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Wilsilor (21: Maritè en mi cama)

en Bisexuales

WILSILOR XXI

Marité en mi cama

Por Silfa

Definitivamente, no hay nada oculto bajo el sol, dice el refrán popular y la verdad es como un río subterráneo: más tarde o más temprano sale a flote. Yo estoy conciente de esto y no me caigo a embustes. Por eso, sé que ya hay personas en la universidad que saben quien soy yo y me han identificado con Marité. No nos importa en realidad, porque no estamos haciendo nada malo y tampoco nos han atacado, al contrario, ahora hay más gente pendiente de nosotras y hablan pajas de Marité con sentido, en mi caso, me excita que digan que soy lesbiana.

Un viernes, luego de clases invité a Marité a mi casa para pasar un buen rato juntas. Estábamos tan ansiosas de llegar que parecía que nos íbamos a comer con la mirada y creo que la gente en el bus donde íbamos escuchaba los tronidos de nuestros corazones desesperados.

Esta vez, le tocó a ella ir de pie en el bus y yo, con su permiso, me la estaba comiendo con los ojos ricamente. Ella llevaba un calzón ancho de color blanco, sandalias y una franelita verde, además de un pañito tejido de color blanco recogiendo sus cabellos. Yo la buceaba y me imaginaba el momento de bajarle ese maldito calzón y mamarle la cuca o de chuparle otra vez sus teticas. Ella sabía que yo estaba pensando en eso y a su vez, fantaseaba con bajarse el pantalón allí mismo y ponerme a mamar.

Nuestro momento llegó y todavía no cerrábamos la puerta de la sala, cuando ya nos estábamos comiendo a besos y nos acariciábamos salvajemente, estrujándonos tan fuerte que parecía que nos íbamos a arrancar la piel. Lo primero que lanzamos al piso fueron nuestros bolsos y aún de pie y sin dejar de besarnos, le arranqué la camisa. Yo ya había notado que no llevaba sostén, pero el verla desnuda ya de la cintura para arriba me hizo estremecer.

Mi esposo llegaría hasta las seis del trabajo, así que tendríamos al menos cuatro horas para pasarla bien. No es que yo no quisiera que llegara; lo deseaba, pero no sabía como lo iba a tomar Marité.

Le mamé sus tetas pequeñas, masajeándolas con fuerza, como queriendo estirarlas y hacerlas tan grandes como las mías. Enseguida, le vinieron sus primeros orgasmos y me excité más todavía. Estaba ciega de placer cuando me dejé sacar mi franela y como tampoco llevaba sostén sentí esos labios tan ricos lamer, besar y chupar mis poderosas razones. Coño, que delicia fueron esos dientes en mis pezones o mordiendo cada parte de mí.

Marité se entregó a mí, días atrás y hasta entonces ni se imaginaba que esto fuera tan delicioso. Ya era toda una experta desnudándome y haciéndome sentir más mujer que nunca. Enseguida, desamarró mi correa, el botón y bajó el cierre, para bajar mi pantalón hasta las rodillas.

Mi amiga se arrodilló y se dedicó a hacer eso que tanto me gustaba: que me mamaran la cuca y más, una mujer. No tarde mucho tiempo en estar con el calzón y la pantaleta en los tobillos y de sentir los chispazos de corriente recorrer mi cuerpo cuando me vinieron también mis primeros orgasmos. Ni cuenta me di cuando ya estaba completamente desnuda y mis ropas estaban regadas por todas partes.

Le tendí mis manos a Marité y la ayudé a levantarse y seguimos con los besuqueos. Lenguas, saliva, ya eran los mismo en nuestras bocas mientras yo, le bajaba poco a poco su calzón y le masajeaba las nalgas. En pocos minutos, era yo, quien estaba a sus pies, cumpliendo mi deseo del bus. Le daba una rica mamada y ella, apoyándose en la pared que daba con la escalera del segundo piso, gozaba y gemía como una puta sedienta de placer.

Entre besos y lamidas, le terminé de sacar el calzón y Marité fue cayendo hasta sentarse en uno de los peldaños de la escalera. Nos besamos cochambrosamente y terminamos subiendo hasta el descanso. Allí, ella se acostó sobre el frío piso y yo le abrí las piernas en todo su esplendor para seguirla mamando. Aún tenía la tanguita puesta y yo se la hacía a un lado para mamar con comodidad. Marité debió gritar como perra en celo esa tarde porque con cada gemido, yo temí que la mismísima policía viniera a parar nuestra fiesta.

Cuando entramos al cuarto, ya su pantaleta se había quedado en el descanso. En mi cama, nos revolcamos como dos carajitas jugando en e un jardín y no joda, ¡como la pasamos de bien! No hubo lugar por donde no nos metiéramos lengua e hicimos nuestros primeros 69 y 71 (el 69 con un dedo en cada culo).

Una hora después, ella reposaba boca abajo, exhausta de tanto coger y yo le acariciaba la espalda, admirando por primera vez su tatuaje en todo su esplendor. La verdad es que resultaba excitante ver ese grabado recorrer su espalda y perderse en su culo. Era como un camino a recorrer para morir allí, en ese lugar tan divino.

-¿Te han cogido por el culo?- le pregunté.

-No- me respondió.

-¿No? Bueno, no sabes de lo que te has perdido.

-Cuando tuve mi último novio, intentó cogerme por allí, pero me dolió mucho y le agarré miedo. Pero te cuento, que me da curiosidad porque todas las chicas hablan de lo rico que es tener algo allí.

-¿Te gustaría probar?

-Sí, ¿por qué no?

-Podemos decirle a Ricardo.

-¡No! Con Ricardo me da corte. Él se ve que es un tipo serio ¿y que va a pensar de nosotras? ¿Qué somos un par de depravadas cochinas?

-Oye, a veces me sorprende tu inocencia siendo una caraja con una apariencia tan dura. Ricardo sabe que me acuesto con mujeres. Es más. Fue él mismo quien me metió en esto.

-¿En serio?

-Sí. Él me trajo a la vecinita de al lado y entre ambos nos la cogimos y luego, también cogimos con la hermana. Ahora tú.

-¿Y él sabe lo nuestro?

-No se lo he dicho aún.

-No se lo digas por favor. Me daría pena que lo supiera.

No le discutí. Esa era su decisión, aunque como sea, terminaría diciéndoselo a mi esposo porque entre nosotros no hay secretos. Me dediqué entonces a besarle la espalda y a lamerle el tatuaje. Primero la cabeza desde el omoplato y fui bajando lentamente por el cuerpo en forma de "S" hasta llegar a la raja de sus nalgas y una vez allí, se la abrí y ella misma se acomodó parando el culo como para que yo la besara en ese lugar.

Lo hice y me dediqué a pasarle la lengua por su ano como tanto me gustaba hacerlo, sentir su humedad y un olor embriagador. Enseguida mi lengua ya estaba lamiendo la puerta de sus entrañas y comenzaba a entrar poco a poco en su culo delicioso. Verga, esa vaina me encanta: sentir mi lengua completita, aprisionada por esa parte del ser humano y las nalgas de una mujer en mis mejillas. Me excita hundir mi nariz y mi cara completa en esos lugares.

Marité gemía dulcemente y movía su cintura cadenciosamente y yo misma, me hacía pajas para calmar mis propias ganas de que me hiciera lo mismo.

-¡Ahhgg, me gustaría cogerte yo misma….!- gemí mientras me montaba sobre ella y refregaba mi cuca en sus nalgas- ¡Es más: me gustaría ver como te cogen!

Marité se dejó maraquear por mí y yo le mojé sus nalgas con mis propios fluidos como si le estuviese eyaculando todas mis ganas. Creo que me inspiré tanto que ella de verdad se sintió cogida.

-Mmmm, pensé que mamar güevo era lo más rico del mundo, pero esto es totalmente delicioso- dijo ella poco después mientras se dedicaba a mamarme la cuca.

-¿Y te gusta mamar güevo?- le pregunté ansiosa de saber.

-Sí- respondió.

Luego, dejó de mamar y se me quedó mirando.

-Te voy a contar algo- dijo-. En los últimos ocho años, solo he tenido dos novios. De los cuales, solo uno me ha cogido. Yo era virgen hasta entonces, pero la verdad es que mucho antes, ya había aprendido a mamar.

-¿En serio?

-Sí. A la edad de once años estuve con una amiguita de la escuela en su casa y fue raro porque yo sentía como un enamoramiento por ese muchacho que ya era algo mayor. Lo cierto es que él nos puso a mamar a ella y a mí y creo que lo hicimos por jodedera, pero cuando me fui acostumbrando a hacerlo, me di cuenta que ya era toda una putica y para los quince años, me había mamado por lo menos quince güevos diferentes con una buena cantidad de sesiones cada uno.

-¡Vaya- exclamé-, y pensar que yo mamé por primera vez a los dieciocho y el de mi esposo!

-Imagínate. Por eso cuando dicen por ahí que soy una puta, no era tan embuste después de todo. Claro que hasta los quince años, lo hice muchas veces y bueno, algunas veces me dejé mamar a mí, pero nada más ¿okey? No cogí sino hasta los veintiuno y con un chamo lindísimo.

-Pero, ¿se lo mamaste a alguien más en la universidad?

-Sí. A tres chicos, aparte del novio que tuve.

-¿A tres? ¡De verdad eres puta, ¿no?!

-Bueno. Eso es lo que se dice, pero yo no lo veo tan así. Es como una necesidad. Me acostumbré de muy carajita a eso y soy muy buena. Soy adicta a la leche. Creo que no es algo malo. Algunas mujeres son ninfómanas; yo soy "bolómana" (porque me gusta chupar bolas)

-¿Me gustaría verte mamando?- dije.

-A mí también me gustaría que me vieras.

-¿Y si le decimos a Ricardo?

-No. Lo que pasa es que siempre lo he hecho con carajitos y ese…, ese es un hombre, serio, respetable y me da pena con él.

-Anda, a él le gustará, lo sé.

-Mejor no insitas. Respeta mi decisión, ¿sí?

Acepté encogiéndome de hombros, pero me llegó una idea a la cabeza. Me levanté fui corriendo hasta la cocina y busqué un plátano.

-¿Y para qué es eso?- me preguntó ella al verme entrar.

-Ya te dije: quiero verte mamar y tal vez así podemos jugar a que lo haces.

Pelé el plátano, lo sostuve en mi mano y se lo acerqué a la boca, se lo froté suavemente en los labios y ella comprendió mis intenciones. Así, abrió un poco la boca, lamió la fruta y enseguida, comenzó a chupara el pene simulado. Se veía linda mamando y yo me imaginaba el güevo de mi esposo en su boca. Nos turnamos el plátano y yo chupé también…, chupamos juntas y nos los pasamos por nuestras caras, sintiendo la humedad y la saliva en nuestras mejillas.

Yo estaba visiblemente excitada por lo que ella me acababa de contar. Definitivamente era una puta y no la juzgué mal, porque dentro de todo, ella si que se la había pasado bien, ordeñando a tantos hombres desde muy niña. Ahora que, lo que decían acerca de su gusto por las mujeres si que era mentira, hasta hacía ya algunos días, cuando lo hicimos por primera vez en los baños.

Saqué el plátano de su boca y me acosté boca arriba, abrí las piernas y me metí la mitad del plátano en mi cuca y lo sostuve como si fuese un pene. "Mámalo" , le pedí y enseguida ella se acercó y comenzó a chupar la fruta que cada vez estaba más blanda y yo sentía un placer riquísimo cuando ella bajaba y subía su boca por el plátano y este chocaba y se movía en mis adentros.

Lo que más gocé fue el imaginármela mamándose un güevo. Coño, el de mi esposo sería ideal. Coño, ¿por qué Dios no me hizo hermafrodita para tener un güevo de verdad y que ella me pudiese mamar los dos lugares al mismo tiempo?

Gocé un mundo cuando me masturbaba con el plátano y me lamía la cuca y pensaba en que ahora era cuando estaba viviendo y que, esos años, antes de conocer a mi esposo, fueron vacuos. Él me enseñó a amar y me hizo amar la condición de hombre y ahora, que soy amante de mujeres, no tengo vuelta atrás: pintoneo para los dos lados.

Silfa

PD: Si quieres saber en que termina esta historia, lee el siguiente cuento, que estará relatada por la propia Marité. Disfrútalo.

 

Gracias por los comentarios que siempre me hacen. Si quieres comunicarte conmigo escríbeme a lany_silfa@yahoo.com.ar