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BPN. Ojos verdes (7). Diversiones y perversiones

en No Consentido

Tengo que reconocer que la frase de Helena podía significar muchas cosas diferentes, algunas buenas, otras malas, y las más de ellas, regulares, así que decidí dar una patada hacia delante al problema y ganar tiempo.

-¿De qué estás hablando?

Su voz me volvió a llegar, furiosa, desde el auricular.

-¡No te hagas el tonto! ¿Sabes dónde estoy?

-¿Hablando por teléfono? – dije, en con sorna.

-Ja-ja-ja muy gracioso… - cualquiera lo diría, por el tono que empleó – Estoy volviendo de farmacia, gilipollas.

-¿Y qué me quieres decir con eso?

-En un rato voy a tu casa y te lo explico.

Estuve cosa de una hora intrigado, hasta que llamaron al timbre y dejé entrar a Helena, que entró como una tromba, mirándome con cara de enojo. Dejó la chaqueta en una silla, para de un saltito se sentarse sobre la mesa, balanceando las piernas y escrutándome con gesto de pocos amigos.

-¿Te divierte? – me dijo, mirando mi rostro inocente, con un boceto de sonrisa, apoyado en la barra que separaba la cocina del salón, los brazos cruzados y la cabeza ladeada.

-Te juro que no sé de qué me hablas, Helena.

-Va, venga… - pegó un bufido de fastidio, y miró un rato a un lado, antes de volver a abrir el balcón de sus ojos de gata. – Hoy has tenido juerga con mi madre, ¿me equivoco, chulito?

-Pareces muy segura…

-¿Segura? Vamos, no me jodas… - bajó de la mesa e imitó mi postura, brazos cruzados y pose displicente. - ¿Sabes lo que ha pasado hoy o no?

-Puede ser… - terminé por admitir, tras un momento, porque tampoco estaba seguro. – Cuéntamelo a ver si aciertas.

Sus ojos se entrecerraron, y por un instante creí que iba a decir alguna palabrota, pero terminó frunciendo el ceño y negando con la cabeza, en ademán de incredulidad.

-Eres de lo que no hay…

-Sí, te sorprendería saber cuántas veces me lo dicen, eso… - sonreí más abiertamente, y los dos nos quedamos mirando el uno al otro, y al final Helena no pudo evitar sonreír primero y reírse después, aunque sin perder cierto poso agrio.

-Payaso de mierda… - se puso de nuevo muy seria, antes de proseguir – A ver si acierto entonces… Hoy mi madre ha venido a tu casa y le has petado el culo a base de bien.

Me quedé mirando su rostro serio, desafiante, orgulloso, y al final asentí, con gesto culpable.

-Más o menos.

-¡Lo sabía! – golpeó su mano abierta con su puño, y luego me señaló con el dedo índice, como un Júpiter tronante – ¡Pues que sepas que la has dejado para el puto arrastre, joder…!

-Bueno bueno bueno… ¿Pero qué es lo que ha pasado? – dije, abriendo los brazos con aire conciliador, ganando nuevamente algo de tiempo. Helena volvió a torcer la boca, reprobando mi actitud, y se volvió a sentar en la mesa, sin dejar de censurarme con la mirada.

-¿Que qué ha pasado? Pues que mi madre ha llegado a las seis y media quejándose de la ciática y al final ha sido mi padre el que ha tenido que ir a abrir el bar. – resopló, con desaire- Eso ya me ha hecho sospechar. Y mira por dónde, resulta que en cuanto mi padre se ha ido por la puerta, mi madre me ha dicho que vaya a la farmacia a por una pomada, pero primero me ha hecho jurar que no le diría ni una palabra a mi padre...- Desgranó, cada vez entre mayores gestos de fastidio, cada palabra – En cuanto he visto para qué era la pomada, no ha hecho falta más para saber cuál era la solución al misterio.

-Entiendo… - fui asintiendo, componiendo una expresión compungida en mi rostro, mientras la miraba con carita de cordero degollado. - ¿Y después?

-Después… ¿qué?

-Que qué ocurrió después.

-¡Pues que he tenido que ponerle pomada a mi madre en el culo! – replicó, picada. Yo la miré, guardando silencio, y en silencio nos estudiamos, sus ojos verdes reluciendo con un brillo peculiar, impropio, que me era familiar. No le dije nada, y es ella al final la que terminó apostillando – Ya podrías tener más cuidado, tío… se lo has dejado como un bostezo.

No lo pude evitar, me reí en voz baja, y tuve que ocultarlo sirviéndome un vaso de agua. Mi risa no hizo más que acrecentar el enfado de Helena.

-Tú te ríes, pero la que ha tenido que frotarle la crema he sido yo… si ves cómo le molestaba en cuanto le ponía un dedo encima… Estaba rojo rojo y tan caliente que quemaba. Eres un animal. – Bebí agua, mirándola por encima del borde del vaso, y ella frunció el ceño – Como lo vea mi padre le va a dar un ataque.

-¿Le has tenido que dar mucha pomada? – recordé a Lucía, Luchi, una amiga que me había tenido varios días de enfermero particular contra sus hemorroides. Helena sacudió la mano frente a ella.

-¡Jo, y tanto! Al principio se notaba que le daba vergüenza, pero cuando me lo ha pedido la que casi se muere de apuro soy yo. ¡Vaya destrozo! Estaba tan colorado que parecía que sangraba y todo, le he tenido que echar como medio tubo de pomada... si ves cómo lloraba…

-¿Lloraba? – pregunté, genuinamente preocupado. Helena suspiró, arreglándoselas para añadir cierto gesto contrariado en su mirada.

-Hombre, a gritos no… Pero se le escapaban las lágrimas cada vez que la tocaba, por fuera y… -titubeó, por primera vez desde que entró en mi casa, y vislumbré de nuevo las inexplicables chispas en el fondo de sus pupilas -… por dentro.

Guardó silencio, y entonces comprendí. Me acerqué a ella, quedándome de pie, muy cerca, y vi cómo Helena alzaba la cabeza para mirarme, el verde de sus ojos tan vivo que hacía daño. Sonreí, y ella me dedicó una mueca de disgusto.

-No estás enfadada conmigo, Helena.

Me empujó, sin mucha fuerza ni convicción, y arrugó la nariz.

-¡¿Qué dices …?!

La cogí por los hombros, y posé mi frente contra la suya, con nuestras caras muy muy cerca. Hizo un conato de resistirse a mi presa, pero fue débil, sin fe. Le hablé muy despacio, como la niña que todavía se resistía a dejar de ser.

-Te digo que no estás enfadada conmigo, Helena, sino contigo misma…

Abrió la boca, respirando muy suave, y me replicó en voz baja.

-¿Con… conmigo misma? ¿Por qué?

Dejé que sus ojos verdes me inundaran, nuestras cabezas unidas por la frente, las puntas de nuestra nariz casi tocándose, nuestras bocas a escasos centímetros, su calor y el verde albahaca de su mirada soliviantando mi vientre, mi pecho, mi cordura.

-Estás enfadada contigo misma… porque no te explicas cómo te ha podido gustar tanto meterle un dedito a tu madre por el culo.

*

Helena se sacudió, soltándose de mi abrazo, y me miró con una mezcla de incredulidad y repugnancia.

-¿Qué coño estás diciendo…? – exclamó, pero le traicionaba la duda, el remordimiento, la culpa que humedecía sus ojos. Amarré su nuca, y volví a unir su cabeza con la mía, colocando nuestros labios un poco más cerca, un poco más, hasta casi poder saborear nuestra respiración, masticar nuestras palabras, inspirar el aliento que el otro expiraba.

-Dime la verdad…

-No, no es cierto… - Helena cerró los ojos, negando muy despacio con la cabeza, agitando su pecho como un pajarillo atrapado en una red.

-¿No es cierto? ¿En serio? ¿No te has excitado mientras le acariciabas?

-No… - tembló, suspirando, soltando una fuerte exhalación por la nariz, apretando los párpados muy fuerte.

-¿De verdad no te ha gustado ver cómo se arrodillaba, indefensa? ¿No te has mojado muy dentro al ver cómo temblaba cada vez que la tocabas?

-Nooo… - su palabra estaba a medio camino entre una negación, un gemido y un sollozo. Apreté muy suave su nuca, y rocé apenas mis labios con los suyos, separándome con apenas un contacto levísimo. Helena hizo un amago de seguir mi boca, pero se contuvo.

-¿De verdad que no te excitó tener a tu madre humillada? ¿Que se abriera el culo para ti? ¿De veras no te puso a mil que tu dedo la sometiera?

-No… no … no… - mi vecinita hizo un esfuerzo por negarlo, pasándose la lengua por los labios entreabiertos, jadeando casi imperceptiblemente, tensando la postura.

-Entonces dime, preciosa… - mis labios se posaron en la comisura de los suyos, en un beso ligero, y Helena tembló como una hoja, buscando mi boca con la suya, pero se la hurté en el último momento - … Dime entonces por qué deseas tanto volver a hacerlo.

*

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

Y el temor de haber sido, y un futuro terror.

¡Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

Y sufrir por la vida y por la sombra y por

Lo que no conocemos y apenas sospechamos,

Y la carne que tienta con sus frescos racimos,

Y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

Y no saber adónde vamos,

Ni de dónde venimos…!

El beso de Helena me supo a miedo, a incertidumbre, a tantos pesares y noches sin dormir. Su beso dulce, urgente, voraz, me deshizo los labios en un delirio momentáneo y delicioso, en el que sólo existíamos ella y yo, su lengua traviesa e insolente, y el mundo se había parado, ajeno a nosotros y nuestras vidas cruzadas. Cuando nos separamos, se llevó entre los labios un trocito de mí.

Una lágrima resbaló por su mejilla, y las esmeraldas gemelas en sus iris se clavaron en mis pupilas dilatadas, con una interrogación casi muda, que su boca formuló con apenas voz.

-C***… yo… no puedo evitarlo… ¿Es… es normal?

¿Qué podía contestar? Doblaba su edad, y en su mente yo debía de saber todas las respuestas, todos los caminos, todos los enigmas. Pero la cruda realidad es que soy el mismo idiota inmaduro y atolondrado que era cuando sólo tenía la mitad de mis años, y ahora, cuando ha pasado algún tiempo y ya despuntan las canas en mi barba, sigo careciendo de una respuesta que pudiera reconfortarla, porque después de todo… ¿Qué es normal?

Así que respondí lo más honestamente que supe.

-Claro que sí. Aunque no lo parezca, aunque no lo creas, a tu edad es natural sentir cosas… diferentes…

Helena se mordió los labios, y rehuyó mi mirada, como si estuviese abochornada por admitir una debilidad. Solté su hombro, y con mi mano elevé cariñosamente su mentón, hasta enfrentar su cara con la mía.

-Helena, hazme caso… lo que sientes es natural.

Asintió, con una tímida sonrisa, y se secó las lágrimas con las manos, respirando hondo.

-Será mejor que suba ya… mamá estaba dormida cuando bajé, pero si despierta…

Retrocedí, y dejé que se levantara y se arreglase un poco el pantalón de deporte y la sudadera con la que había bajado. Me miró, con un destello en los ojos, y se dispuso a irse, pero la detuve metiendo los dedos en el elástico de su pantalón y tirando un poco hacia mí. Helena sonrió, avanzando a trompicones hasta pegar nuestros cuerpos, poniendo las manos en mi pecho.

-¿Qué haceeees…? – protestó, con una sonrisa.

-Una cosa, Helena, cuando me llamaste esta tarde… - me interrumpí.

-¿Sí? – me dijo, acariciándome el pecho a través de la camiseta, distraídamente.

-¿Por qué estabas enfadada? ¿Porque se lo había hecho a tu madre…. O porque no te lo había hecho a ti?

Me miró a los ojos, dibujando garabatos en mi pecho con sus dedos, y se mordió un lado del labio inferior. Se separó de mí, moviendo la cabeza y con ella su larga trenza morena. Antes de irse, se giró y se apoyó en la esquina del pasillo, con una expresión a un tiempo pícara y a un tiempo severa en su rostro juvenil.

-Cuando te deje que me lo hagas a mí, ya puedes tener más cuidado… o te mato…

*

La mañana siguiente llamé a David para decirle que iría a trabajar por la tarde y que él quedaba al timón de la tienda, porque quería aprovechar para hacer algunos recados en el banco y unas cuantas gestiones en la asesoría fiscal. Para cuando acabé con todo vi que todavía era relativamente temprano, así que me fui a casa para prepararme una comida casera y al menos darle una pequeña tregua a mi estómago, maltratado a base de comida rápida, precocinados y cenas improvisadas con literalmente lo que pillara por casa, fuese un bol de sopa de sobre o un bocadillo de espaguetis.

Quiso la casualidad que en el portal nos encontráramos Helena, que venía del Instituto, don Francisco y yo.

Don Francisco vivía puerta con puerta con Luis y Laura, un vejete cascarrabias y pintoresco, de leonina melena blanca, poblado bigote y sombrero. Grandote y torpón, con sus ropas pasadas de moda al menos dos veces, me lo encontré esperando el ascensor cuando llegué, y detrás de mí lo hizo Helena, que nos saludó con cortesía y con una sonrisa pizpireta señaló las escaleras.

-Ya subo por las escaleras… - y su sinuosa silueta adolescente se perdió escalones arriba, con un gracioso taconeo de sus botas, y nuestras miradas tras ella, tras su bien formada retaguardia embutida en un pantalón vaquero de talle alto que resaltaba, y cómo, su forma redonda.

Ambos hombres miramos al ascensor, guardando la compostura, y entonces la rasgada voz de don Francisco rompió el hielo.

-Cómo ha crecido esta niña… ya es una mujercita…

Me pareció un comentario un poco fuera de lugar, pero me limité a asentir, porque en todo caso tampoco sabía muy bien qué aportar a esa observación, que podía ser muy inocente o muy culpable, pero que en ausencia de contexto me pareció improcedente.

-Pero bueno, qué te voy a contar a ti...

¿Alguna vez se han asignado a un precipicio muy alto, y han sentido cómo se les encogía el estómago, y una gota helada se ha realizado desde la nuca hasta el final de la espalda? ¿Alguna vez han estado a punto de dormirse en el coche, y una maniobra brusca les ha despertado, enviando un cosquilleo desagradable y vertiginoso desde el pecho hasta la mismísima punta de los dedos? Si la respuesta es afirmativa, comprenderán de qué forma se encogieron mis pelotas en mi escroto, y un vaho escalofriante se apoderó de mis pulmones. Pero no sería quien soy si me dejara achicar por las circunstancias y no supiese improvisar, así que con una voz que me tembló apenas, pude responder.

-¿Cómo dice, don Francisco? – todo el mundo le llamaba así, porque era el dueño de tres pisos en el edificio, y sus inquilinos se referían de aquella manera respetuosa, de modo que prácticamente todos los vecinos habíamos adquirido el hábito de referirnos a él de aquella manera que era obvio le complacía sobremanera.

-Lo digo por las clases…

El ascensor llegó en ese momento, y le abrí la puerta con deferencia, para que pasase. Me lo agradeció con un gesto, y cuando estuvimos dentro del pequeño cubículo, le tuve que preguntar.

-¿A qué clases se refiere?

-Le das clases particulares a Helenita, ¿verdad?

Le miré sin comprender, y él se explicó, con una sonrisa que no pude interpretar bajo ese bigote de morsa.

-Es que Angustias… - la mujer de don Francisco – ya va dos días que escucha a Helenita salir de tu casa a última hora de la tarde, así que supongo que le estás ayudando con el curso, ¿no?

Parpadeé.

-Sí… sí. Le está costando… las ciencias sobre todo. Pero es todo… en plan informal.

-Claro, claro… - asintió don Francisco, sonriendo por segunda vez, y puedo jurar que era posiblemente la segunda vez que le veía sonreír desde que le conocía. – Entre vecinos hay que ayudarse, ¿no es cierto?

Tuve que carraspear, antes de asentir, intimidado por el brillo de sus ojos negros bajo aquellas espesas cejas blancas.

-Por supuesto… - me salvó que el ascensor se detuvo en mi piso, y salí casi al mismo tiempo que se abrían las puertas. – Buenos días, don Francisco.

-Hasta luego, C***… - Podría poner la mano en fuego asegurando que aquel carcamal no me había llamado por mi nombre en diez años. Cerré de un portazo la puerta de casa, y cogí el móvil para llamar a Helena. Me temblaban un poco las manos, y me desesperé los cuatro o cinco tonos que me tuvo esperando. Cuando hablé, lo hice con un tono de seguridad totalmente impostado, porque me sentía al borde del pánico.

-Dime… estoy en casa… - dijo en tono de advertencia.

-Tu vecino me acaba de decir que te han visto salir de mi casa dos veces.

-¿Quién? ¿Don Francisco? No me jodas…

-Me he inventado una excusa.

-¿Qué le has dicho?

-Que te estoy dando clases de matemáticas y ciencias y eso.

-¡Buf! Puto viejo verde…

-Esto pasa porque no has tenido cuidado.

-¡Venga ya! ¿Me vas a echar la culpa?

-No solo eso. Voy a tener que pensar un escarmiento para que no seas tan descuidada.

-¿Lo dices en serio?

-Claro que lo digo en serio Y ya puedes dar cobertura a la excusa de las clases, porque como se enteren tus padres...

-Joder… vale, vale, vale… algo se me ocurrirá…

-Luego hablamos.

-Hasta luego…

Dejé el móvil, y abrí la nevera, sin ganas ya para cocinar. No sé qué me esperaba que hubiera, si vivo solo y soy yo quien la lleno, pero miré dentro con la vana esperanza de que me ofreciera inesperados manjares cual una cornucopia de línea blanca. Evidentemente, se mostró tan poco generosa conmigo como yo con ella, así que volví a cerrarla, y sin mucho entusiasmo me dispuse a bajar a comer a algún lado, que fuera más o menos barato y accesible. Bajé tranquilamente por la escalera, y al salir del portal no pude dejar de ver, al final de la calle, la silueta zaborra y desmañada de don Francisco, del brazo de la figura cetácea de su señora, Angustias, que seguramente salían a tomar el vermú. En ese momento, como me solía ocurrir, una idea estrafalaria se me vino a la mente, y decidí ponerla en práctica.

Desanduve mis pasos escaleras arriba, saltando de dos en dos los escalones, y entré en casa a coger un par de cosas, tras lo que saqué mi móvil y tecleé frenéticamente.

631****** - Comes hoy en casa?

HELENA MVL – Sí.pk??

Respiré hondo, y subí al piso de arriba.

Debería haber sacado una foto a la cara que puso Laura cuando me vio en el umbral, vestido con el traje oscuro que utilizo para trabajar, esgrimiendo como si fuera una tarjeta de visita mi sonrisa hipócrita y mi mirada más inofensiva.

-Hola, Laura. – dije, con la misma apariencia mansa de un escorpión disfrazado de mariposa.

Estaba sin arreglar, el pelo recogido en un pañuelo, la cara lavada y algo ojerosa, la ropa floja y arrugada, y se quedó con la boca abierta. Salió al felpudo, cerrando casi la puerta tras de sí y hablando en un cuchicheo que quiso clandestino.

-¿Qué haces aquí? ¡Está Helena!

Le tranquilicé con un guiño, y mi sonrisa se ensanchó un poco más, al modo de un escualo oteando su presa.

-Vengo a charlar y saber cómo estás. ¿No me vas a invitar a pasar? Quizá tienes problemas… en el ordenador.

Estuvo tentada de negarse, lo pude ver en la expresión vacilante de su mirada, pero al final puso los ojos en blanco y suspiró, con una media sonrisa, entrando y dejándome pasar, por lo que pasamos dentro.

-¿Quién es, mamá…? – Helena se quedó de piedra al verme entrar con toda confianza en el salón, tras su madre. – Hola. – dijo, finalmente, en un tono gélido.

-Hola, Helena… - repliqué, educado, calmado y cortés. Laura se ruborizó, pero solo un poco.

-C*** ha venido a revisar el ordenador Helena.

-Ah, bien… - su mirada no decía eso, precisamente, pero se quedó sentada en el sofá, o más bien acurrucada en él, con el móvil en la mano, ignorándome no sé si deliberadamente. Laura me señaló el ordenador, en la mesa de comedor, y se disculpó.

-Si me perdonas, yo voy a terminar la comida…

-Claro Laura, faltaba más. Termino enseguida.

Mi vecina asintió, con las mejillas coloradas, y se fue por el pasillo, mientras yo me sentaba delante del ordenador y me entretuve fingiendo que hacía algo en la BIOS. El móvil me picó y vibró en el bolsillo, y lo atendí con gesto de sorpresa.

HELENA MVL – K s supone q hcs???

Respondí con otro SMS, sin mirarla, dejando el teléfono y concentrándome en el ordenador, interpretando mi papel.

631****** - Arreglar el ordenador

La vibración hizo bailar el terminal por toda la mesa, con un zumbido de mil demonios, aunque al menos no silbó porque había tenido la precaución de dejarlo en modo silencioso.

HELENA MVL – 1 mrda.pk as vnido a ksa??

Escogí con cuidado mi siguiente mensaje, sonriendo para mis adentros al escuchar su carraspeo de impaciencia, a mis espaldas, porque sabía que estaba bebiendo de mis palabras y mi teclear tranquilo le estaba consumiendo.

631****** - Castigarte. O premiarte. Ya veremos.

Casi me echó a reír, desmoronando el efecto, cuando la escuché bufar. Seguí a lo mío, sin girarme, y sólo me volví cuando Laura regresó de la cocina, con el delantal puesto, secándose las manos en un paño, con una sonrisa en la cara arrebolada.

-¿Has terminado, C***?

-Prácticamente… paso un par de filtros antimalware y yo creo que ya lo tenéis. Cinco minutos, no más. – Me volví y le sonreí, sin mirar siquiera a Helena.

-Estupendo. Una cosa… ¿te… te quedas a comer con nosotras? – aunque titubeó un poco, lo dijo con toda naturalidad.

-No quisiera abusar…

-No es molestia, C***, hay comida de sobra… Helena, por favor, pon la mesa.

Mi vecinita se levantó del sofá, mirándome con unos ojos tan venenosos que podrían embotellarlos y venderlos como raticida, antes de ir al aparador y sacar mantel, platos y cubiertos sumida en un mutismo hosco. Colocó el mantel y los platos para tres en la parte de la mesa que no estaba utilizando, sin mirarme ni por un instante, posando cada elemento de la vajilla y cubertería con un poco más de brusquedad de la que sería aconsejable. Por suerte para ella, Laura había vuelto a la cocina.

Con la mesa ya puesta, Helena desapareció también en dirección a los fogones, mientras yo terminaba de dejar el ordenador de mis vecinas niquelado. Cerré la tapa justo cuando ambas llegaban, cargadas de bandejas, con una ensalada de tomate, cardo con almendras y unas albóndigas que olían a gloria.

-¡Vaya banquete! – exclamé, levantándome para ayudar a colocarlo todo. Tengo que admitir que todo olía maravillosamente y tenía muy buena pinta. – Muchísimas gracias, Laura, y también a ti, Helena.

La madre me lo agradeció con una sonrisa y unas palabras amables, pero la hija apenas masculló un “gracias” entre dientes, que fue todo lo que dijo durante toda la comida, en la que su madre y yo charlamos todo lo distendidamente que pudimos, tratando de involucrarla en la conversación, en vano. Cuando terminamos fue la primera vez que habló en toda la comida.

-Me voy a mi cuarto. Tengo que estudiar. Hasta luego. – Lo dijo mientras se levantaba y desaparecía por el pasillo, remachando su frase con el portazo de su habitación.

-Tendrás que perdonarla, C***… está en una edad que…

-Yo era peor que ella, no te preocupes.

-Normalmente es muy madura, pero lleva unos días un poco torcidos… – dijo, mientras los dos recogíamos la mesa. La acompañé a la cocina, y llenamos el lavaplatos entre los dos, en silencio hasta que me cogió la mano, llamando mi atención, y me habló en voz baja, mirándome a los ojos. - ¿A qué has venido?

Le contesté de la misma manera, en voz baja.

-Me apetecía verte, sin más. – apreté su mano, y ella miró al suelo, curvando apenas la comisura de sus labios.

-Tonto… - susurró, y cerró el lavavajillas con suavidad. – ¿No ves que está mi hija?

-Está encerrada en su cuarto. Algo se nos ocurrirá… - dije, con sicalíptica malicia.

Laura me miró, incapaz de asimilar lo que acababa de decir, y yo le guiñé el ojo, mientras le acariciaba la mejilla con los dedos, provocando un estremecimiento y una sonrisa.

-No me puedo creer que… - no terminó la frase, sino que me hizo una seña con la cabeza. La acompañé a la habitación de Helena, y cuando llegamos Laura llamó a la puerta de su hija, entreabriendo la puerta. – Hija, C*** ya se va…

Estaba tirada sobre la cama, las rodillas dobladas, apoyada en la almohada, y tecleando el móvil. Nos miró alternativamente, con expresión neutra.

-¿Ah, sí?

-Sí, tengo que ir a la tienda. Ya puedes usar el ordenador tranquilamente si quieres… - repuse, con una sonrisa, y miré el reloj con gesto atribulado – Yo me tengo que ir ya. Muchas gracias por la comida. Hasta luego…

-Hasta luego C***, gracias … dijo Laura, y Helena me dedicó un gesto desangelado, volviendo a centrar la mirada en el móvil.

Me fui por el pasillo, abrí la puerta de la calle y la volví a cerrar, sin salir, y me giré con expresión traviesa, caminando muy despacio hacia la habitación de Laura, entrando en silencio y sentándome en la cama, quitándome los zapatos con infinita precaución. Escuché a mi vecina hablarle a su hija, al final del pasillo.

-Yo me voy a acostar un rato Helena. ¿A qué hora vas al Instituto? – no escuché la respuesta. – Vale, a ver si descanso un rato. Y estudia un poco…

La oí caminar pesadamente hasta su cuarto, y yo me entretuve mirando el ordenado y pulcro dormitorio de matrimonio, la amplia y cómoda cama, los muebles de madera maciza y oscura, la cómoda llena de fotografías, los cuadros de paisajes, las cortinas muy blancas, las mullidas alfombras. Cuando Laura entró, cerró la puerta tras de sí, y me miró como si acabara de cometer una locura.

-Todavía no me creo que esté haciendo algo así… - me murmuró, en voz muy baja, ahogando una risa nerviosa y tiritando de pura emoción. -… eres el demonio… - me miró con sus ojos verdes llenos de miedo, angustia, deseo y vida.

-¿Sueles ver la televisión en la habitación? – le señalé, entre susurros, la pantalla plana anclada a la pared.

Asintió, y yo busqué el mando para encenderla tras encontrarlo en la mesilla, moviéndome como un felino de consistencia líquida. El telediario comenzó a rezar su rosario diario de malas noticias, y lo ajusté a un volumen razonable que camuflarse de alguna manera nuestras maniobras. Laura parecía al mismo tiempo aterrorizada y más excitada que nunca, así que hurgué en mi bolsillo y saqué una de los objetos que habían ido a buscar a mi casa, antes de subir.

Un pañuelo negro.

Laura me miró sin comprender, pero entonces un súbito pánico iluminó su cara y negó con la cabeza, en silencio, pero no quiso, no pudo o no se atrevió a oponer resistencia alguna cuando me acerqué a ella y con gesto resuelto le vendé los ojos, un escalofrío recorriendo su cuerpo y haciendo que se estremeciera, al sentir la fuerza de los nudos en su nuca.

-Quítate los pantalones… - la orden, musitada muy cerca de su oreja, hizo que se encogiera y alzase la cabeza, dando una profunda y larga respiración. Con decisión, sin dudarlo, se bajó los pantalones y sus feas bragas de color blanco roto, descubriendo su ahora blanquísimo vientre, su coño de labios grandes y pensiles, el perfil astronómico de sus abundantes nalgas pálidas.

-A cuatro patas, sobre la cama… - una nueva orden, y aunque en este caso dudó un segundo, dio unos cortos pasos a tientas hasta que encontró el colchón y se encaramó a él, hasta situarse muy cerca del borde, a veinte uñas, con el culo en pompa y la cabeza gacha, la camiseta ocultando y conteniendo la orografía de sus grandes tetas.

Di vueltas en mis manos al tubo de crema que había cogido de la mesilla, junto con el mando de la televisión. Sin duda había sido un descuido de Helena, ya que el origen de las molestias de Laura debía seguir siendo, a toda costa, un secreto para Luis, que sonriente me miraba desde media docena de fotografías colocadas primorosamente en la cómoda.

-Veo que te estás dando crema en el culete, Laura… - le murmuré, agachándose junto a su oreja, y ella giró la cabeza, respirando fuerte, antes de contestar.

-Sí… me… me ha estado molestando…

-Habrá que cuidarlo, entonces…

Mi vecina se tensó, pero tras unos segundos, apoyó la parte superior del torso sobre la cama y elevó aún más su trasero. Sus manos recorrieron sus voluminosas cachas y las separó, solo un poco al principio, pero después agarró más carne, más cerca de la hendidura, y giró hacia ambos lados con decisión.

Todos su ano estaba coloradito, pero justo el anillo lucía algo más inflamado, formando un círculo estriado y ligeramente tumefacto, pero intacto. En ese momento se soliviantó un avispero en mi bolsillo, y la vibración alertó a Laura, que soltó sus nalgas, alzando la cabeza.

-¿Qué es eso? – bisbiseó, alarmada.

-Tranquila .. es mi móvil. Seguramente sea David, de la tienda. – lo saqué, maldiciendo para mis adentros. Leí el mensaje.

HELENA MVL – T as ido d vrdad??

Respondí, y dejé el móvil sobre la cómoda.

631****** - Compruebalo si quieres. Pero no hagas ni un ruido!!!!

Laura respiraba agitadamente, y casi da un grito cuando mi dedo, con una ración generosa de crema, la fue esparciendo por su ano, untándolo muy despacio, regodeándose en sus rincones, girando alrededor de su agujerito con morboso deleite. Puse más crema en el, y con cuidado empujé para esparcirla culo adentro, venciendo la reticencia de Helena.

-Suavecitoooo… - susurró, y me sonreí cuando comprobé que de su coñito emanaba una inconfundible y algo olorosa humedad. Terminé mi caricia, con mi falange introduciendo el ungüento por todo su estrecho canal, y posé el tubo de crema en la cama. Saqué del bolsillo el envoltorio de un preservativo, y lo sujeté entre los dientes para poder desabrocharme los pantalones, dejando que cayeran al suelo, y después bajarme los calzoncillos. Laura presintió mis movimientos, girando el rostro, intentando encararse a mí con los ojos vendados.

-C***… - no dijo nada más, y yo cogí el condón, rasgando el envoltorio y colocándomelo sin prisa, desenrollándolo a lo largo de mi polla con un sonido plasticoso, apenas amortiguado por el soniquete del informativo de la tele. Posé mi capullo entre los prominentes labios de su coño, que se abrían y fruncían en la grotesca parodia vertical de un beso, y sin esperar más empujé para hundirme en ese gelatinoso, viscoso y exquisito bollo de crema.

 

*

 

Sentí, más que oí, el manillar de la puerta moverse, y no me hizo falta mirar para saber que la hoja de la puerta se estaba abriendo, tan lenta y sigilosamente que parecía la deriva continental, un reacomodo tectónico.

Mi polla se abrió camino hasta mismo fondo del coño de Laura, que ahogó un gemido en su garganta, sus muslos temblando como flanes al notar la presión de mis propios muslos, sus manos cerrándose con fuerza y acudiendo a su boca, cerrándola para evitar un descuido. Estaba empapada, completamente inundada de un flujo espeso cuyo olor empezó a invadir la habitación a medida que mi polla fue entrando y saliendo, pegajosa, chorreante, satinada de sus jugos, masajeando las paredes de su coño con el ímpetu rítmico de un pistón bien engrasado. Laura movía sus caderas en un vaivén sincrónico, que hacía resonar sus nalgas contra mi regazo con unas flojitas palmadas.

-Ah C***… - murmuró, en voz baja pero audible, entre gemidos roncos - … ¿Por qué no me lo haces siempre así…?

Durante un buen rato me la follé así, disfrutando de su coño, sorprendentemente apretado, pequeño y dúctil, que se acomodaba con ceñido abrazo al grosor de mi polla, las paredes de su vagina pegándose a mi rabo como moluscos marinos, masajeando el tronco y el glande con una caricia enérgicas, lúbrica y maravillosa. Los jadeos de Laura acompañaron cada una de mis embestidas, delicadas y cadenciosas, subrepticias, casi furtivas, que contrastaban vivamente con los polvos rudos y brutales de otros días. Con cierta dulzura tierna mis manos recorrieron su cintura, sus caderas, sus cachetes, y pellizqué y apreté y froté la sedosa piel de sus nalgas mientras la penetraba. Laura correspondió contrayendo su coño casi con espasmos, estrechando aún más su vagina ajustada y enfajando mi polla en el terciopelo empapado de su interior.

Laura se corrió antes que yo, anunciando su orgasmo con unas sacudidas contenidas, unas contorsiones disimuladas de su cintura y sus caderas, unos suspiros entrecortados y apenas sofocados. Abrió mucho las manos, separando los dedos, y cuando agarró el edredón parecía que iba arrancarlo, mientras se movía dando golpes deslavazados con su trasero contra mi pelvis, mordiendo una gran bocanada de tela y rugiendo con la garganta abandonándose al orgasmo, que duró un buen rato.

Yo aproveché para girar la cabeza, y encontrar lo que ha esperaba. El abismo luminoso e iracundo de unos ojos verdes.

*

 

Helena nos miraba, desde la puerta abierta a medias, y se mordía los labios con su mano derecha enterrada dentro de su pantalón, en su entrepierna, una expresión entre culpable y furiosa, respirando en silencio hinchando mucho su pecho, el rostro contraído y colorado, el pelo cayéndole descuidado sobre la frente.

Detuve mis penetraciones, y saqué mi polla de ese coño aún hambriento, para quitarme el condón acto seguido con un leve chasquido. Con una sonrisa me situé al otro lado de la cama, caminando despacio, sin mirar a Helena, mientras Laura se incorporaba sobre sus manos, extrañada.

-¿Qué pasa? - preguntó en voz baja, exhausta, pero todavía excitada, surcando las procelosas aguas de su reciente clímax.

-Gatea hacia delante y métetela la boca – susurré, y ahora sí, mis ojos se encontraron con los de Helena.

Los tenía muy abiertos, fijos en el cuerpo de su madre, que gateó mimosa, de espaldas a la puerta y a su hija, ofreciéndole el espectáculo de su culo y su coño brillante.

Mi vecina madura abrió la boca esperando el premio que no tardó en llegar a sus labios. Cerró su boquita en torno a mi polla, subiendo y bajando la cabeza, intentando encajar toda la longitud posible hasta tocar su garganta, emitiendo un gorjeo húmedo al tratar de engullir más y más centímetros de carne, comprobando su propio límite, mientras yo acariciaba y peinaba con los dedos su pelo negro y mis ojos intercambiaban estocadas silenciosas con los de Helena, que comenzó a mover de forma obscena el bulto de sus mano en su entrepierna, con sus muslos bien cerrados, abriendo la boca en una herida muy roja, humedeciendo sus labios con la puntita traviesa de su lengua, mientras su mirada viajaba del la piel de su madre a la mía, de mis rostro a la cabeza de Laura, que subía y bajaba cada vez más deprisa.

Mi vecinita comenzó a encogerse, doblándose sobre sí misma, convulsionándose en sus íntimas caricias, y yo decidí ayudarla colocando mis manos sobre los oídos de Laura, tapándoselos con disimulo y comenzando a follarme muy despacio la boca, encajándole un trozo considerable de polla en la garganta, sacándolo hasta casi despegarla de sus labios, y dejando que ella misma relajase sus quijadas y abriese su glotis para permitir el invasivo viaje de mi glande desde la punta de su lengua hasta casi tocar su campanilla. Dos, cuatro, ocho, una veintena de veces se tragó la mayor parte de mi polla cada vez más babosa, cada vez más dura, cada vez más hinchada.

Helena tuvo la delicadeza de correrse en silencio, retorciéndose como si le hubiera dado un súbito retortijón, apretando las piernas y doblando las rodillas, cerrando los ojos muy fuerte y mordiendo la carnosa meseta de su mano izquierda, asfixiando un gemido entrecortado y muy ronco que aún así habría sido la perdición si mis propias manos no se hubiesen apretado sobre las orejas de Laura y mi polla no hubiese empezado a vibrar escupiendo chorros de semen, atrayendo toda la atención de mi vecina que empezó a chupar y exprimir con sus labios mi glande, que me cosquilleó de forma casi dolorosa. Me corrí con rabia, a la vez que Helena, que se fue serenando muy despacio, estirándose, temblando, mirándome con carita llena de remordimiento, el ceño fruncido y aire contrito, apesadumbrado. Yo quité mis manos de la cabeza de Laura, que siguió chupando, ahora más despacio, sorbiendo hasta la última gota de mi esperma, y acaricié su cabeza, mientras le hablaba mirando directamente a Helena, que parecía a punto de salir corriendo envuelta en lágrimas.

-Ahora, como una niña buena, te lo vas a tragar todo. – susurré, sin saber a quién de las dos me dirigía.

Laura sonrió, y con un gemidito de aprobación soltó mi polla, apretando mucho los labios, removiendo mi semen en su boca. Le costó, pude notarlo, pero al final se lo tragó mientras ponía cara rara, y sacaba la lengua como para conjurar un sabor no del todo agradable.

-Hmmm… sabe algo amargo… - susurró, arrugando la nariz. Buscándola a ciegas volvió a meterse mi polla en la boca y la fue limpiando mientras se iba ablandando y arrugándome, causándome un hormigueo no del todo agradable, que me hizo temblar como un escalofrío.

Cuando miré a la puerta, Helena se había ido.

*

En la tele un busto parlante hablaba de deportes, y yo cerré la puerta lo más despacio y silencioso que pude, mientras Laura se quedaba de rodillas en la cama, girando la cabezs, tratando de localizarme.

Yo desanudé la venda de sus ojos, y noté como se relajaba. Me miró, con una sonrisa en su boca, con los alrededores de sus labios colorados por el esfuerzo de la mamada se me había proporcionado, un brillo complacido y ufano en sus ojazos.

-¿Te ha gustado? – me preguntó en voz muy baja, mientras nos vestíamos en silencio. Yo asentí, con una sonrisa de oreja a oreja. – Haces conmigo lo que quieres, cabronazo… - me dio un puñetazo en el brazo, cuando terminamos, y haciéndome el gesto de que guardara silencio, con el dedo sobre sus labios, abrió la puerta y se asomó al pasillo. Yo cogí el móvil, y en cuanto Laura me hizo una seña, salí de la habitación y del piso con toda la cautela y disimulo del mundo.

O eso esperaba yo.

Ya en casa me asustó la vibración del móvil, en mi mano, hasta el punto de que casi lo dejo caer, del sobresalto. Miré el mensaje, y no supe cómo responder. Estaba escrito, extrañamente, en mayúsculas, y no faltaba, cosa rara también, ni una letra.

HELENA MVL – TE ODIO

(Continuará)