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Wilsilor (22: En la casa de Silfa)

en Bisexuales

WILSILOR XXII

En la casa de Silfa

Por Marité

Hola, soy Marité Estoy muy contenta de poder compartir estas líneas que no son más que mi versión de los hechos y de cómo me volví parte de ese universo en el que vive mi amiga Silfa.

Esa tarde la pasamos muy bien en su casa y gocé de saberme mujer en los brazos de otra mujer. Me extasié de estar en la cama de esa escultural criatura que me estaba conduciendo a su centro de gravedad y del que ya yo no podría escapar nunca más.

Silfa es tan bella. Esa tarde lo constaté con mis ojos y mi piel entera. Me sentí dichosa de estar acostada allí, besándole sus piernas largas y bien contorneadas, de chuparle sus carnes y de beberme toda la leche de su cuca apenas velluda y lo mejor, fueron esas montañas enormes, hinchadas y bien paradas como las tetas de María Guevara, tan diferentes a las mías, que no llegan ni siquiera a cerritos.

Desnuditas y tumbadas en su cama, la pasamos bien mamándonos mutuamente las tetas, pues, mientras yo le mamaba las suyas, ella me mamaba las mías. Que tripa (sabroso) fue estar allí, mamándonos así y masturbándonos cada una con sus propios dedos.

Que tripa fue chuparle un pezón y ver como ella, sin ninguna dificultad se chupaba el otro. Pana, que rico fue unir mi lengua a la suya para chuparle una teta. Hasta envidia me dio porque a mi me costaba un poquito más llevarme una teta a mi boca, pero tampoco es que fuese una caraja plana; no, lo que pasa es que las razones de ella son más poderosas que las mías.

Desde que lo hicimos en el baño, vivo fantaseando con esos pechos y buceándola (mirándola) cada vez que puedo, especialmente cuando la muy puta no lleva sostén y se le ven claritos los piquitos o lo redondito de sus aureolas.

Esa tarde cuando le confesé que me gustaba mamar güevo y que lo hacía desde muy carajita, me encachoné mucho y por eso disfruté tanto chupar el plátano que me metió en la boca o mamarlo directamente en su cuca. Ella insistía en que se lo hiciera su esposo, pero yo me negaba por vergüenza. La verdad, claro que quería, pero no me quedó de otra que jugar a mamarle el güevo a ella.

Y estaba de lo más entretenida lamiendo y chupándole el plátano, a veces, o pasándole la lengua por su cuca, en otras, cuando ella, gimiendo de gozo y con los ojos cerrados, me dijo:

-¡Eres una puta! ¡Eres una puta mama güevo!

No sé por qué me excitaba tanto que ella me dijera eso. Tal vez es que en ciertos momentos decir vainas así, es tan sabroso porque es la fantasía de ser lo que no eres, o lo que no te aceptas.

Pero mi excitación se fue al coño, cuando escuché una voz ronca detrás de mí.

-¿Y por qué no te mamas uno de verdad?

Coño, era el mismísimo Ricardo parado en la puerta del cuarto y con expresión de recogimiento. Enseguida me senté en la cama y traté de arroparme con una sábana o algo, pero estaban todas en el piso por el desorden. Apenas, si me pude cubrir con una pequeña almohada mis partes. Quise que me tragar la tierra y sudé lo que no había sudado con todo el ejercicio de la tarde.

-¡¿Ricardo?! ¡¿Qué haces aquí tan temprano?!- preguntó Silfa.

-Pues, no di clases en la tarde (ahora no importa por qué) y resulta que llego a mi casa y encuentro a mi esposa con otra mujer en nuestra cama.

Y dirigiéndose a mí, dijo:

-¿Y eso Marité?: No sabía que fuese lesbiana y menos "una puta mama güevo"

Traté de explicarle que no era así, que era un juego de palabras, pero igual, ¿acaso no me encontró desnuda con su esposa en su cama y con mi cabeza pegada a su cuca? Esos no son juegos.

-Llego a la casa- siguió Ricardo- y me encuentro con un poco de ropas tiradas en el piso y en las escaleras y me dije: deben ser las vecinas, pero no: es Marité.

Yo tenía mucha pena y les dije que me iría inmediatamente. La pena quizás venía del hecho de saber que yo admiraba a ese hombre y ante él quería mostrarme siempre como una niña recatada y de valor, pero allí, en su cama, parecía solo lo que el dijo: una puta y las putas, solo sirven para que se las cojan.

Pero la vaina no tardó en irse más allá, porque la propia Silfa lo acercó hasta nosotras y se abrazó a sus piernas. Comenzó a besar el bulto de su pantalón y a mí no me sorprendió que lo hiciera, pues, es su esposa y debía estar ya acostumbrada a eso.

Le desabrochó la correa, el pantalón, le bajó el cierre y con todo e interior, se lo bajó hasta las rodillas. Entonces por primera vez vi su verga. No era como nada que yo hubiese visto antes. Ese pájaro si que era grande y me asusté un poco. Él sonrió al ver mi cara de sorpresa y comenzó a gemir cuando Silfa se lo empezó a mamar.

A mí se me encresparon todos los pelos y sudé un poco más al ver que Silfa ni siquiera podía meterse todo ese monumento en su boca. Lo lamía, lo besaba, lo chupaba, le lamía las bolas y Ricardo gemía como un toro, echándome unas miradas de deseo que yo asumí como una invitación a hacerlo yo.

¿Yo? Yo si quería, pero nadie me lo había dicho con palabras ni con señas, ni nada. La almohada no me cubría un coño, la verdad; y ¿para qué cubrirme si ya el carajo me había visto hasta el alma?

Silfa estaba sentada en la cama y Ricardo estaba de pie, quitándose el resto de ropa hasta quedar desnudito también. Luego, se arrodilló en el centro de la cama y ella se agachó para mamarlo así. Yo lo veía y me provocaba lanzarme a darle duro también. Tuve nuevamente cierta envidia de Silfa, pues, carajo, la tipa no solo era bella, alta, flaca y con unas tetas enormes, sino que además, estaba casada con un hombre exitoso, rico y con un pájaro que cualquier tipo envidiaría.

Poco después, el seguía de rodillas y ella acostada boca arriba le chupaba las bolas y lo pajeaba, mientras se pajeaba ella misma. Mi corazón latía muy aprisa y el enorme pájaro me atraía como si fuese un imán.

Entonces, Ricardo me tomó por un brazo a la fuerza y me haló hasta él, tomándome por los cabellos. Eso me excitó mucho y me uní a Silfa. Ahora, mientras ella seguía chupándole las bolas, yo le lamía el cuerpo de la verga y le chupaba la cabeza. Nuestras lenguas a veces se encontraban y se lamían entre ellas sin dejar de lamer la blanca piel del hombre. Este era el pájaro 21 que mamaba en mi vida (los llevo contaditos) y, por supuesto, el más grande. Algunos cabían casi por completo en mi boca, otros, apenas cabían, pero este, era de verdad un obelisco descomunal. Ricardo aprovechó y me acarició la espalda suavemente y a mi se me erizó hasta el último de lo pelos. Era la primera vez que veía mi tatuaje y también, la primera vez que me veía desnuda, mamando y todo…

Recibí pellizcos suaves, fuertes, palmaditas en mis nalgas y sus dedos en mi culo haciendo maravillas. Ricardo se las ingenió para hacerme terminar sobre su esposa refregando mi cuca contra la de ella y recibiendo las caricias de ella en mis nalgas o sus abrazos fuertes al tiempo que ambas bocas lamían y chupeteaban el grueso falo.

Después, él se montó a horcajadas sobre su esposa y comenzó a hacerle una "paja rusa", es decir, ella se agarraba las tetas y le frotaba el pene, que siendo tan grande, alcanzaba perfectamente a llegar a la boca de su esposa, ávida de seguir chupándolo.

Yo ya tenía un poco más de confianza, así que le di algunos besos a Ricardo y cuando podía, ayudaba a Silfa a pajear con sus tetas a su esposo o le pasaba la lengua por sus piquitos. De pinga, esas era las tetas, que podían arropar a tan descomunal animal, porque sinceramente cuando me tocó a mí, ni pendiente. Mis tetas eran muy chiquitas y apenas si lograban masajearlo. Esos sí: creo que a Ricardo le gustó el hecho de que fuesen unas tetas nuevas, firmes y lindas a pesar de todo, las que le dieran placer.

Creo que si fue así, porque el hombre rugió y tronó como un toro, hasta que explotó irremediablemente en mi cara, en mi cuello y gran parte entre mis teticas.

Yo quedé empapadísima de toda esa miel, que Silfa pronto lamió de mi cara y de mi cuello y que luego masajeó en mis tetas como si fuera un divino ungüento. Luego, me dio una mamada tan rica, chupándose cada gota de la leche de su marido. ¡Pana, Silfa es tronco de mujer y su esposo, palo de hombre!

Yo seguía acostada boca arriba, entonces Ricardo se puso de rodillas en mi cabeza (en la misma posición que estaba cuando se lo mamó su esposa). Yo comencé a lamerle el grueso falo y a chuparle las bolas peludas. Estaba borracha de placer, percibiendo el olor a sexo húmedo, lamiendo y halándole el cuerito, cuando sentí que Silfa me abrió las piernas, los labios de mi cuca y como una diosa, me colmó de felicidad, metiendo su lengua hasta el fondo de mi cueva o pajeándome con sus dedos largos.

Yo tengo las uñas cortas, pero desde que Silfa me acaricia allí abajo, me he vuelto adicta a sus uñas pellizcando o rasguñando mis entrañas. Nunca me imaginé vivir algo así. Soy generalmente muy loca, pero estar en la cama de mi mejor amiga y con su esposo es más de lo que yo hubiese esperado hacer y claro, ni pendiente con lo que me siempre me enseñaron mis padres, pues, una cosa era que soportaran el que yo me vistiera como lo hago y que tuviera piercings o que me hiciera el tatuaje; incluso que tuviese todos los novios que quisiera, pero ¿acostarme con otra mujer? Y más, ¿con su marido? No, si se enteraban, esta vez si que me iban a moler a palos.

No sé cuanto tiempo estuvimos allí, ni me importaba porque me la estaba tripeando full. Silfa se volteó y puso sus nalgas cerca del pene de Ricardo y yo, desde abajo, con sus muslos cerca de mis orejas, vi la cabeza de la verga comenzar a meterse por el culo de mi amiga. Salvo en películas, yo nunca había visto como se cogían a otra mujer que no fuese yo misma. El pene comenzó a meterse poco a poco y Silfa se contoneaba y destilaba sus jugos sugestivamente.

Yo la tomé por las caderas y estiré mi cara hasta su cuica para lamer todo el néctar que me estaba brindando; con facilidad al principio, con dificultad después, cuando Ricardo comenzó a cogérsela con salvajismo y desesperación. La misma Silfa bajaba y subía su pelvis deliciosamente y me chocaba la cara ricamente. Gocé del hecho de escuchar sus gemidos y de chuparme su cuca mientras era cogida por su hombre.

Más de una vez, besé sus muslos sudados o lamí las bolas de Ricardo que no dejaba nunca de moverse. Simplemente sacaba mi lengua y la estiraba hacia arriba para que cada vez que las bolas pasaran, la golpearan en la puntita. Yo estaba de verdad borracha de gozo y más, cuando Silfa, dobló sus codos y terminó con su cabeza pegada a mi cuca. Ahora hacíamos un excelso 69 mientras ella, recibía los beneficios del sexo anal. Cuando Ricardo eyaculó, desde el culo de mi amiga se desbordó un río de leche caliente que bañó su vagina y que yo lamí como si se tratara de un alimento sagrado.

Minutos después estábamos los tres, echados en la cama, dándonos beso y acariciándonos amenamente cuando vi el reloj en la mesita de noche. ¡Coño, eran casi las seis de la tarde! La tarde se me fue y ni cuenta me di.

-Me tengo que ir, porque se me va a hacer tarde- dije-. Saben que vivo en Guarenas y con las colas que se forman llegaré como a las diez de la noche.

-Tranquila. Yo te llevo más tarde- contestó Ricardo.

-¿Por qué mejor no te quedas?- propuso Silfa con ansiedad.

-No. No traje muda de ropa y mis padres se van a preocupar.

-¿Por qué no los llamas y les dices que vamos a terminar un trabajo pendiente o que tienes que ver una obra para evaluación?- dijo Silfa cada vez más ansiosa.

Por más que insistieron no accedí a quedarme (aunque ganas no me faltaban). Pero cuando me iba a levantar para darme un baño, Ricardo me tomó de la mano y dijo:

-Epa, usted no se va de aquí sin que yo me la coja, ¿eh?

Tenía razón y ese era un gusto que yo no me iba a perder.

-Esta bien, pero me llevas ahora a mi parada, ¿okey?

No se dijo más y enseguida, estábamos otra vez inmersos en los besos y caricias que al parecer nunca faltaban en esa cama.

-¿Me pongo un condón?- preguntó él.

-No, ahora no estoy en peligro de embarazo- respondí yo.

Me tocó hacerlo de la forma tradicional, es decir, yo acostada boca arriba y él sobre mí.

Creo que a esta posición le llama misionero, pero no estoy segura. Lo que si sé, es que coño, después de no tirar por un tiempo, el ser penetrada poco a poco por esa verga descomunal me produjo un placer que no sé como describir. Solo recuerdo que temblé, se me puso la piel de gallina y debí clavarle las uñas que apenas tengo a Ricardo en su espalda y debí volverme tan loca, tan loca…, que por un rato, perdí la vista, el sentido del oído, todo…

Recuerdo que estaba con las piernas enrolladas a la cintura de Ricardo y otras veces, abiertas al aire. Luego, cuando ya habían caído rayos y centellas sobre mi cuerpo sediento de placer; Ricardo me subió más las piernas y me las puso abiertas hacía atrás y comenzó a lamerme la cuca. ¡Ufff, que delicia fue sentir su lengua allí!

Volteé a mirar a mirar a Silfa y ella estaba allí, dándose fiesta ella misma con "manuela" sin perderse detalle de su esposo tirándose a una amiga de la universidad.

Ricardo puso la cabecita de verga en mi cuca y comenzó a empujar ya empujar, suavecito, duro…, hasta que me fue metiendo poco a poco su vaina otra vez. Yo estaba allí, con las piernas al aire en posición de tijeras, y mi cuerpo temblaba otra vez al sentirme invadida por ese monstruo que estaba ensanchando mi cueva secreta. Nuevamente comencé a perder el sentido y a desvanecerme en la nada.

Carajo, ese hombre, el esposo de mi amiga, me enloquecía más que ninguno y me hacía sentir que estaba cayendo en un vacío inmenso del que ya no quería salir. Silfa me contó después, que allí estuvimos largo rato y ella, que siempre participaba activamente, esta vez solo se dedicó a vernos, especialmente a mí, que estaba como poseída por un espíritu extraño o por una energía que estaba colmando toda la habitación.

Silfa me dijo que en cierto momento, yo estaba apenas apoyada en los omoplatos y que las nalgas estaban al aire y las piernas abiertas a casi 180º, mientras su esposo seguía sacando y metiendo su verga de mí. Yo hacía unos berrinches endemoniados y chillaba como si estuviese muriendo, mientras de mi cuca salían chorros y más chorros de leche.

Supuestamente, ella me ayudó a sostenerme, levantando mis caderas y que Ricardo se fue volteando hasta quedar de espaldas a mi cara y meter su vaina más y más en mí. Yo solo sé que me estaba tripeando un cielo y que no me importaba un coño, el mundo exterior. Ni si quiera me di cuenta que los dos esposos se besaban y se acariciaban allí, mientras Ricardo de pie en la cama, con las piernas bien abiertas y casi sentado, me cogía desaforadamente.

Yo sentía que estaba desmayada y que no estaba en ningún lugar. Debía tener un millón de orgasmos y lo mismo él, pero concientemente, ni cuenta me di. Solo sé que fue la menor cogida de mi vida.

Cuando pude reaccionar pregunté la hora y Silfa me dijo que ya eran las ocho de la noche. Estaba realmente tarde y eso me molestó un poco, pero mi arrechera se disipó al recordar que estaba feliz por tan linda cogida.

-Quédate- insistió Silfa.

-No. Debo llegar a casa- dije-. ¿Puedes llevarme hasta Guarenas, Ricardo?

-Te llevaría con mucho gusto, pero no lo haré…- respondió él.

-¿Por qué no?

-Porque quiero que pases la noche con nosotros y eso es ya un hecho.

-No…

-Sí, toma. Llama a tus padres y diles que vas mañana.

Y me alargó un celular. Yo pensé, ¿qué coños? No es la primera vez que me quedo fuera. Y resuelta, marqué el número de mi casa.

Ricardo volvió a acostarme boca abajo, me levantó las piernas y comenzó a meterme otra vez su verga y aún no caía la llamada. Marqué otra vez y ya sentía como era cogida otra vez.

-¡Aló! ¿Mamá?- dije al escuchar la voz del otro lado- ¡No, no me pasa nada, tranquila!- mascullé tratando de aguantar los ricos embates de Ricardo ciando me cogía.- ¡No, mamá, no estoy nerviosa!- gemí- Solo que estoy en una función de teatro y no voy a poder llegar hoy…

Mi mamá estaba algo molesta porque no le avisé temprano y yo, con dificultad porque no aguantaba las ganas de gritar y de hacer mis berrinches por lo sabroso de la cogida, le dije que no se preocupara que me quedaría en casa de una amiga y que regresaba al siguiente día.

Mamá se quedó tranquila, pero yo, ahora era cuando menos tranquila estaría, porque podía pasarme toda la noche tirando si me daba la gana. No olvidaré esa noche, aunque soy tan excitable que cuando me abstraigo, me olvido de todo, hasta del tiempo.

Cuando recuperé el sentido, Silfa no estaba en el cuarto. Ricardo me dijo que e había ido a bañar y que nosotros debíamos hacer lo mismo. Así fue. Él y yo, nos bañamos juntos y luego yo acompañé a Silfa a preparar la cena, mientras Ricardo ordenaba un poco el cuarto. Ella tenía puesta ahora una tanga blanca con dibujitos de "Winnie Poh", las tetas al aire y los cabellos recogidos con una pañoleta negra. Se veía divina así, con esa pantaleta de carajita. Siempre me han excitado las pantaletas así y yo, de vez en cuando las uso también.

Su esposo estaba en interior y se le marcaba el rolo de carne de una manera muy sugestiva. En mi caso, me dijeron que me pusiera lo que quisiera, así que me puse una tanga roja y una franela blanca que encontré entre las ropas de Silfa.

Cenamos como a las nueve, algo muy ligero y tomamos cerveza hasta que la saciedad. No paramos de echar chistes, de joder y de besarnos mientras reposábamos de la cena en el sofá de la sala y escuchábamos música.

Como a eso de las diez y media, cuando ya las cervezas surtían su efecto y estábamos bien entonados, nos sentamos en Silfa se arrodilló entre las piernas de su esposo, le arrancó el interior y lo dejó desnudo totalmente. En un abrir y cerrar de ojos estaba dándole una buena mamada y ahora era yo, la espectadora.

Ricardo roncaba de gusto y movía sutilmente su cintura. Silfa, se veía tan linda y apetitosa sacando toda su lengua para lamer cada parte del enorme pájaro. Se veían tan bien allí, de rodillas, cumpliendo sus labores de mujer con su marido. De los catorce chicos a los que yo se los había mamado, solo el primero y ahora este, los había compartido con alguien más. El primero con mi amiga, pues era su primo y ahora, este, con su esposa.

Salvo esas primeras veces a mis once años, ahora estaba viendo a otra mujer devorarse con avidez un pájaro y que linda se veía. Silfa es tronco de hembra, eso lo sé desde hace tiempo y ahora más que nunca.

Allí estaba ella, succionando con ganas todo lo que en su boca podía meterse de la verga y, con sus tetas, ¡ahhh, sus tetas!, con ellas envolvía al pene y lo masajeaba con delicadeza, algunas veces, y otras, con desenfreno, subiéndolas y bajándolas por el cuerpo del pene, en plena paja rusa vertical.

El propio Ricardo, luego de dejarse hacer por un buen rato, agarró su verga y comenzó a golpear suavemente las mejillas de Silfa. Ella sacó su lengua y él la golpeteó allí varias veces con la cabecita lentamente, y después, fue golpeándola más fuerte. Yo creí que le iba a partir la lengua o se la iba a romper al pegarla contra los dientes. A Silfa parecía gustarle recibir los azotes de esa gruesa vara en su cara que poco a poco se fue haciendo más y más roja.

Después, ella siguió chupando con su boca y masajeando con sus tetas el pene y Ricardo rugía como trueno. Yo estaba extasiada y me apretaba sutilmente mi entrepierna sobre la tanga.

Minutos más tarde, Silfa se lo sacó de la boca y comenzó a flagelarse las tetas con el güevo, pero de una manera tan salvaje que se me erizó toda la piel. Enseguida noté que Ricardo inmerso en un paroxismo único, comenzaba a emanar su leche y a empaparle las tetas a su mujer. ¡Qué espectáculo tan delicioso!

Silfa ahora tenía bañado todo su pecho y me hizo una seña que comprendí muy bien. Ahora era mi turno de lamer el semen de sus tetas. Así lo hice y me degusté todo ese líquido salado y caliente de esos pechos que tanto me enloquecían. ¡Coño, en definitiva, soy una puta bisexual, bien cochina, pero me gusta!

Ambas mujeres, arrodilladas entre las piernas de Ricardo, nos besamos un rato y jugueteamos deliciosamente con nuestras tetas. Después, él me hizo levantarme y, apoyándome en sus rodillas lo besé también. Como su güevo todavía estaba parado, me acerqué, me hice a un lado la tanga y me lo comencé a meter por delante sin sentarme. Estaba inclinada y con el culo parado, bajando y subiendo ya, sin dejar de besar un solo instante.

Entonces sentí los besos de Silfa en mi culo. Ella estaba arrodillada tras de mí y me estaba besando las nalgas, metiendo los dedos por detrás o la lengua. También la sentí lamer el güevo de su esposo cuando yo subía y lo dejaba empapado con mis jugos. Ricardo gemía y disfrutaba de sentir mis besos y mis caderas moviéndose sobre su falo, que al mismo tiempo era besado por su esposa, quien a su vez le halaba los cueritos de las bolas y se los mordía.

No sé como hice para aguantar tanto placer. Apenas podía sostenerme por la embriaguez del licor y por la excitación. Es tanto así, que ni cuenta me di cuando Ricardo me quitó la franela y creo que estaba en el limbo cuando me acabó adentro. No sé, solo recuerdo que tiempo después, estábamos los tres, tumbados en el piso, entre cojines y botellas de cerveza.

Silfa tenía tres deseos: uno era tirar conmigo y eso ya era un hecho; el otro, era verme mamando güevo y también estaba realizado, ahora solo le faltaba ver como me cogían por detrás, y eso, definitivamente, era inminente.

Me pusieron en cuatro patas y Ricardo se preparó para iniciarme en el arte milenario del sexo griego. Yo no tenía susto alguno. Bueno, solo tenía curiosidad por saber como coños iba a aguantar ese rolo de vaina en mi culito. Diablos, cuando sentí su cabecita en la puertita de mi ano, me dio un no sé qué extraño, como ganas de cagar o de que me entrara de una vez. Si me dolió, lo reconozco, pero eran más las ganas de tirar por ahí que el dolor se fue al coño.

En cuatro patas, me sentía definitivamente como esas puras de los canales privados o de las películas XXX. Silfa estaba sentada frente a mí y me besaba de vez en cuando o me daba ánimos para que soportara el ser la yegua de ese hombre que me estaba cabalgando. La pinga, en mis condiciones, yo era una carajita que estaba siendo cogida por un burro (lo digo, por el pájaro tan grande que estaba entrando y saliendo de mi culo).

Siempre leí en cuentos o escuché a otras personas decir que cuando tiraban ponían la música o la televisión a todo volumen para disimular los gritos de placer. Ahora lo comprendo, porque ese día ya había gritado más que la propia Sayona o el Ánima Solajuntas. Quizás en el día, el tráfico, la gente, no sé, disipan el radio, pero en las noches, cualquier vainita se escucha, por eso, en la radio sonaba la canción de Tisuby y Georgina: "…y me hace daño/ me sigue haciendo daño…" y yo gemía porque de verdad ese hombre me estaba haciendo un daño sabroso en mi culo.

En Venezuela hay muchos prejuicios en varios sentidos, por ejemplo a diferencia de España, aquí las mujeres y muchos hombres conservadores, no le darían ni un voto al topless cuando esa es una vaina tan rica. Yo andaría con las tetas al aire en las playas o donde sea porque me gusta y me considero que, aunque mis tetas sean pequeñas, son firmes y bien bonitas. Por otro lado, aquí las chicas ahora es que estamos aceptando el sexo anal porque en nuestra cultura, esa es una vaina que duele mucho.

Yo creo, y lo constaté esa noche después de coger varias veces por detrás, que todo es cuestión de trato; que tu hombre debe consentirte y excitarte bastante para que tu culo se abra y pida a gritos ser amado por un pene, pero sucede que el macho venezolano, solo piensa en tirarse a las tipas y que mientras más pujen ellas y digan que les duele, más sabroso es (para él). Yo lo hice esa noche de pie, acostada, sentada, con un hombre de verdad, que me hizo sentir mujer y con su esposa, que me lo reafirmó aún más.

Nos dormimos como a eso de las cinco de la madrugada, en medio de un verdadero caos de sabanas y de almohadas, abrazados, entrelazados, con una pierna por aquí, otra por allá, un brazo aquí, el mío allá, mi cabeza apoyada en un muslo y mis piernas en los pechos de otro u otra…, no sé. En verdad, estábamos vueltos un revoltijo de piernas, brazos, cabezas, etc.

Yo aún tenía mi tanga puesta, pero la de Silfa estaba tirada en el piso y me agradaba la idea de ver al osito Winnie Poh enrollado allí, luego de calarse las caricias y cogidas de esa noche.

Me levanté primero y me fui al baño. Eran las 8:00 a.m. y ya debía volver a mi casa. Me di una ducha refrescante y, cuando volví al cuarto, Silfa y su esposo estaban allí, tumbados, rendidos de bola.

Volví a ponerme mi ropa tratando de no despertarlos, pero al final, Ricardo se dio cuenta y me pidió que me quedara un rato más. Le dije que no y entonces me exigió que lo esperara, que él mismo me iba a llevar hasta mi casa. Acepté porque a la larga, el tiempo que me iba a echar en la camioneta y luego hasta Guarenas, se lo echaría le bañándose y alistándose.

Silfa se levantó también y se fue a la ducha con Ricardo y me dijeron que me prepara algo de comer si quería. Lo hice y me preparé un sándwich. Luego de comer, entraron ellos a la cocina y me dijeron que cuando quisiera saldríamos. Ricardo se veía tan diferente vestido. ¿Quién se iba a imaginar que bajo esos jeans se escondía un pájaro capaz de embrujar a cualquier mujer con su trinar?

Silfa también se veía linda con su falda de seda blanca, sandalias y esa camisa blanca manga larga, apenas amarrada por una trencita en el centro del pecho. Yo iba por supuesto, con mi pantalón ancho de color blanco, mi franelita verde y el paño blanco recogiendo mis cabellos.

Me fui en la parte de atrás y recordaba cada momento vivido el día y la noche anterior. Pero la cosa no iba a terminar ahí, porque Silfa aprovechó y saltó hacia el puesto de atrás para ir conmigo. Nos dimos unos besos riquísimos y yo pensaba que estaría bien así porque hay gente que en su carro no le gusta hacer estas cosas porque lo empava.

-Tranquila que este carro tiene su historia- susurró Silfa guiñándole un ojo a Ricardo y yo comprendí que seguramente antes habían tenido su fiestita en ese lugar.

Nos besamos otro rato y se fueron intensificando las caricias al punto que Silfa metió su mano bajo mi calzón y comenzó a pajearme allá abajo. Yo la imité y metí mi mano bajo su falda y dejé que los dedos hicieran su parte bajo la dócil pantaleta. Sin dejar de basarnos la fiesta empezó y ahogamos los gemidos en nuestras bocas y el aire caliente de nuestros alientos, humedeció nuestras mejillas y cuellos.

Ricardo nos miraba por el retrovisor y sonreía de gusto al ver a su esposa haciendo esas cosas. Si algún día me caso, que espero hacerlo, ¿qué pensaría mi esposo si se entera de todo esto? Es más: ¿me compartiría con otra mujer como lo hace Ricardo con la suya?

Ya veré que pasa entonces, por lo pronto, solo me dediqué a gozar del momento. Silfa me subió la franela y me mamó los senos deliciosamente por varios minutos. Luego, yo le desamarré la trencita de su camisa y me deleité chupando esas tremendas tetas que me enloquecían. Si hubiese podido se las hubiese arrancado y me las hubiese llevado a casa para seguirlas mamando cada vez que me provocara. Creo que me las pondría para presumir de tener una lolas tan firmes y grandes.

Poco después, en plena autopista, creo, ya yo estaba acostada boca arriba, con el calzón por la rodilla con Silfa sobre mí con la falda remangada en su cintura. Hacíamos un rico 69 que me sirvió para completar el desayuno de aquel día y vaya que era rico en miel y leche. De pana que me gustan los muslos de Silfa al ladito de mis orejas y de meter mi lengua en sus adentros húmedos.

Ricardo parecía manejar muy lento, pero igual yo me mareaba por las vueltas que daba a veces. Yo me gocé esa cuquita olorosa y húmeda y más de una vez rocé mi mentón y mis mejillas contra los pocos vellitos que tenía. Supongo que Silfa se deleitó con la mía que casi siempre está perfectamente depilada. Yo siempre he sido bastante lampiña y cuando me salieron los primeros vellitos me sentí como una mujer grande porque ahora podría presumir de tener vellos en la cuca, pero con el tiempo, me gustó más la idea de tenerla peladita y así, la cargo siempre.

Lamentablemente, llegamos al pueblo y dejamos el cunnilingus para otro día, aunque mientras nos acomodábamos las ropas nos dimos una sarta de besos deliciosos.

Estábamos ya a unas cuadras de mi casa cuando Ricardo detuvo el carro.

-Vivo más adelante, ¿por qué te detienes aquí?- pregunté sin comprender nada.

-Pues, tú y mi esposa se dieron gusto hace rato- dijo Ricardo-, ¿qué tal si me das gusto a mí para irme contento a casa?

Me acerqué a él, pensando en que quería cogerme una última vez.

-¿Y qué quieres hacer?- inquirí.

Me señaló con un dedo su pantalón y yo entendí muy bien la seña. Me pasé al puesto de adelante, me eché sobre sus piernas para bajarle el cierre y sacarle su orgullo. Estaba paradísimo y tan duro como el día anterior. Sin preámbulos, bajé mi cara y me metí su cabeza en mi boca y comencé a engullirlo como una niña hambrienta de tomarse su biberón.

Mi cabeza y bajaba de su entrepierna y coño, sus manos ya estaban acariciando mis cabellos, mi espalda, mis nalgas, de una manera tan rica, que me excité muchísimo y quise para mis adentros pasar el día tirando otra vez.

Saqué su verga hasta los huevos y, mientras se los lamía o le halaba la piel con una de mis manos le frotaba su pene ferozmente. Mi mano bajaba y subía por el cuerpo del pene al igual que su piel y Ricardo roncaba de gusto. Así estuve haciéndole la paja por un rato, dándole besitos en todas partes y mamando de vez en cuando, hasta que ya no pudo más y surtió mi boca con su salado néctar, el cual me tragué como si de leche condensada se tratara.

No era la primera vez que yo se lo mamaba a un hombre dentro de un carro, porque a los quince se lo hice a un profesor.

Definitivamente, el día anterior con su noche y lo que ya corría de este habían sido los mejores momentos de mi vida desde que comencé en este camino tortuoso, pero lindo, porque ahora lo estaba haciendo de manera adulta y con mayor decisión.

Marité

Gracias por leer mi cuento. Si quieres comunicarte conmigo escríbeme a lany_silfa@yahoo.com.ar y Silfa me dará tu mensaje.