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Wilsilor (20: Maritè en los baños)

en Bisexuales

WILSILOR XX

Marité en los baños

Por Silfa

Amanecí con el culo adolorido, pero contenta de tener una vida secreta tan excitante y deliciosa. Esa mañana me puse un pantalón negro de vestir, sandalias altas, camisa manga larga, chaleco y corbata. Tuve que hacer una exposición en la universidad para la cual había estudiado mucho y en la que saqué la mayor de las notas. Estaba ansiosa de que mi esposo me pasara buscando y me llevara con las hermanas WILSILOR. Cuando lo hizo, me dijo que no había cuadrado nada y que las iba a llamar.

Me decepcioné pensando que tal vez no iban a aceptar (por lo menos Wilsi, a quien no le tenía confianza todavía). Sin embargo, me contentó escuchar a Ricardo decirles que las pasaba buscando en unos minutos.

Cuando las vi llegar se me puso la piel de gallina y se me aceleró el corazón. Lorena llevaba puesto un pantalón ancho de color verde, una franela azul con un letrerito que decía "Moon ligh", zapatos deportivos y un gorrito negro en la cabeza. Wilsibeth llevaba zapatos rojos, medias cortas, un pantalón blanco con muchos bolsillos y una franela de color negro con un ojo estampado en el pecho. Se subieron en la parte de atrás y yo estaba más nerviosa que nunca. Ricardo preguntó a donde queríamos ir, y en vista de nuestra indecisión, terminamos yéndonos hacia una de las partes altas de la ciudad.

Yo pensaba en el momento en que llegáramos a los miradores y nos fuésemos a un lugar solitario, pero en plena carretera, Lorena se inclinó hacia delante y comenzó a besarme. Eso me excitó mucho y la correspondí, especialmente, me agradó la idea de que su hermana nos viera en ese plan. Lorena aprovechó y me fue desamarrando la corbata y me desabrochó uno a uno, los botones de la camisa. Luego, me sacó las tetas del sostén.

Recliné el asiento hacia atrás para que Lorena me siguiera besando y manoseando mis senos. Ella me lamía y chupaba las tetas mientras su hermana nos miraba atónita. Me excitaba el hecho de sentir esos ojos claros centrando su vista en mis pechos y en mi cara que era todo un poema. Entonces sucedió lo inevitablemente predecible: Lorena volteó y le guiñó un ojo a su hermana.

-Ven- le dijo.

Y se me aceleró demasiado el corazón al verla acercarse.

-Chúpaselas- dijo Lorena y le empujó la cabeza hacia mis tetas cada vez más hinchadas.

-Hazlo- le pedí al ver que se quedaba pasmada por la indecisión-. Ayer se lo mamaste a mi esposo, ¿verdad? Pues, hoy ¿qué te detiene hacérmelo a mí? También sé que besaste a tu hermana- continuó Silfa-. Mírame: ¿no te provocan mis tetas?

Y sucedió lo que tanto anhelaba. Wilsibeth bajó su cabeza y me mamó mis montañas de carne por primera vez

Yo me tripeé (como dicen los chamos, me gocé) las bocas de las dos hermanitas besando mis senos o mis labios. Wilsibeth me sacó la camisa del pantalón y me besó el estómago. Lo hacía tan lentamente y parecía que me exploraba. Más tarde me contó que estaba seducida por mi belleza y por mis formas perfectas.

Cuando llegamos el mirador ni siquiera vimos la ciudad, pues, la vista en el interior del carro era más interesante, y tampoco salimos de él. Esta si que era una orgía (un todas para uno y uno para todas, como dijo una de las chicas). Lorena y yo seguimos con los besos y me excitó ver a Wilsibeth mamándole el güevo a mi esposo que ya estaba desnudito. Disfrutaba de los besos y caricias de la chica, pero más de ver a su hermana tirándose a mi esposo. Coño, la recuerdo en pantaleta, sentada sobre Ricardo y dándose una buena cogida.

Sin dejar de mirarlos, le quité la franela a Lorena y me dediqué a sus tetas. Recordé todas las vainas que me dijo mi mamá de chiquita (que una mujer debe ser de un solo hombre, que la homosexualidad es mala, que una no debe andar en eso de hacer cochinadas-como mamar güevos, etc.-) y me dije "¡Si mi mamá me viera, diría que me he vuelto toda una puta enferma!"

Seguimos con la cogida por media hora más. Me recuerdo haciendo el 69 con Lorena y que ella se levantó para cambiarse con su hermana. Ahora era Wilsibeth quien se acostaba sobre mí, poniendo su cuquita en mi cara. Que delicia fue meter mi lengua por primera vez entre esos labios mojados y agri-dulces. Mmmm, recuerdo claramente el sabor de mi esposo en su cuca porque se la acababa de coger. También me chorreé al sentir su lengua metiéndose en mi vagina y sus dedos abriendo mis labios y Pajeándome. Creo que no era su primera vez porque su técnica era muy depurada. Supuse, que la noche anterior practicó bastante con su hermana. Pero me equivocaba, pues, tenían meses en eso.

Disfruté de sentir su lengua en mi culo palpitante y adolorido por la cogida de la noche anterior y sentí su delicadeza en ese sitio tan sensible y aporreado. Creo que conforme ella iba metiendo su lengua hasta bien adentro, mi culo parecía tragársela. ¡No joda, que vaina tan rica! Esa hija de puta, no era primeriza un coño, y si lo era, verga, ¿Cómo sería cuando cogiera experiencia?

Esa tarde, mi esposo se cogió a las dos carajitas de mil y un formas. No me importó que no me lo hiciera a mí al principio, porque ya tendríamos tiempo y además, me interesaba más, como a él, tirarnos a las hermanitas. Lo más que hice fue, arrodillarme con las piernas abiertas en los asientos delanteros, con una rodilla en cada uno para que Ricardo me chupara la cuca y el culo. Me encendí más al ver a las hermanas, sentadas en los asientos de atrás, mamándole el güevo y besándose entre ellas.

Me encantó estar allí, refregándole mi cuca en la cara a mi esposo, mientras me sabía observada por las dos muchachas. Me imaginé que veían mis pechos desnudos, saliendo del sostén abierto o la camisa desabrochada y por eso, fuertes corrientazos de placer flagelaban mi piel y chorreaba muchos jugos en la boca de mi hombre, que ahora también lo era de esas niñas.

Fue excitante turnarnos para disfrutar. Ahora estaba allí Lorena dejándose mamar y yo mamaba el güevo junto a wilsibeth que ya no era una extraña y a quien cada vez le tenía más confianza. Me encantó volver a besar a Lorena y ver como Wilsibeth, ahora, era quien le regalaba sus jugos a mi esposo.

Fue una tarde deliciosa en la que mi esposo en definitiva nos cogió a las tres tantas veces que quedamos exhaustas, aún así, bajando nuevamente a la ciudad, las tres mujeres no paramos de besarnos y de manosearnos como las putas lesbianas que somos.

Esos días fueron culminantes en mi vida y me declaré completamente bisexual y sin rollos ni prejuicios entupidos. Hacer el amor en zancos o con Natasha y los muñecos que escondemos en nuestro sótano, me hizo sentar las bases sobre mi verdadera orientación sexual. Me excito con mi esposo, con mujeres, con palos, frutas y hasta con muñecos con grandes falos. Esa soy yo, una mujer. Una mujer, que estudia educación, trabaja en un preescolar y es todo un ejemplo de moral, pero que en casa, en el carro, en el baño, o simplemente, en la intimidad, es toda una puta depravada.

Ya nada me importaba ni me prejuiciaba tanto en el sentido de experimentar. Sé que me gustan los hombres, pero solo tengo de vez en cuando un mal pensamiento, no obstante, cuando veo a las chicas en la universidad, en la calle, donde sea, mis fantasías, son casi oraciones, súplicas por recibir de ellas aunque sea una mirada, una caricia.

Cuando volvimos a clases, después de carnaval, ya yo miraba a las mujeres con una permisibilidad diferente. Justamente, ese día, Marité, la chica de teatro, me pidió que la acompañara a investigar unas cosas. Yo tenía que irme a casa a hacer mis propias labores pero pensé: ¿me voy a pelar este bonche?

Tomamos un bus hasta el centro para ir a la biblioteca metropolitana, pero era tanta la gente que me tocó ir de pie. Marité estaba sentada justo ante mí y me sonreía cada vez que cruzábamos miradas y yo, solo atinaba a pensar en la forma de ligar con esa linda chica. Yo llevaba puesto un jean a la cadera, sin correa; zapatos deportivos y una camisa blanca manga corta y anudada por delante.

Yo iba agarrada del tubo y me imaginaba la carita de Marité chocando contra mi pantalón. De hecho, faltaba poco para que lo hiciera y yo aprovechaba que el bus estaba repleto para pegar mi pelvis contra sus hombros o ponerla cerquita a su cara. Deseaba fervientemente que ella se acercara y metiera sus dedos en mi pantalón y lo bajara allí mismo delante de todos los usuarios y me diera besitos en mi jardín o se lamiera todos mis jugos. Recé para que el tiempo se detuviera para el mundo, menos para nosotras y allí, mismo, en ese bus, se comiera mis carnes. Total: no sería mi primera vez en un bus.

Yo anhelaba que subiera su cara y con sus dientes desanudara mi camisa y que luego, arrodillada sobre el asiento, me arrancara con su boca los botones y se devorara mis pechos que apuntaban sus picos hacia ella.

La verdad yo estaba súper excitada y con la pantaleta bien mojada. Diablos, no sé como aguanté el tedio en la biblioteca durante la hora y pico que estuvimos leyendo libros, buscando una información que no me interesaba tanto como echarle ojitos a esa mujer que estaba allí, leyendo no sé que cosa.

Antes no me permitía ver con libertad a las mujeres, pero luego de ser la mujer de las hermanas WILSILOR, ahora soy más libre de ver y sentir por las chicas. Precisamente, estaba disfrutando de ver a Marité allí sentada, con su paño en la cabeza, sus grandes aretes y un piercing delicioso en su nariz como el que yo nunca tendría (por aquello de que trabajo en un preescolar).

Se veía tan provocativa con su strech de color verdoso pintado con arañas por todas partes y una franelita corta de color rojo que dejaba ver su ombliguito adornado por otro piercing.

Me levanté con el pretexto de buscar un libro y vi, con delectación, que como se le subía bastante la franelita se le veía gran parte del tatuaje y coño, también el strech ayudaba porque se le salía la pantaletica azul y me excitó el pensar que me arrodillaba tras ella, y que con mi lengua basaba y lamía el cuerpo escamoso del dragón y bajaba y bajaba, hasta meterme en culo de mi amiga.

Coño, que delicia hubiese sido hacer eso, pero por supuesto, no me iba a atrever en una biblioteca y menos sin saber si esa chama me iba a aceptar o no, porque yo sabía por chismes y por las actitudes de Marité que si le gustaban las mujeres, pero ¿y si no?

Al día siguiente Marité se sentó a desayunar conmigo. Hablamos no sé de cuantas vainas y, no pude evitar que a mi mente llegaran los recuerdos de todo lo que se decía de ella (que si era puta, que si se metía al baño o pajearse con otras chicas…).

Yo ese día llevaba puesto un pantalón beige de seda muy ajustado, sandalias altas, camiseta negra y una chaquetita de cuero marrón. Marité llevaba un jean strech de color negro, zapatos deportivos y una franela negra, algo corta y bien ceñida a su tronco.

Antes de irnos a clases, me invitó al baño y yo pensé: ¡coño, ¿será que quiere coger conmigo?! Una vez allí, ella se metió a uno de los cuartos y yo aproveché para retocarme el maquillaje. Otra chica que estaba allí, salió y pensé que si iba a pasar algo, era el momento. Siempre fantaseé con ese instante, pero nunca me imaginé vivirlo.

Marité salió del cuarto y sentí su mirada en mi espalda.

-No usas pantaleta, ¿verdad?- susurró.

Eso me excitó mucho y me dio a entender que estaba tratando de entrar en calor.

-No. Así no se me hacen marcas feas y puedo estar bonita para cuando alguien me vea desnuda- dije insinuante.

-¿Alguien o Ricardo?

Yo me volteé y la miré fijamente.

-Alguien, quien sea…- dije insinuante.

-¿Engañas a tu esposo con otro hombre?- inquirió ella con un fuerte grado de incomprensión.

-No. Pero me gusta que me vean- dije acercándome lentamente.

-¿Quién?- preguntó con voz temblorosa.

-¿Qué tal… ¡tú!?- dije con fuerza.

Sin dejarla reaccionar y sabiendo que ya muchas veces ella se había llevado a otras chicas al baño, me acerqué y le di un beso en los labios, ella reaccionó con fuerza y yo presumí que lo hizo por miedo. Volví a intentarlo y solo recibí un empujón.

-¡¿Qué coños te pasa?!- gritó- ¡Eres una lesbiana de mierda!

-¡¿Qué?! ¡¿Y tú no?!- respondí con aspereza.

-¡NO! ¿O sea, que también eres de las que crees que yo me la paso manoseándome aquí con otras mujeres?

-¿Y no es así?

-¡No! ¡Jamás he hecho nada con mujeres! ¡De vaina he estado con un hombre!

-¿Qué? Pero por ahí dicen que has estado con una docena de tipos y tipas de esta universidad.

-¿Crees todo lo que te dicen?

-No, pero…

-De chismes está compuesto el mundo. Por ejemplo: de ti se dice que eres una mujer recatada, esposa fiel a su hombre e incapaz de estar por ahí en guarradas con mujeres, y resulta que me acabas de demostrar que no es así…, que eres tú la que es una puta lesbiana.

No pude decir nada. Había metido la pata hasta el fondo y en verdad me había dado en evidencia ante ella, estrellándome bien feo. De ella decían tantas cosas feas y resulta que solo eran chismes; y de mí que era ejemplo de moral, resulta que era la perdida en todo caso. ¡Coño de la madre!, lamenté mucho haber sido tan tonta y de no haberla seguido para pedirle disculpas. Estaba petrificada de la vergüenza y de demostrarle mi ambigüedad.

Ese día la pasé muy mal y no pude hablar con ella. Creo que fue una noche terrible en la que no tuve deseos de hacer el amor ni de masturbarme. Llamé a Marité a su celular y estaba apagado. La busqué al siguiente día y nada. Durante tres días estuve sin saber nada de ella y me sentí tan desgraciada.

Pero lo que es del cura va pa’ la iglesia, reza el refrán popular. El día viernes ella se acercó a mí y me pidió que habláramos. Nos sentamos en el jardín y yo le pedí disculpas por haber sido tan tonta y ella, para mi sorpresa, no estaba molesta; más bien, contrariada.

Conversamos bastante rato y me contó que no era lesbiana para nada y que con hombres, sus experiencias se reducían a simples noviazgos de liceo y una relación tortuosa que tuvo con un chico antes de graduarse de bachiller.

-Hicimos el amor varias veces-dijo-, pero creo que solo pensaba en mi cuerpo y me cogía para sentirse bien él, pero yo, deseaba ser tratada de una manera más bonita. Ahora, desde que comenzaron los chismes acerca de mi gusto por las mujeres, no han parado mis problemas. Por un lado, me da arrechara que hablen por hablar, porque no es verdad; por otro, he pensado en hacerlo para que hablen con razón, pero no me atrevo, porque no soy así.

-Yo tampoco lo era- dije-. Incluso estuve mucho tiempo negándome a la idea, pero una vez que probé descubrí que había perdido mucho tiempo en prejuicios entupidos.

-¿Y como saber si te gusta algo si no lo sientes?

-¿No lo sientes o tienes miedo de sentirlo?

-¿A qué te refieres?

-Te explico: Yo me decía que no me gustaban las mujeres. Me lo negué muchas veces, pero ¿sabes qué? Pasé horas y horas mirando a las chicas que pasaban por aquí, en la calle o en cualquier parte. Miraba sus ropas, sus tetas; miraba quien tenía pantaleta o sostén y quien no. Incluso a ti misma, te miré muchas veces…

-¿A mí?

-Sí. Yo todavía no me asumía porque pensaba que era algo malo. Me pajeé tantas veces con películas y revistas de mujeres y un día me dije: "Bueno, si te la pasas en esto, es porque te gusta la vaina, ¿no crees?" Y un buen día, me acosté con mi primera mujer.

-Pero es que es diferente, yo…

-¿En qué es diferente? Acabas de decirme que has pensado en hacerlo para que los demás hablen con ganas. ¿Acaso nunca te has pajeado o has tratado de pensar en la situación?

Marité no respondió.

-¿Acaso no lo has pensado mil veces y tiemblas cada vez que lo haces?

Aún seguía callada. Yo insistí muchas veces más, pensando en mi propia experiencia hasta que me dijo:

-Está bien, lo asumo. Si lo he pensado. Cuando intentaste besarme en el baño, me asusté mucho, pero desde ese día, no he parado de pensar en la vaina. En mi casa me he masturbado pensando en lo que habría pasado si yo te dejaba hacerlo… he reflexionado mucho sobre estar con una mujer y te confieso, que…

-¿Qué?

-Que quiero probar.

-¡Bien!

-Quiero saber si es algo que necesito y por eso, necesito que me ayudes. Pero con una condición: si no me gusta, lo dejamos ¿okey?

-Okey.

Nos quedamos calladas un largo segundo, pensando en el próximo paso.

-¿Y qué vamos a hacer?- preguntó ella.

-¿Qué tal y vamos al baño? Así cumpliremos el sueño de la gente.

- No sé. ¿No será muy arriesgado? Y en todo caso, que digan que yo estoy allí, tirando con una chica, no le sorprendería a nadie, pero que digan que tú estabas allí, conmigo, sería muy malo para tu reputación.

-¿Qué me importa la reputación? Además, como dice Arjona: la "…reputación no son más que las primeras seis letras de esa palabra". Vamos.

Y ambas nos levantamos presurosas para ir al baño. Entramos y no había nadie a esa hora. Supongo que gran parte de la población estaba en sus salones u oficinas. Marité tenía puesto un pantalón de color verdoso, bien ceñido a su cuerpo y una franela muy corta con rayas verticales de color anaranjado, llevaba zapatos deportivos y los cabellos sueltos. Yo iba con un pantalón blanco ajustadito y una blusa corta que dejaba ver parte de mis poderosas razones.

Nos metimos a uno de los cuartitos y cerramos la puerta. Pusimos nuestros bolsos en el tanque de la poceta y nos miramos fijamente durante varios segundos, tratando de dar el primer paso. Yo tomé la iniciativa y, entre nervios y torpeza, acerqué mi cara a la de ella y sentí su temor. Junté mis labios a los de ella y sentí el calor. Enseguida, ya jugueteaba con ellos y dejaba que mi lengua entrara poco a poco en su boca.

Era la tercera mujer que besaba en mi vida y no me dio miedo hacerlo. Noté que para ella definitivamente era la primera vez, porque estaba temblando y estaba muy sumisa. Sin embargo, su piel enchinada me hizo sentir que le estaba gustando la vaina. El beso se convirtió en una marejada de lisonjas en sus mejillas…, en su cuello… y volví a sentir esa suavidad que muchas veces imaginé de las chicas en las revistas y películas y que Wilsi y Lor, me reafirmaron después. Me extasié con ese olor a juventud y a frescura y se me mojó la pantaleta.

Teníamos poco tiempo y en cualquier momento nos podían pillar, así que me apresuré a ir más allá, sabiendo que Marité me estaba permitiendo todo. En medio de un gran abrazo, una de mis manos se posó en una de sus tetas pequeñas y me gustó saber que estaban tan duras ya. Con mucha facilidad y sin dejar de manosearla, le subí la franela y le dejé al descubierto sus pechos. No llevaba sostén y eso me gustó mucho.

Por primera vez mamé aquellas tetas chiquitas y gocé de estrujarlas y de metérmelas una por una en mi boca casi por completo. Marité jadeaba calladamente y me acariciaba los cabellos tímidamente. Nunca había sentido la boca de una mujer allí y menos en ese lugar del que se decían tantos chismes.

Sin dejar de mamar, acaricié por buen rato su cintura y sus caderas desnudas. Dejé que una de mis manos se posara en su entrepierna y la noté hinchada. Marité casi pega un brinco de placer y no pudo evitar que mi mano se colara bajo la tela. Coño, que rico fue sentir su cuquita húmeda y ¿lampiña?

Enseguida me senté sobre la poceta, desabroché su pantalón, le bajé el cierre y se lo halé hasta los muslos. Su pantaletica blanca se veía sugestiva y yo me estremecí al saber que me iba a dar un gran banquete. Le bajé la tela hasta sus muslos también y vi por primera vez una cuquita perfectamente rasurada. Eso me excitó mucho y mi cara se sintió inevitablemente atraída.

No sé si se escuchaba algo en el exterior, pero yo sentía que el eco era ensordecedor y que la respiración acelerada de mi amiga era bastante ruidosa al sentir mis besos allí abajo…, al sentir mis dedos hurgando en ella y abriéndole los labios. Me dediqué a ser la puerca que me gustaba ser y meter mi lengua hasta el fondo de aquellas cavidades húmedas y tragarme todos sus jugos como si fuese algo normal. Lo era.

Marité estaba allí con los pantalones por las rodillas y refregando su vagina a mi cara, haciendo por primera vez aquello que todos pensaban que siempre hacía allí en los baños. Que hablaran toda la paja que quisieran porque ahora si que era verdad. Uy, que rico era mamar esas carnes limpias y sin monte…, que delicia era su pelvis chocando en mi cara…, su olor… ¡que deleite sus caderas y su cintura pequeña…, su ombligo…!

Yo ya no era la misma mujer que se negaba a ser la mujer de otra y que vivía pajeándose en su cuarto en esos mismos baños, porque ya tenía unos meses compartiendo mi cama o el carro con las carajitas Wilsilor. Ahora sabía la diferencia entre ser cogida por un hombre y ser acariciada y amada por otra mujer. Ahora era adicta a las tetas y a los jugos que una chica bota de sus entrañas.

Ya teníamos allí como quince minutos y mi boca ya estaba bien babeada y mi lengua se saboreaba de gusto. Entonces, escuchamos que un para de chicas entraran al baño hablando varias vainas sin sentido para nosotras. En un abrir y cerrar de ojos eché a Marité sobre la tapa de la poceta y me senté a horcajadas sobre ella, pero con las sandalias pegadas a la del fondo. Así, las chicas verían un par de zapatos y un calzón caído, pero jamás se imaginarían que allí, estaban dos chicas comiéndose a besos.

Afuera, las dos chicas hablaban de no sé que coños, mientras yo, con las trabillas de la blusa caídas en mis antebrazos, me sacaba las tetas para que Marité me las mamara. Enseguida se volvió experta y yo no sé como me aguanté para no gemir de gusto.

-¿Te gustan?- le susurré al oído.

Marité con la cara hundida entre mis tetas me hizo un gesto de que sí y siguió mamando. Seguro que le gustaban porque mis tetas eran el triple de las suyas. Yo misma me las agarraba y las estrujaba en su cara, pero después ella tomó confianza y las agarró por sí misma y se las estrujo rabiosamente, mientras yo le acariciaba las orejas, los cabellos o me pegaba su cara más mis pechos.

Cuando las chicas salieron, me levanté presurosa, me bajé los calzones y le pegué mi cuca a su cara para que me la chupara. No había más tiempo para protocolos ni miedos entupidos. Solo de que me mamara y ya. Y eso hizo. Marité con nervios y torpezas me hizo feliz en aquel momento insospechado y yo me sentí cada vez más puta.

Coño, yo me aceptaba bisexual ya y que una mujer me hacía tan feliz como un hombre, pero el hecho de saber que estaba allí, en ese baño, tirando con una caraja, me hizo pensar en lo puta que me estaba volviendo y en lo perversa. La moral, las buenas costumbres, esas solo eran pajas de aquellos que no tenían más remedio que ser pichaches de amantes.

Escuchamos que alguien más entró al baño, abrió la llave de uno de los lavamanos y estuvo allí un rato, quizás lavándose. Marité fue esta vez quien levantó las piernas y apoyó los zapatos en la puerta, así que solo se veían mis pies. Yo le sonreí y dejé que me siguiera mamando. Me vine poco después en su cara y me estremecí de ganas por gritarle al mundo que allí, en ese lugar, yo era una mujer sumamente feliz.

Me subí el pantalón y me arreglé la blusa. Cuando nos volvimos a quedar solas ella se levantó y se arregló también. Nos lavamos las caras y, para disimular, yo salí primero y me fui al jardín. Poco después, ella me alcanzó y se sentó junto a mí.

-¿Te gustó?- le pregunté.

-Sí- respondió ella.

-¿Y ahora? ¿Qué dices? ¿Crees que si te gustan las chicas?

-Por lo menos lo de horita me gustó. Nunca creí que todas esas pajas que hablaban de que yo me la pasaba haciendo en los baños, se harían realidad.

-¿Arrepentida?

-No, para nada. Incluso, me recrimino por no haberlo hecho antes.

Ambas nos quedamos mirando un largo instante, como hurgando nuestros pensamientos, comiéndonos con los ojos, mordiéndonos los labios, tratando de decir algo que era evidente.

-¿Qué?- pregunté rompiendo el hielo.

-Que yo…

-¿Qué?

-Que quedé con ganas de seguir…

Esa aseveración me hizo que se me hinchara nuevamente la poncha.

-Si, también yo.

Nos quedamos pasmadas sin decir nada por un rato, mirándonos con mayor profundidad hasta que, sin pronunciar palabra, nos dijimos todo. Enseguida nos levantamos, salimos casi a la carrera nuevamente a los baños y allí, gracias a que no había nadie, nos metimos rápidamente a uno de los cuartos y nos empezamos a comer a besos y apretujarnos afanosamente.

Yo misma me desabroché mi pantalón, ella hizo lo mismo con el suyo y, sin dejar de besuquearnos, nos los bajamos hasta las rodillas con todo y pantaleta. Dios, en un segundo nos refregábamos cuca contra cuca y yo sentía sus carnes lisitas y calientes, chocar contra las mías, con su delgada línea amarillenta bien podada.

La verdad es que ya estábamos pasadas de hedonistas y especialmente yo, ahora tenía una nueva amiguita que me excitaba por la idea de meterla a mi cama con mi esposo y ¿por qué no? Con las mismas hermanas Wilsilor.

En esa hora deliciosa, ambas nos tomábamos por las nalgas y nos empujábamos con fuerzas para pajearnos juntas y gozar una bola. Definitivamente eso era lo que faltaba: las bolas de un hombre que nos atravesaran por cualquier lado. Como sea, era solo un decir, un deseo… porque la verdad, lo que teníamos allí, era suficiente para que esas dos cucas se amaran y se estrujaran hasta hacernos sudar y pararnos los pelos de gozo.

Cuando salimos de allí, fue algo tan especial y excitante, pues, los hechos nos hacían cómplices de esa verdad que nos iba a unir por siempre: éramos amantes. Caminábamos por los pasillos de la universidad y nos reíamos de nuestra propia perversidad. Nadie se imaginaba lo que hicimos esa mañana y menos que ahora yo, llevaba puesta la pantaleta impregna de sudor y de los jugos de mi amiga y que ella, llevaba la mía. Tampoco vieron extraño que, de vez en cuando, nos tomábamos de las manos en seña de amistad. Bueno, eso creo yo.

Desde ahora, Marité y yo, teníamos un secreto y mucho por vivir.

Silfa.

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