrón, como se pone mirando a las hermanas zorritas, eh, ¿pervertido? ¿A que sí? – Bea no paraba de hablar, mientras me masturbaba con diligencia. – Te gusta como ver como tu niñita le come el coño a su hermanita, ¿a que sí? Y que le coma la boca, como ahora, mira. – Las hermanas se besaban con lujuria, cada una con la mano en el coñito de la otra. Noté como me iba.

-          Ya, me voy, oh, que puta eres, Dios, me voy, me voy… ¡oh, síiiiiiiii!!! – Y tres o cuatro grumos de lechita caliente, aún de cierta entidad cayeron en el pecho de Bea. Ésta, como buena zorrita, la recogió con el meñique y la chupó, hasta que la limpió toda. Después cogió mi polla y la lamió y relamió hasta dejarla brillante – Joder, que zorra eres, Bea. – Apenas podía hablar. – Eres alucinante. – Miré al espejo y las hermanas me sonreían. – Sois alucinantes. Las tres. Alucinantes.

Bea se levantó y me besó, al principio de forma casta, pero enseguida de forma sensual, sacando su lengua a pasear. Por detrás, Laura se acercó y se abrazó a mi espalda, mientras q Ruth se arrimaba por detrás a su novia. Laura se puso por detrás de puntillas, apoyando la barbilla en mi hombro, y me habló muy dulcemente.

-          Una cosa, querido. Supongo que eres consciente de ello, pero por si acaso. Hoy te has corrido tres veces. Las tres con Bea, por cierto. – Hizo un pequeño mohín, pero enseguida se sonrió, y continuó. – Pero yo diría que en las tres el detonante para correrte, el timbre que ha llamado al orgasmo, ha sido el mismo: Vernos a nosotras como nos tocábamos. Mirarnos. Te lo digo porque creo que deberías asumir que dentro de ser tremendamente sexual, activo y complaciente, tu chispa de placer, tú excitación máxima viene por tu vena voyeur. Yo creo que es así. La tuya es esa. Y sería mejor para ti y para tu vida, que de vez en cuando buscaras ese placer.

Era asombroso que una niña apenas mayor de edad dijera esas cosas, y de esa forma, con esa claridad, con esa franqueza. Pero es que eran absolutamente ciertas. Siempre me ha gustado mirar. Asentí, le sonreí, y apoye mi cabeza en su hombro. Bea se separó, Ruth tiró de ella y se fueron hacia la habitación. Por su parte, Laura hizo lo propio conmigo y me llevó a la cama. Apenas me tumbé, me quedé profundamente dormido.

Me levanté con la primera luz de la mañana. Entraba por la ventana, que nos habíamos dejado entreabierta. Laura dormía a mi lado, plácidamente, con su boca pegada a mi hombro. Tenía media sonrisa en la cara, supongo que al igual que todos nosotros. Con la luz entrándole por el lateral estaba espectacular. Me levanté y me encaminé hacia el baño, y al pasar por la habitación de Ruth, con la puerta a mitad cerrar, no pude evitar echar una mirada. Era lo mío. Abrí con cuidado. En la cama, Ruth dormía sobre el pecho de Bea, mientras que ésta la rodeaba con su brazo, la protegía. Estaban destapadas, y sus camisetas se habían subido por encima de sus caderas, dejando a la vista sus tesoros. Eran dos coñitos maravillosos, cada uno de un color, el de Bea más carnoso, el de Ruth más puro. Era una vista maravillosa, paradisíaca. Chocolate con leche. Fantástico.

Volví a entrecerrar la puerta, y entré en el baño. Me lavé la cara con ganas, buscando de paso despejar un poco mi mente. Alcé la vista y me miré en el espejo. Lo que vi me asustó un poco. Yo mismo era capaz de ver que algo había cambiado. En mi mirada, algo era distinto desde hacía unas semanas, y más ahora después de la sesión de anoche. No había remordimientos en ella, lo que había pasado era puro y duro sexo, y del bueno. Además, llevaba años intentando hacer algo similar, más enfocado a un intercambio, aunque de momento no había sido posible. No, no era eso. Mi autoestima había subido muchos enteros. Me sentía mejor, más joven, con menos prejuicios. Más vivo.

Eso es.

Estaba más vivo.

Una vez más, mil gracias a todos los que me leéis, me escribís, valoráis y comentáis.

Mi pervertida mente me dice que siga escribiendo, y que esta serie tiene mucho recorrido, sobre todo dada la diferencia de vida de los personajes. Tengo un par de capítulos en mente, pero quizá comience una serie nueva, aunque sea repitiendo con alguno o con todos los protagonistas. Todos los consejos son bienvenidos, aunque evidentemente no todos podrán ser seguidos! Je, je.

Lo dicho, muchas, muchas gracias.

Besos.