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Silfa y yo, mujeres de un mismo hombre

en Bisexuales

WILSILOR XI

Silfa y yo, mujeres de un mismo hombre

Por Lor

Yo estaba muy confundida. Por un lado, disfrutaba del hecho de haber estado con Silfa y su esposo y mi gozo fue muy grande; pero por el otro, el hecho de que mi hermana estuviese molesta conmigo, me producía un dolor muy grande.

Traté inútilmente de explicarle mi comportamiento, pero no me dirigió la palabra. Era como si yo no existiera.

Esa noche recordé cada casa que hicimos en casa de Silfa y me hice unas cuantas pajas recordando al profesor. Diablos, ese tipo no era precisamente el hombre más hermoso del mundo, pero estaba tan bien dotado por la naturaleza y era tan atento, que cualquier mujer, al verlo así, sin ropas, envidiaría a Silfa. Yo no la envidiaba tanto ya, porque había estado con él y podría estarlo cada vez que quisiera.

Al día siguiente, luego del colegio, llamé al profesor, pero me dijo que estaba dando clases, Silfa también. Definitivamente, ese día no íbamos a hacer nada.

Me pasé la tarde aburrida y tratando de convencer a mí hermana de que me hablara nuevamente, pero la fastidié tanto, que se arrechó, tomó sus cosas y salió a dar una vuelta. No me quedó sino hacerme una buena paja y esperar a que mi suerte cambiara.

¿Mi suerte? Buena suerte me sobraba. Sé que mi hermana iba a entender a la final.

Esa noche recibí una llamada de Silfa y conversamos un largo rato. En su voz noté que estaba nerviosa.

-¿Qué te pasa?- le pregunté.

-E-es… que… no puedo dejar de pensar en ti.

-¡Bingo!- pensé, la tipa había caído.

-Gracias a ti la pasé muy bien ayer. Creo que lo mejor fue cuando te atreviste a besarme en las nalgas. Eso fue tan rico.

-Que bueno que haya gustado.

-¿Te puedo hacer una pregunta?

-La que quieras.

-¿Te gusta hacer eso o fue solo para hacerme pasar bien el momento?

-No lo sé, solo lo hice y ya…

-¿Te gustan las mujeres?

-No lo sé… ¿Y a ti?

-Tampoco lo sé.

Me estaba encantando el juego de palabras. Claro que me gustan las mujeres, pero ella no lo sabía, y eso me podía ayudar a pasarla bien.

-¿Te gustaría probar?- le pregunté con cierto aire de ingenuidad.

-No lo sé… ¿Y tú?

-Tampoco lo sé.

En ese tira y encoge estuvimos un rato y ninguna dio el sí definitivo. De hecho, cortamos la llamada sin concretar nada. Me sentí algo frustrada. Coño, sé que ella quería, pero ¿Cuál era su miedo? Alguien debía darle el empujoncito. Debía ser yo quien en definitiva, tomara la iniciativa. Sería cuestión de esperar hasta el siguiente día.

¿Esperar? ¿Por qué si podía hacerlo ahora? Eran las 10:30 de la noche. Wilsi y mis padres estaban durmiendo, ¿por qué no darme una escapadita por un par de horas?

Tal vez yo estaba más loca que nunca, pero llevada por una fuerza inexplicable, salí de mi cuarto cautelosamente, abrí la puerta de la cocina con sumo cuidado, salí al patio y miré hacia la casa de mis vecinos.

Yo estaba apenas vestida por un short blanco con rayitas rojas a los lados, chancletas y una franela blanca muy ceñida a mi tronco. Decidida, me trepé sobre la pared que dividía las dos casas, caminé haciendo equilibrio hasta llegar a la rama de un gran árbol, que me permitió lanzarme hasta la ventana que daba justo hasta el cuarto donde dormía Silfa con su esposo.

La luz estaba apagada, pero para mi sorpresa, Silfa estaba en la cama leyendo alumbrada por una lamparita. A su lado, el profesor dormía placidamente. Toqué con cuidado la ventana y ella levantó la vista hacia mí.

-¡¿Q-qué haces aquí?!- me dijo susurrando al abrir el ventanal- ¿Estás loca?

-No lo sé, pero me escapé para verte- respondí yo, susurrando también.

-¿Para verme?

-Sí, para verte.

-¿Quieres pasar?

-No. ¿Podemos hablar aquí afuera? No deseo despertar a tu esposo.

Silfa salió y se sentó conmigo en el pequeño pasillo.

-No entiendo por qué no pasas. Aquí hace mucho frío y mi esposo no se va a molestar, por el contrario, se alegrará.

-Quiero que hablemos de mujer a mujer. Hice el amor con tu esposo y me gustó, ¿no estás celosa?

-No, ¿por qué habría de estarlo? Sé que él me ama, además, el hecho de estar contigo me hizo entender que lo que me pasaba era que necesitaba nuevas experiencias.

Hablamos durante algunos minutos apenas iluminados por la luna y la electricidad de la calle. Desde allí, se veía el patio y parte de mi casa, pero yo solo estaba pendiente de ver a esa mujer sentado a mi lado. Se veía tan linda allí, sentada, apenas en pantaleta y sostén. Uy, era un conjuntito tan claro, que se le veían claritos los pezones y el monte en su entrepierna.

Me excité mucho y estuve a punto de saltarle encima y olvidarme de preámbulos entupidos, pero dejé que ella también me observara (dizque disimuladamente). La vi mirando de reojo mis tetas y mis piernas y, para encenderla, saqué pechos lo más que pude para que se notaran más mis piquitos.

Diablos, no aguanté más y me eché sobre ella, le di un fuerte abrazó y la besé sin recato alguno. Ella se quedó pasmada y no reaccionó por algún tiempo en el que solo se dejó besar por mí. Mi lengua hurgaba en su boca, chocaba contra sus dientes deliciosamente. Más de una vez le mordí los labios o le besé el cuello. En unos minutos, ya mis manos le habían bajado las trabillas y después el sostén para dedicarme a mamar por primera vez aquellas tetas enormes.

-Vamos adentro que está haciendo mucho frío aquí afuera.

No lo pensé y entré con ella al cuarto. Cuando el profesor se despertó, yo estaba allí, en la cama con su esposa, dándonos besos ya acariciándonos como dos carajitas primerizas. Bueno, para ella era su primera vez.

-¡Oye: ¿qué haces aquí, a esta hora, mi niña?!- exclamó el profe encendiendo la luz.

-No podía dormir, ¿le molesta qué haga esto con su esposa?- dije yo, besando y acariciando las tetas de Silfa.

-No, para nada. Ella me compartió ayer. Yo la comparto a ella hoy.

Y así fue. Con carta blanca para seguir, me dediqué a darle una de las mejores mamadas de su vida en aquellos pechos que eran tan grandes y paraditos, como me gustaban a mí. Bajé lentamente por su estómago y me detuve en su ombligo por una eternidad. Ante la mirada del profesor, hundí mi nariz en su pantaleta e inhalé el olor a hembra que rezumaba aquella tela húmeda.

Le hice la tela a un lado y besé sus vellos mojados, la abrí los labios y dejé que mi lengua entrara en esas carnes enrojecidas e hinchadas. Era la tercera mujer de mi vida y me estaba acostumbrando a la idea de que mi hermana no sería mi única mujer. Coño, Wilsi debería probar y hacer lo mismo. Definitivamente era el tiempo de abrir nuestros horizontes.

El profe nos miraba contento. Allí, en su cama estaban dos mujeres hermosas revolcándose y ambas, éramos solo para él. Yo lo observaba de reojo y lo vi sacarse el pene bajo el interior y pajearse de lo lindo. Eso me excitó más y sentí como un ardor en la cuca y en el culo (deseaba que me cogiera ya). Seguí lamiendo la vagina de su esposa y metiéndole un dedo en el culo hasta que ella misma casi se desmaya de tanto placer.

El profesor se echó a su lado y comenzó a besarla apasionadamente. Yo escuchaba como se ahogaban los gemidos de Silfa en la boca de su hombre. En unos minutos más, yo le había bajado la pantaleta y vi como el profesor se colocaba tras ella y la embestía por detrás.

La recuerdo allí, sobre la cama, con las piernas abiertas, sentada sobre su esposo y chillando como demente. Yo me senté a su lado, le tomé una teta y se la comencé a mamar. Ella estaba embobada, especialmente cuando yo le pasaba mis dedos por su cuca abierta e hinchada.

Más tarde, me eché a un lado, me remangué el short y dejé que el profe me mamara, cogiéndose aún a su esposa. Que rico, de verdad. Él sabía mamar muy bien, pero yo solo deseaba que fuese la propia Silfa quien me practicase el sexo oral. Me quité el short abrí mis piernas de para en par.

-¡M-mámamela tú, Silfa!- le grité prácticamente, arrastrándola hacia mi entrepierna.

Sin dejar de cogérsela, el profe la puso en cuatro patas y le hundió la cabeza en mi poncha. Era la primera vez que ella mamaba, pero estaba tan embobada por la cogida y por su deseo hacia mí, que no se negó en ningún momento a lamer y a chupar mis carnes hasta la saciedad.

A eso de las doce de la noche, el profe le había acabado dos veces por detrás y yo, no sé cuantas en su boca. Me tocó el turno a mí y me senté a horcajadas sobre el profe y me introduje su bicho en la cuca. Verga, cada vez que me meten algo ahí, me da una vaina en le cuerpo, como calambres, como corrientazos y me dan ganas de gritar de pellizcarme, de volverme loca…

Así pasé una media hora y acabé varias veces. Pasé otra media hora más metiéndomelo por detrás, pero en la misma posición y Silfa, a mi lado, se pajeaba, me besaba o me estrujaba las tetas. Fue rico estar allí, moviendo mi pelvis y dejando que el pene entrara y saliera de mi culo y que, cuando me cansaba, el profe me subía y bajaba las caderas el mismo para matarme de gusto.

Serían ya la una de la madrugada cuando rodamos por toda la cama hasta terminar en el suelo, sin dejar de acariciarnos o de meternos lengua. Recuerdo que Silfa y yo nos paramos y seguimos con los besos. Su esposo se quedó arrodillado y la besó en el culo, luego se levantó y se lo volvió a meter por detrás. Yo la tomé por las manos, la abracé y la ayudé a mantenerse en pie ante los embates de aquel hombre, su hombre, nuestro hombre.

El profe me acostó luego en un sillón, me levantó las piernas y me lo metió por detrás. Lo hizo primero tan suave que me produjo un placer desconocido y hasta ganas de dormirme así, arrulladita por ese movimiento que haría tan feliz a mi hermana. La pasé tan bien, pajeándome y dejándome coger por ese hombre salvaje.

Cuando me acabó, le cedí el puesto a Silfa y luego de levantar las piernas, su esposo se lo metió por delante. La pasé divino mirándolos y decidí volver a experimentar lo de la otra vez. Me senté tras el profe, y me dediqué a besar su barra de carne cada vez que salía mojadita de la cuca de Silfa. Que rico fue hacer eso otra vez, solo que esta vez no me cohibí de meterles mis dedos en sus culos o de lamérselos a ambos sin recato alguno.

Pero lo mejor de la noche, fue cuando a eso de las dos de la mañana, el profe puso a Silfa de cabeza en el mueble, es decir, acostada al revés con las piernas al aire y con las nalgas apoyadas en el espaldar. Él, se paró detrás del mueble y se lo metió por delante.

-Móntate sobre ella- me dijo.

Yo entendí lo que quería y me senté sobre la cara de Silfa para hacer el 69 en esa posición. Su esposo le sacó el pene y me puso a mamar un rato. Lo tenía empapado de la miel de Silfa y yo me lo devoré afanosamente. Luego se lo metió otra vez y yo, dejándome mamar por Silfa, presencié en primer plano, como la gruesa barra de carne entraba y salía de la vagina, desplegando o replegando los labios mojados.

El profe me tomó por los cabellos y me hizo bajar la cabeza hasta la cuca de su esposa. Allí, con los muslos a cada lado de mi cabeza y suspendidos al aire, comencé a lamer como pude, los labios de la mujer o la verga cuando entraba y salía. Eso fue riquísimo y por eso creo que me chorreé de lo lindo en la cara de Silfa.

El profesor me contó después que el encantaba verme así, mamando o en cuatro patas y acariciar mis caderas o mi sugerente tatuaje. Cuando se iba a venir, yo misma lo pajeé con los labios de Silfa y noté como comenzaba a chorrear de la cuca un río de leche. Volví a bajar mi cabeza y seguí lamiendo todo lo que encontré a mi paso y, luego, el profe se salió y yo seguí lamiendo con el propósito de limpiar toda la elástica bolsa.

Aún no terminaba de merendarme toda la leche del divino tazón, cuando sentí que el profe me tomaba por la cintura y me colocaba la cabeza de su verga en mi culo. ¡Coño, me estaba cogiendo otra vez!

Silfa se movió y terminó sentada en el sillón, pero con las piernas abiertas para que yo siguiera en mi faena. Así mientras su esposo me cogía, yo le mamaba la cuca como mejor sabía hacerlo.

Ya eran las tres cuando volvimos a la cama, intentando descansar un rato, pero mentira. No descansamos nada. Me recuerdo acostada al lado de Silfa, besándonos divinamente. Creo que yo tenía mis nalgas sobre su pelvis…, no lo recuerdo bien, pero lo cierto, es que el profe, no pasaba la lengua a ambas por la cuca, casi al mismo tiempo.

Poco después, yo me encuclillé sobre el profesor, tomé su verga y me la metí por detrás. Yo misma me di una cogida bárbara.

Ya eran las cuatro de la mañana cuando ambas nos sentamos en la cama y el profe se puso de pie ante nosotras y nos puso a mamar. Vaya, parece que estaba por reventar otra vez, porque luego de algunas chupadas y de una buena pajeada de su esposa, explotó y vi como la leche comenzaba a caer en la lengua de ella, lo que me produjo cierta envidia.

Yo me conformé con lamer un poco del excedente del cuerpo de la varga o de los labios de Silfa. El profe sacó el pene de la boca de ella y me permitió mamar los últimos vestigios de leche.

Casi a las cinco de la mañana, reposábamos los tres, desnuditos sobre la cama revuelta. El profe estaba en el medio y ambas chicas estábamos a su lado, acariciándole el pecho. Él estaba dormido. Se lo merecía, luego de darnos una cogida así. Silfa y yo, en la penumbra, nos mirábamos fijamente y nos decíamos tantas cosas sin hablar.

Yo descubrí que me gustaban las nenas a los dieciséis, Silfa, lo descubrió a casi 22 años de nacer; nunca es tarde cuando la dicha es buena, dice el refrán. Nos sentíamos contentas de ser las mujeres de ese portento de hombre que estaba durmiendo allí, entre nostras y al que, jamás se le caía su barra de carne.

Silfa y yo, nos reímos pícaramente, pensando en nosotras y en ese hombre, con tamaña cosa, erguida como si no sufriera cansancio.

-Tengo que irme- susurré.

-Lo sé. ¿Nos vemos mañana?- inquirió ella.

-¿Mañana? Será más tarde.

-Tienes razón. ¿Me llamas?

-Sí, lo haré. Debo irme ya, porque mamá está por levantarse.

Acercamos las caras y nos dimos un beso muy sutil. Luego, me levanté, me puse el short, la franela, me calcé las chancletas.

-Oye: debes poner a dormir a ese animal, ¿no crees?- le dije señalándole el pene.

-Lo haré- contestó ella acariciándolo suavemente.

Cuando ya me escapaba por la ventana, la vi bajar su cabeza y cubrir con sus cabellos la entrepierna de su esposo. Me hubiese gustado quedarme y darme ese gusto con ella, pero ya había arriesgado mucho.

Cuando llegué a casa, entré sigilosamente, subí a mi cuarto y me sentí feliz de que nadie se hubiese dado cuenta.

¿Nadie? Eso estaba por verse.

 

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