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Wilsilor (16: Me hice mujer en el bus- Parte I-)

en Bisexuales

WILSILOR XVI

Me hice mujer en el bus

(Parte I)

Por Silfa

Hola, soy Silfa, la amante y amiga de las hermanas Wilsilor. Esas niñas me han hecho muy feliz y con ellas me he atrevido a tanto al igual que con mi esposo. Son muchos los e-mails que he recibido de ustedes, fotos e historias que me gustaría publicar, por lo pronto, quiero contar mi propia historia y de cómo comencé a deambular por este tórrido camino, lleno de satisfacción y de amor.

En estos momentos estoy sentada a un lado de la cama, escribiendo estas líneas en mi laptop y recordando lo feliz que he sido durante en estos casi cuatro años de conocer a mi esposo y de compartir los últimos meses con las hijas de nuestros vecinos.

Ricardo, mi esposo, así lo llamaré, está allí, acostado boca arriba, durmiendo plácidamente luego de tener una jornada sexual extenuante, pero divina con Wilsi y Lor en el sótano de la casa ese lunes de carnaval, que ya moría al despuntar la media noche. Él está completamente desnudo y su pene, aunque dormido también, se le cae hacia un lado como una gruesa tripa o como una hermosa tragavenado que se convertía al tocarla en una descomunal anaconda.

Yo estoy orgullosa de él y de sus bolas; pero no solo por eso, sino por todas las cosas que puede hacer, por sus éxitos y por lo mucho que me cuidaba. Wilsi y Lor tienen razón cuando dicen que su bicho es grande (mide exactamente 28 cms de largo y 6 cms de ø), pero he visto fotos de carajos que lo tienen más grande todavía.

Sinceramente, no me imagino una verga más grande entrando en mi boca, en mi culo o en mi vagina, la verdad, prefiero que la tenga así y que me pueda meter un buen trozo, porque en las fotos y videos que he visto, las tipas apenas si se pueden meter la cabecita y un trocito porque si no se revientan. Yo estoy bien así y considero que las hermanas Wilsilor también. Además, creo que un pene del tamaño que lo tiene mi esposo tampoco es nada pequeño, ¿o sí?

Él duerme como un angelito y yo, lo observo, apenas vestida con una pantaleta y un sostén de marca muy fina.

Recuerdo que empecé a estudiar en una universidad pedagógica aún sin cumplir la mayoría de edad. Yo tenía un poco más de diecisiete y quería ser maestra de preescolar, así que comencé a estudiar educación. Yo vivía con mis padres en un pueblito del interior y me paraba todos los días a las tres de la madrugada para salir a las cuatro en el bus hacia Caracas.

Yo había tenido dos novios ya, uno a los quince y otro a los diecisiete. Con el primero aprendí a besar y duramos trece meses y, con el segundo, la pasé muy bien hasta que comenzó con los manoseos buscando acostarse conmigo. La verdad yo no deseaba regalarle la virginidad a alguien así como así. Tal vez si él hubiese sido más cortés y menos apabullante, le hubiese dado hasta el alma, pero no se lo merecía.

Fue una mañana de septiembre, cuando apenas cumplía los dieciocho, en que vi a Ricardo haciendo la cola también. Él estaba delante, pues siempre llegaba primero que yo. La verdad siempre estuvo viajando desde que yo comencé, pero jamás reparé en él y ni siquiera me llamaba la atención. Pero no sé por qué, esa madrugada lo vi y me gustó.

Me subí al bus que me tocaba y lo dejé allí, en la cola hablando con otras chicas. Me dio como una especie de envidia y confieso, que aproveché que los vidrios eran oscuros para mirarlo. Que tonta, pensé, él ni siquiera se dio cuenta de que existes.

Al siguiente día lo volvía a ver y cruzamos una mirada que tal vez no significó nada. Me monté nuevamente en el bus y esta vez lo vi subirse también. Delante de él venía dos personas más: una señora y un gordo. Me estremecí y le rogué al cielo que el muchacho se sentara conmigo. La señora intentó sentarse, pero siguió de largo. Uff, que alivio, pero ¡coño, el gordo desgraciado se sentó a mi lado, sonriéndome entupidamente! El muchacho pasó, me echó una mirada y siguió de largo.

Me sentí decepcionada y con ganas de matar al gordo coño e’ su madre, pero me tuve que calar que me apretara y sus ronquidos todo el camino.

Al siguiente día fue casi lo mismo. Me subí en el bus, se subieron dos señores, el mismo gordo y detrás venía el muchacho. Uno de los señores se sentó delante, el otro siguió de largo, y al gordo, le vi las intenciones de sentarse otra vez conmigo.

-Está ocupado- le dije.

No tuvo más remedio que seguir. Entonces el muchacho llegó hasta mí, nos miramos un segundo que duró una eternidad y me preguntó con voz delicada:

-¿Está ocupado?

-No. Lo aparté para ti- le dije, sabiendo que so era una señal de que me gustaba o por lo menos me agradaba un poco-, pero no pienses que es porque me gustas o algo así.

-Gracias- dijo él-, pero sé por qué lo hiciste. Si no me das el puesto a mí, te hubieses tenido que calar al gordo ese otra vez, ¿no?

-Vaya, eres muy perceptivo.

-Sí, pero te confieso que yo si quería irme contigo. Ayer me subí para sentarme a tu lado, pero el gordo se me adelantó, así que me tuve que conformar con recordarte desde mi asiento.

Me gustó que tuviésemos intenciones afines y fue tanto así que no paramos de hablar pajas durante todo el trayecto, susurrando con la luz apagada. Así me enteré que él estaba terminando un post grado en mi universidad y que ya estaba en el octavo semestre de teatro en otra. Ya daba clases y ganaba bien, pero estaba ahorrando para comprarse una buena casa en la capital y expandir sus horizontes.

Yo era simplemente una niña que dependía de sus padres económicamente y con muchas inclinaciones artísticas y para la docencia. El compartir con él me dio un gran placer y me enamoré perdidamente.

Durante una semana, la pasamos deliciosamente, hablando y conociéndonos y yo solo esperaba que él se me declarara para darle el sí. No estaba segura si lo haría, pero yo estaba deseosa de besarlo y de ir más allá si el quería. Y así fue. Justo a ocho días de conocernos, luego de un fin de semana largo y tedioso, me pidió la mañana del lunes, que fuésemos novios. Yo acepté de inmediato y vinieron los primeros besos y las primeras caricias, allí, en pleno bus, acaparados por la media luz de la madrugada.

Fueron días felices e inocentes, porque no hicimos nada más. Él y estaba acostumbrado a tener relaciones sexuales y hasta vivió con una mujer, pero yo, era solo una carajita que ni siquiera había pasado de besos y caricias.

Pasó otra semana y, el día martes, nos estábamos besando deliciosamente. Recuerdo que su lengua se atornillaba a la mía y nuestras salivas ya eran tan confusas y tan nuestras. Sus manos acariciaban mis mejillas y mis brazos sobre el suéter y justo allí, sentí como me mordía los labios, me besaba la barbilla y comenzó a lamerme el cuello. Eso me excitó mucho y más cuando una de sus manos, que jugueteaba con mis brazos, chocó con uno de mis senos.

En vano le susurré que no lo hiciera, pero no pude, ¡no quise!, evitar que me apretara y me masajeara divinamente. Sabía que yo le estaba dejando la puerta abierta, así que siguió con los besuqueos y ahora me estrujaba las dos tetas y yo miraba nerviosa para todos lados, ¿y si alguien nos pillaba?

¿Quién iba a vernos? Las personas de al lado iban, dormidas profundamente, igual los de adelante y no sé si los de atrás, pero los asientos eran tan grandes, que no podían ver nada. Me dejé hacer, sabiendo que la luz la iban a prender llegando a Caracas, ¿por qué no aprovechar esos minutos?

Ricardo siguió tocándome sobre el suéter, pero luego, su mano bajó, levantó la gruesa tela y se coló por debajo. Sentí sus dedos fríos tocar mis caderas, mi ombligo desnudo y recorrer presurosos mi panza bajo la franelita hasta llegar hasta el sostén. Nadie, aparte de mí misma, me había tocado las tetas, pero allí, a esas horas, estaba un hombre metiendo sus dedos bajo el sostén y amasándome y pellizcando mis pezones erectos.

Yo estaba tan excitada y deseba verlo a él, ¿cómo sería desnudo? Deseaba salir corriendo de allí e irnos a una casa, a un parque, a un hotel, lo que fuese, pero solo nos quedaba aprovechar la autopista. Tenía ganas de gritar y de gemir más fuerte, pero solo me dediqué a morderme los labios, a apretar los dientes y a respirar aceleradamente mientras mi novio me apretujaba mis senos turgentes.

Llegamos a Caracas y él sacó su mano y nos dimos algunos besitos finales, antes quedarnos en nuestras respectivas paradas. Esa mañana llegué bien temprano a la universidad y me fui directo al baño. Siempre lo hacía para orinar, pero se día, me bajé el pantalón, la pantaleta y me senté sobre la poceta para hacerme la manuela. Dejé que una mano se metiera en mi vagina y me masturbé por un buen rato, pensando en Ricardo y en lo excitada que me dejó.

Ese día fue patético y desesperante. Tuve que salirme varias veces de clase en el transcurso del día para meterme al baño y hacerme una buena paja.

Al siguiente día Ricardo y yo volvimos a aprovechar esa hora de viaje para darnos gusto. Fui en jeans y con una chaqueta de cierre de color negro. Luego de besarnos y de dejarme acariciar los senos sobre la chaqueta, Ricardo bajó el cierre un poco y notó que yo llevaba una top debajo, lo hizo a un lado y me sacó una teta. En plena oscuridad se la metió en su boca y comenzó a mamármela. Eso me produjo un placer enorme, especialmente cuando me la succionaba o me mordía el pezón. Hizo lo mismo con el otro seno y, mientras me mamaba uno, me acariciaba el otro.

Mis tetas eran muy grandes y eso a él le gustaba. Era la primera vez que me besaban allí y también en que alguien me veía así. Aún en la oscuridad yo sentía que Ricardo me miraba perfectamente las tetas y, claro, cuando la luz de algún carro alumbraba, se veía clarita la cabeza de él pegada a mis pechos y supongo que él veía perfectamente las poderosos razones que lo mantenían pegado a mí.

Fantaseé en la idea de tener a un niño con él y que me chupara las tetas como estaba haciendo su papá.

Sin dejar de chupeteármelas, Ricardo bajó una mano y me apretó la entrepierna. Lo dejé hacer porque eso me produjo una deliciosa descarga eléctrica. Enseguida sus dedos estaban remangando mi pantalón y trataban de meterse bajo él. El que inventó los pantalones jeans, los strechs, sabía lo que hacía. Estas telas a las caderas, eran tan elásticas y fáciles de meterles las manos. Sin mucho esfuerzo y sin desabrochar el calzón, la mano izquierda de Ricardo se metió bajo él y se agazapó bajo la pantaleta y así, por primera vez, sentí una mano ajena hurgar en mi intimidad.

Fue una delicia sentir esos dedos rascando mis vellitos y masajeando mis labios y entrando en esa cueva virgen que esperaba ser poblada. Yo estaba que gritaba de gusto, pero solo me quedaba abrazar con fuerza a mi novio y apretar fuertemente mis dientes para resistir las ganas de relinchar como una yegua en celo.

Ricardo me agarró la pantaleta y la haló con salvajismo hacia arriba. Me dolió un poco cuando sentí que se me metía entre los labios, pero después cuando el comenzó a estirarla, como queriendo romperla, casi me vuelvo loca. Él halaba con fuerza y yo veía vagamente como me sacaba la tela del pantalón y pensé que la iba a romper. El roce de la tela en mis labios o en mi culo me encendía gozosamente y sentí que se me estaban alborotando todos los sentidos.

Pero no todo dura para siempre y, cuando ya estaba casi llegando a un delirante orgasmo, la luz del bus se encendió y ¡mierda!, nos dimos cuenta que habíamos llegado a Caracas. Con rapidez y disimulo, Ricardo me tapó para que me arreglara la pantaleta, me metiera los senos en el sostén y me subiera el cierre de la chaqueta.

-Mañana vente en falda- me dijo al despedirnos.

-OK- le respondí yo, sabiendo que así sería más fácil tocarme.

Deliciosa forma de empezar el día. Un día que por cierto no fue mejor que el anterior, porque tuve que pasarme varias jornadas en el baño, acariciándome a solas.

Esa noche apenas pude dormir. Me pasé minutos interminables, masturbándome en mi cuarto. En la madrugada fue igual, aún el agua caliente de la ducha no me pudo calmar. Necesitaba ver a mi novio y entregarle a él toda mi verdad.

Esa fría mañana yo iba en falda de jean, sandalias y una camisa manga larga de color blanco, amarrada con un nudo por delante. Mis cabellos iban recogidos en una pañoleta y llevaba amarrado a mi cintura un suéter.

El bus arrancó, el colector cobró los pasajes y apagó las luces. Enseguida comenzamos nuestro rictus amatorius, como siempre lo hacíamos. Entre beso y beso, se intensificaron las caricias y Ricardo me fue desabrochando uno a uno los botones de la camisa hasta dejar solo el nudo. Ese día se devoró mis tetas con mayor pasión y estaba como desesperado.

Me tomó la mano derecha y me la llevó hasta su entrepierna para que tocara su bulto, y aceptó que sentí un miedo horrible al tocar algo tan duro y grande. ¿Qué venía después? ¿Se lo iba a sacar y me obligaría a tocárselo? No es que yo no tuviese curiosidad por hacer algo así, pero me daba miedo llegar a tanto en ese lugar.

Sabía de gentes que hacían el amor o tenían sexo en los buses, sin ningún descaro; pero yo no era de esas y además, asumo que estaba asustada. Entonces, hice algo de fuerza y retiré mi mano de su bulto.

Ricardo siguió con las caricias, pero esta vez me tocó las piernas suavemente y fue corriendo sus dedos hasta que chocaron contra mi falda. Enseguida ya tenía una mano bajo la tela y sentía sus dedos chocando contra mi dócil pantaleta. Por instinto quizás, cerré mis muslos para apretarle la mano y no permitirle seguir. ¡Déjate hacer!, me susurró al oído y llevada por las ganas, abrí las piernas un poco.

En un segundo, los dedos franqueaban las murallas de la pantaleta y comenzaban a presionar mis carnes secretas. Nadie aparte de mí, me había tocado allí, pero esto era delicioso. El corazón me latía muy aprisa y ya esos dedos rascaban mis vellitos o comenzaban a hundirse en mis adentros.

Se me erizó toda la piel, recuerdo, y ya no pude evitar que esos dedos se metieran más y más adentro, haciéndome tan feliz. Ese hijo e’ puta, ya era un hombre hecho y derecho, de veintinueve años de edad y estaba siendo no precisamente un profesor moralista y de buenas costumbres, sino todo un perverso.

Como sea, me estaba enseñando a amar y yo, gimiendo calladamente, lo apretaba con todas mis fuerzas, tratando de no mover mi cintura como me pedía mi cuerpo para no levantar sospechas. Me enamoré de esa mano dándome su primera masturbada y supe que ese sería el hombre que me acompañaría el resto de mi vida.

Al carajo con todo aquello de que una señorita debe darse su puesto y llegar virgen al matrimonio. Si hubiésemos estado en otra parte le hubiese dado hasta l culo si me lo hubiese pedido.

Ricardo disimulaba colocando su bolso sobre su mano y mis piernas por si acaso alguien de al lado no echaba una mirada y yo, me estaba enloqueciendo con las ganas de gritar.

Creo que tuve varios orgasmos y sentí que mi vagina estaba empapadísima. Ricardo sacó su mano y metió sus dedos en mi boca para que me chupara mis propios jugos. Yo lo había hecho muchas veces cuando me masturbaba, pero era la primera vez que me chupaba mi miel extraída de mi panal por dedos extraños.

Me siguió besando los senos, el ombligo y luego, bajó su cabeza y besó mis piernas. Eso fue riquísimo, pero lo mejor fue cuando siguió su curso entre besos y caricias y, con gran habilidad ¡empezó a meter su cabeza entre mi falda!

Yo miré a mí alrededor y noté que todos dormían desatendidamente. Ricardo parecía que dormía sobre mis piernas, pero no, estaba estirando su cabeza hasta que sentí su nariz chocar contra mi pantaleta mojada justo en mi bulto. Por Dios, su lengua penetró en mi vagina y comenzó a lamerme placenteramente.

Eso si que no lo había sentido nunca porque mi propia lengua no llegaba hasta allá abajo y con miedo y todo, fue algo que no quise evitar que pasara.

Abrí un poco más mis piernas para hacerlo más cómodo y mandé al diablo a todo aquello que dice que la educación estará a cargo de personas de comprobada moralidad, porque allí, estaba un profesor siendo amoral según las leyes sociales y yo, que ni siquiera trabajaba todavía, ya me estaba comportando como la propia puta abriéndole las piernas a un hombre en un lugar público.

Ya estábamos cerca de Caracas, así que me fui abotonando la camisa mientras me dejaba llevar por un sin fin de orgasmos vehementes. Cuando él llegó a su parada, me dio un rico beso y salió con su bolso delante, disimulando el gran bulto que se le marcaba en el pantalón.

Yo seguí sola los últimos minutos hasta llegar a mi parada y, disimuladamente, aproveché la penumbra para hacerme una paja muy fugaz.

Al día siguiente no fui en falda, sino con un jean pescador de muchos bolsillos, zapatos deportivos de color azul y medias cortas. Llevaba también un suéter corto de color gris azulado, y como era cuello barco, estaba descotado de tal manera, que llevaba mis hombros descubiertos.

Aprovechamos cada segundo para dar rienda suelta a nuestro encuentro mañanero y lo disfrutamos al máximo. Gocé un mundo con su mano apretando mi entrepierna sobre el pantalón y más aún, con sus dedos dentro de mí, bajo la tela de la tanga.

Fui muy dichosa cuando me bajó el suéter, me sacó las tetas del sostén y se dedicó a mamármelas como nunca. Creo que ese día estaba más enloquecido que de costumbre y me contó que se había hecho no sé cuantas pajas esa semana.

Mientras me besaba o me mordía las tetas, sus manos jugueteaban con mi sostén y entendí que sus intenciones era sacármelo. Traté de evitarlo, pero sus dientes mordían mis pezones o los chupeteaban tan divino, que no pude impedir que terminara pasando sus manos alrededor de mi espalda para desabrocharlo, y ¡zas!, me lo arrancó por completo.

Le pedí que me lo devolviera, pero abrió su bolso y lo guardó allí. "Me lo llevaré para pajearme durante el día", me dijo y yo me excité mucho, aunque me sentí incómoda.

Luego, durante varios minutos estuvo hablando sobre que ya era hora de que lo pajeara a él. Me resistí hasta donde pude, pero logró convencerme de cambiar de puesto para hacerlo mejor. Lo hicimos y él se sentó hacia la ventana. ¡Mira!, me dijo y lo vi bajarse el cierre y sacar con cierta dificultad su orgullo. ¡A joder, era la primera vez que yo veía una cosa de esas y me imaginé que si así de grande se veía, aún sin bajarse el calzón, ¿cómo sería verlo completo?!

Ricardo me tomó una mano y la colocó en su verga. Yo sentí su cabeza algo fría, algo caliente, pero bien húmeda y palpitando. Tuve miedo, no solo de que alguien nos viera, sino de pensar en lo que se podía hacer con tan grande monumento. Yo no sabía bien que hacer, pero él me fue guiando y me indicó como debía acariciarlo. En unos minutos ya me estaba gustando la vaina de bajarle y subirle la piel y la cara de mi novio, estremeciéndose de gusto.

Yo pensé que si a mí me gustaba tanto que él me masturbara allá abajo, ¿no sería lo mismo con él? Supongo que sí, y eso era lo que más gustó de ese momento, el verle la cara de satisfacción y sus gemidos ahogados.

-Dale un beso- me pidió después.

Yo no quería hacerlo, más temor que por no querer. Había escuchado a mis amigas decir muchas veces que se lo habían mamado a sus novios o amigos y que era algo rico, pero yo no estaba segura de querer hacer eso allí en ese lugar.

Era tanta la insistencia de Ricardo que me decidí a hacerlo. Él me convenció de acostarme sobre sus piernas, como si estuviese durmiendo y que no pensara tanto, porque llegaríamos en unos veinte minutos a Caracas.

Me eché en sus piernas y seguí masturbándolo, olí su carne y noté su humedad. Ese olor me estaba embobando y aunque me resistía a empezar, porque siempre es difícil dar el primer paso, Ricardo me empujaba la cabeza para que lo hiciera ya.

Estaba profundamente excitada y me hubiese gustado pasar más tiempo allí, en contemplación, pero se acababa el tiempo. Saqué mi lengua y me atreví a lamer la gruesa cabeza. Ese extraño sabor me encendió mucho. Lamí y besé el cuerpo durante unos segundos, pasé mi lengua en su cabecita y noté que estaba botando algo de líquido salado.

Y entre beso y beso, ni cuenta me di cuando ya parte de su glande ya estaba en mi boca y yo lo chupaba con mucha avidez, dejando con cada chupada que el pene entrara más y más en mi boca. Yo sentía el temblor del miembro y de todo el cuerpo de mi novio y me sentía tan puta, allí, echada a sus piernas practicándole sexo oral.

Ricardo me empujaba y me subía la cabeza, algunas veces suave y otras con fuerza, como queriendo que me metiera toda su vaina. Yo había escuchado a mis amigas decir que cuando ellas mamaban, se metían casi todo en su boca, algunas aseguraban que se lo metían todo; pues debieron ser salchichitas, porque yo estaba acostada mamando uno, y no me metía ni la mitad en mi boca. Eso si que era un salchichón.

Ricardo me contó después, que le excitó no solo el ver mi cabeza pegada a su pelvis, sino además, sentir como el hoyo negro de mi boca se tragaba a su astro gigante. Me contó que fue muy placentero el verme acostada sobre sus piernas y de lo lindo que se veía el suéter cuando dejaba mis caderas y mi cintura descubiertas; que gozó acariciándome la espalda (y debió ser así porque cuando pasaba sus dedos, bajo mi suéter, coño, se me paraban todos los pelos, y hablo de todos).

Ricardo me dijo que le excitaba tocarme disimuladamente las nalgas y halarme el pantalón y verme la pantaleta y que eso, le producía unas ganas irresistibles de bajarme los calzones y cogerme por el culo. Yo no sé que se sentía ser cogida de ninguna forma, pero mi culito palpitaba y se me constreñía, deseoso de aprender.

Mis amigas contaban de lo rico que era chupara y mamar las bolas de un hombre, pero esa madrugada, yo ni siquiera había acabado la totalidad del pene de su pantalón. Sentí a Ricardo estremecerse con mayor locura y a guiar con violencia mi cabeza y no entendí que estaba pasando.

Fue entonces cuando sentí que algo salía de su pene y se regaba en mi boca. ¡El hijo de puta, ¿se está orinando?! Pensé. Traté de alejar la cabeza y escupir, pero sus manos me mantenían pegada al pene. ¡Coño, esos no eran miaos! ¡Era salado y caliente!

Ricardo me indicó que me lo tragara y yo recordé en esos segundos, que mis amigas decían que el hombre botaba como una leche que contenía a sus hijitos. ¡Hijo de madre, tenía en mi boca un poco del famoso semen masculino! ¡Yo pensé que eso salía de otra forma, pero solo eran mariqueras de carajita inexperta!

Solo habían pasado unos segundos y aun seguía bajando y subiendo mi cabeza sobre su entrepierna, pero pegando bien mis labios para no dejar escapar ni una sola gota, ¿qué tal si le manchaba el pantalón? Y si escupía, ¿el colector no se iba a dar cuenta? Para entonces íbamos a estar muy lejos y como cada mañana venía un bus diferente, ¿Cuál era el problema?

Tantas cavilaciones en menos de un minuto y con el corazón acelerado, perdí el rumbo y terminé con toda la leche resbalando por mi garganta y llegando a mi estómago. Yo siempre desayunaba al llegar a la universidad, pero luego, de ese "abreboca", no comí en todo el día.

Quizás les parecerá tonto porque hay quienes maman y cogen sin problema alguno, incluso desde la primera vez, pero yo no estaba acostumbrada a eso.

Esa mañana al llegar a la universidad, me pasé casi media hora en el baño, como con ganas de vomitar y sintiendo aún el sabor de mi "desayuno" en la garganta y el paladar. Por otro lado, el no tener sostén y que se marcaran mis pezones grandes me producía mucha incomodidad y también placer.

Según yo, todo el mundo me miraba. Tal vez si lo hacían, pero creo que era más por el producto de mi imaginación. Comencé a ver a las otras chicas y noté que la gran mayoría, no usaba sostén tampoco. A algunas se les marcaban los pezones más que a otras; algunas se veían con picos grandes, otras pequeñas, pero ciertamente, yo no era la única, entonces, ¿cuales eran mis pajas?

Así que más bien, me dediqué a caminar y a sentarme más derecha para sacar más pechos de los que ya tenía, y la verdad, eso me hizo mojar mis pantaletas tantas veces que creí que se me iba a manchar el pantalón.

Que bien se siente tener una vida secreta y hacer lo que yo hacía en la oscuridad del bus mañanero.

Escríbeme a lany_silfa@yahoo.com.ar Agradeceré tus comentarios.