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BÁLSAMO PARA NOSTÁLGICOS. Silvia (1)

en Hetero: General

Un veneno jodido, el olvido. Una vez emponzoñados,  no es difícil saber que olvidamos, pero es imposible saber qué olvidamos.

Por eso quisiera rescatar del olvido y de la ausencia un puñado de historias, un ramillete de recuerdos que merecen la pena. Todo lo que aquí cuento es totalmente real, salvo pequeños detalles para salvaguardar la intimidad de las personas en ellos involucradas, si alguna vez me leen, y si alguna vez no olvidan. No seguirán un orden cronológico, ni tampoco emocional, sino que he ido barajando diferentes vivencias, como quien ojea un montón de viejas fotografías y trata de llenar los huecos que dejan en la memoria aquellas instantáneas. No todas son divertidas, o agradables, como no lo son las historias de verdad. Algún trago amargo habrá, alguna derrota, algún naufragio. ¿Y qué? Todos los grandes viajes tienen sus días de lluvia.

¿Quieren viajar conmigo, entonces, en este tren de la memoria? Conmigo en la maleta llevo alguna verdad, alguna mentira, y docenas de nombres y de historias que quizá, sólo quizá, valgan un ardite. Arranquemos pues, negro sobre blanco, y dejemos que hablen de una vez por sí mismas.

Algunos días, sentado en algún café o paseando por la calle, me cruzo con alguna mujer de pelo rojo. No ha de ser guapa, ni joven, ni atractiva, pero no puedo evitar quedarme mirando unos momentos esa mata de cabello color de fuego, mientras de forma inevitable me invade la nostalgia y pienso en ella.

Mi primera historia habla de Silvia.

Corría el año 2004. Estaba a tope de trabajo esa semana. Me había encargado un montón de equipos profesionales para edición de vídeo, y además no paraban de entrar colgados y frikis a la tienda a comprar joysticks, gamepads y juegos de ordenador, en un anticipo de lo que esta afición al principio considerada infantil e inmadura terminaría convirtiéndose.

Mi nombre es C. Trabajo en una tienda de ordenadores del centro de Zaragoza, una ciudad mediana en España. Llevo la tira de años aquí, y poco a poco me he convertido en "el chico para todo": atiendo la tienda, monto los equipos, los llevo en la furgoneta a las empresas, hago el mantenimiento, llevo el apartado comercial y de relaciones públicas... un marrón, vaya.

Pero no me quejo. Cobro bastante bien, un buen fijo más comisiones e incentivos, y tengo en un buen piso cerca del centro. me gusta mi trabajo, y siempre tiene compensaciones.

En 2004 tengo veintinueve años, soy delgado, no muy alto, con el pelo castaño corto y los ojos marrón oscuro, casi negros. Aunque no me cuido mucho físicamente, suelo hacer escalada libre, los fines de semana, y juego un par de veces por semana al fútbol con los amigos.

El caso es que aquellos días, en los que yo andaba sin parar de acá para allá con encargos, facturas y cajas de ordenadores, no tenía la cabeza para muchas fiestas. Pero... a media mañana, mientras preparaba unos albaranes de entrega, escuché la campana de la puerta y levanté la vista.

Era una chica pelirroja, de unos veintipocos años. Parecía extranjera, porque tenía la piel muy blanca y cubierta de pecas, y el pelo muy rojo, rizado, peinado hacia atrás en una larga cola de caballo, con unos ojos oscuros y brillantes. No era muy alta, pero tenía un buen tipo, pechos pequeños, caderas anchas, un cuerpo bonito, ni delgado ni gordo, proporcionado, que combinaba a la perfección con su carita inocente, casi infantil, su sonrisa dulce y su vocecilla tímida. No era guapa en un sentido convencional, porque quizá su nariz era un poco demasiado grande, o sus labios demasiado finos, pero el conjunto era bastante atractivo.

- Buenos días... - me dijo, ruborizándose un poco.

Yo me levanté de mi portátil, y me acerqué sonriendo al mostrador.

- Hola, buenos días. ¿En qué puedo ayudarla? - Yo la miré, vestida con un vestido azul y una chaqueta. Me daba bastante morbo, además, porque las pelirrojas me gustan bastante...

- Mira... yo quería un ordenador...

En ese momento decidí que iba a tirármela en cuanto se pusiera a tiro. Pero no antes de venderle un ordenador.

* * *

Concedo que no es un principio muy espectacular. Pocas cosas de las que nos ocurren comienzan con un terremoto, y de ahí para arriba. Al fin y al cabo, me dedico a vender ordenadores, no a follar como un loco a cualquier cosa que se mueve. Además, tampoco crean que en la vida real las mujeres se me tiran encima y las tengo que apartar con un palo. Me temo que yo tengo que esforzarme un poco, y ustedes tener un poco de paciencia. Lo digo para que no se piensen que terminamos echando un polvo salvaje encima del mostrador dentro de diez líneas.

En fin, continúo.

Nos tiramos media hora larga hablando de ordenadores, que si memoria, que si disco duro, que si monitores, todo ese rollo. Procuré aturullarla un poco con términos profesionales, intentando confundirla un poco. Después de varias interrupciones (malditos chalados de la informática), ella me permitió que la tuteara y que la llamara Silvia.

- Bueno, Silvia, entonces, ¿qué opinas?

Ella miró todo el rosario de papeles que había sacado y finalmente me dijo, un poco dubitativa.

- Es que... no sé si me he enterado de mucho...

Eso es lo que yo estaba esperando.

 

Ella me miró como calibrándome, pero yo puse la cara más inocente que pude. Finalmente aceptó.

- De acuerdo. Entonces me paso por aquí sobre las cuatro.

Así nos despedimos. La chica me había entrado por el ojo, y me pasé toda la comida pensando en ella. Vino a las cuatro, y me la camelé todo lo que pude y supe, pero no era una presa fácil. Con toda la información que le hacía falta, nos despedimos con un par de besos en la mejilla y se marchó.

Pasé un par de días sin darle más vueltas a la cabeza (al fin y al cabo, estaba hasta arriba de trabajo), justo cuando apareció otra vez por la tienda.

- Hola - me saludó con una sonrisilla, con las mejillas un poco coloradas. Traía en la mano uno de los papeles que le di con la oferta de un PC.

- ¡Hola...! - fingí que no recordaba bien su nombre - ... ¿Silvia?

Ella asintió.

- Mira, C*** - observé que recordaba mi nombre. Buena señal. -, lo he pensado bien y creo que este es el ordenador que me conviene.

Lo hablamos un rato más, y como ya era casi hora de cerrar, la cité para tomar algo en el bar de al lado y comentarle los detalles. Ella aceptó con una risita muy graciosa, y mientras salía de la tienda la miré de arriba abajo. La verdad es que estaba bastante bien, hoy venía más arregladita, con un pantalón vaquero que le hacía un culo bien redondo, una camiseta roja y una chaqueta vaquera que dejaba entrever unos pechos no muy grandes pero bien apetecibles. Me gustaba cómo movía las caderas, abundantes pero prietas, y sobre todo su llamativa melena pelirroja.

Cuando salí estaba tomando un refresco, y yo la acompañé con una cocacola. Charlamos, al principio de ordenadores, pero al final pasamos más de dos horas contándonos cosas, de su familia, de sus amigos, de tal y cual. Me enteré de que tenía veinticinco años, de que acababa de empezar su segunda carrera universitaria aquí, aunque era de Logroño otra ciudad más pequeña a unos ciento y pico kilómetros, y de que, como no le gustaba ni compartir casa ni los pisos, acababa de mudarse a un adosado que había alquilado aquí, con la ayuda de sus padres que andaban bastante bien de dinero. Vamos, que vivía sola y que como tenía que estudiar, había decidido comprar un nuevo PC. Poco a poco fuimos hablando de temas más personales, sobre sus padres muy protectores que no habían dejado que intimara mucho con chicos, salvo algún rollo esporádico y que no pasó a mayores. Todo bastante cordial, casi íntimo, pero aún inocente.

No quiso cenar conmigo porque había quedado con unas compañeras. Yo para entonces estaba muy caliente, porque la camiseta le marcaba los pezones, de los que a veces me costaba separar la vista, y además me daba mucho morbo su voz aflautada, su aire candoroso de niña de colegio de monjas.

Tras la conversación, prácticamente cerramos la venta, dijo que pasaría al día siguiente, sábado. Yo no trabajo los sábados (se encarga mi compañero, un chaval que está estudiando Ingeniería Informática), pero qué caramba, creo que merecía la pena. Llamé a Ignacio, mi compañero, y le cambié el turno. El sábado era mío.

* * *

EL sábado es un día relativamente tranquilo en la tienda. Despaché unos cuantos encargos, adelantando trabajo de la semana entrante, y entonces llegó Silvia. Charlamos un poco, coqueteando y tonteando de forma bastante inocente pero también con picardía, y formalizamos la venta del equipo. Yo ya lo había preparado, así que le dije que podía llevárselo ya mismo e instalarlo.

Un inciso. En esta época de portátiles, tablets y smartphones esto puede sonar extraño, pero hace catorce años los ordenadores de sobremesa eran lo habitual, y solían venir con periféricos (escáner, impresora…) que para alguien no muy habituado podrían ser bastante poco intuitivos. No era, la verdad, la era de Plug & Play. Fin del inciso.

- No, no puedo llevármelo - me comentó. - He venido en autobús... además, no tengo ni idea de cómo instalarlo ni nada.

"¡Oh, dios mío, sí!", pensé.

- No te preocupes - le dije, en el tono más amable e inocente que pude -. Si quieres, yo paso esta tarde por tu casa con el ordenador y te lo dejo preparado.

A ella se le iluminaron los ojos.

- ¿De veras? ¿No es molestia?

"¿Molestia? ¡Ja!"

- No mujer, no me cuesta nada. No tengo nada que hacer. Y además, para eso me pagas, ¿no?

Ella se rió un poco, y terminamos bromeando y quedando para las seis de la tarde. Yo pasaría con el ordenador, se lo montaría y lo dejaría funcionando. Ya lo creo que sí.

Las seis de la tarde tardaron una eternidad en llegar, pero finalmente... llamé a su puerta.

* * *

Ella me recibió vestida con un top color rojo y negro y un vaquero roto por la rodillas, y me hizo pasar amablemente. Yo traía un par de cajas, que dejé en el salón. El adosado era muy chulo, y estaba lleno de cajas por todos los lados, con etiquetas. Se notaba que llevaba tiempo vacío. Di un par de viajes al coche para recoger todos los bultos, mientras ella me echaba una mano. Me invitó a un refresco, que tomé a la vez que montaba el equipo, con ella a mi lado, charlando y haciendo bromas, algunas de ellas un poquillo subidas de tono, pero ella me siguió el juego y era obvio que le estaba gustando. Olía muy bien, como a colonia de crío, dulzona y fresca. Con ese top me estaba poniendo a mil por hora, porque dejaba entrever su cintura y la piel blanca de su vientre, también cubierta de pecas. Tenía una erección como una bestia, pero procuraba disimularla a duras penas.

Terminé de montar el equipo, y le expliqué a grandes rasgos cómo manejar el ordenador. Después de unos minutos, nos sentamos en el sofá a charlar tranquilamente. Un rato más tarde, me contó que estaba muy cansada, y con una mirada lánguida dejó que le hiciera un masaje en los hombros. Con delicadeza fui amasando y acariciando su piel, mientras ella ronroneaba y suspiraba con aprobación, presionando los omoplatos, ascendiendo por el cuello y la nuca. Tras un par de minutos, giró la cebza, me miró a los ojos con la boca ligeramente entreabierta, y me besó.

Al principio lo hacía con timidez, con recato, de manera yo diría que inexperta, insegura, casi torpe, así que tomé la iniciativa. Empecé despacio, con afán exploratorio y tentador, pero tras unos breves intercambios le metí la lengua hasta la garganta, le mordí suavemente los labios, entrelacé su lengua con la mía, casi le recorrí cada rincón de su boca. La notaba excitada, y me pegué a ella. Notaba sus tetas contra mi pecho, sus pezones duros, y le empecé a acariciar la espalda así, según estábamos, sentados en el sofá, haciendo espirales cada vez más abiertas con mis dedos.

Unos minutitos de intensa labor y cuando separamos nuestras bocas, ella estaba colorada como un tomate, con los labios rojos y muy brillantes, y con la mirada desenfocada me acariciaba desmañadamente el torso, la espalda, el pecho, la nuca, sin detenerse, como si no supiera cómo seguir. Fue entonces cuando empecé a darle besos en el cuello, a mordisquearle la oreja, y con la mano izquierda subí desde su rodilla hacia su muslo, hacia su cadera, por su costado... Ella suspiraba y gemía muy bajito, susurrando a veces mi nombre, respirando cada vez más agitada. Mi mano, traviesa, buscó y encontró el primero de sus objetivos, sus pechos. No los tenìa muy grandes, pero eran tersos, blandos pero firmes, de adolescente, y yo las fui masajeando mientras ella daba suspiritos y me agarraba la espalda. Sus pezones, ya euros, parecían querer atravesar la tela, y fui haciendo círculos con los dedos en esas protuberancias, por encima de la ropa. Mi boca se aventuró desde su cuello hacia su pecho, y le fui besando las tetas todavía por encima del top, para bajar todavía un poco más con mis labios por su vientre desnudo hasta el ombligo. Con cuidado empecé a desabotonarle el pantalón y a besarle las bragas también rojas y negras, para al fin terminar con los botones. Ella levantó un poco el culo y tiré con firmeza para bajarle los vaqueros, que ella se quitó de los pies sacudiéndoselos y dejándolos desmadejados en el suelo. Le acaricié los muslos, de piel suave , los lamí, los besé, y besé también su coño por encima de sus bragas. Las notaba un poco húmedas, perfumadas con un olor picante, ella seguía gimiendo un poco y respirando agitadamente.

No esperé más. Le quité las bragas sin demasiada delicadeza, ansioso, y descubrí su coño cubierto de vello pelirrojo, abundante, más oscuro que el de su cabeza. Me abalancé sobre mi presa, hambriento, y chupé y lamí como un perrito, mientras ella gemía. Mordía sus vellos de color zanahoria, los estiraba, sumergía mi nariz en ellos y hozaba en ellos como un jabalí, cosquilleándola.

- Aaaaah, sí... así... oooooh...

Le lamí los labios carnosos delicadamente, e introduje mi lengua en su agujerito, cerradito y estrecho, muy rosado, delicioso, caliente como la boca de un horno, salado y suave como pan recién hecho. Con los dedos separé los labios gordezuelos, abrí su vulva y busqué el clítoris con la lengua, tanteando, sorbiendo, relamiendo, hasta que encontré el botoncito y ella apretó las piernas casi gritando al notar mi lengua revolotear.

- ¡Oooooooooh!...

Ella me acariciaba el pelo, y yo, abrazando sus piernas con los brazos, cogía su clítoris con los labios, lo estiraba, lo acariciaba, movía la punta de mi lengua a toda velocidad haciéndolo vibrar. Bajaba otra vez hacia su coñito, endureciendo mi lengua al máximo, metiéndola suavemente, saboreando sus jugos ligeramente amargos. Lamía sin parar, de arriba abajo, recorriendo todo su coño con la lengua, raspándolo, humedeciéndolo. Ella se movía y gemía, apretaba mi cabeza contra su entrepierna con las manos.

- Mmmmm... sigue... oooooh... síí... ahhh... mmmmmm...

Volví a atacar a su clítoris, duro, pequeñito, sin pausa, moviéndolo rapidamente y chupándolo como si fuera un pezón, apretándolo entre mis labios, tirando de él, haciéndolo girar con la lengua, ella deshaciéndose en gemidos. Dejé su clítoris y levanté sus piernas, doblándola y liberando el acceso a su culo, rosado y limpio, sin vello, arrugadito, y pasé mi lengua por alrededor de su fruncido agujero, besándolo, jugando a introducir apenas la puntita de la lengua en su interior; lo notaba muy prieto, así que simplemente lo rozaba con mi lengua, lo chupaba, le hacía cosquillas, mientras que metía la punta de mi dedo meñique en su coñito y masajeaba su clítoris con el índice...

- ¡¡¡ Oooooh sí!!!!!

En ese momento se estremeció, como si le hubieran dado un calambrazo, tensó las piernas, lanzó un largo "¡aaaaaaaaaaah!", y empezó a retorcerse, mientras su coño se humedecįa todavía más.

- Aaaaaah... me voy... me voy... uuuuuuuuummmm...

Se corrió en mi cara, literalmente. Se quedó jadeando, agotada.

- Uuuuuuf... qué bueno... oh...

Tenía los ojos cerrados y la cara muy roja, un poquito de saliva le resbalaba por la comisura de sus labios. Yo nono perdí el tiempo, y me quité la ropa. Cogí un condón de mi cartera, me lo coloqué rápidamente, y sin darle tiempo a replicar me coloqué sobre ella, con una erección como un toro, enfilando hacia su agujerito. Le quité el top y el sostén, con ella dejándose hacer, y miré sus tetitas, redondas y preciosas, de grandes pezones color rosa pálido, enhiestos y apetecibles a más no poder. Aunque ahora mismo tenía otra cosa en la cabeza.

En cuanto apoyé el capullo en su coño, abrió los ojos y me besó el cuello, susurrándome.

- Despacio, cielo, despacio... Por favor. Despacio...

Empujé muy suavemente, dejando que entrara primero la punta, sin prisas.

- Ooooooooooooh... - suspiró Silvia, cerrando los ojos, frunciendo el ceño con un gesto de incomodidad.

Estaba muy estrechita. No era virgen, pero estoy seguro de que no se la habían tirado ni media docena de veces. Tenía el coñito muy contraído, y apretaba mi polla con una sensación maravillosa.

- Aaaaaah... despacito... cuidado...

Se la metí un poquito más, aprovechando la lubricación del condón. Notaba en interior de su coño ardiente, húmedo y contraído alrededor de mi polla.

- Hmmmmmmm... aaaaaah...

Aún no se la había metido entera, pero se la saqué y se la metí otra vez, un poquito más deprisa, hasta la mitad, notando como se iba abriendo, cómo su coñito inexperto iba aceptando su huésped, empapándose para dejar que lo taladrasen.

- Aaaaaaaah... así, así... cuidado... Despacito…

Me apretó la espalda, casi clavándome las uñas. Me paré un momento, esperando que ella se ajustara al grosor de mi miembro, acompañando nuestros jadeos. Tras un momento, empujé un poco más, con suavidad, mientras ella gemía, y sentí mi capullo abrirse paso por su carne palpitante. Finalmente se la clavé enterita, hasta el fondo, hasta los huevos…¡y qué delicia! Tenía un coño como de terciopelo, suave, caliente, que se ajustaba a mi polla como un guante, desde el capullo hasta la base, provocando un hormigueo de gozo a lo largo de mi miembro. ¡Qué coñito más rico, joder! Parecía que me apretaba con una mano enguantada, enviando osadas de placer por mi espalda hasta mi mismísimo culo.

Empecé a sacarla y meterla muy despacio, con prudencia, disfrutando de la sensación de opresión. Sus paredes se resistían a dejarme ir, masajeaban al intruso, lo derribaban, y puedo decir que disfruté cada milímetro de esa travesía, de ese vaivén. Con el capullo deliciosamente apresado en su coño reemprendí la entrada, reajustando mis dominios, enfundando mi polla entre sus piernas y reclamando el territorio hasta entonces reticente, pero ahora empapado, complaciente, dócil, pero que se aferró a mí con un tacto exquisito. Había que domarlo, y lo domé, de dentro afuera y nuevamente adentro, despacio, sí, pero sin pausa.

- Aaaaah... mmmmm... así... no pares... despacito... así... ohhhh... – Silvia gemía y hablaba con los ojos cerrados, y de vez en cuando me daba besitos en el cuello. Yo respiraba con fuerza, y le acariciaba el pelo.

Una vez ajustado el ritmo, bajé la cabeza a sus tetas, dos flanes temblorosos, pequeñas, pero carnosas y finas, muy blancas, con unos pezones grandes muy rosas, con una aureola enorme pero que casi no se notaba de lo rosa que eran. Mordí al principio con ternura esos botones rosados, pero pronto c hupé sin parar, metiéndome un buen trozo de carne de su teta en mi boca y seguía dale que te pego en su coñito, rendido ya a la evidencia de que mi polla iba a ser a partir de ahora dueña y señora. CuandoCuando me cansé de sus tetas, la emprendí otra vez con su boca, con su lengua, besándola muchas veces, haciendo que mi lengua recorriera todos sus rincones, haciéndole cosquillas en el paladar.

Me puse burrísimo. La cogí de la cintura, y sacando un poco su culo del sofá empecé a bombear con fuerza, con ritmo. ¡Qué bueno! Las paredes de su coño me masajeaban la polla enterita, proporcionándome un gusto increíble.

- Aaaaaah... sí... ooooh... sigue...

La sacaba y la metía, mientras volvía a chupar sus pezones como si quisiera sacarle la leche. Ella ponía las manos en mi pecho, me acariciaba y apretaba a intervalos. Me empujó un poco, tratando de que aminorara el ímpetu de mis acometidas.

- Mmmmmm.... aaaaah... más despacio... ooooooh... aaaaaah... suaveeee...

No le hice caso, bombeando sin parar ni un segundo. Lo reconozco, yo ya no era yo. Yo era ahora una polla, un émbolo de carne pétrea y ella un coño, una caverna, un laberinto que someter, un cuerpo que sacrificar a mi goce, a mi placer. Silvia suspiraba cuando le enterraba mi polla hasta el fondo, y por fin pareció rendirse también, como su coñito. Dejó caer los brazos y cruzó las piernas detrás de mi espalda mientras le daba duro a su chochito pelirrojo, que me estaba dando mucho, mucho placer. Llevaba por lo menos veinte minutos bombeando, y noté que me iba a correr, así que bajé un poco el ritmo y la empujé de nuevo sobre el sofá y me tendí encima de ella, metiendo mi polla hasta su matriz. Ella también se iba a correr, lo noté porque me clavaba sus dedos en la espalda y me agarraba el culo con mucha fuerza con las piernas. Ella se calló un segundo, levantó la cabeza, cerró los ojos, abrió mucho la boca, pero sin emitir ningún sonido alguno. Yo oentía su coño como un hoguera, caliente, húmeda, vibrando de placer en torno a mi polla. Entonces gritó:

- .... ¡¡¡Aaaaaaaaaarrrrrrrrg!!!.......

Fue casi un rugido, y empezó a sacudirse y retorcerse como si quisiera quitarme de encima, sin conseguirlo. Cabalgándola, metiendo todavìa con más fuerza mi polla en su agujero, n ese noté como se me hinchaba el miembro desde la raíz hasta el capullo, y como una sensación de placer inmenso me invadía mientras eyaculaba con tanta fuerza que casi me dolían los huevos.

Ella dejó caer la cabeza en el sofá, gimiendo suavemente, y yo continué empujando un poco, resoplando, hasta que noté que mi polla perdía dureza. Entonces salí de ella, todavía medio empalmado, me saqué el condón y fui a tirarlo a la basura en la cocina, resollando como un perro. CuandoCuando volví, ella seguía respirando muy fuerte, abierta de piernas, cerrados los ojos, con el coño enrojecido, la cara llena de sudor y muy colorada. Abrió los ojos cuando me oyó entrar.

- Joder... - murmuró, sin aliento.

Trató de incorporarse, pero se contentó con cerrar las piernas, haciendo gestos de malestar - Uy... me escuece un poco el... – Me hizo mucha gracia que no se atreviese a decir la palabra en voz alta- pero qué bueno joder...

Yo me senté en suelo, a su lado, y empecé a acariciar su pelo rojo, todo revuelto. Ella me abrazó el cuello y empezó a jugar con los dedos en los pelos de mi pecho.

- Ha estado muy bien, Silvia, ya lo creo... - Nunca he fumado, pero puedo entender a la gente que dice que no hay como un cigarrito después de un polvo... me sentía totalmente exhausto, pero jodidamente bien.

- En cuanto me pueda levantar, me voy a dar una ducha.

Dicho y hecho, después de un minuto más o menos, se levantó trabajosamente, y aunque caminaba un poco escocida, se dirigió al baño. Mientras se iba le miré el culo, grandecito, con la sensual forma de una manzana, carnoso, seguro que durito, y apetitoso a más no poder. Noté como mi polla pedía más guerra, pero ahora mismo el resto de mi cuerpo había firmado un tratado de paz.

* * *

Cuando terminó de ducharse vino envuelta en un albornoz rosa, con el pelo mojado que le llegaba hasta media espalda, con una sonrisa radiante y con la cara arrebolada, satisfecha. Me besó en los labios y se sentó a mi lado. Yo había aprovechado para ponerme otra vez el pantalón, aunque guardé el slip en el bolsillo de la chaqueta. También había recogido un poco el salón, y amontonado su ropa en un sillón. Ella me sonrió cuando se fijó.

- Eres un amor, C***. - Se pasó la mano por el pelo. - Esto ha sido... en fin... genial.

Me levanté y la besé con cierta ternura.

- Ya lo creo, Silvia. Bueno, tengo que marcharme.

Ella me miró un poco extrañada.

- ¿Cómo? ¿Ahora? ¿No quieres, no sé, comer algo? ¿Quieres que salgamos?

Lo que me apetecía de verdad era echarle otro polvo de los buenos, pero supongo que habrá más ocasiones. Me vestí tranquilamente, recogí la chaqueta y la cartera, y la besé.

- Hasta luego. - Le dije, mientras me iba hacia la puerta.

Ella no dijo nada, pero cuando estaba a punto de salir, me gritó desde el salón.

- ¡C***!

Yo me paré y me di la vuelta. Ella se apoyó en el quicio de la puerta del salón, mirándome traviesa, mientras dejaba que su albornoz se aflojara un poco y me mostrara sus tetitas y sus muslos.

- Este jueves hay una fiesta en el ####, el irlandés. ¿Te apetece venir?

La miré y sonreí.

- Claro, Silvia. No se me ocurriría faltar.

Y me fui, dejándola allí, lejana y sola. ¿Me aceptan un consejo? Siempre que puedan, háganse desear.

* * *

Tras despedirme con un largo beso, y mientras conducía hacia mi casa, fui recapitulando lo sucedido. Había cumplido el objetivo principal, que era pasármela por la piedra, pero ella parecía que se había encaprichado conmigo y había que valorar el tener a una chica así. No era cosa de despreciar. Una vez en casa me preparé una cena rápida, me duché y quedé con mis amigos para dar una vuelta, oxigenarme y coger algo de distancia. Confieso que apañé una borrachera indecente, porque a mi juicio tenía bastante que celebrar. Había echado un polvo tremendo con una pelirroja de lo más apetecible y además habíamos quedado para el jueves, lo que casi aseguraba otro buen revolcón dentro de unos días.

El domingo fue horroroso. Me levanté a las tres de la tarde con una resaca de campeonato, y lo que me despertó fue nada menos que el teléfono. ¡Vaya por Dios! Pocas cosas habrá más desagradables que el soniquete punzante de un teléfono, con su “pipiripipí” digital amenazando con perforarte los tímpanos. Me permito recordar que era una época en la que los móviles todavía no eran inteligentes, y las melodías eran pitiditos más o menos armoniosos.

Divago. La pantalla me advirtió que era Silvia.

- Hola, ¿C***?

- Sí, dime... - No creo que tuviera una voz muy acaramelada, pero el día anterior me había trasegado más de media botella de Johnny Walker... ¿quién es el estúpido que dijo que el whisky no deja resaca?

- Soy Silvia.

- Ah, hola. Dime, ¿ha pasado algo?

- Oh, no, no nada. Era simplemente para decirte que el jueves, finalmente, hemos quedado a las ocho en el ####. Es que voy a casa de mis padres hasta el miércoles, tengo algunas cosillas que hacer, y no sé si el jueves podría pasarme por la tienda.

- Mmmm... sí, de acuerdo. - ¿Para eso me llama? ¡Joder con la tía esta!

- Entonces a las ocho, el jueves.

- Sí, sí, de acuerdo.

- No te olvides. Por cierto, lo de ayer estuvo muy bien.

Hombre, por muy bien que estuviera, no creo que haga falta llamarme cada día para decírmelo, pero en fin...

- Ya, bueno, sí.

- Un beso, C***. Hasta el jueves.

- Adiós, un beso.

Colgué y me fui a comer tranquilamente. Al parecer a la pelirroja le había dado fuerte por mį, porque está era una clase de llamada bastante anodina. La semana pasó bastante rápido, porque tuve bastante curro, y hablé con Silvia todas las noches, charlas que iban de lo cursi a lo libidinoso, con algunas bromas y conversaciones calientes que me dejaron bastante excitado durante su ausencia. Tuve la precaución de hablar con Ignacio, mi compañero, para que me hiciera la mañana del viernes. Y burla burlando, llegó el jueves a las ocho.

Me vestí lo más informal que pude, porque las normas de la empresa me obligan a vestir de traje durante el trabajo, incluso en la tienda. Mi espíritu rebelde y juvenil me llevaba a colocarme corbata únicamente cuando visito a las empresas, pero seguía siendo un alivio que llegará el fin de semana y poder salir con unos vaqueros, unas bambas y un sencillo jersey. No me olvidé de introducir un par de condones en la cartera, ya se sabe, porque la noche esperaba que fuese larga y llena de acontecimientos.

A las ocho menos seis minutos aparqué mi coche condenadamente lejos de pub irlandés, así que tuve que caminar casi diez minutos para llegar. Eso de que se encuentre aparcamiento delante del sitio al que uno va sólo sucede en las películas.

* * *

Entré en el ####. Es el típico bar irlandés, o más bien lo que entendemos en España por pub irlandés. Suelos de madera, con adornos y carteles de Guinness, barriles, máquina de dardos... La única diferencia es que estaba adornado con guirnaldas de calabazas y carteles de Halloween, porque yo no me había acordado pero era una jodida fiesta de Halloween. El pub era grande, pero estaba lleno hasta los topes de chavales de dieciocho o veinte años, con las manos llenas de jarras de cerveza negra y los oídos a rebosar de música de radiofórmula a todo trapo. A pesar de la aglomeración, encontré a Silvia casi enseguida, porque sus rizos pelirrojos la hacían destacar como si estuviera en llamas. Junto a ella, tres chicas más, amigas supongo. Espero me perdonen la vanidad, pero en cuanto me vio y se le encendió la cara.

- ¡C***! - gritó, por encima de la música, se me acercó, me echó los brazos al cuello y me besó como si me quisiera llegar hasta el estómago. Yo la besé también, sorprendido por tamaña efusividad, aunque me imagino que el alcohol que pude probar en su boca explicaba bastante su pasión. Cuando se separó de mí, me presentó a sus amigas.

- ¡Chicas, éste es C***!.

- ¡Hola! - saludé, sonriendo amablemente.

- Mira, esta es Sonia - Le di dos besos a una chica alta y desgarbada, con un cuerpo ancho de formas rectas. Se peinaba el pelo rubio oscuro en una larga trenza, que no favorecía mucho su rostro de frente corta, nariz chata y dientes enormes - Esta es Marga - Otros dos besos, esta vez a una chiquilla pequeñita, frágil, muy finita, guapa de cara pero con cuerpo de niña, morenita y con unos ojos enormes y azules, que parecían siempre a punto de deshacerse en lágrimas.- Y esta Nuri - Dos besos más, a una niña que no estaba nada mal. Era rubia, un poco morena de piel, con una cara guapa, muy graciosa, con dos hoyuelos adorables en las mejillas, ojos marrón claro y sonrisa amplia de labios rojos. De cuerpo no parecía estar nada mal, buenos pechos, buen culo, además era apenas un más baja que yo.

No tenían mucho en común con las chicas, estudiantes y unos diez años más jóvenes que yo, y me costó un poco entrar en la conversación, sobre todo por Nuri, que era más bien sosa y cuando no sonreía parecía estar oliendo mierda en un palito, y, así que quede entre nosotros, cuando hablaba daba la impresión de no ser demasiado espabilada. Sonia suplía su falta de atractivo aparente con carisma y simpatía y Marga sobre todo era un torrente de personalidad, quizá para compensar la fragilidad de su aspecto. Tenía una voz grave, que no le pegaba nada con su pinta, una risa contagiosa y una forma de gesticular y acompañar lo que decís con las manos que resultaba divertida. Silvia, por su parte, hablaba bastante, y a pesar de que conmigo era tímida y más dulce, aquí parecía ser la auténtica líder del grupo. Las otras tres tenían dieciocho años, y al tener ella unos cuantos más, parecían beber de sus palabras.

Se fue pasando el rato al parloteo, que versó casi todo acerca de los profesores, anécdotas de la clase, de los chicos de facultad, compañeras a las que despellejar entre carcajadas, movidas de la universidad,... No niego que me aburría bastante, y eso que procuraba que no se me notara e intentaba intervenir con alguna observación o con algún comentario, con más entusiasmo que éxito. Después de tres cuartos de hora o así, Silvia se fue al baño, y Nuri le acompañó. Me quedé solo con Marga y Sonia.

- Oye, C***, tú eres informático, ¿verdad? - me preguntó Marga. Y ante mi asentimiento, con aire inocente, añadió: - Silvi nos ha contado que el sábado quedó muy contenta con el PC nuevo... y  puede ser que yo también aproveche para cambiar de ordenador.

Casi escupo la cerveza. ¡Me quedé de piedra!. ¿Silvia les había contado a estas tres lo del sábado... y Marga me había propuesto repetirlo con ella?

- Bueno... -dije yo, cortadísimo - eso es cuestión de hablarlo...

- - intervino Sonia -, yo también es posible que cambie mi PC, está un poco viejo.

¡Joder! ¡Otra más! No me lo podía creer. Había tomado ya tres pintas de negra, pero no quise atribuir a una merma de juicio el malinterpretar lo que estaba ocurriendo. ¿Me estaban tirando los trastos? ¿O tomando el pelo de alguna forma retorcida y cínica? Marga siguió hablando.

- Es que Silvia nos dijo que le habías hecho un gran trabajo a un precio muy especial. – Me mirø a los ojos, y sonrió.

De nuevo se me encendieron todas las alarmas. Acababa de conocer a esta tía y poco menos me estaba bajando los pantalones. ¿O no? ¿Es posible que Silvia simplemente les contara que soy vendedor de ordenadores y quisieran un PC a buen precio? Eran unas pocas frases inocentes, pero el contexto y sobre todo lo que llevaban implícito me hacían sentir bastante incómodo, y confuso. Opté por considerarlo una charla totalmente desprovista de malicia.

- Yo... vaya... pásate un día por la tienda - aproveché para sacar una tarjeta de mi cartera y se la di - y te informas de las ofertas y los equipos.

- Ah, vale, de acuerdo. - Marga lo dijo con tono despreocupado, lo que me hizo relajarme. Descarté que estuviera tirándome los tejos. Me maldije por dentro por ser un salido.

- Dame otra a mí, si no te importa - me dijo Sonia. Antes de que sacara la cartera, Marga le puso la mano en el brazo, interrumpiendo el gesto.

- No hombre no, iremos juntas.

Eso me lo terminó de confirmar. Estas chicas sólo querían ordenadores, porque lo de los tríos espontáneos con teens solo pasaba en mi imaginación calenturienta y ciertos vídeos de Internet. Silvia y Nuri volvieron del baño, riéndose.

- ¡Hola chicas! - dijo Marga. - Aquí C***, que nos quiere vender un ordenador a cada una. Hasta me ha dado su tarjeta y todo.

Marga lo dijo con tono desenfadado, pero a Silvia parecía que le había dado un puñetazo. De repente se puso seria y enrojeció violentamente, me miró con una cara rarísima y se volvió al camarero, pidiéndole una cerveza. Yo miré a Marga, que sonreía a Sonia. Nuri también parecía un poco fastidiada. No tenía ni idea de lo que pasaba, así que me acerqué a Silvia.

- Oye, Silvia - le pasé un brazo por los hombros, pero ella se lo sacudió.

- ¡Déjame! - me contestó, sin ni siquiera mirarme.

- ¿Qué te pasa? - esta vez intenté cogerla de la cintura, pero me apartó el brazo con la mano.

- ¡Nada! ¡Déjame, joder!

No hay que ser un experto en psicología femenina para saber que cuando ellas contestan "nada" a esta clase de preguntas en realidad quieren decir que pasa algo gordo y que la culpa es tuya. Por tanto, decidí atacar por otro flanco. Lo dejaría pasar un rato hasta que ella se calmara un poco de la neura que le había dado conmigo, y así pensaría un poco sobre qué coño había dicho o hecho.

- Bueno, cuando quieras decírmelo, me avisas. - Con esa frase, me volví hacia las otras tres, que estaban hablando en voz baja. Cuando me dirigí hacia ellas, empezaron a hablar otra vez de las clases y todo eso, así que me dediqué a pensar y a tratar de sumar dos y dos.

Sólo había una explicación. Silvia les había contado lo del sábado, y Marga y la otra víbora me estaban tomando el pelo para hacerme quedar mal delante de la pelirroja. No soy el fruto más maduro del cesto, pero se ocurrió que seguramente Silvia, la recién llegada, la de veintitantos, había alterado un poco el ecosistema del grupito de amigos. Marga había sido hasta entonces la más popular y echaba un poco de menos el protagonismo, así que me había utilizado un poco para fastidiar a “la nueva” y marcar un poco de territorio.

Me dirigí hacia Silvia, que todavía estaba en la barra. Me acerqué a ella, pero ella me vio y me dio la espalda.

- Oye, Silvia, por favor, escúchame. Oye, lo de los ordenadores es simplemente eso... bueno, ordenadores. Yo no podía saber que... bueno...

Ella me miró, con cara bastante ofendida.

- Ya, seguro.

- Oye, de verdad. Te lo juro. ¿Cómo iba a yo a saber que tú les habías dicho lo del sábado? Lo siento, de verdad.

- No, no lo sientas. Ya veo como te lo montas.

- Ey, ey, tía, para el carro. Yo no me lo monto de ninguna forma. Han sido tus amigas las que me han dicho lo del ordenador.

- Sí, y has tardado medio segundo en darle tu tarjeta, y en ofrecerte para lo que sea, ¿no?

- Vuelta otra vez. ¡Pero si yo creía que querían un ordenador!

- Yo también quería un ordenador, no te jode... que sí, hombre... eres un cabrón, joder. Y delante mío, además.

Yo estaba empezando a enfadarme.

- ¿Pero tú te estás oyendo, tía? Resulta que me viene una de tus amigas, y me dice, eh, ME dice a MÍ, no YO a ELLA, "quiero un ordenador"... tú recuerdas que yo me dedico a vender ordenadores, ¿no? Resulta que yo tenía que saber que cuando en tu grupo de amigas se le dice a un vendedor de ordenadores que quereis un ordenador, ¡resulta que lo que quereis es echar un polvo!

Ella me miró realmente irritada.

- ¿Un polvo? ¿Eso es lo que soy? ¿Un polvo? ¿Me estás diciendo eso?

A esto se le llama un giro inesperado de la conversación... y de los acontecimientos. ¿Esto es una especie de prueba? No me cupo la menor duda, así que me enfundé los pies de plomo.

- Joder, Silvia, yo no he dicho eso. – Llegó el momento de sacar la miel a pasear, porque me empezaba a quedar claro lo que ella quería oír- Tú sabes que no es así… - con un además ensayado cien veces le quité un rizo rojo de la cara, y con satisfacción comprobé que no se apartaba, y tampoco se apartó cuando mis labios buscaron los suyos.

Objetivo conseguido. Tras comernos la boca un rato, convenzo a Silvia de que ha sido un malentendido, y vuelca su enfado con Marga y Sonia. Al final terminan no hablándose, pero todo parece terminar bien. Las dos arpías se largan, y Nuri nos presenta a otro grupo de amigas. Empezamos a pasarlo bien, mitad por la compañía, mitad por la cerveza, y mitad porque Silvia no se me despega y puedo sobar ese culo a placer. Mi mano lo busca, lo aprieta, lo acaricia y se deleita en su carnosidad firme, su abundancia prieta, su redondez prisionera de ese pantalón que lo enfunda como una segunda piel. Silvia, consciente de que me encanta, se frota conmigo, jugando con su trasero en mi paquete, provocándome una erección que podría clavar clavos en una viga. Seguramente no es el mejor culo de todo el local, pero me pertenece y saber que esa noche me lo pienso follar me pone malísimo. Así que bebemos, bailamos, jugamos a los dardos con más pena que gloria... Vamos de bares, trasegando unos cuantos cubatas y cantando, un grupito de unos diez. De paso en paso cojo a Silvia con ansia y nos morreamos a gusto, apretándonos. Dejo que mi polla, imperial, reventona, se refrote contra ella, y siento sus tetitas con los pezones de mármol queriéndose clavar en mi pecho. Mis manos bajan hasta su culo, hasta esos cachetes que me vuelven loco, y los amasan despacio, aprendiendo de memoria la geografía de sus nalgas y perdiéndose a veces más allá, avances que ella corta retorciéndose con una risita. Cuando nos dan las cinco de la mañana, y parece que vamos ya de retirada, me ofrezco a llevar a Nuri y a Silvia a casa en mi coche. Nuri acepta, y nos despedimos de la gente con un intercambio de teléfonos, risas y promesas de amistad fruto de la efervescencia del momento y los cuarenta grados del vodka.

Poco después caminamos los tres hasta mi coche, y observo que Silvia se apoya en mi hombro y me coge del brazo. Nuri va como una cuba, y camina muy rápido, arrebujada en su abrigo violeta, con paso irregular y tosiendo de cuando en vez. Al llegar al coche, Silvia se monta a mi lado, Nuri se sienta de lado y después se medio tumba medio se desploma en el asiento de atrás, por lo que tengo miedo de que acabe vomitando. Conduzco despacio hasta su portal y una vez allí la llevamos hasta la puerta, donde se despide con un beso a cada uno y muchas palabras cariñosas balbuceadas y, por fortuna, ininteligibles.

Silvia y yo nos vamos hacia su casa.

* * *

Llegamos al adosado. La acompaño hasta la puerta. Ella mete la llave y abre, pero se queda con la puerta entreabierta parada en el umbral. Se gira hacia mí.

- Oye, C***

No dejo que termine al meterle la lengua hasta las entrañas. Ella suelta su bolso y se abraza, y nos besamos como locos. Yo le pongo la mano en la entrepierna, frotando y enterrándola entre sus muslos, y ella me agarra el culo como si me fuese a escapar. Noto el calor que se desprende de su coño incluso por encima del pantalón, así que la empujo para dentro, cerrando la puerta de una patada, y a oscuras me aferró a su trasero con las dos manos y lo masajeo bien a gusto mientras muevo la lengua dentro de su boca. Su culo cede mano mis manos pero es firme, y sin perder tiempo meto las manos por dentro del pantalón, buscando su piel en esas estrecheces de tela. Me gusta el tacto de la piel de sus cachetes, algo fríos pero gustosísimos, que no dejo de acariciar y apretar mientras mi polla parece querer salirse ella sola de mi bragueta. Ella se deja hacer, incluso me agarra el paquete, subiendo y bajando por la forma que mi erección esculpe en mi entrepierna.

En un santiamén nos quitamos las chaquetas, los jerseys, los pantalones y la ropa interior, que arrojamos al suelo entre caricias, besos, jadeos y más besos. No sé ni cómo me pongo un condón en menos de tres latidos de corazón, me tumbo en la alfombra y ella se monta a horcajadas sobre mí, ensartándose en mi nabo despacio, cerrando los ojos y arrugando la cara con gesto de molestia, pero gimiendo y suspirando sin parar.

- Uuuuuuummmmmmm... síí... ooooooooooommmmmm.

Está tan cerradita... cómo me gusta este coñito apretado que tiene, tan mojado, tan caliente que casi quema, pero que se resiste tozudo a que la penetre, aunque se en vano. Nuevo las caderas de abajo arriba, con las manos en su cintura, clavándosela rítmicamente, escuchando sus gemidos y gozando la estrechez y calor de su coñito, ajustado y casi babeante, que por fin se ha rendido de nuevo y me exprime la polla con fuerza, haciéndome gemir de placer en voz baja.

- Ahhh... sí, sí, sí... sigue, sigue... con cuidado, sí... mmmm... empuja....oooooh... – Silvia tiene los ojos cerrados, y levanta la cabeza hacia el techo antes de inclinarse sobre mí, dejando a mi alcance sus tetas. No puedo un momento y le muerdo los pezones, chupando como un lactante de esos botoncitos pequeños y duros, saladitos, paseando mi lengua por sus grande areolas rosadas. Con las manos sujeto su culo, lleno de carne, y voy abriendo y cerrando sus nalgas, dejando escapar algún suave azote que resuena en su nalga y sacude ese cachete abundante y blanco. Se mueve sobre mí, controlando el ritmo, y yo empujo hacia arriba para b que mi polla entre hasta el fondo, provocando gemidos más fuertes y hasta algún gritito, cuando tocó el fondo redondeado de su coño. Embisto con fuerza, un, dos, un, dos, sus tetas bailando al compás, y sus nalgas se estremecen en mis manos, apretando y aflojando. Acerco mi mano derecha a su boca, y me chupa los dedos con deleite, gimiendo.

- Mmmmm... chup...mmmm... oooooh...- Con el dedo humedecido vuelvo a posar la mano en su culo, y a la vez que se la meto bien adentro, jugueteo con mi dedo índice en su agujerito trasero, que imagino arrugadito y bien cerrado, una cueva de placer todavía por explorar. Sin prisa, lo voy acariciando, haciendo un poco de presión para meter el dedo.

- Mmmm... oohhh... ¿qué... haces...?... mmmm....- Ella me susurra entre jadeos, pero la callo alzando aún más mi pelvis y buscando meter por completo la polla hasta el fondo, con lo que la pelirroja se estremece y colores un poco más, protestando por mi brusquedad. No paro de empujar mi dedo en su anito, pero éste rechaza al intruso apretándose más. Con cuidado, mojo mis dedos en los jugos que chorrean de su vagina abierta de par en par, y sin cenar en mi empeño ataco otra vez, presionando suave pero con firmeza. Como premio a mi tenacidad, al final la punta de mi dedo índice vence la resistencia de su anillo y entra despacio, abriéndose paso.

- ¡Ay!... - se queja ella cuando nota su culito invadido por mi dedo, pegando un respingo. - ¿Qué haces? - Otra vez aumento el ritmo del metesaca, meneando las caderas, disfrutando como hacía tiempo que no hacía de su chochito de adolescente... ¡qué delicia de coño, joder! Pronto ella gime de placer, y reemprendo mi labor prospectora en su culazo. No sé qué está más caliente y ajustado, si su coñito tierno o su culito que no me hace falta que me diga que es virgen. La punta de mi dedo juguetea dentro de ella, y pronto son dos falanges las que quiebran la resistencia de su esfínter, a los que sigue la tercera encajando el dedo hasta el nudillo. Silvia me muerde la oreja mientras tiembla gimiendo, y empieza a moverse muy despacio hacia arriba y hacia abajo, metiéndosela ella misma con un ritmo lento pero constante, casi desde la cabeza a la base, gozando de la caricia de la entrada de su coño y la suave resistencia que se abraza a mi polla como una goma... un día tenemos que hacerlo sin condón, porque tiene un agujerito riquísimo.

- Ffffff... mmmm... que gusto... uuuuuuum...- Mi dedo en su culo hace el amago de salir, resbalando hacia fuera mientras sus músculos lo van expulsando siguiendo el impulso natural, pero no dejo que ocurra, insertandolo hacia dentro aprovechando la lubricación. El placer parece perder momentáneamente la batalla frente all dolor, y sus manos se me posan en mi pecho. Silvia arquea la espalda, medio incorporándose, y aprieta los ojos, que tiene muy cerrados.

- ¡Au!... uuuu... duele... mmmmm...- No le hago mucho caso y me concentro en lamer sus tetas, sus pezones, y recrearme en el sabor de su sudor y de su piel blanca cubierta de pecas. Mi dedo sigue ardiendo bien atorado dentro de su culo, dejando que su cuerpo se acostumbre a la presencia del extraño. No veo el momento de que sea mi polla la que entre hasta el fondo de esa caverna, de ese hoyito incógnito todavía por cartografiar. Despacio, muy despacio, mi dedo entra y sale de su culo entre los gemidos de Silvia, y a base de ir rimando el dedo y mi polla, las protestas de la pelirroja se convierte en cortos suspiros, en breves jadeos, y su culo claudica dejando que entre y salga libremente. Meto en su boca el dedo corazón de la mano libre, y ella misma lo humedece, lo lubrica, lo prepara para el sacrificio sin abrir los ojos. Cómo un prestidigitador, saco el dedo que tengo en su culo y meto el otro, recién dispuesto, y noto cómo su ano se abre como una flor, dejando que su invasor penetre paso a paso por la suave presión de sus paredes, separándolas, y aunque Silvia susurra un “nonononono” muy bajito, no hace amago de sacarse el dedo ni cerrar el culo. Ahí sé que mentalmente ya se ha hecho a la idea de que pienso encularla, que va a tener que servirme su rosado y prieto orificio en bandeja, y mi polla piensa entrar donde no ha dejado que entre nadie.

Todo eso, con mi dedo corazón bien dentro de ese culo, y mi rabo percutiendo en ese coñito terso como si no fuera a salir el sol al día siguiente.

Me gusta ver lo que voy a follar, así que con delicadeza hago que Silvia se baje de mi, dejando su culo abierto y huérfano de carne, y la coloco a cuatro patas sobre la alfombra. Es una visión que levantaría a un muerto. Con el culo en pompa, sus blancas nalgas abundantes coloradas por mi magreo y mis azotes, las piernas separadas abriendo apenas la raja que guarda su culo virgen y su coño babeante… no hay nada mejor que ver a una mujer así, con el pecho y la cabeza apoyados en el suelo, cintura arriba, esperando que te sirvas de aquello que más te guste. Mi polla, brillante de flujo y dura hasta casi resultar doloroso, buscó su coño y se introdujo en él con un sonido viscoso, hasta que mis huevos se posaron sobre labios entre los jadeos de Silvia. Abrì sus cachetes con las manos, mientras mi rabo se abría camino, y miré el agujero de su culo, tal y como lo había imaginado. Rosado, cerrado, fruncido en un ceño de “no pasarás”, conté cada arruga, cada recoveco de ese hoyito lampiño y prohibido hasta ahora, relamiéndome de gusto anticipando el placer de mi polla enculando a esta pelirrojs dulce, mojigata y recatada que había conservado su culo intacto para que fuera mi polla la que le tomase la medida.

¿A cuántos se lo habrá negado? ¿Cuántos habrán buscado el premio y ella se lo habrá escamoteado? Y allí estaba, todavía hermético, haciéndome un guiño. Yo sabía, y ella seguro que también lo sabía, que desde el momento en que relajó su cerradura psra permitir que mi dedo se perdiese en las profundidades de su intestino, que ese caramelo era mío y que me había guardado el privilegio de sodomizarla cuando lo considerase oportuno.

Noto que me llega el orgasmo, pero no paro de frotar mi polla contra las paredes suaves de su chochito, y me hormiguean los huevos. Entonces me concentro en meter, sacar, meter, sacar... y por encima de todo en las sensaciones de inmenso placer que me proporciona ese chochito pelirrojo, con un cosquilleo intenso y electrizante que me recorre la polla. Silvia jadea cada vez más fuerte, con gemidos entrecortados, y me olvido por el momento de culo para centrarme en su coño, empujando como si quisiese meterme yo mismo por esa abertura. No suelo hablar cuando estoy follando, pero es que Silvia me está poniendo a mil. Me siento poseído, embargado por una rabia salvaje, así que cojo su melena pelirroja y tiro de ella hasta que se coloca a cuatro patas, a veinte uñas, con la boca muy abierta. Me inclino sobre ella sin dejar de meterle pollazos a discreción, mientras mis muslos contra sus nalgas suenan como una salva de aplausos a ritmo. Pego mi boca a su oreja y le susurro, totalmente invadido por el gustazo que me está dando su chochito bien prieto, con voz ronca.

- ¿Te gusta? ¿Te gusta cómo te follo? - Le doy un par de enviones más fuertes mientras hablo.

- ¡Sí... sí! - grita ella, con los ojos cerrados y el pelo enredado en mi mano, con sus pequeñas tetas bamboleándose con mis embestidas. Yo casi estoy gritando, y no paro de empujarla como si quisiera tirar la pared abajo. Ella solo grita al compás con la que yo la taladro sin ningún miramiento, metiendo mi polla hasta su matriz, saboreando su coño, que se abraza a mi polla como ordeñándola, como si quisiese retenerla adenrro y dándome un gustazo indescriptible. Así seguimos por unos cincominutos, yo diciéndole cosas al oído, cerdadas que me pasaban por la cabeza, metiéndosela todo lo dentro que puedo, hasta el fondo, con mi vientre y mis huevos golpeando su culo, sus muslos, y ella gimiendo, jadeando, gruñendo cosas ininteligibles, bufando como una yegua de pelo cobrizo que se resiste a la doma. Su jugo, nuestros sudores, salpican mis muslos , y en ese momento ella se tensa, engarfiando los dedos, retorciéndose bajo mi cuerpo, abriendo la boca y emitiendo un gemido interminable mientras noto vibrar sus entrañas y estrecharse aún más, si cabe, las paredes de su coño.

- ¡Mmmmmmmggrrrrhpppppmmmmmmm! - Tiembla como una hoja, su vagina se contrae más, incluso, y me aprieta la polla como si quisiera sacar zumo de ella, y lo va a conseguir. A mí casi se me escapa un rugido del pecho, un gemido ronco, y noto un placer impresionante en todo mi nabo, pero también en mi nuca, en mi espina dorsal, en mi perineo y en mi mismísimo culo. Descargo una, dos, tres, cien veces sin parar de deslizar mi miembro dentro de ella, que cuando suelo su pelo vuelve a apoyar su torso en la alfombra y jadea. Me corro como un toro, sin parar, y mi polla tiembla y palpita dentro de su cárcel de látex. Me invade un placer intensísimo, y cuando paro de meter y sacar mi nabo me doblo contra su cuerpo, jadeando, aspirando su olor de hembra caliente. Apenas contiene un estremecimiento y un ronroneo cuando la saco, aún dura, y me pongo en pie dejándola ahí, arrodillada, mientras me quito el condón.

- Oooooh.... joder... la hostia... - ella ni siquiera levata la cabeza, vuelta hacia un lado, con los rizos rojos cayéndose sobre el rostro que ella aparta de un soplido, sudorosa, colorada, respirando muy rápido. Yo también estoy sin aliento, y noto que me tiemblan las piernas cuando me voy hacia el baño... ¡la hostia, qué polvo! Una vez en el baño, tiro el condón a la papelera y me miro al espejo, con la cara perlada de sudor, el pelo empapado, las mejillas como un tomate, respirando como un perro con la lengua fuera... y cuando me miro la polla, un poco escocida y casi en carne viva, veo como de la punta aún rezuma un poco de semen. ¡Dios mío... vaya pedazo de polvo!

Cuando vuelvo al pasillo después de mojarme la cara y recuperar el aliento, ella está de rodillas, todavía sudada y agitada, pero ya recogiendo la ropa temblorosamente. Le doy un larrgo beso, y ayudo a adecentar un poco el pasillo. Después nos vamos a la cocina, donde bebemos un gran trago de leche fría cada uno, desnudos y completamente empapados. Cuando ella se da la vuelta para dejar el vaso en el fregadero, no puedo evitar que mi mirada vaya a su trasero y noto que mi polla se endurece otra vez. Grande, firme, carnoso, muy blanco, con los rastros enrojecidos de la reciente cabalgada, tiene un aspecto tan tentador... sólo de imaginar su hoyito cerrado y virgen me pongo como una moto. Me acerco a ella y me pego a su espalda, dejando que mi polla se endurezca contra sus nalgas.

- Mmmm C***... ¿otra vez? - susurra melosa, dejándose querer. Agarro sus tetas por detrás y las estrujo con cuidado. Bajo una de mis manos por su vientre hasta su coño, me enredo un instante con su espeso vello púbico, y sin demora buscó su clítoris con mis dedos juguetones. Lo encuentro, hinchado y húmedo, y lo frotó con cuidado, arriba y abajo, en círculos, sin prisa pero con la determinación de quien sabe qué quiere y cómo lo quiere. Silvia tiembla, se excita, dobla las rodillas y gime muy suavemente. Tengo la polla dura otra vez como un ladrillo, firmemente encastrada en el surco de sus nalgas, y me muevo muy despacio arriba y abajo, como haciéndome una paja con su culo, el rabo abrazado por esas dos montañas de carne deliciosa. Me acerco a su oreja y le susurro:

- Vamos a la cama... vamos a probar otra cosa...- Ella me sonríe y asiente, mientras sigo masajeando su pequeño botoncito del placer y ella menea el culo haciendo que mi polla crezca aún más entre sus molletes. No, esta noche no va a haber prisioneros y ella lo sabe, lo sabe y lo asume como buena potrilla bien domada. Le doy una palmadita en el trasero a la vez que me separo, y le digo que voy ahora. Ella mira mi polla, golosa, y después a los ojos.

- Vale... no tardes... - Se aleja y su culazo se mueve cuando se aleja con un bamboleo exquisito, embriagador... ¡qué culo! Cuando se marcha, voy al baño en busca de algo muy concreto.

* * *

Ella está tumbada en la cama, y me mira con curiosidad cuando entro con una botella en la mano. No se lo dejo ver del todo, y enseguida ella se olvida cuando me arrodillo frente a ella, con la polla bien tiesa. Se sienta inmediatamente y la mira, me parece que con deseo, con gula. Acarició su nuca, enredando mis dedos en sus rizos, y hago el gesto de llevar su cabeza hacia mi rabo pero ella se resiste un poco, se incorpora y me mira a los ojos.

- Joder... está roja... - "¿Roja? ¡Está escocida como si la hubiese metido en un tarro de arena!", pienso yo. Entonces carraspea, pone cara de niña buena, y con un hilo de voz, como si le diese vergūenza, me confiesa: - Nunca he chupado ninguna, C***.

- Tranquila - le digo -, déjate llevar. - Ella no aparta la vista a los ojos, seria, y con apenas un titubeo, termina descendiendo lentamente hacia mi polla. Se mete un poco del capullo a la boca y juega con la lengua en la punta, haciéndome cosquillas. Me río, y ella se la saca y se ríe también, como si hubiese hecho una travesura. Entonces a lamerla despacio, con cuidado, como si fuese un helado, pero sin tocarla. Me da un gusto increíble, aunque se la nota un poco brusca y temerosa, y noto que la polla me arde, como si la hubieran frotado con salsa picante. “Sabe raro”, me dice, pero sigue a la tarea y yo me voy sentando con las piernas muy abiertas, dejando que ella se arrodilla frente a mí, agachándose, tapando mi rabo con su melena y agarrándolo con una mano mientras trata de metérselo entero a la boca.

No controla muy bien, y me rasca con los dientes al ir subiendo y bajando con la polla en la boca. ¡Lo que me faltaba! Pego un respingo y me quejo suavemente, y ella se detiene, sacándosela de la boca, levantando la cabeza y mirándome con gesto culpable.

- ¿No lo hago bien?

- Sí, - le contesto, acariciando su cara y su pelo - pero ten cuidado con los dientes. Abre un poco más la boca, y si no puedes, pues no pasa nada, tranquila.

Parece que eso le toca la fibra sensible, porque hace un esfuerzo y se mete casi la mitad en la boca, con un sonido de succión realmente excitante. Le hace un bulto gracioso en los carrillos. Gimo aprobadoramente, y ella empieza a metérsela y sacársela de la boca muy despacio, empapándola bien con su saliva, apretando los labios y con mucho cuidado de no tocarla con los dientes, jugando con la lengua en la punta del capullo cuando casi se la ha sacado entera, y volviéndola a engullir poquito a poco. Todavía le falta mucho para poder comerse una polla como mandan los cánones, pero se le nota voluntad y eso es incluso mejor. El entusiasmo, cuando es sincero, es un gran sucedáneo de la pericia. Una vez la tiene en su boca, siento un cosquilleo de gusto en el capullo, que está además muy sensible después de la follada de antes, y cuando la saca, un frescor agradable gracias a su saliva. Siento sus labios como se cierran y aprietan la cabeza de mi miembro. Estoy en el séptimo cielo. Silvia se para después de un ratito, y vuelve a lamer todo mi nabo, desde la base hasta el capullo, con la punta de su lengua y después a lametones, limpiándolo, humedeciéndolo, dejándolo brillante. Y otra vez se mete casi la mitad en la boca, y esta vez acompaña la chupada de un movimiento de balanceo de su mano por todo mi polla, lo que me provoca un gemido y un placer... un placer tremendo. Trata de meterse algo más de nabo en la boca, pero se atraganta, se la saca y empieza a toser.

- Uuf... me ahogo... me da naúseas... joder...

- Sshh... calma - le digo mientras le acaricio el pelo.

Vuelve a empezar, pero sólo hasta la mitad. Es igual, me está haciendo una mamada cojonuda, y si en verdad es usted primera vez, me da incluso el doble de gusto. Saber que esa boquita se me ha entregado es un placer más que físico, y ver a esa niña de papá, esa pelirrojita de colegio de monjas, recatada y virginal meterse mi polla hasta hinchar los mofletes me pone otra vez como un yunque, y noto un cosquilleo de placer en toda mi columna vertebral. Parece que le empieza a coger el tranquillo, porque la chupa de puta madre, con la lengua, apretando con los labios al salir, besándola casi, golosa, como si fuera un dulce, apretando un poco la mano y pajeándome despacio. La dejo hacer por diez minutos, y puede que tuviera otros planes, pero puede más el morbo y noto que me corro otra vez.

- Silvia... Silvia... me corro... - la aviso con la voz temblorosa... ¡qué gustazo de mamada!

Ella deja de chupar y sigue pajeándome suavemente, mirándome con los ojos muy abiertos y los finos labios húmedos de saliva, muy rojos. Yo ya no puedo ni hablar. Asiento con un gemido. Sigue frotando, alternando las caricias con chupadas cortas, hasta que gimo profundamente y unos chorros espesos de semen salen con fuerza y caen sobre mi estómago.

Silvia mira con curiosidad el semen, y se queda mirando mi polla encogerse lentamente y arrugarse hasta descansar, colgante, sobre mis huevos. Entonces se levanta, va al baño y me limpia con una esponja, delicadamente, y me seca con delicadeza con una toalla. Yo la miro desnuda, con sus tetitas colgantes, su cuerpo blanquísimo que me pone a mil, y acaricio su culo suave, como de melocotón, apretando un poquito, mientras ella me mira, me sonríe y posa sus labios un momento sobre los míos. Cuando termina de limpiarme, se tumba a mi lado, se acurruca desnuda junto a mí y nos abrazamos. Beso su pelo revuelto y ella ronronea, feliz.

- ¿Lo he hecho bien? - me pregunta, mientras besuquea mis pezones.

- Muy bien, Silvi, muy bien - contesto, con los ojos entrecerrados. Ella me acaricia mi polla, ahora fláccida, agotada, y ésta apenas responde a sus caricias. Finalmente Silvia claudica, se agacha y me besa la entrepierna, para después volver a acurrucarse apretada contra mí. Después de unos minutos de escucharla respirar, miro la botella de aceite de almendras en la mesita, y con una sonrisa de anticipación, termino por dormirme

(Continuará)