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La Libertad_15

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LIBRO 1. APERTURA. CAPÍTULO II. SEGUNDO DÍA

KO técnico

P. U. T. A.

Cuando tiempo después conseguí hablar con ellos sobre aquel día, Carlos siempre afirmó que su hermano nunca llegó a meterme el rabo entero. En sus palabras lo que pasó fue que solo “le dio un par de mojadas”. Pablo, por su parte, me diría que “llegué a notar como tocaba tu culo con los pelos de mi polla, que acabaron todo guarros por culpa de tu chocho empapado”. Pablo siempre tan elegante, jijiji.

Hablé con ellos por separado, cierto. Nunca los enfrenté para intentar sacar una versión única de todo aquello. Porque lo cierto es que yo tampoco sabría decir claramente lo que pasó. Para mí a esas alturas era un poco como sis estuviera bebida, o drogada. Bueno, Pablo está seguro de que me la metió hasta el fondo, y eso yo también tengo claro haberlo sentido. Desde luego no fueron un par de mojadas. Supongo que Carlos afirma tal cosa no tanto por mí, por quitarme algún tipo de presión que pudiera tener por culpa de lo sucedido (presión que, a estas alturas, ya no tengo en absoluto) sino por, de alguna manera, alejar de sí el fantasma de su incapacidad de reacción aquella noche.

El tiempo vendría a demostrar que no existió en nosotros tres nunca un debate real entre virtud y vicio. Los tres queríamos follar, y únicamente teníamos que ser capaces de pasar por encima de nuestros miserables restos de pudor. Bueno, Carlos y yo, porque lo que era Pablo… A Carlos sí le supuso un claro problema, al menos aquel fin de semana. Porque lo cierto es que no iría mucho más allá… pero tengo la sensación de que nunca superó el no haber sido el primero de los dos en enterrar su polla en mí, cuando yo andaba tan claramente ofreciéndome al él como una zorrita en celo. La imagen de su hermanito clavándomela sin mi permiso, en su puta cara, diría que es algo que le afectó profundamente. Pablo, por su parte, supongo que podría tener un mínimo interés por atenuar mínimamente su imagen de sátiro, de violador de su prima… jijiji. Bueno, supongo que él también tiene algo de pudor para según que cosas.

Porque desde luego que me la clavó en el coño hasta juntar el pelo de su polla con el de mi chocho abierto. Pero no fue, como él siempre diría “creo que sólo una vez”. El muy cerdo entró y salió de mí suficientes veces como para decir que aquella noche me folló como la puta que le había revelado ser. Lo único que nos libró de que aquello fuese claramente un polvo fue su carácter breve y rápidamente interrumpido. En fin, no soy capaz de recordar nítidamente lo que pasó, pero sí recuerdo vívidamente la sensación de estar estrellada contra el suelo, abatida, derribada, con él a horcajadas sobre mi culo y pudiendo sentir su verga dura y caliente, ¡durísima!, entrando milímetro a milímetro en mi interior hasta quedar enterrada y dejarme horriblemente abierta allí, a su merced, con los labios mayores hinchadísimos abriéndose y cerrándose mientras los menores, dilatados también, se me salían por los lados de su verga dura, multiplicando las sensaciones, abultándose rítmicamente contra su propio falo palpitante…

¿Debía haber reaccionado? ¿Quería reaccionar, acaso?

Aquello era lo que quería. Ya que Carlos me había vuelto a rechazar, en la más humillante de las maneras, al menos ser follada. Ser tomada al asalto, ya que no encontraba otra forma de materializar mi entrega.

Ser violada por mi primo.

Pablo entró y salió de mí, no sé, tres, cuatro, cinco veces… quizás diez. Quizás más. Una follada. Entrando y saliendo. Sin duda, puede que en verdad solo fuese una, o dos. Hasta el mismo fondo. Pero luego muchas más vinieron detrás, rápidas y más cortas. Suficientes veces cómo para no saber cuántas. Suficientes para hablar de follada. Suficientes como para perder la noción del tiempo, de mí misma, de todo cuánto había a mí alrededor y ser solamente coño, sentir solamente su polla durante unos instantes. Como cuando estoy siendo follada. Bien follada. Como cuando mi cuerpo se encamina con paso firme al orgasmo al ser hábilmente tratado mi sexo por alguien con maestría suficiente como para anular mi ser, hacerme sentir que me falta el aire y llevarme hasta la gloriosa explosión final.

Mi primo me estaba follando como un auténtico semental, y amenazaba con cabalgarme sin freno hasta domarme para siempre. Sólo el desprecio más patente por parte de Carlos consiguió vencer tan sublime momento.

PUTA. Así me llamó.

Las cuatro letras formándose en silencio en sus deseados labios. Y luego, Carlos se fue, vaciándome por completo mi interior, mientras la imagen de sus labios formando aquellas letras permanecía grabada a fuego en mis retinas. Retrocedió, primero todavía de espaldas y sin quitarme ojo de encima. Yo no podía controlar mi cara, mi expresión de gozo infinito por lo que me estaba haciendo su hermano en el sexo ¿era mi imaginación o follaba de cine? 

Aunque solo me la hubiera metido esas dos veces, pero luego siguió con aquellos suaves empujoncitos con los que me arrancaba insoportables gemidos mientras su hermano inciaba la lenta retirada. Pablo follaba muy bien. Me estaba poseyendo, con todas las letras. Con todo su cuerpo. Recuerdo la sensación de sus manos recorriendo mi desnudez, aferrándome las caderas, abarcándome, controlándome con sólo pinzarme fuertemente por la cintura, con tan poco conseguía tenerme en su poder, empalada en su miembro, manejada a su antojo. Pero yo notaba que el más leve de mis gestos, la sonrisa creciente, los ojos que se cerraban, los dientes que mordían si quiera levemente el labio inferior para evitar chillar de placer, ese alarido contenido que aún así era plenamente evidente, el temblor generalizado de mi cuerpo... todo ello, junta e individualmente, me separaba más y más cada vez de Carlos, cada gesto de placer mío provocaba un nuevo paso atrás, hasta desencadenar por fin la huida, a la carrera, girándose –siempre con la verga tiesa en alto- y recorriendo el resto del pasillo hasta la habitación de sus padres que estaba al fondo, justo frente a la de Pablo, en sólo un par de largas zancadas.

-       ¡¡¡¡AAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHMMMMMMMMHHHHHHH!!!!- el hondo gemido que me arrancó Pablo en una nueva y lentísima retirada de su miembro de mi interior, espoleó definitivamente la huida de Carlos.

Cuando aquél sobrenatural alarido de placer comenzó a brotar del fondo de mi garganta, fue cuando le vi girarse definitivamente, mostrándome su joven y musculado culo frente a frente con mi cara. Parecía que casi sólo tendría que sacar la lengua para poder meterla en su ano, de cerca que estaba, o al menos eso me parecía. Los movimientos de Pablo, lentos pero increíblemente expertos, me hicieron convulsionarme, elevar la cabeza y apretar los párpados mientras me mordía los labios para no gritar todavía más.

Estaba en sus manos. En su polla. Y nunca mejor dicho, habría caído derrumbada al suelo si no me estuviera atenazando con unas manos inesperadamente fuertes y firmes, que se habían hecho con mi cuerpo desmadejado con increíble facilidad. Sólo cuando después de lo que me pareció una eternidad me la sacó por un instante, casi por completo, deteniéndose con ya sólo la puntita en mi interior, pude al fin abrir los ojos y relajar mi cabeza. Pero Carlos desaparecía para entonces por la puerta del dormitorio de sus padres, aún completamente desnudo y complaetamente empalmado.

Y yo le miraba desaparecer como si estuviera viendo una película, algo irreal, un sueño o tan sólo un deseo. Pero no, no lo había sido. Carlos era real, y había sido mío por momentos. Le hice correrse en mi boca, habíamos estado tan cerca ¿qué demoniso había salido mal? Álvaro. Solamente la presencia de Álvaro explicaba aquel absurdo… Mierda, mierda, ¡¡mierda!! se había ido al ver cómo me revolvía de placer por culpa del maricón de su hermano.... ¿por qué demonios Álvaro no podía esperar al menos su turno para que su hermano mayor le reventase el culo depués de comerme a mí el coño y follarme sin compasión toda la noche, una, dos, tres mil veces?

Pero fue justamente el cabreo monumental que me dio pensar, de nuevo, que la huida de Carlos se debía a la presencia de Pablo lo que hizo que aquella situación sin salida pudiera al menos desbloquearse. Puto Pablo… pero así era, se trataba de una presencia inevitablemente más activa que la de su hermano mayor. Pablito siempre había sido el simpático, el hablador, el que tenía una facilidad increíble de contactar, de relacionarse con cualquiera. Carlos, en cambio, hasta muy poquito antes, era un ser completamente huraño y cerrado, aunque en los tiempos más recientes había cambiado pero, eso sí, jamás sería como su hermano, siempre estaría diez pasos por detrás. Y en la lucha sexual de aquella noche había quedado patente, y también él lo había visto así. Por eso había ido. El muy idiota, además, porque lo peor es que él siempre había sido mi primer objetivo.

¿Cómo podía un niñato como Pablo haberse atrevido a...? No, no, no, no podía seguir permitiendo lo que me estaba haciendo, lo nuestro había traspasado ya todos los límites, aquel crío estaba muy confundido, por mi culpa seguramente, pero yo nunca había querido que... bueno, sí, aquella tarde había llegado a su casa pensando en hacerlo con él, pero lo cierto es que luego jamás llegué a intentarlo ni a demostrarle nada… Las caricias, la mamada, no habían sido más que juegos, era sólo con Carlos con quien yo había querido llegar hasta el final, a él se lo había pedido, a Pablo no, a Pablo se lo había negado, se lo había prohibido expresamente… Sí, de manera que lo que estaba haciendo en ese momento era abusar de mí, propasarse, aprovecharse de mi debilidad... A diferencia de su hermano, no se estaba comportando como un niño. A diferencia de su hermano, había tomado, sin más, lo que era suyo por derecho: mi cuerpo. Pero, como contrapartida de su alucinante osadía, aquella forma de reaccionar por su parte provocó que yo me quedara sin lo que tanto deseaba y, creo que a esas alturas, ya me merecía por completo: follarme a su hermano Carlos.

Y fue aferrándome a esa convicción de que era tan sólo el indecente atrevimiento de Pablo lo que había provocado la huida de su hermano, y su última y definitiva negativa a hacerme el amor, y aprovechando que el niño había liberado momentáneamente mi sexo, que haciendo un supremo esfuerzo me incliné levemente hacia delante, sintiendo así cómo su glande caía fuera de mi entrada, tan dilatada que nada pudo hacer por retener su afilado capullo empapado en todo tipo de fluidos viscosos y resbaladizos. Sentí chorrear aquello a mares, brotando de mi vagina, resbalando por mi vulva, inundando mi coño y mi sudado monte de venus, mezclándose con el sudor de mi muy mojado vello púbico y resbalando por mis muslos, cayendo como me fui dejando caer yo misma, aflojando por completo mis brazos, descendiendo suavemente hacia el suelo, cada vez más alejada del peligro, de mi primito fuera de sí, de aquel animal loquito, totalmente desconcertado, perdido su apoyo y su sentido de vivir, tratando de recuperar el  equilibrio… Algo que afortunadamente consiguió recuperar, ya que de otra manera habría caído de lleno sobre mí, nuestros dos cuerpos desnudos resbalando el suyo sobre el mío, carnes duras, apretadas, resbalosas, su verga de nuevo en mi raja, ese movimiento oscilatorio que, inevitablemente, habría hecho que acabase de nuevo en mi interior, todavía más dentro, más fuerte, más duro, y esa vez no me habría dejado ya escapar, se habría puesto más violento, más decidido, más cachondo, y yo no habría podido ni querido ya que saliese nunca de mí...

Pero eso no pasó; tan pronto como empecé a descender, sintiendo de nuevo el aire acariciando los pliegues de mis labios menores y entrando en mi vagina liberada de su presencia, me sentí vacía como nunca, arrepintiéndome de lo que acababa de hacer, de haberle abandonado así, dejándole a medias en su primera vez, no sé que vez sería la mía, alguna vez tendría que intentar calcular cuántas veces, ¿cientos, miles? pero en ese momento lo cierto es que a pesar de la necesidad de expulsarle de mí, me sentí tan vacía que le necesité como nunca antes había necesitado a nadie...

En cualquier caso, vacía o no vacía, y fuera cual fuera mi necesidad sexual más imperiosa, lo cierto era que mi deseo por Carlos seguía intacto. Así que, una vez decidida a todo y una vez dado el irreversible y más difícil paso de separarme de Pablito y decirle adiós (no sé si quería hacerlo en realidad, pero sabía que era lo más sensato, lo único sensato de hecho) me esforcé por separarme de él, para ser yo entonces la que iniciara mi huida, penosamente, arrastrándome como pude por el pasillo, reptando como una alimaña. Y me di cuenta, afortunadamente, de que no me seguía. Se había quedado paralizado a mis espaldas. Evité mirarle, no quería saber nada más de él.

Me incorporé, o traté hacerlo porque no podía con mi cuerpo, y avancé a cuatro patas como la perra en que me había convertido, por fin, apoyándome en la pared, hasta que conseguí levantarme. Él seguía muerto a mis espaldas, como si fuera un inmóvil bloque de piedra. Y mientras, Carlos se encotraba de nuevo ante mí, con la polla a medio empalmar, mirándome tembloroso. Se había asomado de nuevo a la puerta, seguramente al dejar de escuchar los gemidos que acompañaban nuestra follada, justo a tiempo de ver cómo yo abandonaba a su hermanito en el momento más crucial de su vida. Seguramente lo había visto todo, al menos habría visto sin duda lo suficiente. Aquella visión me dio fuerzas. Conseguí reponerme, erguirme como una persona, mostrarle de nuevo mi cuerpo desnudo. Demostrarle que existía sólo para él.

- Quiero que me folles Carlos, lo digo en serio... - dije dulcemente, estirando mi mano sobre su pene. Mmmmm, estaba bastante duro y tan, tan caliente...Mi dedos resbalaron en su piel sudada. Jamás me había mostrado tan explícita antes con nadie. Sencillamente, nunca lo había necesitado…

Pero él se retiró bruscamente, echando sobre mi cuerpo desnudo el enésimo jarro de agua fría, al tiempo que sentía su saliva escupiendo sobre mi cuerpo mientras me decía indignado:

- ¡Vete con Pablo zorra!, es lo que quieres, ¿verdad?  - No entendía nada, no entendía lo que le pasaba. ¿Podía acaso decírselo más claro? Y, sin embargo, él se había vuelto a separar de mí, retirándose, reculando hacia el interior de la habitación de sus padres, retrocediendo hacia la cama.

- Pero Carlos, por favor... - me entraron ganas de llorar como una niña... ya no sabía qué más decir.

¡Aquello era tan humillante! Nunca jamás había implorado a nadie por sexo, ni se me pasaba por la cabeza, ni siquiera entendía por qué era tan importante para mí hacerlo con un niñato en el que jamás había pensado antes... desnuda ante él, desnudo, empalmado, excitado… si no me tomaba ¿era porque no me deseaba? ¿tan repugnante le parecía? ¿Era ese mi problema? Podía vestirme y salir a la calle, y tirarme a la farmaceútica, a Lorena, buscar como puta deseperada a cualquier amigo o entrar en un bar y dejarme follar por el primero que me pareciera razonablemente guapo… ¿Era el rechazo lo que me estaba haciendo comportame de manera tan irracional? Él se apartaba más y más, estaba al otro lado de la cama de sus padres, junto al biombo que hacía las veces de vestidor frente a la puerta del baño de la habitación... Me subí a la cama para acortar las distancias a mi favor. Estaba taaaan caliente. Chorreaba.

-       Carlos...

Me incliné hacia atrás, de rodillas sobre la cama, ofertándole mi cuerpo. Pasé una mis manos por mi coño. Estaba empapadísimo, y no dejaba de fluir. Mi mano derecha, empapada en mí, la fui subiendo hasta mis tetas y empecé a sobarme impúdicamente, untándome en mis flujos, apretando mi carne, mis pezones, mientras con la otra mano comenzaba a apretar mi chocho, a pasarla abierta por mi pubis, metiendo los dedos entre los pelos de mi vulva, dentro de mi vagina, separando mis labios y mi clítoris al tiempo que se los mostraba, húmedos, a su joven mirada de deseo. No sólo se trataba de calentarle, claro. También yo misma necesitaba tocarle porque estaba demasiado cachonda como para continuar esperando sin más. Él me deseaba, su cara no decía otra cosa. También su miembro.

De nuevo estaba empalmado, completamente. Más que antes incluso, o eso quería pensar, porque no era capaz de valorar un comparativo de durezas respecto a cuando le tuve en mi boca. Pero sí la tenía insoportablemente dura e hinchada. Y no había tenido siquiera que tocarle. Mis manos seguían su trabajo: la mano de mis tetas bajaba una y otra vez a mi coño, en busca de mi sabroso lubricante, que esparcía en lujuriososos masajes por mis pechos, o llevaba a mi boca para beberme a mí misma, sensualmente, deleitándome con lascivia de mi propio sabor. Jamás había hecho nada parecido delante de ningún tío, ni siquera de Guille que siempre era el más fetichista con respecto a mi cuerpo, masturbarme, tocarme así. Tan solo con mis amigas, las del grupo más íntimo (que llegó a serlo en muchos sentidos, jiji), Meri, Nur, Oili y Lu... hasta Blanquita en alguna ocasión, habíamos empezado varias veces nustras particulares orgías lesbianas con sesiones de masturbaciones en grupo, con la estricta norma de que cada una sólo podía tocar su cuerpo, como si fuese un juego (más de una vez practicamos esos juegos eróticos de tablero, en los que hay que ir pasando pruebas para calentar al personal), un juego en el que además de claentar, pues claro, una también se deleitaba visual, auditiva y olfativamente con las otras... y aquello era brutal, y cada una incorporaba mayores atrevimientos en sus autotocameintos, espoleada por las barabridades de sus compañeras.

Y allí estaba yo, poniendo en práctica todo lo que aprendí entonces con ellas para mi primito, y estaba surtiendo un efecto demoledor. Podía sentirlo, estaba a punto, por fin iba a ser mío... me tumbé poco a poco, por completo en la cama de sus padres, él entendió, se acercó con la verga erecta entre las manos, yo fui abriendo las piernas, poco a poco, con mis manos dentro, hasta que no pude más, no podía abrirme más ni aguantar mi propia masturbación sin iniciar un orgasmo... así que retiré poco a poco los dedos de ambas manos de mi interior, deslizándolos húmedos sobre mi piel brillante de sudor y pegajosa de flujos. Estaba totalmente abierta de piernas para él, con todo mi conejo al aire y el sexo excitadísimo, dilatado, llamando a gritos su joven pero dura polla, inexperta aún.

Iba a pasar, e iba a pasar en ese preciso instante.

Le iba a desvirgar, me estremecí al pensar que lo íbamos a hacer por primera vez, justamente en la cama de sus padres... Mis tíos.

- Laura... - gimió él.

- Carlos... - contesté yo, susurrando, cerrando los ojos mientras sentía ya la presión de sus piernas junto al colchón, entre mis pies separados, dispuesta ya a sentir sus manos apoyarse sobre mis muslos y su primera y gloriosa embestida en mi interior...

- Joder, Laura...

Una voz nerviosa sonó a mi derecha. Desperté de mi sueño. Carlos seguía allí, delante de mí con la polla tiesa entre sus manos y la vista en mi agujero negro y abierto. Pero al mirar hacia la puerta pude, ver a Pablo de nuevo.

No.

No se había ido, no se había rendido. Allí estaba, más desnudo y arrogante que nunca, con la polla más dura que nunca… y masturbándose como siempre.

-       …tía, es increíble lo que hemos hecho, cuando acabes con Carlos voy yo ¿vale?

Pero... ¿qué se había creído este mocoso? ¿Era posible de verdad que me estuviera tratando como la puta de burdel, a la que habían ido a desvirgarse los dos hermanos, como si les fuera a poner allí el coño por turnos? Joder… tampoco sería la primera vez que hacía algo así, ni devirgar niñatos, ni ser puta, ni recibir en un burdel, ni alquilar o regalar mi coño por turnos estando con varios tíos, sí… aunque hasta esos siempre mucho más mayores que lo que estaban demostrando mis primos, más maduros… otro tipo de juego vamos… y una delicia dicho sea de paso, ser capaz de contentar a tantos hombres: te hace sentir taaaaan mujer, y disfrutas tanto con tantos cariñitos distintos, tantas formas de tocar y amar, que aunque incluso puedan no ser gran cosa uno por uno, cuando van llegando uno detrás de otro sí son la locura... Pero con estos dos críos ¿de verdad pensaba Pablito que ése era el juego? ¿Pero éste niño de dónde sacaba esas ideas? ¿No se daba cuenta que su hermano necesitaba intimidad, de que estaba de más, de que sobraba? Joder, ¿quién me mandaba a mí? Si eran dos putos críos… mis primitos…

-       Lárgate, Pablo... - susurré, aunque tan flojito que creo que ni yo misma me escuché.

Pero muy al contrario, el cerdo de mi primo se había acercado a la cama. Y, sin que ninguno de nosotros dos fuese capaz de hacer nada para impedirlo, se subió y sin pudor ninguno empezó a sobar mi cuerpo desnudo.

-       Laura, no, no pude ser, esto... esto no puede... - Carlos empezó a temblar de nuevo.

Lo cierto es que yo debería estar haciendo algo, diciendo algo, quejándome, echando de allí a mi primo a hostias. Pero estaba completamente paralizada... joder, ¡era tanta mi excitación! Pablo me tocaba tan bien y con tantas ganas, y yo misma estaba ya tan cachonda, y en el fondo le deseaba tanto, que no podía evitar ponerme cachondísima, mi cuerpo respondía sin contar para nada conmigo... Pero sabía bien lo que eso significaba: aceptar a Pablo suponía expulsar a Carlos, por las absurdas reglas que el propio hermano mayor se había marcado. Yo misma había soñado con un encuentro íntimo con él, los dos a solas pero… llegado este momento ¿no podíamos quizás disfrutar los tres juntos, llegar a un acuerdo civilizado que nos permitiera a los tres satisfacer al menos nuestras necesidades?

-       No quiero, yo no quiero Laura...

Como una respuesta programada, la negativa de Carlos no se hizo esperar: se estaba echando atrás. Y Pablo no dejaba de sobarme, llegando a ponerse ya encima de mí, y yo ni me había inmutado. Cerré los ojos un segundo, disfrutando secretamente de esa sensación que mi cuerpo agotado estaba deseando tanto, desde hacía tanto tiempo. Necesitaba sentirme así de deseada y así de complacida como objeto sexual, desde hacía ya demasiado tiempo. Y era mi primito Pablo quien estaba sabiendo cómo tratarme para complacerme. ¿Quién lo iba a decir? Traté de imaginar que era Carlos quien me tocaba...

- Mmmmhhhhh qué gustito... -susurré. Y no bajo: esta vez si me oyeron, los dos.

Alcancé a escuchar el ruido, en la puerta del baño de mis tíos que estaba abierta de par en par, mientras notaba cómo la cama se movía y crujía cuando Pablo se montaba sobre mí, pasando su pierna izquierda sobre mi cuerpo tendido, inclinando su cara sobre mis tetas que empezó a comer y chupar con pasión...

-       …ohhhhhhhhh…ahhhhhhhh…

Me veía absolutamente incapaz de reaccionar ni de hacer nada más que no fuera disfrutar de aquella deliciosa sensación, deseando siempre que fuese Carlos, sentir la boca, los labios, dientes y lengua de mi primito Pablo en mis tetas, su polla tiesa y mojada dibujando letras en mi tripa con su capullo afilado, sus manos en mis costados, su cuerpo desnudo sobre el mío, mi coño ardiente llamándole a gritos y derramando mis delicias sobre la cama de mis tíos…

-       Puta – escuché de nuevo a Carlos, con total claridad, antes de que cerrara la puerta del baño donde se había refugiado. ¡Mierda!

La realidad crujió en el fondo de mi cerebro. Había vuelto a pasar. Joder ¡joder! no era Carlos quien me iba a follar, era Pablo, siempre el cerdo de Pablo tomano la puta iniciativa frente a su hermano ¡puto niñato parado e impotente! me dije, mierda, ¡es que no podía! Y lo que más rabia me daba era no poder olvidarme de Carlos y ceder, dejarme llevar con Pablo, que sabía y quería darme tanto gusto... mi primito se dejó caer, pude sentir su calor sobre todo mi cuerpo, su pene ardiendo abrasándome el monte de venus mientras me daba un apasionado morreo. Yo cedí por un momento, mientras sus caderas se recolocaban. Le sobé el culo mientras hundía su lengua en mi garganta, con toda mi boca abierta de par en par a él. Incapaz de oponer resistencia relajé mi vagina quedando dispuesta a recibir su penetración, que imediatamente inició con suavidad, al compás de mis sobadas en su culo: lo tenía tan durito...

Directamente, le metí la primera flange de mi meñique derecho en su ano. Aquello le paró por un segundo. Detuvo la penetración, levantó la cara, y nos miramos. No era Carlos, era Pablo. Mi primito pequeño me estaba follando, un milímetro más y ya no habría forma de detenerle.

-       Prima, eres tan puta y lo vamos a pasr tan bien… - me dijo, insinuante, con una sonrisa de auténtico pervertido…

Me iba a follar, con todas las letras. Y yo se lo estaba permitiendo. Escuché el interruptor de la luz que Carlos acababa de encender en el baño. El mundo se detuvo entonces por unos segundos, en completo silencio. Creo que fue el chasquido del interruptor lo que accionó mi cerebro:

- No.

Fue una sola palabra, serena, sin gritos ni estridencias. Fruto de la firme decisión que había tomado desde el principio. Por más que le deseara, Pablo no iba a ser mío, no podía ser mío, no podía hacerme suya. El pobre me miró atónito. Estaba dentro de mí, porque yo le había recibido y le había dejado entrar. Porque llevaba desde la noche anterior calentándole. Separé mis manos de su culo y las metí entre nuestros cuerpos. Apreté mi vagina  consiguiendo retirar en parte su cipote de mi interior. Cerré las piernas.

- No puedo hacerlo contigo Pablo… ya te lo he dicho mil veces. Esto es una locura.

Mi pobre primo me miraba atónito, descompuesto. Seguía tumbado, desnudo sobre el cuerpo desnudo de su deseada primita desnuda, con su polla dura todavía entonces dentro de ella. No fue capaz de reaccionar, por lo que hasta me fue fácil empujarle con mis brazos al tiempo que, levantando mis piernas, conseguía apartar de mí su ligero cuerpo casi de niño, sacándomelo de encima.

-       Laura... - imploró cuando se descubrió tendido boca abajo, desnudo y empalmado sobre la cama de sus padres, pero ya sin contacto alguno con mi cuerpo. Yo me había levantando rápidamente sin darle opción a protestar ni a nada. Su rostro revelaba aflicción, impotencia. Era el rostro del niño pequeño que aún llevaba dentro, a punto de echarse a llorar al serle negado un capricho imposible. – Laura, no...

Conseguí mantenerme en pie, relativamente estable tras reponerme de un ligero desvanecimiento por mis desquiciados nervios, y me dirigí a la puerta del baño.

- Laura, por favor... - Pablo gemía abiertamente a mis espaldas, utilizando su registro más infantil. Me aferré a la manilla, intentando abrir. Evidentemente, Carlos se había encerrado con llave.

- Carlos…

- Laura, no te vayas...

- ¡Carlos!

- Por favor...

- ¡Carlos, abre!

- Él no quiere...

- ¡Abre Carlos! soy yo…

- Carlos no quiere nada contigo...

- Soy Laura, Carlos. Déjame entrar, tenemos que hablar…

- Ese maricón no puede follarte prima… ¡él no te quiere!

Pablo se había incorporado: estaba de pie con el rostro enrojecido, el cuerpo tenso, la polla como una roca temblando, agitándose frente a su vientre, pivotando desde el eje donde sobre sus compactos huevos peludos arrancaba aquel duro vástago desde su cuerpo. No podía resultarme más deseable, tan disitinto de mis gustos habituales sí, de lo que siempre me atrae en los tíos, pero por algún motivo mi primo Pablo me ponía horriblemente, no lo entendía y no podía evitarlo. El morbo, seguro, lo prohibido. Y su audacia. Y su polla.

Porque lo que quería era polla, polla y más polla, ¡polla por metros! Pero hasta en eso Pablo llevaba las de perder ante Carlos: ese pollón que acababa de ver frente a mí y para el que realmente me había abierto de piernas, ese pollón era de Carlos y nacía de unos gloriosos huevos, de unos auténticos cojones de semental que yo ya había tenido en mi boca, y que había comprobado que eran capaces de las mayores proezas en cuanto a cantidad, calidad y potencia en su eyaculación...

- ¡¡LAURA!! - Pablo empezaba a asustarme, estaba claro que estaba fuera de sí. Y yo misma también empezaba a estarlo, pero ser consciente de ello no me impidió empezar a golpear la puerta, empujando y tirando de la manilla de forma desesperada por no ser capaz de abrirla.

- ¡¡¡Joder Carlos, abre de una puta vez!!!

Demasiado tarde. Cuando me quise dar cuenta, el sátiro me había saltado encima.

No fui capaz de sacudírmelo. Pero no por incapacidad física, es que ni siquiera me molesté en intentarlo. O puede que no quisiera hacerlo, que en el fondo lo que me pasaba es que ansiaba, necesitaba mantener el contacto con su cuerpo por más que me lo negara a mí misma. Por más que tratara de pensar que solo quería a Carlos, que mi objetivo era lograr  que Carlos me abriera para dejarme entrar y encerrarme con él… es que era eso, no era yo quien tenía que liberarme de Pablo, era Carlos quien debía salvarme de aquel monstruo, cuidarme y protegerme, y follarme, y follarme...

Pero Carlos no abría, y mientras, Pablo se aferraba a mi cuerpo sin encontrar resistencia, se aferraba a mis tetas, y a mi culo, y se enganchaba a mí a través de todos mis agujeros que penetraba con sus dedos nuevos, ávido de deseo y de nuevas sensaciones, mientras fluidos y más fluidos manaban de nuestros cuerpos, nos los intercambiamos, él me sobaba y me penetraba, y me buscaba y me mordía y me lamía y me chupaba, se subía en mí, me montaba, me empujaba y me embistía, arremetía una y otra vez mientras yo lo hacía contra la puerta, inútilmente, una y otra vez, ya llorando más por impotencia ante la puerta que se mantenía firme, sin un solo ruido detrás, llorando más por la puerta cerrada que del miedo que atenazaba mi cuerpo ante la realidad de aquella bestia que me estaba pudiendo, que estaba ya a punto de someterme...

- ¡Carlos! ¡Carlos! ¡Carloooossss! hhhhhh...

Empecé a sollozar. Sentía a Pablo por todas partes de mi cuerpo, por fuera, pero también por dentro. Yo no sé si me volvió a follar, quiero decir, no sé si me volvió a penetrar, con la polla digo… a meterme la polla, el cipote, porque sé seguro que los dedos me los metió, en el coño fijo, también en el culo creo, en la boca, en todas partes… puede que me metiese el rabo en alguna de esas embestidas, aunque entonces seguro que sí fue solo una mojada, pero ya daba igual, porque en el fondo lo de antes del pasillo no lo había sido, y tampoco lo de la cama… no, yo no había follado con él, no había querido follar con él…

En el pasillo me pilló por sorpresa, fue casi una violación en toda regla, salvo porque lo de que yo no pude reaccionar, puede que más realmente fuera que no quise tampoco hacerlo, al menos al principio… Como tampoco había querido hacerlo un instante antes en la cama, ahí estuve a punto de ceder, de permitirle poseerme. Porque lo quise, lo quería hacer con él… igual que con Carlos lo hubiera hecho sin dudarlo de no haberse interpuesto él (pero Pablo o no Pablo, fue siempre Carlos en realidad quien se negó al entrar en juego su hermano). Tengo por seguro que Pablo me hubiese tomado aquella noche de haber estado solos, y a punto estuvo de hacerlo por tres ocasiones al menos… pero siempre estaba la presencia del puto Carlos jodiéndolo todo, menos a mí.

Pablo intentó un último asalto: se volvió a recolocar, empezando a buscar mejores posiciones a mi espalda, a acoplarse a mi cuerpo, a buscar de nuevo el camino con su polla entre mis piernas, la grieta por donde podría entrar, mi niño, seguía sin descubrir aún mi culo, y mira que ahí la podría haber metido casi sin resistencia, me tenía deshecha como un trozo de mantequilla blanda.

¡Malditos! …maldito Pablo… pero sobre todo, maldito Carlos. Estaba siendo una imbécil, una estúpida, pero lo cierto es que no me lo había buscado yo solita, los dos habían jugado conmigo y el que más, Carlos, un idiota, un egoísta, un cabrón, y sentí que le odiaba, que le odiaba como a nadie. Creo que para entonces mi cabreo empezó ya a sobrepasar cualquier otro sentimiento en mi cuerpo y en mi mente, incluso a mi propia excitación.

Pablo me estaba haciendo daño, porque seguía embistiendo sin piedad mi entrepierna con aquella barra de hierro candente que tiene por falo. Pero me estaba viendo incapaz ya de aguantarlo más, no los aguantaba a ellos joder, no eran más que unos críos, unos imbéciles inmaduros ¿quién me había mandado a mí meterme en una historia con ellos, por qué nos habíamos tenido que liar? Si nunca antes había querido nada nada con ellos… tenía que haerme quedado con Lorena, con mi farmaceútica, aunque… ¿adiós pollas? joder...

Necesitaba una polla, eso también era verdad ¿Por qué los tíos son siempre tan complicaditos? ¿Y por qué me gustan tanto las pollas, tanto follar? Y como pollas estaba claro que mis primos poseían un par de ejemplares únicos… se me hacía la boca agua… y no sólo la boca: el coño, el culo, yo misma me deshacía envuelta en una capa de sudor y otros fluidos, míos y de mis propios primos… Pero no, con esos gilipollas no, se acabó, ninguno de los dos lo iba a hacer nunca conmigo… si es lo que habían querido, que fuera así… y que se arrepintieran para asiempre. Si Carlos se hubiese decidido seguramente lo habríamos hecho muchas veces. Y si Pablo no hubiese sido tan pesado, seguro que en algún momento a mí no me hubiese importado, en algún momento, darle también el gusto, y dármelo a mí, aunque no no necesariamente aquella noche, aquel fin de semana, porque lo nuestro podía haber sido a muy largo plazo, una vez abierta la puerta… aunque ya le había comido la polla y era fácil que algún premio más se hubiese llevado ahí mismo, y seguro que hubiéramos terminado por hacerlo igualmente, aunque fuese meses o años más tarde como regalo de iniciación, en el improbable caso de que aún siguiese siendo virgen, porque desde luego que me costaba muchísimo pensar que él fuera a aguantar tanto como el parado de su hermano, a esperar por mí ni por nadie, y más visto lo visto...

No. Nada de aquello iba a pasar ya. Jamás. Después de aquella horrible noche, todo se había acabado. Empujé la puerta con fuerza, pero esta vez para separarme violentamente de ella, lo que me permitió empujar a Pablo hacia atrás, dejándole medio tirado sobre la cama.

- ¡AAAAAAHHH! ¡PUTA! ¡Puta! ¡Ay, mierda! - Pablo se aferraba la polla dura. Parece que al empujarle le había dado un buen golpe en el cipote, o en los huevos… Pues mejor, así se le iban a quitar las ganas de seguir metiéndome mano como un cerdo...

- ¡Ya está bien, Pablo! ¿Qué te has creído que soy?

- Me has reventado la polla, zorra. ¿Pero cómo eres tan puta? Puta más que puta ¿pero hay alguna duda de lo puta zorra que eres? Toda la puta noche calentándome de esta manera y ahora... 

¡ZASSS!

No aguantaba un segundo más a ese anormal. Hice algo que nunca antes había hecho. Le aticé tremendo tortazo con todas mis fuerzas, desando hacerle daño, partirle la cara; con la mano abierta de par en par. Hasta creo que me pasé, pero lo mismo me dió.

El golpe le terminó de tumbar, aunque afortunadamente cayó en la cama... 

Mierda ¿me había pasado?

-       ¿Pero qué haces, puta…? - me preguntó, entre sollozos, llevandose la mano a la cara.

Le costó levantarse. No había casi luz, ya que la habitación daba al patio y esta vez no teníamos la ayuda de las farolas de la calle, pero me pareció que su cara estaba roja e hinchada. Le había pegado con gusto, quitándome con el tortazo buena parte de mi enfado más agresivo. Eso pudo ser lo que contuvo mi primer impulso, que era el de irme, el de abandonar incluso aquella casa y alejarme de aquellos dos adolescentes incomprensibles que me habían puesto al borde del abismo. ¿A dónde? Eso no importaba.

En realidad lo que me apetecía era buscar el primer bar que viese abierto por Malasaña o Lavapiés y emborracharme yo sola, hasta que se me acercase el primer salido, daba lo mismo cuál, mientras estuviese razonablemente bueno, e irme toda la noche con él a follar a pelo, sin condón, que igual me daba lo que me pasase; estaba completamente hundida y la única certeza que tenía era que mi cuerpo necesitaba el sexo como nunca antes lo había necesitado... Un reloj en alguna de las casas que daban al patio dio las doce. No era mala hora para mi plan. Esa cosa tan típica de la Sandra y que hasta conocerla yo sólo me atrevía hacerlas acompada, nunca sola… Ella fue quien desencadenó por completo mi deshinibición total en ese aspecto, poniéndome ante la cara mi propia naturaleza hipersexual, y transmitiéndome su afán casi científico, como médica que es… aunque lo mío de aquella noche de mis primos, no dejaba de ser un poco un despecho casi infantil.

Mientras seguía dudando frente a la cama, Pablo consiguió reponerse, leventándose con dificultad. Me miró con los ojos llenos de lágrimas y odio, su cuerpo desnudo temblando de la cabeza a la polla… y de la polla a los pies. Temí un nuevo ataque. Estaba cansada hasta de rechazarle, de tener que estar resistiéndome de manera innatural a algo que en el fondo deseaba. Estaba cansada. Quería dormir. Hasta eso podría hacerlo, simplemente dormir.

He de reconocer que la reacción de Pablo en ese momento me sorprendió: superando su cólera infantil, me dio la espalda y salió corriendo, literalmente, de la habitación de sus padres. No podía entenderlo. Hubiera podido esperar todo menos eso.

Me quedé allí sola, desnuda, a oscuras. Me giré hacia el baño. Dentro se veía la luz a través de la rendija entre la puerta y el suelo, pero no se oía ni un ruido. Consideré intentarlo de nuevo, exlicarle a Carlos que ya estábamos solos, que naturalmente le quería a él, que era a quien siempre había querido follarme, que su hermano nos había dejado al fin solos, que como él también me quería follar a mí, pues que nos podíamos encerrar los dos toda la noche donde quisiera, para librarnos de Pablo y poder estar juntos, solos...

No, Laura.

No, ya bastaba. No pensaba pasar por un nuevo rechazo de un niño como él. Se acabó. No aguantaba más allí, hasta me estaba poniendo nerviosa de estar desnuda en la habitacion de mis tíos. Salí al pasillo.

Pablo no había entrado en su habitación ¿Dónde demonios se había metido mi primito? El silencio de la casa me asustaba. Me pareció oir ruidos en el salon. Quizás lo más prudente en ese instante hubiera sido aprovechar y meterme en su cuarto, echar el cerrojo, y dormir hasta la mañana siguiente. Podría vestirme además, porque tenía mi ropa allí, aunque sucia y mojada, qué más daba, pero por lo menos no estaría desnuda... Porque recuperar el camisón y las braguitas del salón… ¿Con Pablo allí? Sí.

En realidad, me  moría de curiosidad por saber dónde mi primo y qué estaba haciendo; de hecho, ¿por qué coño no se había ido a su cuarto? Avancé hacia el salón, llena de dudas, totalmente convencida además de que estaba haciendo una completa estupidez. No podía tener más razón: justo cuando estaba llegando a la puerta del despacho que se conectaba con el salón, apareció él allí, delante de mí. Casi nos chocamos, aunque él no me hizo ni caso. Continuó a toda velocidad, sin reparar en mí. Seguía como yo aún completamente desnudo y, sorprendentemente, con el cipote todavía absolutamente tieso como el palo de una escoba. Pero es que no se le había bajado ni un milímetro...

Realmente me alucinaba cada vez más mi primito... pensar que hacía dos días todavía le veía como a un crío, y de repente... nos paseábamos desnudos uno delante del otro, y era yo la que admiraba embobada su miembro, y esa capacidad de estar siempre empalmado, lo que significa ni más ni menos que que estaba siempre a punto para... pufff… esa polla que había tenido ya dentro de mí varias veces, dentro de mis manos, de mi boca… de mi sexo... Sin embargo, a pesar de los violentos picores que me entraron en el chichi al verle, a esas alturas ni él ni yo estábamos ya en eso.

Instintivamente me separé de él cuando se acercó a mí, y el pasó de largo sin más, manteniendo su gesto enfadado, su cara de odio... Descubrí, cuando ya desaparecía en las profundidades del pasillo hacia su habitación, a qué se había debido su extraña incursión en el salón. Pablo llevaba en su mano mi camisón, pude verlo muy claramente antes de que se encerrase, esta vez sí, a cal y canto en su cuarto. Bueno, la prenda debía de haber quedado muy manchada, sí. Muy manchada de mí, de prácticamente todos y cada uno de mis fluidos corporales… hasta saliva me había caido mientras le comí a él mismo la polla poco antes, así que... también tenía muchos restos suyos, claro, su semen seco y supongo que también su sudor. Eso es lo que quería, claro. Mis restos. Ya que no me tenía a mí, por lo menos tendría mi olor y mis sabores.

Imaginé que se excitaría con eso, como debió excitarse a la mañana con el calzoncillo de su hermano. Un fetichismo que encontraba perfectamente normal e incluso asumible, después de todo lo que había pasado. Pero bien, eso significaba también que acababa de quedarme desnuda por completo, y sin posibilidad de vestirme además, al estar el resto de mi ropa en la habitación de Pablo.

¿Toda mi ropa? No. Recordé, casi de casualidad, que también Carlos había escapado antes del salón corriendo con mis braguitas... Joder, pues esas sí que eran un poema, además estaban manchadas por los tres… pero yo solita las había dejado al final absolutamente empapadas, y sin ayuda de nadie. En fin, me temí que ésas ya casi mejor que darlas por perdidas. Mmmmmm, tenía un punto halagador pensar que los dos querían esas prendas para alimentar su fetichismo por mí con mi ropa íntima. Cuando me quise dar cuenta, había llegado a la altura de la habitación de Carlos, que había quedado con la puerta abierta, dejando escapar la luz violentamente. Ya puesta me asomé, por si veía mis bragas. Desde luego, no estaban visibles a simple vista. Y tampoco me apetecía buscarlas, ya he dicho que estaban inservibles así que…

De hecho, para poco más podían valer ya además de para hacerse una paja en plan salido, así que al menos que sirvieran para eso, Laura, me dije, pero olvídate de usarlas para taparte nada. En realidad eso sería casi peor.

La cama de Carlos deshecha. Allí dormía él. Cama que también podría haber servido para mil cosas más, si él hubiera querido. Muchas mujeres se pondrían a sus pies sin pensarlo, solamente viendo su pollón. Y yo, la primera. Y conozco a otras muchas (y muchos) que tampoco se lo pensarían dos veces. ¿Para qué pensarlo? Aquella maravilla tenía que ser un placer asegurado. Yo ya sabía que Carlos tenía en su habitación una cama de matrimonio, de las pequeñas, pero suficiente para... ¿cuantos polvos habré echado de hecho en camas más pequeñas?

No lo pude evitar, entré en su cuarto, me tumbé, desnuda, en su cama, me tapé con sus sábanas... allí dormía él, allí podríamos haber hecho el amor y allí estaba yo, desnuda, dejando mi sudor, mi olor, hasta mis flujos y los pelos de mi coño en sus sábanas limpias, olorosas a él. Naturalmente, tuve la enorme tentación de quedarme allí, apagar la luz y esperarle dentro. Carlos no podía pasar toda la noche allí, en esa cama tan grande para uno solo…. Nada más pensarlo, me levanté como un resorte, como si el cuerpo me escociese solamente por estar metida en su cama. No. No podría soportar otro rechazo, no sería capaz. Y no me costaba imaginar que entraba en su cuarto y me pillaba metida desnuda en su cama. Y yo, estúpida de mí, le volvía a decir "Carlos, ven, hazme el amor, primo" y el se volvía a ir otra vez, siempre callado, sin molestarse en hablarme siquiera, despreciándome, despreciando mi ofrecimiento, mi cuerpo, mi sexo...

Mierda.

Salí de su habitación. No, no dejaría por supuesto que me viese allí dentro. Pero entonces, también en el pasillo sentí miedo de que saliese del baño y me encontrara deambulando todavía en bolas. Es que no soportaba la idea de cruzármelo, de que me viese así, de verle yo. ¿Seguiría desnudo? ¿Seguiría su orgulloso pene solemnemente erecto, insultante, bello, desoladoramente inalcanzable? Sabía que no soportaría la tentación de volver a humillarme, que llegado el momento me volvería a arrastrar dispuesta a todo por conseguirlo.

¿Por qué no me iba con Pablo? Sería humillante también, pero no igual. Al menos sería una protección frente a Carlos, en cierto modo. Una forma de sobrellevar el calor, las ganas de follar, la inseguridad que me había creado Carlos. Pablo sí me acogería, por enfadado que estuviese, "perdona primito", un besito, unos cariñitos, un poco de cura sana aquí en tu pollita y estaría follando. Pero no, no sería con ÉL. En realidad sería como follar con nadie, como follarme a un borracho cualquiera de Malasaña, sí. Y el despecho de Carlos, su despecho… podía ser fatal, podía acabar conmigo, revelándolo todo al día siguiente, cuando volvieran sus padres… y yo no podría negarlo, no delante de él, no delante de Carlos a qien tanto deseaba. Pero no. Ya no. Estaba agotada. En realidad ya no me apetecía follar, quería olvidarme de sus cuerpos, olvidarme de mi cuerpo, borrar el sexo de mi mente.

Joder. ¿Tan difícil era para mí asumir mi propia y rotunda decisión de no hacerlo con alguien de la edad de Pablo?

En fin, pensé que lo mejor sería intentar dormir. Pero sólo me quedaba el salón para eso, claro, al estar las tres habitaciones vedadas. Al menos, hasta que Carlos saliera de la de sus padres. Así que casí corrí para llegar allí. Fue espantoso: cuando llegué, todavía olía a sexo. Ellos dos se habían corrido como ballenas. Bueno, Carlos casi no había echado nada fuera, porque su semilla estaba prácticamente al completo en mi estómago; pero su olor persistía. El semen de Pablo, en cambio, había manchado mucho más de lo deseado, por su excitación y sus brutales corridas, además de que yo había contribuido a esparcirlo luego todo delante de Carlos.

Además sus sudores adolescentes, fuertes, penetrantes, intensos, con ese exagerado olor a establo suyo de animales en celo. La espesa y fuerte colonia de Carlos desagradablemente mezclando su dulzón aroma con todo lo demás. Y por encima de todo mi olor. Olía a sudor rancio ya, yo también. Pero no hablo de eso, hablo del olor de mi sexo. El olor de mi coño dominando todos y cada uno de los demás olores. No sólo era lo llevaba yo encima, no, es que estaba impregnado en el ambiente. La tormenta había parado hacía rato, y el aire se sentía ligeramente bochornoso de nuevo. No había refrescado prácticamente nada, y con el calor y la humedad, la noche se avecinaba dura. Qué locura de calor, para este tiempo.  Decidí abrir todas las ventanas de par en par porque era preciso ventilar bien aquello. Allí en las ventanas, cualquiera podía verme. Me pregunté si habría alguien allí, en las oscuras ventanas del edificio de enfrente, al otro lado de la estrecha calle. Pero lo mismo me daba ya eso, que me espiaran desnuda ni me excitaba ni me producía sensación alguna en ese momento. Toda mi vida estaba metida en esos momentos simplemente allí, en esa casa. En ese salón donde todo había pasado, y nada más había pasado ya,

Y, una vez abiertas las ventanas, al girarme los vi.

Los calzoncillos de mis primos (en realidad como ya dije los dos eran de Pablo: uno era el que había llevado ese día, y el otro el suyo también, pero del día anterior, y que a estas alturas debía estar casi como mis braguitas después de nuestra nochecita y sus corridas, las mías y las de Carlos acumuladas, además de haber vestido durante toda la tarde al menos al propio Carlos… o intentado vestir, al menos, ya que cuando yo se lo vi puesto desde luego que su nabo, a penas semierecto, rebosaba ampliamente aquella pequeña prenda). Los cogí. Los olí, uno y otro. Olores tan parecidos, pero tan diferentes... me quedaba con el de Pablo, sin dudar. El de Carlos era tan violento que tenía un punto ligeramente desagradable. Aunque reconozco que no me desagradaba, al revés, me excitaba tanto que me sacaba de quicio.

No, no debía, tenía que calmarme. Haciendo un supremo esfuerzo, eché aquellos trapos al pasillo. Igual que los pantaloncillos y sus camisetas, que olían a distancia. Siempre después de pasarlos por mi rostro, para untarme la cara de las esencias de mis primos en una postrera despedida. Se ve que en los últimos momentos antes de desvestirse los dos debían haber sudado copiosamente, lo que era normal con aquel calor y la excitación del momento: los dos muertos de ganas de tener sexo con su primita, jijiji. Había empezado todo tan bien.... pero mira como habíamos acabado.

Cuando terminé de sacar esas prendas al pasillo, recordé que Pablo tenía también en su habitación unos calzoncillos de Carlos, igualmente sucios de ambos hermanos. ¿Se pajearía con ellos igual que con mi camisón? Quiero decir ¿nos deseaba al mismo nivel? ¿Quería follar con su hermano, tanto como había deseado follarme a mí esa noche? Joder con Pablo. No dejaba de ser un crío. Y un maricón. Demasiada pasión por Carlos. No podía evitar sentir un poco de repulsa por eso... su propio hermano. O… ¿eran celos? Que conste que su homosexualidad no me suponía un reparo, claro. Yo misma lo soy, y he compartido sexo con muchas parejas homosexuales. Naturalmente que lo entendía.

Entiendo los chicos que disfrutan de otros chicos como yo puedo disfrutar de las chicas. Entiendo el sexo anal, claro, yo también lo disfruto, por qué no lo va disfrutar un tío... Lo que no entiendo tanto son los homosexuales puros, ni a las lesbianas puras... quizás como tampoco a los hetero puros, quiero decir… ¿por qué cerrarse puertas? Pero ser homosexual además, es decir, ser bisexual, me parecía lo normal. De hecho, lo más sano. Y, sin embargo, esa bisexualidad de Álvaro me desconcertaba, por lo menos entonces, he de reconocerlo. Supongo que era realmente por reconocerla con su propio hermano, sin contar que la existencia en sí de una sexualidad tan desbordante en un crío como él, no dejaba todavía de ser sorprendente. A esas alturas, tenía pruebas más que suficientes de que mi primito tenía un sentido y unas capacidades del todo extraordinarias para el sexo.

En fin, en cualquier caso no dudaba que estaría machacándosela sin piedad en esos momentos, fuera quién fuera en quien estuviese pensando, o incluso oliendo... ¿olía mi culo o el de Carlos, mi sexo o el suyo, sus fluidos o los míos? Tampoco me sorprendería que Carlos también estuviera pajeándose, para bajarse su monumental trempada de cuando, de cuando él... cuando él estuvo a punto de...eh... conmigo. En fin. No quería saberlo. Igual se esperaba a estar tranquilo en su cuarto, igual lo que quería era recuperar mis braguitas para correrse pensando en mí, con mi olor en sus manos...

Gilipollas. ¿Por qué hacer eso si me tenía a su alcance? ¡Si quería mi olor en sus manos que me las metiera en el coño! Quizás yo ya no estuviese interesada, quizás sería realmente capaz de decir yo NO esta vez. Pero también era cierto que Carlos sí que podría violarme si quisiera. Tiene físico de sobra como para inmovilizarme. Y seguramente ésa sería la mejor solución para aquella mierda de noche... Apagué la luz del salón.

Me rallaba seguir desnuda, aunque reconozco que tampoco tenía ninguna gana de vestirme. Siempre me gusta estar en bolas, integral si es posible, y más en verano. Y con el calor pegajoso de aquella noche, más que nunca. Y sí, aún estaba mínimamente excitada, pese a todo… Entonces, ¿debería hacerme una paja yo también? Me tumbé en el sofá donde habíamos empezado todo. Me acordé del dedo de Carlos entrando en mí por primera vez, mientras sentía el tacto de la polla de Pablo en mis pies. Y luego del pequeño de los hermanos follándome la boca con su duro cipote. Y de la verga de Carlos entrando completa en mi boca mientras los dos hermanos flipaban. Estábamos los tres desnudos... Mis dedos empezaron a acariciar mi vulva, metiéndose entre mis pelos ensortijados.

No, no me apetecía. De pronto tenía hasta un poco de frío, allí con las ventanas abiertas. La manta de antes estaba tirada junto al sofá también, con algún resto reseco, seguramente de los líquidos preseminaeles de los dos niños: sus pollas habían estado restregándose contra el tejido, desnudas bajo la manta. Noté manchas resecas también en el sofá, especialmente donde ahora tenía los pies, que era el lugar en el que había estado sentada yo, con la raja abierta y húmeda, chorreando mientras mi primo me masturbaba, y donde luego se sentó también él para recibir la primera mamada de su vida. Eso si que lo había conseguido: aquella mamada sin duda iba a ser única para él por muchas cosas. Bueno, también lo sería para mí… Claramente, yo no iba a volver a hacerle eso jamás. En fin, evidentemente aquella absurda relación sexual con mis primos se había acabado. Pffff… ¡Qué pollón! No sabía ni cómo había sido capaz. Es que aunque volviese ahora mismo a pedirme que me la metiese entera otra vez en la boca, creo que sería incapaz de repetir algo así. Estaba tremendamente cachonda cuando lo hice, para qué negarlo. Si hubiera mantenido un mínimo de cordura, jamás habría llegado a hacer algo así. Todavía me dolía la mandíbula de meterme aquello, había sido un poco animal por mi parte, podía haberme pasado algo con eso tan grande y duro dentro de mi garganta, y corriéndose de esa manera... ni yo misma había ido tan lejos nunca antes.

...

Sin darme cuenta, me quedé dormida. Me dormí pensando en cómo había practicado el sexo con Carlos... claro, eso no fue un sueño. Sí soñé, aunque no recuerdo nada. Sueños agitados. No paré de moverme, de revolverme. Supongo que hasta de hablar, sueños húmedos, no podía ser de otra manera. Sueños con ellos, no sé. Lo cierto era que no recuerdo ninguno, tampoco fueron sueños tranquilos, la noche no fue tranquila. Y tampoco ellos debieron dormir mucho y creo que eso no lo soñé.

Creo recordar haber visto físicamente, realmente quiero decir, a Pablito haciéndose pajas en disitintos rincones del salón ¿o sí fue un sueño? Pero es que para aquel sátiro, tenía que ser demasiada la tentación de tenerme cerca, a tiro. Desnuda. Saldría a comprobar, me vería dormida. Imposible contenerse, imposible resistirse. Se pondría cachondo en segundos viendo mi cuerpo al aire. Se correría casi sin tocarse, con la boca hecha agua ante mi desnudo integral, sólo para sus ojos... Afortunadamente no habría pasado de eso, pajas, pajas, varias, muchas, casi sin acercarse nunca, sin atreverse a tocarme, recogiendo siempre su esperma y untándoselo en su joven cuerpo. ¿Pero fue real o sólo un sueño? Yo creo que fue real. ¿Y realmente no hubo nada más? Aquella noche dormí muy mal, en continuo sobresalto, escuché todas y cada una de las campanadas de los relojes vecinos que entraban desde alguna de las ventanas del patio o de la calle, con todo abierto de par en par. Creo que era casi imposible que Pablo se hubiera acercado en ningún momento a hacerme nada sin que yo lo hubiera notado. Aunque, notar, lo que se dice notar… a decir verdad seguía teniendo el tacto de su verga dentro de mi coño, y para mí seguía siendo asombroso cómo un niñato inexperto  como él había sido capaz de darme tantísmo placer con tan poca colaboración de mi parte.

Quedaba ya muy poco de noche cuando me desperté por última vez. Había ya bastante claridad, debía estar empezando a amanecer, y hacía también más fresco y Carlos estaba delante de mí, a los pies del sofá, inmóvil como una aparición. ¡Mierda! totalmente empalmado como la última vez que le vi, como si llevase trempado horas y horas mientras yo dormía. Y no pestañeó. Al menos, hasta que yo sonreí levemente… No podía evitarlo, me halagaba tanto que aquel falo tan grande se pusiese así de duro, solo por verme desnuda... ¿qué quería él? Aperté por completo la manta. La sumisa que llevo dentro abrió un poco las piernas, y sintió que los pezones le respondían, y que se le empalmaba el clítoris y su glande se le revolvía bajo el capuchón, así que me abrí del todo, tuve que hacerlo, mostrándome de nuevo para él. Aunque supiera que él no lo iba a hacer tampoco aquella vez. Pero aún así, él respondió llevando sus dos manos a su miembro y empezó a masturbarse muy, muy despacio, con toda la polla hacia arriba, de manera que yo podía vérsela en todo su esplendor.

Y se le hinchó aún más al verme masturbarme a mí también. Porque volvía a estar húmeda y volvía a tener ganas de él, metiéndome los dedos con descaro y jugando con mis labios y mi clítoris. Para mí, y para él. Masturbándolo como él mismo me había hecho tan solo unas horas antes. Y verme le excitaba, y su propia masturbación le excitaba aun más y más, pero no aumentamos el ritmo, porque los dos habíamos conseguido acompasar nuestras pajas, y por fin estábamos gozando juntos aunque fuese sin tocarnos, y estaba siendo algo muy especial, con un nivel de complicidad sexual muy alto. Algo tan difícil de conseguir, y más para dos personas como nosotros que prácticamente no habíamos tenido contacto físicio previo, pero íbamos, allí íbamos los dos a la par, cada vez más cerca del fin casi sin pronunciar palabra o sonido alguno, sólo leves gemidos muy contenidos y nuestra fuerte respiración de enérgicos resoplidos para liberar tensión, que era lo único que podía evidenciar nuestra progresión, mientras sin dejar de mirarnos tan solo alternábamos nuestra mirada entre la cara, los ojos del otro, multiplicando la conciencia y la intimidad de lo que estabamos haciendo, para bajar deslizando por su cuerpo desnudo hasta caer en su sexo, sin duda dos brillantes especímentes de sexo humano, cada uno único en su género porque sí, bueno, siempre he pensado que tengo un coño que merece la pena, y sé con certeza que no soy la única que lo pienso y mi club de admiradores y admiradoras es extenso y crece día a día y para muchos y muchas ya soy yo la numero uno...  y el cuerpo de Carlos se tensó, sus musculos reaccionaron, el cuello se le puso duro, pero todavía aguantó y al final primero me fui yo, que me corrí mordiéndome los labios y conteniendo mis ganas de gritar, sin poder evitar encoger las piernas de los violentos espasmos de placer que sentí cuando me liberé y liberé mi sexo.

Toda aquella tensión sexual que llevaba acumulada, y que aquella noche había deseado soltar y no había podido hacerlo antes. Llevaba toda la noche conteniendo aquel orgasmo, y más desde después de la mamada con él. Y después, él también se vino y se me vino… de hecho me echó todo encima de mí, como he dicho tenía la polla vertical en todo momento, o casi, con una leve inclinacion hacia delante, donde estaba yo, pero siempre apuntando al techo y  AMPFFGHHHHHHHHHHH su cabeza se echó bruscamente hacia atrás al estallar en varios chorros seguidos a gran presión y velocidad, tanto que aquello parecía un surtidor continuo, una fuente de miel y alcohol, Carlos se corrió al menos por segunda vez en la noche, por lo menos seguro en la que fue su primera eyaculación libre delante de mí, y puedo decir que fue lo más impresionante que habia visto hasta ese día de sucesos impresionantes e increíbles (aún a pesar de la bestia sexual que había demostrado ser su hermano), como un larguííísimo chorro continuo de lefa, inacabable, caliente y espeso, cosa que sé porque con la insólita potencia de su polla aquel chorro hizo una brutal parábola, subiendo y subiendo hacia el techo, una parábola muy apuntada ya que la tenía tan vertical al empezar a escupir semen, y así la mantuvo mientras subía y subía, y me pareció que casi le llega al techo, pero cuando me quise dar cuenta ya estaba bajando a gran velocidad, para estrellarse violentamente entre mis tetas, y cuando empecé a sentir cómo bañaba mi cuerpo con su esperma todavía continuaba manando la lefa de aquella polla, y el último chorro voló solo cayendo en vertical a lo largo de mi cuerpo, dejándome entera bañada en él justo antes de, por supuesto, empezar yo misma a esparcirme su semilla por todo mi cuerpo, cosa que me encanta hacer cuando se corren encima de mí, y así hice bajo su atenta mirada.

Llevé también parte de su semen a mi boca, para senetir su penetrante sabor de nuevo, y también lo esparcí por mi pubis empapando mi sexo y metiéndolo dentro con mis dedos, bien dentro de mí, para así por lo menos poder llevar algo de él dentro, ¡qué delicia! ¡¡Carlos, préñame!!

Finalmente por la mañana me iba a tocar volver a ir a buscar otra prueba de embarazo, y quizás hasta la pildorita (recordé la polla dura y mojada de Pablo, había entrado, sí, había entrado entera y mojada en mi coño, tan caliente y dura, ¿por qué le había dejado salir de ahí?) ¿Para qué mierda me habían servido los condones? Menos mal que me habían salido gratis, porque con ese baño de semen y con las mojadas de Pablo, que aunque no se corrió en mi sexo, llevaba la polla bañada en lefa y debió soltar presemen también....

Cerré los ojos, no quería más. Aquello me bastaba. No quería verle marchar, aunque creo que tampoco fue un sueño el beso que sentí en mis labios, la cara de Carlos retirándose cuando los abrí con el tacto de sus labios duros y claientes aún en los mios. Laura, yo te, yo te... te quiero... joder... ¿por qué me decía aquello? No era capaz de entenderle, le vi marcharse finalmente, justo lo que no quería que hiciera, mierda y más mierda... pero había sido hermoso, y al girar la cabeza también vi a Pablo cubierto de semen en el rincón mirándolo todo y más, porque sólo ellos sabían lo que había pasado antes de despertar yo... que sin duda estaba despierta aunque en una pesada duermevela, y como medio borracha del orgasmo y el deseo y el olor a sexo y…

Tenía frio. Habíamos estado allí masturbándonos, desnudos los tres, cuando ya la claridad que entraba por las ventanas era evidente luz de día. ¿Cuánta gente nos habría visto hacerlo, desde el edificio de enfrente? Cubrí, entonces sí, mi cuerpo al completo con la manta sin importarme que se manchase aún más de semen fresco, mientras veía cómo Pablo también se comía su propia semilla, que recogía con su mano tras acabar la paja, porque mi niño aprendía rápido. ¿Qué iba a ser de él?