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BPN. Silvia, la pelirroja (y 3)

en Hetero: Infidelidad

Llevaba saliendo con Silvia unos siete meses. La relación iba realmente bien, porque nos divertíamos mucho juntos, teníamos gustos parecidos, y al estar cada uno en su casa era muy sencillo ahorrarnos los malos tragos y el desgaste de la convivencia, ofreciéndonos el uno a la otro siempre nuestra mejor cara y queriendo exprimir los momentos compartidos al máximo.

Y el sexo, el sexo era fantástico.

Un fin de semana de cada dos ella se iba a Logroño a ver a la familia, pero el fin de semana que se quedaba en Zaragoza nos dedicábamos a follar todo lo que podíamos. Siempre buscábamos uno o dos ratos entre semana para polvos rápidos, pero era en esos fines de semana alternos cuando explorábamos y explotábamos nuestros cuerpos al máximo. Lo único que no conseguí con Silvia era que perdiera su asco al semen, así que nunca me la chupó hasta el final, ni dejó jamás que me corriera en su boca. No era muy aficionada a chupármela tampoco, aunque lo hacía con regularidad y sin protestar si se lo pedía, pero me sentía más que compensado porque siempre incluía el anal en el menú especial del fin de semana.

Su culo para mí era hipnótico. Vivir sola y comer desordenadamente habían hecho que cogiera unos kilitos, y Silvia se quejaba de que se le habían ido todos al culo. Es verdad que sus caderas se habían ensanchado, que había perdido tersura y ganado en volumen, pero seguía teniendo esa cautivadora forma de manzana y esa piel muy blanca que me habían hecho perder la cabeza. Y sobre todo, seguía guardando en el centro un tesoro arrugado y delicioso.

Lo usaba con frecuencia, pero su ano seguía tan apretado como el primer día, y en cada ocasión se resistía a ser penetrado, presentando tenaz batalla para sólo claudicar con mucho lubricante y paciencia. Silvia decía que todas las veces sentía un dolor leve, una incomodidad mezclada con el placer, pero que como sabía que a mí me encantaba, era incapaz de negarme el acceso por su puerta trasera. Era siempre el colofón, el broche a un buen polvazo. Yo la cogía por la cintura, la colocaba a veinte uñas, y ella fingía negarse un poco, clausurando con firmeza su anillo, pero acababa abriéndose las nalgas con las manos, dejando a mi alcance sus dos agujeros y dándome así permiso para que servirme el plato que más me gustara, gruñendo falsas protestas cuando casi inevitablemente tomaba la ruta más estrecha y le acababa regando los intestinos con mi leche.

También hacíamos más cosas aparte de follar, claro. Salíamos de fiesta, al cine, me acompañó al rocódromo o a alguna excursión al Moncayo, y habíamos formado una pandilla de amigos barajando algunas de sus amistades de la facultad con mis propios colegas, con los que hacíamos planes juntos o también yo solo, cuando ella se iba a La Rioja a ver a sus padres o ellos venían a su casa y yo, de momento, tenía que esfumarme.

Todo empezó uno de los fines de semana que Silvia no estaba. Palabra de honor que no iba a salir, porque la semana anterior había sido el puente de mayo y habíamos tenido un fin de semana intenso, y no andaba muy boyante de pasta. Iba a tomar una, dos como mucho, de risas con los colegas y en plan cenicienta, a las doce en casa...

... A las cuatro de la madrugada salíamos un grupito de incondicionales del -----, uno de los garitos de moda, quien más quien menos con una curda de aquí te espero. Allí estábamos mis colegas Miro y Rafa, junto con dos amigas de Silvia que ya eran parte de la pandilla, Sandra y Nuri. No sé si recuerdan a Nuri, la chica de pelo castaño claro y hoyuelos en las mejillas, de expresión altanera, que estaba rebuena y además lo sabía... En fin, allí estábamos charlando de lo divino y humano, con esa clarividencia que solo otorga el alcohol, cuando veo a Sandra metiéndole el cuello a Miro.

 

Miro, Ramiro, es un chaval grande... pero grande, grande. Medirá como un metro noventa y pesará ciento diez kilos por lo menos, ciento diez kilos de puro músculo. Tiene unos brazos como jamones de Calamocha, y la misma inteligencia que un jamón, también. No quiero caer en el tópico, pero un chico un poco lento, de puro noble y buena gente. El caso es que es cierto que llama la atención, y habíamos notado últimamente cierta tensión sexual entre Sandra y él, pero no sabía que la cosa había avanzado tanto en apenas unos días, porque Miro no me había dicho nada y si se hubiese liado con Sandrita no habría tardado dos minutos en coger el móvil y contármelo. Sandra es una chavalita que apenas pasará de los veinte, con una de esas personalidades apocadas, silenciosas, que pasaría desapercibida en todas partes si no fuese por su aspecto. Claro que no es muy guapa de cara, porque sus ojazos azules no compensan sus rasgos grandes y bastos, sobre todo su nariz un poco bulbosa. Pero eso sí, no mucha gente se detiene mucho en su cara porque tiene unas tetas redondas y de un tamaño más que notable, y un buen culo que ella no luce mucho, pero cuando la hemos visto en mallas o en pantalón de deporte, nos ha puesto a todos con la bandera a media asta.

Para ser tan timidilla, Miro y Sandra se muestran de lo más afectuosos, y ese momento un poco incómodo lo aprovecha Rafa, que vive con sus padres aquí al lado, para despedirse y alejarse con paso vacilante. Y allí me quedo, la parejita a su bola y yo charlando con Nuri, dándole palique. A Nuri se le notaba bastante la borrachera, y yo me estaba poniendo un poco nervioso de estar sujetando las velas de Miro y Sandra, así que se me ocurrió decir que yo también me iba para casa.

Buena la hice.

Soy uno de los pocos de la pandilla que tiene casa propia, porque entre los que estaban estudiando, los que estaban en paro, los que vivían de cine en casa con los papis y los que compartían piso, mi apartamento solía ser el punto de reunión para cenas, quedadas y planes varios. Me di cuenta de mi error en cuanto se me ocurrió comentarlo, porque los tres se pusieron como locos con que fuéramos a mi casa a terminar la fiesta. Nuri porque estaba borracha y no quería llegar asì a casa, y Sandra y Miro porque estaba claro, pero cristalino, que querían usarla como picadero. Por más que insistí, no pude disuadirlos, sobre todo porque Miro me echó una mirada significativa, esa mirada que hace que dos amigos de toda la vida se entiendan sin palabras. O le dejaba mi casa, o le dejaba mi coche.

Como mi coche es sagrado, al final me resigné, trazando mis planes. Pondría un par de copas y un poco de música, dejaría solos a Miro y Sandra paras que follaran a gusto, y mientras llevaría llevaría a Nuri asu casa. Pararía en algún kebab de camino a desayunar, haría un poco de tiempo, y luego volvería a mi casa para lavar las sábanas, o incinerarlas.

En mi mente era un plan sin fisuras. Juro que yo entonces sólo quería dejar un par de horasde margen a Miro para desfogarse, coger la cama y dormir hasta el mediodía. Ingenuo de mí, cogí el coche y muy despacito conduje hasta mi casa, aparcando en el garaje, y con los tres calaveras tras de mí entramos en mi apartamento.

* * *

Es una casa normalita, que tengo semivacía porque me sobra mucho sitio. El salón es muy abierto y grande, y solo tiene un sofá, la tele, el equipo de música y una alfombra enorme que ya estaba en el piso cuando lo alquilé. A un lado del salón está la cocina, justo junto al hall, del que, a través de un arco, se entra al salón. En ese mismo lado una barra separa la cocina de la sala de estar, y a los otros tres lados se abren otras tantas puertas que dan a dos dormitorios grandes (cada uno con un baño) y una terraza bastante amplia, respectivamente. Uno de los dormitorios está vacío y es mi biblioteca. Trastero. Almacén.

Las chicas, borrachas, se descalzan y empiezan a bailar mientras Miro pone algo de música, un poco alta. Yo voy a la cocina y preparo tres copas, porque yo estoy decidido a tomarme una tónica y salir pitando dentro de diez minutos.

- ¿Tú no bebes? - me pregunta Nuri, sonriendo y formando esos graciosos hoyuelos en las mejillas. No sé si me doy cuenta ahora mismo por primera vez, pero el pantalón rojo de loneta que lleva le sienta fenómeno, y baila muy bien, al ritmo de una canción medio ska que ni sabía que tenía. Niego con la cabeza, y ella se encoge de hombros; sonriendo le sirvo un poco de ron y coca cola y me uno a la fiesta, echando significativas miradas a Nuri para que se dé cuenta de que, bueno, estamos de más.

Miro y Sandra no esperan, sino que enseguida se empiezan a comer la boca. El disco sigue sonando ahora más lento, tipo reggae, y en cuanto la parejita se mete a mi habitación y cierra la puerta yo cojo de brazo a Nuri para arrastrarla fuera. Me acerco a su oído y le susurro que nos vayamos, así que ella se ríe, y me acompaña. Entramos en el ascensor, me quedo mirando a esa carita que tiene, a sus hoyuelos, a su pelo rubio, a sus ojos marrón claro... y antes de decir ni Pamplona me está dando un beso como con hambre atrasada.

Se nota que a la tía le va la marcha, porque me come la boca como si nos fuéramos a morir mañana. Su lengua parece poseída, se menea por mi boca sin parar, cuando se para me muerde y me tira de los labios. Estamos intercambiando saliva como cinco minutos en el ascensor, parados en el garaje, antes de que mi mano busque el botón de mi piso. Nuri quiere más caña, así que con el ascensor subiendo de vuelta empiezo a magrear su espalda y su culo. Lo tiene prieto, firme, como tiene que ser un culo, para entendernos, un culo de chavalita de veinte años que todavía desafía a la gravedad. Noto sus tetas apoyadas contra mi pecho, grandes aunque sin alardes. Yo creo que en mi vida me he enrollado con una tía que estuviese tan buena. Y ya era hora, la verdad.

Llegamos a mi piso y abro con todo el silencio del mundo, provocando la risilla ahogada de Nuri. Los dos nos sentamos en el sofá y se acomoda a horcajadas sobre mis rodillas, me desabotona la camisa y aprovecha que me la quito para sacarse ella misma la camiseta por la cabeza. Su sujetador negro parece lleno a rebosar de unas tetas abundantes, y me demoro lo justo en desabotonarlo como puedo, porque confieso que esos corchetes no son mi especialidad. Sus pechos son una pequeña gran decepción. Grandes, desde luego, pero los monumentos que los aros del sostén anunciaban como firmes y enhiestos, en cuanto desaparece el andamiaje se desploman de forma notoria y sus pezones apuntan prácticamente hacia el suelo. Sus pezones, además, de tono rosa anaranjado, son pequeños, prietos, como de chico, duros como brocas, pezones que como a bocados, saboreándolos, y voy sopesando esas dos globos de carne, apretándolos, escuchando gemir de aprobación a Nuri. No pierdo el tiempo, paso una mano por su espalda y empiezo a bajar hasta el trasero que tensa su pantalón. Ella me acaricia la cara, me besa la nuca, el cuello, los hombros, a toda prisa, espoleada por la urgencia de la excitación. Con un impulso y una sonrisa canalla, se baja de mis rodillas, y sin dejar de mirarme los ojos se desabrocha el pantalón deliberadamente despacio, deslizándolo por sus piernas, descubriendo unas braguitas negras. y empapadas. Con voz un poco entrecortada me pregunta:

- ¿Tienes un condón? – asiento con la cabeza y saco la cartera torpemente, pudiendo apenas sacar un preservativo. Casi se me cae de lo que me tiemblan las manos, y es que en serio les digo que Nuri está buena, buena, buena. Sólo de pensar en que me la iba a comer enterita me ponía al borde del orgasmo.

- Póntelo, por favor... - me dice, apartándose un mechón rebelde de su corta melena alborotada, que le cae sobre los ojos. Me bajo los pantalones y el slip, me saco el miembro, abro el condón y me lo pongo, observando que ella mira golosa mi polla, bien tiesa, lista para la acción. Cuando lo tengo dispuesto la miro otra vez, ella se baja las bragas de un par de tirones dejando a la vista un coño lampiño, con la marca del bikini bien visible. Los labios menores le asoman un poco, pero no puedo fijarme en más detalles porque con cuidado se acerca a mi polla, que la espera plastificada apuntando al techo. Sin miramientos la coge y colocándose en el sofá la dirige a la entrada de su chochito., que abre sus labios al paso de mi capullo. Lenta, muy lentamente, se va bajando y metiendo mi polla hasta que posa su culo en mis muslos.

Gime bajito una larga exhalación de aire, y esconde la cabeza en mi cuello. Su coño es elástico y suave, y siento las paredes de su vagina babeantes apresando mi polla con un abrazo relajado pero firme, como a medida. No pasa medio minuto que Nuri comienza a subir y bajar, llevándome con ella al puto paraíso. Se mueve la hostia de bien, y contrae y relaja su vagina para ir casi manipulando mi nabo. Apoyadas las manos en mis hombros, asciende y desciende ensartada en mi polla moviendo el culo en círculos, y me invade una sensación maravillosa. Yo me dejo follar y no pierdo ocasión de magrearle el culito duro y respingón que tiene, con un tacto increíble, de melocotón, firme, prietito y cubierto de unos pelitos finos, casi invisibles, pero que cuando los acaricias se sienten de fábula.

Nuri gime con la boca cerrada, mordiéndose el labio, muy bajito, consciente de lo furtivo de nuestro polvo, y pega su frente contra la mía, separándola solo para sacudir la cabeza y el pelo de vez en cuando. La sobo bien sobada por todos sus rincones, impregnándome de su olor a colonia y a sudor, frotando con mis manos su espalda y sus costados, sus tetas, su culo, sus muslos firmes, y dejo que ella se entierre en mi polla, se empale el coñito dándome placer.

Demasiado placer. Noto que como sigamos así me voy a correr en breve, así que con mis manos en la cintura de Nuri, la voy sacando de encima. Mi polla protesta al ser despojada de su acogedora funda, pero no me detengo. Bajo mi boca hacia ese chochito bien depilado y le busco las cosquillas con mi lengua, mientras Nuri muerde uno de los colchones del sofá para no gritar. Me detengo en el sabor de su coño, su agujero color coral, inflamado de pura excitación, y lamo y chupo y sorbo y lengüeteo como si mi vida dependiera de ello. Nuri se retuerce, y solo cuando uno de mis dedos busca el agujero de su culo parece reaccionar, apartándolo con la mano y prohibiéndome el acceso, así que me centro en su coñito, que es manjar más que suculento.

Mi polla reclamaba su parte del botín, así que cuando me cansé de comerle el coño sin muchos miramientos la volteé sobre el sofá, dejándola boca abajo, con las rodillas apoyadas en el suelo, un poco abiertas, y el torso en el asiento. Me detuve un momento para disfrutar de la visión de ese un culo redondo, de nalgas carnosas, un poco rojito junto a la raja. Era moreno, pero blanco donde se le volvía a notar la marca del bañador. Por abajo asomaba el bulto empapado de su coño, pero antes volver a penetrarla me permití el gustazo de separarle los glúteos con cuidado, esas montañitas de carne tan suculenta, y miré su hoyito trasero cerrado y marrón, este sí con algunos pelos alrededor, con el cerrojo echado. Dejé que se cerraran las nalgas, y le di un cachetito, que ella acompañó de una protesta lánguida. Ahora sí, sin más contemplaciones, se la fui metiendo, sin ninguna dificultad, dentro del coño.

La rubia volvió a gemir, pero sin moverse. Llevado por el placer agarré su pelo y empecé a bombear, zas, zas, zas, a todo lo que daba. Golpeaba su culo con mi cintura, haciéndolo sonar y disfrutando como una bestia. Notaba una sensación riquísima en la polla, dentro de ese coñito. Acompañaba los envíones de mi polla con cachetes suaves en el culo y ocasionales apretones en las tetas que tenía apenas ocultas contra el sofá. Ella solo gemía de vez en cuando, y eso me excitaba más. Terminé casi cabalgándola como un salvaje, metiendo mi polla en su coño a todo trapo con un "¡plop, plop!" bastante audible, notando el calor de sus jugos resbalando por mis piernas. Sin decir nada, Nuri contrajo el culo, apretó las piernas, y ahogó los ruidos de su orgasmo contra el tapizado del sofá prensando todavía más mi polla en su vagina, lo cual fue el pistoletazo de salida para mí orgasmo, así que haciendo un supremo esfuerzo, la saqué para intentar posponer lo inevitable.

Nuri se volvió inmediatamente y como hacía un rato, volvió a sorprenderme agachándose, quitándome el condón y metiéndose mi polla, que seguía como el cerrojo de un penal, en su boca. No supe ni cómo reaccionar mientras ella me iba chupando la polla, limpiándomela, dándole besos y lametones largos y salivados, cogiéndome las nalgas con ambas manos. Me comió la polla como nadie me la había comido antes, lo juro. Primero despacio, luego más rápido, apretando con sus labios y su boca y su garganta, sacándosela casi entera hasta casi dejarla huérfana, pero deteniendo sus labios en la misma punta de mi glande y jugando con la lengua en el agujerito, haciéndome unas cosquillas muy, muy placenteras.

- Me corro… - la avisé, acariciándole el pelo, pero Nuri se limitó a incrementar el ritmo de su felación, apretando mi culo, para sacársela de la boca en el último momento y pajearla muy rápido, provocando mi eyaculación abundante, espesa, en no menos de una docena de impulsos que arrojaron mi leche en su cara y sus tetas, mientras ella sonreía y me miraba, yo gruñendo como un cerdo, sintiendo mi polla vibrar bajo su puño. Cuando se dio por satisfecha dejó escapar mi miembro, que cayó vencido a un lado de su cara, ella incorporándose con una sonrisa. Mi idea estaba esparcida por su rostro, su cuello y su pecho, y Nuri sencillamente cogió un trapo de cocina y se limpió con displicencia, sin darle importancia.

Me encantaría contarles que lo hicimos muchas veces más, en todas las posturas, pero no soy un semental. Nos vestimos apenas, los pantalones, tumbándonos en el sofá cinco minutos para recobrar el aliento antes de que yo la llevará a su casa.

Naturalmente, nos dormimos.

* * *

Alguien me tocó el hombro y me despertó. Abrí los ojos, sobresaltado, y parpadeé por culpa de la luz de la ventana. Busqué una mesita que no estaba, una cama que no era, y no fue hasta que me incorporé a medias y vii el cuerpo semidesnudo de Nuri a mi lado que recoloqué mis pensamientos. Giré la cabeza y vi a Miro, incrédulo, señalando a la rubia con un gesto inquisitivo. No supe qué contestar, así que me encogí de hombros y mi buen amigo fue negando con la cabeza, con una cara tal de desaprobación que me llegó al alma. Mi cabeza dolía, fruto sin duda de la resaca, y notaba un considerable malestar de estómago. Todo lo que había ocurrido la noche anterior regresó a mi cabeza sin preocuparse de llamar antes ni de saber si estaba ocupado. Me quedé atontado, y decidí refrescarme un poco la cara. Cuando fui al baño me miré en el espejo y lo que vi no me gustó nada de nada. Tenía unas ojeras de campeonato, el pelo y la barba desarreglados, y encima una jeta de culpabilidad que me garantizaría dos eternidades en el infierno.

Nuri se cruzó conmigo, sin mirarme, al entrar al baño, cerrando la puerta tras de sí, y cuando volvì al salón vi Sandra y Miro desayunando, en la cocina. Ella me miraba, colorada como un tomate, en un silencio embarazoso, rehuyendo mis ojos, mientras mi amigo intentaba mantener una conversación, fingiendo que no pasaba nada, que pelillos a la mar. Les despedì como pude, esquivando el reproche en sus ojos, y estaba recogiendo un poco la casa, para mantener ocupada la cabeza, cuando Nuri salió al fin del baño. Se acercó a mí con la cabeza gacha, la ropa totalmente arrugada, pero al menos con la compostura recobrada.

- Hola - le dije, mientras sacaba una taza y servía café. Ella ni siquiera me contestó, simplemente se sentó en silencio. Le puse la taza delante, y ella se sirvió un poco de azúcar y bebió a sorbitos.

- Oye C***... - Levantó la cabeza y vi que tenía los ojos húmedos y que estaba muy colorada, nerviosa - Lo que ocurrió anoche... - Cada vez le costaba más hablar. Yo la miraba, procurando permanecer impasible, pero notaba un nudo caliente en la boca del estómsgo.- ... lo que ocurrió... bueno yo... vaya... quiero decirte que no... que estoy muy arrepentida...

¿Arrepentida? ¿Arrepentida de qué? ¿De que te emborrachases? ¿De que te me echases encima como una loba? ¿De que me pusieses a cien mil por hora? ¿De haberme vaciado los huevos en tu cara? Naturalmente no le dije eso. No soy el colmo de la sutileza y la diplomacia pero tampoco totalmente gilipollas.

- Ya... bueno, yo también... - le dije, serio cual esfinge. En esos momento un hombre tiene que vestirse por los pies, y asumir su responsabilidad. Y sobre todo, dejar una escapatoria a una víctima que se siente acorralada. - La culpa es mía. Bebí demasiado y me dejé llevar.

- Bueno... - Nuri me miraba casi agradeciéndome que le dijese lo que quería oír. En el fondo la culpa era mía, ¿no? Al fin y al cabo, fui yo quien se metió su lengua hasta la tráquea, fui yo quien le quitó las bragas, fui yo quien preguntó por un condón, y fui yo quien la sentó encima de mi polla y quién se la metió hasta la garganta - ... yo creo que la culpa fue de los dos...

Ya le he dorado la píldora, ahora hay que procurarle una salida airosa.

- Mira, Nuri... da igual. Verás... a mí Silvia me gusta mucho, y yo... me siento como un cabrón por lo que he hecho. - La pelota está en su tejado. He sembrado la semilla, dejemos que crezca. Veo cómo a la rubia se le llenan los ojos de lágrimas.

- Joder C***... Silvia es mi amiga...

- Nuri, lo mejor es que olvidemos lo que ha pasado... por favor, no le digas nada a Silvia. No sé cómo pudo ocurrir... - Hombre, tengo una ligera idea, pero...

- Tienes razón. Joder, estaba súperborracha...

- Es igual Nuri, mira, no pasó nada, y ya está.

A ella parecía que le bastaba con eso. A mí, para qué decirlo. Así que nos tomamos un café, lo hablamos tranquilamente, y como ya era bastante tarde, me ofrecí a llevarla a su casa. El colmo del surrealismo era que, para no preocupar a sus padres, les decía que dormía en casa de Silvia. Ver para creer. En fin, cuando paré delante de su portal, dudó un momento pero se atrevió dio un beso en la mejilla.

- C***... de verdad... no sé lo que...

- No importa Nuri. Venga, hasta otro día.

Se dio la vuelta y se marchó. Yo me quedé mirando su culo ajustado en esos pantalones rojos...

El rojo siempre ha sido la señal internacional de peligro.

* * *

No saben cómo me gustaría decir que aquella fue la única vez que fui infiel a Silvia, pero estaría mintiendo y he hecho firme propósito de no mentir. El incidente con Nuri se fue quedando poco a poco atrás en el tiempo, y yo intenté olvidarlo, fingir que no había ocurrido nunca.

Claro que era difìcil, teniendo en cuenta que nos veíamos casi cada fin de semana. Miro y Sandra no dijeron ni palabra, y Nuri actuaba conmigo con una distancia educada, no demasiado frìa como para resultar sospechosa, pero lo suficiente como para que no compartiéramos ratos a solas ni nos devorasen los remordimientos.

Mayo pasó, y al final julio tardó en llegar lo que se demoró en pasar junio, mes difícil para los estudiantes. No vi a Silvia muy a menudo, pero debo decir que hizo un gran esfuerzo y logramos tener tiempo de calidad para nosotros, asì que las cosas parecían ir sobre ruedas, especialmente cuando salieron las últimas notas y mi pelirroja había aprobado todo y pasado limpia al segundo curso.

Me llamó, nerviosa y exultante, para darme la noticia, y acordamos celebrarlo con una cena en un restaurante que nos habían recomendado. “Una noche especial”, me dijo Silvia. Así que aquí estábamos, una noche a principios del verano, a la puerta de un restaurante. Un restaurante caro. No de los más caros, no sé si me entienden, pero sí uno bastante pijo, muy de moda. Aunque había llegado un poco tarde, Silvia aún no estaba allí, así que tras unos minutos entré y me senté en el bar... perdón, hice equilibrios en el bar sobre una de esos endemoniados taburetes diminutos y altísimos que ponen en los locales de diseño, y pedí una copa.

La vi entrar y casi se me cae el vaso. Estaba preciosa, radiante , enfundada en un vestido corto, color granate, muy escotado y entallado, y una chaquetita blanca de punto. Además se había cambiado de peinado, y su larga melena rizada caía sobre sus hombros como una cascada. Me levanté y fui a su encuentro, besándola en los labios, y supe por qué Holden Caulfield decía que es igual que una mujer hermosa llegue tarde, porque cusndo al fin llega nos deslumbra tanto que lo perdonamos todo. La besé en los labios, y aspiré un olor a perfume que me encantaba.

No sentamos en la mesa, y apenas puedo recordar de qué hablamos. Pero si sé que durante esa cena, me sentí cautivado una vez más por el embrujo de sus ojos oscuros y su cara de niña buena, sus pecas, sus rizos rojos, su sonrisa abierta y franca. Era dulce, inteligente, pero con ese candor típico de las chicas tímidas, que aún no había perdido. Y yo le gustaba de verdad, lo notaba en cómo me miraba, en cómo jugaba con mis dedos encima de la mesa. Y en cómo apoyó su cabeza en mi hombro cuando salimos, agarrados de la mano, del restaurante, y nos perdimos paseando por el centro de la ciudad, cerca de la plaza del Pilar, como lo que éramos, dos chicos atrapados el uno en el otro.

Entonces ocurrió lo de mi ex y las cosas se enredaron un poco más.

* * *

No les he hablado de mi ex porque no ha salido el tema, no se vayan a pensar. Lo tengo más que superado. ¿Que salimos más de seis años? Tampoco es para tanto ¿Que convivimos durante dos años? Bueno, y qué. ¿Que cuando me dejó tuve que volver a casa de mis padres porque no soportaba vivir en la misma casa que cuando estábamos juntos? Cosas de la vida.

Mi ex se llamaba, y aún de llama, Beatriz, Bea. Cuando la conocí tenía el pelo castaño, castaño oscuro, ondulado, y era muy delicada y guapita de cara, de sonrisa amplia y ojos preciosos, verdes. Llamaba la atención, a pesar de que era bajita, con caderas bastante anchas y un pandero amplio que siempre le acomplejó, cosa que trataba de combatir con un carácter fuerte y bastante mal genio. Durante toda la carrera fuimos juntos a la universidad, y cuando acabamos nos fuimos a vivir juntos. Yo para entonces ya llevaba dos años trabajando en la tienda de ordenadores, y ella enseguida encontró trabajo en una empresa de telefonía, como comercial. Así que sin posponerlo ni medio mes, en cuanto entraron unos euros que consideramos suficientes en nuestras cuentas, cogimos los bártulos y nos fuimos a un piso del centro a vivir nuestra historia de amor.

Y pasó lo que tenía que pasar. Bea descubrió que para follar e ir al cine nos entendíamos de fábula, pero que no soportaba mi cinismo, mis neuras, mis manías y mi inmadurez patológica. Yo no soportaba su rigidez, su inflexible pulcritud, su mala leche y sus arranques de ira. La verdad, no quise darme cuenta, pero nuestra relación se fue deteriorando, y llegó el día en que, a pesar de que seguía enamorado hasta las cachas, finalmente ella se convenció de eue las cosas se acaban y que era mejor dejarlo antes de tirarnos los trastos a la cabeza. Entonces me dijo que iba a mudarse a Madrid, y fue así como, de un día para otro, nos perdimos la pista mutuamente tras dejarlo "como amigos", repartirnos los discos, las cintas de video y un puñado de buenos recuerdos. Nunca nos volvimos a dirigir la palabra.

¿A quién trato de engañar? Han pasado tantos años de aquello y todavía pienso en ella.

* * *

 

Como decía, Silvia y yo paseábamos por una de las calles peatonales del centro de la ciudad, confundiéndonos con un buena cantidad de parejas que deambulaban por las terrazas a esa hora todavía temprana de la noche. Iba a decir algo cuando unos dedos se clavaron en mi cintura, sobresaltándome e interrumpiendo mi frase . Sorprendido y un poco enfadado, me giré y me encontré cara a cara con Bea.

- ¡Hola guapísimo! - Me dijo, sonriente. Yo, totalmente cogido por sorpresa, me quedé estupefacto mirándola con una cara me imagino que harto graciosa, porque ella se echó a reír. - ¿Pero qué te pasa? ¡No me digas que ya no me conoces!

Cuando me repongo de semejante shock, la miro de arriba abajo y noto que no ha cambiado demasiado, y a la vez ha cambiado mucho. Está un poco más delgada, más moderna, más madura, y sigue poniéndose esos psntalones de raya diplomática que resaltan su amplio trasero. Balbuceo un saludo, y le doy dos besos. Me vuelvo hacia Silvia, que no parece estar a punto de dar saltos de alegría, y las presento.

- Silvia, esta es Bea, mi... mi ex novia. Bea, Silvia, mi novia. - Las dos se dan dos besos, muy corteses, e intercambian halagos vacìos de contenido pero llenos de signifcado. El aire entre las dos podría haberse cortado con un cuchillo y vendido en filetes.

- Bueno C***, qué casualidad. ¿Cómo estás, a qué te dedicas? - Bea hizo un gesto a un grupo que estaba sentado en una terraza, antes de prestarnos de nuevo toda su atención.

- Uf... yo bien, sigo de informático... pero cuéntame, ¿qué haces aquí? Hacía la tira que no te veía. - Estaba bastante incómodo, más que nada porque estaba frente a la chica que me había dejado en ruinas hacía tres años, y al lado de la persona junto a la que había empezado a reconstruirne.

- Nada chico, estoy de vacaciones y he venido a ver a mis padres. Siento no haberte llamado, pero... ya sabes.

¿Siente no haberme llamado? ¿Cuándo? Hace tres años, tres, que no sé nada de ella, y de repente me la encuentro por casualidad en un la calle, y me dice que siente no haberme llamado. No sé que contestarle, así que la dejo seguir charlando y charlando. Así era siempre. Ella hablaba, era el centro de atención, y yo me limitaba a pensar cómo era posible que una chica así estuviera con un tipo como yo. Ojo, no me considero ni más listo ni más tonto que nadie, ni más guapo ni más feo, ni nada parecido. Sencillamente es que ella tiraba de mí a todas partes, mientras yo me derretía en cuanto me ponía la mano encima o me miraba a los ojos. Y ocurre exactamente así. No lo de derretirme, sino lo de tirar de mí. De repente me encuentro junto a los amigos de Bea, unos madrileños que han venido hasta aquí con ella, y presentándoles a Silvia. Son tres chicos y una chica, una tal Olga, totalmente insufrible, que sale con uno de los tipos, Javier, el gilipollas más integral que imaginarse puedan. Los otros dos son pareja, se llaman Pau y Marcos, son creativos publicitarios, y ellos mismos parecen anuncios de una marca de ropa. Los cuatro son ultra cool, y trabajan en una agencia de publicidad, donde también trabaja Bea.

Apestan a snob. Cuando se enteran de que trabajo en una tienda de ordenadores me miran como pensando "qué pintoresco el paleto de provincias”, pasando enseguida a charlar sobre lo guapos que son todos, la mucha pasta que ganan, y lo grotesco que es todo en cuanto abandonas la capital y te adentras en la jungla. No los soporto, y noto que Silvia tampoco, pero Bea no para de charlar conmigo y darme bola, por lo que al final terminamos todos en un pub de esos muy bohemios, con velas en las mesas, decorados con madera, y con actuaciones de jazz todos los miércoles por la noche y más nuevas de suficiencia que en un club de golf.

Un rato después, Silvia se va. Le acompaño hasta la puerta del bar, y una vez fuera me encojo de hombros, disculpándome. Ella se ríe y me da un beso.

- Preferiría habértelo dicho de otra forma, pero… he hablado con mis padres y quieren conocerte. Además… ¿Qué opinas si vienes a casa conmigo…? – con aire conspirador, coloca una llave en mi mano.

Me quedo a cuadros. Así que para eso era la cena. Balbuceo unas disculpas, le digo que me deshago de Bea y sus rémoras en media hora por no ser impertinente, y que nos vemos en US casa. Silvia hace un mohìn, pero termina por darme un beso interminable, y con un suave mordisco en la oreja de despide. Antes de alejarse del todo, se da la vuelta y me lanza un beso, con una sonrisa y su pelo imposiblemente rojo enmarcando su rostro pecoso, preciosa y radiante.

Me gusta recordarla así, cuando pienso en ella. Con su llave en el puño, bien apretada, entré en el bar otra vez y sin pensarlo dos veces la guardé en el bolsillo de la chaqueta.

* * *

No les voy a aburrir con más detalles, porque desgraciadamente está claro cómo terminó esa noche del demonio. No lo pude evitar, de verdad. Soy un majadero, siempre lo fui, y reconozco que hubo un momento, un segundo, un parpadeo, en el que pude cambiar el desenlace de aquella noche, de esta historia, de mi vida entera. Pero se pasó. Cuando Silvia me lanzó aquel beso, desde media calle de distancia, estuve a punto de despedirme a la francess y salir tras ella. Sin embargo...

Me aburro como una ostra. Estos cuatro pijos me hacen sentir como un fracasado por no tener tanto talento ni tanto éxito como ellos. Viven en lofts, tienen coches caros, se van de vacaciones a Egipto y a Bali en vez de un camping en Huesca, y no tienen que montar tarjetas de memoria o viajar en furgoneta por media ciudad de sol a sol. Si me quedo y no les mando a la mierda, es por Bea. Como ya dije, ha cambiado, si no por fuera, sí por dentro. Es más alegre, menos trascendental. Ya no trata de esconder sus inseguridades tras una máscara de extroversión y rabia: ahora realmente disfruta siendo el centro de la conversación, el centro de las miradas, sin complejos ni disfraces. Hacia las dos de la mañana me entero de que los amigos de Bea van a un hotel, pero de que ella va a casa de su padres, así que me ofrezco para llevarla.

Dice que sí.

Cuando montamos en el coche, todavía podría simplemente conducir hasta su casa, despedirme de ella e ir a buscar a Silvia. Pero algo sucede en el coche que me obliga a claudicar. Al principio conduzco en silencio, pero desgraciadamente pasamos por delante del portal donde vivíamos hace años. Bea lo señala y comenta en voz alta.

- ¡Joder C***! Pero si es donde vivíamos, ¿te acuerdas?

- Ajá - Yo ni siquiera la miro.

- Hace ya... buf, tres años por lo menos, ¿no?

- Hum... sí, más o menos, por ahí...

- ¿Te acuerdas de cuando...? - Con esa frase, vencida y desarmada mi templanza, tomó la nostalgia sus últimos objetivos emocionales. La resistencia había terminado. Aparqué el coche en uno de las urbanizaciones a medio hacer en las afueras, y allí hablamos durante una hora, por lo menos, de los viejos tiempos. Ella me dijo un montón de cosas, que se equivocó, que se acordaba mucho de mí, pero que el orgullo le impidió llamarme y decírmelo. Yo le conté lo mucho que la eché de menos. Antes de dsrnos cuenta, estábamos besándonos en el asiento de atrás.

Habían pasado tres años y algún tiempo más desde la última vez que lo hicimos, pero recordaba perfectamente lo bien que nos compenetrábamos haciendo el amor, lo insaciable que era. Apenas nos besamos y le toqué un poco la espalda, ella se lanzó sobre mi bragueta y me desabotonó el pantalón, liberando mi polla que se irguió, casi saltando, para que Bea la engullera, glotona, golosa. Siento que mi polla crece en su boca mientras ella la recorre por completo, metiéndosela hasta la garganta, chupándola, tragándola, devorándola, lamiéndola más tarde como un helado de carne, haciéndome cosquillas con su lengua, mordisqueándome el capullo, acariciándolo con sus labios carnosos. La mama con auténtica devoción, haciéndome estremecer de gusto. Se coloca de rodillas en el asiento, inclinada sobre mi nabo como si estuviera rezando, con su gran culo apuntando hacia la ventanilla empañada. Yo voy bajando mi mano por su espalda inclinada sobre mi regazo, poco a poco, hasta llegar hasta esos dos montes carnosos que rodean sus abismos. Su pantalón es como un segunda piel, y como no puedo meterme entre la tela recorro sus nalgas desbordantes hasta su coño, que froto con fuerza, con energía, recorriendo su entrepierna desde el monte de venus hasta el culo donde el pantalón se pierde entre sus cachetes. Gime con la boca llena de mi polla, meneando el trasero como una gatita.

Con la polla bien tiesa y embadurnada de saliva, la levanto un poco y la desnudo como puedo. Su camiseta roja vuela hacia el asiento de delante, y pronto le sigue su sostén. Sus tetitas son pequeñas, en forma de pera, pero bien erguidas,, con unos pezones color marrón claro, los botones bien marcados, pequeñitos, que recuerdo me volvían loco. Las chupo un poco y las acaricio, apretándolas en mis manos, poco más grandes que pelotas de tenis, y trato de meterme una entera en la boca. Enseguida la emprendo con el pantalón y el tanga. Ajustados como son, nos cuesta un rato y un poco de contorsionismo el poder bajarlos por sus piernas, pero pronto está completamente desnuda junto a mí, riéndose con picardía. En la penumbra puedo adivinar su piel morena, el tatuaje de su hombro (un delfín), y noto casi la oleada de ardiente fuego que se desprende de su cuerpo. Sin esperar ni un segundo se vuelve a lanzar sobre mi polla, arrodillándose otra vez a mi lado en el asiento, así que yo vuelvo a frotar el culazo que tiene, un poco caído ahora que el pantalón no lo sostiene, algo más blando de lo que recordaba, como si se hubiera vaciado pero no tonificado, y aún así excitante, arcilla caliente que mis manos y mis dedos moldean sin parar. Cuando en uno de esos viajes acerco mis dedos a su orificio posterior, se saca la polla de la boca y comenta, apartándose el pelo de la cara, sin mirarme, con voz traviesa.

- Hmmm... ¿quieres darme por el culo, cabronazo?

Claro que quiero darte por el culo, pienso, pero por toda respuesta yo poso mi dedo corazón en su esfínter, que recuerdo oloroso y casi dulce, haciendo círculos en torno a ese arrugado anillo, acariciando los prietos surcos que lo sellan y algún pequeño bultito de carne que sobresale, pero que no estropea su tacto. Me sigue chupando con fruición y cierro los ojos antes de empujar mi dedo para clavarlo bien dentro de su orificio, en seco, sin rodeos. Sé que lo hacíamos muy regularmente por ahí, y que debería tenerlo bien entrenado y elástico, pero noto una sorprendente tensión, una firme rigidez, lo que quiere decir que no le han abierto bien el culo últimamente. Bea sigue chupando, pero se detiene con un gemido cuando por fin su esfínter cede ante mi brusca intervención y muy a su pesar permite que mi dedo se introduzca omo un ladrón por la puerta de atrás. Se saca mi polla de la boca y levanta la vista.

- Hmmm... está bien… pero hazlo más suave, bruto… no lo he hecho por ahí hace tiempo…

Por mucho que lo intente, no me pienso apiadar. Le pienso perforar ese culo, me la voy a menear con sus tripas, la pienso encular hasta que se me desgaste la polla. Saco el dedo de su ano, me acerco la mano a la boca y me escupo en los dedos. Los froto humedeciéndolos bien, y empiezo a masajear su orificio a la vez que ella se traga mi miembro, cada vez más duro, ahora lubricándolo bien, llenándolo de babas, porque sabe que la voy a sodomizar, que voy a reventarle el ojete, y quiere que esté bien preparada. Se tensa cuando le meto un dedo otra vez y después, venciendo la resistencia de su ojal, dos. Los meto y los saco, gozando con el tacto de su culito.

- Bea, colócate. - le digo.

Ella se incorpora y se pone delante de mi, medio acuclillada, de espaldas, y lista para sentarse sobre mi polla. Cuando veo ese culazo enfrente de mi polla, me siento en la gloria. Mi ex se abre el culo con una mano, y con la otra mano se apoya sobre mi pecho para controlar la penetración, para mantener un atisbo de control en lo que va a ocurrir. Yo mantengo mi polla bien tiesa con la mano, bien dirigida hacia su negro agujero. Ella baja esas dos nalgas redondas que tiene, muy despacio, hasta apoyar su culo en la punta de mi nabo, y entonces se deja caer un poco.

Cuando entra el capullo, Bea se detiene con un grito, respirando fuerte, tratando de acostumbrarse a tener el culo otra vez relleno de polla. Pero no estoy dispuesta a dejarle tomar la iniciativa de la enculada. Llega el momento de la venganza. Con un movimiento brusco aparto su mano de mi pecho, y entonces cae con todo su peso sobre mi polla, ensartándose sin remedio, hasta las pelotas, con su culo todavía sin dilatar del todo. Me duele hasta a mí, y el grito de Bea ha tenido que oírse hasta en su casa. Con sus nalgazas apoyadas en mis piernas, temblando, sacudiéndose, con esas dos masas de carne ejerciendo una presión imposible sobre su ano, y a su vez sus esfínteres aprisionando bien mi polla, la escucho quejarse y casi sollozar, mientras a mí me duele horrores, en serio, por culpa de la fricción. Noto como si me la fuera a arrancar de lo que aprieta. Su culo está ardiendo, y bastante seco y muy cerrado. Dejo pasar medio minuto, entre los gemidos de Bea, que trata de recuperarse, pero sin concesiones la levanto por la cintura y la desempalo hasta el capullo, ante el alivio más que notorio de la porculizada. Miro mi polla entre sus nalgas, que parecen querer engullirla, y como no pienso tener la más mínima compasión la suelto dejando que su propio peso la clave otra vez y literalmente embuta mi nabo en su intestino.

- ¡Auuuu!... ¡Joder!... - No la dejo descansar, cuando siento que sus culazo se posa en mis piernas vuelvo a levantarla, gozando de cada milímetro de sus tripas que me pajean la polla como un puño bien engrasado - Aaaaaaayyy... joder cabrón... ¡más suave! ¡Más suave! – No, no hay contemplaciones. Ya no soy aquel chaval que dejaste tirado hace tres años, guapa. Ahora soy una polla que te va a dar por el culo hasta que te salga por la boca. Así que la dejo caer otra vez, excitándome con sus quejidos. Sigo arriba, abajo, degustando el tacto del blando cojín de sus nalgas golpeándome los muslos, resoplando de puro gustazo al abrirle bien el culo a esta zorrita. Después de quince o veinte penetraciones profundas y presumo que dolorosas, Bea se cansa de protestar al ver que yo sigo perforándole el trasero sin tregua, así que gimiendo de dolor y placer, se agarra al reposacabezas del asiento delantero, lo muerde y se deja hacer... al fin y al cabo, no hay más remedio.

Satisfecho con mi triunfo, la elevo hasta sacarle la polla y ya no me limito a dejar que caiga, sino que tiro de sin cintura con fuerza, metiéndosela bien, venciendo a puros tirones la presión de su anillo y de sus entrañas. Bea gime lastimera al compás de mis penetraciones, pero sin duda disfrutando también del agudo dolor mezclado con el placer de la enculada, porque en cuanto le suelto la cintura para agarrarle bien las tetitas que tiene, es ella misma quien se la mete, levantando el culo y bajando, con un murmullo agudo al notar toda la longitud de mi rabo encajándose en su interior.

- Mmmm... así... sí... ooohhh... dame por el culo... rómpeme el culoooohhh - el placer va ganando la partida al dolor, y eso me pone a mil. Hasta ahora estoy sentado, pero entonces la sujeto de la cintura y la empujo contra el asiento delantero, manipulando la palanca hasta que éste se inclina hacia el volante. Ella queda apoyada con su pecho en el asiento inclinado, las piernas flexionadas. Yo me coloco de rodillas sobre el asiento, con la polla bien metida en su culo, y veo como ella se abraza al asiento y se prepara para la cabalgada. Yo la agarro por los hombros y emprendo un bamboleo endemoniado, furioso. Ella chilla, sacudida por espasmos de dolor, de gusto, excitada y dolorida. No me corto ni un pelo con Bea, porque me la estoy follando a ella y a todos mis fantasmas. Empujo como si quisiera sacarla del coche por el parabrisas, con fuerza, de un solo golpe se la enchufo hasta las pelotas, la saco entera, y cuando su orificio se vuelve a cerrar la penetro con todas mis energías gozando con sus gritos y sus lamentos. Sus entrañas me ordeñan la polla, y yo las abro con saña, las arraso, las hago papilla, arañándola, azotándola,

- Auu... ¡Cómo me gusta que me des por el culo.!.. ay... ¡Dame duroooo…!. – Bea suspira, grita, gimotea, y aprieta bien el culo para sacarle el jugo a mi polla. Pero no pienso correrme tan pronto, no pienso darle ni ese respiro. La saco entera otra vez, descansando un poco, y aprovecho para cerrar sus piernas, apretándolas bien. Sin el más mínimo reparo, abro sus culazo con una mano y con la otra se la endiño sin hacer caso a sus lamentos, que ahora sí son protagonizados por el dolor. Siento su esfínter tratando de impedir como sea la brutal invasión, pero la tengo dura como un fierro, así que entra reventando todo a su paso como un ariete, como un taladro. Así, bien sometida, bien apretada por sus tripas y sus glúteos, otra vez me pongo a meterla y sacarla a golpes, sin piedad, con mi pelvis adelante y atrás, recreándome al sentir su hasta entonces reticente músculo anal moverse de dentro afuera siguiendo el vaivén de mi polla, abrazándola, aprisionándola, existiendo solo para mi placer. La agarro del pelo, tirando de su cabeza hacia atrás, y con mi cintura empujo, empujo, empujo, a pura fuerza, casi como queriendo metérsela hasta el estómago Se la meto así, sin pausa, a empujones largos, unos minutos que se me antojan breves pero que a Bea, que resiste como puede, seguro que se le hicieron largos como semanas. Sin parar de sollozar calladamente, aún saca espìritu para contraer más su culo, y provocándome una auténtica catarata de gusto al final se sale con la suya. Mi polla late y crece a espasmos, escupiendo dentro de sus tripas, y Bea resopla con desahogo, ya solo protesta cuando en un último estertor se la meto todo lo profundo que puedo, y la dejo ahí, abrigada, cobijada en sus tripas que seguro arden escocidas por la fricción, abiertas como una granada, calientes y acogedoras. Bea se afloja, se queda reclinada sobre el asiento, y sólo bufa y resopla. Los dos sudamos a chorros, y por las ventanillas resbalan gotas de agua. El aire dentro del coche es denso, casi líquido, y apesta a jugos, a semen, a sudor, a heces. A sexo. A sexo anal.

Después de unos momentos su culo expulsa mi polla ahora fláccida, y dándole una palmadita en el trasero me siento a un lado, repleto de satisfacción.

- Cabrón… - Bea me habla, sin mirarme, todavía reclinada en el asiento. Se lleva una mano al culo, y se frota con mucho cuidado sin poder evitar dar algún quejido suave. – Me lo podrías haber hecho más suave… te doy el culo y me lo revientas

No respondo, me limito a acariciarle las caderas y la suave piel de sus cachas, y como sé que no me ve, me sonrìo. Bea se va incorporando, con dificultad, y termina sentada a mi lado. Se queja al hacerlo, y termina medio de lado sobre uno de sus muslos, mirándome con cara de reproche. Tiene el maquillaje totalmente corrido, y algún pequeño rastro de lágrimas ha desbaratado su rimmel y le ha proporcionado el gracioso aspecto de un mapache.

- Te has pasado, C***… si llego a saber que me ibas a tratar así, no lo hacemos por detrás ni de coña… - hace un puchero, y me lanzó a besarla. Me rechaza al principio, pero después se rinde y nos comemos la boca durante un buen rato. Aprovecho para coger mi ropa, y entre muerdo y muerdo, algo arrepentido de mi brusquedad, me obliga a prometer que esta noche la culminaríamos en mi casa.

Primera parte de la venganza, consumada.

* * *

El viaje hasta mi casa fue una peripecia. Bea se vistió con bastante dificultad, echándome en cara mi falta de delicadeza y haciéndome sentir muy culpable. Se sentó medio de lado en el asiento de copiloto, y no dijo ni una palabra hasta que llegamos a mi portal, más que algún ocasional lamento cuando cogimos algún resalto o el coche le recordaba el destrozo de su pequeño agujero posterior. En el portal nos besamos, nos comimos la boca con pasión, hambrientos, enredando las lenguas. Subimos en el ascensor metiéndonos mano, sobándonos, mordiéndonos el uno al otro. Casi no pude abrir la puerta de la excitación. Bea me agarraba el paquete, subiendo y bajando a lo largo de mi polla otra vez hinchada, pajeándome con suavidad por encima del pantalón.

Dejé las llaves sobre la barra de la cocina, y en menos de un minuto estábamos desnudos e la ducha, con el agua caliente y el jabón barriendo la suciedad, el sudor, el dolor y el cansancio, pero dejando intacto el deseo. Sin casi ni secarnos, Bea me arrastró de la mano y me tumbó de un empujón en la cama. Ahí me dejó, la polla erecta como nunca, un mástil apuntando al techo, y ella no me defraudó. Siempre le gustó chupar pollas, así que no me extraña que se lance de nuevo a comérmela. Se la traga entera, hasta la garganta, echándose sobre mí, y aprovechando su movimiento la atraigo hacia mí, hasta que se va colocando a cuatro patas con una pierna a cada lado de mi cuerpo, ofreciéndome en sacrificio su entrepierna a la altura de mi boca para que haga con ella lo que quiera. Siempre fui de letras, pero mi número preferido es sin duda alguna el sesenta y nueve.

No me hago de rogar, paseando mi lengua por su coño peludo y negro. Tiene un olor acre, incluso ahora recién duchada, pero no me importa. Los quesos azules también huelen fuerte y son mis preferidos. Mi boca recorre sus labios y su vulva, húmedas y casi goteantes, aflorando los gemidos de gusto de Bea y que me chupe más fuerte la polla. Separó con mis dedos los labios de su chochito, y lo miro babeante, rebosante de jugos, de color rosa fuerte, para proceder enseguida a meter mi lengua en su interior lo más profundo que puedo, recogiendo sus caldos densos y de intenso sabor, restregándola por el interior de su vagina, estremeciéndome de placer a la vez que ella, notando que succiona mi polla como si se la fuera a tragar sin masticar, al mismo tiempo que emite un sonido gutural con la boca llena, subiendo y bajando la cabeza. En justa correspondencia, rebusco su clítoris entre los pliegues de su coño, y lo encuentro grande, dilatado... lo aprisiono y lo froto, lo chupo, a presiono, lo muerdo entre mis labios dándole suaves tirones, aplicándome a ese pequeño montoncito de carne como si fuera un pezón. Bea se saca mi polla de la boca y emite un largo gemido.

- Me encanta... - Se aparta su larga melena oscura de la cara y se aplica de nuevo a la tarea, chupando a un ritmo más vivo, y apretándome los huevos suavemente con la mano. Yo me encuentro en el séptimo cielo y redoblo mis esfuerzos, con las manos acariciando sus abultadas nalgas, sus muslos prietos, y mi lengua moviéndose cada vez más rápido. Me detengo y recorro todo su coño, con sus pelitos encrespados haciéndome cosquillas en la nariz, y me atrevo a llegar hasta su ano, que está algo hinchado e irritado. Abro sus nalgas, lo contemplo, de color rojo oscuro, entreabierto como una flor, orlado de pequeños y suaves vellitos negros. Ahí voy, lo chupo y lo relamo bien con la punta de mi lengua, relajándolo, saboreando su orificio como si estuviera premiándolo. Bea se retuerce de placer. Le hago un beso negro como dios manda, con paciencia, con esmero, dedicándome a recorrer cada pliegue, cada arruga, cada rincón de ese hoyito con mi lengua, suavemente, e introduciendo la punta con cuidado en el centro, curvándola, masajeando el exterior de su esfínter, cosquilleando, bebiendo de él con mis labios, besándolo con deleite. Bea se detiene a disfrutar del momento, dejando mi polla refrescarse al aire, húmeda y brillante. Sacude la cabeza, la hunde entre mis piernas, y jadea, moviendo el culo, hundiéndomelo en la boca, tensando todos los músculos.

- Cómemelo… cómemelo... - Bea se abandona al placer, culebrea, abre su culo dejado que mi lengua lo repase de arriba abajo, lo recorra por entero, lo devore. Yo no ceso de darle lametones, de girar mi lengua alrededor de ese anillo delicioso, de endurecerla, de meterla y sacarla apenas una pizca como una polla diminuta. Cuando después de un rato abandono ese agujerito y bajo de nuevo hasta su coño, Bea exhala un largo suspiro y enseguida se pone de nuevo a chupar como una desesperada mi polla. Recorre toda su longitud desde el glande hasta la base, y entonces juega con mis huevos, los lame, se los mete en la boca, los acaricia con sus labios, y vuelve a subir por mi polla hasta el capullo, para abrir la boca y metérsela sin contemplaciones. Lo hace una, dos, tres, diez veces, y yo no paro de comerle el coño como antes el culo, sin prisa, deteniéndome unos segundos en mamar el clítoris, frotarlo a toda velocidad con la lengua, y subiendo otra vez hasta la entrada de su chochito, comiéndomelo entero sin dejarme nada en el plato.

Durante unos minutos largos y maravillosos, seguí disfrutando de su mamada experta y de su coño., pero al cabo Bea se estira, y resbala lentamente de lado para tumbarse boca arriba a mi lado. Me incorporo sobre mi codo y la miro, tendida con las piernas semiabiertas, el pelo chorreante y revuelto, sudando, con la cara arrebolada y una cara de viciosa que asusta. Quiere que me la folle y yo me muero por follármela.

Cojo un condón de la mesilla, me lo coloco, y cuando ella siente su tacto en la entrada clava sus ojos en los míos. Sonríe un poco y yo le beso las mejillas, la frente, la nariz, la boca entreabierta de labios rojísimos. No aguanto más y empujo con fuerza, con decisión, mi polla en su coño. Ya no acordaba lo bien que me sienta su chocho rosado, su cueva de terciopelo rosa, tibia, empapada, que se ajusta en torno a mi polla con la sensación de que están hechos el uno para la otra. Ahì se queda, a cobijo, Bea abrazándome y cruzando sus piernas alrededor de mis caderas. Entierro mi cabeza en su pelo, húmedo y perfumado, y me retiro con lentitud para volverme a sumergir al momento, gruñendo de puro y primario placer. Repito el movimiento, busco mi ritmo cadencioso, parsimonioso, prolongando en todo lo posible este momento de éxtasis. Su coño es perfecto, y ella se mueve con maestría, acomodando la pelvis al compás de mi penetración, elevándome a una cima de gozo que hacía tiempo no alcanzaba... cuando se la meto hasta el fondo gime acompañando mis jadeos, y yo siento unos calambres electrizantes, una sensación deliciosa que recorre todo mi miembro, desde la punta del capullo hasta la base de mi columna, tan fuerte y tan intensa que quisiera convertirme todo yo en una enorme polla, bucear entero sin parar en ese coño de vicio, sentir esa sensación por todo mi cuerpo y por todos los días de mi vida.

Busco en su boca el sabor a polla, y dejo en su lengua el sabor a su coño, a sus jugos, a su orgasmo. Me levanto sobre mis codos, observando mi polla entrar y salir entre esas dos piernas que me encarcelan, que me atan a este cuerpo de mujer, subiendo y bajando tras ese tupido bosque de vello oscuro que guarda ese coñito que me está matando de gusto. Miro sus pechos casi de adolescente moverse al mismo compás de mis embestidas, miro su cara, colorada y sudorosa, sus ojos entreabiertos, y su boca que jadea buscando aire. No paro ni por un momento de meter y sacar la polla, pero es cuando aumento un poco más el ritmo de mis golpes de cadera cuando Bea parece soltarse de verdad y mirándome a los ojos empieza a soltar obscenidades.

- Así cabrón... métemela hasta el fondo... empuja maricón... así así... más fuerte… ¡¡Más fuerte!! - Me sorprende pero me gusta, así que no hago oídos sordos a sus sugerencias y empujo más fuerte, más profundo. ¿La quiere fuerte? ¿La quiere duro?

- Date la vuelta - Le digo. Ella al principio duda, pero entonces yo la cojo de las caderas y la voy girando.- A cuatro patas.... - Ella se coloca, sin separar la vista de mí, buscando una postura cómoda, ofreciéndome el coño bien abierto. Le palmeo las nalgas - Vaya culazo que tienes...

Ella se gira la cabeza al momento, con el rostro muy serio

- C***… otra vez ni se te ocurra. Por el culo ni en broma. - Noto el miedo en su voz, pero al menos no eran esas mis intenciones. La tranquilizo con un movimiento de cabeza y me acerco de rodillas hacia su trasero. Apoyo mi nabo contra su coño, un pastel bien caliente, empujo otra vez sin medias tintas. Hago tope con su culazo, que me recibe suave y blando. Bea baja la cabeza y gime con un agudo chillido, porque Eesta vez mi polla se introduce más adentro, hasta lo más profundo de su coño, hace tope con el bulto del fondo de su útero. La agarro bien de las caderas y la emprendo a golpes, pam, pam, pam, golpeando su culo con mi pelvis, mirando temblar esas carnes con mis arreones, excitándome con el ruido que hace mi vientre al estrellarse contra esas dos medias lunas morenas. Si antes estaba disfrutando, ahora estoy directamente derritiéndome. Bea poco a poco se va hundiendo, hasta que apoya la cabeza sobre sus brazos cruzados en el colchón, y pone el culo un poco más en pompa.

Sin previo aviso, saco la polla, abro su culo con las manos y la empujo dentro de su irritado hoyo trasero como un poseso.

- ¡¡AAAAAAAAAUUUU!! .. ¡No!... ¡No! ... ¡Te he dicho que nooo…! - Aunque entra bastante bien hasta el capullo, gracias a la lubricación, enseguida me encuentro con dificultades para seguir avanzando. Bea grita como una endemoniada, y se deja caer sobre la cama, pero anticipo el movimiento y también me dejó caer, sujetándola, yo me agarro bien a sus caderas, la sujeto y sigo empujando, hasta que noto que su esfínter se afloja y se abre, con un grito de Bea que comienza a lamentarse amargamente. - Me has roto...

Me has roto cabrón... hijo de puta... – se calla hundiendo la cabeza en la almohada. Mi polla vuelve a poder entrar, sin que nada le haga frente, en ese soberbio culazo. Empujo, empujo, y me alojo en su intestino con un placer tanto físico como espiritual: le acabo de reventar el ojete a mi ex, a la zorra que me dejó hace tres años. Así que no me paro ahí, sino que la meto y la saco a un ritmo cada vez más acelerado, hasta que la muy cerda se acostumbra a mi polla, y junto con las ocasionales quejas de dolor se retuerce de placer cuando se la meto bien adentro, hasta acomodarle las tripas. Noto que me voy a correr de un momento a otro, así que saco la polla entera, la restriego entre sus nalgas y la vuelvo a meter bien fuerte en sus entrañas, con un auténtico grito de placer y dolor de Bea. Después de cuatro buenos enviones, mi polla explota en un orgasmo tan duro, tan prolongado, tan frenético, que casi me duele. Dentro de su reventado ano me corro, dándole bien duro, hasta que mi polla se deshincha y yo caigo sentado sobre el colchón, sin fuerzas ni para quitarme el condón, repleto y sucio.

Estoy absolutamente derrengado. Hago un esfuerzo para incorporarme, pero me desplomo boca arriba, despatarrado encima de la cama, y apenas me da la cabeza para quitarme el preservativo y dejarlo sobre el envoltorio, intentando no manchar demasiado. Giro la cabeza cuando Bea se levanta, sin decirme una palabra, con dificultad, y camina cojeando y agarrándose el culo hasta el baño. Yo también me levanto después de otro par de intentonas, y renqueo tambaleándome tras ella. La veo sentada en el bidé, desnuda, con la cara de muy pocos amigos, los puños apretados, el chorro perdiéndose entre sus nalgas.

- Eres un hijo de puta… - Bea me mira como si quisiese fulminados, y cierra el grifo del bidé cogiendo una toalla, humedeciéndola y pasándola por la raja del culo poniendo cara de dolor- Te dije que por detrás no… ¿Eres gilipollas o qué? – no contesté, sino que me quedé mirando como se refrescaba. Bea resoplaba, mojando la toalla con agua fría, y cuando terminó se levantó y me dio un puñetazo medio en serio medio en broma en el pecho. – Vete a la mierda.

Me lavo, y cuando termino me tumbo en la cama a su lado. Besos está boca abajo, la cara vuelta hacia el otro lado, y no puedo más que admirar su cuerpo desnudo, sus curvas, su figura sinuosa y morena, el arco de su espalda, la raja perfecta de su culo entre sus dos nalgas. Sin darme cuenta, me descubro besando muy suavemente esa piel morena, fragante, sus omoplatos, su espina dorsal, sus brazos, el principio de su raja, cada milímetro de sus cachetes. Ella gira la cabeza, y mis labios buscan los suyos. Nos besamos en silencio, hasta que me quedo dormido.

* * *

 

 

El timbre sonó aparatoso, inquisitivo, perentorio. Abrí los ojos de golpe, y escuché un gruñido fastidiado y un cuerpo que se revolvía a mi lado.

Nombre. Lugar. Fecha. Hora. Acompañante.

C***. Mi casa. Lunes por la mañana. Bea.

Un momento. ¿Bea?

A la tercera llamada del timbre me levanté de un salto, poniéndome los primeros pantalones que encontré. Caminé fastidiado mientras me abotonaba, pensando en que la pena de muerte es un castigo muy dulce para los que se atreven a llamar a una casa decente un día de verano a las... bueno, a la una y media del mediodía.

Abrí la puerta con la cara más agria que imaginarse pueda y...

La madre que me parió.

Silvia.

* * *

Tenía cara de pocos amigos, con un rictus de preocupación.

- Buenos días… - no era un saludo, sino más bien un reproche – Ayer te lo has pasado tan bien que ni me has cogido el teléfono en toda la mañana. ¿Dónde estabas? ¿Por qué no has venido a casa? – Me fue haciendo las preguntas en un tono que era más de decepción que de verdadero enfado, pero para evitar que las cosas se volviesen locas, salí al rellano y arrimé todo lo que pude la puerta tras de mí, sin cerrarla.

- ¡Silvia!... ¿pero qué haces aquí? - yo hablaba en susurros y debía de tener una expresión bastante rara.

- ¿Cómo que qué hago aquí? ... oye C***, ¿estás bien? – Silvia hizo ademán de entrar, pero yo no me aparté, y ella mi miró con una expresión extrañada. - ¿Qué… qué ocurre?B

Bueno pues aquí se consumó la venganza. Bea abrió la puerta, completamente vestida. Saludó a Silvia, que se quedó petrificada con la boca entreabierta. Sin decir una palabra, me plantó un beso de tornillo que casi me arranca la lengua, antes de marcharse y despedirse con un ademán despreocupado.

- Llámame cuando pases por Madrid, C***… ¡chao!

 

Está bien. Quizá no he sido del todo sincero. Bea y yo lo dejamos porque, aparte de nuestros problemas de convivencia, me pilló en un desliz con una clienta, una chica de una empresa a la que llevábamos el mantenimiento informático. Desde luego, no acabamos como amigos, y no tengo excusa. Mi comportamiento fue execrable, y lo seguía siendo porque soy un gilipollas sin remedio. Por supuesto, Bea jamás me había perdonado, y en cuanto me vio con Silvia me devolvió la puñalada sin pensarlo dos veces. Su venganza fue calculada, sutil y despiadada.

Ella había sacrificado el culo, pero a mí su venganza me había costado el corazón.

* * *

 

Cuando por la tarde toqué a la puerta del chalet de Silvia, realmente no sé lo que esperaba. Quizá atención. Puede que perdón. O al menos, que me dejara decirle lo mucho que la necesitaba, lo mucho que lo sentía. Ciertamente, buscaba la menos expiación y calmar mi conciencia por ser un redomado hijo de perra.

Silvia me abrió la puerta, pero se quedó en silencio, sin mirarme. Estaba pálida, salvo por sus ojos, totalmente enrojecidos.

- Hola, Silvi. - le dije. - Vengo a devolverte esto.- Le alargué la llave.

- Vale. Adiós.. - E hizo ademán de cerrar la puerta.

- ¡Espera! - yo aguanté su empujón con la mano. - Silvi, por favor, hablemos. - Ella ni siquiera me miraba a la cara, sino que contenía a duras penas el llanto y seguramente las ganas de cruzarme el rostro de una bofetada. O media docena.

- No tenemos nada de qué hablar... – su voz casi se quebró al terminar la frase.

- Por favor Silvi, déjame pasar.

- No. Vete, por favor. Vete. - Silvia estaba hablando como si fuese a llorar de un momento a otro.

- Silvi, no pienso moverme de aquí hasta que no me dejes entrar.

Noté que ella relajó la presión sobre la hoja de la puerta, y finalmente abrió y con un gesto me dejó entrar.

Ahora podría engañarles. Podría simplemente contar que Silvia me perdonó, que ella lloró, que yo fui todo un caballero, que nos reconciliamos con sexo salvaje encima de la mesa del comedor, y que me porté como un auténtico atleta sexual. ¿Pero de qué me serviría? No es el recuerdo que tengo, y nunca podré tenerlo por más relatos fantasiosos que escriba.

Porque no ocurrió nada parecido.

Bueno, sí. Traté de que me perdonara, ella lloró, y yo intenté portarme como un caballero. Pero es que, no sé si lo recuerdan, yo me había acostado con Nuri. Y al parecer cuando Silvia habló con ella para contarle lo mío con Bea, Nuri no había podido resistir los remordimientos, y había cantado de plano. Así que se pueden ustedes hacer una somera idea de cómo estaban las cosas. Me insultó bastante, aunque creo que no tanto como me merecía. Me dejó claro que no me quería ver en el resto de su vida, que había cometido un error conmigo, y vamos, resumiendo, que hiciera el favor de no volver a acercarme.

Una vez en el coche, no lo pude evitar. Me eché a llorar.

Vale, en el fondo soy un jodido sentimental. Los días siguientes a la partida de Bea, tres años atrás, me los pasé llorando por cualquier cosa. Hombre, no a moco tendido ni a gritos, pero con frecuencia notaba un congoja en la garganta y notaba que los ojos se me humedecían, y de acuerdo, a veces no podía evitar morder la almohada por las noches y emprenderla a puñetazos con el colchón. Nunca creí que la iba a echar tanto de menos. Llegó un punto en que no pasaba una hora sin que se me los ojos me picaran y notara que no podía tragar. Así que volví a casa de mis padres. Les dije que era porque no podía pagar el alquiler, y que sería solo por unos días hasta que encontrara otro piso, pero en realidad era porque no soportaba permanecer en esa casa conviviendo cada día con su recuerdo. Y me quedé por un año.

No soy ni la mitad de duro que pretendo aparentar. En el fondo, todavía soy un chico de quince años preguntándose qué hace vestido de traje y viviendo tan solo en una casa vacía.