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El carro de mis vecinos

en Bisexuales

WILSILOR XIII

El carro de mis vecinos.

Por Wilsi

Yo estaba feliz de que las cosas entre mi hermana y yo estuviesen mejor. Claro, le pedí que no siguiera con los vecinos, pero me dijo que era algo que necesitaba y que debía dejar las pajas y unirme al juego. Yo no estaba convencida. Reconozco que la idea de tirar nuevamente con un hombre y de estar con otra mujer, me excitaba profundamente, pero ¿y si me embarazaba? ¿O si me pegaban una enfermedad? Siempre me he cuidado de esto, porque si el profe y su esposa se tiraban a mi hermana, ¿por qué no tirarse a otras chicas quien sabe con qué enfermedad?

Confieso que en el fondo, todos mis prejuicios no eran nada en comparación con el deseo de vivir mi vida y de gozar cada minuto. Creo que yo no aguantaría dos pedidas si me dieran la oportunidad.

Esa oportunidad estaba por llegar. Lor y yo caminábamos por el centro de la ciudad, luego de hacer algunas compras. Yo estaba vestida con un pantalón blanco a las caderas del tipo pescado, zapatos deportivos de color rojo, medias blancas muy cortas, una camiseta corta y roja, una pañoleta del mismo color en mi muñeca izquierda y cabellos sueltos; mi hermana, llevaba una falda de color azul, sandalias y una camisa blanca manga corta, anudada por delante y sus cabellos recogidos en dos trenzas.

Ambas nos veíamos muy buenas porque las miradas y los silbidos de los hombres eran impresionantes, como si fuésemos artistas o algo así. Las mujeres nos miraban algunas con cara de arrechera y otras con deseo. Hasta los carajitos y los viejos, se enloquecían al vernos pasar.

Llevábamos muchas bolsas así que nos cayó como anillo al dedo el escuchar una corneta tras nosotras. Era el profesor, quien nos decía que nos subiéramos al carro.

-Pongan las bolsas atrás y siéntense aquí delante- nos sugirió.

Así lo hicimos y yo terminé sentada en el centro y mi hermana hacia la ventana. Estábamos muy lejos de casa, pero el profesor dijo que nos llevaría hasta allá. Yo estaba un poco nerviosa, pues, aunque él era muy atento y nos preguntaba por la escuela y sobre que carrera íbamos a tomar al graduarnos, yo solo podía pensar que ese era el carajo que se cogía a mi hermana.

Lor llevaba su brazo izquierdo sobre el asiento y alrededor de mi cuello y su mano derecha jugaba sobre mis piernas de forma insinuante, lo que no me parecía extraño luego de todo lo que ella y yo habíamos hecho, pero no pude evitar las miradas del profe (quien sabía de la homosexualidad de mi hermana, pero no de la mía, porque Lor se hizo pasar por primeriza con ellos).

Cuando tomamos la autopista nos agarró una cola inmensa y todos suspiramos resignados, pues, salir de allí, nos llevaría mínimo una hora. Sería un rato insoportable, especialmente por las mariqueras que mi hermana estaba hablando y de lo comprometido que resultaban.

Yo apenas si decía alguna cosa y me reía por lo bajo, sintiéndome tan incómoda, que solo deseaba salir corriendo de allí. Lor estaba a punto que se lo tiraba y yo estaba sudando mucho ya y sentía que se me iba a salir el corazón por la boca. Allí estaba mi hermana, acariciándome con esa sazón propia de ella cuando está empepada; yo en el medio, y al volante, ese hombre al que vi la otra noche, desnudito en su cama, cogiéndose a sus dos mujeres.

-Oye, quiero agradecerte por llevarnos a casa- dijo Lor con cara de pícara-. Esas bolsas son muy incómodas para cargar.

-No es nada, tranquila- afirmó el profesor amablemente.

-No insisto. Quiero agradecerte. Por llevarnos a casa, desviaste tu camino y ahora estamos en esta puta cola.

-¡Oye, esas no son palabras de una niña decente!- bromeó el profesor.

-Tú sabes que no soy "una niña decente". ¿Entonces? ¿Te agradezco?

-¿Y como me vas a agradecer?

-Pues, tú solo quédate tranquilo.

Ante mi asombro, mi hermana se echó sobre mis piernas y puso sus manos en la entrepierna del profesor, que no estaba menos asombrado que yo. Enseguida la vi desabrocharle la correa, el botón del pantalón, bajarle el cierre y ante sus ojos y los míos apareció esa verga de casi 30 cms perfectamente erguida.

Gracias a Dios los vidrios eran ahumados y el tráfico estaba casi detenido. Lor bajaba y subía su cabeza bajo el volante y yo apenas podía ver de vez en cuando, su boca chupando el grueso palo. Estaba allí, echada sobre mis piernas y se le veía sugestivo el tatuaje, emergiendo de la falda que se le bajaba un poco para dejar ver también su pantaletica azul. Era todo un encanto de mujer.

Yo estaba tiesa observando a mi hermana en su faena y cruzando algunas veces mi mirada con la del profesor, que era de orgullo, satisfacción, no sé. Lo vi cerrar sus ojos, gemir con un ronco clamor y mover torpemente sus piernas cada vez que los carros avanzaban unos metros.

La cara del profesor era todo un poema y sentí que me decía "Hazlo tu, carajita". Ganas no me faltaban, pero estaba tan nerviosa como si nunca hubiese mamado uno. Bueno, jamás uno de esas dimensiones.

Lor le bajó el pantalón hasta las rodillas y vi como seguía mamando y pajeando al hombre, chupándole los huevos, halándole el cuerito, y él, le acariciaba los cabellos a mi hermana…, los brazos y más de una vez le haló con fuerza la camisa, dejándole la espalda desnuda. Lor se veía linda, apetitosa, especialmente cuando el profesor deslizó una mano, acarició sus caderas, sus nalgas sobre la falda y lo vi meter una mano bajo la tela.

La cola avanzaba poco a poco y yo veía a los otros conductores muy pegaditos, como mirándonos. Pero no podían hacerlo porque los vidrios eran oscuros por fuera. Lor llevaba allí por lo menos 15 minutos, mamando y pajeando al profesor, hasta que este, empezó a gruñir y a gemir más rápido y comprendí que iba a acabar. Él apretó el cuerpo y entonces gruñó y gruñó hasta calmarse poco a poco. Debía haber botado toda su leche y, mi hermana, seguro que se la había saboreado toda.

Lor volteó su rostro hacía mí y me dijo "¿Quieres?", yo le hice un gesto de que no, pero insistió. Me salvó la campana de que la cola ya se estaba disipando y el profesor debía acelerar. Él mismo se arregló los calzones y le agradeció a Lor por el gesto.

-Oye, hermana- dijo Lor aún con su cara de pícara-, ¿me das un beso?

-¡No!- exclamé yo sintiendo que me estaba comprometiendo mucho ya.

-Anda. Sé que no eres lesbiana, pero puedes probar- mintió para seguir su juego.

-¡E-eso no está bien, Lor!- mascullé un poco asustada.

¡Verga, la muy coño e’ madre se las sabía jugar muy bien! El profesor nos miraba atento. Esperaba a que yo dijera que sí y a que aceptara darme unos besos con mi hermana. Él pensaba que la primera vez de Lor fue con su esposa y que yo nunca había hecho algo así y tampoco me había acostado con un hombre.

Su cara era de satisfacción y de victoria al verme rezongando y a punto de dar el primer paso. Insulso, no se imaginaba que entre mi hermana y yo, yo era la más lesbiana.

Seguimos el juego y entre ruegos y caricias, terminé dejando que mi hermana acercara su rostro al mío…, su boca… y sentí sus labios rozar los míos. En un segundo, los labios de ambas jugueteaban y las lenguas no tardaron en hacer su juego. Su boca sabía a semen y me excité al saber que ese era el sabor salado de ese hombre que nos estaba observando.

Me olvidé de él y me dediqué a lamer los labios, la cara y a chuparle la lengua a mi hermana y sentía en mi espalda, la fuerte mirada del hombre, extasiado por ver a las dos hermanitas lateándose impúdicamente.

Yo estaba tan excitada ya, sobre todo al saberme observada por ese carajo que pensaba que yo no tenía esas inclinaciones y que era una carajita boba. Gocé un mundo al dejar que Lor me estrujara las tetas sobre la camiseta o que me apretara la entrepierna sobre el pantalón. Tenía dos opciones: o me quitaba allí mismo los trapos que cubrían mi cuerpo y dejaba que mi hermana me amara o esperaba al llegar a casa.

En el punto de excitación en el que yo estaba, la primera opción era la más adecuada, pero noté que ya estábamos a una cuadra de nuestra casa. Diablos, sería en otra ocasión.

-Ustedes se ven como si ya lo hubiesen intentado, ¿me equivoco?- dijo el profesor.

-Sí, se equivoca, profe. Es la primera vez que hago esto y me da… un poco de pena- contesté ruborizada.

-Es que lo hacían tan bien.

-Como sea- dijo Lor-, yo solo he estado con su esposa y desde hace días, le tengo ganas a Wilsi. Solo aprovechamos el momento.

-Bueno. ¿Nos vemos después?- preguntó el profesor.

-Sí- contesté yo nerviosa-. Y disculpe.

-¿Disculpe? ¿Por qué?

-Dicen que hacer estas cosas en un carro, lo "empava".

-Ja-ja-ja. No creo en esas cosas, mi niña, más bien, si creo, pero tengo mis formulas secretas para despojar al carro de esas energías tan fuertes.

-¿Cómo es eso?

-Cuando llego a casa, orino sobre los cauchos. Dicen que así se alejan las malas vibraciones. Es como un despojo.

-Si usted, lo dice.

Lor intervino y propuso algo que me paralizó por un segundo:

-¿Y que tal si ahora eres tu, Wilsi, quien le agradece al profe por traernos?

-¡¿Qué?!

-Anda. Será divertido.

Lor trató de convencerme por todos los medios, pero yo estaba dura.

-No tienes que hacerlo si no quieres, mi niña- afirmó el profesor.

Yo lo miré titubeante y luego, dije:

-¿Y quien dijo que no quiero?

Todos sonreímos. El profesor aparcó el auto frente a nuestra casa y yo, presurosa, me incliné hacia su entrepierna. Describí el mismo procedimiento que antes hiciera mi hermana: le desabroché la correa, el botón del pantalón, el cierre y bajé las telas hasta dejar nuevamente al descubierto a la gruesa tripa que no tardé en devorar. Lo hice sin preámbulos porque ya estábamos estacionados frente a nuestras casas y solo teníamos algunos minutos antes de que la gente comenzara a hablar pajas.

Coño, abrí la boca lo más que pude para que esa verga de unos 7 cms de ø entrara por lo menos 10 cms y se la chupé con tanta maestría que escuché al carajo chillar varias veces que lo hacía muy bien para ser la primera vez.

-Aprende muy rápido y capta todo con facilidad- contestó Lor acariciando mi cabeza bajo el volante y jugueteando con mis nalgas-. Solo le bastó darme una mirada para imitarme muy bien.

No sé si el profesor se tragó el cuento, pero yo si que me estaba tragando parte de su verga y me excitaba cada vez más con las caricias de Lor en mis caderas o en mi espalda. Con un pene como ese, cualquier hombre estará condenado a que no le mamen ni la mitad y menos a poder metérselo hasta las bolas a una caraja. Yo pensé en eso justamente: ¿qué se sentiría tener esa vaina detrás y hasta donde me lo podía meter?

Le lamí sus huevos velludos, le halé le cuerito y lo bajeé con mi mano izquierda, pero el hombre nada que acababa. Yo, estaba cada vez más excitada cuando mi hermana me tocaba las nalgas y me daba palmaditas en el culo. Para entonces yo estaba en cuatro patas y solo deseaba ser cogida por detrás, pero no había tiempo, así que solo me conformé con seguir mamando hasta que intuí que el tipo se iba a venir.

Me metí todo lo que pude y lo seguí masturbando con las dos manos hasta que en medio de un gran temblor, sentí las primeras ráfagas de leche en mi boca y pronto, tuve que tragar rápido porque si no me ahogaba. Para finalizar, lamí todo el cuerpo…, la cabecita…, quitando todo el excedente y dándole una buena frotada para terminar de ordeñar al profesor.

Me levanté, besé a mi hermana y le sonreía al carajo que ya se estaba arreglando el calzón. Ambas chicas salimos del auto y sacamos las bolsas. El profesor esta vez fue descortés y no salió a ayudarnos, porque si lo hacía, los transeúntes o los vecinos chismosos podían ver el gran bulto que todavía se le marcaba en el pantalón.

Eran las 5:25 de la tarde, así que teníamos al menos media hora para pasarla bien mi hermana y yo. Un poquito antes de que papá y mamá llegaran, Lor y yo estábamos en mi cama, dándonos duro y todo a nuestro alrededor era un desorden de sábanas y ropas mal tiradas. Fue poquito el tiempo, pero creo que como ya veníamos empepadas, nos dimos el revolcón más impetuoso y rico de nuestras vidas.

Para mi hermana y yo, cada encuentro era especial y como si siempre fuese el primero.

Esa noche quisimos escaparnos e irnos a casa de los vecinos, pero papá se quedó despierto hasta muy tarde haciendo no sé que coños, y cuando se fue a acostar, ya era casi de madrugada.

Al siguiente día, Lor y yo salimos a dar una vuelta luego del colegio. Era algo más de la una y Lor recibió una llamada a su celular. Era el profesor que le preguntaba donde estábamos y que si queríamos pasaría recogiéndonos. Ella aceptó y nos dispusimos a esperar.

Mi hermana ese día llevaba puesto un pantalón muy ancho de color verde y una franela azul con un letrerito que decía "Moon ligh", zapatos deportivos y un gorrito negro en la cabeza. Yo llevaba los mismos zapatos del día anterior, medias cortas, un calzón blanco con muchos bolsillos y una franela de color negro con un ojo pintado en el pecho.

Cuando el profesor nos recogió, Lor y yo nos subimos detrás porque su esposa iba con él. Me dio un poco de corte porque yo no le tenía confianza. Nos preguntó a donde queríamos ir, pero nosotras ni pendiente, que decidieran ellos. A la final tomamos dirección hacia la parte alta de la ciudad.

Mi hermana se inclinó hacia delante y comenzó a besarse con Silfa. Se veían tan lindas y el profesor, de vez en cuando les echaba una mirada de alegría o me miraba por el retrovisor. Silfa iba bastante formal porque venía de una exposición en la universidad. Llevaba un pantalón negro de vestir, sandalias altas, camisa manga larga, chaleco y corbata.

Eran una mujer y una carajita lateándose que daba gusto. Lor aprovechó y posó su mano izquierda sobre los pechos de Silfa. El beso era cada vez más desaforado mientras mi hermana le iba desanudando la corbata y luego le desabrochó uno a uno los botones de la camisa y comenzó a sacarle las tetas del sostén. Por Dios, esos eran unos senos envidiables y apetitosos.

Silfa quiso ponerse más cómoda, así que reclinó su asiento un poco hacia atrás y así, permitió que Lor la siguiera besando y que le acariciara las tetas. Me convertí en la propia voyeurista al ver a esas dos chicas amándose de lo lindo. Mi hermana le lamía y mamaba las tetas de Silfa y ella le acariciaba su cabeza.

El profesor seguía manejando y nos alejábamos poco a poco de la ciudad. Yo estaba cada vez más excitada y quería unirme al juego, pero no sé por qué coños, siempre me cohíbo de dar el paso. Lor se veía linda allí, echada sobre Silfa y con su cabeza hundida entre sus tetas. Tantas veces la había visto desnuda y había gozado su cuerpo, pero verga, el ver como se le bajaba el pantalón y se le salían las pantaletas, me hacía recordar una vez más todo lo que ocultaban esos malditos calzones.

Lor volteó y me guiñó un ojo. "Ven", me dijo y me hizo acercarme hasta donde estaba recostada Silfa. "Chúpaselas", me pidió y me empujó la cabeza hacia esas madres de tetas perfectamente paradas. Carajo, sentí una atracción inmensa hacia esa rosadas y turgentes esferas de carne.

Silfa me miró fijamente.

-Hazlo- susurró-. Ayer se lo mamaste a mi esposo, ¿verdad? Pues, hoy ¿qué te detiene hacérmelo a mí?

Yo me sentí profundamente excitada al saber que esa mujer estaba enterada de lo que el día anterior le hice a su marido debajo del volante.

-También sé que besaste a tu hermana- continuó Silfa-. Mírame: ¿no te provocan mis tetas?

Definitivamente, decidí dejarme de pajas, si estaba en ese carro, sabiendo que ellos tres se tiraban juntos, no era precisamente para tirar piedras.

Bajé mi cabeza y me dediqué a mamar por primera vez aquellas tetas y a entregarme a la pasión con la esposa del hombre a quien la tarde anterior le había mamado el güevo (no acostumbraba a decirle así al pene, pero, bueno así le decimos aquí en Venezuela y ¿Quién soy yo para ponerle un nombre bonito?).

Silfa disfrutó de las bocas de mi hermana y yo, jugueteando con sus tetas o en su boca. Le terminé de sacar la camisa y le acaricié su abdomen plano. Esa mujer era muy hermosa. Las tres lo éramos y eso era lo que más le gustaba al profesor, porque él solito, se estaba llevando el premio por partida triple.

Llegamos a un mirador de donde se veía completita toda la ciudad. El profesor sugirió salir del auto y contemplar un rato la vista, pero creo que nadie, ni siquiera él mismo, se creyó la idea. En ese momento, todo el mundo deseaba quedarse allí y pasarla bien.

Los besos y caricias fogosas no se hicieron esperar y se formó la gran orgía en ese carro de asientos reclinables. El profesor se sacó la ropa completa y yo, me eché hacia delante para mamarle el güevo otra vez. Lor y Silfa seguían besándose y metiéndose mano. El profesor me haló y me sentó casi sobre las piernas de su esposa y comenzó a acariciarme los cabellos a meter su mano bajo mi franela y creo que le gustó que yo no usara sostén.

Me levantó la cabeza y me dio un beso riquísimo sin dejar de acariciarme las tetas, bajo la franela o de apretarme la entrepierna sobre el pantalón. En medio de los besos, me desabrochó y me bajó los calzones dejándome apenas en pantaleta. Fue intenso cuando me sentó sobre sus piernas y luego, de hacerme a un lado la pantaleta, sentí como la cabeza de su pene comenzaba a entrar en mi culo. Coño, eso era lo que yo más anhelaba desde el día anterior.

Yo me apoyaba del volante como si estuviese manejando y bajaba y subía dejando que se metiera gran parte del bicho. Carajo, yo pensaba hasta donde podía entrarme tan descomunal falo, pero ese día constaté que si me lo metía más me iba a reventar. Volteé y vi como Silfa estaba quitándole a Lor la franela y le mamaba las tetas. Me excitó el hecho de saberme cogida por el esposo de esa mujer que estaba amando a mi hermana.

Así pasamos por lo menos media hora hasta que el profesor reclinó un poco el asiento hacia atrás, me levantó y me hizo sentarme frente a él. Me cogió ahora por delante y yo sentí que a mi poncha no le cabía tamaño salchichón. Miré hacia a un lado y vi a Silfa, todavía acostada en el mueble, pero ahora sin pantalón. Lor estaba acostada sobre ella y hacían un rico 69. Lor ahora estaba apenas en zapatos y con las rodillas en le sillón, de manera que estaba inclinada como a 45 grados de cabeza.

Me excitó verlas allí, pero ni por el carajo me iba a despegar de ese hombre que, tomándome por las caderas, me subía y me bajaba, clavándome en su pene. No sé si algún ruido se escuchaba en el exterior del carro, pero allí, dentro, una gritería, chillidos y berrinches ensordecían nuestros oídos.

El profesor me acabó adentro y estuve un ratico, abrasada a él, pasando el momento; luego, me hizo cambiar con Lor y ahora era yo quien participaba en el 69, mientras él, se cogía a mi hermana (ambos se pasaron al asiento de atrás y el profesor se la cogía en posición de perrito y ella se sostenía en el asiento delantero, reclinado hacia delante). Yo mamaba por primera vez la poncha salada y chorreante de Silfa y disfrutaba de su lengua en la mía y supongo, se lamía toda la leche que su esposo me depositó allí.

Poco después, mi hermana estaba acostada en el asiento de atrás con los zapatos pegados del vidrio trasero y el profe, semi inclinado y encorvado porque pegaba del techo, se la cogía por delante o por detrás indistintamente. Los gritos de Lor me excitaban mucho y también los de Silfa, que ahora estaba recibiendo una pajeada muy violenta de mis manos. De vez en cuando yo la besaba y ella ahogaba sus gemidos en mi boca.

Era poco más de las cuatro, Silfa se arrodilló con las piernas abiertas en los asientos delanteros, es decir, con una rodilla en cada una y, su esposo, acostado boca arriba en el asiento trasero y con las piernas hacia arriba, le mamó la cuca y más de una vez le lamió el culo. Lor y yo, sentadas en los asientos de atrás, nos dedicamos a mamarle el güevo al profe.

Silfa gemía de lo lindo y yo, le echaba un ojo para admirar sus pechos desnudos, apareciendo entre el sostén abierto o la camisa desabrochada. Se veía tan linda allí, abierta para que su esposo le lamiera sus jugos y con ese desbarajuste de ropas desarregladas, es decir, la camisa y el sostén, desabrochados y la corbata mal anudada.

Luego, se cambió y le tocó a Lor dejarse mamar. Silfa y yo lamíamos el grueso monumento y nos besábamos de vez en cuando. Yo lamía los huevos, ella mamaba; yo mamaba y ella lamía los huevos o lo pajeaba. Mi hermana chillaba y movía su pelvis sobre la cara del profesor y se veía linda también, apenas en zapatos y medias.

Me tocó el turno a mí y me arrodillé sobre los asientos y dejé que el carajo me mamara la poncha. Que delicioso fue aquello. En verdad que él era un dios con esa lengua divina. Yo gocé infinitamente de la lengua o los dedos del profesor jorungando mi poncha o mi culito tembloroso; pero me dio cierta envidia de ver que fue su esposa quien tuvo el privilegio de recibir su leche y Lor, se chupó el resto.

Yo, por mi parte, segregué tanto, mi propia leche, que dejé la cara del tipo empapadísima. Cuando él se levantó, fui yo misma quien le lamió todo el rostro para limpiarle mi miel.

Eran las cinco ya, cuando el interior del carro parecía una gran colchoneta, porque los asientos estaban reclinados y éramos uno para todas y todas para uno. Yo le mamaba la poncha a Silfa, Silfa a mi hermana, mi hermana al profesor y este, a mí nuevamente. Nos turnábamos y seguíamos mamándonos. El carro olía a sexo y los gemidos eran atronadores.

Echadas sobre los muebles, mamando o dejándonos mamar, besando o recibiendo caricias, las tres mujeres, sentimos como el hombre se rotaba y nos cogía equitativamente; un ratito por aquí, otro por allá. Lo cierto es que nos hizo muy felices y tanto Lor como yo, felicitamos a Silfa por tener a un hombre así.

-Es el hombre de todas- dijo Silfa.

-Sí, pero es tu esposo y tú eres la legal- contesté yo.

-Tanto mi esposo, como yo, estaremos allí, siempre para ustedes.

Eso era verdad, porque desde entonces, Silfa fue determinante en nuestras vidas y, como ya saben, es ella quien ha puesto nuestras historias en Internet.

De vuelta al pueblo, las tres chicas no paramos de besarnos y de meternos mano hasta que llegamos cerca de donde vivíamos.

-¿Por qué detienes el auto aquí?- preguntó Silfa.

-Ustedes gozaron mucho bajando y yo solo me limité a manejar. Quiero una compensación.

Pensé que solo quería que alguna de nosotras le diera una mamada, pero no, quería un 69 y, la elegida fui yo.

Creí que iba a reclinar el asiento y nos íbamos a acostar, pero no, él pensaba quedarse en su asiento. Se bajó el pantalón y yo me eché sobre sus piernas. Luego, y ante mi sorpresa, me volteó y me puso patas arriba. Él mismo, me desabrochó el calzón y me lo remangó con todo y pantaleta por sobre las rodillas. Yo estaba completamente de cabeza con las rodillas pegadas al techo y me dejaba mamar por el hombre, a quien yo le estaba dando también una rica mamada, aunque con dificultad por la posición.

No sé si era la forma, pero me excitó tanto estar así patas arriba que me vine rapidito y la chupada fue tan intensa que él también se vino. Mi boca se llenó de mucha leche y sentí que me estaba ahogando por la dificultad de tragar, pero lo hice y logré satisfacer a ese hombre tan especial.

Ya era de noche cuando el profe arrancó el auto y yo, acomodándome los calzones, seguía besando a mi hermana o a Silfa. Creo que hubiésemos seguido así por muchas horas más, pero estábamos muy retrasadas y seguro mis papás estaban molestos.

Y así fue. Cuando llegamos a casa, papá y mamá nos formaron un peo. Lor y yo tratamos de calmarlos, pero nada, nos recriminaban e hecho de no haberles dicho donde estábamos. Nos fuimos a nuestras habitaciones un poco sentidas, pero contentas porque por nada del mundo cambiaríamos el placer de haber vivido esa tarde en el carro de nuestros vecinos.

Wilsi

Escríbannos a wilsilor@yahoo.com Agradecemos sus comentarios.