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BPN. Ojos verdes (6). Confesiones

en No Consentido

Lo único que fue capaz de alegrarme aquel comienzo de semana, repleto de trabajo, preocupaciones y auténticos embrollos en la tienda, fue recibir a media tarde un SMS que fue capaz de sacarme una sonrisa, tras un día en que lo consideraba imposible.

El lunes comenzó atravesado desde las nueve de la mañana que me llamó David, mi empleado, para explicarme qué teníamos problemas con la empresa de transportes. Al parecer unos pedidos urgentes se iban a retrasar, y me tocaba a mí dar la cara y quedar como un cantamañanas delante de los clientes, lo cual me puso de un humor pésimo. Después hubo dos cancelaciones de contrato por parte de sendas empresas, retrasos en el montaje de algún equipo y la bronca telefónica con un cliente, y para colmo la devolución de un portátil cuya marca no digo por vergüenza, pero que llevaban meses dándonos quebraderos de cabeza a paladas. Y por supuesto, no faltaron los tres o cuatro despistados que venían a preguntar si hacíamos fotocopias o vendíamos cuadernos y material de oficina, para interrumpir y lo que sea que estuviéramos haciendo en ese momento. Comí poco, mal y a disgusto en un kebab cercano, y volví a la tienda a tratar de adelantar todo el trabajo posible, maldiciendo por lo bajo, hasta que el sonido agudo del teléfono me hizo distraerme un segundo.

HELENA MVL – Ya tnms cita sta trd. T qntno x la noxe.

Me costó un poquillo desentrañar el jeroglífico, pero al final sonreí. Incluso el peor día de la semana puede esconder sorpresas agradables.

La primera foto me llegó mientras hacía una cena temprana, hacia las ocho. En ella se veía el coño greñudo de Laura, oscuro, espeso, bien abierto, rodeado por una aséptica tela blanca. La estudié un par de minutos, mientras me hacía a la idea de lo que llegaría. Y efectivamente, la siguiente, poco después, me dejó sorprendido, al ver el mismo coño totalmente desprovisto de pelo, muy enrojecido, con alguna pequeña erupción, pero limpio, de aspecto suave, los labios resaltando como una sonrisa vertical. Desde luego, daban ganas de comérselo.

Apenas medio minuto después tocaron muy suave a la puerta, y fui a abrir, para dejar entrar a Helena, quien irrumpió como una exhalación en el vestíbulo, colorada y sonriente.

-Pero qué fuerte…- sacudía las manos frente a ella, con una expresión de asombro en sus rostro -… se supone que estoy en inglés, así que a las nueve tengo que subir, ¿vale?

-Claro…. Estaba cenando, ¿Quieres algo? – le dije, acompañándola al salón.

-Qué va, qué va… vaya movida… - se echó a reír, sentándose en el sofá a mi lado, con una familiaridad que no dejó de perturbarme.. Comí un poco del sándwich vegetal que me había preparado, y me dispuse a escuchar lo que tenía que decir.

-Bufff… ¿por dónde empiezo? – tenía una expresión extraña, peculiar, como si estuviera nerviosa, excitada, exultante y epatada, todo un tiempo - ¿Conoces el local que está junto a la calle ####? ¿El de la chica que se llama Raquel?

-No.

-Bueno, es igual. El caso es que por la mañana pedí cita para las dos, y nos cogieron a primera hora de la tarde, tuvimos una potra…

-¿Y cómo convenciste a tu madre? – dije, dando un trago al té frío.

-Pues eso fue muy fuerte… - me miró, chispeantes los ojos- … No era capaz de imaginar cómo sacar el tema… toda la noche con el runrún a ver… y al final se me ocurrió comentarle que las chicas de clase lo habíamos comentado alguna vez, que en clase de Educación Física me acomplejaba un poco el tema, que si había leído que era más higiénico... pero que me daba acojone ir sola. ¿Pues te lo puedes creer? ¡Me dijo que me acompañaba y que igual ella también se lo hacía! ¡Así sin más!

-Hay que ver qué cosas, ¿eh? – permanecí impasible, comiendo mi emparedado, bebiendo el refrescó de té y mirándola con displicencia, pero Helena continuó como si tal cosa, ajena a mis comentarios. Quería soltarlo todo, y no iba a impedírselo.

-De verás pensé que me habías metido en un marronazo con lo de depilar a mi madre, pero mira por dónde… en fin, que me dijo que sí, que íbamos las dos. Y allí que nos ves, más nerviosas que la leche, en la tienda de depilación, después de comer.

-¿Tan nerviosas estabais?

-Pues tú me dirás… yo el chumino me lo arreglo un poco en casa a base de cuchilla y eso, pero no te lo pierdas, mi madre va y me confiesa que en la vida se lo había arreglado... ¡Yo no sabía si descojonarme o morirme de vergüenza, te lo juro!

-Me lo creo. ¿Y entonces?

-Cuando abrieron mi madre me dijo que pasase yo primero. Te juro que tenía un miedo… pero bueno, quien algo quiere, algo le cuesta, ¿no? Así que me tumbé en la camilla y la Raquel me puso como en el gine, ahí abierta de patas y con todo al aire. Pues va y me suelta que soy muy peluda, la tía. Casi me meo allí mismo de la risa. Con lo que habrá visto, y me dice eso. En fin… el caso es empezó dándole a la tijera, en plan peluquera. Parece ser que así es mejor, más fácil, sobre todo para las que somos “velluditas”, como dijo ella.

No pude evitar reírme ante el tono con que dijo lo de “velluditas”, como si fuese una ofensa. Me levanté a dejar el plato y el vaso en el fregadero, y Helena me siguió por el piso, parloteando, incapaz de esperar para contármelo.

-Esa fue la parte buena, la Raquel de charleta y pelándome el conejo chis chas con las tijeras. Porque luego… ¡ay, luego! - Helena puso cara de sufrimiento - Resulta que no conviene meter crema depilatoria ahí, que si puede quemar, que si puede irritar, que si infectarse… y claro, el láser sale una pasta... así que hazte una idea que cómo hay que hacerlo…

-No me jodasss… - compuse un rictus de dolor, al imaginarme una tira de cera arrancándole los vellos del pubis, y Helena empezó a asentir, sacudiendo otro vez las manos.

-Sí majo sí… ¡Con cera! Y no veas si duele C***… me cago en la leche… me puso la cera esa especial por toda la entrepierna, y te juro que me temblaban las piernas y todo del acojone. Pero es que cuando pegó el tirón… joder cuando pegó el tirón… - vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, al recordarlo. – Me quería morir del puro dolor. Creí que arrancaba la piel y me pelaba todo el coño como una naranja… y no fue un tirón ni dos, ¿eh? Pero mira… - Se desató los pantalones de deporte y se los bajó, junto con las bragas, y me enseñó el nuevo aspecto de su entrepierna.

Se veía delicada, un poco enrojecida todavía, pero tersa y limpia. Al final de su monte de Venus destacaba su rajita menuda, apenas una hendidura de labios gordezuelos. Helena la miraba, adelantando mucho la pelvis, y se echó a reír.

-Parece la de una muñeca… - Me miró, sonriente – Raquel me ha dado una crema parecida al aftersun para calmar la zona, ya la tengo mucho menos roja que a la tarde…

No me pude reprimir, y acaricié ese bajo vientre liso y nuevo, como recién salido de fabrica, que todavía desprendía algo de calor y reaccionó con precaución a mi contacto. Helena respiró un poco más fuerte de lo normal, pero enseguida dio un paso atrás y se cubrió, atándose el cordón del chándal.

-Estate quieto… - sus ojos volaron hacia el reloj de la cocina, y de nuevo hacia mí, que huérfano de su tacto cogí una manzana y la mordí distraídamente, señalando con la cabeza al salón, donde nos sentamos de nuevo.

-Yo me quejé de dolor, pero si ves a mi madre… Al principio todo eran risas y bromas, sobre todo con Raquel que si yo le parecía peluda… hay que ver qué arbusto tenía mi madre, la virgen… ya sé de quién lo he heredado yo… pues ya te digo, mientras le daban con la tijera ni tan mal, pero cuando llegó lo otro, ay qué momento… vaya berridos y qué lagrimones cuando le fueron dejando el potorro entero calvo… me agarraba la mano y me la apretaba que creí que me la rompía. Pero es que flipas, cuando termina, cuando ya parece que la cosa está acabada, ¿sabes lo que suelta la no sé ni cómo llamarla, de mi madre?

-Ni idea.

-¡Que se quiere depilar el culo! ¡Tócate las tetas! ¡El culo, nada menos! - Helena pone una cara tan cómica que ambos nos carcajeamos durante medio minuto, antes de que ella suspire – Pues ahí que se me pone, culo en pompa, bueno, tú ha la habrás visto, y la pobre Raquel preparándolo todo…. Pues sí por delante casi monta un espectáculo, tenías que verla cuando le fue quitando la cera de ahí… vaya saltos que daba…

-La leche… ¿Y qué tal le quedó?

-Pues no sé… - Helena puso una cara rarísima, con la mirada perdida unos instantes y la boquita entreabierta – Bien, supongo. No le saqué foto porque ya me puso caras raras Raquel con lo otro, que tuve que contarle una milonga que si antes y después y tal… así que la próxima vez se lo ves en directo y opinas por ti mismo, mejor… - sus ojos ahora estaban llenos de burla.

Yo me la quedé mirando, con una media sonrisa, repantigado en el sofá, en silencio. Helena frunció el ceño, con su rostro escribiendo en el aire un signo de interrogación.

-¿Qué miras?

-Te encantó, a que sí… - le dije, a media voz.

-¿El qué? ¿Depilarme el chocho?

-No. Ver cómo se lo depilaban a tu madre. – Me incorporé, quedándome sentado inclinado hacia ella. – Escuchar cómo se quejaba. Sentir su incomodidad… y tenerla desnuda delante.

Helena se me quedó mirando, y enrojeció hasta la raíz del cabello, con los ojos vidriosos y una mueca indefinible en sus labios gorditos y sonrosados. Se pasó la puntita de la lengua por ellos, humedeciéndolos apenas, y bajó la vista, respondiendo con apenas una brizna de voz aniñada.

-No… no lo sé…

Con mucha delicadeza alcé su cabeza, con mi mano en su mentón, y la miré a los ojos que ahora eran huidizos, temerosos… culpables.

-Te gustó que lo hiciera. Te gustó por qué lo hacía… y te gustó que lo hiciera delante de ti.

Nos miramos, y el silencio y el brillo casi febril de sus ojos verdes la delató. Me reí, y al soltar su barbilla Helena se alejó un poco, mirando al suelo, respirando agitadamente. Me pasé la mano por el pelo, y cambié de tema.

-Tendré que darle a tu madre la crema esa calmante que dices …

-¡Ja! – dijo Helena, que levantó la cabeza con un súbito gesto divertido de triunfo en su rostro – Que sepas que la crema no se la puede dar ella sola porque dice que no llega, y ha estado hace un rato mi padre dándole con ganas por todos los bajos… malo será que esta noche no…. – y me hizo un gesto muy significativo, con cara de mofa. – A mi padre la idea le ha entusiasmado, ¿eh?

Fruncí el ceño, contrariado, y entonces se me ocurrió.

-Eso no me gusta… - me levanté del sofá, y me giré hacia mi vecinita, que me miraba sentada con cierta inquietud - Mira, Helena, a partir de mañana la crema a tu madre se la vas a poner tú.

-¡Sí, hombre, y qué más…! – protestó, cruzando los brazos – Sube tú y se la pones, no te jode…

-Helenaaa…. – dije, en tono de advertencia.

-¿Cómo me puedes pedir eso? ¡Es asqueroso!

-¿Cómo que asqueroso? Pero si es tu madre …

-¡Pues precisamente! Era lo que me faltaba, estar ahora echándole crema a mi madre en el coño y en…en el culo! ¡Sí por los cojones!

-No seas malhablada… y recuerda el trato.

-¡El trato era el tercer video por la depilación, y he cumplido de sobra!

-Correcto. Pero el tratamiento con la crema es parte de la depilación, ¿sí o no?

-¡Venga ya!

Se quedó callada, de brazos cruzados y gesto ceñudo, pero tras un minuto de silencio pasó un bufido de fastidio, y sonrió con amargura, mirándome con los ojos llenos de algo parecido al desprecio… y algo parecido al deseo.

-¿Pero cómo me dejo liar…? – Se levantó, y se encaminó a la puerta, pero a mitad de camino se volvió y me miró, ya casi en la puerta, hablando con un tono muy serio - Esto es lo último, ¿eh? Lo último. No sabes las ganas que tengo de perderte de vista… eres el tío más cerdo que he conocido.

-Eso es porque conoces a pocos – respondí, con una sonrisa de medio lado, mientras ella me sacaba otra vez el dedo corazón en el gesto universal de mandarme a tomar por culo, y se marchaba dando un portazo.

*

El martes fue un día un poco mejor. Lo que el día anterior parecía una avalancha terminó convirtiéndose en un pequeño reajuste de terreno que, aunque podría haber sido mejor, no fue ni por asomo tan malo como habíamos anticipado. David hizo un gran trabajo, y cuando resolvimos de forma satisfactoria casi todos los problemas que se nos plantearon el día anterior, me vine tan arriba que decidí irme a comer al bar de Luis y Laura, porque estaba claro que el diablo cuidaba de los suyos y me estaba sonriendo, así que ¿por qué no añadir algo de picante al guiso?

La cara de Laura cuando me vio entrar fue de sorpresa y se diría que incluso algo de alarma. Apenas me saludó con un gesto, pero en cambio Luis me recibió con una efusividad especial.

-¡Hombre C***….! ¿Qué tal estás? ¿Todo bien en el Internet?

-Buenas Luis… todo bien, pero porque ando yo pendiente, que si no…

-Claro que sì, si no fuera por ti… ¿Te quedas a comer?

-A eso vengo… - dije, sonriendo como un buen vecino.

-Pues pasa que está Laura en el comedor…

La aludida me estaba esperando en la misma puerta del comedor, con cara de circunstancias, pero yo la saludé con naturalidad, haciéndome el simpático.

-Hola Laura… ¿Ya estás mejor de la ciática?

-Mucho mejor, sí… - ocultó como pudo el rubor de su rostro.

-Como una rosa está, te lo digo yo… - añadió Luis desde la barra – Fíjate que me voy a coger hasta la tarde libre…

-Hay que ver cómo vivís los restauradores… - dije, con una sonrisa franca, y Luis lanzó una risotada antes de responder.

-¡Habló el empresario de los ordenadores! – dijo, antes de ir a atender la comanda de un par de clientes

Laura me acompañó a una mesa, colocando un mantel de papel sobre el de cuadros de tela, y llenando la mesa con el cubierto, servilletas, la cesta de pan y las bebidas. Cuando se acercó a tomarme nota, le sonreí con toda la afabilidad que pude.

-¿Todo bien?

Miró de soslayo en derredor, y asintió con una sonrisita.

-Todo bien. ¿Qué quieres comer? Te digo lo que hay…

Comí, bastante bien por cierto, lentejas estofadas y pollo al chilindrón, un poco seco pero gustoso. Cuando terminé el postre me levanté tranquilamente, y me despedí de Laura con otra sonrisa, que ella recibió ruborizándose un poco otra vez.

-Muchas gracias Laura, hasta otra.

-Gracias a ti C***, vuelve cuando quieras.

Pagué el menú en la barra.

-Así que hoy la tarde libre… qué suerte… - le dije a Luis, que se empezó a reír.

-Pienso dormir una siesta bárbara… y no pienso salir de casa en todo el día… hoy juega el Barça en Champions…

-Pues hoy será buena noche entonces…

-Sí… a ver si puede cerrar Laura para las cinco o así, y abrir a las siete y media…

-Pues nada, hasta otro día…

Me despedí, al menos de momento.

*

Las cuatro menos diez, y entré en el bar con aire despreocupado, aunque me había asegurado bien de que nadie conocido me veía, y aunque nunca está uno a salvo de miradas indiscretas, al menos la calle estaba más o menos vacía y nadie debería haber reparado en la forma furtiva y subrepticia con que me acerqué al local. Abrí la puerta, y vi a Laura de espaldas, barriendo. El bar estaba vacío.

-Perdona, cerramos hasta las siete y media, dentro de diez minut… oh… - se volvió mientras hablaba y al reconocerme se interrumpió. Bocetó una sonrisa y bajó la vista, para seguir barriendo, sin mirarme. -¿Qué haces aquí?

-No sé, pasaba por aquí… - comenté, mientras me sentaba en uno de los altos taburetes de la barra, en la zona ya limpia. Laura fue barriendo hacia la puerta, y cuando llegó a ella dio dos vueltas a la llave, cerrándola y corriendo las cortinas, tapando la puerta acristalada, girando el cartel de “Cerrado”. Dejó la escoba apoyada en un rincón de la barra, y se volvió hacia mí, una expresión traviesa adornando su rostro.

-¿Pasabas por aquí…?

-Sí… ya ves…

-¿Quieres tomar algo? - dijo, entrando tras la barra.

-Un café, si eres tan amable.

-¿Me esperas en el comedor?

Asentí, y me senté en una de las mesas, ya limpias y recogidas, del comedor que estaba a media luz. Escuché el ruido de cafetera, y en apenas un par de minutos apareció Laura con una bandeja y dos cafés. Se sentó conmigo y lo tomamos charlando de banalidades, dando rodeos, mirándonos apenas, casi como fingiendo que aquello era una charla inocente entre amigos, entre vecinos. Pero cuando posé la taza vacía sobre el platillo, la miré a los ojos y formulé mi pregunta, muy serio.

-Esta vez ¿me has obedecido? – me recliné sobre el respaldo de la silla.

Laura se sonrojó, como si la hubiese pillado de sorpresa, y se quedó quieta por un instante. Después empujó con el cuerpo la silla hacia atrás, con un chirrido desagradable, y se puso en pie. Se deshizo de su delantal, colgándolo en el respaldo de la silla, y su mirada se tornó juguetona al empezar a desabotonar su pantalón.

Se demoró, provocativa, con el pantalón desabrochado, antes de bajárselo tirando con fuerza, enseñándole sus bragas de color morado, un tono atrevido que me hizo sonreír un poco.

-Espero que te guste… - dijo, con los dedos estirando el elástico de la braga, sin bajarla - … Porque me ha costado lágrimas y sus buenos euros…

Qué apetitoso es un coño bien depiladito. Cuando sus bragas bajaron por sus muslos, me mostró un monte de venus desconocido, muy blanco, amplio, culminado en unos labios grandes, jugosos, sonrosados, tan terso y suave como la mejilla de un recién nacido

-Perfecto, Laura. Mucho mejor.

-Menos mal… - hizo ademán de vestirse, pero la detuve con un gesto. Al principio me miró con extrañeza, pero se encogió de hombros y se pasó la lengua por los labios, sonriendo con picardía. Se dejó los pantalones y las bragas por las rodillas. – Ha sido una experiencia… dolorosa.

-¿Ah sí? ¿Mucho?

-Mucho…

-Cuéntame… ¿cómo fue?

Se ruborizó todavía más, y se mordió un dedo, antes de responder, al principio con algo de apuro.

-Pues… creí que iba a ser más fácil, con alguna crema o algo así. Pero qué va, empezaron recortando un poco con una tijera y eso. Pero madre mía, no tenía ni idea de que me lo iban a hacer... a la cera… a tirones… - puso un mohín muy gracioso, y se acarició el pubis como para calmar el ardor que se había grabado en su memoria. – Sentí que me estaban arrancando la piel a tiras C***…

Me acerqué y me arrodillé frente a ella, observando minuciosamente el trabajo impecable de depilación. La atención iba de forma inevitable desde su pelvis pálida y lampiña a sus abultados labios mayores, que rodeaban sus más arrugados labios menores, más colgantes. Acaricié con cuidado su piel sedosa e hidratada, complaciéndome en su tacto y provocando un largo suspiro de Laura.

-Esto es otra cosa… - dije, casi relamiéndose ante la visión de su coñito jugoso y ahora indefenso y bien expuesto.

-Y tengo una sorpresa… - me dijo, alborozada, con una expresión provocativa.

La miré desde abajo, enarcando una ceja, y ella se fue girando con torpes pasitos, obstaculizados por los pantalones, hasta mostrar sus dos nalgas, que separó con ambas manos. Admiré su raja ahora imberbe, lustrosa, inmaculada, un poco rosada en torno a su ano, ya al parecer recuperado del ataque de ciática. Me reí, y le di un cariñoso azote en la nalga, antes de levantarme.

-Impecable, Laura…

-Me alegro de que te guste, porque lo pasamos fatal… - dijo, volviéndose.

-¿”Lo pasasteis”? ¿Quiénes?

Laura se quedó callada, y una sombra de remordimiento se pasó por sus ojos, consciente quizá de haber cometido un desliz. Retorció sus manos frente a su pubis, con nerviosismo, todavía con los pantalones y las bragas por las rodillas, y carraspeó.

-Bueno… es que… fui con mi hija. Nos depilamos las dos. – Intentó hablar con naturalidad, como quitándole hierro, pero algo me hizo entornar los ojos, sonriendo con malicia.

-¿Fuiste con tu hija? Entiendo… - dije, mientras su rostro se teñía de escarlata. - ¿Y dejaste que te viese desnuda mientras te lo hacían?

-Yo… pues… sí… - Bajó la vista, y balbuceó – Lo… lo haces sonar perverso... pero es mi hija… ¿por qué debería estar mal?

-Eso lo has dicho tú, Laura... ¿Acaso estuvo mal?

-¡No! – dijo, demasiado rápido y demasiado alto. Mi mano empezó a acariciar su cadera, y ella se estremeció a medida que mis dedos pasaron de su costado a su entrepierna, y con descaro empezaron a enredar entre los ahora glabros labios de su coñito maduro. Laura respiró muy fuerte y se retorció un poco, cerrando los ojos y mordiéndose los labios.

-¿Qué ocurre Laura…? – dije, entre caricias.

-Nada… no pasó … nada – mintió, la voz entrecortada, atrapando mis dedos entre sus muslos.

-Algo pasó, los dos lo sabemos… - mis dedos separaros sus labios, buscando un tesoro rosado – ¿No será que te gustó exhibirte delante de tu hija…? ¿Acaso te gustó que te viera desnuda…? – mi dedo rozó apenas su clítoris, bien protegido por sus labios, y el respingo y gemido de mi vecina, junto con su silencio cómplice, me indicaron que iba bien encaminado, tanto de palabra como de acto. - ¿Te gustó que te viese indefensa… ofrecida… entregada…?

Los ojos de Laura se abrieron de par en par, y su rostro se congestión en una expresión entre dolida, culpable y avergonzada.

-No… ni hablar…. No… - su voz se quebraba, ahogada entre gemidos, y yo insistí, obstinado.

-No me mientas…

-Hmmmm…. Nooo… - cerraba y abría los ojos, y trataba de mantener un asomó de compostura, antes de terminar rindiéndose – Aaah… yo… sí… me gustó… - admitió, a la vez que mi dedo iba frotando su clítoris en círculos lentísimos. -… No sé por qué… pero me gustó ... Y encima hoy… - se interrumpió, gimiendo muy bajito, y yo aproveché para besarla y casi asustarme de la pasión con la que me devolvió el beso, totalmente desarbolada, como queriendo comerme a sorbos.

-¿Qué ha pasado hoy, Laura? – dije, separándome de ella, deteniendo las caricias en su coño para llevar los dedos a su boca y dejar que los fuera chupando, uno a uno, mojándolos, lamiéndolos, con los ojos otra vez cerrados. Los volví a bajar a su entrepierna, ahora bien untaditos en saliva, y retomé mis caricias notando cómo Laura se iba disolviendo cual un azucarillo, cada vez más excitada, cada vez más desinhibida, cada vez más empapada.

-Hoy… hoy Helena me ha… me ha… - tuve que profundizar y avivar el fuego en su pequeño botoncito de placer para que, tras un par de gemidos largos, mi vecina me contemplase con la mirada perdida, vidriosa - … me ha… untado… crema…

-¿Crema? ¿Te ha untado crema… dónde? – pregunté.

-Pues… - resopló, y una sonrisa pecaminosa se asomó a sus labios -… en… en mi coño y… en mi… culo. – suspiró al decirlo, como si se hubiese quitado un peso de encima. Yo seguí masturbándola con cada vez menos delicadeza, y seguro que mi sonrisa era ahora digna de un chacal.

-¿Te gustó, Laura? ¿Te excitó?

-Hummm… - se resistió a contestar, pero tras un par de gemidos, habló de nuevo – Sí… es raro… pero… me gustó que me tocase… que me frotase…

Sus muslos carnosos, cerrados a la altura de sus rodillas por los pantalones, me impedían el acceso cómodo a su cuevita, pero noté la humedad y el calor en las vecindades, concentrándome en su clítoris.

-¿Cómo lo ha hecho, Laura… dime… cómo te ha untado la crema?

-Oooh… - mis manipulaciones comenzaban a desbordar la mente de Laura, que jadeó y cerró los ojos para evocar el momento – yo… en la cama… la crema estaba fría pero… empezó a frotarme por arriba, por la tripa… y luego más abajo, y más abajo, y entonces… - mi vecina me miró a los ojos abriéndolos, entornándolos, viendo a través de mí – me frotó los labios y… mi…. Diosss… - se mordió el labio inferior, ahogando otro gemido – después me puse boca abajo y me… me abrí los cachetes… y me fue dando crema por toda la raja… y me tocó el…

Cerró los ojos, suspirando.

-No … no sé explicarlo… pero me gustó que me tocase… como tú me tocas…

Por fin lo había dicho, y escondió la cara en mi hombro, mientras se abandonaba al placer que le estaba invadiendo en oleadas desde su coño. Me abrazó, inclinándose para no impedir mis caricias, y mordió mi camisa mientras bufaba de gozo, fuera de sí. Su orgasmo fue muy largo, y sentí cómo se agitaba casi sollozando de gusto, apretándose mucho contra mi hombro mientras yo no dejaba de masturbarla con decisión, hasta que se separó de mí dando un par de pasitos, con la respiración entrecortada, apartándose el pelo de la cara. Yo sentía mi polla palpitar en toda su longitud, encarcelada en mis pantalones, bien sujeta por mis ajustados bóxers, y miré a Laura, apoyada en una silla, recuperando la respiración, yo me acerqué a ella, y acaricié su voluminosa retaguardia mientras nos besamos con ternura primero, y por hambre después. Casi con descuido la fui llevando a una mesa vacía, donde la coloqué de espaldas a mí y la tumbé de bruces, su culazo blanco desplegado en todo su esplendor, sus piernas juntas por culpa de sus prietos pantalones enrollados en sus rodillas. Fui hasta una mesa de servicio y cogí una de las aceiteras, llevándola hasta la mesa y posándola junto a sus caderas, viendo cómo la expresión de Laura iba de la excitación a la incomprensión, y de ahí a la alarma.

-¿Qué vas a hacer con eso…?

Le di una cachetada en la nalga, que tembló como un océano de carne pálida y blanda, y simplemente le expresé una orden.

-Ábrete el culo.

Terror y súplica.

-Nononono… he hecho todo lo que me has pedido… todo… ¿Por qué me castigas? ¿Por qué?

-¿Quién dice que te estoy castigando?

Desconfianza. Esperanza.

-¿Entonces… no me vas a hacer daño?

-Claro que no … ¿De dónde sacas eso?

Alivio. Resquemor

-Por un momento… creí que ibas a volver a hacérmelo… por detrás.

Pellizqué sus nalgas blanditas, y sonreí.

-A ver, Laura… mira, voy a follarte el culo, pero no como castigo, no como escarmiento, no como lección… - vi cómo abría los ojos y la boca para protestar, pero me adelanté - … sino porque me encanta, porque así depiladito está más apetitoso que nunca… y porque me apetece. Porque me apetece mucho.

-C***… ¿Por qué eres así conmigo…? – me miró con ojitos tiernos, un mohín en su rostro y temblando ligeramente. – Me has tenido el fin de semana dolorida y ahora quieres volver a… no sé si voy a aguantar…

-Iré despacito. Ahora relájate, y abre el culo. Vamos…

Creo que los dos sabíamos que no tenía escapatoria. Pero su resistencia, sus intentos por evitar lo inevitable, también eran parte de un juego al que nos complacíamos en jugar los dos, gato y ratón, cazador y presa, enredados en una telaraña de mutuo deseo que era más sencillo camuflar que explicar. Como dijo Wilde, sólo es posible poner fin a nuestra tentación cayendo en ella.

Laura suspiró, resignada, y abrió con las manos sus nalgas hasta mostrarme de nuevo su raja sonrosada, culminada en el centro por su arrugado hoyito anal. Me bajé los pantalones, y sacándome la polla la posé contra esa entradas, que se contrajo y relajó como por acto reflejo, mostrando el nerviosismo de su dueña.

-Hazlo más suave que el otro día C***, por lo que más quieras… - dijo, mirando al frente, agarrada al borde la mesa tan fuerte que sus nudillos empalidecieron. Cogí el aceite, y derramé un hilillo en el comienzo de su raja, hilo que fue resbalando y acumulándose en el glande, unas gotas rebosando y resbalando por sus muslos. Laura se estremeció, y contuvo el aliento mientras yo me preparaba y presionaba con las caderas.

No tengo más que buenas palabras para el aceite que usaban Laura y Luis en su restaurante. A pesar de la oposición inicial, a pesar de la terca cerrazón de sus esfínteres, bastó que Laura se relajase mínimamente y la tensión de su músculo anal se rebajase un poco para que el improvisado lubricante cumpliese su función y la mitad de mi polla irrumpiese en su recto como si le perteneciera, deslizándose con deliciosa dificultad en su interior convirtiendo en vanos los denodados esfuerzos de su estrecho canal para mantenerme fuera.

-Aaah… aaah…. Aaaaay… - gimoteó, entrecortada, mi vecina, al sentir que mi polla volvía a ensanchar sin piedad las paredes de su intestino, todavía convalecientes de la enculada que las desvirgó, hacía pocos días. Le di una tregua momentánea, añadiendo más aceite a la ecuación, y tras apenas diez segundos le embutí de cabo a rabo mi miembro en toda su longitud, grosor y profundidad. – Joderrrrr…. – Laura soplaba, como si pudiese dilatarse a base de expulsar aire muy rápido, y arqueó un poco la espalda. Yo me entretuve ahí, bien abrigado entre sus nalgas, comprobando la elasticidad, la textura y la temperatura de su culo y encontrándolo todo perfectamente a mi gusto. - …te encanta que sufra, ¿no, cabrón?

-No. – le acaricié el pelo, obsequioso, magnánimo, y ella se giró para mirarme, la frente arrugada y los ojos húmedos, la boca entreabierta, resignada, sometida – Lo que me encanta es que estés dispuesta a sufrir, Laura.

Sin dejar de mirarla, sin dejar de mirarnos, fui deslizando mi polla arrancándola de sus entrañas, para sin solución de continuidad volver a encajársela hasta el fondo, leyendo en sus ojos el deseo, el dolor, la entrega, escuchando en su quejido cómo hasta el último resquicio de su voluntad se doblegaba. Alzó un poco el culo, separó un poco más sus nalgas, invitándome a meterla todo lo profundo que pudiera. Y no pensaba defraudarla.

Empecé a follarme su culo con cierta precaución, pero enseguida me dominó la libido y mis percusiones fueron más enérgicas, más potentes, más rápidas. Mi polla se hundía en su culo como si fuese arcilla y mi polla el dedo habilidoso de un alfarero, moldeando su interior al volumen de mi miembro. Laura simplemente gemía, aguantando con estoicismo, soltando el aire cuando mi cuerpo empujaba a suyo contra la mesa, que protestaba ante el esfuerzo con un sonido rítmico que reverberaba en el vacío comedor como hachazos en un bosque solitario. Dentro y fuera, fuera y dentro, fue amansando y domando su ano a golpe de polla , notando cómo su tripas iban y venían adheridas al tronco de mi nabo, casi mordiendo el glande que surcaba sus intestinos como la proa de un rompehielos.

Saqué la polla completamente, viendo cómo su culo brillante de aceite quedaba abierto, mostrando sus tripas de color rojo sangre, el anillo casi cárdeno, y sin dar tiempo a que recuperase su posición natural volví a forzar su entrada, que apenas opuso resistencia al galope insolente de mi rabo, facilitado por el aceite.

-Eres… un brutooo…. – susurró Laura, entre gemido y gemido, entre jadeo y soplido, entre quejido y sollozo. Sin embargo no dejaba de abrir sus nalgas, los dedos agarrotados, las manos lívidas, y de ofrecer su orificio más sagrado en bandeja de plata.

No sé si cuánto tiempo la sodomicé, cada vez más fuerte, girando mi polla como la mano de un mortero. Su culo no dejó de apretar y estrujarme el rabo ni un segundo, y cuando vacié mi leche en lo más hondo de su ser noté el pulso ceñido de su ano ordenándole la base de la polla. Laura soltó sus nalgazas, que se cerraron en torno a mi pelvis, y respiró en silencio mientras mi polla se fue volviendo cada vez más pequeña, cada vez más fláccida, y fue siendo expulsada por su recto, que recobró poco a poco el control y dominio de la zona.

Me levanté, agotado, y cogiéndome los pantalones fui al baño a lavarme como pude con agua, jabón y toneladas de papel higiénico. Salí del baño y vi a Laura todavía recostada sobre la mesa, mirándome, respirando profundamente. Me senté junto a ella, que se giró un poco para encararme, en silencio.

-¿Estás bien? – terminé por preguntarle. No respondió inmediatamente, sino que me miró con esos ojos hipnóticos, verdes como de otro planeta, durante un buen rato, antes de contestar.

-Estoy bien… Es solo que… me cuesta asimilarlo, eso es todo.

-¿Asimilar el qué?

-Todo lo que está pasando. Yo… yo quiero a Luis, ¿sabes? Los dos nos queremos. Muchísimo. No soportaría la idea de no estar junto a él. Pero es que… - Respiró hondo, y se secó una lagrimita que peleaba por salir de la comisura de su ojo derecho -… no lo puedo explicar. No puedo explicar cómo me hace sentir todo esto…

Guardé silencio, pero acaricié su pelo, anudando nuestras miradas, la mía oscura, la suya clara.

-Sí me dicen hace un mes que me iba a dejar mangonear, que me iba a dejar pegar o que me iba a dejar dar por… el culo… por un chico más joven, a espaldas de mi marido, me habría reído con ganas.

Redoblé mis caricias, dejando que se desahogara.

-No me cabe en la cabeza lo que me haces sentir, C***.

-Espero que no te estés enamorando… - dije, en tono de broma, para rebajar algo de dramatismo a su expresión, que se distendió en una sonrisa acerba.

-No seas idiota… no es eso, es que contigo me siento…. Diferente. Me cuesta encontrar las palabras.

-¿Deseada? – traté de ayudarla, pero preferí no expresar del todo mis pensamientos.

-Sí, algo así. – Se quedó pensativa, y al final se incorporó, con muecas de dolor. – Joder cómo me molesta el culo, cabronazo… - se llevó la mano a las nalgas, y las frotó, para conjurar el escozor. - ¿me vas a follar así siempre, a partir de ahora, o qué?

Sonreí ante las implicaciones de la pregunta, pero negué con la cabeza.

-No. Sólo de vez en cuando.

Suspiró, y caminó con torpeza hacia el baño, del que regresó tras un ratito, vestida. Cojeaba un poco, y se frotaba el trasero ocasionalmente. Yo había recogido la mesa y dejado el comedor tal y como lo encontré, con lo que Laura me premió con una sonrisa de agradecimiento, que iluminó su rostro cansado.

-Gracias C***… - fue hacia la puerta, abriéndola y mirando fuera. Me hizo una seña, y tras un rápido beso, me deslicé fuera.

*

Fui paseando por la calle con aire ausente, pensativo y consulté el reloj del móvil. Las seis y diez. Llegué a casa al filo de las siete, y me di una larga, caliente y reconfortante ducha. Estaba con los ojos cerrados, dejando que el agua caliente cayese sobre mi cabeza y resbalase por mi cuerpo en una caricia casi maternal, adormecido, cuando con un soniquete urgente, estruendoso, atronador, sonó mi móvil sobre el bidet, vibrando como el cascabel de una serpiente. Salí de la ducha resbalando, casi partiéndome la crisma, y miré la pantalla para identificar la llamada.

Era Helena.

Su voz desde el otro lado del aparato casi me perfora el tímpano.

-¿Pero qué coño le has hecho a mi madre?

(Continuará)