miprimita.com

BPN. Ojos verdes (1). Buenos vecinos

en No Consentido

Eran los ojos más verdes que he visto en mi vida.

 

Helena no podía tener más de dieciséis, puede que diecisiete años, y era la hija de mis vecinos de arriba, un matrimonio de Alcañiz realmente agradable, no mucho más mayores que yo. Se llamaban Luis y Laura, y regentaban un bar cercano a mi casa, a tres o cuatro calles de distancia, uno de esos bares de barrio y menú del día que flaquearon la crisis gracias a una clientela inquebrantable y ser el centro de reunión de los parroquianos. Desde el primer día que me mudé al piso fueron muy simpáticos conmigo, y si bien no puedo decir que fuéramos amigos, sí que teníamos una relación cordial, hasta el punto de recoger paquetes cuando el repartidor no nos localizaba, pedirnos cosillas cotidianas de vez en cuando, esa clase de relación. Yo hacía el esfuerzo de ir ocasionalmente a su bar, aunque no me quedaba de paso, a comer o a tomar algún café, y ellos lo agradecían saludando con calidez y atendiéndole con deferencia, de forma muy familiar y cercana.

En pocas palabras, éramos buenos vecinos.

Cuando me mudé su hija Helena era una niña del barrio más, en la que jamás me había parado a pensar hasta que la vi una tarde limpiando las mesas del bar, con quizá catorce años. No es que me atrajeran las niñas tan jóvenes, pero creo que fue algo totalmente natural, y me explico. Todavía vestía ropas algo infantiles, pero era evidente que sus aún incipientes formas comenzaban a desbordar las costuras y patrones de sus prendas, redondeándose en las caderas y brotando dos senos aún por madurar en su pecho. Precisamente esas esfericidades embutidas en esa ropa le conferían una perversidad especial, un inapropiado y culpable erotismo que estoy seguro más de un hombre en el bar, aquella tarde, luchó por reprimir.

Y tenía los ojos verdes, como el trigo verde.

La vi por el barrio con frecuencia, aunque nunca me causó la impresión que aquel día en el bar. Era sencillamente una chiquilla mona, que me habría pasado inadvertida si no fuese por la concatenación de acontecimientos que se puso en marcha cuando su madre llamó un día al timbre, una tarde, un par de años después. Yo le abrí, sorprendido y curioso.

-¡Hola, Laura! – le dije, sonriendo afablemente. - ¿Qué querías?

-Hola C***, buenas tardes. ¿Te pillo en buen momento? Quisiera hablar contigo, si no te importa.

-Claro… - le franqueé el paso – Entra, por favor. Disculpa el desorden…

Lo cierto es que lo dije por compromiso, porque mi casa seguía siendo un paraíso zen de desprendimiento y austeridad y poco desorden podría haber. Apenas tenía muebles, y todo lo susceptible de esta desordenado estaba en el dormitorio que quedaba libre, así que mi salón daba una impresión un poco cuartelaria, salvo quizá por los videojuegos y las consolas conectados a la televisión. Le señalé la mesa de la cocina, con mi mejor sonrisa.

-Siéntate, por favor. ¿Quieres tomar un café?

-No, C***, gracias, no. Bastante café tomo ya en el bar… - me dijo sonriendo, mientras se sentaba. Yo me apoyé en la barra que separaba el salón de la cocina, y crucé los brazos.

-Pues tú dirás.

-Verás… tú trabajas en una tienda de ordenadores, ¿no? – me preguntó. Mi sonrisa se hizo más amplia, mientras negaba con la cabeza.

-No exactamente, Laura. No trabajo allí, yo tengo una tienda de equipo informático… - y bien cierto. Hacía cuatro años me había hecho socio, y más tarde dueño, de la tienda donde empecé a trabajar. Últimamente no me iban las cosas tan bien como antes, por culpa del desembarco de esa maldita cadena que llama tontos a quien no compra en ella, pero no me podía quejar porque entre ventas y el mantenimiento de equipos y soporte para PyMES las cosas se sostenían razonablemente bien. Vale que tampoco era un imperio, pero era mío y tenía derecho a estar un poquito orgulloso, ¿no?

-¡Ah, caramba, no lo sabía! – mi vecina sonrió –Entonces con más razón. Es que verás, Helena va a empezar el Bachillerato, y queríamos comprar un ordenador. Estuvimos el fin de semana en el centro comercial, pero allí hay muchísimos tipos y cacharros…  - creía entonces y creo ahora que quien llama “cacharro” a un ordenador merece un pequeño círculo privado en el infierno de Dante, pero lo dejé correr - … y me acordé de que tú trabajabas en esto, así que oye, antes de darle dinero a ellos, pues lo dejamos entre amigos, ¿no?

Si alguien se dedica al comercio minorista, y más concretamente al sector electrónico, estoy convencido de que ha tenido más de una vez este tipo de “ofertas”. Como haciéndote un favor, como si los cien o ciento cincuenta euros de margen te fuesen esenciales para la vida, te reclaman primero asesoría pre-venta cuando y como les venga bien; segundo, una rebajita “entre amigos” en el momento de la venta, o incluso pagarlo en negro; y tercero, un servicio post-venta veinticuatro horas al día, que incluye instalación de software, servicio técnico gratuito para periféricos, y por supuesto actualizaciones, antivirus y literalmente lo que haga falta, preferiblemente a domicilio, aunque reconozco que algunos tienen la deferencia de ofrecerse a llevarte el equipo a la tienda o a casa. A veces. Alguna vez. Quizá. Si es portátil. Y no pesa. Y si les viene de camino.

Siendo vecinos me temí esa clase de encerrona. No puedo tener precios tan competitivos como las grandes superficies, que juegan con el volumen de forma asesina, pero para mí que habían sopesado la posibilidad de que ante cualquier eventualidad vivía casi puerta con puerta, y sería mucho más cómodo molestarme a mí que molestarse ellos en ir al centro comercial cada vez que fallase el equipo. Lancé un suspiro.

-Yo es que ahora me dedico más al tema empresas y la gestión… -argumenté, pero Laura no pensaba soltar tan fácilmente su dentellada.

-Pero vendéis ordenadores, ¿no? – me dijo, sonando esperanzada y amistosa. Miré al techo, y respiré hondo.

-¿Y en qué estabais pensando exactamente? ¿Qué clase de ordenador? – sí, todo lo que dicho antes es cierto, pero desgraciadamente cien o ciento cincuenta euros de margen me vendrían muy pero que muy bien. Así que acallé mis escrúpulos y puse mi cara de comercial más ávido.

-Ay, no lo sé… es que ni Luis ni yo entendemos mucho…

-Sí no me dais ninguna pista, la verdad es que no sé qué recomendados exactamente. No querría venderla algo ni demasiado barato, que luego se os quedará corto, ni demasiado caro que no le fuerais a sacar rendimiento… ¿Qué ordenador tenéis ahora?

Su cara reflejó tal cándida incomprensión que no necesité ni que me respondiera.

-Pues ni idea C***… eso la niña sabe. ¿Vas a estar en casa toda la tarde?

Me encogí de hombros, y asentí.

-Sí, supongo.

-Yo es que ahora voy al bar. Cuando llegue Helena del instituto te la mando y lo habláis. ¿Te parece bien?

-De acuerdo.

Laura se levantó, y le acompañé a la puerta. Cuando estaba a punto de salir, me miró y me guiñó un ojo.

-Muchas gracias C***… y ya nos harás descuento de buenos vecinos, ¿verdad? – y se echó a reír con aire cómplice.

Joder, si es que no falla.

*

Jugando al fútbol en la videoconsola se me fue completamente la conversación de la cabeza, así que cuando sonó el timbre le di al pause y acudí a la puerta con el ceño fruncido, sin recordar quién tenía que pasarse por casa a esas horas.

Bueno, pues era Helena.

Tenía los ojos verdes, lo más verdes que haya visto nunca. No quiero que piensen que era una belleza desopilante, porque no lo era. Se parecía bastante a su madre, cara redonda y ancha, nariz grande, boca de labios algo pulposos, pelo muy negro y tez muy blanca. Pero así como su madre tenía un no sé qué basto, desaliñado, con un poco de papada que la afeaba bastante, Helena estaba delgada, y aunque sus rasgos no eran ni mucho menos armónicos, contaba con la frescura y lindura de los dieciséis años. Y además, por si fuera poco, tenía el buen tipo que los años y las comidas de bar habían ido negando a su madre, acentuado por sus shorts y su camiseta de tirantes, bastante provocativos a la moda de las adolescentes de entonces. Y de ahora.

-Hola… - me saludó sin mucho entusiasmo, sacudiendo la trenza que le recogía el pelo color azabache. – Mi madre me ha dicho que hable contigo sobre el ordenador.

-Ah, sí, Helena, pasa… - le invité a pasar, y ella entró mirando el piso en derredor, como reconociendo el terreno. Le señalé la mesa de la cocina. – Siéntate, si quieres. ¿Te apetece algo? ¿Coca cola?

-Si tienes Coca Light … - me dijo, pero negué con la cabeza – Entonces nada, gracias.

-Voy a por unos folletos con las ofertas del mes y te traigo, ¿vale? – ella afirmó con la cabeza, y me fui al dormitorio almacén trastero a buscar los papeles, revolviendo entre algunas cajas y carpetas hasta encontrarlos. Cuando regresé, vi a Helena curioseando entre los videojuegos que se apilaban en una estantería baja.

-¿Te gustan los videojuegos? – era una pregunta retórica con un matiz peyorativo bastante marcado, como si me hubiese preguntado si me gustaba nadar en una piscina llena de huevos fritos, o si me lavaba el pelo con aceite de motor. Me acerqué, y la miré con una media sonrisa.

-Es obvio que sí, ¿no te parece? – me miró como sólo una quinceañera puede mirar a un treintañero al que considera un niñato inmaduro, y se dirigió a la mesa de la cocina, sentándose con los brazos cruzados. Me senté frente a ella, y la miré con actitud inquisitiva y profesional. Más o menos.

 

-Bueno, ¿para qué necesitas el ordenador?

-¡Buf! Pues no sé… para estudiar…

No lo pude evitar, me reí en voz baja y algo burlona, y le hice un gesto cómplice.

-Ya, bueno… Vamos a ver… ahora en serio. – Helena sonrió un poco, y con además. Inocente se encogió de hombros.

-Hombre… No lo quiero para jugar, ¿eh? Pero no sé, aparte de estudiar… pues para ver pelis, escuchar música, navegar por Internet, chatear… - Fui asintiendo, comprensivo, aunque su tono algo altanero me resultaba un poquito indigesto.

-Pues sí no quieres un ordenador para gaming, ni vas a hacer cosas profesionales tipo edición de vídeo o imágenes, creo que te podría valer un equipo básico…

-Una cosa… - Helena frunció levemente las cejas, y me miró inquisitiva -… ¿podría ser un portátil?

-Sí, podría ser… - sonreí para mis adentros – Han bajado mucho de precio, la verdad, pero a igualdad de presupuesto un sobremesa sería bastante más potente, con mejor monitor e incluiría una multifunción… - Hojeé los presupuestos y folletos, hasta encontrar el catálogo de portátiles - ¿Tiene que ser portátil obligatoriamente?

-Estaría bien… - puso carita de pena, parpadeando con esos ojos casi irreales - ¿Podrías convencer a mis padres?

Sostuve su mirada unos segundos. Era una adolescente, y me resultaba palmario que quería un portátil para poder tener el ordenador el mayor tiempo posible lejos de la supervisión de sus padres. Bueno, a mí me facilitaba las cosas a varios niveles, así que compuse una sonrisilla cómplice, que Helena aprobó iluminando su rostro.

-Está bien… - cogí el catálogo, lo estudié por encima y con un bolígrafo rodeé tres modelos, básicos, de marca conocida y precio bastante ajustado - Yo te recomendaría elegir entre estos tres modelos. Uno tiene algo más de capacidad gráfica y memoria, por si quieres usar programas sencillos de edición audiovisual para el instituto, y este otro tiene la pantalla de diecisiete pulgadas en lugar de las quince estándar. Y este es un modelo algo más potente, sin subirse mucho de precio… lo pensáis y que bajen tus padres a hablar conmigo, ¿vale?

Helena cogió el papel y leyó mientras asentía, levantándose. Le acompañé a la puerta, y cuando iba a marcharse levantó la vista del folleto.

-¡Gracias!

*

Dos tardes después fueron madre e hija las que llamaron a la puerta. Cuando se sentaron en la mesa las pude estudiar a fondo, comparándolas, y reafirmando la idea de que Helena era una actualización mejorada de su madre Laura. Aunque las dos compartían unos hermosos ojos, la niña era bastante más agraciada que su progenitora, más alta y esbelta, aunque es posible que las ropas anticuadas y poco favorecedoras de la madre tampoco le hicieran la justicia debida.

-¿Queréis tomar algo? – ofrecí, y me dirigí a Helena – Hoy sí tengo Coca Cola Light. – había sido un impulso algo estúpido, pero ayer mismo había comprado tres latas en el supermercado al ir a rellenar la nevera.

-Ah, pues sí, gracias…

-Yo no quiero nada C***, gracias – me respondió Laura. Traía el folleto en las manos, y lo dejó sobre la mesa mientras le serví a Helena el refresco. Me senté, y enseguida mi vecina rompió las hostilidades. – Hemos estado mirando los ordenadores … ¿Un portátil?

Me incliné hacia ella.

-Yo creo que es lo mejor. Para empezar, ocupa mucho menos espacio, es más manejable y menos aparatoso. Además ya viene todo instalado, sistema operativo, programas esenciales… es sencillamente encender y empezar a trabajar con él. Y para un equipo de uso normal, básico, los precios son muy buenos, como puedes ver….

Laura asintió, mirando los presupuestos. Continué.

-Luego, aparte, tiene una gran ventaja, y es que Helena puede llevárselo en puentes y vacaciones si tiene que hacer algún trabajo. Yo mismo, si te fijas… - le señalé el pequeño escritorio de un rincón del salón - … lo que uso es un portátil, así me lo puedo traer a casa, llevarlo a las empresas, usarlo en la tienda…

-Entiendo… - Laura sonrió, un poco atribulada - … es que acostumbrada a los armatrostes esos… se me hace raro.

Armatrostes”. Suspiré.

-Lógico. Por lo que me explicó Helena el otro día, sinceramente yo os recomiendo uno de estos modelos. Están realmente bien de precio, y como te digo, os lo traigo, lo enchufamos y a funcionar desde el primer momento. De hecho, depende de cual eligieseis casi os lo pondría en casa mañana. – Laura miró el folleto, sopesando las opciones, y miró a su hija.

-¿Cuál era el que decías? – Helena señaló el modelo de pantalla más grande, de precio intermedio. Su madre me miró, dubitativa. - ¿Qué opinas tú, C***?

-Está bien. No es un modelo potentísimo, pero para estudiar va más que de sobra. Los modelos que ves más caros… - le señalé los portátiles premium de la marca de fruta – … Son para uso más profesional. Con este tienes ordenador para años, y el precio está muy bien…

-Sí.. pero nos harás un apaño, ¿no?

-Buf… mira, en el precio no puedo hacer mucho, son las ofertas del mes y no me queda mucho margen, pero yo os regalo una maleta de transporte, una memoria USB para meter fotos y os instalo algunos programas extras, de ofimática, edición de fotografía, Internet…

Fue un tira y afloja amistoso y lisonjero pero sin prisioneros, y al final concreté la venta. Al día siguiente me pasaría por su casa con el ordenador, y se lo dejaría preparado y funcionando. Además me comprometí, cómo no, a estar disponible para echar una mano si se estropeaba, o hacía falta algo, porque claro, éramos buenos vecinos.

*

Es fácil instalar un software espía en un ordenador que sabes que vas a supervisar tú mismo. Tan fácil como volcar los datos recabados en un ordenador de tu propiedad y algunos discos duros externos. Cuando ese ordenador lo va a usar gente sin apenas conocimientos, prácticamente no hace falta ni siquiera camuflar el consumo de recursos y red, porque no van a notar apenas ralentización.

Por no aburrirles, lo simplifico. La actividad de su ordenador se guardaba en formato texto y el log se guardaba en un disco duro externo, en mi casa. Sólo cuando activaban la webcam se capturaba video en alta resolución y se guardaba aparte. Además, un programita me permitía controlar su ordenador en remoto y guardaba sus contraseñas. Fácil. Sencillo. Maquiavélico.

¿Por qué lo hice? Por puro y simple aburrimiento, la verdad. Quizá volqué en ello la impotencia de mi última relación fallida, o quise jugar al espía. No creí que estuviera haciendo nada verdaderamente malo, aunque seguro que nadie lo piensa hasta que se le va de las manos. Así que convencido de que estaba siendo travieso, no malvado, me puse a ello.

Como sospechaba, el ordenador lo usaba básicamente Helena. Por las noches me dedicaba a revisar el log de su actividad, como si leyera el diario de bitácora de un capitán inexperto chapoteando con su velero en un lago de aguas poco profundas. Durante semanas leí distraídamente sus búsquedas de internet, sus gustos en grupos de música, lo que descargaba con programas P2P, algunos trabajos para clase, sus pinitos en edición de imágenes… aunque sin lugar a dudas, lo más interesante eran sus chats.

No todos, claramente. Semanas y semanas leí, o más bien revisé en diagonal, decenas y decenas de chats, porque era la época todavía del MSN Messenger (que sería en un par de años sustituidos por el Skype y por WhatsApp, aunque eso es otra historia). Básicamente hablaba con amigas, tonterías de adolescentes, y había bastantes de ella cantando, haciendo el bobo o sencillamente hablando por videollamada, pero entre ellos encontré algunos muy estimulantes. En varios salía probándose ropa, enseñándole a alguna amiga las adquisiciones. Se veía realmente sexy, con sus curvas de adolescente marcando con vehemencia sus formas en las prendas ajustadas. Me reí mucho cuando ella misma confesaba en la conversación que algunas de esas prendas y complementos las había robado, aunque no lo sentí en absoluto por el grupo Inditex. También conseguí buenos vídeos en los que salía mostrando bañadores, o ropa interior, aunque eran muy pocos, causándome un profunda perturbación ver su piel blanca en la pantalla, con unas redondeces de lo más apetecible. En varios más salía cubierta tan solo por una toalla, y aunque el ángulo de la cámara no era el mejor, también resultaban estimulantes. Pero en general eran vídeos inocentes, y yo los veía más divertido que excitado, como si todo aquello continuase siendo una trastada, y no una perversión. Porque sinceramente, para mí aquello era una bobada, un pasatiempo del que seguro me acabaría aburriendo, una forma puede que extraña de burlarme de mis vecinos. Concedo que reprobable, pero todavía inofensiva.

La cosa pasó a mayores cuando Helena empezó a chatear con un chico llamado Darío.

Los inicios fueron bastante torpes, sin mucho interés, pero al poco las conversaciones iban subiendo de tono. En algunas compartían frases cursis, un poco ñoñas, pero la cosa se calentaba progresivamente y acababan diciéndose frases del palo de “te comería entera”, “me dan ganas de hacerlo contigo toda la noche”, “me flipa tu culo” y en ese estilo, un poco torpes pero explícitas. Y entonces pasaron al siguiente nivel, que era mandarse vídeos.

El primero fue apenas un esbozo, un sí es no es. Helena, en pijama, sonriendo, mandándole besos, sacando la lengua o mostrándose de cuerpo entero, curvando el culo y elevando los pechos, vestida. Era consciente de que tenía un cuerpo bonito y le sacaba partido. La conversación era más bien halagadora, con Darío echándole piropos y diciéndole cuánto le ponía y las ganas que tenía de pegarle un morreo al día siguiente, cosas así. En un segundo vídeo, la cosa fue adquiriendo tintes más eróticos, con el chico pidiéndole que le enseñara las tetas, y con Helena negándose al principio, riéndose y burlándose, pero al final levantó el pijama y se las enseñó, apenas cinco segundos, antes de cubrirse otra vez.

Congelé ese vídeo, extraje el fragmento, y lo volví a ver, varias veces, en bucle. De acuerdo, estaba mal iluminado, el entorno de habitación casi infantil no era el más sugerente, y siendo justos había tetas mas grandes y más bonitas, pero ver aquellos dos pequeños senos, redondos como naranjas, con pezones pequeños pero bien tiesos, de color rosado, y saber que eran los de esa adolescente que vivía en el piso de arriba me provocó una erección persistente, dolorosa y exigente.

La siguiente vez que vi a Helena en el barrio, volviendo del instituto junto con varias amigas, no pude evitar sentirme excitado al imaginar esos pechos, esas tetitas casi virginales, y cuando me saludó al cruzarse conmigo creo que miré demasiado tiempo, y demasiado abajo.

Era una cría, joder.

Las dos noches siguientes no hubo ni videochat ni nada, pero la tercera noche, cuando me dispuse a ver los vídeos, me llevé una grata y desasosegante sorpresa. En el vídeo, Helena estaba en ropa interior, mientras Darío la adulaba y pedía que le enseñase algo más. Helena se negó durante un tiempo que se me antojó larguísimo, hasta que con una sonrisa pícara y un “no sé si te lo mereces”, se incorporó, se dio la vuelta y bajó sus bragas.

Tenía un culo estupendo.

Eran unas nalgas de hembra joven, de potrilla sin domar, cuando la carne se aprieta, desafiante, se curva y se expande sin temer ni gorduras ni celulitis, talladas en el mármol exquisito de la adolescencia. Sus tetas, vale, no eran sobresalientes, pero su culo era de matrícula de honor, redondo hasta la perfección, carnoso y en apariencia durito y prieto, con una hendidura dibujada con tiralíneas perfilando unas curvas sin mácula.

 

Otra vez una erección bestial, y otro fragmento de vídeo a mi colección.

Así pasó una semana, con conversaciones más convencionales, acerca de estudios, cotilleos de instituto y algunas insignificantes peleas, hasta el fin de semana. Allí la cosa se salió un poquito de madre, cuando Helena se quitó el sostén y las bragas, quedando completamente desnuda, con una pierna doblada y colocada en el asiento de la silla dónde estaba sentada, abierta completamente.

Su pubis estaba cubierto de un espeso matorral negrísimo, apenas arreglado, y su vulva estaba oculta por ese vello crespo y oscuro. Para mí asombro, ante la petición de Darío, se lo abrió con lo dedos mostrando un coñito casi sin florecer, pequeñito, los labios contraídos y un interior rosado y brillante. Su agujero era una hendidura exigua, y maldije la resolución algo escasa y la deficiente iluminación, porque apenas pude apreciar más detalles. Helena cerró los ojos, y comenzó a acariciarse de forma algo brusca, muy poco sensual, pero el espectáculo resultaba de todos modos tan sugerente que comencé a masturbarme despacio. Y en ese momento Darío se ganó mi particular simpatía cuando dijo “enséñame tu culazo”, orden que Helena obedeció en cuanto pudo leerla, poniéndose de rodillas en el asiento de la silla y mostrando el impresionante espectáculo de su trasero, sin dejar de frotar su coñito con el dedo.

Me corrí como una bestia, y supongo que Darío también, porque el show acabó poco después, entre risas y bromas. Me extrañó que apenas hablaban de sexo, al margen de estos encuentros virtuales, por lo que supuse que de las cosas del directo hablarían por móvil o cuando estuvieran juntos

Ahora que la había visto totalmente desnuda, mi morbo se multiplicó por mil. Cuando la veía en la calle, cuando subíamos juntos en el ascensor, cuando me saludaba al cruzarnos en el parque o en el portal, no podía evitar pensar en su cuerpo, sus curvas, sus mieles íntimas. Para mí se estaba convirtiendo un una especie de obsesión malsana, un vicio inconfesable, y pueden imaginar mi estado de ánimo cuando una de esas tardes llamaron a la puerta y descubrí que era Laura, su madre.

-Hola… - me saludó cuando abrí la puerta, la inquietud golpeándome en las sienes, y un súbito vértigo pinchándome en el estómago. Yo respondí con un hilo de voz.

-Hola Laura. ¿Querías algo?

-Quería hablar contigo. ¿Puedo pasar? –

Lo reconozco, tuve algo de miedo, y me invadió la tentación de negarme y borrar todo apresuradamente, deshacer mis huellas y poner cara de bueno, aunque sé que eso no me libraría. Había espiado a una menor, y eso era despreciable, aunque no se tratase de ninguna niña inocente y tuviese formas y actitudes de mujer. Seguía siendo una niña que apenas había pasado los dieciséis. Pero tragando saliva, la hice pasar. Laura se sentó en una silla, y me miró con cara de preocupación.

-No voy a andarme con rodeos C***, estoy preocupada. – Yo me serví un vaso de agua, disimulando el temblor de mis manos, porque se me había quedado la boca seca. – Creo que Helena pasa demasiado tiempo con el ordenador…

-¿A qué te refieres? – dije, intentando serenarme.

-A ver… no hace falta que te diga lo que es llevar un negocio, y menos un bar… es cierto que no podemos estar encima de Helena todos los días, pero es que a veces llegamos a casa y está horas en el ordenador, en su cuarto… no sé, es que me parece raro.

-Laura, ahora los adolescentes se relacionan así, con las redes sociales, los chats, el correo electrónico…. Además se descargan películas, música…

-¡Si es que yo no entiendo nada de eso…! Pero es que algunas amigas me han hablado de ello, y comprenderás que me preocupe…

-Claro, claro, lo comprendo. ¿Pero qué quieres que haga yo?

Casi no pude disimular el alivio, al ver que los temores o la desconfianza de Laura iban dirigidos más hacia la Red en general que hacia mí en particular. Bebí el agua, y me apoyé en la barra de la cocina. Laura pareció pensárselo un poco, antes de contestar.

-No quiero que pienses que soy una aprovechada, ¿eh? Pero me preguntaba si a ti no te importaría darme unas clases sobre Internet y eso. Lo más esencial. No es que quiera espiar a Helena ni nada, de verdad, pero me quedaría más tranquila si al menos sé lo que hace y a qué se dedica todas esas horas. – Me miró, con los mismos persuasivos ojos verdes de su hija, y debió de ver la duda en mis ojos, porque enseguida añadió – No digo gratis, C***. Mira, tú te vienes a bar, te invitamos a comer, y luego me enseñas una hora o así, si no te molesta. Yo creo que para lo básico, en un par de semanas… ¿No?

Dos semanas son el máximo que un estómago sano podría soportar la rotunda y pesada comida del bar de mis vecinos. No digo que estuviese mala, pero era una gastronomía pesada, grasienta, de digestión herpetológica. No quería resultar grosero, así que respondí afirmativamente.

-Está bien… yo te enseño lo elemental, no te preocupes, en unos días bastará para que te quedes tranquila, no creo que Helena esté metida en nada inusual. Son cosas de adolescentes, Laura, de verdad.

Si tú supieras, pensé.

-Eso espero – me dijo, sonriendo. - ¿Te parece bien si empezamos mañana? Te vienes al bar sobre las dos y media, y me enseñas un poco, ¿te viene bien?

-Perfecto, llevo el portátil y te voy enseñando. ¿Tenéis Wi-Fi? – me arrepentí de preguntar, porque Laura se me quedó mirando como si le hubiera preguntando por el logaritmo neperiano del número e.

-No tengo ni idea de qué es eso… - y se echó a reír, contagiándome su hilaridad.

-No importa. El caso es que nos hace falta Internet. Mira, mejor después de comer venimos aquí.

-Bueno, vale, como veas… - me dijo, y así quedamos.

*

Al parecer había descargado la tormenta en casa de los vecinos, porque esa noche no hubo chats ni nada por parte de Helena. Posiblemente sus padres le habían puesto las pilas, y tenía que ser una niña buena durante unos días o un par de semanas, hasta que se calmasen los ánimos. Así que me dediqué a editar los vídeos más atrevidos, mejorando la imagen ido lo que pude, y a extraer los logs de las conversaciones, creando un bonito dossier de mi vecinitas, mostrando sus encantos y manteniendo charlas subidas de tono con su noviete.

La comida resultó abundante y sustanciosa, pero como me temía, bastante rústica en el peor de los sentidos y que auguraba una tarde de bicarbonato. Luis me saludó cuando llegué, y Laura sirvió mi mesa con su simpatía habitual. Prolongué la sobremesa hasta que mi vecina decidió que era la hora de sus clases de informática, y juntos fuimos a casa, sentando nos en el escritorio.

Realmente no tenía mucha idea de ordenadores, así que ese primer día sencillamente le enseñé cómo encenderlo, cómo conectarlo a la red, y un somero vistazo al software más práctico. Navegador, procesador de textos, explorador del sistema operativo… a medida que fue pasando la semana fue aprendiendo, poco a poco, a escribir textos, gestionar archivos y carpetas, y también a navegar por Internet, desde buscadores a agregadores de noticias, blogs, foros…

El lunes, cuando llegamos después de comer, me dijo que me esperara, y subió a su casa darse una ducha y cambiarse. Es verdad que olía a cocina y estaba un poco desastrada, pero me había acostumbrado y apenas me molestaba. Cuando bajó, media hora después, parecía más fresca y atenta. Es día iba a enseñarle el tema de mensajería instantánea y redes sociales. Se sorprendió al conocer Facebook, Tuenti (que en aquel entonces era la red social más polar de España), MySpace, que permitían conectar a gente de todo el país en tiempo real.

-¿Quieres decir que puedo localizar aquí a, no sé, una amiga de niñas en Alcañiz y hablar con ella?

-Claro. Ver sus fotos, comentarlas, y también enviar mensajes privados, como si fueran SMS, pero en el ordenador.

-Jesús…

Nuestras conversaciones eran más o menos así, aunque fue inevitable ir intimando un poco más, claro. Me contó de su infancia y de su vida en Alcañiz, de cómo se vinieron a Zaragoza a principios de los noventa, y bueno, sus preocupaciones por Helena y el ambiente del bar, que a su entender no era el mejor para educar a una adolescente. Le di la razón, y mientras le iba explicando nos contamos cosas de nuestra vida sentimental, con ella escandalizándose cuando le dije que había tenido unas cuantas novias pero que ninguna había funcionado, por unas razones u otras que me cuidé muy bien de detallar pero que si han leído algunos de mis otros relatos, pues ya saben o sospechan.

-Desde luego… llámame antigua, pero eso de convivir con unas y con otras… yo lo de salir vale, pero eso de traer a casa o presentar a la familia… ni hablar, ¡cada uno en su casa!

-Hombre, dicho así…

-No así ni de otra manera. Yo tuve algún otro novio, pero el único que ha entrado en casa es Luis. ¡Buenos son mis padres para eso!

-En mi caso no he tenido ese problema. Mis padres son muy permisivos en ese aspecto, tanto conmigo como con mis hermanas.

-Ya veo ya… oye C***, una cosa…

-Dime.

-El otro día una amiga me habló de una página de estas…

-Una red social.

-Como se diga. Pero que no era para amistades, era para… algo más. – se ruborizó un poco, y pareció apurada - ¿No creerás que Helena andará metida en esas cosas, no?

-¿Cómo, en páginas de contactos? – lo dije con cierta sorpresa, porque no me imaginaba que Laura fuese a conocer esa clase de páginas. Hoy en día es de lo más natural, pero por entonces todavía sonaba a cosa un pelín sórdida.

-No sé… es que se escucha cada cosa por ahí… y el otro día en la televisión… - siguió una especie de diatriba contra los peligros de Internet, muy sensacionalista, que parecía aprendida de algún programa para marujas de sobremesa o algún reportaje tremendista en revistas de prensa amarilla. Así que le enseñé las dos más conocidas, por un lado una plataforma de pago, Meetic, y también la red semigratuita más popular por entonces, Badoo.

-Ninguna de ellas deja entrar a menores, y aunque no es imposible saltarse las normas, suelen requerir alguna prueba de edad, así que yo estaría tranquila respecto a eso. Si Helena está en contacto con alguien de la forma que tú dices, lo más probable es que sea con alguien de su entorno de Tuenti o, más probablemente, del instituto, y hablen por Messenger. No creo que debas preocuparte por esto, de momento… - sonreí, quitándole importancia, y Laura se rió un poco también.

-Me dejas más tranquila…

-Pues bueno, yo creo que poco más te puedo enseñar, de lo esencial. Ahora lo mejor es que trastees tú un poco, y con la práctica pues irás aprendiendo por tu cuenta. Además, el tiempo que pases tú en el ordenador no lo pasará Helena, y la controlarás un poco por partida doble.

-Fenomenal… una cosa C***, ¿te importa pasarte por casa mañana y enseñarme un poco cómo va el tema en el ordenador nuestro? Porque yo ni lo he tocado, y lo mismo hay cosas diferentes porque cuando miro un poco a Helena la pantalla no se parece en nada…

-Seguro que ella tiene el escritorio diferente y algunos programas distintos, pero te los enseñó encantado. Mañana nos vemos para el último día de clase…. – me reí, y Laura conmigo.

*

Al día siguiente subimos a su piso. Tenía una habitación más que el mío, y la cocina y el salón separados. Estaba decorado de forma clásica, un poco abigarrada, con muchas figuritas y adornos, en un horror vacui que causaba cierta inquietud existencial. Una vez dentro, Laura se disculpó.

-Me doy una ducha y nos ponemos, ¿vale? El ordenador está en la habitación de Helena, es esa de la derecha… ¿Te importa traerlo al salón?

Laura desapareció tras la puerta de su habitación, cerrando tras de sí, y yo entré en el cuarto de mi vecina adolescente con la sensación de estar violando su intimidad. Ya conocìa perfectamente su disposición, merced a los vídeos, el armario empotrado al fondo, el escritorio, la silla, las estanterías llenas de libros y apuntes, los peluches, el tablero de corcho con fotos que ahora pude observar con detalle, grupos de chicas, amigas, paisajes con Helena posando sola o con alguna chica, la entrada de un concierto de Amaral, notitas seguro de clase que evité leer por un pudor elemental, y algunos posters de cantantes y actores de moda. El ordenador estaba sobre el escritorio, así que lo cogí junto con la fuente de alimentación y lo llevé al salón.

Mientras esperaba, me fijé en las fotos de familia de las estanterías, incluyendo la foto de boda de Luis y Laura. Casi costaba reconocer a la jovencita pizpireta y sonriente de la foto, vestida en un rimbombante traje de novia.

-Es en el parador de Alcañiz, el año de las olimpiadas de Barcelona… - no la escuché llegar casi a mi lado, y me sobresalté.

-Estabas muy guapa… - dije, con educación.

-¿Verdad? Cuando tenía dieciocho años fui Reina de las Fiestas… y ya ves – la verdad es que los años no la habían tratado demasiado bien, porque le habían caído unos cuantos kilos y su rostro estaba algo ajado. Tampoco es que ella hiciera nada por verse mejor, porque llevaba un pantalón de chándal y una sudadera de andar por casa. Pero seguía teniendo una bonita sonrisa, y unos ojos verde esmeralda que resultaban muy atractivos.

-Quien tuvo, retuvo, Laura.

-Sí que retengo, sí… sobre todo kilitos… - nos reímos, y nos sentamos en el sofá, encendiendo el ordenador. Como era de esperar, el escritorio era el de una adolescente, con una foto de fondo de pantalla de ella misma con una chica, que supuse su amiga del alma, iconos de colores, un tema descargado de Internet de estética y funcionalidad algo cuestionables, y muchos programas desperdigados. Le fui enseñando a Laura los diferentes iconos, y cuando se hubo finalmente familiarizado con ellos, me levanté para irme. Laura me acompañó, con una graciosa carita de pena.

-Ay… voy a echar de menos las clases, profesor…

-No será para tanto… además, que somos vecinos, cualquier duda, me llamas.

-Gracias C***… - me dio dos besos, pero me sorprendió que no fueran dos besos de compromiso, mejilla contra mejilla. Me plantó sus labios muy cerca de la comisura de mi boca, provocando cierta incomodidad.

-De nada Laura. ¡Hasta otra!

Nos despedimos, y me fui a casa a seguir con mi rutina.

*

Helena había dejado de chatear por las noches, sabedora de que tenía a sus padres con la mosca tras la oreja, así que mi entretenimiento nocturno perdió gran parte de su sentido, y de su encanto. Pero he de reconocer que no me importó, o al menos no demasiado, porque tal y como había sospechado, Laura no había querido aprender a usar el ordenador para controlar a su hija, sino que tenía alguna otra intención que ya me dejó entrever con sus conversaciones.

Badoo.

No sé por qué, pero en cuanto descubrí sus movimientos en la página de contactos, yo mismo preparé un perfil falso y contacté con ella, protegido por el anonimato y unas fotos adecuadamente falsas pero creíbles de un cuarentón maduro y atractivo. Confieso que al principio no me movía más que la curiosidad, el aburrimiento y cierra malsana perversidad, como un niño fastidiando a las hormigas, o tirando piedras a un nido. Lo reconozco, no debería haber abusado de su credulidad. No tengo disculpa. Pero lo hecho, hecho está, y así se lo estoy contando.

El caso es que mi alias era un tal Santiago, divorciado, jefe de línea en la Opel de Figueruelas, y estaba buscando aventura. Al principio todo quedó en un educado galanteo, como si Laura estuviese tanteando el terreno, insegura todavía en la red de redes. Pero pronto fue cogiendo confianza, atreviéndose más allá, y correspondió a los coqueteos con gracia, manteniendo las distancias pero dando bocados aquí y allá en el chat de la propia página web.

Ella mintió con soltura, diciendo que se estaba separando, y yo, o más bien Santiago, le doré la píldora hasta que ella pareció bajar la guardia. Me atreví a decirme que habláramos por Messenger, porque el chat de Badoo resultaba muy pobre, apenas una interfaz de texto sin formato ni posibilidad más allá de enviar mensajes. Me respondió que lo haría, y seguimos con nuestros todavía más o menos educados flirteos.

Me pilló a la tarde siguiente, en el ascensor.

-Oye C***… - me dijo, tras saludarle muy correcta y sonriente – He intentado usar el Messenger pero me ha sido imposible.

-Necesitas una dirección de correo electrónico de Microsoft. Quizá funcione con otras, pero mejor con la de Microsoft. Es la dirección que acaba en arroba punto hotmail…

-Aaah… ¿Y cómo se hace? – Huelga decir que subí encantado a crear su dirección de correo, y enseñarle por encima cómo manejar Messenger, introducir contactos, enviar emoticonos, compartir archivos y fotografías…

Esa misma tarde agregó a Santiago como contacto y comenzaron a charlar por el mucho más funcional y completo servicio de mensajería instantánea. Es curioso lo sencillo que es embaucar a alguien cuando tienes acceso a sus búsquedas de Google, a sus fotos, a sus redes sociales, a su historial de navegación. Fue pan comido ir camelándola, conociendo qué palancas mover y qué resortes hacer funcionar. Dos tardes después, le pedí una foto. Me envió una foto en la playa, donde se la podía ver en un bañador negro, con sombrero, que seguramente estaba sacada algunos años antes en vacaciones, porque no era una pose muy sexy, sino más bien algo que sacarías de un álbum familiar.

SANTIAGO : Estás preciosa… pero me refería a una foto de ahora.

LAURA: Como de ahora??

SANTIAGO: Una foto tuya ahora, en casa.

Tardó en contestar, con el icono de que estaba escribiendo casi parpadeando. Finalmente me llegó su mensaje.

LAURA: No sé si me atrevo…

SANTIAGO: Por qué no???

LAURA: Me da vergüenza… y si no t gusto???

SANTIAGO: Como no me vas a gustar??

LAURA: No se, ya veremos… ademas como las hago??

SANTIAGO : Pues con el movil, y despues me la mandas…

LAURA: Es que no se hacerlo…

La cosa quedó ahí, y tras varios frases algo más picantes de los habitual, nos despedimos. Casi no había cerrado ni la sesión cuando tocaron a la puerta, y Laura apareció con cierto rubor en las mejillas, y la respiración algo agitada.

-Hola C***… Jo, ya dirás que soy una pesada, pero ¿podría hacerte una pregunta?

-No te preocupes, Laura, no estaba ocupado. Dime.

-¿Cómo se pasan las fotos del móvil al ordenador?

Le regalé hasta el cable USB. Tenía muchos.

*

La siguiente conversación fue mucho más interesante. Comenzó como las otras, con un cariñoso intercambio de piropos, frases pícaras y un bastante descarado cortejo. Laura se dejaba querer, con muchos “jijiji” a cada ocurrencia de Santiago, y reconozco que me puse bastante caliente al meterme en el papel de este cuarentón que le tiraba los tejos a mi vecina. Decidí correr más riesgos.

SANTIAGO: Hoy habrá foto, preciosa??

LAURA: Puede ser… si te portas bien jijiji….

SANTIAGO: Es que alguna vez me he portado mal??

LAURA: que va tonto… espera.

Tardó unos minutos, pero llegó la foto. Desde luego, no ganaría ningún premio de composición, ni de encuadre. Era una foto de tres cuartos de Laura, en el espejo del baño imagino que de su habitación, en la que se la veía con un pijama bastante ajustado mientras lanzaba un beso al espejo.

De acuerdo, tenía algo de sobrepeso, y la piel de su barriguilla quería asomarse entre el pantalón y la camiseta del pijama. Sí, tenía un poco de papada, y algunas patas de gallo. Pero esa pose descarada, verla así, con los ojos verdes brillantes y esos labios gruesos prominentes en un beso, me puso bastante caliente.

SANTIAGO: Pero que bellezon!!!! Ay si estuviera allí lo que te haría…!!!

LAURA: jijijiji… que me harias???

SANTIAGO: Todo lo que quisieras Laura… todito.

LAURA: A si? Como que…

SANTIAGO: Lo primero esos labios me los iba a comer a besos… y ese cuellito tambien.

LAURA: Ay que ricooo

SANTIAGO: Te abrazaria por la espalda y te morderia muy flojo la oreja, y empezaria a bajar despacito, besandote todo el rato… y te quitaría la camIseta.

LAURA; Jijiji que atrevido

SANTIAGO: Mandame una foto sin camiseta Lau...

Tardó nuevamente un par de minutos, y llegó la foto.

Madre mía, vaya tetazas. Eran grandes, y caían como odres repletos de enormes areolas pardas, del tamaño de galletas, sus pezones duros y saltones como brocas de diamante. Volvía a fruncir los labios en un beso, y con una mano sacaba la foto y con otra se sujetaba una de sus tetas, como ofreciéndola. Mi polla saltó en mi entrepierna.

SANTIAGO: Madre mia… que buena estás Lau…

LAURA: Te gustan???

SANTIAGO: Estas para comerte y no acabarte maja. Que ricos tienen que estar esos pezones y qué maravilla seria poder agarrar esos pechos… me tienes a mil.

LAURA: De veras?? Tanto te pongo??

SANTIAGO: Ya me dirás… si estuviera contigo no podría estarme quieto ni un momento.

LAURA: para tanto es??

SANTIAGO : para eso y para más. Eres una belleza Lau…

LAURA: que cositas me dices…

SANTIAGO: las que te mereces guapísima. Tienes un cuerpazo de escándalo.

LAURA: anda yaaaa … si estoy muy gorda…

SANTIAGO : Qué vas a estar gorda. Las mujeres de verdad tienen curvas… y las tuyas son peligrosas!

LAURA: Jijiji vaya piropos me dices…

 

*

Durante dos días más siguieron esta clase de conversaciones. Laura mandó alguna foto más, mostrando sus pechos, pero no se atrevió a sacarse fotos completamente desnuda, para mi frustración. Y de repente, insistió en querer quedar conmigo (bueno, con Santiago), lo cual me pilló con el pie cambiado. Realmente creí que aquello era una simple tontería, un divertimento, una fantasía de cuarentona queriendo sentirse deseada y provocando sin malicia. Pero aquello tomaba un cariz demasiado serio, demasiado parecido a una infidelidad de verdad, y yo no quería verme involucrado en aquella historia que adquiría tintes un poco desagradables, de comedia negra, casi almodovariana.

Entonces Laura envió dos fotos más, junto con una súplica.

La primera de ellas se la veía en la que imagino sería su habitación, frente a un gran espejo. Estaba envuelta en una gran toalla de color rosa, y el pelo mojado le caía hasta los hombros desnudos, como si acabara de ducharse. Lucìa una bonita sonrisa, y así, fresca, atrevida, pícara, parecía realmente más joven y más atractiva.

La segunda foto era la misma pose, pero sin toalla. Ciertamente sus pechos habían perdido la batalla contra la edad, y caían blandamente, grandes y pálidos. Su vientre había perdido también tersura, y asomaba un poco de barriga no demasiado prominente pero ya obvia. Aunque lo que centraba la vista era sin duda su entrepierna. Estaba claro de quién había heredado Helena su vellosidad, porque el coño de Laura estaba cubierto de un vello espeso, o al menos eso parecía en la foto, negro como el ala de cuervo, coronando en un triángulo oscurísimo sus muslos rollizos.

Suplicaba por una cita, decía.

No supe bien por qué acepté, si he de ser sincero. Posiblemente pensaba darle un pequeño escarmiento, una lección para que aprendiese los lóbregos recovecos de las redes sociales y ella misma pudiese, de alguna manera, enseñar a su hija para que no cometiese el mismo error. Si ella misma se escaldaba por jugar un poco demasiado con fuego, le vendría estupendamente porque al fin y al cabo yo era yo, y no pensaba decirle nada a su marido o hacerle verdadero daño.

O quizá quería llevar la cruel burla hasta el final y acabar con una gran traca. No lo sé.

Quedé con ella – Santiago quedó con ella – en una cafetería muy cerca de mí tienda, en el centro de la ciudad, lejos de nuestro barrio. Laura se mostró muy ilusionada, y las conversaciones en el chat fueron un poco más picantes de lo habitual, más descaradas, a juego con la impaciencia y el deseo de mi vecina. Así que no me extrañó que a las doce de la mañana Laura estuviese sentada en una mesa, tomando un café y mirando con impaciencia a la puerta.

Porque sì, naturalmente, yo estaba allí. Bueno, más bien entré allí a las doce y dos minutos, con la carpeta de cuero del trabajo, vestido con el traje que suelo emplear para visitar las empresas, y fingí sorprenderme al ver a Laura allí.

-¡Hombre, Laura! ¿Cómo tú por aquí? – Estaba mucho más arreglada de lo normal, bien peinada, maquillada de forma sencilla y con un conjunto más moderno y actual, que le favorecía bastante. Cuando me vio abrió mucho los ojos, y tardó un par de segundos en sonreír y saludarle.

-¡C***! ¿Qué tal? – Miraba la puerta con todo el disimulo que podía – Ya ves, que me he venido al centro… ¿Y tú?

-La tienda está aquí al lado… suelo venir aquí a almorzar y airearme un poco de tanto ordenador… ¿Quieres tomar algo?

-No, no gracias… estoy esperando a… un familiar. – se puso muy colorada.

-¡Ah vale! Pues nada me alegro de verte, hasta luego … - nos despedimos y fui a sentarme me la barra, dándole la espalda, y trabajando en varios papeles sin dejar de vigilarla de soslayo. Y sencillamente, me entretuve en ver cómo se iba impacientan el, como se iba consumiendo, dando vueltas y vueltas en aquel café, sin quitar ojo de la puerta, del reloj, de mi, y vuelta a empezar. Un minuto. Sorbo de café. Dos minutos. Tres. Cinco. Nueve. Trece. Diecinueve. Mi plan inicial era terminar diciéndoselo, terminar sentándome a su mesa y advertirle, con aire teatral, que Santiago no iba a venire y que, con tantas preocupaciones por su hija e Internet, y al final había sido ella la que había metido la pata hasta el fondo. Pero no tuve valor, porque es más fácil hacer planes que volverlos realidad, y lo que parece sencillo sentado en tu salón es dolorosamente complicado una vez tienes que mirar a alguien a la cara. Además, supe por su expresión, por sus gestos, por su mirada que se iba apagando por momentos, que sería capaz de lidiar con una decepción, pero no con una humillación. Así que me limité a pagar mi cuenta, apurar de un trago mi cerveza y despedirme de ella.

-Hasta luego Laura …

-Hasta luego… - me respondió con impaciencia, casi sin mirarme, mientras el reloj mostraba las agujas en vertical, señalando las doce y media.

Era la una y cuarto cuando alguien entró en la tienda, y escuché desde el despacho, trastienda y almacén a David, el ingeniero informático que atendía el negocio, hablar con el cliente.

-Sí, ahora mismo le digo. – le escuché más claro al acercarse, y cuando se asomó dejé lo que estaba haciendo y me quité las gafas – C***, visita. Una tal Laura.

-Dile que pase.- Ordené los papeles un poco, y adecenté mínimamente el escritorio que me servía de despacho, mesa de pruebas y ocasional comedor, antes de que Laura se asomara por la puerta con una sonrisa apocada.

-Hola C***… - me saludó, y con un gesto la invité a pasar y sentarse. Miró el almacén con curiosidad, y buscando donde sentarse le despejé una de las sillas de oficina, llena de cajas. – Gracias … - añadió, al sentarse, sin perder la sonrisa.

-¿A qué debo el placer de tu visita, Laura?

-Ya sabes que andaba por aquí, y al ver la tienda me he dicho “pues voy a entrar”. – se ruborizó un poco, y me miró con ojos tristes.

-¿Y tu familiar? ¿Ha ocurrido algo?

-No, no… bueno sí, al final no ha podido venir…

-Vaya, qué faena.

-Sí… ¿Te puedo pedir un favor?

-Claro, dime.

-¿Podrías acercarme a casa? No digo ahora mismo, digo cuando puedas, cuando cierres.

-Solo faltaba Laura. Dame diez minutos que acabe con esto y te llevo.

-Gracias C***, de verdad, eres un encanto.

-Nada Laura, ni lo menciones.

Charlamos un poco mientras yo iba terminando de preparar facturas y albaranes, y en un cuarto de hora nos dirigimos a mi coche. Conduje con calma, maldiciendo un poco el tráfico algo caótico del centro, y me giré al ver a Laura callada, mirando por la ventanilla con aire ausente.

-Te has quedado callada … - dije en tono afable. Mi vecina giró el rostro hacia mí, y esbozó una sonrisa forzada.

-Ay, perdona, estaba pensando en mis cosas…

-No pasa nada, no quería interrumpir tus reflexiones.

-No, no, no era nada importante… - y de nuevo se quedó mirando por la ventanilla, en silencio, mordiéndose un dedo. Pasaron unos minutos, y volví a hablar.

-¿Te ocurre algo, Laura?

-No… bueno, no sé… - me miró, con los ojos al borde del llanto, y yo fruncí el ceño.

-¿Cómo que no sabes? ¿Y esa cara? Lo que sea me lo puedes decir, Laura, si puedo echarte una mano…

-Gracias C***, de verdad… pero es que no sé si te lo puedo contar.

-¿Tan grave es? De verdad que sí te puedo ayudar… ¿Es algo de Helena? ¿Va todo bien?

-Si, sí, Helena está bien… es… otra cosa. -. Hizo una Lausa, y después de un momento continuó – Verás, es que las cosas no van bien entre Luis y yo.

-Vaya… lo siento…

-Cosas que pasan… después de tantos años, la rutina… el caso es que yo hoy no estaba esperando un familiar, C***.

-¿Ah no?

-No… - tragó saliva, antes de proseguir – Te lo estoy contando porque confío en ti, y porque sé que no vas a decir nada de esto…

-Por supuesto – es decir, que compraba mi silencio con su secreto.

-Hoy había quedado con una persona … con un hombre.

Fingí sorpresa lo mejor que pude, mientras paraba en un semáforo.

-No me lo puedo creer. ¿Tan mal están las cosas?

-Me temo que sí… por favor de esto a Luis ni una palabra, por Dios… - negué con la cabeza. – Pero no se ha presentado.

-¿Quién? ¿Tu cita?

-Sí. Me dado plantón.

--Entiendo… ¿Y no te ha llamado ni te ha dicho nada?

-No me coge el teléfono… - y no me extraña, porque era uno de los míos de empresa, y estaba apagado.

-¿Quieres que te lleve a su casa? No me cuesta nada, te lo digo en serio.

-No, no, no… - se apresuró a decir, y miró al suelo, enrojeciendo violentamente - … Es que no sé dónde vive.

-¿Cómo? ¿Pero sales con él o algo?

-Más o menos…

-¿Más o menos? ¿Qué quiere decir eso?

-Pues que… no he estado con él… en persona.

La miré, sin desatender el tráfico, y lancé un suspiro.

-Creo que empiezo a hacerme una idea de todo esto… Lo has conocido por Internet, ¿verdad?

Laura alzó la vista, como una niña a la que hubiese pillado en falta, y con la mano se quitó una lágrima que amenazaba con salir de la comisura de su ojo izquierdo. Un minuto después, en silencio, entré en el garaje, y nos metimos en el ascensor. Laura me miró, conteniendo el llanto, y yo le puse una mano en el hombro, tratando de confortarla, mientras subíamos.

-No pasa nada Laura… no pienso decir una palabra.

-Sí es que… no sé qué vas a pensar de mí ...– dos lágrimas surgieron al fin, resbalando por sus mejillas y estropeando su maquillaje.

-¿Qué hay que pensar? Tú misma has dicho que las cosas no van bien entre vosotros…

-Ya, pero… yo no soy una buscona, ¿eh? – lloró un poco, intentando contener como podía los sollozos, y yo la serené lo mejor que supe.

-¿Una buscona?¿Por qué? ¿Por quedar con un hombre? No eres ni la primera ni la última- Laura sacó un pañuelo de papel del bolso, y se limpió lo mejor que pudo.

– Mira cómo me he puesto…

-Pasa un momento a casa y lávate… - le dije, abriendo la puerta del ascensor.

-Gracias C***… - me miró, y sonrió, con el rimmel convertido en una máscara, los ojos enrojecidos. Abrí y le señalé la puerta del baño. Escuché el correr el agua, y cómo se levanta la cara y se sonaba la nariz. Aproveché para quitarme la corbata y la americana. Cuando salió del baño parecía más entera.

-¿Quieres un vaso de agua, Laura?

Asintió, y se acercó a la cocina, donde llené el vaso y se lo tendí. Ella bebió un largo trago, y respiró hondo.

-Muchas gracias C***… de verdad, eres un cielo.

-Tampoco es para tanto, Laura… - sonreí, frotándole el brazo afectuosamente.

-No sé cómo voy a poder agradecérselo…

-Seguro que algo se nos ocurre…

Lo he dicho varias veces, tengo cara de buen chico hasta que sonrío, momento en el cual asoma mi cara de pillo (si te caigo bien) o de cabrón (si te caigo mal). Cuando sonreí está vez, Laura clavó su mirada en la mía.

Eran los ojos más verdes que he visto en mi vida.