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Wilsilor (08: La pequeña Manuela)

en Bisexuales

WILSILOR VIII

La pequeña Manuela.

Por Wilsi

La pasé divino en el sofá con la cabeza hundida en la entrepierna de mi hermana y metiendo mi lengua hasta lo más profundo de su poncha. Sobre ella, recibía también mi parte cuando mi poncha reposaba en su boca. En la TV estaban pasando a la actriz de Buffy la caza vampiros, Sarah Michelle Gellar, en una entrevista sobre no sé qué película, y verga, eso me trajo burda de recuerdos…

Mi hermana y yo nos quedamos un rato echadas en el sofá, descansando un poco de la juerga y yo recordaba que Sarah, en "Juegos sexuales", había sido tan perversa como mi hermana.

Quien la haya visto recordará una escena cuando ella, sentada con su amiga tonta, en un parque la enseña a besar. "¿No has practicado con tus amigas?", y la boba le dice que no. Ella le dice que cierre los ojos y luego la besa en los labios. "Ahora te meteré la lengua en la boca", le dice después y bueno…, ya saben lo demás. Cuando la vi me pareció una cochinada, pero ahora sabía que eso puede pasar y que yo había sido besada en una situación similar.

Cuando ya iban a dar las seis, me volvía a poner el pantalón y mi hermana su short. No deseábamos que mis papás nos vieran en esas fachas.

Ha pasado ya un año de aquello. Ahora tengo algo más de dieciséis y mi hermana diecisiete. Ambas estamos por graduarnos de bachilleres y somos muy felices. Cristo Jesús se mudó cuando llegaron las vacaciones escolares, así que tenemos ya bastante tiempo sin estar con un chamo. No nos importa, pues mi hermana y yo, nos complementamos muy bien, solas.

A mi hermana ahora la respetan y le dicen que ya maduró porque no se la pasa de rama en rama o ahorcándose en cualquier palo, es decir, su fama de puta está casi sepultada porque en todo este tiempo no la han visto con zalamerías con ningún muchacho. Dejó la maña del cigarrillo, está sacando mejores notas y ahora está en un equipo de fútbol femenino. Está más bella que nunca y siento que yo no podría vivir sin estar a su lado.

En mi caso, me sigo vistiendo más o menos igual, solo que ahora no me da pena mostrar que también soy bonita. No tengo por qué avergonzarme de mi cuerpo porque es hermoso y si pudiese andar desnuda por la calle, andaría. Mis cabellos crecieron y ya me caen sobre los hombros y casi siempre me hago moñitos o me saco mechoncitos. Los chamos me buscan, pero yo no tengo tanto interés; no por ellos, sino porque lo mío lo tengo en casa.

Mi hermana tiene más gusto por hombres y mujeres. Bueno, solo se ha acostado conmigo y con cristo Jesús, pero siempre está fantaseando con chamos y chamas indistintamente, aunque pistonea más por las mujeres.

Yo me considero más lesbiana. Desde que estoy con mi hermana, fantaseo y me pajeo más por ella y por otras chicas. Sí, soy más lesbiana que ella.

Este año de verdad que fue intenso. Por ejemplo, tanto mi hermana como yo deseábamos, por moda o capricho, no sé, hacernos un tatuaje y colocarnos algunos piercings. Por supuesto, papá y mamá se negaron rotundamente y buscaron las mil y un excusas para no aprobar esta idea; pero fue tal la insistencia, que al final, accedieron a regañadientes.

Ahora lucimos cada una, un piercing en el ombligo, varios en las orejas y un formidable tatuaje muy pequeño, pero llamativo que se sobresale siempre entre la pantaleta y los calzones, llamando siempre la atención de hombres y mujeres cuando nos ven pasar.

Papá y mamá no están contentos, pero ya comienzan a asumir que estamos marcadas de por vida. Lor y yo, no les paramos bolas, total, son nuestros cuerpos y siempre los estamos cuidando para mantenerlos en forma. Hacemos ejercicios, nos untamos cremas, pero lo mejor, son las caricias y las lenguas pasando por el ombligo o lamiendo los tatuajes.

Mi hermana y yo nacimos para eso: para amarnos y hacernos felices.

En diciembre del año pasado, nuestra intimidad se vio afectada por la llegada de una prima del estado Mérida llamada Manuela. Es una nena linda, de ojos claros, muy blanca y apenas cuenta con doce años de edad. No me molestó que se quedara porque le dieron mi cuarto para que durmiera durante la semana que se quedaría mientras que, Lor y yo debíamos quedarnos juntas. A mis papás les pareció bien porque no sería la primera vez en que supuestamente mi hermana y yo nos haríamos compañía y, a nosotras nos vino como anillo al dedo.

Manuela llegó un domingo 12 y estuvimos jodiendo y compartiendo con ella hasta la medianoche. Luego, Lor y yo, nos desvelamos bajo aquel frío decembrino, practicando nuestro acostumbrado "pa’ rriba y pa’ bajo", es decir el 69 y también, el 71 (el mismo 69, pero cada una con un dedo en el culo).

Manuela era una niña bastante hermosa, de cabellos negros, siempre recogidos en un moño, de piel blanca y pecosa y, aunque era flaca y de pechos planos, se veía que iba a ponerse bien buena más adelante. Lo más gracioso de ella era su forma de hablar. En los andes venezolanos y colombianos, se habla de una manera muy particular, con un cantadito bonito y sin dejar de decir "usted" hasta a un recién nacido y se les llama gochos a estas personas.

El martes 14, en la madrugada, luego de que Lor se durmiera de tanto pasarla bien, decidí ir a la cocina y tomar un poco de agua. Mis padres no estaban esa noche porque se quedaron en la casa de mi abuela paterna, así que yo no le paré y salí en pantaleta y con una camiseta muy corta; además, Manuela, seguramente estaba en el quinto sueño.

Tomé agua lentamente, fui al baño y luego, me senté un rato en el sofá de la sala. Diablos, la verdad es que necesitaba seguir pasándola bien, pero mi hermana estaba dormida, y no era para menos, porque estuvimos cinco horas seguidas invirtiendo nuestras energías en lo que más nos gustaba: cogernos.

Como la luz estaba apagada, me pareció propicio seguir mi fiesta yo sola, así que comencé a pajearme en la semi oscuridad. La estaba pasando muy bien como siempre con uno o varios dedos adentro de mi poncha y, era tanto el goce, que me empecé a bajar la pantaleta. Me la llevé hasta los muslos y pensé ¿y si la carajita baja? Ay, por favor, seguramente estaba durmiendo tumbada como mona.

Estaba en plena joda, moviendo mis caderas hacia abajo y hacia arriba, en círculos, ¡qué delicia!, cuando noté que allí, asomada tras una pared, estaba Manuela, mirándome. Rápidamente, entre susto y pena, tomé un cojín, me tapé, y quedé con la pantaleta que ya estaba remangada en mis pantorrillas.

-¿Qué hace?- me preguntó asombrada con su acostumbrado acento.

Me dio rabia que estuviese allí y que me hubiese cortado la nota.

-¡Me estoy pajeando!- le dije con fuerza- ¿Es que acaso nunca lo has hecho tú?

Ella se quedó como pasmada.

-No, ¿qué eso?

-¿Qué? ¿No sabes lo que es hacerse una paja?

-No, ni idea.

Me extrañó que no supiera, porque los chicos a esa edad ya están bastantes pilas; pero luego me recordé a mí misma y concluí en que yo hasta los quince fue que vine a saber.

-¿Me explica?- dijo ella con una inocencia que me asombró.

-No, eso es algo íntimo- respondí malhumorada.

No sé por qué yo estaba así. Lo lógico sería que me excitara la idea, pero asumo, que quizás, estaba tratando de no meterme en peo, ¿Qué tal si la carajita fuese pajudita, o sea, chismosa, y se lo contara a mis papás? Yo no podía arriesgarme así, mejor mantenerme tranquila.

-Oiga, enséñame, ¿sí?

-Mira, manuelita. Eso es algo que sirve para sentirse bien y para relajarse. Todo el mundo lo hace.

-Yo no.

-Bueno, es porque apenas estás entrando en la edad de descubrirte, pero a su debido tiempo aprenderás.

-¿Y por qué no ahora? Simplemente me explica y ya. Tengo curiosidad, ¿sabe?

-La curiosidad mató al gato, dice el refrán.

-Mire, prima, lo que pasa es que yo la vi a usted allí, como que con dolores, como llorando y ahora usted me dice que la estaba pasando bien en eso. Por eso quiero saber.

-Oye, ¿si te enseño, no se lo dices a mis papás?

-Se lo prometo.

-Está bien. Ven acá. Enciende la luz.

Ella me hizo caso y se paró justo delante de mí.

-Quítate el short- le dije.

-¿Qué?

-Que te quites el short.

-Pero es que me da pena.

-Está bien. Mira: solo mete tu mano bajo la tela y date masajitos en tu ponchita, ¿entiendes?

Me gustó ver como se subía un poco la franela y metía suavemente, con miedo, su mano bajo el short. Me excitó ver como se abultaba su mano bajo la tela y los movimientos torpes que hizo después.

-¿Sientes algo?

-No sé…

Entonces me quité el cojín, me terminé de sacar la pantaleta, abrí un poco mis piernas y me abrí los labios de mi poncha, que estaban súper hinchados.

-Mira, chipilina, este es la cuca, la poncha, la totona, la vagina, etc.…, cuando seas más grande los labios se te van a hinchar y vas a botar mucho líquido como esta, ¿ves?

-¡S-sí…!

-Debes meter tus dedos más o menos así… y darte masajes, pero no solo en los labios sino adentro…, así…, en un musculito, que llaman clítoris…

Yo estaba gozando al exhibirme ante ella y que me viera pajeando. Sin saber estaba siendo exhibicionista (que es una perversión consistente en el impulso a mostrar los órganos genitales).

-Quítate el short- insistí.

Esta vez ella accedió y me encantó ver como se bajaba el calzoncito con pantaleta y todo y descubrió ante mí unas piernas flacas, pero bonitas y un pubis al que, sorprendentemente, el monte le había crecido mucho. Bueno, ella de por sí era algo velludita.

Le toqué con delicadeza su ponchita, le abrí los labios de lo más natural, y l e dije que la iba a pajear yo para que aprendiera. A ella le dolió un poquito el tener uno de mis dedos adentro, hurgando en busca de su clítoris.

Ya yo era toda una experta en ponchas y no tuve dificultad en hacerla sentir bien. Le hice suaves movimientos circulares y la froté con diferentes velocidades hasta que empezó jadear tímidamente primero, y como una loca al rato, cuando los movimientos se acentuaban.

Allí estaba yo, sentada en el sofá cómplice de muchos secretos, pajeando a esa gochita que para colmo se llamaba "Manuela", como le decimos a veces a las pajas, porque se hacen generalmente, con la mano.

-¿Me puedo vestir?- me dijo al rato, luego de sudar y jadear, como nunca lo había hecho.

-Claro- le respondí- Eso sí. Que no se te vaya el yoyo, o sea, la lengua, y se lo cuentes a alguien. Esto es algo que solo lo sabe uno y uno que otro amigo. En este caso, solo lo sé yo.

-Está bien. Igual me daría pena contarlo- me dijo inocentemente mientras se subía los calzones.

-Ve a dormir que ya es tarde- le dije- Mañana hablamos.

Ella me obedeció y se fue al cuarto y yo, me quedé allí por media hora más, metiéndome mano hasta la saciedad. Cuando me dio sueño, me fui a la cama con Lor, pero estaba tan excitada que preferí ponerla boca arriba, le abrí las piernas y metí mi cabeza entre ellas y así, mamando mi primer alimento del día y escuchando los vagos gemidos de mi hermana, debí quedarme dormida.

Cuando desperté aún tenía mi cara pegada a su monte oloroso y noté, con delicia, que era Lor, quien ahora se estaba desayunando la miel de mi tarro eterno. Como yo también tenía hambre, me dediqué a comer también y así, ambas nos servimos mutuamente hasta que, la puerta sonó.

-¿Quién es?- balbuceó mi hermana, reacomodándose y tratando de arroparnos decentemente.

-Soy Manuela, ¿puedo pasar?

-Sí, pasa.

La niña entró y me miró con cierto aire de complicidad y yo recordé que debajo de ese shortcito se escondía una mujer en potencia.

-¿Quieren que yo prepare el desayuno?- dijo con amabilidad. Lor y yo nos vimos y sonreímos.

-Sí. Hazlo- respondimos casi al unísono.

-Bien. Sigan durmiendo- sugirió Manuela y luego salió del cuarto.

Lor y yo, nos encogimos de hombros pensando que si así llovía que no escampara, y, como el desayuno tardaría un poco, ¿por qué no seguir picando?

Nos desarropamos, yo me volteé y así, de lado y lado, nos seguimos merendando mutuamente.

Ese martes, Lor salió a comprar unas cosas y yo me quedé en casa con manuela. Yo estaba vestida con una falda de blue jean, bastante corta, sandalias y un suéter de color gris. Decidí entrar a mi cuarto a buscar unas cosas y encontré a Manuela allí, como ausente…, extraña.

-¿Qué te pasa?- le pregunté.

-Estaba pensando en lo de anoche. Hoy lo intenté y me gustó bastante.

-Eso es bueno. Cuando una se está en tu edad, eso es bueno para descubrirse. En el futuro estarás con un hombre y te sentirás mejor si te conoces.

-¿Cómo así?

-Cuando un chamo te acaricie o hagas el amor con él, si no sabes lo que te gusta, quizás termines sintiéndote mal o haciendo las cosas como no son, porque no sabes.

Estuvimos hablando por un buen rato de varias cosas referentes a los hombres y las mujeres y salió la conversación de las vaginas depiladas.

-¿Por qué yo tengo más pelos que usted allá abajo?

-No tienes más, manuela. Lo que pasa es que yo me depilo.

-¿Se depila? ¿Cómo es eso?

-Me saco los vellitos con cremas o con una máquina. Me afeito las piernas o los pelitos de allí para que no se me salgan tan feos por los bordes de las pantaletas o las tangas. Mira.

Y me subí la falda para dejarle ver mi tanguita.

-Se ve bien. A mi se me verían, ¿verdad?

-Creo que sí. Pruébatelo.

Me saqué la pantaleta dócilmente y se la alargué para que ella se la pusiera. Antes, por supuesto, le pedí que se quitara el short que llevaba opuesto, así que solo se quedó en camiseta y zapatos. Luego, se puso mi tanga y como era de esperar, sus vellos, sobresalían por los lados de la tanguita.

-¿Ves? Se ven poco estéticos.

-Sí. ¿Y yo puedo depilarme?

-Claro. Es cuestión tuya. Mírame a mí- le dije mientras me remangaba la falda nuevamente, esta vez para dejarle ver el hilito de vellos que apenas poblaba mi poncha- ¿Linda, verdad?

-Sí. ¿Me lo hace a mí?

Esa petición no podía esperar. La senté en un mueble y le dije que levantara y abriera las piernas.

-¿Para qué?- preguntó ella sabiendo que eso no era tan necesario.

-Es para depilarte mejor- mentí.

Solo quería verla con las piernas al aire y abiertotas. Y así fue, se abrió de lo lindo con esa elasticidad propia de las carajitas de su edad y yo me deslumbré al ver que sus carnes también se abrían y se marcaban bajo la telita. Se veía linda con sus zapatos al aire. Me imaginé como sería meter mi lengua allí o en ese culito que se escondía inútilmente entre el hilo de tela.

No quise depilarla con cera para no irritarla y tampoco producirle dolor, así que busqué una maquina de afeitar eléctrica y arrodillándome ante ella, comencé a pasarle con cuidado la maquinita. En pocos segundos ya estaban cayendo sus vellitos en un pañito que puse en el suelo y me comencé a excitar al ver su cara llena de sorpresa y de inocencia. Pasé una y otra vez el aparato por sus carnes, guiándome con la tela y pensando en lo rico que sería mamar una ponchita como esa.

Hasta ahora yo solo se la había mamado a mi hermana y había fantaseado con mamársela a muchas carajas más, y allí estaba ante una, próxima a hacerlo, rezando por una oportunidad. Pero la pinga, ¿y si la carajita se arrechaba? ¿Y si se iba de pajas con mis padres? No, mejor ni intentarlo.

Mi mente se nubló y sentí como mi cara se iba acercando poco a poco, eternamente a aquellas carnes olorosas y jóvenes. Yo respiraba dificultosamente ya. Mi boca estaba abierta y mi lengua…., mi lengua jugueteaba con mis dientes y labios buscando salir en busca de esa tierra inexplorada.

Decidida, le corrí la tanga y dejé ese cráter abierto, rezumando sus tibios olores y, sin más contemplación, mi lengua entró y sentí el magma caliente de esa niña que me miraba asombrada y se dejaba hacer. Mamé y mamé hasta la saciedad y sentí una palmadita en la cara…, seguí chupando el dulce néctar y volví a sentir una palmadita un poco más fuerte.

No hice casa hasta que una nueva palmada, me devolvió a la realidad.

-¿Qué le pasa, prima? Se quedó como pasmada- dijo Manuela, mirándome con asombro y ya con las piernas abajo- ¿Se siente bien?

-¡O-oh, sí! ¡E-estoy bien! Lo que pasa es que me mareé un poco.

No cero que manuela me haya creído, pero aceptó mi excusa y luego le dije que se parara para ver como había quedado. Le hice quitar mi pantaleta y admiramos su nuevo corte. Ahora ella también lucía una ponchita afeitada y con un hilito de vellos muy lindo.

-Gracias, prima. Oiga. Quiero decirle algo.

-¿Qué?

-Es que no sé como hacerlo.

-Solo habla y ya.

-Es que vea: yo quiero que usted…, me pajee como anoche.

Eso me excito muchísimo y no iba a perder la oportunidad. Manuela me explicó que ella sabía que hay hombres y mujeres "invertidos", pero que ella no era una de esas y no quería darme mala impresión, solo, deseaba dizque aprender. Si ella hubiese sabido entonces a quien le estaba hablando.

Lo cierto del caso es que la acosté en la cama, le quité los zapatos, me senté junto a ella y le abrí las piernas; luego dejé que uno de mis dedos acariciara suavemente sus muslos…, sus entrepierna y terminara coqueteando con sus labios. Manuela estaba absorta, dejándose hacer y yo, gocé un mundo dejando que mis dedos la desvirgaran definitivamente esa tarde y pensaba en lo que iba a pensar mi hermana.

No sé si iba a arrechar o iba a celebrar que estuviese allí con la gochita dándole duro en su entrepierna y haciéndola mover instintivamente su pelvis y gemir sin miedos.

No pude evitarlo más. Me eché sobre su entrepierna y hundí mi cabeza en ella. Manuela sintió algo más que mis dedos en su interior y se asustó.

-¿Qué haces?- balbuceó tratando de levantarse, pero yo le di una mamada tan rica que, por más que ella trató de detenerme, en unos minutos ya no era dueña de sí y me dejó hacerle lo que quisiera.

Fue rico probar esa cuquita infantil, que ni siquiera segregaba tanta leche y besar su ombligo, subirle la camiseta para morder sus limoncitos y, por último detener mis labios en los suyos para darle su primer beso, con sabor a ella misma.

Ahí estaba yo, con mi segunda relación lèsbica, luego de de mi hermana y siendo quien enseñara esta vez.

Estaba segura que a Manuela le gustaban los chamos, igual que a mí, pero esa tarde, aprendió que le gustaba algo más.

 

Wilsi

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