miprimita.com

BÁLSAMO PARA NOSTÁLGICOS. Silvia (2)

en Sexo Anal

Al despertarme no recuerdo muy bien donde estoy, y miro alrededor hasta que noto junto a mí el cuerpo desnudo y caliente de Silvia, su respiración, su olor. Tiene un brazo por encima de mi pecho, y está pegada a mi costado. Me incorporo, tratando de no despertarla, y ella se da la vuelta y queda boca arriba. La miro, y no puedo evitar pensar en lo mucho que me pone. Me levanto en silencio y voy al baño. Me limpio la cara, y miro el reloj. La una y cuarto. Bueno, hasta las cuatro y media que abra la tienda tengo tiempo de sobra. Es hora de ponerse manos a la obra. Pero primero preparo un buen desayuno con todo lo que encuentro en la cocina. Tostadas, zumo de naranja, un poco de café que caliento en el microondas, y mermelada. Lo pongo todo en una bandeja y voy a la cama.

Silvia sigue durmiendo, así que la despierto con un beso.

- Mmmm... - se estira y abre los ojos, parpadeando ante la luz de la mañana. - Buenos días...

- Holaaa - le digo, meloso. Cuando poso la bandeja delante de ella, pega una exclamación de alegría y empieza a comer, no sin antes darme un beso más largo y más húmedo. Yo mordisqueo una tostada, distraídamente, y la miro comer con apetito. Cuando termina la bandeja, la poso en la mesilla. Ella me mira sonriendo pero sin decir palabra, y yo aprovecho para besarla otra vez en la boca, jugando con la lengua. Ella me corresponde, me abraza, y noto que mi polla se endurece. Ella lo nota también, porque baja la cabeza y la mira, divertida.

- Vaya... qué despertares tienes. - La coge en la mano, y la deja crecer, dándole alguna caricia, mientras yo froto su costado. Ella me muerde el cuello y estira, y abre las piernas, acomodándose, dejando sitio libre para que mi polla se dirija hacia su chochito, jugoso, sus labios, abiertos y bien mojaditos y seguro que bien mojadito, como una granada, como una fresa madura. Me acerco con una sonrisa lobuna, y en cuanto me arrodilló y toco con mi lengua la entrada de su vulva, Silvia suspira. Me tumbo boca arriba y la atraigo sobre mí, dejando que se coloque a horcajadas sobre mí cara, y ella me inunda, me cubre con su coño, con sus labios cerrados y recogidos, con su clítoris. Me lo ofrece con deseo, y yo le hago los honores chupando como un maldito condenado a muerte. Me abrazo a sus muslos y entierro mi lengua inquieta en su agujerito estrecho, disfrutando a sorbos y a lametones. Su sabor es tenue más salado, con un punto amargo y viscoso.

- Mmmmm... síííííí.... - Silvia gimotea, y aprieta mi cabeza con sus piernas, de rodillas a cuatro patas en la cama. Estoy seguro de que nunca le han comido el coño decentemente, porque tanto la primera vez como ésta la he notado muy abandonad, casi extasiada, como si no estuviese acostumbrada a una lengua hurgando en sus intimidades. Así que no me detengo, y con mi apéndice aaciendo filigranas en su coño mis manos buscan otras partes de su cuerpo. Cuando las poso sobre sus nalgas, las siento tan blandas, tan suaves, que durante un rato no hago sino frotarlas y manipularlas, recorriendo sus cachetes blancos de cabo a rabo, abriéndolas, apretándolas, casi arrancándolas de gusto. Tiene un culazo absolutamente delicioso, y se lo pienso desvirgar. La pelirroja no deja de gemir, de pedirme en jadeos que siga comiéndomela, así que mi lengua no descansa, viajando sin parar entre su clítoris y su agujerito, buscando perderse en sus profundidades, sacudiendo su pepita con rapidez, volviendo a recoger sus jugos y acariciando con la punta su interior, explorando como un gusano curioso esa fuente, esa caverna, su centro. Mis manos buscan ahora sus tetitas pequeñas y duras, y pellizco sus pezones erguidos arrancándole un gemidito. Recorro toda su entrepierna con mi boca, y durante un cuarto de hora me empapo bien de sus jugos, bebiendo de su coño abierto, gozando como un niño de una golosina. Recojo con gusto sus jugos densos mezclados con mi saliva, y meto más mi lengua dentro de su agujerito, todo lo que puedo, para después dedicarme a chupar su clítoris, moviendo la lengua de lado a lado.

- Mmmm... no... puedo... más... - Silvia se agarra a la cabecera de la cama, apoyando la frente sobre el travesaño. El pelo le cubre la cara, y apenas puede hacer otra cosa que jadear y emitir sonidos ininteligibles, guturales, pero sé que no debo detenerme, así que prosigo sin descanso besándolo, dándole lametones interminables, conociéndolo de punta a punta con ansia, gozando con su placer, respirando el aroma a sudor, a flujo, a hembra caliente y entregada y a de sus vellos largos y rizados color herrumbre, enterrando mi nariz en su bosque pelirrojo, mamando su clítoris como si quisiera sacar petróleo de su pepita, frotando a su vez mis manos por sus piernas, por su culazo, por sus muslos blancos y carnosos, por sus tetas pequeñas, por su costado, chupando, lamiendo, sorbiendo, metiendo mi lengua bien adentro en su coño, besando ese cáliz.- Joder... qué... gustazo... - Silvia respira extenuada y habla casi a soplidos, todavía apoyada contra el travesaño de la cabecera. Pero no le doy ni una tregua, y prosigo mis lamidas y mis chupadas con ahínco. Me doy cuenta enseguida que le llega el orgasmo, porque va contrayendo los músculos y apretando las piernas. - Ooh... basta... basta C***... no puedo.... más... - trata de levantarse, como resistiéndose al placer, pero abrazo con fuerza sus caderas y no despego su coño de mi boca ansiosa. Mis lametones son cada vez más largos, más fuertes, más atrevidos. Mi lengua se mete como un pistón en su coñito, abriéndolo, tanteando las paredes de su vagina con la punta. Mi boca chupa con fuerza cada vez mayor en su clítoris, y mi lengua se mueve sobre ese pliegue de carne cada vez más rápido, más rápido, hasta que le arranco unos gemidos largos, graves, rendidos.- Mmmmmmmmmm.... mmammmmmmmammmm... ooooummmmmmmmm.... - Silvia levanta la cabeza hacia el techo, y con la boca cerrada emite sus largos gemidos. No paro de comerle el coño, y los segundos se hacen eternos, mi universo se pliega reduciéndose a su entrepierna, a su agujerito de color rosa, a su protuberancia de carne retorcida, a sus labios cubiertos de finos vellos rojos, a la superficie que mi lengua ha conquistado y que se abre en un volcán, un torrente de flujos y placer, una catarsis. Silvia empuja su entrepierna contra mi cara como si quisiese hundirme bajo la cama atravesando el colchón, y sus muslos se contraen con una fuerza increíble, retorciéndose, provocándome un dolor agudo en el cuello, durante un rato interminable. Se corre con tanta fuerza que casi me mete el coño entero en la boca, llenándomela de carne, vello y caldos espesos como claras de huevo.

Silvia se desploma a un lado después de un rato, quedándose tirada encogida sobre la cama. Yo, medio asfixiado y con un dolor horroroso en mi cuello, toso de manera muy poco erótica, la verdad. Durante unos instantes reprimo las ganas de vomitar, y estoy atragantado, congestionado.

Joder con la niña.

Me duele mucho el cuello, justo debajo de las orejas, y todavía respiro con alguna tos. Pero cuando Silvia se gira, veo su cara de entrega y placer tan absolutos que se me pasa todo, porque además creo que es hora de ir reclamando mi premio, el premio gordo.

- La virgen... C***... dios... - Silvia me mira con los ojos enrojecidos, la cara totalmente congestionada, y una sonrisa tímida en sus labios mordidos, y en cuanto pasan unos instantes se me abraza y me come a besos. Creo que en algún momento ella dice que me quiere. Estupendo. Pero a mí el cuello me duele una barbaridad, así que pasamos un rato en silencio, recuperando a duras penas el compás de nuestra respiración, entre caricias y besos, que fueron haciéndose más y más apasionados. Sin decir una palabra, coloqué a Silvia boca abajo, complacido de que ella se dejará hacer, no sé si sabiendo lo que se avecinaba o sin sospecharlo siquiera. Recorrí su espalda con mi lengua y con mis labios, notando su respiración agitada, sus estremecimientos. Caminé por su columna, pasito a paso, hasta llegar al inicio de su raja. Lamí a la inversa, hasta su cuello, haciendo pequeños círculos con mi lengua, mientras mis manos galopaban traviesas sobre su piel cubierta de pecas. Silvia tenía los ojos cerrados, la cabeza vuelta hacia la derecha, y una expresión satisfecha y feliz. Se encogía con una sonrisa cuando mordía suavemente su espalda, o cuando peinaba su melena pelirroja con mis dedos. Fui bajando, sin prisas, mi cuerpo, mi boca, otra vez hasta el final de su espalda. Separé con cuidado las nalgas con mis manos, pero enseguida noté que se tensó un poco.

- No... - me susurró, apretando con fuerza sus glúteos. Acaricié su espalda y la calmé con palabras dulces. Sabía que estaba rendida, cautiva de mi deseo, rota de orgasmo, y que no había vuelta atrás. Todavía se negaba, tímida, pero en vano. Sin mucho esfuerzo logré que relajara sus nalgas y permitiera que yo contemplase su agujerito más íntimo hoyito, indefenso, y me lanzase sobre él con mis fauces abiertas. En cuanto mi lengua se posó sobre su orificio, éste se apretó, con un suave quejido de Silvia, un gemidito apenas. Lo noté como una brasa en mi boca, y los dos sabíamos que esa cuevita era mía, ese culito me pertenecía por derecho. Mi lengua se entretuvo en sus pliegues, en su piel rosada y lampiña, humedeciéndolos uno a uno, probando el sabor a cremas y a jabón de su esfínter temeroso. Lamí toda la raja de su culo, desde la espalda hasta el agujerito de su coño, que aún estaba cubierto de jugos y saliva. Mi lengua paseó en círculos por su ano, jugando, tanteando, acariciando. Cuando me coloqué entre sus piernas y enterré mi boca entre los cachetes de ese culo que tanto me gustaba, Silvia gimió y se relajó por completo. Con la punta de mi lengua hago un trabajo de exploración, de pura caricia lenta, procurando que cosquillee y relaje el orificio. Cuando me canso, simplemente paso mi lengua de arriba abajo, lamiendo sin pausas, como un helado, como si quisiera desgastar su anito salado y sabroso a base de lengüetazos largos y húmedos. - Mmmm... - Silvia se estira, levanta una pierna, y lanza un largo y bajo quejido, abriendo y distendiendo su hoyito. Yo separo más sus nalgas, abriendo todo lo que puedo este anito tan apretado, y con la punta de mi lengua me lanzo en el centro mismo de ese ojete lleno de frunces, ese nudo gordiano que mi espada alejandrina piensa deshacer a cualquier precio.

Silvia no reacciona más que gimiendo cuando la punta de mi lengua se quiere abrir paso por su culito, estirando un poco el esfínter, que me niega la entrada, testarudo. Prosigo mi juego un rato con apenas unos milímetros de mi lengua metidos en su culo, probando las paredes de su anito, quemándome la lengua con el calor que despide. Mis labios sorben de ese agujerito apenas entreabierto, llenándolo de saliva, lo besan con fuerza, y cuando saco la lengua chupo con fruición, como si fuera un dulce. Gozo durante lo que me parecen horas metiendo mi lengua, jugando, disfrutando como un loco de su culito. Silvia se deja hacer, y en un momento dado es ella misma quien tira de sus nalgas a los lados para abrir más el culo, y sé que no piensa negarme su última virginidad. Mi cabeza está en la gloria entre sus nalgas, mi boca pegada a su culo, sorbiendo y chupando y tragando y lamiendo. Sigo así unos minutos, el aire de la habitación lleno de los gemidos y las palabras entrecortadas de Silvia, y los ruidos húmedos de mi lengua jugando en su culo. Tras un rato, la noto apretarse como una loca, y un gritito suave, ahogado, resuena por toda la casa. No sé si es un orgasmo, pero percibo cómo se relaja, cómo su culito se abre aún más, y deja que mi lengua se introduzca un poco, pero es todo lo que puedo, apretada en las paredes de su recto, entrando y saliendo, sodomizándola con mi lengua. Silvia guarda silencio, pero noto que se estremece de gusto cuando mi lengua se endurece dentro de su culo. Finalmente, con un último beso y un último recorrido por su esfínter, suelto sus dos nalgas de ensueño y éstas se cierran sobre su hoyo, protegiéndolo. Muerdo esa carne blanca y apetitosa, y finalmente apoyo mi cabeza sobre ese blanda almohada, pegando mis mejillas contra su culo, que ahora se me muestra en todo su esplendor, blanco, perfecto, suave como la seda, redondito. Me incorporo y lo miro con reverencia, lo froto con mis manos, abriendo y cerrando las nalgas, hasta que bajo la cabeza y las muerdo otra vez, llenándome la boca de esta carne blanca, firme, abundante. Ella se deja hacer. EntoncesEntonces estiro y abro sus nalgas con las manos, separándolas, y me quedo observando el valle que yace entre ellas, con su pequeño tesoro en el centro. Su anito es precioso, de verdad, pequeño, cerrado, con profundas arrugas, limpio, rosadito... apetitoso. Me lanzo hacia él y vuelvo a besar. lo lamo, lo chupo, le paso la lengua por toda la raja del culo. Un momento después, me chupo con cuidado el dedo índice y como anoche, lo poso sobre su hoyito. Ella se da cuenta de eso no es mi lengua, y levanta la cabeza y se gira.

- ¿Qué haces?

 

- Es sólo un juego, relájate y disfruta.

Eso parece bastarle, porque vuelve a cerrar los ojos y apoyar la cabeza en sus manos. Yo efectivamente juego un poco con mi dedo en su entrada, sintiendo el tacto de su cerrado anillo, y sigo lamiéndolo. Finalmente empujo un poco, y mi dedo se desliza dentro con suavidad, con un respingo de protesta de Silvia. Por toda respuesta me limito a acariciar su espalda hasta que se relaja otra vez, así que con mi dedo hasta el fondo voy haciendo círculos en su culo, notando que aprieta con fuerza. Empujo otro poco, y entra la primera falange de mi meñique. Empieza el dolor, y Silvia se agita. La vuelvo calmar con besos y palabras suaves, y continúo mi ataque, moviendo el dedo en círculos, sacándolo unos centímetros y volviendo a meterlo, buscando distender sus puertas que psrecen wuerer amputarme el dedo. Silvia está tensa, y finalmente se arquea y se saca mi dedo del culito, que se cierra al instante

 

- ¡AY! Nononono... para para para...- Se pone de lado y me mira con ojos de cordero degollado. Yo la beso y trato de relajarla un poco.

- ¿Qué pasa, Silvi?

 

- No quiero que me metas el dedo por ahí. Me molesta, me duele.

 

- Pero si no es nada... verás como al final te gusta.

Ella me mira, no muy convencida, y hace un mohín.

- ¿Qué es lo que quieres?

Ella es una niña buena. Y las niñas buenas no se meten cositas por el culo, parece decirme con esa mirada y ese tono casi ñoño. Me ha dejado jugar con él, porque sabe que tiene un buen pandero y quién no querría follárselo, pero nada más. ¿Con cuántos habrá empleado el mismo ardid? ¿A cuántos habrá embaucado con ese culazo para al final echar la llave y dejarles con un palmo de narices? Pues conmigo no le van a valer trucos.

- Nada... sólo es un juego.

Otra vez me mira con suspicacia.

- ¿Seguro? No estarás intentando metérmela por ahí, ¿no?

 

- Pues sí... ¿por qué no?

Ella se escandaliza.

- ¿Pero qué te has creído? Ni hablar, vamos. Ni pensarlo.

 

- Pero ¿por qué?

 

- Que no, hombre, que no. Por detrás ni hablar.

 

- Pero dime por qué, Silvi.

 

- Joder, porque no. No quiero y ya está.

La beso, la abrazo, pero no da su brazo a torcer. La acaricio, pero me mira muy seria.

- He dicho que no y es que no.

 

- Tú sólo dime de qué tienes miedo, mujer.

 

- No es miedo... es que... bueno, sí, me da un poco de miedo. Es que mira, solo con un dedo ya me molesta mucho así que con... además, no creo que guste, y paso. Paso. Ya está.

- Tú lo que pasa es que no te atreves a probarlo.

 

- Joder C***... qué pesadito... hemos hecho el amor, te la he chupado... ¿qué más quieres?

- Sólo quiero que disfrutes, Silvi. seguro que te termina gustando. Tú sólo déjate de prejuicios.

 

- Que no y es que no.

Se tumba, dándome la espalda. Pero los dos sospechamos que terminará rindiéndose. Ha claudicado otras veces, por lo que empiezo a besarla, a pegarme a ella, dejando que sienta el calor que desprendo y mi erección. Al final, la curiosidad, la excitación, pueden más que la prudencia. Dejo pasar un rato, en silencio, mordisqueándole el cuello, acariciando su culo, esperando. Al final la escucho preguntar, sin volverse.

- Además, ¿qué tiene de especial?

Ella es una niña buena. Tiene que dejarse embaucar, no puede simplemente dejarse llevar y dejar que la sodomice. Tiene que ser convencida, liberada de la responsabilidad, de la culpa. Las niñas buenas no juegan con su culo, pero hay niños malos que las engañan para hacerlo.

- Tú prueba y verás como repites.

Ella se da la vuelta y me mira a los ojos, muy seria, devolviéndome un beso.

- ¿Estás seguro de que no me va a doler?

 

- Si te duele mucho, paramos. Es cuestión de un momento. Pero luego vas a gozar muchísimo.

 

- ¿Tendrás cuidado?

 

- No te preocupes. ¿Crees que yo te haría algo que pudiese lastimarte?

Se lo piensa unos segundos, pero parece decidirse al final. Al fin y al cabo, las niñas buenas no dejan que las enculen, pero ¿Quién puede negarse a las trapacerías de los niños malos?

- Bueno, vamos a probar. Pero si me duele paramos.

 

- Vale.

Había llegado la hora de la verdad. La volví a colocar boca abajo, con la almohada de la cama bajo el vientre para que alce bien el culete. Con suavidad le abrí un poco las piernas, y ella suspiró casi con resignación. Casi puedo palpar sus nervios, y mientras nos preparo me mira de vez en cuando, con los ojos brillantes.

- No me dolerá, ¿verdad?

- Sssssh... – sello su silencio y alargo mi mano hacia la botella de aceite de almendras de la mesilla. Abro el tapón y me sirvo en la mano una buena cantidad, disfrutando de su aroma dulzón y su tacto agradable, tibio. Con mucho cuidado embadurno de aceite su culo, que parece incluso más cerrado que antes por los nervios.

- Mmm... está tibia. - Le tiembla un poco la voz. Unto bien alrededor del rugoso esfínter, y entonces con mi dedo intento introducir un poco de aceite , forzando la entrada. Se tensa, pero el aceite cumple con su función y consigo que, sin detenerme, mi nudillo se pose en su raja y el dedo explore su gruta anal, aprovechando para untar más aceite, que resbala hacia los labios de su coñito. Giro el dedo, haciendo círculos, sin hacer caso de sus respingos ni gemidos, y lo voy sacando y metiendo, dilatando la entrada con paciencia.

- Aaaauuuu... más despacio, por favor. - su ano me aprieta mucho el dedo, y la verdad es que no recuerdo si alguna vez he probado un culito tan cerrado, tan reticente a dejarse penetrar. Realmente voy a pasarlo en grande, porque si aprieta así mi dedo, a mi polla le va a hacer ver las estrellas. No paro de mover el dedo, con lentitud, buscando distender un poco la rígida solidez de su esfínter y palpando el terciopelo húmedo de su recto. - Mmmmm... au… cuidadooo.... – Es un hilo lastimero de voz, pero sigo percibiendo el deseo, porque relaja el culo, así que saco el dedo y lo vuelvo a meter, ahora sin pausa, hasta el nudillo; vierto un chorrito de aceite, y voy follándola muy suave con el dedo, dentro y fuera, dentro y fuera, acompañando los gemidos de Silvia, que agarra las sábanas con la mano y aprieta. Llevo como un minuto bombeando con el dedo, chorreante de aceite, y aprieto otra vez.

- ¿Qué tal vas, Silvi? – pregunto acercándome a su oreja, sin dejar de sodomizarla con mi dedo, disfrutando de esa lenta preparación, anticipándome al placer.

- Es raro… como cuando te ponen un supositorio… - gira el rostro y me mira con una media sonrisa – molesta un poco pero no me disgusta, es… diferente… - le doy un largo beso y aumento un poco la velocidad de mi dedo en su trasero, lo que provoca un gemido ahogado.

En el sexo anal, como en la guerra, plaza que parlamenta está medio conquistada, así que decido que ya es momento de subir un poco el nivel. Saco casi por completo el dedo índice, y en el impulso de apretar intento meter junto a él un segundo dedo, el corazón, muy muy despacio. Los gemidos de Silvia me indican que voy por buen camino, y en unos segundos los dos cómplices se deslizan por esa vía angosta, y ya son dos los dedos que tiene hasta el fondo de su culo, abierto como nunca antes, enrojecido, brillante de aceite. Procedo de la misma forma que antes, dentro fuera, dentro fuera, separando un poquito los dedos para ir acostumbrando esa cuevita virgen a su huésped, que está duro como una piedra esperando su turno para perforar hasta lo más recóndito de ese pozo sin fondo. De tanto en tanto las nalgas de Silvia se contraen, y su ano amenaza con cortar la circulación de mis dedos, que ya se han enseñoreado de lugar y lo penetran una y otra vez, pese a la fútil, inane resistencia. No es más que el amago, el reflejo de resistirse todavía a ser sometida, una negación al placer que siente al ser despojada de esa virginidad íntima, la verdadera señal de sumisión, la entrega última. Le gusta ese hasta ahora desconocido placer anal,, ambos lo sabemos, aunque ella se empeñe en esconderlo, pero ya afloja los glúteos, y mis dedos resbalan dentro de su culo con la única resistencia final de su anillito, contraído y un poco tenso todavía, el postrero reducto de su fortaleza. Me ha costado mucho ablandar ese culo, y me regodeo pensando otra vez en todas las veces que la pelirroja se habrá resistido a entregarlo, y no puedo sino agradecérselo en mi fuero interno. Lo han conservado intacto para mí, para mi placer, para mí polla. Ha llegado la hora.

Saco mis dedos con un suave ¡pop!, que suena casi como si se le hubiera escapado un gas, y tras colocarme el preservativo me embadurno bien la polla con el aceite. Silvia guarda silencio, mirándome, escuchando el frotar de mis manos con mi nabo, y seguro que no puede evitar sentir un poquito de miedo, además del placer. Su culo brilla de aceite, y está irritado, abultado, y con una diminuta abertura oscura esbozando una invitación callada. Se relaja, y su ano responde abriéndose otro poquito.

- ¿Ya... vas a meterla? – me pregunta, como si todo hubiese sido un juego, como si fuese a indultarla en el último momento, pero su boca se queda entreabierta, sus ojos clavados en los míos, y una declaración perfectamente clara en su postura, alzando más el culo, abriendo un poco más las piernas. “Fóllame por donde quieras”. - Por favor C***... despacito... por favor...- inquietud. Pacatería. Deseo.

- Tranquila Silvi. - Yo me encaramo sobre ella, con la polla durísima, y me inclino para enfilársela y apuntar a su hoyito trasero, ese arrugadito objeto de deseo que me trastorna. Casi por compromiso, meto un dedo, para probar, que entra sin mayores problemas con un suspiro de Silvia. Lo intento con dos, que con un poco más de esfuerzo y un quejido de la pelirroja, entran también hasta el fondo indicándome que ya, ya está listo. - Bueno... ahora relájate mucho... - le hablo como a una chiquilla, porque vuelve a serlo, indefensa ante el chico malo, ante el lobo feroz que va a robarle su cesta de fruta. - Abre todo lo que puedas, como si fueras al baño...- Ella asiente y se prepara, aflojando las nalgas y el culo. Poso el capullo, solo rozando, sobre su esfínter, y entonces ella se agita, gira la cabeza y me mira, como si fuera a decirme algo, pero termina por bajar la cara y esconderla bajo su melena pelirroja. Es entonces cuando empujo con fuerza, pero con delicadeza.

Ha podido más el miedo, porque mi capullo se aplasta contra su puerta cerrada, y mi rabo se desliza hacia arriba, hacia su espalda, entre sus cachetes, perdiendo el objetivo. Recalibro el destino, vuelvo a enfilar, y un segundo empujón con mi mano a modo de guía no hace sino que mi capullo busque la salida contraria, hacia abajo, hacia su coño. Con todo y aunque ella cede un poco, su culito no quiere abrirse por completo, y mi polla se queda fuera, llamando a la puerta sin echarla abajo. La escucho gemir y esbozar una protesta, pero a la vez noto que afloja el culo todo lo que puede, en una tácita invitación, así que mi mano derecha ejerce de mamporrera y sujetando la polla en su posición, voy empujando hasta que, por efecto del aceite, su ano comienza a extenderse, y casi como si fuera una boquita glotona, traga mi capullo que se pierde dentro de su culo ante sobresalto de su dueña.

- ¡Au! – exclama en voz baja, más fruto de la sorpresa de saberse ya empalada que del dolor, pero aún así aprieta el culo y este, por un acto reflejo, expulsa al intruso. Gruño un poco, acariciando sus nalgas, y con un susurro le pido que se abra el culo. Sus manos, dubitativas, no saben qué hacer y son las mías las que dirigen las suyas hasta sus cachetes, separándolos, ofreciéndome el espectáculo de abierta raja, bien colorada, su ano convertido ahora en una estrella enana roja en el centro. Otra vez me preparo, con mi mano dirigiendo mi polla en vertical hacia su entrada, y froto con aceite un poco más toda la longitud de mi miembro. Apunto, y empujo con más fuerza, notando cómo al fin sus músculos van cediendo ante el avance de mi polla bien engrasada. Con un deslizamiento viscoso y exquisito mi capullo se entierra por completo en su culito, otra vez, casi notando que me lo arranca al apretar, una vez engullido. - Auuu.... es grande... - Silvia se retuerce con cuidado, pero no trata de sacárselo. Me agacho sobre ella y le beso el cuello, y ella me responde con un gemido de aprobación. Empujo hacia abajo, haciendo una tentativa, y venciendo un poco de resistencia mi polla va horadando camino como un rompehielos, separando las paredes de su cavidad anal muy despacio, probando su elasticidad, deleitándose en el tacto blando y acogedor de su recto en contraste con la feroz tensión de sus esfínteres, que quieren mantener, aún ahora, fuera al conquistador. Silvia expulsa el aire, que había contenido al notar mi entrada, y vuelve la cabeza a un lado, con los ojos cerrados, antes de hablar con vocecita entrecortada.

- ¿Ya... está... entera...? – falta casi la mitad, así que yo lo niego en un susurro, mientras beso su espalda y acaricio su pelo. Le digo que lo está haciendo muy bien, y sonríe – La noto adentrísimo… Métela entera... métela ya... – sin perder tiempo, mis caderas impulsan mi polla hacia dentro, y por fin noto cómo su culo se rinde incondicionalmente, se distiende hasta lo indecible y se traga mi polla, impulsándola hacia dentro entre los jadeos y gruñidos de Silvia. Por fin. Por fin.

Mis huevos reposan en sus nalgas, y mi polla se ha metido hasta el fondo en su culo.

- Bufff... – resopla, respira muy rápido, sus manos se aferran a las sábanas, mientras yo, tumbado sobre ella, voy cubriendo de besos su nuca, su cuello, sus hombros, quieto, hierático, extasiado dejando que sus intestinos se recoloquen y se vayan acostumbrando al grosor de mi polla, gozando del calor y la tersura de su interior, fundiendo mi rabo en el horno de su hasta hoy virgen trasero. Sin duda, el mejor culo que me he follado, tan cerradito, tan renuente, aún ahora, desarmado ya, roto, desvirgado. El placer me recorre en oleadas, desde mi nabo hasta los dedos de mis pies, y trato de comunicárselo a Silvia con mis besos, con mis suaves mordiscos, con mi lengua en su oreja y su rostro arrebolado. Cuando saco unos pocos centímetros de mi polla su culo se contrae y me aprieta deliciosamente, su boca se abre a medias para emitir un quejido que es placer y dolor, pero sobre todo placer. Bajo mi mirada para contemplar el espectáculo, mi polla asomando entre esas dos medias lunas blancas de carne pecosa, y me invaden deseos de empezar a embestir como un pistón. Pero me contengo, y a mitad de camino me limito a volver a enterrarme entre sus nalgas y posarme sobre su cuerpo entregado. - Joder… - Silvia va respirando profundamente, con una mueca que podría pasar por sonrisa, que se frunce imperceptiblemente cuando me muevo un poco, reacomodando el invitado en sus entrañas y redefiniendo el espacio y el tamaño de su intestino. Por mi parte sencillamente espero, armado de paciencia, a que ella dé el permiso para que el tren salga de la estación y se ponga en marcha, sin meterle prisa, mordisqueándole el lóbulo de la oreja, musitando palabras de cariño en su oído, hasta que noto un tímido vaivén en sus caderas, un sinuoso movimiento en su cintura, que interpreto como el nihil obstat para comenzar la sodomización plena. Me apoyo sobre los codos y alzó mis caderas con lentitud infinita, disfrutando al notar que su ano me aprieta en todo el recorrido como si le costará despedirse, y las caderas de Silvia acompañan a las mías incluso más despacio. Desenvaino casi por completo, dejando el capullo encastrado en su nuevo hogar, y mi polla surge de su culo reluciente de aceite, húmeda y con un poquito de suciedad que lejos de repugnarme me complace, porque es la firma de un culo virgen, tomado por sorpresa al asalto. Sus entrañas laten en torno a mi glande, e incluso a través del condón noto el frescor de la habitación en mi rabo. Un minuto, no más, le concedo, y entonces me dejo caer suavemente encajando mi polla en el lugar donde pertenece. Vuelvo a abrir con mi espolón las paredes de su recto, que se habían cerrado, aliviadas, y ella gime un poco ante el incómodo dolor con que su interior protesta ante la invasión, para convertir su protesta en su suspiro de placer cuando me detengo, retrocediendo de nuevo apenas unos centímetros.

- Mmmmm… - un gimoteo mudo de mi pelirroja, un suspiro a medio camino entre la incomodidad y el éxtasis, y vuelvo a enguantar mi miembro dentro de su cuevita hospitalaria, profanada ya, pero aún sagrada. Otra vez me retiro, y escucho placer de nuevo, el túnel de su culazo ya entibado y elástico. Esta vez lo entierro sin esperar ni un segundo, a lo que ella reacciona con una larga respiración y tensando todo el cuerpo, apretando las sábanas en sus manos. - Despacioooo.... – la escucho, satisfecho, y cuando me poso en su espalda hago una ligera pausa, tomando aliento, y vuelvo a elevarme sacando mi miembro con un placer inenarrable. Me cuesta esperar más, así que bajo y la ensarto de nuevo, acallando los suspiros y ronroneos de Silvia con mis propios gemidos de placer. Ya está. Sin más pausas, subo y bajo despacio, uno, dos, largos recorridos a lo largo de mi polla. Gozo cada penetración, cada embestida, en ese culo que ya apenas ofrece resistencia pero que sigue exprimiéndome como una prensa hidráulica. Silvia me acompaña en voz baja, jadeando, gimiendo, moviendo suavemente las caderas cuando se la meto, dando un gritito cuando llego un poco más hondo, pidiendo más con los culebreos de su cuerpo y sus palabras inconexas. - Sí… sí… despacio… au… sí… - lo repite como un mantra, como una letanía. Yo la sigo sodomizando sin prisa. Entre dos suaves penetraciones que ella celebra con una exclamación, abrazo sus caderas y tiro de ella hasta que quedo arrodillado y ella con el culo bien en pompa, mi polla ensartada a fuego, y la mitad de su cuerpo apoyado en la cama, las manos a ambos lados de su cuerpo, agarradas aún a las sábanas. Entre embestida y embestida, mi voz surge ronca, extrañándome incluso a mí por su volumen.

- ¿Dónde está mi polla? Dime… ¿Dónde está mi polla? – la pregunta resuena, y tengo que repetirla varias veces, acompañándola de unos suaves azotes que hacen temblar esas nalgas que acogen mi rabo, esas colinas pecosas que custodiaban la entrada de su agujero más íntimo.

- En mi… en mi… - Silvia sacude la cabeza, apartando su melena de su rostro, y veo su carita aniñada llena de pecas roja como la sangre, su boca entreabierta, sudando, todavía reacia a contestar. Está ensartada hasta el estómago y sigue siendo una pijita, una monjita que no llama a las cosas por su nombre.

- ¡¿Dónde... – palmada en su nalga, que restalla en la habitación. - ... está... – azote en la otra nalga, que después aprieto - ... mi polla?!- reconozco que los rastros colorados de mis dedos en su piel nívea salpicada de pequitas resultan terriblemente eróticos, y aún me da tiempo a detallarle dos sonoras palmadas más antes de que ella reaccione.

- ¡En mi…. en mi... culo! ¡¡Me estás rompiendo el culo!! – lo dice en voz muy alta, como si no se lo creyera, como acabara de descubrir ese mástil de carne que la atraviesa y está abriendo su ano hasta el límite de su elasticidad. No me detengo ni por un instante, metiéndosela hasta el estómago, gozando como loco de ese hoyito. Cada vez se la meto más fuerte, más dentro, más rápido, venciendo toda oposición, distendiendo su esfínter a todo lo que da de sí, reacomodándole las tripas, mientras ella gime y abre y cierra los puños. Mis manos, cansadas de azotar con saña esas carnecitas de niñata de papá, después de dejarlas bien rojas, separan sus cachetes para poder contemplar mi polla destrozando ese anito, derribando esa muralla, dominando a esa hembra a mis deseos y obligándola a ofrendarme ese rincón secreto y prohibido hasta hoy mismo. Mi polla sigue manchada de aceite y de un pequeño rastro de heces, pero sigue sin importarme, porque cada vez que la meto más hondo, cada vez que noto que ese culito se abre para dejarme paso, sé que estoy poniendo mi marca personal en esta pelirroja, mi sello, mi firma. Cada vez que piense en su culo, cada vez que le escueza, cada vez que vaya al baño, cada vez que un dedo aventurero se pose en su hoyo, pensará en mí y en mi polla, porque su culo tendrá para siempre mi molde, no importa cuántas conozca. La mía será siempre inolvidable. Abro aún más sus cachetes, saco mi polla por completo, y espero unos segundos antes de volver a meterla; su agujero no quiere ya cerrarse, ansioso, y compruebo con satisfacción en cuanto hago un poco de presión que devora mi polla sin dificultad, casi con ansia, admitiendo su derrota. Cuando se la saco y se la vuelvo a clavar, su culito entregado emite un sonido como de succión, una especie de beso húmedo, y eso me excita todavía más.

- ¿Te gusta? ¿Te gusta que te folle el culo? – suelto sus cachetes, que se cierran al momento temblando, y la cojo por las caderas, atrayéndola hacia mí mientras percuto con mi pelvis. Silvia gime, grita, casi solloza de placer. - ¡Mírame! – se incorpora como puede sobre los codos, y vuelve la cabeza. Su rostro es una máscara, el pelo alborotado y empapado de sudor, y esos ojos oscuros resplandecientes de lágrimas y lujuria. Me mira, haciendo un mohín cuando mi polla le llega hasta el fondo. - ¿Te gusta que te folle el culo?

- ¡Sí! Me gusta… mme gussstaaa… me rommpes enntera… Me enncannntaaaa… - arrastra las palabras, cerrando los ojos, y le cojo del pelo tirando hasta que su rostro queda mirando prácticamente al techo.

No puedo más. Lo noto llegar, desde el boca del estómago, desde la raíz del pelo, una descarga eléctrica en mis huevos. Tiemblo como en un violento escalofrío, y desde lo más profundo de mis huevos surge una descarga tras otra, que yo trato de hacer llegar hasta las simas abisales del culo de Silvia, presionando hacia dentro hasta que ya no puedo más y me voy desplomando sobre SIlvia, que se deja caer sobre la cama con mi polla todavía emparedada en su recto.

El tiempo parece detenerse, mientras jadeo, totalmente exhausto, nuestros cuerpos unidos por un apéndice que palpita lentamente, sin querer abandonar su cómodo refugio, retrasando lo inevitable. Me quito de encima de Silvia, y al sentir mi polla encogerse la saco de su culo, que con espasmos la deja escapar junto con unos hilos de aceite marrón verdoso, sin conseguir cerrarse del todo. Ahora, ahíto el deseo, si noto la repulsión, el escrúpulo, y con algo de asco me quito el condón sucio, a la vez que Silvia se lleva la mano al trasero y ahoga un gritito.

-¡ ¡Ay! ¡joder…! – se levanta, con algo de dificultad, apretando el culo, y va caminando de forma muy graciosa hasta el baño. Yo busco pañuelos de papel o algo con que envolver el preservativo, percibiendo ahora un pequeño hedor fuerte a sexo y algo más en la habitación. Las sábanas están algo manchadas, y cuando por fin me deshago del condón entre unas sevilletas de papel hago un gran envuelto con ellas, dejándolas en un rincón, recuperando poco a poco el aliento y deseando con desesperación una buena ducha. Abro las ventanas, aspirando el frío aire de la noche de octubre, antes de escuchar el agua de la ducha. No me lo pienso. Entro al baño y veo que Silvia me recibe una sonrisa, desnuda, sudorosa, todavía agitada, probando con la mano la temperatura del agua. Es una bañera grande, así que podemos ducharnos los dos a nuestras anchas. Yo la enjabono memorizando con mis manos su geografía, y dejo que ella me enjabone, con especial dedicación a mi entrepierna, para después secarnos entre besos y arrumacos llenos de complicidad.

- ¿Te ha gustado? – le pregunto envuelta en el abrazo de una gran toalla. Ella asiente, con una risita traviesa, me besa en los labios. Frunce un poco el ceño.

- Me ha gustado, pero me escuece… “ahí” – dice, con un puchero. Ahíto el deseo, vuelve a ser una niña buena, una señorita. Y las señoritas de buena familia son como los ángeles. No tienen sexo.

- Déjame verlo. – le digo, y ella se queda un momento sorprendida, pero finalmente sonríe un poco, se muerde el labio inferior, duda, y deja caer la toalla, dándome la espalda y poniendo un pie sobre el inodoro, separando sus nalgas con su mano, dejándome ver su culo recién desvirgado. Está muy rojo, algo hinchado, incluso irritado, y no consigue cerrarse del todo, abriéndose como un pez diminuto boqueando fuera del agua. Lo miro bajo la fría luz blanca del baño, pero no hay ningún desgarro, ninguna fisura, y desde luego no sangra. Así que abro el armario del baño, y rebusco hasta encontrar una crema hidratante, que voy frotando con mucho cuidado entre las risas y los sobresaltos de Silvia, que protesta divertida. Cuando termino miró su ojete, retorcido en un guiño, y lo beso muy suavemente a modo de ritual pagano. Silvia suspira, y se ríe, pero yo la miro con una media sonrisa mientras me incorporo.

Me pertenece.